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   Cuando la vida termine

Cuando termine la jornada de la vida, cuando no haya más suspiros, cuando la energía originalmente puesta en este cuerpo lo abandone, cuando dejen de existir rencillas, violencias, envidias, ansiedades, angustias, alegrías, odios, rencores, amores, placeres, trabajos, lealtades, verdades, relaciones, sufrimientos, alegrías, ambiciones, codicias, mentiras, esperanzas y toda clase de sensaciones, pensamientos e incomprensiones propias de un ser viviente al que se le ha dado el uso de la razón, como un privilegio concedido a quienes saben de su nacimiento, de su desarrollo y, finalmente, de su muerte...

Sí, cuando todo esto y más deje de existir dentro de nuestro cuerpo, receptor de experiencias, de estímulos externos; nuestro cuerpo que transporta día a día el espíritu que nos anima y que trata, a veces infructuosamente, de comunicarse con otros espíritus errabundos por el mundo.

Cuando ya no haya un hálito que muestre nuestra pertenencia a esta dimensión del tiempo, en la que muchos peregrinamos de un lugar a otro; donde quisiéramos encontrarnos con nuestros semejantes; donde cada quien luche por su existencia de manera propia, usando algunas referencias que la historia va dejando sembradas a lo largo de nuestro camino.

Cuando al final de la recta de la vida dejemos la piel que contuvo nuestros órganos, que le dio cierta belleza a nuestra carne y, que arrugada pero hermosa, termine la función para la que fue creada. Sí, esta piel, de diferentes colores, texturas, atracciones y tamaños, finalmente ceda ante la imperiosa necesidad que tiene, todo cuerpo en tensión, de finalmente relajarse y descansar para siempre.

Cuando la luz que penetra por nuestros ojos deje de ser percibida como tal, y no importando cuánto tiempo incida en nosotros, no encuentre diferencia en cuanto al día o a la noche.

Cuando los sonidos ya no produzcan ninguna experiencia de placer o rechazo en la materia contenida y organizada alrededor del ser viviente que solíamos ser.

Cuando dejemos de "ser-en-el-mundo" y toda esperanza haya desaparecido de nuestra conciencia.

Entonces, y sólo entonces, habremos de ser devueltos a nuestros orígenes, sea en forma de ceniza o en forma de tierra.

Difícil saberlo.

La suerte y la verdad acompañan la habitación vacía que es todo cuerpo inanimado. Quizás hayan seres humanos alrededor de él en un acto del cual ya no es partícipe activo, y posiblemente emitan algunos vocablos sin sentido a quienes vivieron cerca de tal persona. Algunos harán acto de presencia por el mero hecho de constatar la desaparición del espíritu de tal persona y habrán de regresar al bullicio, que a veces como el zumbido producido por las abejas de un panal, molesta y aburre a los que se quedan en su finito caminar por la vida. Habrán algunos rituales de índole religioso, mediante los cuales se pretende encomendar el espíritu ausente al Eterno Creador; habrán rituales sociales de tipo parlante, en los cuales las energías acústicas de todos los bípedos sapiens, manifestarán clichés del tipo de "lo siento", "lo acompaño en sus sentimientos", "entiendo su dolor", "estoy con usted", etc., etc., etc. Será por breves momentos el tema de conversación de algunos bípedos sociales, y finalmente permanecerá en el olvido para siempre.

Para quienes de alguna manera mantenemos la creencia en un Ser Supremo, hacedor de existencias, de conciencias y de libertades, quedarán siempre las dudas persistentes acerca del veredicto final de nuestras efímeras, y a veces vacías, existencias. Pensamos que Él sopesará no tanto la magnitud de nuestras obras, sino la magnitud de nuestras generosidades.

Nunca será importante el lujo y tamaño de las residencias donde habitamos, sino más bien, si Él verdaderamente habitó con y entre nosotros y le permitimos hacer de nuestra casa un hogar.

Por supuesto que no medirá el estatus del barrio donde construimos nuestra casa, sino que habrá de sumar las veces que logramos que nuestros vecinos sintieran la alegría de vivir por el simple hecho de ser aceptados y amados como son.

Los lujosos autos no le importarán en lo absoluto, pero sí el uso que les dimos, si tuvimos la suficiente sensibilidad como para detenernos a llevar a quienes siempre carecieron de ellos.

Verá no la belleza de nuestro cónyuge, sino si lo amamos de verdad y le fuimos fieles.

No le importará el estilo de nuestras vestimentas, sino que nos pedirá cuentas de a quiénes ayudamos a vestir, cuando estaban desnudos.

Verá que hayamos sido padres amorosos, no tanto por el número de hijos que engendremos y cuánta materia les dimos.

No se fijará en nuestra fama, sino en nuestra reputación como seres íntegros, amables y preocupados por la congruencia entre nuestras palabras y nuestras las acciones hacia los demás.

No revisará nuestros kilometrajes de viajeros por el mundo, sino más bien si fuimos capaces de mejorar este mundo del que fuimos parte.

Sabrá de todos los problemas que enfrentamos, pero verá únicamente cuántas veces ayudamos a quienes no sabían cómo enfrentarlos.

Nos preguntará si realizamos algunos milagros en el nombre de Su HIJO, y no si lo llegamos a conocer.

No habrá de examinar la cuantía de nuestra sabiduría como profesores, aspirantes a maestros, sino más bien examinará con minuciosidad si fuimos ejemplo y guía para nuestros alumnos; si les ayudamos a ganar conocimientos; si les ayudamos a adquirir virtudes que les ayuden en su largo caminar por la vida; si pudimos advertirles de los peligros que acechan a todos los que formamos parte de la raza humana.

En fin, todo viaje que se inicia con el nacimiento de un ser, debe por naturaleza y designio, terminar. Una vez terminado, lo que los seres humanos digan o dejen de decir de Él, es totalmente irrelevante ante los ojos de quien todo lo puede, todo lo sabe y todo lo ve.

Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx




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