El 2004 se fue, y tenemos de él un recuerdo ennegrecido, carcomido por pleitos y sobresaltos políticos, que enturbian las relaciones entre los mexicanos. Inauguraremos el nuevo año con perspectivas poco halagüeñas, pero el cambio de calendario no significa nuevos caminos por avanzar. Sin embargo, la esperanza de la mayoría de la población no puede quedar soterrada en los escombros del enfrentamiento estéril, menos aún en el cajón del olvido.

Los problemas serán los mismos, y los actores políticos no cambiarán. Será fundamental atacar a fondo los problemas de la economía, en especial la falta de empleos remunerativos para muchos millones de personas en condiciones de trabajar, tanto en la ciudad como en el campo. O se avanza en ello, o crecerá la corriente de paisanos que crucen la línea de la muerte en la frontera norte, para incorporarse, sin remedio, a formas más complejas y en ocasiones innobles del "american way of life". No sólo el campo es expulsor de compatriotas, grandes y pequeñas ciudades también se desangran de su mejor gente, que no encuentra medio de vida adecuado en su lugar de origen.

La seguridad es un problema grave, creciente. La clase trabajadora es quien más lo reciente. Sus vidas y pequeñas propiedades (automóviles, casas habitación, sueldos y salarios) están a la deriva y a expensas del hampa organizada. Su sensibilidad está a flor de piel. Ya no puede ver al vecino con ojos de amistad. ¿No será él quien organiza los asaltos en las salidas de las cajas de los bancos, los robos de autos, el saqueo de los bolsillos con los cuantos pesos que se cobraron de aguinaldo? ¿No hay en quién confiar?

No hay una adecuada relación entre todas las policías que, por cierto, inconstitucionalmente existen. Se sanciona a sus jefes, más por razones políticas que administrativas o correctivas. ¿Con qué y con quienes se van a reorganizar los cuerpos policíacos? ¿Tendrá que tomar la sociedad la defensa de sus vidas y pertenencias en propia mano? ¿Esperaremos que nos invada el caos? Requerimos de acciones prontas, inmediatas, emergentes, pero profundas, que corten de raíz y construyan desde la base.

Los dos asuntos -empleos y seguridad en el entorno- tienen que ver con el deterioro de la educación. No sólo porque en los anales de la OCDE estemos en el vagón de cola, o porque las pruebas a niños y jóvenes -realizadas por instituciones de prestigio- nos muestren escasa preparación en matemáticas y lecto-escritura. Cuentan los criterios, en ocasiones falsos, de que la mayoría de mexicanos, que nos educamos en escuelas públicas, no sabemos lo suficiente para enfrentar una vida económica y social, vinculada a nuevas formas provenientes de la globalización. Erróneas afirmaciones que contradicen apreciaciones del alto nivel internacional, que catalogan a nuestra UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) no sólo entre las mejores del mundo, sino en el primer rango en las Américas. ¿Podrá una institución, con esa categoría, producir profesionistas ajenos a su entorno e incapaces para la acción?

Sabemos qué pasa, pero no definimos rutas para resolverlo. Seguimos en el despiste interesado de grupos políticos, para atender a lo que les es útil, a sus intereses de facción, olvidando los grandes compromisos, vigentes mientras no se pacten otros, para atender a la educación, la salud y el bienestar general de los mexicanos. O actuamos o seguiremos regalando hidrocarburos, entregando nuestras finanzas, enviando a más compatriotas a jugársela en la frontera norte, sin que le entremos en serio a conformar nuestro mundo interior; el mismo que se creó en leyes constitucionales, hoy letra muerta para la acción política partidaria. En el 2005, o se crean mecanismos precisos para atender los reclamos sociales o la vida nacional entrará en picada incontrolable.

Primero es el país y el país es su gente. Despiertan los partidos y construyan para el bienestar general, sin distinciones, o la ruta a las urnas se tornará cada vez más conflictiva, con perspectivas impredecibles.

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