La elección de una nueva dirigencia en el PRI
Los desafíos del PRI en la transición política de México son muchos y con diversos grados de complejidad. Los priístas tienen frente a sí mismos el desafío histórico de constituirse en un proyecto político renovado y original o continuar sumidos en una crisis que lamentablemente concluiría en la ruptura y escisión de importantes grupos regionales. Sin embargo, también tiene la enorme posibilidad de construir liderazgos inteligentes, ciertamente compartidos entre los diversos actores de la militancia priísta, sin tener que incurrir en aquellas prácticas clientelares o corporativas. A este México de inicios de siglo, de transición democrática, le convienen partidos políticos corresponsables con los rostros del cambio que aún no llega.
Los liberales progresistas participamos con entusiasmo en el proceso de transformación del sistema político mexicano, que como el alma del tequila, creemos en nuestras raíces y nos nutrimos a través de ellas. De la misma manera, los priístas deben encontrar sus nuevos horizontes atendiendo a la memoria de ilustres liberales mexicanos. Ojalá sean capaces de entender y atender los renovados bríos de una nación que se mira entre la nostalgia de lo que fue y la convicción profunda de lo que puede llegar a ser.
A nivel nacional, la participación cívica de la sociedad ha facilitado una madurez y una actitud mucho más crítica acerca del comportamiento y la actuación en general de los partidos políticos. Dicho de otra manera, a cada acción, a cada posicionamiento, incluso pronunciamiento, le va a corresponder una factura cuyo costo político puede ser incalculable. Esa es la nueva realidad. Afortunadamente. Pobre de aquel partido que la minimice o la soslaye. La criticidad de la ciudadanía está en aumento y ya es inexorable; todo lo incluye, está en todas partes, hacia los legisladores, autoridades, jueces; y no sólo por y hacia los partidos políticos. Envuelve también a las organizaciones no gubernamentales (ONGs) y otras asociaciones que han encontrado circunstancias de representación social.
Es muy cierto que en los escenarios a edificar, ninguna derrota o victoria electoral será para siempre. La competencia por lograr que los ciudadanos refrenden su intención electoral obligará a los políticos y a los partidos a esforzarse por cumplir cabalmente con el mandato ciudadano. De no ser así, los electores mirarán hacia otras alternativas en el espectro político. Hoy por hoy, no se puede afirmar que el electorado cifre su decisión de sufragio en una consideración puramente ideológica.
Los nuevos partidos políticos, al igual que los ciudadanos progresistas de todos los partidos, tienen el enorme reto de tomar decisiones en donde estén incluidos los sentimientos y los supremos intereses de la nación, aquéllos que miran a nuestro hogar común como la razón básica de actuación en una política que crea y regenera, no que denigra y envilece.
Cuando se camina junto a la sociedad, no es necesario explicar los actos legislativos ni las acciones de gobierno. El andar de la honestidad hace de los pasos del hombre, las huellas profundas que ya sean de liberales, priístas, perredistas, panistas u otros interlocutores habremos de dejar.
En cuanto a la correlación de las fuerzas políticas participantes en el proceso interno del 24 de febrero del 2002, se aprecia un balance entre los dos proyectos del PRI propuestos, el resultado porcentual es tan apretado que los especialistas no se han aventurado a dar la contabilidad final de los votos obtenidos por las fórmulas encabezadas por Beatriz Paredes y Roberto Madrazo, y ello no necesariamente conduce a la alternancia en el ejercicio del liderazgo partidista; los liberales vemos con cierta preocupación algunas actitudes fundamentalistas en priístas cuyas sombras pesan más que sus luces.
Establecer un renovado pacto republicano, debe convocar e incluir a las fuerzas emergentes. Sin ellas, cualquier intento de cambio estará incompleto. Los liberales mexicanos seguramente trabajaremos con la racionalidad de aquellos ciudadanos propositivos que aprecien nuestra visión política y que sean capaces de trabajar unidos en un ambiente de genuino respeto hacia las diferencias.
Si la ciudadanía está desencantada, no significa en automático que en el 2003 y en el 2006 vuelvan a votar por los candidatos del PRI. Lo más probable es que sufraguen a favor de candidatos que representen la visión de un México integral. Debemos tener muy claro que la sociedad mexicana contemporánea no ha creído ni creerá en el bipartidismo. El resultado de su diversidad se ve reflejada en la esencia de la libertad.
A partir del 2 de julio del 2000, los mexicanos estamos construyendo nuestro concepto de gobierno compartido y corresponsable. El electorado en ciertos segmentos de la población diferenció su voto intencionalmente para provocar un acotamiento a los poderes ejecutivo y legislativo.
Estos hechos son inéditos en la historia política nacional y exigen imaginación y responsabilidad de parte de todos los actores políticos. El alcance real de la transición no se debe detener en una simple reforma para modificar los usos y costumbres en el ejercicio del poder. Los mexicanos debemos darnos la oportunidad de construir un país diferente en sus aspiraciones y proyectos, independientemente del signo político de quienes edifiquemos la nación. Caminar y trabajar hacia el sendero donde podamos alcanzar una estructura, en donde un sólo hombre no concentre ni todas las decisiones ni todo el poder.
El Partido Liberal Progresista, estará atento al resultado que los priístas le impriman a su partido. Nosotros respetuosamente aplaudiremos las prácticas democráticas que tanta falta le hacen a la Nación y que sean por y para el bien de México.
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