Dramática resulta la cifra que en los últimos meses conocemos de los suicidios ocurridos en el territorio nacional, especialmente entre jóvenes menores a los 20 años.
Hasta hace poco, México no figuraba entre las naciones de América Latina con altas tasas de suicidios, sin embargo en poco menos de una década nuestro país prácticamente ha triplicado sus cifras.
Los primeros lugares los tenían Yucatán, Campeche y Tabasco, en ese orden, sin embargo, recientemente son los estados de Aguascalientes, Coahuila, Jalisco y Guanajuato donde de manera verdaderamente alarmante se han incrementado el número de decesos en estas circunstancias.
En el mundo, la mayoría de los suicidios ocurre entre los 15 y los 44 años de edad; pero en nuestro país, muchos de los suicidios se están dando entre jóvenes menores de 15 años. En el caso de las mujeres, el número se ha triplicado en esta década, aunque por cada mujer que se suicida -la edad estaría entre los 11 y 20 años- lo hacen 4 hombres.
Independientemente de que los especialistas sitúen las causas de esta tragedia social en el aumento del consumo de drogas y de alcohol, así como de la falta de oportunidades para sobrevivir en un mundo brutalmente competitivo como lo es el naciente siglo XXI, de alguna manera, todos deberíamos sentirnos corresponsables. En México, el número de estudiantes se ha multiplicado, no así el de los planteles educativos, lo que propicia que muchos estudiantes queden fuera del ciclo escolar, ya ni hablar de los otros miles de jóvenes que este año se están graduando -con el enorme esfuerzo y sacrificio de sus padres- y que frente a sí encuentran nulas o pocas perspectivas de empleo.
Como sociedad civil debemos sentirnos responsables, porque inmersos en una vorágine consumista e inmediatista, nos alejamos cada vez más y más de principios y de valores; estamos cayendo en la sinrazón de un cinismo que poco o nada le está ofreciendo a una generación que no alcanza a vislumbrar ni su lugar ni su destino.
Porque en lugar de hablar con la verdad y actuar con congruencia, gobierno, legisladores y partidos se gastan muchas horas y miles de millones de pesos en publicidad, subterfugios y artilugios para defender sus propias posiciones, y el mensaje que prevalece y que está llegando a muchos jóvenes en toda la república pareciera más bien el de una moderna, pero caótica torre de babel en el que nadie se entiende.
No deja de ser trágico, que mientras se escriben estas líneas, seguramente muchos jóvenes están enviando desesperadas señales de auxilio a los padres, amigos, familiares, maestros; ojalá tengamos la capacidad de recibirlas y actuar en consecuencia. Las instituciones, los gobiernos en sus tres niveles, las fundaciones que manejan cuantiosos recursos como Vamos México, tienen la palabra... y el dinero.
Para empezar, solamente para empezar, necesitaríamos una poderosa campaña nacional dirigida a los padres, que enseñe que ningún éxito en la vida, cualquiera que éste sea, compensaría el fracaso de nuestra familia.
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