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   Se fue el gordo de rojo

Hace tiempo, durante una de mis caminatas por las calles del centro de la ciudad, caí de nuevo en la evidencia de que la vida está hecha de decisiones: hacia la mitad de la cuadra, una chica con unos ojos lindísimos me entregó una pequeña tarjeta de presentación a todo color que dice "sensual approach", ilustrada con la encantadora fotografía de una dama escasamente vestida. El pequeño documento era una invitación para un bar topless y, por supuesto, el gancho era una bebida de cortesía al llegar.

Metros adelante, una chica muy guapa (la recuerdo a la perfección: vestía un pantalón de mezclilla un poco ajustado, sin ser chocante ni corriente; una playera ajustada, de tono beige, aunque sin escote y con media manga; una cara blanca, hermosa, en la que destacaba una nariz fina y delgada) me miró a los ojos y con la sonrisa de quien hace su trabajo convencido de hacer lo correcto, me extendió una papeleta con la mano derecha.

No pude reprimir la idea de que dos invitaciones eran demasiadas en un plazo tan corto: tal vez me debería dejar llevar por las sirenas... Para mi extrañeza, al recibir la última publicidad me encontré con un papel de fondo azul y grandes letras negras: "Ven a Dios, sólo Él te ama..." Compartiendo mi sorpresa con la delicada niña que me entregara el último volante, le mostré ambas invitaciones. Ésta miró mis manos con asombro y emitió una sonora carcajada mientras continuaba con su repartición, alejándose de mí.

Por banal que esto parezca, es un elocuente ejemplo de lo que sucede a diario en nuestras vidas: la necesidad de elegir entre un camino u otro. Nuestra vida está poblada de decisiones y, a menos que formemos parte del decepcionante grupo de los que se dejan llevar por la corriente, a diario nos vemos obligados a definir el rumbo.

Estos Tiempos de Reflexión, ahora que iniciamos un nuevo año (con todo lo subjetivo que esto pueda ser, dado que para la gran mayoría de los pueblos asiáticos el año comienza con las fases lunares y no las solares), pueden ser excelentes para analizar y definir lo que deseamos para el corto, mediano y largo plazos de nuestras vidas.

Primeramente pensar si el momento en que nos encontramos nos proporciona la felicidad y satisfacción necesaria para animar nuestro ser. ¿Estamos cumpliendo sueños o, al menos, trabajando para conseguir algunos de ellos? La rutina suele ser uno de los mejores agentes para aniquilar ilusiones. Si estamos enfrascados en ella, ¿podemos hacer algo para fragmentarla de forma paulatina? Romper con la monotonía suele ser difícil si no estamos preparados a sacrificar un poco de nuestras comodidades: si no estás dispuesto a dejar de ver las tres horas de televisión que absorbes cada día, difícilmente podrás salir a un concierto o actividad social.

La vida moderna recompensa a quienes evitan los movimientos bruscos: un empleado que ocupa su tiempo en realizar todas y cada una de las tareas que le han sido asignadas siempre será más reconocido que aquel que cuestiona sus responsabilidades. Pasar veinte años detrás de un escritorio puede ser una excelente muestra de profesionalismo, aunque muy malo para la salud mental. Sin darnos cuenta, las labores cotidianas absorben cada día un poco más de nuestro tiempo, al grado que cuando podemos permitirnos ciertas horas libres para actividades personales, éstas se convierten en un premio, cuando en realidad deberían formar parte de nuestro acontecer cotidiano.

Es difícil reconocer que un cambio podría ser bueno en nuestras vidas, sobre todo cuando hemos construido toda nuestra existencia alrededor de ciertos valores (casi siempre económicos) que en el tiempo se van haciendo muy difíciles de abandonar: las mensualidades del auto, el pago de la hipoteca de la casa, las colegiaturas... y, sin embargo, no somos sino nosotros quienes hemos tomado la decisión de contratarlos.

¿Por qué se hace importante reflexionar en este momento acerca de todo ello? La razón es muy sencilla: la vida pasa y cada vez nos hacemos de una mayor cantidad de responsabilidades y obligaciones, un poco como el que cava y cava en busca del tesoro, sin darse cuenta que al final ha hecho un pozo demasiado profundo como para poder salir de él. ¿No nos cuestionaremos al final del camino si de verdad hemos actuado en consecuencia de nuestros sueños? Debe ser muy duro llegar a la edad senil y pensar que pudimos haber descubierto muchas cosas, pero optamos por una vida de conformismos.

En segunda instancia, un excelente ejercicio de reflexión podría ser el de analizarnos en el momento actual y hacer una pequeña comparativa con el pasado de mediano plazo, digamos cinco años: tal vez parezca un poco extraño, pero ¿se ha preguntado el lector por qué, a pesar de su mejoría económica, trabaja cada vez más? ¿No es un tanto paradójico que hagamos un esfuerzo laboral por mejorar nuestras condiciones de subsistencia y terminemos más esclavizados de lo que estábamos al principio?

La vida contemporánea se ha convertido en un sistema de competencia general. Los humanos hemos dejado de trabajar en pos de una calidad de vida y somos ahora víctimas de un cotidiano bombardeo mediático. "Compre, elija, decida, obtenga..." son palabras comunes en la publicidad desde hace lustros, pero hoy en día se han convertido en un sistema de comparación: "su vecino tiene un ***, ¿y usted qué espera para obtener el suyo? ...proporcionamos todas las facilidades".

Ojalá fuesen únicamente autos, celulares, enseres domésticos, viajes y artículos de moda; la publicidad ha permeado el sistema educativo, al grado que los padres hacen hasta lo imposible por alcanzar un estatus social al enviar a sus hijos a las escuelas que más alta colegiatura cobran ¡Hay que ver el tipo de estudiantes que hay en los "mejores" colegios! Niños-ente-económico que discuten entre ellos por saber quién tiene la mochila más cara o viste con ropa de marca. Me sorprendió el apodo que escuché decir a un pequeño de ocho años, hablando de una compañerita de clase de piel morena y cabello negro: "La chacha". ¿Es ése el sistema educativo que requiere nuestro país?

Meses atrás discutía con un padre de familia que alegaba que tenía que trabajar cada día más para poder pagar la colegiatura, pues ahora su segundo retoño entraría a la primaria, con lo que el costo educativo se duplicaría. "¿Por qué no lo cambias a la escuela pública?", le pregunté. "Es que en la escuela de gobierno no le dan clases de computación, ni de inglés, y ello es muy importante hoy en día", me respondió.

Claro, reflexioné: es importantísimo que un niño de seis años aprenda a utilizar Excel para hacer sus tareas y conocer la tabla del tres, o que aprenda a leer el periódico en Internet. Tal vez también deba aprender a programar en web para que sepa diseñar páginas cibernéticas. ¿Y eso le ayudará en realidad a ser niño? Cuántos jóvenes adolescentes conocen a la perfección el funcionamiento de un programa de computación y jamás han visto un oso, ¡ni siquiera en el zoológico! ¿Cuántos tienen oportunidad de platicar con un padre sobre sus dudas existenciales, cuando papá está "siempre en la oficina"?

Un ejercicio numérico muy rápido: ¿cuántas horas hombre necesita trabajar un padre de familia para pagar una colegiatura de tres mil pesos? Digamos que fueran cincuenta, si tiene la fortuna de recibir unos sesenta pesos netos por hora de trabajo. ¿Y si mejor dedicara una hora por día a su vástago en lugar de dejar el cien por ciento de su educación en manos de terceros?

Treinta horas por mes bien pueden ser el equivalente de cuatro sábados de día de campo, dos visitas semanales a la biblioteca local, una caminata por el parque e incluso una visita al zoológico en familia... ¿no es esa la calidad de vida que buscamos? ¿Es entonces el crecimiento en el escalafón laboral o el aumento del sueldo lo que nos permite disfrutar de una mejor existencia? ¿Estamos mejor ahora que hace 5 años?

Finalmente, bien vale la pena el analizar el legado que dejaremos a nuestro universo. El viejo adagio chino (¿o hindú?) dice que para trascender es necesario cumplir tres objetivos: "sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo". En más de una ocasión me he preguntado si existirá un orden específico en todo ello o, si incluso, "el orden de los factores alterará el producto". ¿Qué tal si "sembramos un libro, tenemos un árbol y escribimos un hijo" o "tenemos un libro, escribimos un árbol y sembramos un hijo"?

Sembrar, escribir y procrear son verbos de largo plazo, pero implican, ante todo, una acción inicial: la decisión de llevarlos a cabo y, sobre todo, un trabajo del que probablemente no se aprecien los frutos, sino de forma mínima, en el corto espacio temporal de una existencia. Por eso es que muchos prefieren atesorar lo económico, ya que eso sí se nota de modo casi instantáneo.

Recuerdo haber sembrado más de tres árboles mientras hacía mi servicio militar y no tengo sensación alguna de haber legado algo, así que con probabilidad la frase sea más bien una analogía por "cuida tu medio ambiente y convive con él".

El que escribe pasa, antes del proceso de creación, por una etapa de instrucción: hasta los malos escritores han leído bastante, y acá la analogía me suena a "aprende y comunica".

Procrear es una actividad sin duda básica en nuestro devenir, pero ha sido tan mal empleada que nuestro mundo se ha triplicado en menos de cincuenta años, así que prefiero pensar que la reflexión corresponde al pasado y que hoy en día podemos compartir nuestros conocimientos con los muchos desheredados de nuestro mundo, sin tener por fuerza que incrementar la masa poblacional.

No veo mejor solución que hacer algo por mejorar nuestro mundo, dentro de nuestra esfera de influencia: compartir, ayudar y respetar.

Vivir una "pequeña, pero feliz" vida, podría contarse dentro de los objetivos finales de nuestra existencia: legar un mundo que puedan vivir los demás, sin hoyos de ozono ni natas de contaminación; hacer de nuestra sociedad un medio más igualitario, en donde todos tengamos oportunidades de desarrollo. ¿No es éste un buen momento para reflexionarlo y poner manos a la obra?

No esperemos a que llegue el próximo diciembre y tengamos que pensar de nuevo en el gordo señor del traje rojo que nos deja sin quincenas y nos obliga a vivir del crédito bancario los siguientes meses del año que está por comenzar. Decidir el futuro está en nuestras manos.

(*) Trovador d’époque

Réplica y comentarios a los autores: samorales@hotmail.com




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