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La Ruta de Roma a Estambul, en bicicleta

Subiendo a los monaterios de Meteora, ya en Grecia

Día 11. Brindisi (Italia) – Igoumenitsa (Grecia).

Como era de esperar, he dormido más bien mal. Ya lo veía venir. Uno que llega a la habitación a las 12 de la noche, el otro a la 1, otro una hora después, y luego los que se levantan a primera hora y no tienen hecha la mochila. Genial, todos perfectamente sincronizados.

Por la mañana he ido a comprar el billete para salir esta noche a Grecia, y he visto lo que me quedaba por ver de Brindisi, poco mas, porque realmente no hay nada, salvo un museo con restos arqueológicos romanos y griegos extraídos del fondo del mar.

Una vez en el puerto, y tras haber facturado el billete en el customs office, me dirijo a golpe de pedalada hasta el barco. Existe un autobús que te lleva desde aquí hasta las dársenas, pero ya que tenía bici, decido llegar pedaleando. Ha sido bastante extraño, porque estaba a 5 kilómetros del puerto real. He tenido que ir por carreteras muy extrañas, sin señalizaciones y bordeando algún monte hasta llegar a mi dársena. Todo de lo más surrealista.

Por fin llego al ferry y existen dos colas, una para individuos a pie y otra para coches. Realmente no sé donde ponerme, porque no sé lo que soy, así que directamente decido colarme entre las 2 filas a ver que me dicen. Guardo la bici en una especie de bodega y me hago posesión de un asiento en el exterior, con la vista puesta en las luces de Brindisi.

Es noche cerrada, y el ferry sale hacia Grecia, mi segundo objetivo.

El monasterio ortodoxo más dramático de los 6 existentes en la zona

Día 12. Igoumenitsa – Ionnina

La noche refrescaba lo suficiente como para que tuviera que buscarme una esquina dentro del ferry, así que acabé durmiendo más bien poco y en el suelo.

Los primeros rayos del sol aparecieron por el horizonte justo cuando el barco hizo la primera escala en Corfú. Este era el destino para la mayoría de los viajeros. Desde aquí ya solo habría una hora hasta mi desembarco en tierras helenas.

Serían las 9 de la mañana cuando el barco atracó en el puerto de la pequeña ciudad de Igoumenitsa. Pensaba que sería todo un poco más cosmopolita, pero me encuentro en un lugar demasiado étnico. El choque cultural es bastante fuerte, las gentes, la música de los bares, los carteles, los gritos … He decidido acercarme a algún punto cerca de Meteora en bus y desde allí comenzar a pedalear hacia Estambul. La razón es que hasta allí existe una cadena montañosa con alturas de 2500 metros, y solo con ver las curvas sobre el mapa da miedo.

Mi primer contacto con estas gentes ha sido en una panadería para comer algo. Por aquí tienen cara de cabreo. Después he ido hasta la estación de autobuses, por llamarla de alguna manera. Se trata de unas taquillas, dos bancos enfrentados y un parking lleno de autobuses de los 50. Me informan que hay autobuses hasta Ionnina (a 83 kilómetros de aquí), con lo cual me parece perfecto, pero no me pueden vender el billete hasta el último minuto, pues no saben si cabrá mi bici. Finalmente, puedo subir a él.

El autobús va parando cada 500 metros a lo largo de estos 83 kilómetros. El autobús de los 50 se va llenando de gente, y tienen que ir de pie en el pasillo. La música tradicional del autobús comenzó a gustarme hasta que después de 2 horas de viaje, entre las curvas, la gente y la música, acabó con mi equilibrio mental. Me doy cuenta de la buena que me he librado, no realizando este tramo en bici. Todo es una curva cuesta arriba y los túneles no existen.

En Ionnina he buscado un hotel para dormir. En uno no me dejaban entrar, probablemente por las pintas que llevo, otro parecía bastante caro, y un último, cerca de la estación, me pareció perfecto.

Ionnina parece un pueblo turístico. Se encuentra en la orilla del lago Pamvotida y dar una vuelta por aquí es sumamente interesante. Tras comer algo en una tienda, di una vuelta por la orilla hasta llegar a la fortaleza de Ali Pachá, sultán cuando estas tierras pertenecían al imperio otomano. Quizás lo más interesante por aquí es la vista de la mezquita cerca del lago y el museo de trípticos bizantinos. A 30 kilómetros de aquí se encuentra Dodoni, el primer oráculo griego del que se tiene noticia, y con restos arqueológico en un marco natural sublime. Desgraciadamente, sólo hay autobús hasta allí 2 veces a la semana.

Cerca de Mavreli, dando un rodeo por pistas tras comprobar que el mapa está equivocado

Día 13. Ioannina – Kalambaka – Mavreli.

A primera hora del día realizo el último tramo de autobús antes de volver a pedalear, con un total de 115 kilómetros. La montaña sigue siendo tremenda, aunque cometo un error. Tendría que haberme apeado en Metsovo, un pueblo de montaña de lo más tradicional y lo más importante de todo, una bajada escalofriante de 50 kilómetros, algo sin duda mítico para un ciclista.

Cuando llego a Kalambaka, monto todo el tinglado en la bicicleta, recojo agua en una fuente y comienzo a pedalear dirección hacia los monasterios de Meteora. El calor es sofocante y el parón de dos días se nota en mi rendimiento. El camino es estrecho pero bien asfaltado. Mis primeras pedaladas en territorio heleno no se me dan nada bien.

Enseguida llego al primero de los monasterios. Como los 7 que existen en la zona, se encuentra encaramado en lo alto de una roca, pudiendo acceder hasta ellos a través de una escalera. Antaño, sólo se utilizaban cuerdas para subir, utilizando un sistema de poleas, y es que en el medievo, estos monjes querían estar aislados de todo lo mundano, y permanecer en los lugares más altos para poder contactar con su dios.

Siguiendo la carretera voy encontrando cada uno de los monasterios que conforman el conjunto de Meteora. Para entrar a cada uno de ellos, tengo que pedir a algún alma caritativa que se encuentre abajo me guarde la bici, porque sería imposible subir con ella a cuestas. En lo alto de uno de ellos, las vistas son increíbles. Cobran 2 € por entrar, y lo que más impresiona es el interior de la pequeña iglesia bizantina de cada uno de ellos. Es un habitáculo oscuro con base en forma de cruz, de lados iguales. Las paredes están pintadas con escenas de mártires y santos escabechinados de mil maneras diferentes, y es que son bastante tétricos. Hay derramamiento de sangre por todas las esquinas, cabezas cortadas etc… El lugar es silencioso, interrumpido por el ajetreo de los turistas, y los rayos de colores al penetrar por las vidrieras le confiere un aire místico.

Bajo de nuevo, tomo la bici y para arriba, a ver los siguientes monasterios. Ahora me dirijo al más grande de todos, a Meteoron o gran Meteoro, donde se hallan las reliquias de San Atanasio, eremita de estos lugares. Me encuentro con un grupo de chicas españolas a las que les pido que me guarden la bici. El Meteoron no me defrauda en nada, aunque quizás sobrasen todos los turistas que se dan cita. Vuelvo donde dejé la bici, y no hay nadie guardándola! Aunque es bastante improbable que me roben aquí. Por estos lugares comienzo a ver a los monjes ortodoxos de barbas largas vestidos con sus sotanas y gorros.

Llega el momento de volver hasta Kalambaka y comenzar mi singladura por Grecia. En la bajada que me lleva hasta el pueblo, comienzo a notar un fuerte a olor a carne a la brasa y no me puedo resistir. El lugar es magnífico, una terraza al aire libre, con una techado de plantas y una especialidad de casa basado en unos pinchos morunos (suvlaki). Imposible negarme.

Tras hartarme de comer, debo ponerme por fin a dar pedales. Al principio me cuesta, pero la llanura y la tranquilidad de la carretera me anima a proseguir. En un principio tomo una carretera hacia Trikala, pero decido desviarme por una comarcal porque pienso que será divertido. Más allá de Theopetra, un fuerte diluvio con rayos y truenos me coge de sorpresa, y me refugio en una gasolinera. Allí entablo conversación con un par de jóvenes griegos, me invitan a café y me comentan su vida. Estudian en Atenas, pero en verano ayudan con la gasolinera.

Cuando noto que ya sólo chispea, me pongo de camino. Tengo algo de viento en contra y la carretera se pone cuesta arriba. Una cuesta arriba que no parará hasta el final del día (y es que estamos en Grecia, pero esto ya lo sabía yo).Voy pasando por pueblos muy pequeños, Kalochori, Koriskos, Gerakari, dudo mucho que haya venido nunca un ciclista español por aquí. La carretera es más que tranquila, sin coches, todo lo contrario que en Italia. Además el paisaje acompaña, montes verdes y arbusto.

En Koriskos he parado a tomar algo en el bar del pueblo. La gente me habla, pero no nos entendemos nunca. No puedo más que decir bye ó thanks. Por gestos me señalan que beba del agua de esa fuente o me saludan amistosamente. En el bar me he tomado un café frappé (nescafé frio en un gran vaso, con cantidad de espuma). Es complicada pedirlo, porque no basta con decir quiero café frapé, sino que luego te pregunta la cantidad de leche y la cantidad de azucar, con lo cual, al final no sabes como te va a saber el café. El café y dos croissants de chocolante me ha costado 1 €. Así da gusto. El restaurante donde comí me costó 9 €, pero es que era un sitio pijotero de turistas.

El día está gris y plomizo, comienza a refrescar, aunque la subida me amortiza el frío. De hecho voy bastante a bloque, ritmo equilibrado y sin pausas, tirando hacia arriba con fuerza. Me encuentro muy bien y con la moral alta. De camino, me encuentro con un coche empotrado en un árbol y unos cuantos curiosos alrededor. Más adelante, un perro rabioso que me persigue. Por fortuna, sólo consigue morder la alforja y le dejo pronto atrás.

Son las 8 de la tarde y el día se va apagando. Llego a Mavreli, un pueblo de 200 habitantes y pensaba dormir en el campo unos kilómetros después de este pueblo. Pero al entrar en el pueblo me he hecho un pequeño lío y no encontraba la salida. He preguntado a un hombre que había allí, y no nos entendíamos, así que me dice que le siga. Coge su coche y yo detrás con la bici. Llegamos a la plaza del pueblo y me encuentro que hay una especie de fiesta. La gente está asando carne en un grill. Hay bastante actividad. De repente la gente de la plaza comienza a rodearme. Me hablan y no les entiendo nada. El listo del pueblo me dice cuatro palabras en alemán, pero este idioma siempre ha sido mucho para mí. Por fin, un par de jóvenes se acercan y me hablan en inglés. Por fín!! Realmente solo quería saber la dirección al siguiente pueblo pero con la tontería, es noche cerrada. Les pregunto si hay algún cobertizo para dormir, y me invitan a dormir en las escuelas del pueblo. También me invitan a cenar, no sólo carne del grill, sino que me llevan al bar del pueblo y me dan una bebida local que haría resucitar a un muerto (demasiada graduación), queso feta y ensalada (Afvaristo Gianni!!). Luego ha venido un hombre a hacerme una foto con la bicicleta para su periódico local. Me han hecho una foto a mí con la bici y luego otra rodeado con las personalidades del pueblo. Ha sido gracioso, porque el alcalde comenzaba a colocar a todo el mundo en el sitio que él decía. Se encuentran entusiasmados porque un español ha pasado por su pueblo, lo que le confiere un toque internacional a su historia. Gianni, el que me ha invitado a comer, me ha explicado un montón de cosas a tener en cuenta por estas tierras y me ha enseñado la dirección para proseguir el camino. Resulta que según mi mapa, sólo puedo llegar a donde yo quiero (Cefalobriso), si voy primero por unas pistas de tierra en pleno monte, porque realmente no hay carretera (el mapa está confundido). Por esta pista, daré un rodeo de unos 60 kilómetros sobre mis planes iniciales, pero, hay que improvisar.

Una de las etapas más duras de la ruta, detrás, el famoso Monte Olimpo de 3000 metros

Día 14. Mavreli – Fotino.

A las 7 de la mañana, un hombre de aspecto desaliñado, grandes bigotes y arrugas en la cara (creo que era el maestro), me ha despertado. Sí que se levantan pronto en este pueblo. He dormido en un sofá muy cómodo, rodeado de pupitres. Salgo a lavarme un poco en el aseo del casino. Todo el pueblo duerme y el día despierta. Tengo buenas vibraciones, porque ayer fue un gran día. Como algunas galletas, me despido del maestro y un compañero suyo con gestos y sigo las indicaciones que me dio Gianni. Iré un poco a ciegas, porque en mi mapa no está señalizado el camino de cabras por el que iré. Cerca del pueblo me encuentro con una ermita que está abierta. Hubiera sido el lugar perfecto para dormir. Intentaré dormir en una de estas iglesias antes de que salga del país. Por el camino me voy encontrando algún perro, pero ya sé como actuar. Se encuentran cuidando rebaños, y uno tiene que esperarse a una distancia prudencial porque sino se te echa encima.

Siguiendo el camino de tierra, me encuentro con una intersección de caminos. Vaya, esto no me lo habían dicho. El instinto me dice que tire para arriba. Estoy en pleno monte de matorrales y ni un alma. Tras una pequeña subida veo una carretera asfaltada al fondo y accedo hasta ella. Ahora tengo un problema, no sé ni que carretera es ni por qué dirección ir, ya que del mapa que tengo, a pesar de tener una buena escala, me fío más bien poco. Así que paro a un R4 que pasaba por allí y le pregunto por Dasochori. Le pregunto “Dasochori in that way?” y me contesta “ne, ne”, asintiendo con la cabeza. Una auténtica contradicción, asi que quiero pensar que “ne” significa “sí”. Sigo por la carretera cuesta abajo en un descenso vertiginoso pero seguro, llevándome hasta otra iglesia y finalmente Dasochori. El pueblo parece dormido, y es que es pronto todavía. Esta zona parece un poco más llana, pero no me fío. Estoy dando un rodeo increíble para llegar hasta donde yo quiero, pero es el único camino. Tras subir carretera ascendente y llanear un poco, veo a lo lejos un pueblo que será Deskati. Aquí me aprovisiono en una pastelería, me regalan un bollo, compro pilas para el CD y me tomo un sublime café frappé. Me encuentro con un cura ortodoxo, todo vestido y con sus barbas, hace las compras y se sube a su pick-up. Realmente parece un hippie. Va hablando con toda la gente del pueblo.

Tras reponerme un poco, carretera y manta, dirección Cefalobriso. Llegar hasta este pueblo me está resultando una utopía. Tendría que haber llegado ayer y ni siquiera sé si llegaré hoy. El tiempo está amenazador. La carretera es más bien llana, pero sé que en cualquier momento se volverá dramática, ya que me encuentro en montes. Es una zona muy rural, donde veo inmigrantes recoger los cultivos. Yo diría que son albaneses ó macedonios, por las ropas que llevan. Me voy cruzando con pick-ups llenos hasta los topes de trabajadores. Parece un trabajo más bien duro.

Me pilla la tormenta y me refugio en una especie de caseta que tiene un altar y velas encendidas. Se acerca un individuo que trabaja en la cosecha, y le veo un poco borracho, y es mediodía!! La luz de alarma se me enciende y decido salir, aunque llueva un poco. Un poco de subida, un poco de bajada, y comienza a llover torrencialmente. En el camino, otra caseta-altar. Y es que lo tengo claro, el camino provee lo que vas necesitando. Así que me meto en la capilla, y dejo dentro las cosas a secar, esperando a que acampe. Un hombre joven aparca su BMW cerca de la capilla y se pone a hablar conmigo. Supongo que una persona así nunca podrá entender mi aventura, sin lugar a dudas se trata de mi anti-héroe.

Deja de llover y prosigo camino. ¿Llegaré algún día a este pueblo? El ritmo es bueno, pedaleo con fuerza, aunque voy bastante sucio de los charcos de la carretera. Por fin diviso el pueblo y comienza a llover torrencialmente, refugiándome en una gasolinera-bar. Otra hora pérdida.

Prosigo camino, lloviendo ligeramente, cuesta para arriba y adelante. Voy fuerte por el llano, pero por aquí los charcos de la carretera son realmente amenazadores, sobre todo cuando me adelantan los coches que me dejan perdido. Llego a un pueblo bastante grande, el más grande desde que salí de Kalambaka. Tendrá unos 2 mil habitantes. Reposto agua en la fuente del pueblo. Tengo que celebrar la llegada comiendo en plan señorial, así que decido meterme en un fast-food a comerme un delicioso suvlaki.

Sobre las 3 decido salir rumbo a … me doy cuenta realmente que no tengo rumbo. Sé que voy al norte, pero suelo decidir siempre sobre la marcha por donde ir. Desde aquí tengo 2 posibilidades, acceder hacia la costa donde supongo que habrá bastante tráfico, o bordear el mítico Monte Olimpo. Finalmente decido por la segunda. El camino parece tortuoso, pero la carretera es comarcal y veré un gran paisaje. El primer tramo hasta Mikro Eleftherochori es bastante transitado, muchos camiones que me desestabilizan la bicicleta, pero luego me adentro en la comarcal hasta llegar a Kalithea donde otro repentino chubasco me hará descabalgar.

Prosigo el camino dejando el monte Olimpo a mi derecha. Realmente ahora puedo entender por que era la ciudad de los dioses. Es una gran mole con una altura de 3 mil metros con nubes en lo alto, impidiendo ver su máxima altura. En un principio la carretera va bastante llana, aunque noto las piernas cargadísimas y me impide dar pedales. Sufro un bajón que me hace bajar de la bici y seguir andando toda la subida. Incluso intento que algún coche me lleve arriba pero los escasos vehículos que pasan no paran. El calor es sofocante y realmente me cuesta un par de horas llegar hasta arriba del todo con intervalos de pedaladas y caminadas.

Agotado, tendré ante mis ojos un gran valle con un pueblo al fondo, Aghios Dimitrios. La bajada hasta este pueblo es espectacular. A ambos lados hay monte y en los pequeños espacios vacíos, zonas de cultivo. Al llegar el pueblo, me dirijo a la iglesia. Se siente algo especial, el olor a incienso es muy fuerte, la penumbra le confiere un halo de misterio, y los vitrales de colores proyectan colores en ciertas partes de la iglesia. Es una iglesia muy antigua e increíble.

El pueblo en sí es pequeño, pero tiene algunos hoteles, se ve que es algo turístico, pero muy auténtico. Pregunto en un hotel para dormir, pero no lo veo bien de precio, así que decido salir para adelante, aunque comienza a oscurecer y hay que llegar pronto a algún sitio. La carretera sigue bajando por una especie de desfiladero con gran cantidad de arbusto. A pesar del desnivel, prefiero ir controlando ya que comienza a verse poco. Al final del desfiladero, se abre dramáticamente dejando ver un amplio espacio de cielo y tierra, y más abajo, el pueblo en el que me quedará a dormir, Fotina. Llego de noche cerrada, con las luces en la bici. Lo primero que pido en la casa rural donde me quedaré es que tenga ducha caliente. El dueño tarda más bien una hora en hacerla funcionar, pero finalmente lo consigue. Otro gran día con un centenar de kilómetros recorridos.

Refugiandome de una intensa lluvia en una pequeña capilla cerca de Deskati

Día 15. Fotina – Alexandría

De nuevo en pie. Empaco la bici y para adelante. Comienzo a bajar con un paisaje bastante cargado de flores y vegetación. Si sigo para adelante, la carretera me llevará a la costa, cosa que no quiero, así que decido coger un desvío para así poder ver además las ruinas de la ciudad de Alejandro Magno. El camino hasta Ritini es bastante duro, hay una subida constante y fuerte, y es que la carretera se retuerce por entre la montaña. Las fuerzas escasean y consigo llegar al pueblo como puedo. Estas etapas tan escarpadas me están castigando bastante. Sigo más para arriba, hasta llegar a Elatochori. Aquí desde luego compro comida en una tienda y me voy a la plaza a comer y descansar. Por aquí la gente parece más antipática, quizás sea la personalidad de la montaña, mas ruda y más cerrada a los forasteros. Le pregunto a un individuo con señales si en esa dirección es para arriba o para abajo. No se define muy bien, pero parece que me quiere decir que desciende. Efectivamente, el camino baja, incluso adelanto a un tractor. A mi derecha observo desde las alturas los pueblos y los campos a lo lejos.

Me adentro en una especie de parque natural, con bastante vegetación y montaña. Un cartel me indica que me encuentro en la frontera de la región griega de Macedonia. Hace 2500 años, desde esta zona, se administraba gran parte de Europa y Asia. Aunque fue un periodo más bien corto, hasta que Alejandro Magno murió y su mundo se convirtió de nuevo en regiones independientes.

Por la carretera tengo que tener cuidado con las tortugas que deambulan lentamente. Son bastante grandes, así que se esquivan fácilmente.

Hasta Polidendri llego atravesando falsos llanos. Será aquí donde haga una llamada a Nasos, un amigo que hice en Inglaterra, pero parece ilocalizable.

El camino es una constante subida y bajada. En uno de los tramos puedo ver el lago Sfikia y la monstruosa autopista Egnatia, que cruza todo el norte de Grecia. De frente, un coche de carreras que sube a todo gas, petando por el tubo de escape. Increíble, me pregunto si me encuentro en medio del tramo de un circuito, pero no viene ningún coche más.

Tras este pueblo …. las llanuras!!! Por fin, me estaba saturando con tanto desnivel. Una gran llanura se abre ante mí, y un río, el Aliakmonas, que lo riega. Una gran bajada hasta las llanuras me aguarda.

Una vez abajo, se llanea unos 20 kilómetros, hasta llegar a la que fue capital del mundo griego en tiempos de Alejandro Magno, ó Vergina. El pueblo en sí no tiene nada especial, pero lo que llama la atención son sus ruinas y los túmulos de enterramientos. Las ruinas que se pueden ver son el palacio real (palatitsia) en la zona más alta, aunque es difícil de imaginar como pudo haber sido dado su deterioro, el teatro, que fue el lugar donde mataron a Filipo, rey de los macedonios, que unió los diferentes estados griegos, y además padre de Alejandro Magno. Algunas de las piezas más destacadas son el arca dorada con la estrella argéada donde se contenía los restos del rey, o la corona laureada con hojas de olivo doradas. Por último y como aspecto más interesante, los túmulos que son pequeños templos enterrados, formando colinas, y donde se enterraba a los muertos con cierta categoría. Una de ellas resultó ser la de Filipo. Uno puede acceder al interior de los túmulos, ya que hay un pequeño museo dentro, donde se exhiben tanto las piezas encontradas en los restos funerarios como la misma edificación al descubierto. A pesar de las riquezas que contienen estas tumbas, nunca se logró saquear la de Filipo, ya que, al igual que los egipcios, las cámaras estaban cubiertas con veneno. A lo largo de mi camino hasta Tesalónica, me iré encontrando estos túmulos por la carretera, incluso con alturas de 40 metros.

Son las 7 de la tarde, hago una última comida en un chiringuito a base de lo que más me gusta y llena, el suvlaki, y decido continuar hacia el Este en lugar de pasar por Veria. Si tuviera más tiempo me quedaría en este lugar y observaría las decenas de granero-iglesias que conserva. Así que continuó hacia Alexandria, pasando por Meliki y Angathia. Todo este tramo es llanura, con campo de pastos altos, y complicado de acampar por aquí ya que apenas hay sitios escondidos. La velocidad y ritmo que llevo es muy buena. A Niseli llego de noche. Hay un par de bares y muchos inmigrantes de diferentes etnias que trabajan en el campo y se encuentran reunidos para reponer fuerzas. Yo tengo que seguir hasta Alexandría, unos 7 kilómetros más, con las luces puestas y ciñéndome al arcén. Llego enseguida hasta este pueblo donde encuentro todo tipo de servicios. Busco un hotel que un camionero me aconsejó a la entrada del pueblo, llamado Hotel Mazos. Hoy habré recorrido otro centenar de kilómetros.

Entrada en la macedonia Griega, y las tortugas por la carretera

Día 16. Alexandria - Tesalónica

Desayuno fuerte en un bar cerca del hotel; pastel de carne, arroz con leche y un café frappé regalo de la casa. Salgo con fuerzas. Todo es una gran llanura. A pesar de que se pierde en paisaje, se gana en distancia y moral, ya que el recorrido me permite pasar sin problemas de la centena de kilómetros diarios sin un gran desgaste físico. El ritmo de pedalada me lo marca la música de mi CD en una especie de inercia. La carretera es tranquila hasta llegar a una nacional que se dirige hacia Tesalónica. De camino, paro en Pella, que según mi mapa, asegura que hay dos zonas con restos arqueológicos. En el primero de los pueblos pregunto por tales restos, pero una señora anciana con mostacho se ríe cada vez que pregunto. En una gasolinera me comentan que no hay ningún monumento en la zona. Sigo hacia el segundo asentamiento que marca mi mapa. En Pella si que vislumbro las ruinas y un museo. El lugar tuvo su importancia, ya que fue capital de Macedonia después de Vergina y lugar donde nació Alejandro. Dejo la bici dentro del recinto de ruinas y me dice el de la entrada que no la puedo dejar ahí. ¿Y me pregunto por qué no la puedo dejar dentro? Como no encuentro respuesta, no le hago caso y me hago el sueco. Observo las ruinas del palacio y la ciudad , pero realmente es difícil de imaginar. Lo más interesante son los mosaicos, y algunas piezas que conserva un pequeño museo al otro lado de la carretera.

Sigo por la nacional dirección Tesalónica. El tráfico comienza a ser cada vez mayor, y mayor la afluencia de camiones. Hay que tener un poco de cuidado, porque, a pesar de que los griegos conducen bastante bien (acostumbrado a las carreteras itálicas), los vehículos suelen utilizar el arcén. La música me va acompañando del tedio del paisaje cuando escucho una explosión detrás de mí. Me giro y me doy cuenta que tengo un camión que acaba de reventar una rueda e intenta reducir invadiendo el arcén. Mi primera reacción es hacer un sprint y tras ver que está controlado, me llevo las manos a la cabeza en señal al conductor de la buena de la nos hemos librado.

En una zona de descanso de carretera me encuentro una furgoneta que vende fast-food. Por señas me entiendo con la mujer de la furgoneta, y veo la gran hospitalidad de las gentes. Además nunca te timan cuando compras algo, al contrario que en Italia, que los redondeos que te hacen son alarmantes.

La entrada hasta el centro de Tesalónica se hace interminable por el atasco de vehículos que hay pero finalmente consigo llegar a la oficina de turismo en el preciso momento de cierre. Pregunto por el albergue juvenil y me acerco hasta allí. Se encuentra en la 3ª planta de un edificio. Una señora me dice que el encargado vendrá más tarde pero que puedo entrar. Subo la bici y la dejo candada en el balcón. Luego me dispongo a ver la ciudad. En el portal me encuentro a una pareja de jóvenes franceses en bicicleta y cargados hasta los topes, con banderita incluida en la alforja trasera. Están haciendo un pequeño viaje que les llevará de Paris hasta China, pasando por el Tíbet, y atravesando tramos de la Ruta de la Seda. Llevan mucho tiempo ahorrando y me han comentado que tienen un año para hacerlo. Físicamente no se les ve muy mal pero llevan una barbaridad de equipaje entre los dos. Ambos han conseguido subir las montañas entre Igoumenitsa y Metsovo en bici, y han seguido más o menos mi ruta por Italia y Grecia.

Visito las diferentes iglesias de la ciudad. Hay tantas y tan diferentes, desde iglesias bizantinas, hasta católicas, o judías (estas últimas custodiadas por fuerzas especiales). Las 2 iglesias bizantinas que más destacan son Agios Dimitrios y Agia Sofia. El arte romano de la ciudad es muy interesante, destaca el Foro Romano, que se encuentra en plena ciudad y se hace esfuerzos para adecentarlo. Adosado a él el teatro, que se utiliza actualmente para pequeñas actuaciones. El Arco de Galerio, del siglo II contiene relieves históricos de batallas ganadas, y la Rotonda, que se trata de un antiguo mausoleo romano al estilo del de Agripa en Roma y que actualmente tiene culto musulmán.

El símbolo de la ciudad es la Torre Blanca y probablemente sea el Museo Arqueológico lo que merece más la pena visitar en la ciudad. Hay una gran cantidad de piezas, principalmente romanas, destacando esculturas romanas y restos arqueológicos del tesoro de Vergina.

El paisaje de Tesalónica es bastante curioso. Edificios residenciales se entremezclan con iglesias o restos romanos sin ningún tipo de armonía, lo que le da un toque peculiar.

Ya de noche, me encuentro con el que administra el albergue. Es un auténtico imbécil. Me hace esperar delante de él unos cinco minutos porque está pendiente de la tele, me obliga a sacar la bici fuera del balcón y no me permite argumentarle nada. Sin lugar a dudas, el puesto de ayudante de albergue juvenil le viene demasiado grande.

Día 17. Tesalónica – Lago Volvi.

Mi intención era quedarme otro día en la ciudad pero me parece que he visto prácticamente todo lo que tenía que ver. Como el albergue tampoco me motivaba mucho (las peores duchas vistas jamás, con incluso algas en las tuberías), decidí partir al mediodía tras ver los monumentos que me faltaban por ver y de escribir unos cuántos e-mails.

La salida ha sido complicada. Tesalónica está situada en un desnivel que hay que salvarlo para salir por el Este. Los termómetros explotan. Tras los primeros tramos de subida en ciudad, tengo que parar en una tienda y comprar un litro de agua helada, que dura 2 minutos en mis manos. Tras preguntar varias veces, consigo llegar a la comarcal que quería tras atravesar un pequeño bosque en constante subida. Una vez arriba, la vegetación desaparece y se ve todo el paisaje a ambos lados de la carretera. A mi derecha voy viendo pequeños pueblos en las faldas de los montes. Una pequeña bajada me lleva hasta Asvestochori, donde como un kebab y café frappé al lado de la carretera. Y me doy cuenta que esto es vida, sin prisas, haciendo lo que más me gusta, sintiendo la libertad, dueño de mi propio destino y viviendo con intensidad.

Un poco más adelante tomaré una desviación que me llevará cuesta abajo hacia Agios Vasilios. Según mi mapa, tendría que haber llegado a una carretera que bordea dos lagos, pero el primero no lo veo (¿se habrá secado?). Pregunto a una griega si hay monumentos en el pueblo o algo y se aleja de mí corriendo. Será posible. Decido salir a ver si encuentro el otro lago. La carretera está muy transitada, demasiados camiones, así que decido desviarme por otra comarcal que bordea el segundo lago. Paso por un par de pueblos que me recuerdan a los de Soria. En el camino me encuentro rocas erosionadas francamente extrañas. Están declaradas como bien histórico, principalmente por la rareza en semejante paisaje. Unos kilómetros más adelante me encuentro el comienzo del lago Volvi, y este si existe. El lago es bastante grande, y no hay apenas afluencia, algún que otro pescador y poco más. En Megali Volvi, paro en el único bar-tienda que hay, para comprar comida y agua para la acampada y es que este lago es un lugar idóneo para dormir.

Unos 5 kilómetros más adelante, encuentro el sitio ideal para montar la tienda, resguardado de la carretera y con vistas al lago. Hay multitud de aves por aquí. Monto la tienda y ceno esperando que caiga la noche. Un hidroavión recarga agua cerca de mi posición, nunca había visto nada similar. La noche llega lentamente, con la radio y la luna como única compañía.

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