Hace algunos días se difundieron los resultados de la tercera encuesta nacional patrocinada por el diario La Crisis sobre los posibles candidatos a la Presidencia de la República, y en los círculos políticos continuó la polémica sobre el ascenso de Andrés Manuel López Obrador y Marta Sahagún en las preferencias. No fueron pocos los sorprendidos por los saldos que arrojó la medición tras los embates periodísticos sufridos por ambos personajes: el caso del chofer Nicolás Mollinedo, quien gana apenas mil pesos menos con relación a su jefe López Obrador, y el reportaje del Financial Times donde se evidenció la forma burda cómo desde la Presidencia de la República buscaron pararlo porque involucraba a la fundación Vamos México, que ése es, realmente, el valor del reportaje para México.
Este fenómeno nos explica una vez más la perversidad que del manejo de los medios y las encuestas se hace para, como dicen los mercadólogos, sembrar una marca aunque los resultados del producto no sean óptimos.
En el caso de López Obrador, lo conoce el 92 por ciento de los 3 mil 861 encuestados y de ellos 63 por ciento estarían dispuestos a votar por él en el momento de la encuesta. En el caso de Marta Sahagún, la conoce el 91 por ciento de los entrevistados y 42 por ciento votarían por ella. La reflexión del párrafo anterior se confirma con Manuel Ángel Núñez Soto, quien estuvo expuesto a los medios tras su destape como precandidato a la Presidencia de la República por el PRI, subió de 13 a 25 por ciento en intención de voto entre quienes lo conocen, que de todas formas son muy pocos.
Como observamos y ya vimos en 2000, la gente se va con la finta y desde ahora comienza a perfilar a sus favoritos para el 2006, mientras el porcentaje de personas que se abstendría es menor. El tópico interesante viene a colación de que es la exposición, el tiempo que los personajes estén en los medios, lo que provoca su conocimiento y probable popularidad, no su trabajo político-administrativo. Así, vimos cómo López Obrador comenzó su mandato con conferencias mañaneras donde dicta el camino a seguir a la prensa; Marta Sahagún presionó el casamiento con el presidente para pasar al primer plano y de refilón asirse de Vamos México como plataforma de lanzamiento, porque los necesitados, cualquiera que ellos sean, son extraordinaria veta de popularidad política.
En cambio, Roberto Madrazo sufrió un ligero decremento en la intención de voto de 34 a 30 por ciento, porque dejó de estar en el debate nacional tras el Consejo Político del 31 de enero, pese a las constantes giras por el interior de la República para promocionar a los candidatos de su partido en las elecciones que se avecinan.
Con el ejemplo de Vicente Fox como punto de partida, la reflexión al respecto debe ser: ¿Es suficiente ser ampliamente conocido y popular para ser buen gobernante? ¿Vale más una vida política quizá discreta, pero rica en conocimiento, experiencia, tolerancia y liberalidad, que respete la legalidad y la convivencia, es decir, una persona con capacidad para conducir una Nación con la visión de un estadista?
Eso es lo que está en juego durante los próximos dos años. O escogemos a un presidente o presidenta con amplias capacidades para gobernar o el país continuará en picada.
Porque, de lo contrario, si vamos a escoger por la fama y popularidad a un personaje, me inclino por Luis Miguel, quien metió más de un millón 200 mil personas al Auditorio Nacional con boleto pagado, mientras que las figuras públicas deben pagar para que la gente vaya a escuchar sus medias verdades o falsedades completas. Tortas y refrescos al por mayor. Eso es fama y popularidad. Ahora que, la banalización de la política la han propiciado los propios políticos.
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