Muchos jerarcas católicos y grupos de ultraderecha acusan de intolerantes a quienes han criticado su intento por censurar la polémica cinta, El crimen del padre Amaro. Es decir, la intolerancia consiste, en su óptica, en no tolerar la intolerancia. Exigen su derecho a ser intolerantes, y a no ser cuestionados por ello. Quienes lo hacen son a su vez intolerantes. Pero no hay por qué sorprenderse. La intolerancia ha sido el eje rector de la estrategia propagandística de la Iglesia. Tan es así, que el partido nazi alemán, con todos sus horrores y alto grado de represión, inspiró su lógica dogmática estudiando las técnicas de la Iglesia, la institución política más longeva y resistente de la historia.
En su célebre libro, "Mi lucha", escrito desde la cárcel, planteaba Adolfo Hitler: "El futuro de un movimiento depende del fanatismo, si se quiere de la intolerancia con que sus adeptos sostengan su causa como la única justa, y la impongan frente a otros movimientos de índole semejante... La grandeza del Cristianismo (en realidad, de la Iglesia católica) no se debió a componendas con corrientes filosóficas más o menos semejantes de la antigüedad, sino al inquebrantable fanatismo con que proclamó y sostuvo su propia doctrina... Únicamente, gracias a esa fanática intolerancia, pudo surgir la fe apodíctica, cuya condición previa consiste precisamente en la intolerancia". Y continuaba el peligroso demagogo: "Es peculiar al carácter de una organización, que ésta sólo pueda subsistir cuando una jefatura inteligente tenga a su disposición un vasto sector de la masa de orientación más sentimental que racional... también en esto la Iglesia católica debe servirnos de ejemplo, ya que a pesar de que su cuerpo doctrinal está en colisión en muchos puntos con el estudio de las ciencias exactas y la investigación, jamás se resigna a sacrificar ni un ápice del contenido de su doctrina. Con razón supo conocer que su fuerza de resistencia no consiste en adaptarse con más o menos habilidad a los resultados siempre variables de la investigación científica en el transcurso del tiempo, sino en un aferramiento inquebrantable a sus dogmas ya expuestos, que son los que le dan al conjunto el carácter de una fe. He ahí por qué la Iglesia católica se mantiene hoy más firme que nunca".
En eso tenía razón Hitler. La reacción de la jerarquía católica mexicana y los grupos más oscurantistas que le hacen eco en torno de la excomulgada película sobre el ficticio pero muy real padre Amaro, refleja que la Iglesia sigue desplegando su intolerancia de siempre. Eso ha generado una gran publicidad, particularmente entre los católicos supuestamente ofendidos que, por fortuna, hacen cada vez menos caso de sus líderes espirituales. En efecto, aunque la encuesta de Gobernación sobre cultura política, recientemente difundida, refleja que 79% de entrevistados considera a la Iglesia como la institución con más credibilidad, 75% de quienes asistieron a la película prohibida el día de su estreno no pensó que fuera ofensiva al catolicismo (según encuestas levantadas por Reforma y EL UNIVERSAL). Nadie tampoco cedió a la petición que algunos fanáticos hacían en las salas de cine para no entrar a las salas del pecado, aduciendo razonamientos tan peculiares como irracionales. El problema radica en los grupúsculos fanáticos, que nunca faltan, y que podrían leer los intentos de censura de la nomenklatura católica como un llamado, o un permiso (como el fatwa de los musulmanes), para mostrar vandálicamente su disgusto por la película de marras, precisamente en las salas en que se exhiba. Ya antes ha sucedido con otras expresiones del arte, ubicadas por el clero en su Índice inquisitorial. La intolerancia no consiste en criticar a los intolerantes, como dicen los prelados, sino en censurar o reprimir las ideas o expresiones con las que no se está de acuerdo. Pero a base de practicar la intolerancia, la jerarquía católica no sabe distinguirla ya de la tolerancia. Confunde intolerancia con libertad de expresión y con la decisión autónoma de asistir o no a las diversas manifestaciones de pensamiento o el arte. La Iglesia se queja de una campaña en su contra. En realidad se trata de una reacción social a la hipocresía.
Réplica y comentarios al autor: cres5501@hotmail.com
Profesor, investigador del CIDE
Texto publicado originalmente en el diario mexicano EL UNIVERSAL y transcrito con autorización del autor.
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