Modelo del éxito político
Balaguer, un gran constructor autócrata, insaciable de poder
Juan Bolívar Díaz - 19 de julio 2002
El doctor
Joaquín Balaguer pasará a la historia, junto a Nicolás de Ovando y Rafael
Leonidas Trujillo, como un gran edificador de obras físicas, pero sobre todo
como el más persistente amante del poder, por el que soportó iniquidades y
humillaciones aunque luego de obtenerlo lo ejerció y disfrutó como un rey, hasta
agotar su último aliento.
Pero si los que
escriben la historia profundizan un poco sobre su carrera política tendrán que
consignar que fue un autócrata, huérfano de criterios y prácticas democráticas,
tanto en el ejercicio del gobierno como al interior de su Partido Reformista
Social Cristiano (PRSC) a cuyas riendas se aferró hasta la muerte a los 96 años,
ciego y casi paralítico.
Sin embargo,
objetivamente habrá que reconocerle un éxito extraordinario en el ejercicio del
poder, aunque imponiendo una prostitución de la política dando plena vigencia a
la máxima de que el fin justifica los medios y venciendo a casi todos los
políticos de su generación y a una parte de los que le siguieron.
Acumulación
original
Es imposible
enjuiciar la carrera política de Joaquín Balaguer sin remontarse a su
acumulación original de poder, que parte de la autoría del manifiesto con que el
“Movimiento Cívico” del 23 de febrero de 1930 pone fin al gobierno continuista
de Horacio Vásquez y abre las puertas al brigadier Rafael Leonidas Trujillo para
iniciar su tiranía de 31 años.
Balaguer pasó
esas tres décadas a la sombra de la dictadura, sin inmutarse ni tener el menor
gesto frente a sus excesos y aberraciones, y va ascendiendo en la escala
burocrática ocupando los diversos grados del cuerpo diplomático, luego
subsecretarías y secretarías de Estado hasta la nominación a la vicepresidencia
en la farsa electoral de 1957, en la que el tirano colocó de presidente a su
hermano Héctor Trujillo.
En una
desesperada jugada política Trujillo hace renunciar a su hermano en agosto de
1960, con lo que su enigmático amigo Balaguer pasa a ocupar la primera
magistratura el lugar justo para intentar suceder al tirano ajusticiado 9 meses
después.
Ni el más leve
gesto de protesta o indignación expresó nunca ante los más espantosos crímenes
de los sicarios del gobierno que presidía. Ni siquiera cuando el 25 de noviembre
de 1960 fueron asesinadas las hermanas Mirabal. Ni un año después, cuando Ramfis
Trujillo masacra a los sobrevivientes del movimiento 30 de mayo que acabó con la
dictadura. Tampoco haría el menor gesto en 1973 para evitar el fusilamiento de
Francisco Caamaño, el héroe de la resistencia a la invasión norteamericana de
1965.
En principio se
creía que el presidente títere era un hombre muy débil, “muñequito de papel” le
llamaron en las manifestaciones contra los remanentes de la tiranía en el
período 1961-62. Pero luego demostraría que energías ni carácter ni valor le
faltaban para la confrontación política y el ejercicio gubernamental. Lo que le
sobraba era ambición de poder, astucia para disimular y hacerse pasar por
insulso, en aras de alcanzar el poder. No importaban las humillaciones, ni las
iniquidades, ni los envilecimientos del gobierno al que servía. Siguió siendo
su ideólogo hasta el final y se negó a exiliarse “para estar debajo del árbol
cuando el fruto maduro cayese”.
A principios de
1962 ya el político de Navarrete había abierto su propio espacio, saliendo a las
tribunas a hablar duro y expresar las leves críticas al tirano que se ahorró
durante 31 años. Repartió parte del patrimonio que Trujillo se había expropiado
y cuando tuvo que asilarse, ya había conformado una imagen de estadista, con
velocidad y dedicación admirables.
De guerras fría
y caliente
Joaquín
Balaguer fue un trabajar sin tregua ni descanso de la política, su única pasión
y amor salvaje a tiempo completo. Con una sagacidad extraordinaria para colarse
por los intersticios de los acontecimientos. Volvió al país con la intervención
norteamericana de 1965, sin la cual otro podría haber sido su destino.
Y de inmediato
se constituyó en el candidato ideal con larga experiencia de Estado, influencia
en las fuerzas represivas del viejo régimen, dedicación y capacidad. Sobre el
lomo de la guerra fría cabalgaría este hombre que se haría imprescindible ante
poderes nacionales y transnacionales para evitar que la República Dominicana
“volviera a verse de nuevo en peligro de convertirse en otra Cuba”.
Es así como el
líder reformista se justifica en el poder, en nuevas farsas electorales como las
de 1970 y 74, en las que la oposición política ni siquiera puede participar. Y
cuando lo hace en 1978 y derrota al presidente reeleccionista se tropieza con la
paralización del cómputo, la ocupación de las juntas electorales y los intentos
del régimen y sus fuerzas armadas y policiales por usurpar el gobierno.
Solo un gran
movimiento nacional y el apoyo de los “liberales de Washington” encabezados por
el presidente Jimmy Carter, del gobierno venezolano de Carlos Andrés Pérez y de
los gobiernos de la Internacional Socialista pudieron ponerle límites al deseo
de Balaguer y sus fuerzas de mantenerse en el poder. Lo entregaron pero con
aquel “fallo histórico” de la Junta Central Electoral que descuenta al Partido
Revolucionario Dominicano cuatro senadores para que el Partido Reformista
pudiera quedarse con el control del Senado y por ende del Poder Judicial y de la
Junta Central Electoral.
Había gobernado
sin piedad con los izquierdistas y opositores, cientos de los cuales fueron
asesinados, otros tantos hechos prisioneros y miles lanzados al exilio. Las
convicciones antidemocráticas de Balaguer eran tan firmes que ni siquiera cuando
se vió obligado a entregar el poder, en 1978, se dio el lujo de amnistiar
prisioneros y exiliados, sabiendo que su sucesor Antonio Guzmán estaría obligado
a hacerlo.
En esos años
hubo períodos de tantos crímenes y persecución que el país vivía casi en la
dictadura. La diferencia fundamental fue la libertad de prensa sustentada en
algunos medios periodísticos. Hasta Juan Bosch y Peña Gómez atravesaron por
períodos en los que se les prohibió usar las frecuencias de radio y televisión.
Las libertades de reunión., manifestación, tránsito, organización política y
sindical, estaban severamente militadas.
Balaguer
controlaba por completo la justicia, instrumentaba políticamente las fuerzas
armadas y la policía, el sistema electoral, los mecanismos de control, y el
Congreso Nacional. No compartía el poder con nadie. Ni siquiera con un organismo
de su partido, ni permitía que ninguno de sus “compatriotas” encubara proyectos
políticos propios.
Todos los
reformistas que en algún momento despuntaron serían humillados o restringidos,
desde Francisco Lora, Fernando Alvarez Bogaert, Manuel Jiménez Rodríguez,
Guarionex Lluberes, Víctor Gómez Bergés, hasta Carlos Morales Trolncoso, Donald
Reid Cabral, Federico Antún y Jacinto Peynado.
Con la constitución convertida en “un simple pedazo de papel” y la “corrupción
deteniéndose sólo en las puertas de su despacho, la política balaguerista sería
de compra y
corrupción de individuos e instituciones, como forma de reinar mediante la
degradación de los demás.
Vuelve y Vuelve
Cuando el
Partido Revolucionario Dominicano naufragó en las ambiciones y las divisiones y
muchos de sus líderes se corrompieron, Balaguer fue reivindicado y al volver
al poder en 1986 demostraría gran capacidad de adaptación a los nuevos tiempos.
Su período de
10 años se diferenció del primero de 12, en cuanto al respeto de las libertades
políticas y los derechos humanos. Pero la manipulación electoral resurgió con
fuerza, expresándose en las elecciones de 1990 y 94 con escandalosos fraudes que
crearon crisis políticas. La corrupción se multiplicó y concluyó quebrando todo
el patrimonio empresarial del Estado, hasta la Lotería Nacional, en dos
ocasiones.
Pero el doctor
Balaguer volvió a demostrar sus extraordinarias capacidades, aunque ya estaba
ciego y los años comenzaban a mellar sus demás facultades. Se constituyó en mito
y leyenda, llegando a gobernar hasta los 90 años de edad, repostulándose a los
94 aunque para fracasar.
Balaguer se
benefició en gran manera de la división del PRD que originó el Partido de la
Liberación Dominicana en 1973. No dudó en sacrificar a su propio partido en 1996
en aras de su gloria personal, para que el PLD le debiera el haber alcanzado el
poder.
El Frente
Patriótico fue la máxima maniobra política de Balaguer y uno de sus mayores
éxitos, pues a partir de entonces sería reivindicado absolutamente por sus
contradictores de los otros dos partidos, incluyendo al profesor Juan Bosch y al
doctor José Francisco Peña Gómez, pero sobre todo a Leonel Fernández y a
Hipólito Mejía y sus colaboradores, que se disputarían su gracia hasta el día de
su muerte.
El balance
final
Joaquín
Balaguer debió morir satisfecho. Llegó a su día final cortejado por sus
principales contradictores, hasta investido como “padre de la democracia” a
pesar de sus carencias paternales. Nadie le pudo despojar definitivamente del
poder.
Cuando no pudo
moverse trasladó el partido a su propia casa. Y jamás cedió ante el reclamo de
que iniciara un proceso de institucionalización y democratización del PRSC. Sólo
él contó hasta la muerte y su velatorio de cuatro días y su funeral de 16 horas
se correspondieron con su megalomanía política.
El balance en
término de sus aportes a la democracia es pobre. Se adaptó a nuevos tiempos,
pero no aportó ni siquiera a su partido. Todo lo hizo en beneficio propio.
Con 72 años de
vida política, con 45 de ejercicio del poder y árbitro hasta los 96, Joaquín
Balaguer fue un fenómeno universal y así deberá quedar registrado. Pero sus
prácticas autocráticas no las quiso abandonar ni para que la muerte le fuera más
leve.
Deja un
conjunto considerable de obras físicas importantes, proporcional al ejercicio
presidencial de 22 años, sin contar el año y medio de la transición trujillista.
Por esas obras, como Trujillo, también será reconocido.
Pero su peor
legado es el haber vendido como sinónimo de éxito político, el silencio cómplice
con la tiranía, el pragmatismo, el uso de la corrupción y del abuso de los
recursos estatales como medio de acumular poder, la justificación del crimen
político y el debilitamiento de las instituciones democráticas.
Durante mucho
tiempo habrá políticos dominicanos tratando de repetir el éxito balaguerista,
algo que ya resultará imposible, no sólo por estos tiempos de la globalización,
sino también porque capacidades como las de Joaquín Balaguer no se cosechan con
frecuencia. Tendrían que comenzar por renunciar a la tierna compañía de la
esposa y los hijos, de los amigos, de las tertulias y los deportes, de los
sancochos y las fiestas, para que cómo en Balaguer nada humano distraiga su
gesto, su pasión inconmensurable por el poder.
19 de julio 2002