Hace algunos meses, veía en la televisión un documental que exponía detalles sobre el descubrimiento del genoma humano. Es decir, algo así como el descorrer la cortina que oculta la vida, algo así como el mapa del cuerpo físico. De esta manera, nos llega la noticia sobre la clonación de seres humanos. Son los innegables logros de la ciencia, cuestionados por unos y alabados por terceros.
Para este modesto mortal, la mayor connotación de estos avances de la ciencia es su estrecha relación con lo espiritual.
Todo aquello que de alguna manera no se conoce, es místico y arcano. Al menos en la antigüedad así lo fue el rayo, que se reverenciaba por ser la ira de Dios. Hasta que se demostró la existencia de la electricidad y la esencia que la estimula, se concluyó que por tener la Tierra una carga eléctrica diferente, atraía la opuesta de las nubes -henchidas de agua y buenas conductoras- y se provocaba un enigmático relumbrón, acompañado de un ensordecedor y desconcertante sonido.
Volviendo al tema, es aceptado que los genes de los padres, en toda forma de vida, son los responsables de los rasgos hereditarios en los hijos. En mayor o menor grado se explica ahora que una extensa cinta bioquímica contiene toda la información relacionada con la vida de todos los seres vivos, incluyendo a los humanos. Y que las diferencias entre éstos no son significativas. También se justifica lo expresado con relación a las clonaciones: éstas son posibles y valiosas, ya que proveerán la cura de muchas enfermedades.
El universo es un diseño divino, así como lo es el átomo, y ambos han evolucionado durante eones. El núcleo de la energía universal -para muchos llamada Dios- es quien engendra lo conocido y lo que aún queda por conocer. Es como cada átomo que existe, átomos que no se destruyen, sino que sólo se modifican constantemente para reavivar y perfeccionar la vida.
Los descubrimientos afirman que la humanidad es similar en un 99.99 por ciento. Sólo menos del 1 por ciento es diferente. Empero, esta es la diferencia exterior. Es decir, la desemejanza evidente entre todo lo que existe. Esto reafirma que nuestro origen está emparentado. Somos semejantes y hermanos. Todos estamos aquí y ahora, donde compartimos las maravillas de los reinos de la naturaleza.
Los reinos de la existencia, en un escalón menor o mayor de la evolución, son coherentes y armónicos. El género humano es parte de esta evolución, y es una partícula energética esencial que cohabita en el universo, amalgamada a lo que se conoce como "UNO".
El sabio observador puede ver esta realidad uniendo las razas, filosofías y religiones. Se regocija de tener la experiencia más extraordinaria de la vida cuando demuestra que somos análogos y que la diferencia sólo es una fachada física.
Un nuevo velo ha sido removido con el descubrimiento del genoma humano y los avances en la clonación. Lo importante es que estos logros sirvan al bien común y no a las fuerzas del mal. No tengo la menor duda de se ha vuelto a demostrar lo dicho por Cristo: "Nada de lo que está oculto quedará sin ser revelado".
Esto debe inspirarnos a respetar todas las formas de vida existentes, y utilizar con sapiencia los avances científicos y tecnológicos, sin olvidar que aún faltan muchas cosas por manifestarse en el universo. Y la Tierra no escapa a estas verdades.
Réplica y comentarios al autor: liberpalabyopin@reymoreno.net.co
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