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   Reflexiones sobre el "no ser auténtico"

El juego que todos juegan: el dar la relación amistosa en engaño, el truco del camuflaje, los partidarios de las mil máscaras, el siempre aparentar lo que no se es, el esconderse en las frases prefabricadas -aceptadas de antemano por un medio social tenebroso, mal oliente y poco aseado en lo que se refiere a la buena comunicación y entendimiento entre la gente-, relaciones sociales con piel de juventudes ya idas, que resguardan traiciones, vilezas, ponzoñas, y demás criaturas venenosas que buscan distorsionar las verdades que el buen uso del lenguaje trata de hacer evidentes como fotografías precisas y exactas de la realidad que nos rodea, que nos atrapa y que nos mece como la eterna cuna en la que nacemos, crecemos y finalmente morimos.

Mucha gente gusta de vivir como en sueños, evitando a toda costa su propio ser, su propia identidad; les es más fácil actuar acorde a las expectativas que considera los demás tienen de él. Se convierte así en el salvador moderno que resuelve los problemas de los demás, el que promete la recuperación de los paraísos inmemorialmente perdidos. Sin embargo, para lograr hacer creer a los demás acerca de sus capacidades, primero debe engañarse a sí mismo y crearse una personalidad ganadora, empática, carismática, y que sea del gusto de quienes le aman, y de quienes le prefieren de entre las grandes multitudes sin rostro.

"La falta de autenticidad" es un fenómeno que tiene conexión directa con mi anterior artículo: "La doble moral". Este hecho consuetudinario ha logrado, de la misma manera en que una constante gota de agua rompe la dura roca, resquebrajar la cohesión social que se construye en el fundamento mismo de la sociedad: la confianza. Tanto se ha jugado con el lenguaje, y tanto se le ha faltado al respeto, que poco a poco las palabras han dejado de significar gran cosa. Analice usted el lenguaje político, cadena infinita de medias verdades, en donde ningún político es plenamente responsable de sus actos; para muestra, los "amigos" (cómplices) de Fox, el "pemexgate" de Montemayor Seguy, el escándalo del "Fobaproa", el complot del Encino, la renuncia de Aguilar Zinzer, la salida de Castañeda, los espeluznantes gastos de campaña de Madrazo, las declaraciones de Martita, el país maravilloso en que vivimos, etc., hechos rodeados de medias verdades, donde los actores pretenden representar un papel escudado en argumentos como el de que no sabían lo que hacían, o si lo sabían, lo hicieron sólo en "beneficio del pueblo", no dudando en "sacrificarse" por los demás.

El lenguaje simplemente no da para más, en lo que se refiere al uso que le dan seres declaradamente "no auténticos, no íntegros, falsos". Si decidiéramos, en un acto valeroso, ser auténticos, inmediatamente aceptaríamos que hay muchas cosas a nuestro alrededor que piden a gritos ser autentificadas. Primeramente, nuestras propias relaciones con los demás; no tendríamos miedo a ser como somos, pues la forma de ser no sería significativa -en comparación con nuestras capacidades reales; es decir, nuestros conocimientos y dominio de la porción de la realidad a la que nos dedicamos-. De esta manera, nos damos cuenta que hay muchas cosas que no están bien, y que, más aún, causan daño en la percepción de las realidades cotidianas de nuestras vidas. Desde las mentiras de Bush, hasta los alegatos retóricos de diputados locales (con sus dietas siempre en aumento, como premio a su genuina labor de auténticos héroes tlaxcaltecas), presidentes municipales, gobernadores y funcionarios de medio pelo, observamos que para ser inmunes a la responsabilidad hay que ser "no auténticos". El medio para permanecer en los puestos públicos de poder es evadir la responsabilidad a toda costa, y hablar retóricamente, para terminar implicando lo que no se quería decir, o todo lo contrario de lo que entiende la gente.

La falta de autenticidad que percibimos en las instituciones es verdaderamente paradójica; deseamos instituciones confiables, pero ¿cómo podemos confiar en instituciones lideradas por profesionales de lengua falaz, instituciones públicas de servicios y recaudación, cuyos líderes son señalados por su falta de autenticidad? ¿Acaso son instituciones dignas, como para sentirnos en confianza con ellas y con las decisiones que de ellas emanan? No lo creo. No olvidemos que la confianza nace de manera espontánea de las relaciones interpersonales con personas dignas de ser creídas; con personas poseedoras de honestidad que hacen de sus palabras auténticos códigos de conducta. Lo que emiten a través de sus palabras es exactamente lo que hacen. Cuando nos relacionamos con personas íntegras, fuera de toda duda, nacen las relaciones verdaderamente estables, que en el largo plazo permiten el crecimiento sano de una comunidad.

Las organizaciones deben dejar a un lado la falta de integridad en sus relaciones con otras entidades; de lo contrario, mayor es la probabilidad que sus trabajadores se conviertan en personas en quienes no se puede confiar, por carecer de autenticidad. Muchos servidores públicos y privados saltan a los puestos de responsabilidad (tratando de evadirla) buscando atajos morales, que les brinden la apariencia de ser personas solventes y de moralidad; buscan por medio de palabras huecas aparentar lo que con sus actos no están dispuestos a evidenciar: "incongruencia y falta de autenticidad". En el corto plazo pueden tener éxito, pero después de un tiempo sus clientes se darán cuenta de que constantemente se les da gato por liebre. Así, quienes se conducen con este pragmatismo no se percatan que sus decisiones están alejadas de la realidad, y los magros resultados de sus gestiones no son más que consecuencia misma de sus actos. Verdad es que el mejor camino para lograr buenos resultados en lo público y lo privado únicamente se dará con relaciones genuinas entre individuos.

Nuestras organizaciones, del tipo y clase que fueren, buscan hacerse más organizadas, eficientes y confiables; sin embargo, dicen una cosa y terminan por hacer otra. Administradores vienen y administradores van, brincan de programa en programa, de foro en foro, de declaración en declaración, pidiendo la confianza del público, de los empleados; nos conminan a cooperar y a tomar riesgos por el bien de la nación y de nuestros hermanos. La mayoría de los actores y administradores, públicos o privados, pasan por alto que están en constante escudriño por el grueso de la población y, como resultado, están siendo calificados y clasificados en: confiables o no confiables, auténticos o farsantes, decentes o indecentes, etc.

Cuando las personas actúan con una absoluta falta de respeto hacia el lenguaje, y lo convierten en un medio retórico de confusión y "dominación", se transforman en los villanos que destruyen una confianza que, valga decir, jamás podrá ser reconstruida. Su comportamiento es una amenaza al crecimiento sostenible de una sociedad, que depende de la verdad y la autenticidad para crear espacios de sana convivencia y sano crecimiento. Los daños ocasionados deben ser recompensados, ya que, a causa de ellos, las organizaciones sufren y su medio se convierte en aglomerados donde el cinismo campea, la confusión reina y la desilusión permanece.

Pero, hablando de autenticidad, ¿qué tan auténticos podemos ser al menos con nosotros mismos? El reflexionar acerca de nosotros nos pone, a veces, en conflicto; mismo que es causado por aquello que sabemos que es verdad y aquello a lo que tememos. Sabemos bien que nuestra falsedad se inicia y se termina en uno mismo. Tenemos temor que si aceptamos nuestra propia no autenticidad, necesitaremos tomar decisiones que habrán de transformarnos en alguien diferente. Y esto es verdad, puesto que un comportamiento íntegro implica una salud espiritual y mental. La verdadera conciencia nos exige a tomar decisiones complicadas para nuestra manera "normal" de pensar. Si aún existe posibilidad de ser mejores, tendríamos que responder a preguntas como: ¿Deseo trabajar en una organización viciada? ¿Puedo generar, al menos, pequeños cambios en mi organización? ¿Puedo permanecer en una organización viciada y mantener mi propia salud? ¿Estoy dispuesto a negociar paz mental, por un mero pago que me proporciona la ilusión de seguridad? ¿Estoy cooperando con quien contribuye a la destrucción paulatina del sistema social al que pertenezco? ¿Habré de arriesgar el ser genuino y vivir una vida auténtica a favor del simple pago económico para mantener lo que es falso? A estas preguntas, usted puede agregar las que le parezcan relevantes para el caso de vivir una mejor vida y lograr una mejor sociedad.

La gente auténtica se examina honesta y exhaustivamente a sí misma, y pide a otros ayuda en la construcción de un mejor ser. Posee una visión clara de cuáles son sus propósitos en la vida, una visión de su futuro, y un centro de valor que le guía en su camino. Desarrolla un lenguaje y un conjunto de conductas que emanan de ese centro de valor, y vive una vida congruente en todas las áreas. No confunde el comportamiento grosero, insensible, egoísta, con la autenticidad, ya que tal comportamiento lo considera emocionalmente inmaduro.

Última pregunta: ¿Quién de nuestros pseudo líderes es verdaderamente auténtico y en cuáles de nuestras "confiables" instituciones trabajan como para hacernos sentir que en nuestra patria vamos por buen camino?

Aún no lo puedo identificar...

Réplica y comentarios al autor: aguilarluis@prodigy.net.mx




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