Muchos, demasiados diríamos, son los problemas por los que nuestra América Latina atraviesa desde su nacimiento mestizo y dominado. Los esfuerzos por arribar, por fin, a un desarrollo digno de los pueblos que conforman esta porción del mundo, han sido infructuosos en la mayor parte de su historia. Los sueños de paz, justicia, desarrollo y progreso no han ido más lejos que la metáfora o la anécdota.
Actualmente, luego de varias décadas de desarrollo perdido entre miseria y sufrimiento por evidente falta de libertad, soberanía y progreso material, el proceso de integración mundial que está en boga, abre de nueva cuenta la posibilidad de conformar un sólido bloque de países con un mismo lenguaje, una misma necesidad y con un mismo sueño: la gran patria... y el anhelado despegue económico de todas nuestras naciones.
Hace falta determinación para arribar al progreso; la integración que tanto necesitamos debe dejar de ser la materia prima de la simple retórica, y por tanto, de intentos fallidos de avance, debe pasar de las palabras, los rimbombantes pronunciamientos y declaraciones conjuntas de las cada vez más frecuentes Cumbres incluyendo las bellas metáforas; a la fe creadora que mueve montañas: los hechos, esto es, al avance natural, cultural y económico de los millones de seres humanos que la integran.
Los retos siempre han estado allí, siempre de acuerdo con los tiempos, siempre con su carga de vergüenza, de dolor y miseria, de dependencia, -pidiéndole a la virgencita que le vaya bien a Estados Unidos- y de atraso.
Las soluciones, hasta ahora, han estado presentes sólo en el mero discurso, muchos discursos. Tenemos entonces que concretar, accediendo de una vez por todas a modernos y productivos procesos industriales, comerciales, educativos y culturales, ha llegado el tiempo de que los presidentes y jefes de Estado que concurren a las multicitadas Cumbres tomen medidas concretas que enfrenten con el apoyo de sus pueblos, los designios de todos aquellos organismos como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la OCDE que finalmente son los que dictan e imponen las reglas que han hecho de nuestras naciones, meros alfiles, sin voz ni voto.
Sólo de esta manera, América Latina estará en condiciones de ingresar al concierto de las grandes naciones, si sus mandatarios por fin, se integran en un solo bloque que vaya más allá de solidarizarse con Argentina y de buscar integrarse en una sola voz frente al Grupo de los Ocho cuya actuación está determinada -hay que decirlo- por las grandes transnacionales. Frente al cambio auténtico y sorprendente que hemos venido testimoniando en otras regiones del mundo (ahí está China) América Latina tiene quizá, la última oportunidad de abordar el tren de la historia y de una vida digna que, en verdad, siempre le ha estado negada.
Teniendo como marco un angustioso 0% de crecimiento y la desaparición de cientos de miles de empleos, más los que se acumulen, -la Ford acaba de anunciar el despido de mas de cuatro mil trabajadores- es obligado que esta última Reunión de Río, trascienda las sonrisas, los discursos y la fotografía de primera plana, que la unidad que tanto necesita la región se traduzca en la adopción de medidas concretas de cara a una aberración: querer seguir manteniendo un sistema de comercio internacional "libre de proteccionismo" cuando es bien sabido que las economías más poderosas son, precisamente las más proteccionistas.
No es posible seguir privilegiando indiscriminadamente la libre importación de miles de productos, en menoscabo directo de nuestra producción interna. En este juego de la globalización y de la modernidad, todos ponen. Es tiempo de recordarles a nuestros mandatarios latinoamericanos no olvidarse de lo qué y a quiénes representan. Es fundamental si se quiere realmente progresar y no sólo recibir las migajas que caen de las mesas de los grandes.
El fortalecimiento de nuestro ser latinoamericano ha sido objeto de metáforas y de sueños de opio; si faltase determinación y valentía para que, sin descuidar nuestro mercado interno o regional, encarrilarnos en la economía mundial, entonces, nada podría librarnos de un destino oprobioso o miserable; allí están algunas regiones africanas para recordárnoslo. Determinación, consolidación, integración, modernización y valor... todo ello en acciones concretas y urgentes, esa es la solución que esperamos de nuestros mandatarios, mas allá de Declaraciones conjuntas, sobre todo ahora que las naciones dueñas de este planeta, están redistribuyendo su influencia y sus áreas de explotación.
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