Un sindicato español ha pedido la jornada de 35 horas y cuatro días laborables a la semana. La patronal, secundada por el gobierno, ha enseñado las garras ante la amenaza que tal demanda supone para conceptos tan sacrosantos como la competitividad y la productividad. Está claro que cada parte defiende sus intereses, pero ¿realmente eso es lo que necesitan hoy los trabajadores?
Una reducción de jornada laboral supone mayor tiempo libre y, por tanto, una mayor calidad de vida (algo que seguro que no comparten los adictos al trabajo. Otro tema es que para disfrutar de ese ocio suele ser necesario dinero). En la teoría esa reducción debería conllevar un aumento del número de trabajadores en activo, ya que se necesita contratar más personal para realizar la misma tarea de antes pero en menos tiempo.
La gran lucha está en el apartado salarial. Pocos desean renunciar a parte de su sueldo, aunque todos estén de acuerdo en disfrutar de una jornada laboral más reducida. Por un lado debemos ser conscientes de si esa reducción pretende tan sólo mejorar la calidad de vida de los trabajadores o además es una medida destinada también a la creación de empleo. En este segundo caso (entiendo que el más deseable) debemos plantearnos una disminución de nuestros haberes a cambio de que más personas, hoy desempleadas, pueden acceder a un puesto de trabajo. No seamos ilusos, la patronal no mantendrá nuestros sueldos al mismo nivel por menos horas de trabajo (salvo imposición legal, una posibilidad muy peregrina hoy en día) y a la vez contratará más personal, porque los costes aumentan sin contrapartida para ellos. Salvo subvenciones oficiales o desgravaciones fiscales sería absurdo esperar algún tipo de solidaridad o compromiso social por su parte, algo incompatible con su búsqueda de beneficios.
El tema de las 35 horas es mucho más complejo que lo planteado en este esbozo. No obstante, en su momento muchos empresarios se echaron las manos a la cabeza ante la jornada laboral de 5 días y 40 horas y el mundo no se acabó. Y tampoco es nada nuevo. Se aplica en grandes empresas alemanas y está legislado en Francia. En algunas autonomías españolas los funcionarios tienen una jornada de 35 horas. Pero, insisto: ¿Ese es el tema que más puede preocupar al trabajador español? Creo que no.
La mayoría trabajamos oficialmente 40 horas. A la hora de la verdad esa jornada se alarga más o menos. Bien porque sea necesario complementar un sueldo justillo a base de horas extras, bien porque te obliguen con la amenaza -velada o no- de echarte a la calle o con la zanahoria de ser la única manera de prosperar en la empresa. Pasar media vida en el trabajo -y digo bien, estar en el trabajo, que no es lo mismo que estar trabajando- se ha convertido en una forma de supervivencia laboral para muchos empleados.
Lo anterior no es ninguna boutade. Cierto es que en ocasiones el problema radica en que las empresas no desean contratar más personal mientras la carga de trabajo aumenta, de manera que la misma plantilla debe hacer un esfuerzo supletorio para sacar la faena, muchas veces sin la mínima contrapartida de cobrar las horas extras realizadas. No menos cierto es también que en bastantes empresas parece que lo único que importa a los jefes es que la gente siga amarrada a su puesto tras la conclusión de la jornada laboral. Es un espejismo, porque no suele trabajarse más, como señalaba antes, sino que se trata de parecer que se trabaja más, bien porque se hacen las tareas más lentamente o porque se deja parte del trabajo para ese tiempo extra. Cualquiera que haya vivido esta situación sabe cuáles son las consecuencias para los díscolos: imposibilidad de promoción, no renovación de contratos, incluso acoso laboral.
Desgraciadamente se asocia erróneamente alargar el tiempo de estancia en la empresa con una mayor productividad. ¿Y luego nos extrañamos de que las empresas españolas estén entre las de más baja productividad? Si la cultura empresarial de este país es tan ciega no nos debería extrañar. Si un jefe no es capaz de concluir sus tareas dentro de sus ocho horas laborables tiene que revisar dónde está el problema y ponerle solución. ¿Es un incapaz, no está preparado para ese puesto o la carga de trabajo que asume es excesiva? Y eso mismo vale para cualquier trabajador porque, no nos engañemos, hay mucho vago suelto que obliga a sus compañeros a cargar con sus obligaciones por culpa de su dejadez. La solución no pasa porque el jefe obligue a vivir en la empresa a los empleados, ya sea a causa de un perverso deseo de ejercer su poder, de la incapacidad para organizar su agenda diaria o porque sea un ocioso que sólo se acuerda de trabajar cuando llega la hora de marcharse a casa.
Todas esas actuaciones no ayudan a motivar a los trabajadores, ni hará -obviamente- que sean más productivos. La productividad se lograría más fácilmente trabajando todo lo que se tiene que trabajar durante la jornada y no alargándola innecesaria y arbitrariamente en perjuicio del trabajador.
¿35 horas? Sí. Por supuesto. Pero antes preocupémonos de que, efectivamente, a tantos y tantos trabajadores no nos obliguen a trabajar más horas que a una mula de carga o, en su defecto, que se paguen las horas extras (y no como una hora normal o incluso menos). Que se cumpla la normativa de higiene y salud laboral. Que se establezcan medidas para reducir los accidentes laborables y no sea una partida para el ahorro de costes de la empresa. Que se regulen adecuadamente las enfermedades laborables en función de las especifidades profesionales. Que no haya trabajadores en activo sin contrato. Que se castigue y persiga el acoso laboral. Resumiendo, exijamos, simple y llanamente, que primero se cumpla la normativa legal. Que no haya trabajadores de primera y otros de segunda o tercera. Ni más ni menos.
Ya está bien de cerrar los ojos a la realidad. Primero preocupémonos de saber andar antes de querer correr.
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