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   ¿Realidades o apariencias?

Las cosas no siempre son lo que aparentan. Muchos filósofos han abundado acerca de ésta tan importante aseveración. De hecho, en los inicios de la especulación filosófica se planteaban, entre muchas otras, preguntas como ésta: ¿Lo percibido por los sentidos, acerca del mundo y del corazón del hombre es verdaderamente real, o mucho de lo percibido es más producto de nuestros deseos e imaginaciones? Sucede, me parece, que lo que estimula nuestro ojo, nuestro oído u otras sensaciones representa únicamente la superficie de las cosas. El poder de la mente y de la inteligencia debe sumergirse por debajo de la superficie para tratar de capturar la realidad que yace bajo las apariencias. "No todo lo que brilla es oro". "Caras vemos, corazones y espíritus no sabemos". ¿Le suenan familiares? Platón hablaba del mundo de las Formas, entidades invisibles de las que se componía la "verdadera realidad". El mundo de los sentidos, el mundo visible, no es otra cosa que una simple distracción (el marketing propagandístico apela a los sentidos, rara vez a la reflexión). De haberse seguido la idea de las Formas, actualmente viviríamos posiblemente buscando capturar la realidad no cambiante inmersa dentro de todas las cosas.

Cuando los grandes pensadores como Platón hablan de la realidad, ellos se refieren a esa realidad inmune a todos los cambios y variaciones que saturan la superficie del mundo. Así, los números de Pitágoras, las formas de Platón, el motor inmóvil de Aristóteles, los átomos de Epicuro, el Dios de San Agustín, la sustancia de Descartes y el ser de Edith Stein, entre otros, todos ellos permanecen inmutables a pesar de los cambios que observamos a nuestro alrededor. Cuando penetramos por debajo de la superficie, obtenemos la esencia de las cosas, aquello sin lo cual no serían lo que son. Supongo que esto nos sirve, como seres vivientes del día y de la luz, para darnos cuenta que bajo toda apariencia existe algo sólido, una Realidad Metafísica.

En la vida, también, existe la superficie y la profundidad. Las cosas no son lo que aparentan. La persona en la que usted más confía le traiciona. También usted se da cuenta que no se conoce a sí mismo y que con frecuencia se engaña; al hacerlo, no sabe con certeza los motivos subconscientes que le llevan a cometer ese autoengaño. Pronto se aprende que algunas veces la gente que aparenta ser amigable, está llena de envidia y rencor. Que son agradables frente a frente, y que tan pronto como les vuelve la espalda, le asestan terrible cuchillada (¿también tu Bruto?). ¿En quién puede usted confiar? ¿Puede confiar en usted mismo? Todo aquél que decide y toma decisiones sobre la base de las apariencias, se convierte poco a poco en un ser sumamente vulnerable e iluso en un estado casi terminado o perfecto, listo para ser explotado por los demás. En cambio, el desconfiar de todo mundo como consecuencia de los golpes recibidos, tampoco le evita el ser torpe de entendimiento, pues ahora es víctima de sus propios miedos y percepciones. En ambas posturas, me parece, hay un error (un error es un error, los adjetivos, grave, leve, en este caso salen sobrando).

¿Y qué podemos decir del mundo de la política? Bueno, también en el mundo de la política existe una superficie y una profundidad. Quienes viven en la opulencia del poder político, la superficie de la vida puede serles bastante placentera, pero ésta realidad no es nada comparada con la realidad de quienes viven fuera de esta opulencia política y en latitudes donde la guerra y el hambre devastan el paisaje humano, donde se convive con la pobreza, con la enfermedad, con la ignorancia y con la muerte prematura, causadas muchas veces por la codicia de los grandes capitales colonialistas y de estilos de vida consumistas que se desarrollan en las partes más ricas del mundo. Estas gentes pueden, si así lo desean, ignorar el dolor y el sufrimiento de las personas que viven en regiones pobres, y con la suerte de la superficial estadística, únicamente ver a su alrededor un mundo aceptable, lleno de placer basado en el consumo desbordado. No hay personas que los vean en las calles en donde viven, no hay violencia y sí, en cambio, se está en espera del consumo de placeres anticipados. La profundidad es el horror y la superficie es la escena social que se revela frente a sus ojos. Otros viven en la fealdad que la vida de carencias les impone y para ellos esta realidad es la superficie. Con el paso del tiempo y la indiferencia, todo mundo olvidamos como puede ser posible que vivamos juntos en una paz y armonía relativas. Es bueno darse cuenta que no se puede hablar de verdaderas experiencias cuando proceden únicamente de la superficie. No siempre se puede confiar en las ideas propias cuando nacen de las apariencias. La misma ciencia nos muestra lo extraño que el mundo es, especialmente en la escala del microcosmos y del macrocosmos. Las cosas no son lo que parecen. No siempre se puede confiar en los demás, como tampoco se puede detectar la verdadera buena voluntad. No se debe confundir una superficie que parece agradable, con una profunda injusticia presente en el mundo. Por otro lado, las profundidades no son el todo dentro de la realidad. Las apariencias tienen su propia realidad para los seres humanos (la imagen hay que cuidarla, dicen los mercadólogos), y no habrá explicaciones suficientes que las hagan desaparecer y que hagan obvia la presencia de otra Realidad que nos satisfaga. Es un error de apreciación el detenerse en las apariencias y dejar de buscar las verdades reales y profundas, así como también es un error sumergirse dentro de las realidades al grado de hacer desaparecer las apariencias. El metafísico tiene que ganar su sustento. Los escépticos acerca del corazón humano deben vivir en relación con otras personas. El ver la realidad de las injusticias del mundo, no debe impedir ser justos con quien se mantienen relaciones sociales superficiales. A final de cuentas, la superficie es la superficie de lo profundo y lo profundo es lo profundo de la superficie. Esta es una conexión que siempre hay que tener presente. En resumen, una vida reflexiva nos garantiza un vivir pleno en cada momento de nuestra existencia en el que podemos manifestar por medio de nuestros actos, que estamos despiertos y que somos prudentes e inteligentes al distinguir las esencias que se encuentran en la profundidad de las realidades diarias que vivimos.

Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx




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