En el mundo se manifiestan nuevas formas de racismo y nacionalismos exacerbados y renacen signos del fascismo y aparecen fundamentalismos de nuevo cuño. El mercado y la alta competencia dejan sentir su influencia. Las guerras y rumores de conflictos forman parte de nuestra cotidianidad y pareciera que vivimos el preludio del advenimiento de un gobierno mundial omnipotente. El Muro de Berlín tiende a ser sustituido por el muro de la pobreza y el subdesarrollo. El agobio por nuevos problemas, ahora de carácter planetario, como la inmigración, el narcotráfico, contaminación ambiental y la escasez de agua, parecieran obstáculos infranqueables. El portentoso avance de la ciencia y las comunicaciones amenazan con hacernos perder nuestra capacidad de asombro y, por ende, sumergirnos en los abismos del cinismo, la frialdad y la soberbia.
¿Cómo nos relacionaremos con dichas problemáticas? ¿Cómo enfrentaremos los riesgos, las oportunidades y las dificultades que esos procesos entrañan? ¿Hacia dónde apostaremos nosotros, los mexicanos? ¿Qué resultados tenderemos a alcanzar?
En México, el germen de la descomposición social es cada vez más evidente. Ya no sé a ciencia cierta si existe un partido político cuyo modelo o proyecto sea verdaderamente capaz de sacarnos de la situación en la que vivimos.
Una cosa es cierta: estamos apremiantemente obligados a lograr que México avance notablemente, si es preciso a empujar y catalizar lo mejor de nuestros entornos hacia una necesaria evolución positiva. Es urgente que el mexicano contemporáneo despierte, y hay que urgirle a construir sus propias soluciones.
Los males que padece la república son muchos y son grandes. Estamos obligados a actuar antes de que sea demasiado tarde.
Por eso, es tiempo de volver los ojos al fortalecimiento familiar. La familia es el núcleo por excelencia donde se establecen los vínculos más profundos, donde se presenta la verdadera oportunidad de luchar por alcanzar el bienestar social, intelectual y moral de la sociedad. Es ahí donde se puede iniciar la evolución dinámica que requiere nuestro país.
No hay ni existe un mejor entorno que el familiar para enseñar con el ejemplo a ser ciudadanos respetuosos de la ley. No puedo imaginarme un mejor recinto para inculcar valores como la tolerancia, respetar al semejante y, mejor aun, solidarizarse con él.
Se ha dicho que ningún éxito en la vida compensaría el fracaso de nuestra familia. Por eso es vital que actuemos pronta y eficazmente a fin de que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos reciban de nosotros un espíritu combativo, que haga renacer la esperanza y la seguridad, que haga que todos los esfuerzos por mejorar nuestro hábitat se conviertan en realidad. Se debe fortalecer y unir a la familia, y destruir aquello que vaya en contra de la naturaleza humana. Esto es posible y digno de ser emprendido.
Por todo esto y más, saludamos el decreto firmado por el presidente Fox en el marco del Compromiso de Fomento a la Unidad Familiar, en el que se declara el primer domingo de marzo de cada año como Día de la Familia, y hacemos votos para que no se mercantilice.
Si el presidente Fox, en su último tramo de gobierno, iniciara una campaña mediática -como las que él sabe y puede hacer-, en la que fortaleciera la institución de la familia en lugar de la presidencial con el mismo ahínco con que buscó la presidencia de la República, habría hecho más por ella -la República- que lo que hicieron algunos de sus antecesores en muchos años. Eso es todo, lo demás vendría por añadidura.
Réplica y comentarios al autor: salvadorordaz@hotmail.com
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