Tantos problemas aquejan a nuestra ya tan rajada sociedad que pareciera ser que ya no existen soluciones disponibles en la azarosa tarea de remendar el tejido social y, posteriormente, usando cicatricure, hacer desaparecer las cicatrices que quedan en la epidermis mental de todo habitante de este México a punto de evaporación. Esta es una sociedad mexicana repleta de ejemplos de personas que dicen una cosa y terminan por hacer otra; es una sociedad saturada de individuos cuyas manos izquierdas pretenden no ver lo que hacen sus derechas; esta complejidad de seres, raza de bronce, cuyas acciones desmienten de manera descarada las dizque convicciones que dicen defender con tanto ahínco. Mientras que los servidores públicos y las maddonas de los medios de comunicación sirven banquetes de discursos, unos diciéndolos, y los otros criticándolos, pero si nos tomásemos un milisegundo para examinarnos, muy pronto nos daríamos cuenta que padecemos, en varios grados de avance, una enfermedad universal: "nuestra propia imperfección y debilidad humanas". Esta enfermedad no es otra cosa que un defecto de origen que se puede expresar mediante aquella frase que nuestros ancestros decían, y que ahora nosotros decimos a nuestros jóvenes: "hagan lo que les decimos, pero no imiten lo que hacemos". Recordamos aquellas historias que algunos padres de familia referían a las formas inquietas que tenían sus hijos de comportarse: "en la escuela se portan muy bien, pero en la casa son unos demonios". Me parece que, en un sentido real, todos somos como tales chicos. Damos ejemplos a diestra y siniestra de la incongruencia que inunda nuestras vidas, misma que muestra la diferencia entre nuestras acciones y los principios que decimos defender, entre lo que sabemos que es correcto y lo que hacemos, entre los ideales y la realidad de nuestras fallas personales. Los dobles estándares en los juicios que frecuentemente hacemos, a menudo inconscientemente, de los demás, son una muestra de los niveles fantásticos en que nos movemos. Somos rápidos en señalar las faltas de los demás, pronunciamos discursos a nuestros hijos acerca de sus malos comportamientos, etiquetamos a los servidores públicos (algunos de ellos, pensamos, lo merecen), pero es raro que pensemos en la posibilidad de que quizás también somos insensibles a las necesidades de nuestros amigos, de nuestros familiares o, en ocasiones, siendo permisivos con nosotros mismos en nuestros trabajos. Nuestra fallida naturaleza humana, sin excepción, siempre se ve hendida entre las acciones convenientes e inmediatas y los caminos siempre difíciles, apegados a los principios y valores; estos últimos sólo son recorridos por aquellos que son impulsados por un espíritu de verdad, de autenticidad y de la búsqueda objetiva de encontrar la acción correcta, verdadera y apegada a los principios universales trascendentes.
A menudo evitamos dirigir los rayos luminosos de nuestra crítica juiciosa a nosotros mismos. Después de todo, criticar a los demás es un ejercicio fácil, socialmente aceptado y siempre de moda, por lo que, en este aspecto, siempre estamos en lo actual. Nos movemos con placer a buscar espacios de charla que nos permitan señalar con cierta saña los errores de los demás; lentos nos vemos para abrir los mismos espacios hacia la autocrítica. Parece ser que la norma aceptada en nuestra sociedad pulcra, honesta y perfecta no es otra que convertirnos en celosos vigilantes de las actuaciones de funcionarios públicos y privados para señalar con índice de fuego sus ineptitudes y sus excesos; también, pretendemos ser la conciencia de algunas personas que, acorde a nuestra impecable perfección, son incapaces de hacer lo correcto en sus relaciones familiares; a veces pretendemos ser los administradores responsables que corregimos, y amonestamos a quienes, por cuestiones de trabajo, laboran bajo nuestras órdenes. Me parece que si algo nos hace falta, es la habilidad para aplicar la lente amplificadora a nuestra propia persona. Se nos olvida que la verdadera caridad comienza en casa, o sea, dentro de nosotros mismos. ¿Cuántas acusaciones dejaríamos de hacer cuando nos encontrásemos haciendo las mismas cosas que criticamos en otros? ¿Hasta dónde, sin darnos cuenta, justificamos nuestras propias tropelías, fraudes y chantajes?
Decimos que nuestro país está mal, que está enfermo de corrupción, violencia, injusticia, mentiras, materialismo, inequidad, etc. Pero, no nos hagamos tontos, pues "todos los cambios se inician desde dentro". Si verdaderamente deseamos mejorar nuestra sociedad mexicana, debemos empezar por mejorarnos a nosotros mismos, y para mejorarnos a nosotros mismos se hace necesario la profunda reflexión personal. ¡Sí, deseo que México cambie! Bravo... un aplauso. Pero para lograr cambiar a nuestra sociedad es necesario comenzar por la acción cambiante individual; o sea, llevar a cabo acciones personales que nos mejoren como individuos. Así que todos debemos luchar por ser mejores en la manera como usamos nuestro tiempo y el de los demás (puntualidad); en la manera que tratamos nuestro medio ambiente; en cómo nos comportamos con relación a la ética y a la moral; a la manera que obtenemos nuestros ingresos, etc. La gente, usted, yo, el vecino, el pariente, el amigo, el patrón, el cura, el pastor, el político, el funcionario, el profesional, etc., debemos examinarnos críticamente y respondernos a preguntas tales como: ¿el trabajo que hago vale verdaderamente lo que digo que vale?; ¿qué he hecho con los recursos que la sociedad me ha permitido tener a través de las instituciones educativas a las que he acudido?; ¿qué le he regresado a la sociedad como agradecimiento por lo que me ha dado?, etc. Puesto que lo que hagamos con responsabilidad o lo que dejemos de hacer por nuestra apatía, redundará en beneficio o perjuicio de nuestro medio.
Éste acto de reflexión debe llevarse hasta los rincones más oscuros de nuestra persona. Cuestionarnos si hemos hecho un buen uso del tiempo que se nos concede día con día; si el trabajo que hacemos diariamente cumple con los estándares de calidad que exigimos; si somos capaces de aceptar que somos personas susceptibles de error; si terminamos nuestros trabajos en las fechas en las que nos hemos comprometido. ¿Somos ordenados? ¿Somos limpios, interna y externamente? ¿Poseemos los bienes estrictamente necesarios para vivir una vida sencilla? ¿Contribuimos a que nuestro entorno esté ordenado, limpio y atractivo? ¿Empleamos nuestras habilidades y talentos donde podamos beneficiar a la mayor cantidad de personas? ¿Cumplimos con las promesas que hacemos? ¿Estamos comprometidos con nosotros mismos para mejorarnos y vigilarnos con ojo despierto y alerta? Si Dios nos ha dado una cantidad limitada de tiempo, de habilidades y otros recursos personales, tenemos la responsabilidad de sacarles el máximo provecho, de poner nuestros recursos al servicio de los demás, para su beneficio y para contribuir a la construcción de un México mejor. Así que, todas nuestras actividades, proyectos, pensamientos, ideas y, en fin, todo lo que pasa por nuestra mente, deben ser examinadas, mucho antes de siquiera pensar en criticar los "grandes defectos, fallas y taras" de los demás.
Ésta falta de reflexión personal, profunda y seria es, a final de cuentas, la gran falla de quienes pretenden guiar los senderos de nuestra tan maltrecha sociedad. Afirman que las estructuras sociales, públicas y privadas deben ser rediseñadas para construir unas nuevas que garanticen mejorías significativas en nuestro medio social. Están ciegos y no quieren ver y menos aceptar que los grandes problemas sociales en que vivimos se han construido con la acumulación de las pequeñas debilidades individuales de la gente que forma parte del sistema.
Esto explica por qué la administración del gobierno del cambio nunca funcionó como esperábamos. Se pensaba que al sustituir las viejas estructuras por estructuras nuevas todo habría de mejorar. Pero no, pues los cambios deben darse en la raíz. Sólo se reemplazaron las piezas del ajedrez, pero el tablero permaneció igual, y no se dieron cambios significativos. La realidad que estamos viviendo me dice que las nuevas estructuras han agravado los excesos sociales que intentaban erradicar.
Consecuentemente, ninguna agenda de cambio social habrá de funcionar si no está fundamentada en una fórmula de transformación personal. Si no existe disciplina, integridad, moralidad y responsabilidad en el nivel personal, ningún plan maestro para mejorar nuestro país tendrá éxito. No importa quién llegue al poder, o a qué partido pertenezca... de seguir, todos y cada uno de los mexicanos, pretendiendo evadir nuestra propia responsabilidad del cambio personal, la sociedad mexicana como la conocimos hace dos décadas habrá desaparecido. Y con ella, nuestra vida armónica, equilibrada y pacífica.
Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx
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