Introducción
La educación en nuestro país está llamada a ser factor de importantes cambios que pasan necesariamente por la reconsideración y el reconocimiento del papel que desempeña en la sociedad. El primer cambio educativo debe iniciar en el aspecto que en apariencia es el menos importante: la relación profesor-alumno y todas las implicaciones que dicho nexo lleva consigo. La dinámica de las relaciones profesor-alumno tienen por objeto ampliamente aceptado por los pedagogos la reproducción de conductas institucionalizadas al interior del aula escolar, las cuales indefectiblemente tienen por contenido conductas autoritarias que desarrollan una conciencia social en el individuo. En este sentido una importante pedagoga de nuestros días, Esther Pérez Juárez, alude a la concepción educativa que en la inmensa mayoría de los profesores campea:
"En la escuela, profesores y alumnos viven enajenados y, sin darse cuenta, asumen los roles complementarios que la institución les adjudica: el profesor es la autoridad que sabe y que dentro de los límites del aula toma decisiones (...) el alumno, que no sabe, es un subordinado que acata (...) porque ha aprendido a 'depender de', durante su vida familiar, escolar y social." (1)
¿Cuál es el problema?
Desafortunadamente, los procesos de educación-aprendizaje que vivimos constituyen tareas contrarias al raciocinio. Esta afirmación está completamente apegada a la realidad. Cuántas veces sucede que en los salones de clase o se teme al profesor por los castigos que impone a los "malos alumnos" o sencillamente todos los asistentes se encuentran prácticamente dormidos con los ojos abiertos. En ese contexto, el profesor y los educandos no comprenden las implicaciones de lo que realmente sucede en el salón de clase, y lo que ahí tiene lugar es una simple reproducción de las conductas que suceden en la misma sociedad. En el salón los elementos como autoridad, orden, disciplina, represión surgen como fiel reflejo de lo que en sus afueras acontece. Podría pensarse que tales conductas son convenientes o quizá útiles; sin embargo, han predominado esos valores relativos a la dominación y al sometimiento; es decir, se ha llevado el temor, la pasividad y el control a nuestros salones de clase y dejado de lado a valores importantes como lo son la actividad, la participación y la cooperación.
Las alternativas
Prácticamente todos los estudiosos coinciden en que el camino es reconocer que los sistemas educativos no promueven los valores que comentamos y mucho menos los profesores; muy por el contrario, tienden a soslayar la importancia de que el docente conozca su importantísima función como agente de cambio, y al no conocer su importancia, termina siendo reproductor de las conductas que como alumno padeció. Esto significa que no se instruye al profesor en la causa del conocimiento, no se le hace ver que no únicamente su labor se ciñe a impartir su saber, pasar lista, reprender y demostrar su autoridad en el área que domina. Las consecuencias de mantenerlo en esas tinieblas ignorando su función, saltan a la vista con los trágicos resultados: los educandos son sujetos apáticos, pasivos, temerosos, recelosos y flojos. Por eso, no es gratuita la afirmación de que:
"[esta actitud de los profesores] es un obstáculo para la comprensión de la educación como un fenómeno social dinámico: y en la medida que no permite ni siquiera el preguntarse, constituye un refuerzo de reproducción de las formas de concebir la realidad propias de quien ejerza el poder, sea éste una clase social, un grupo, o un profesor ante su grupo." (2)
A mi criterio, dar a conocer al docente -y que éste lo asuma, por supuesto- su papel en la relación alumno-profesor allana prácticamente todo el camino hacia una nueva forma de relaciones en el aula al crear una actitud en él totalmente renovada y libre de los estereotipos del profesor reacio y autoritario, dando lugar al maestro flexible y democrático. Por supuesto, esta actitud supone como antecedente sine qua non que el sujeto, maestro libre de enajenación, es en sí mismo una autoridad en la materia (es decir, conoce y bien). Gracias a su nueva educación se obtendrá un sujeto apto y dispuesto a educar o mejor dicho educar y educarse a sí mismo en un grupo de opinión llamado alumnado.
Los problemas de las alternativas
Lo primero que se ha reconocido de la problemática referida es la enorme necesidad de cambiar la docencia y, sin embargo, la pregunta es cómo. Existen diversas alternativas educativas que parecen atractivas y sería interesante cuando menos intentar ponerlas en práctica a nivel licenciatura o posgrado, siempre con el objetivo de coadyuvar al intelecto del alumno y que él mismo salga del aletargamiento de una educación enajenante.
Interesante resulta el trabajo de Morales Vallejo (3) en este contexto cuando refiere a la ayuda que brinda a la labor del docente el comportarse de manera tal que invite al alumno a aprender, sin embargo, también indica que en ocasiones la muy particular forma de ser no basta para ser buen maestro, sino que hay que tener la idea del servicio muy presente por no mencionar la altísima responsabilidad que en los hombros se lleva. Esta es sin duda alguna el requisito para acceder con éxito a la misión, sin mencionar la propia apreciación de los alumnos a su profesor, aun cuando esto parece simplemente cuestión de percepción subjetiva. En este sentido se manifiesta Morales Vallejo al relatarnos los resultados no pretendidos de la función docente y la enseñanza implícita que el profesor transmite con su comportamiento.
Diversas escuelas abordan la manera de impartir clase, cuestión de la mayor importancia, porque de ello depende que los contenidos se asuman con agrado, que sean producto de una suerte de investigación ligera, en el que se aplique el intelecto. En primer término e intentando aplicar la escuela activa de Ferrière, se tiene como premisa fundamental que el profesor asuma un rol horizontal tal y como si fuera miembro del grupo; en estos términos, el profesor dictaría los problemas al grupo dejando a sus miembros verter los conceptos y soluciones al problema, dando únicamente las pautas necesarias para comprenderlo. Otra escuela aplicable a mi entender sería la de Freinet, quien apoya el fruto de la colectividad e impulsa a los alumnos premiando sus ideas y aportaciones. Por supuesto, no olvidemos que este intento de aplicar dichas escuelas ideadas para niños podría ser atrevido y provocar cierto espanto o invocar una idea de revolución.
Una vez más, lo recomendable es seguir los lineamientos de lo muy brevemente apuntado por Pérez Juárez con respecto al sistema de los grupos de aprendizaje: en ellos, la primera tarea es establecer vínculos a través de programas pequeños y flexibles de estudio con lo que se evita el seguir a ultranza un programa extenso y complicado; orientar al alumno con lecturas básicas pero suficientes y variadas para darle a conocer el panorama de los temas; con ayuda de este conocimiento básico surgirán las inquietudes, dudas y propuestas que establecerán los objetivos del programa y se asumirán como propios de los alumnos; como cuestión meramente instrumental se le dará el tiempo necesario a los contenidos para avanzar en los programas. No sin razón se señala que habrá resistencias de la institución, sin embargo me parece que tal advertencia sólo opera de manera parcial en la generalidad de los casos, dado que un alumno que gracias a estos métodos se compromete apoyará a su profesor sin dudarlo y la misma escuela se verá en la necesidad de mantenerlo.
Cada vez estamos más cerca del objetivo perseguido. Hasta ahora se ha visto la situación personal del maestro y su imagen ante el alumnado, así como la posible aplicación de escuelas pedagógicas a la educación superior. Ahora únicamente resta conocer la forma de tomar conciencia tanto de un lado como de otro en el rol social desempeñado.
Es un hecho que el profesor difícilmente, salvo por su muy elevado nivel de conocimientos o de estudios pedagógicos, dé cuenta del papel enajenante que por definición desarrolla. Por desgracia, la inmensa mayoría de los profesores no conocen el rol autoritario que desempeñan -o si lo conocen, no lo llegan a comprender- e inevitablemente su ejercicio profesional los llevará a la frustración o al pleno goce de su autoridad como seres cuasi divinos. En el campo de la frustración, Díaz Barriga indica diversos factores que impiden al maestro ser un verdadero profesional de la educación. Sociológicamente los profesores no son más que licenciados con un pasatiempo llamado docencia. En el peor de los casos, una forma de sobrevivir y pedagógicamente no conoce más método que dictar textos, regañar alumnos y dejar tareas.
Es una necesidad imperiosa que la institución en donde lleva a cabo su función le dé la educación pertinente -tanto sociológica como pedagógica- para ser maestro consciente de su papel social. Únicamente así podrá realizar una labor cabal con sus educandos. Dicha toma de conciencia debe tener el carácter de revolucionario, pero no en el sentido más estricto de la palabra; con ello no se pretende que el grupo social se rebele al orden establecido, de ninguna manera. Por revolucionario debemos entender a la concepción del conocimiento que el profesor tiene de su especialidad. Su conocimiento no es de ninguna manera ni por ninguna circunstancia algo acabado, finito ni eterno; muy al contrario, lo que él sabe está en constante cambio, sus límites son inalcanzables y siempre se encontrarán nuevas formas del mismo. Cuando el profesor toma razón de ello no se sentirá en la necesidad de imponer su conocimiento como palabra divina. Cuando el conocimiento es entendido de esa manera el profesor permite el disenso, la discusión, las opiniones novedosas; de hecho, requiere de ellas para que su labor sea completa. El silencio es el peor enemigo del profesor revolucionario, por ello impulsa a través de su palabra a conocer e investigar más. Claro que no puede olvidar el lastre que el alumno lleva consigo durante años de opresión intelectual. Por eso su labor no es sencilla como refiere Díaz Barriga en su relación educativa, pero con la firme convicción y actitud puede conseguir prácticamente lo que sea de los alumnos. Justamente esa segunda tarea de concienciar a los alumnos deviene de la propia concienciación del profesor y los ejemplos son prolijos en mi experiencia, ya que el profesor libre de toda enajenación hace participar a los alumnos como Paulo Freire alguna vez comentara que si el alumno se siente parte de la problemática habrá de participar en su discusión.
El papel de la herramienta tecnológica
El uso de las llamadas nuevas tecnologías en la educación puede ser algo fascinante, pero también -hay que advertirlo- peligroso. Digo peligroso porque el atractivo que nos ofrece emplear elementos tales como las computadoras o el internet puede orillarnos a pensar que únicamente basta el uso de estas herramientas para que los alumnos aprendan, olvidando que lo principal se da en la relación de persona a persona, alumno y profesor, y no entre una maquina y el alumno. Quizá el ejemplo más acabado de tales prácticas sea la denominada escuela de la tecnología educativa que basada en el conductismo psicológico tomaba como educación sólo a aquello que produjera un cambio de conducta en el educando, dejando en segundo término a la relación personal entre educadores y educandos.
Lo anterior, por supuesto, no es un consejo a olvidar o despreciar el apoyo que todos los avances tecnológicos pueden ofrecer y que en su carácter de herramientas educativas coadyuvan en gran medida a alcanzar importantes objetivos. El uso del CD-Rom, búsqueda automatizada de información, presentaciones en computadora son sólo algunos ejemplos de su utilidad, teniendo siempre muy en cuenta no caer en el error de suplir al profesor con las herramientas educativas.
Conclusión
El papel de la nueva educación debe pasar tanto por los profesores como por los alumnos con nuevos métodos que vayan más allá de la simple técnica educativa y que impulsen tanto a unos como a otros a la internalización de contenidos académicos; para ello hay que vencer el reto de la inercia educativa que impide razonar lo que se estudia. Trabajos relativos a las nuevas formas de educación hay de todo tipo y los estudios en la materia son prolijos en Latinoamérica, así que por bases teóricas y prácticas no se sufrirá en conseguir. Por otro lado, el papel de la institución educativa debe ser totalmente comprometida con estas dinámicas, so pena de quedar ella misma rebasada y no ser copartícipe de lo que dentro de sus propias instalaciones tiene lugar, y formar parte de las instituciones sociales contrarias al cambio. El nuevo profesor hará pensadores de sus educandos, no obligándolos al cambio, sino invitándolos desde su propia conciencia a acercarse a la verdad.
Réplica y comentarios al autor: lprg77@hotmail.com
(1) PÉREZ Juárez, Esther Carolina, Fundamentación de la didáctica, México, Gernika, 1997, p. 95
(2) idem, p. 23
(3) MORALES Vallejo, Pedro, La relación profesor-alumno en el aula, Madrid, PPC editorial, 1999, p. 22
Fuentes consultadas:
DÍAZ BARRIGA, ÁNGEL, La relación educativa en la tarea docente, México, Nueva Imagen, 1998
___, Los procesos de frustración en tarea docente, México, Nueva Imagen, 1998
FREIRE, PAULO, La educación como práctica de la libertad, México, Siglo XXI
MORALES VALLEJO, PEDRO, La relación profesor-alumno en el aula, Madrid, PPC editorial, 1999
PÉREZ JUÁREZ, ESTHER CAROLINA, Fundamentación de la didáctica, México, Gernika, 1997
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