En un gabinete presidencial que se ha caracterizado por su inmovilidad e ineficiencia, resultó confortante que el secretario de Educación Pública, Dr. Tamez Guerra, anunciara la instrumentación del proyecto de reforma integral para la educación secundaria. Si se cristaliza el proyecto, será de las pocas obras trascendentales del régimen foxista precisamente en la educación, ámbito vital para el desarrollo de nuestro país.
Y es que en el pasado reporte de Competitividad Global 2003-2004 del Foro Económico Mundial, México está calificado por debajo de países como Jamaica, Zimbabwe, Ghana y Kenia. Sí, de 102 naciones, México ocupa el lugar 74, muy por debajo de países con economías mucho más pequeñas que la nuestra.
En materia de investigación científica y tecnológica, no alcanzamos el número 50. Por cierto, tanto en la calidad de la educación científica como de la enseñanza de las matemáticas, México se localiza en el lugar 80, otra vez por debajo de Ghana, Malawi y Malí, y ya ni se diga de Argentina, Chile, Colombia y Uruguay.
Las estadísticas internas no son mejores: casi el 20% de los alumnos que se inscriben en primero de secundaria, no concluirán sus estudios. En el ciclo escolar que acaba de terminar, 2003-2004, el 22% de los estudiantes de secundaria reprobaron al menos una materia, lo cual es grave porque las cifras revelan que el 98% de estos alumnos no van a terminar su educación secundaria.
Aun más, la población en México de 12 a 15 años es de 8 millones quinientos mil estudiantes. De este universo nos encontramos con que más de un millón y medio de jóvenes no asiste a la secundaria. Por otro lado, en materia de logros académicos, en las competencias internacionales y nacionales, nuestros estudiantes de secundaria quedan en posiciones que dejan mucho que desear.
Si estamos de acuerdo en que la educación representa una de las fuerzas creadoras más importantes de la sociedad, entonces tendremos que reconocer que si no se atiende integralmente este problema, en una o dos generaciones más nos encontraremos con una nociva y grave influencia no sólo sobre nuestra identidad, sino sobre nuestra misma integración como nación. Ni hablar sobre los efectos de estas limitaciones en un mundo global, feroz y brutalmente competitivo.
De modo que el secretario Tamez no solamente tiene la responsabilidad histórica que representa proporcionar un buen cimiento a la posibilidad de que México aspire a mejorar sus índices competitivos al dotar a sus jóvenes de mejores niveles educativos; en paralelo, reivindicará parcialmente el sueño fallido de un cambio que nunca llegó. Por otro lado, el impacto de la reforma, sobre casi 9 millones de nuestros jóvenes, tendrá que ser evaluado por los resultados y se deberá actuar en consecuencia.
Es interesante que existan cuatro materias por año en donde el estudiante ocupe el 75 por ciento de su tiempo de tal manera que -en opinión de los expertos- no dispersen tanto su atención y puedan ayudar a integrar mejor los conocimientos adquiridos.
Como dicen en mi tierra: pocos pelos, pero bien peinados.
Réplica y comentarios al autor: salvadorordaz@hotmail.com
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