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   Partidos en transición

Relevo en las dirigencias del PAN, PRD y PRI

El inicio del año 2002 será testigo de la renovación en los liderazgos políticos del país. Los líderes de los partidos políticos son en sí mismos parte de la estructura del poder y generalmente formulan propósitos e intereses derivados de su posición. Las dirigencias del PAN, PRD y PRI, tienen frente a sí la necesidad de sincronizar sus relojes vitales con la dinámica del cambio que sigue exigiendo la sociedad mexicana. Adicionalmente a este proceso, se debe considerar la importancia de incorporar nuevas opciones políticas a partir del segundo semestre del año, mismas que deberán de balancear y enriquecer el espectro político nacional.

La rotación de liderazgo corresponde al más elemental principio democrático, y hasta cierto punto sirve para conjurar la formación de un espíritu burocrático al interior de los partidos, ventaja más que compensada por los métodos de explotación de los líderes circunstanciales, con todas sus consecuencias.

En el caso del Partido Acción Nacional, la opción entre Bravo Mena y Carlos Medina, representa la elección entre el continuismo y la renovación del conservadurismo. Los delegados del PAN deberán decidir sobre el tipo de relación que quieren entre su partido y el ejercicio del poder.

Para el Partido de la Revolución Democrática, los escenarios del cambio llegan en un momento en que deben definir si tiene viabilidad un proyecto de la izquierda mexicana como opción responsable, dejando en el pasado su perfil sectario. La elección de Rosario Robles traerá como resultado un reacomodo en los grupos internos con miras a la candidatura presidencial de ese partido para el año 2006.

El Partido Revolucionario Institucional enfrenta la posibilidad de encontrar sus símbolos de renovación o la ruptura de algunos de sus miembros al no alcanzar los consensos internos.

Entre el proyecto de Beatriz Paredes y Roberto Madrazo existen marcadas diferencias en los estilos de ejercer sus liderazgos. Un PRI que entienda su nuevo posicionamiento en la sociedad, contribuiría a la transición democrática del país.

Los liberales mexicanos nos vemos participando activamente en este proceso de transición del sistema de partidos. Nosotros contribuiremos a edificar relaciones responsables con las demás opciones políticas, porque entendemos el ejercicio de la política como el espacio común para encontrar soluciones en medio de las diferencias. Nuestra relación con la sociedad tendrá como vertiente básica el respeto irrenunciable a nuestra profunda convicción de darle a la sociedad los espacios de plena libertad con responsabilidad. Dignificaremos la práctica política a través de la capacitación permanente de calidad, mostrando a la sociedad una organización dinámica, capaz de incorporar las transformaciones del cambio y ser líderes de un proyecto de gran visión para la Nación: consolidar la República y fortalecer la posición de México ante el mundo.

En la historia política del país, el gobierno que surgió de la Revolución Mexicana encontró viejas soluciones a nuevos problemas y algunas soluciones novedosas que se fueron generalizando. El poder mostró distintas posibilidades de juego dentro de ciertas restricciones, como la fuerza militar, el reconocimiento de potencias extranjeras, formación de alianzas necesarias y el desconocimiento o no de organizaciones sociales y gremiales. El problema de la rebelión de los caudillos y los líderes venía no sólo de los enemigos, también de los amigos y los aliados.

De modo que el Estado mexicano no ha sido el constructor de un proyecto único; las luchas de clases y de facciones lo han atravesado y moldeado, a menudo en formas imprevistas para los mismos dirigentes.

Hoy, la crisis del sistema político mexicano se manifiesta en varios terrenos. La sociedad no se siente plenamente representada por los partidos actuales, fundamentalmente porque éstos no han incorporado nuevos cuadros que representen las legítimas aspiraciones de la nueva sociedad mexicana.

Un país mayoritariamente de jóvenes, necesariamente debe obligar a los partidos políticos responsables a incorporarlos, no como una simple concesión demográfica electorera, sino como la perspectiva justa de darle a nuestros hijos la posibilidad de participar en la realización de su futuro.

Los liberales progresistas queremos coadyuvar a la transición de los partidos nacionales con una perspectiva de transformación real, haciendo todo aquello que nos sea posible y teniendo siempre en nuestras mentes y corazones el superior interés de la República.

Podemos y debemos tener distintas ópticas sobre las soluciones nacionales en la natural diferenciación de las ideologías, pero lo que nunca haremos será la descalificación a priori de los demás. El buen liberal es el que reconoce el derecho de los demás a pensar diferente.

Por cierto, hacemos votos para que el Partido Liberal Progresista no sea un justificador sistemático de los actos de gobierno, ni un opositor encarnecido del mismo. Nunca. Ni cuando sea partido en el poder.

Derecho a réplica y observaciones: salvadorordaz@hotmail.com y senadors@hotmail.com




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