Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links Alguien susurra en la playa vacía
Jesús Ademir Morales Rojas | |
Citlali sale de las aguas rumorosas, casi al ocaso del día. Se acerca, calma, a la arena de la playa solitaria. De pronto observa a sus pies una caracola marina varada, impasible al roce de las olas en retirada constante. Observa a su alrededor una y otra vez, como si no creyera que tal aislamiento pudiera ser algo totalmente real. Luego sí, se acerca la caracola al oído y escucha...
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Un sonido ominoso, como de millares de lamentos ínfimos, como de múltiples maquinarias extravagantes laborando en un lugar inverosímil, la envuelve por completo: Citlali se siente arrastrada por el flujo sonoro proveniente de la profundidad cavernosa. Y de pronto ya no se siente allí, y ni siquiera sola.
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Sus conocidos le habían dicho que, de un día para otro, como por obra de un inusual acontecimiento, había visto transformado por completo su modo de ser, como si de pronto ya no fuera la misma. Esto había sido una sorpresa para ella, porque de ningún modo había sentido la alteración de su modo de ser, en lo más mínimo, y menos recientemente. De tal manera que si ella no había llegado a ser diferente, entonces todos sus conocidos y el mundo entero eran los que habían cambiado, y lo más inquietante para Citlali es que ella había permanecido ajena por completo a tan radical mutación.
Inquietante.
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Esto es lo que había querido comunicarle a Salvador, en el silencio y las penumbras de su habitación semivacía. Se había vuelto hacia él mientras permanecían reposando en la cama y, sin poder definir del todo los contornos del rostro de su pareja, le contó acerca de la incertidumbre que sentía, de lo extraño que parecía todo. Salvador, por su parte, no le dijo nada, sólo le tomó la cabeza entre las manos y comenzó a besarla dulcemente.
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Al terminar su unión, se levantó sin decir nada y fue al tocador. Todo estaba casi entre sombras y en una quietud irreal. Se miró largo tiempo en el espejo, como queriendo fijar su identidad, sin poder concretarlo. Se miró largamente. De pronto dio un paso atrás, se internó entre las sombras, se perdió allí.
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Citlali regresa a la cama, se acuesta y se cubre con las mantas, dándole la espalda a Salvador. Una voz susurrante le dice entonces en la oscuridad: —Tienes esta opción para saber si estás dentro, o no lo estás: si no vuelves a verme es que no es más que una ilusión, todo. Si no es así, es que estás dentro aún. Súbitamente, Citlali se percata de que esa no es la voz de Salvador. Se voltea para mirar. Un rostro pálido e indefinido la observa en la penumbra. Citlali, sin saber qué pensar, oculta el rostro entre las sábanas.
Negrura.
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Movimientos oscilantes, líquidos. La imperiosa necesidad de emerger a la superficie. Citlali sale de las aguas rumorosas, casi al ocaso del día. Se acerca, calma, a la arena de la playa solitaria. De pronto observa a sus pies una caracola marina varada, impasible al roce de las olas en retirada constante. Observa a su alrededor una y otra vez, como si no creyera que tal aislamiento pudiera ser algo totalmente real. Luego entonces se acerca la caracola al oído y escucha...
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Busca comentarle a Salvador la inquietud que la atormenta desde hace días, por eso se toma mucho tiempo en el lavabo para aclarar sus ideas. De pronto se decide: respira hondo y sale del privado. Camina en el largo pasillo silencioso y oscuro: llega al fin frente a la habitación que comparte con su pareja. Gira el picaporte. Abre la puerta. Se acerca a la cama. Levanta las sábanas. La cama está vacía.
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Sale de las sombras en las que había permanecido; recuerda haberse visto en el espejo del tocador apenas iluminado durante largo rato, también le viene a la mente, sin saber por qué, la imagen de ella misma levantando una caracola en una playa solitaria y llevándosela al oído a fin de escuchar. Quiere comentarle todo esto a Salvador. Levanta las sábanas de su rostro. Y se da vuelta en la cama para hablarle. No está él. Allí no hay nadie. Se escuchan pasos desde el tocador, vienen. Luego alguien abre la puerta de la habitación, sumida casi en la negrura. Citlali no puede apreciar los contornos de Salvador, hasta que la figura se acerca, y ella ve con sorpresa que no es él: es alguien con un rostro pálido e indefinido que se queda frente a ella, y que de pronto abre una boca de donde se emite un sonido ominoso, como de millares de lamentos ínfimos, como de múltiples maquinarias extravagantes laborando en un lugar inverosímil; los sonidos la envuelven por completo: Citlali se siente arrastrada por el flujo proveniente de la profundidad cavernosa.
Negrura.
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Una playa rumorosa y vacía, durante el ocaso. Una caracola varada. Y nadie.
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Escritor mexicano Jesús Ademir Morales Rojas nació en la Ciudad de México en 1973. Cursó estudios de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, es diplomado en Historia del Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Museología (mención honorífica) por parte del Museo del Carmen, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ha colaborado en diversas publicaciones literarias virtuales como Crítica, Destiempos, AXXÓN y Literatura Virtual. Ha participado en varias redes de blogs orientadas a la cultura y la educación. Actualmente forma parte del equipo de redactores de la red Hoyreka!" y del proyecto de creación de contenidos Coguan, cuyo fundador y Director General es el Dr. Carlos Bravo. Jesús Ademir es administrador de redes sociales y gestiona cuentas de los blogs Hoyreka y es el responsable del área de social media en la firma TratoHecho.com
Comuníquese con el autor: Otras colaboraciones suyas incluyen la redacción de artículos para la productora argentina especializada en contenidos online Bee!
Visite los trabajos de Ademir en Literatura Virtual Ademir convoca imágenes reflejadas en espejos infinitos en la serie de narraciones reunidas bajo el título Hipnerotomaqia. Surgen ahí personajes, fantasmas y monstruos cotidianos para protagonizar sueños interminables donde cambian de aspecto, tanto como las palabras del narrador que las retuerce hasta sacar nuevos significados de los signos convencionales. Todos los que han soñado saben que la percepción se altera para mostrar realidades imposibles. Los tiempos se confunden y el futuro deja de ser consecuencia del pasado. Hay un orden propuesto por el autor, para adentrarse en estas ocho lecturas, aunque bien sepa que es imposible establecer normas que precisen una estrategia de lectura. Así que invito al amable lector a conocer cualquiera de las partes que integran esta obra. José Luis Velarde
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