De un tiempo para acá, el ambiente político y social de la nación se ha enrarecido, tal parece que la frivolidad y la estulticia están sentando sus reales, mientras el hambre y la miseria están potenciando su desbordamiento con consecuencias francamente incalculables que pueden llegar lamentablemente hasta el estallido social.
Se ha hecho evidente que el anhelo supremo de quien hoy nos gobierna era sacar al PRI de los Pinos -a como diera lugar-. Hoy, hemos aprendido por tristes experiencias que las promesas de campaña sólo fueron eso, promesas de campaña sin sustento alguno y sin la menor idea de cómo cumplirlas; si los otros candidatos ofrecían uno, había entonces que ofrecer lo doble o lo triple. Esa es la realidad lacerante y hasta cruel, porque también está el convencimiento de que si bien hubo irresponsabilidad y ligereza, no podríamos decir en honor a la verdad, que en los actuales integrantes del gabinete, -incluido el presidente- haya mala intención o una especie de perversión gubernamental o que estén trabajando con aviesos propósitos de dañar a México; no, eso es lo paradójico de nuestra situación, que un pequeño grupo de mexicanas y mexicanos, respaldados por un poderoso grupo de empresarios y altos miembros de la jerarquía eclesiástica, aplicando los más modernos instrumentos de persuasión mediática, lograron lo que se propusieron, y hoy, todo parece indicar que no saben qué hacer con eso que soñaron.
Salvo los escasos ejemplos que confirman la regla, Rafael Macedonio de la Concha es uno de ellos, los demás integrantes del equipo no han dado muestras que ratifiquen que fue atinado su nombramiento como integrantes de un Gabinete que tantas expectativas despertó.
Las asignaturas más lacerantes de la población siguen pendientes, a éstas habría que sumar las que se están acumulando, desde la inoportuna recesión de los Estados Unidos, hasta la penosísima compra de las toallas, con otras constantes y variables sociales que ya conocemos: un campo sin esperanza y los subsecuentes conflictos con cañeros, caficultores, arroceros, piñeros; inmensos litorales desaprovechados, deterioro ecológico irreversible, la cuestionada Ley Indígena, la afrentosa venta de Banamex, el innecesario deslinde de Gobernadores, la Reforma Fiscal, Fobaproa, Indocumentados, más de 300 mil desempleados en lo que va del sexenio, las pocas o nulas posibilidades de trabajo para los miles de estudiantes que con mucho sacrificio hoy están terminando sus carreras.
Esa es la realidad, nuestra realidad, y hoy por hoy, como dice el claridoso Brozo en su cada vez más visto Mañanero, -no tiene remedio- hasta ahora, porque las cosas no tienen, no deben seguir así, es el momento para que los diferentes actores cumplan, pero de a de veras, en sus respectivas responsabilidades: gobierno, legisladores, empresarios, partidos políticos, líderes sindicales, medios de comunicación y la sociedad civil en su conjunto, participen en un sincero esfuerzo nacional de verdadera afinidad por México, poniéndole el nombre que sea: pacto, alianza, tregua, convenio, acuerdo, arreglo, compromiso, unión; el nombre será lo de menos siempre que incluya el espíritu de armonía que tanto necesita en estos momentos nuestra nación. Aún es tiempo, por supuesto. A pesar de todas las calamidades anteriormente señaladas las mejores cosas son las que pueden estar por llegar. Dependerá de la decisión que pongamos en lograrlo; las mejores obras del gobierno aún no se realizan, las mejores conquistas obreras -acordes con nuestros tiempos- están esperando, los mejores programas para impulsar el campo -de una vez y para siempre- aún no están diseñados; esa es la convicción del Frente Liberal Mexicano, las mejores cosas están por llegar, incluso los mejores poemas no se han escrito, ni las mejores canciones cantado, ni los mejores puentes construido; ese es el raro privilegio de quienes nos tocó la fortuna de vivir en esta época, que podemos ser partícipes de aquel cambio -que por cierto, siguen esperando los que creyeron y votaron-.
Ese es el desafío para los miembros del Gabinete que diariamente deben tomar decisiones (ojalá), cuyo impacto se refleja en la calidad de vida de los ciudadanos, las que inspiren confianza y seguridad, sabiendo que éstas no están fincadas en intereses de grupo o personales, sino en el estricto e imparcial cumplimiento de la Ley. Todos recordamos aquel apotegma de Belisario Domínguez: "que cada mexicano cumpla con su deber y la Patria estará salvada".
Lo primero es lo primero, no existe nación en el mundo que haya logrado el éxito como tal sin respeto a la Ley. Y en el caso de México, en paralelo sería reconsiderar el proyecto de nación que contempla nuestra Constitución. Decía un sabio maestro, que la mejor manera de no equivocarse es guiarse por principios y éstos se expresan de manera contundente en nuestra Carta magna, aún frente a los retos de un mundo globalizado, en ella encontramos los instrumentos que nos permitirán enfrentarlos, sólo es necesario aplicarla, vivirla y respetarla. Cierto, habrá cambios elementales para ajustarla a los nuevos tiempos, pero sin alterar su esencia. Sólo el sometimiento de todos, -sin subterfugios ni estratagemas- al imperio de la ley, podrá insertarnos en el concierto de las grandes naciones.
Nuestra Constitución me recuerda los letreros de señalamiento de las carreteras, muchos de ellos están maltratados, otros despintados y algunos oxidados, pero su acatamiento es lo que nos permite llegar con bien a nuestro destino. La Constitución General de la República, es el gran denominador común que permitiría concretar ese acuerdo nacional o como se le quiera llamar.
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