Ocurrió intempestivamente... el pensamiento anidó en mi mente y acosó la intimidad en donde yo trataba inútilmente de aislarme del ruido externo y de la miríada de ideas que galopan en las profundidades de mi mente. Normalmente, me decía tal pensamiento, "la gente como tú cree que las amistades se fortalecen en aquellos aspectos compartidos por dos personas". Pero ¿podría darse el caso de que las relaciones se fortalecieran a medida que las diferencias se hicieran evidentes? Esto viene al cuento por la creencia popular de que entre más cosas tengamos en común con otras personas, mayor probabilidad de éxito de lograr una relación duradera. O si no... ¿será verdad que quienes dicen apreciarme y amarme, lo hacen debido a las verdaderas diferencias que sostengo con ellos o con ellas?

Me parece que así es. Somos tan diferentes unos de otros, que sería sumamente aburrido tratar con seres humanos que fuesen una calca espiritual de lo que somos nosotros.

No importa cuántas cosas las personas tengan en común -la religión, la política, la clase social, el nivel económico, o lo que sea-, una vez que inician una relación, pronto descubren todas las diferencias que los hacen ser diferentes entre sí. Esto es una ley natural que todo mundo sabe, aunque la mantenga en el fondo de su inconsciente. Por ésta razón somos prontos a destruir, "sin darnos cuenta" a otras personas, aunque en el fondo sintamos aprecio por ellas. No tenemos idea de cómo lidiar con las diferencias que tenemos con los demás y menos cómo llevar relaciones profundas que se reflejen en actos, más que en meras palabras, que únicamente flotan en la superficialidad de las relaciones humanas: de la misma manera que el aceite flota en el agua y nunca llega a penetrar las profundidades de la misma, y jamás forma un medio continuo que los mantenga como un solo cuerpo. Simplemente, al menos así me lo manifiesta este pensamiento que me taladra, tenemos miedo de esas diferencias, o quizá hasta nos sintamos amenazados por ellas. Parece ser que la idea imbuida por el sistema social que nos dice "que hay que competir sin tregua" con el otro, nos autoriza y nos da razones para echarnos unos a los otros, para enfrascarnos en batallas y luchas de poder sin tregua. Así que sin desearlo, y más bien de una manera casi automática, dañamos o destruimos aquello que pudiera convertirse en una relación de buena amistad. ¡Esto no debería de suceder! Pero sucede.

Sin embargo, con inteligencia, madurez, equilibrio y sangre fría, podemos, después de un análisis profundo, tornar esas diferencias en puertas que nos conduzcan por senderos de mayor intimidad y de significados espirituales que una verdadera y positiva relación puede brindar. Las diferencias pueden y deben ser transformadas en catalizadores para el cambio, para el crecimiento personal y para adentrarnos en la misteriosa aventura del autoconocimiento, más que una fórmula que produzca desastre y dolores de cabeza. Esas, en apariencia, grandes diferencias, pueden ser comparadas con el grano de arena dentro de la ostra -irritante, dolorosa y difícil de sobrellevar-, necesaria para construir una perla.

La magia de las diferencias puede lograr grandes cambios y transformaciones en la vida de cada uno de nosotros, en relación con los niños, con los amigos, con los asociados de negocios, si procuramos no olvidar que el otro ser humano no es como nosotros. Tan obvio y tan tontamente claro como suena, a la mayoría de la gente se nos olvida esta verdad esencial e inconscientemente esperamos que los demás piensen y actúen justamente como nosotros. Todos, sin excepción lo hacemos. Y ni cuenta nos damos.

Una vez que estamos concientes de este error, vemos que las visiones, sentimientos y comportamientos de nuestros amigos "no pueden ser ridículas o equivocadas". Simplemente son diferentes. Nuestros amigos o conocidos valoran sus posturas de la misma manera que nosotros valoramos las nuestras. Cuando cada quien sinceramente nos preguntemos con verdadero sentido de descubrimiento de los porqués del otro, entonces, y sólo entonces, podremos empezar a descubrir el significado de una verdadera y duradera relación de amistad. Inmediatamente dejamos de creer que sabemos todo acerca de nuestro amigo y ponemos un alto a los juicios superficiales del actuar ajeno. Más bien, dado que la amistad es valorada en toda su extensión, ahora permanecemos abiertos para poder aprender todo lo que podamos acerca de esa persona. Esto resultará en una amistad más profunda en la que ambos nos sentiremos mejor sintonizados, más presentes y más vivos.

Creo que, a final de cuentas, definir y descubrir quién es uno como individuo y quiénes somos como amigos, debe ser el objetivo de una relación amistosa duradera. Se produce una especie de magia, justamente lo que el aprecio entre amigos se supone que es: un misterio que nos llena de sorpresas. Es un misterio real, bello en su manifestación y en su significado. Es la magia de las diferencias y de nuestra manera de actuar frente a las mismas, quien actúa como catalizador en nuestra propia evolución a través del entendimiento espiritual y que nos conduce por senderos nuevos de la experiencia, dándonos una fuerza interna, capaz de sortear las dificultades que se presentan en el desarrollo de la verdadera y auténtica amistad.

Todo esto se esconde dentro del misterio de las diferencias, y puede ser nuestro, si estamos dispuestos a modificar nuestras apreciaciones y a permanecer en estado de alerta, ante las traiciones de las costumbres sociales.

Saludos a todos quienes me regalan su amistad, paciencia y comprensión.

Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx