La invención más admirable de Leonardo Da Vinci
No te he dado una forma, ni una función especifica, a ti, Adán. Por tal motivo, tú tendrás la forma y función que desees. La naturaleza de las demás criaturas, la he dado de acuerdo a mi deseo. Pero tú no tendrás límites. Tú definirás tus propias limitantes, de acuerdo a tu libre albedrío. Te colocaré en el centro del universo, de manera que te sea más fácil dominar tus alrededores. No te he hecho ni mortal, ni inmortal. Ni de la tierra, ni del cielo. De tal manera, que tú podrás transformarte a ti mismo, en lo que desees.
En uno de sus últimos dibujos, el artista italiano Leonardo Da Vinci se representó como un anciano melancólico que reposa sereno con su larga barba cana al viento, descansando su noble peso en un sólido cayado firmemente asentado, mientras contempla el agitado torrente de un río caudaloso que acaso quiso antaño canalizar. Tal vez su pesadumbre manifieste la frustración que le provoca la senectud inevitable que le clausura de antemano cualquier tentativa de proseguir su labor creativa. Y sin embargo al hablar de Leonardo nos referimos a alguien que como pocos ha encarnado de un modo tan completo el modelo del inventor genial por antonomasia; el paradigma del hombre poliédrico del Renacimiento: pintor, escultor, científico, estratega militar, músico, literato, atleta, etc. No muchos próceres de la historia humana han podido ejemplificar de un modo tan preciso el triunfo del individuo capaz de controlar tantos ámbitos de la naturaleza a través de un dominio total de los saberes pertinentes y de las más excelsas artes. Una obra como la suya rebosante de proyectos monumentales, anticipaciones prodigiosas, creaciones de arte exquisitas y conmovedoras e ingeniosos artilugios de toda clase surgidos de una inspiración infinita, nos hace posible entender el desarrollo cultural de Occidente a partir del Renacimiento como poseedor de una trayectoria inequívoca de sometimiento absoluto de todos los niveles de la naturaleza con el fin de explotar al máximo sus recursos. Ha triunfado entonces, nuestros días saturados de tecnología de punta y avances científicos en aumento así lo testimonian. ¿Por qué entonces el gesto nostálgico del anciano del dibujo comentado? Quizá Leonardo en su melancolía pueda dar una lección más a las nuevas generaciones, una lección de valor y entereza ética diferente a lo que el saber popular y la ortodoxia erudita encontrarían en una figura como la suya de fulgor perenne. Sólo almas afines a la del artista italiano pueden brindarnos ayuda para comprender plenamente a Leonardo y sus motivaciones.
Michel Foucault, el brillante pensador francés, una de estas almas escasas, escribió alguna vez: “ Lo que me sorprende es el hecho de que en nuestra sociedad el arte se ha convertido en algo que no concierne más que a los objetos y no a los individuos ni a la vida. Que el arte es una especialidad hecho sólo por los expertos que son los artistas. Pero ¿por qué no podría cada uno hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué esta lámpara, esta casa, sería un objeto de arte y no mi vida?” Lo que aquí se propone es que Leonardo hubiera coincidido con Foucault en que más importante que inventar un mundo nuevo entero es tener el valor de pensarse diferente, de inventarse diverso. Porque tal vez toda la actividad creativa de Leonardo Da Vinci no sea más que el heroico intento de auto inventarse como sujeto polifacético conformado por innumerables saberes y modos de ser. Quizá la preocupación del Leonardo anciano del dibujo deje traslucir la angustia de que éste mensaje profundo suyo, que su inmortal labor apenas trasluce, quede en el olvido. Este mensaje vital que legó a la posteridad en donde expresa que para poder afirmarse humano es menester reconocer y valorar la libertad inmensa que otorga el saber que el sujeto puede inventarse a sí mismo. Atreverse a ser diverso y pleno por encima de todo: ser un torrente cristalino sin canalizar, libre y agitado; ser naturaleza humanizada en todas sus facetas o ser simplemente la enigmática sonrisa de una doncella callada. Atreverse a ser.
El amor es una enfermedad en un mundo en lo que lo único natural es el odio.
José Emilio Pacheco
...el esclarecido Héctor tendió los brazos a su hijo, y éste se recostó, gritando, en el seno de la nodriza de bella cintura, por el terror que el aspecto de su padre le causaba: dábanle miedo el bronce y el terrible penacho de crines de caballo, que veía ondear en lo alto del yelmo. Sonriéronse el padre amoroso y la veneranda madre. Héctor se apresuró a dejar el refulgente casco en el suelo, besó y meció en sus manos al hijo amado...
En su diálogo Fedro, Platón utiliza bellos mitos para acercarnos a la noción de la reminiscencia. Para él todos los hombres somos bondadosos y puros en lo más profundo de nuestro ser, puesto que habiendo caído penosamente del mundo divino de las ideas al tosco mundo nuestro de lo meramente material y del olvido de lo trascendente, sólo es cuestión de obtener la sabiduría necesaria para recordar nuestro pasado celeste, nuestra esencia ideal extraviada, teniendo en la mente la tríada modelo Verdad, Bien y Belleza, para poder remontarnos a la perfección de ese mundo diáfano y fundamentador. Y sin embargo al recorrer el registro histórico de las barbaridades humanas nos percatamos que quizá la memoria de aquel mundo etéreo, nuestra única posibilidad de trascender de lo mundano según Platón, se ha perdido para siempre. ¿Y que tal si acaso nos hubieran enviado mensajeros portadores de ayuda propiciatoria al rescate de ese ámbito superior, y no los hubiéramos sabido escuchar? Tal parece ser el caso de la trágica circunstancia de Astianacte, hijo de Héctor y Andrómaca y heredero al reino de Ilión. Tras el saqueo e incendio de Troya, Agamenón dividió el botín, arrasó las murallas y ofreció holocaustos a los dioses. El consejo aqueo había deliberado por un tiempo qué se debía hacer con Astianacte, y cuando Odiseo propuso la eliminación de los descendientes del rey vencido Príamo, el adivino Calcante validó la recomendación.
Así entonces Odiseo arrojó sin titubeos al niño desde las murallas. Pero algunos escritores antiguos dicen que Neoptólemo el despiadado hijo de Aquiles, a quien había tocado como premio Andrómaca, la viuda de Héctor, en el reparto del botín, arrancó a Astianacte de los brazos maternos y anticipándose a la orden del consejo, lo hizo girar alrededor de su cabeza asiéndolo por un pie para impactarlo contra unos peñascos. ¿Qué culpa pagó Astianacte? ¿Acaso tuvo la oportunidad de elegir su destino? ¿Puede uno imaginarse que corta y dolorosa debió haberle parecido la realidad del mundo a este pequeño? Y así, sin decir nada, sin oponer reparo alguno en su candidez, Astianacte fue sacrificado de la manera cruel posible, como si su alma cristalina hubiera fungido como espejo en donde los hombres contemplarán su más indigna faz. Porqué es posible que esta criatura en su inocencia no haya sido sino un enviado de cielo, portavoz y mensaje viviente de la pureza y la limpieza de espíritu de nuestra naturaleza olvidada, y que con su horrible sacrificio involuntario haya ofrecido sin saberlo siquiera, a las generaciones futuras, una triste advertencia de lo mucho que nos hemos abismado en el olvido de la esencia noble del ser humano, lo que nos hace aptos a sentirnos como tales; lo lejano que se ha vuelto el cielo para nuestros ojos velados. Otros autores dicen que Astianacte se mató él mismo al caer, tal vez accidentalmente, desde la muralla, mientras sus verdugos decidían como mancillar sus propias almas definiendo los detalles del crimen abyecto. Sin querer opinar acerca de la certidumbre de esta última versión, no puedo sino confesar que no puedo quitar de mi mente la imagen de un par de crines arrancadas del casco de Héctor, el padre amado, abandonadas al borde del precipicio de las murallas en ruinas, y luego siendo esparcidas a ninguna parte por un viento helado sin rumbo.
Kirilov el suicida
Personaje tan caro a intelectuales de calibre de Emil Cioran o Albet Camus, el ingeniero Alexis Kirilov, uno de los protagonistas de la extraordinaria novela de Dostoyevsky, Demonios, nos comunica una paradoja de carácter vital para entender a plenitud la encrucijada del joven ante su mortalidad. Según la trama de la obra, un grupo de jóvenes subversivos planea efectuar un asesinato de tipo político, con el fin de provocar caos y derrocar al gobierno zarista de entonces. Cada uno de los integrantes de este complot tiene un ideal de nihilismo particular, aunque todos parten de la premisa: “Dios a muerto, todo está permitido”. La filosofía propia de Kirilov consiste en asumir esta perdida y tener la suprema valentía de negar todos los aspectos y valores de esta desfundamentada realidad ilusoria, quitándose la vida, para así entonces ocupar el sitio vacío de la deidad fenecida. De esta suerte que Kirilov participa en el ruin plan sólo indirectamente al colaborar con su propia muerte, pero no con el fin de hacer triunfar la causa de los dirigentes del grupo, a los que desprecia, sino con la tentativa muy particular de lograr la divinización del hombre. Porque lo paradójico aquí es que Alexis Kirilov, más allá de su ideología extrema, es un tipo por demás bondadoso: protege a los niños, ayuda a sus amigos en desgracia, hace gimnasia y compone poesía. Pocas veces Dostoyevsky brindó a un personaje suyo tanta positividad y nobleza como a este joven rebelde. ¿Cómo entender esta circunstancia inusual? Tal vez lo que nos quiso expresar Dostoyevsky con esta figura literaria es que sólo quien se concientiza seriamente con la posibilidad de su morir, tiene la fuerza y la sensibilidad necesarias para valorar la vida de los demás y la del mundo en general. Poco antes de utilizar su revolver por última vez Kirilov comentaba que la simple existencia de una hoja de primavera mecida por la brisa, justificaba la existencia del universo entero.
Mientras existan espíritus sensibles que cuestionen los fundamentos de lo establecido con el único auxilio de su razonamiento y su creatividad, allí perdurará el espíritu de Sócrates el filósofo griego. Acusado por las autoridades de corromper a la juventud ateniense, Sócrates fue condenado a muerte por medio de la ingestión de cicuta. El viejo sabio, famoso por su apariencia de sileno y por su perspicacia desenfrenada, acostumbraba interrogar exhaustivamente a todo conciudadano acerca de sus convicciones más profundas, con el fin de hacerle ver que ninguna consideración personal puede dejar de ser perfectible y que una vida sin cuestionamientos no vale la pena ser vivida. Ante sus discípulos, Sócrates cumplió con la sentencia impuesta de un modo sereno y reflexivo, poetizando y filosofando hasta el último instante. Ni la muerte quedó ajena a sus disquisiciones: ya fuera como un umbral a un cosmos más vasto o como el inicio de un tranquilo sueño eterno, Sócrates transfiguró ese postrero momento de la existencia humana en una oportunidad personal de superación edificante. Tras su fallecimiento, sus “corrompidos” discípulos, entre ellos el genial Platón, se dispersaron por todas las regiones del mundo antiguo, y cada uno de ellos de acuerdo a su sentir difundió las enseñanzas de este mentor admirable. Así, la muerte ejemplar de un hombre honesto y pensante sirvió de lección de vida a un grupo de filósofos que, siguiendo la senda de este prócer guía, obsequiaron a Occidente entero con un legado de pluralidad y tolerancia plasmado en nobles fundamentos y valores perennes.
La muerte y la libertad
El cielo inicia sus movimientos, no quiero decir todos, pero, aunque así lo dijese, les ha dado luz para distinguir el bien y el mal. Les ha dado también el libre albedrío, que aunque se fatigue luchando en los primeros combates con el cielo, después lo vence todo, si persevera en el buen propósito.
A Diego y Santiago
Casi siempre, “a la mitad del camino de nuestra vida” tal y como le sucedió a Dante, es cuando la visión de lo mortal se presenta como una encrucijada en la que se tiene la posibilidad única de seguir un modo de vivir específico como contrapeso rumbo a ese desenlace inevitable. El ilustre poeta florentino propone, en su célebre Comedia, el encarar a la muerte en primera instancia a través de la razón ecuánime y la reflexión profunda: tal es el significado de la noble figura de Virgilio, compendio admirable de la virtud clásica grecolatina, heredero de los valores más perdurables de nuestra historia entera. Más el grave trance del fin de la existencia personal es de naturaleza tan trascendente que ni la epicúrea sensibilidad ni el estoicismo imperturbable son capaces de colmar los límites inciertos del espíritu humano. Es entonces cuando Dante se pregunta, si no es que acaso sólo a partir de la renuncia mística y del sacrificio piadoso, lo que es decir, abandonarse al fulgor estelar de la mirada de Beatriz, símbolo de la fe y el arrobo sacro, nos conduce a una vida de adecuada preparación hacia el evento definitivo de la entrada a la otredad absoluta. Y sin embargo Dante nos deja en claro al final de su travesía que ni el intelecto puro, ni la certeza religiosa, bastan para auxiliarnos a transitar por las brumas heladas que conducen al más allá. Ya que en efecto, el autor italiano, en un mensaje profundo de su obra magna, otorga a los seres humanos una inesperada posibilidad de difícil asunción: ver en la muerte una oportunidad extraordinaria para ejercer el libre albedrío de un sujeto consciente de su propia finitud. Porque no es menester ir allende lo mundano y sólo por medio de una poderosa inspiración poética, para obtener los medios de aprender a sobrellevar la muerte; bastaría al mortal tener la perspectiva de aprovechar este acontecimiento ineluctable para asumir el don más preciado de todos: tomarse la libertad de construir su propio vivir intenso y diverso, hasta el último aliento.
Querer utilizar las formas de lo necesario para conquistar lo libre, entregarse a la muerte para alcanzar plenamente la vida, es tan erróneo como multiplicar cifras altísimas por cero, esperando obtener así otras mayores.
Fernando Savater
Unirse para combatirlo todo y a todos los que tratan de hacer sospechoso el valor de la vida: contra los tenebrosos, los descontentos y los melancólicos. ¡Prohibir su propagación! Pero nuestra enemistad debe ser un medio para aumentar nuestra alegría. ¡Reír, bromear, destruir sin amargura! Esta es nuestra guerra sin cuartel. Cuando el caudillo de moda se autoproclama como el Mesías esperado ante las masas anhelantes de justicia social y para manipular su movilización irascible se vale a su conveniencia de un discurso infestado de mayúsculas huecas y denostaciones gratuitas; cuando el funcionario en turno diagnostica el estado “real” de la nación menesterosa por medio de cifras alteradas de acuerdo a su beneficio, con tal cinismo y desfachatez que hacen palidecer acciones similares relatadas por autores de la talla de Orwell, Zamiatin o Huxley en sus más extremas distopías; cuando algo de esto acontece, se precisa entonces hacer saber urgentemente a los jóvenes, ellos tal vez el objetivo principal de control de los mecanismos del poder establecido y no establecido para perpetuarse impunemente, que también existen alternativas de pensamiento estimulantes y críticas que posibilitan mayor tolerancia y pluralidad en la vida social. Teóricos como Gianni Vattimo, Jean Baudrillard o Jean-Francois Lyotard han abierto veredas de reflexión que ofrecen un mensaje valioso a las nuevas generaciones, en donde les comparten un sano escepticismo ante un panorama actual del orbe que tan genialmente anticipó Nietzsche y que a la postre fue tan severamente analizado por Heidegger: hoy día es ya insostenible enunciar que la totalidad del pasado constituye una Historia Universal, es decir, un proceso unitario que dá sentido a la noción de progreso, hoy ya no es viable confiarse a una continua y ciega ruptura con lo instituido; más bien cabe ahora ser sumamente cuidadoso con el uso de términos como “revolución”, “emancipación” y “crisis” y procurar reemplazarlos con modos de expresión más abiertos y convenientes a la comunicación reflexiva. Porque sólo en el diálogo continuo se da el intercambio de caleidoscópicas interpretaciones que conforman el mundo, es vital entonces no renunciar a enriquecerlo de sentido transformando sin descanso, a través de lecturas diversas, la configuración de esta variable pluralidad expresiva que es la realidad que habitamos. Con la ayuda de un escepticismo feliz como el propuesto por Héctor Subirats o a través del nihilismo constructivo de un Fernando Savater, es decir, por medio de un talante de rebeldía intelectual jubilosa y creativa, los jóvenes pueden ya navegar segura y provechosamente en el océano inabarcable de los luminosos y espectaculares ámbitos virtuales ampliados sin límite alguno por las nuevas tecnologías y las emergentes alternativas comunicacionales y construir así su propio proyecto de nación por medio de la preparación académica incesante y la retroalimentación de proyectos de desarrollo comunitario. Porque ningún acto de agresión física o devastación vandálica nos hará dignos de aprovechar la oportunidad que sólo el entendimiento y la solidaridad nos pueden brindar: la de asumir la madurez necesaria y la sensibilidad precisa para construir un mundo abierto y libre a la interpretación infinita, y tener el valor y la entereza para luchar por él, pensándolo así, hasta las últimas consecuencias. A veces sólo en las tinieblas la luz alcanza su máximo esplendor.
México en la obra de Francisco Toledo
El secreto del corazón del México profundo ha sido develado y obsequiado al orbe entero en la obra del artista oaxaqueño Francisco Toledo. Los colores de sus más destacadas acuarelas parecen haber sido sustraídos de la misma materia vital de selvas umbrosas y densos pantanos. Si hay quien ha concebido al mundo como una deidad contemplándose en un espejo, con seguridad el reflejo deseado por la divinidad era el ámbito creado por Toledo de alebrijes eufóricos y dichosos en su dimensión de onirismo caleidoscópico y erotismo juguetón. El hechizo de la naturaleza mexicana se esparce como un efluvio embriagador y cautivante a través de la contextura casi orgánica de sus trabajos más logrados. Porque más allá de transmitirnos una cierta felicidad atávica, una sabiduría prehispánica injustamente olvidada, esa de poder identificarnos en un tlacuache o en un ajolote por ejemplo, envidiablemente jubilosos en su silvestre ser; y más allá de regalarnos la extraordinaria sensación de percibir los exóticos colores de un arcoiris zapoteca casi ajeno a nuestro mundo, las obras de Toledo ofrecen al mexicano la posibilidad de volver a sentir que en cada uno de nosotros persiste un soplo de divinidad, esto es, la alegría de poder ser amigos de la otredad, de sentirse absolutamente diferente y al mismo tiempo uno mismo, pleno de magia y misticismo.
El enigmático vuelo de Ícaro
Tanto Apolodoro en su Biblioteca como Ovidio en sus Metamorfosis reseñaron de manera precisa y en sentido general concordante el triste mito acerca del inventor-artesano Dédalo y su vástago Ícaro, cuyo funesto destino se transforma con el paso de las centurias en una fábula perenne aleccionadora y terrible. Habiendo perdido los favores del rey Minos por ciertas circunstancias singulares que se relacionan con el monstruo Minotauro y el destino del reino de Creta, Dédalo e Ícaro son encerrados en el colosal Laberinto, fantástica prisión ideada por el propio genial artesano. Ambos cautivos son incapaces de llevar a cabo algún tipo de fuga hasta que la mente infatigable de Dédalo les proporciona el salvoconducto preciso para evitar la inanición espantosa que seguro padecerían si no intentaran escapar de esa cárcel extraordinaria. Utilizando cera y plumas dispersas de aves errabundas se confeccionaron juegos de alas eficientes para emprender la fuga en vuelo que les permitiría alejarse de aquella trampa mortal. Mientras realizaban la evasión, cuando ya los muros del aterrador edificio se perdían en lontananza, Ícaro, entusiasmado por su aérea travesía, fue paulatinamente acercándose al sol radiante con algarabía sorprendente. Las angustiosas llamadas de su progenitor vociferante se extraviaron en el aire tenue de aquellas alturas: las advertencias se difuminaron en el vacío y las alas del epígono, de manufactura tan original como apresurada, fueron desprendiéndose al derretirse la cera que las mantenía unidas, por el rigor de la fuerza del inclemente astro. Ícaro se perdió tras su impacto con las olas, tal y como los lamentos de su padre Dédalo se confundieron con el sonoro rumor de la mar salina. Comúnmente se ha visto en este relato una advertencia hacia los límites del intelecto humano con relación su tecnología y su utilización adecuada: la manipulación errónea de estos desarrollos, en lugar de proporcionar beneficios para el mejor vivir de nuestra especie, por el contrario, conduce a calamidades estrepitosas de consecuencias devastadoras. Y aunque es innegable la verdad manifiesta en una lectura del mito bajo esta perspectiva un tanto crítica, aún así, cabe preguntarse si no es posible, sirviéndose de una voluntad hermenéutica acorde a los tiempos que corren, cuestionar los profundos motivos que orillaron a Ícaro a culminar de tal suerte su trayectoria funesta. Imaginemos que Dédalo hubiera sido el que procediera a elevarse sin medida hacia el sol centelleante atraído por sus áureos rayos. Quizás al verlo caer con sus alas estropeadas hacia la muerte marina, como consecuencia de aquella acción temeraria, tanto Ícaro como nosotros hubiéramos visto en tal proceder una advertencia hacia las nuevas generaciones de creativos acerca del mal uso de la tecnología y del abuso de los resultados de la siempre sorprendente humana inventiva. El sacrificio de Dédalo hubiera servido como un faro que iluminara el sendero ignoto de los humanos y su ciencia en su tránsito hacia el porvenir. Sin embargo el mito narrado por los talentosos cronistas helénicos es claro y preciso en este sentido: el inexperto Ícaro, ensoberbecido por su vuelo maravilloso quiso alcanzar la luz de lo imposible, lo vedado a los mortales, y tuvo que pagar el precio de su osadía con su vida misma, y el afligido padre a su vez, con un hondo arrepentimiento se consagró a Apolo, el flechador luminoso, en un templo dedicado a la deidad solar de los griegos. Nosotros por el contrario quisiéramos ver en el enigmático vuelo de Ícaro una ofrenda por el reconocimiento a la labor de su padre, un humilde homenaje a la capacidad creadora de la humanidad. ¿Qué queda tras conquistar los cielos que lanzarse hacia lo divino? El joven Ícaro, incapaz de igualarse a su padre en alcances y talentos de científico incomparable, orgulloso y fascinado por los logros de su prodigioso progenitor y maestro, no pudo menos que intentar ofrendarse al sol, a Febo, como muestra de admiración y amor hacia su padre y hacia el genero humano entero por su anhelo de trascender, con un acto sublime de artista, en un sacrificio, en una entrega absoluta a lo inefable, a lo místico. Porque si bien es cierto que un Ícaro, representado por Brueghel el Viejo, carece de toda nobleza en la posición desafortunada y sin gracia alguna con la que se precipita al mar, en una pintura manierista cercana al Renacimiento, en donde era más propensa una inclinación a engrandecer los esfuerzos científicos de Dédalo por conquistar la naturaleza; Matisse por el contrario, pintor de un siglo XX estigmatizado por los horrores de una tecnología al servicio de la muerte y la destrucción de las más abominables conflagraciones, retrata en su Ícaro a un triste ángel cayendo hacia el cielo, hacia lo infinito que entraña la tierna intención de su vuelo eterno.
La muerte y la piedad
Juventud, belleza y muerte se conjugaron en un acontecimiento doloroso y singular que si se observa bajo cierta perspectiva, proporciona valiosas claves para comprender la actitud del ser humano ante lo que lo trasciende. En 1972 un joven de casi 33 años irrumpió en la Basílica de San Pedro en Roma y armado de un pesado martillo atentó en contra del grupo escultórico conocido como la Piedad, obra de Miguel Ángel. El perturbado golpeó la obra renacentista hasta el punto de cercenarle un brazo y devastarle el rostro a la representación de María. Hasta ese momento pudo ser sometido por los elementos de seguridad del lugar. La Piedad es una de las más hermosas obras del arte occidental y se destaca por la perfección de su hechura y el exquisito cuidado del detalle que brinda su composición. Este monumento, es sin duda, uno de los homenajes más bellos y sinceros a los sentimientos de mayor valía del ser humano. Mientras cometía el ultraje inesperado, el joven vociferaba: “Yo soy el hijo de Dios que superé a la Muerte” ¿Cuál fue el motivo de este vandalismo atroz y conmocionante? Tal vez lo que se padeció aquí es una consecuencia de un hondo problema de la juventud de nuestra actualidad: sin el valor de asumir un compromiso con la vida, y ante el dilema de adoptar una actitud particular con respecto a la muerte como referencia de su entero existir, el joven de hoy opta por salir del paso alienándose en sórdidos rituales de violencia, nihilismo y destrucción. Dos alternativas se abren al ser humano en su relación ante la muerte: hace mucho tiempo un joven escogió sufrir un doloroso calvario y ofrendó su muerte en aras de dignificar la vida de innumerables seres; prácticamente hoy, un joven trata de superar a la muerte sirviéndose de la irracionalidad y la agresión contra lo que no puede comprender. Así entonces, podemos pensar en la muerte como un inevitable suceso que funja de motivador para el modo en el que llevemos nuestro vivir, impulsándonos siempre a hacerlo más digno y valioso; o podemos seguir la ruta de un impulso vital mal encausado, irreflexivo y por lo tanto, funesto. Porqué mientras el agresor buscaba alejar de sí la sombra de la muerte por medio de su acto vil, en el fondo no hizo sino participar del mensaje universal que la obra de Miguel Ángel nos transmite en su noble naturaleza: cuando el rostro dulce de esta virgen joven y pura, tanto como lo es la esperanza, era lacerado hasta las últimas consecuencias por el atroz castigo, nunca ese rostro expresó tanto, el más profundo y noble sentimiento de piedad y dolorido amor por todos los seres desdichados, agobiados por la certeza de su muerte.
Todos somos Juan Preciado
No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro. --Así lo haré, madre.
Juan Rulfo, Pedro Páramo
Quizás sólo Juan Rulfo, en su novela Pedro Páramo, ha percibido que ser mexicano significa transitar por la existencia con un Comala personal en el alma; un Hades particular en el que cada compatriota debe resolver la búsqueda vital de un progenitor oculto y silencioso: seguridad de arraigo e identidad definida. Ser mexicano es vivir el sentimiento angustioso de un Telémaco extraviado, pues tras hacer sido separado de sus raíces auténticas, cada tradición suya es una burda parodia, cada modo de afrontar la realidad es imitación o asunción forzosa. Nos vemos obligados a una pesquisa frenética interna en pos del Ulises que nos dé guía. Como un Dante que en su travesía al inframundo se percatara estupefacto que el auxilio de Virgilio le ha sido negado. México, tras las murallas de Dite es un lugar donde el tormento de rigor es la oblicuidad: nuestras expresiones son todas alusivas, nuestro modo de relacionarnos falso y malintencionado; derrotado de antemano todo esfuerzo por sobresalir, nuestro deseo máximo es no tener que esforzarnos más y disfrutar de un conformismo perenne. En el infierno dantesco, como en el camino hacia la Media Luna, la esperanza es un fardo inútil y fuera de lugar. No es casual que el numen original de nuestra nación; Huitzilopochtli, haya sido engendrado por Coatlicue providencialmente, casi por azar, cuando una bola de plumas cayó en su regazo. Como el dios colibrí, cada mexicano es un rencor vivo henchido de soledad; presa desde su nacimiento de una agresividad estéril que pugna, infructuosamente, por sostener su mundo caótico con las necias armas de sus celebraciones irónicas, expresiones soeces y actitudes fatuas. Todos los mexicanos somos un Juan Preciado buscando a tientas la sombra de una ausencia: Ícaros desamparados en nuestro laberinto particular, donde sólo rumores temerosos, promesas descreídas y albures desganados, sofocados por el alarido furioso del viento del marasmo, permiten adivinar a veces, los trémulos latidos de un corazón tierno y sensible, ahogado de anhelo.
Cinco aproximaciones a Dante y su desamor
No hay mayor dolor que acordarse del tiempo feliz en la miseria
¿Fue la juventud y belleza de la musa perdida, más que el aventurarse a conocer los misterios del Cielo, lo que motivó a Dante a realizar su prodigiosa travesía a través de las regiones ultraterrenas? Borges ya bien advirtió que, tras la gloria de su colosal odisea se oculta la sombra de un doloroso fracaso: baste ver la reacción vacilante del poeta ante Paolo y Francesca, adúlteros condenados en el averno a constituirse en un solo ser agitado por tempestuosos vientos para toda la eternidad. ¿Cómo no envidiar tan dulce tormento, si como Dante imagináramos padecer tal perennidad al lado de nuestra Beatriz anhelada? En la lozanía de la vida se sufre de cierta afición por el vértigo de lo mudable. Por eso los jóvenes buscan siempre maneras diversas de asumir su condición de sujetos, explorando su “yo” hasta el límite. Sin embargo, hay una cierta luciferina rebeldía en tal deseo, si se observa con la mirada del amor verdadero. Por eso Dante no titubea al asignarle un tormento a Mirra, mitológico personaje que se disfrazó con el fin de seducir a su propio padre. Así entonces, quien se arriesga a la trasgresión absoluta en el amor, rebosa excesivos deseos de vida, algo sin lugar a dudas demasiado peligroso y tentador para escapar del cautiverio en la ultratumba infernal. Contra la muerte, silencio imperturbable, no existe mejor antídoto que el carnavalesco y jubiloso bullicio de la edad núbil, en donde todo parece posible y lo más prohibido es una atrayente invitación. Por eso cuando Dante y Virgilio se encuentran en las alturas de la montaña del Purgatorio, en la cornisa de la Lujuria, el himno de los espíritus condenados en llamas hace referencia a la joven ninfa Hélice, que incapaz de contener sus ímpetus silvestres, rompe el voto de castidad impuesto por Diana a su séquito y se arroja al placer de los brazos de Zeus, perdiendo así los favores de la deidad cazadora. Hélice recibe de Zeus, no obstante, la gracia de ser transformada en constelación y adornar así al firmamento inmenso. Su indómita pasión, ahora manifestada en luz estelar, acompaña hoy a los solitarios enamorados indecisos, que suspiran su amor silencioso, ocultos en la soledad del bosque sagrado de Diana.
Finalmente Dante alcanza la cima de la montaña del Purgatorio. Allí, en un paraje selvático, colmado de cautivantes formas silvestres, Dante se encuentra en el Paraíso Terrenal. Incluso una enigmática damisela que habita el lugar parece encantarle y hacerle olvidar por un momento a Beatriz, motor de su largo viaje; y además le motiva con sus sonrisas, en ese lugar henchido de simbolismo, la oportunidad de sentirse un nuevo Adán con su hembra irresistible. ¿Será por eso que cuando por fin aparece Beatriz y cubre de reprimendas a Dante, éste acepta los reclamos con llanto dolorido y algunas frases breves de excusa? Quizá el haber emprendido la sublime travesía “en la mitad del camino de la vida”, es decir, en la plena juventud rebosante de deseos, saboteó al final el éxito de la misión heroica del artista florentino de recuperar a su casta Beatriz. ¿Otra vez perdido el Paraíso o el honesto reconocimiento de que su auténtica y única localización está en las regiones más ardientes del interior de los hombres? En La Vida Nueva, Dante relata como al cruzar saludo con la adolescente Beatriz, mientras paseaba en Florencia, un relámpago de amoroso pudor lo invadió y huyó trémulo a refugiarse en su habitación y allí, en el silencio, comenzó a repetir el dulce nombre de la joven a fin de capturar la esencia de su hermosura. Y quizá el Dante de La Comedia, en las alturas del Paraíso Celeste, entre ángeles y santos coronados, al contemplar como su Beatriz lo abandonaba para elevarse junto a las potestades celestiales para adorar al Creador, recordó con amargura ese encuentro breve y definitivo y se percató con el corazón desgarrado, que ni la peregrinación a través de mundos aterradores y etéreos, ni la purificación de todo su ser, fueron suficientes para conmover a esa mujer inalcanzable, misma de la que escribe Dante— y ya Borges destacó estos versos — “así tan lejana como parecía, me miró, se sonrió, y se volvió hasta la eterna fuente”. Pobre Dante. Tan sólo una sonrisa ambigua, como aquella regalada en las calles florentinas: una sonrisa irónica, volátil y fugaz, tan engañosa como el centelleo de las frías estrellas.
Ofelia, las flores, el arroyo…
Condenada a asumir el compromiso de integridad moral de la madre ausente, Ofelia padeció el abrazo extenuante de las preocupaciones de un padre interesado en la cabal realización de las oportunidades de prosperidad que le proporcionaría la buena crianza de su bella hija. ¿Hasta que punto Ofelia esperaba de Polonio el mismo interés puesto en su condición de prenda a negociar, pero manifestado ahora en un sincero acercamiento amoroso y profundo con sus juveniles inquietudes y anhelos? No lo sabemos, sólo la diferencia entre el final del padre y el de la hija podría darnos alguna referencia acerca de la respuesta a esta interrogante.
Sobre un arroyo, inclinado crece un sauce que muestra su pálido verdor en el cristal. Con sus ramas hizo ella coronas caprichosas de ranúnculos, ortigas, margaritas, y orquídeas…
Ofelia y Laertes
Destinada a ser el icono de la imagen sin mácula de la mujer deseada aunque inalcanzable, para los deseos intensos y fraternales de Laertes, el noble hermano, Ofelia demuestra una aguda intuición al considerar el daño que podría haberle causado a su temperamental, aunque en el fondo frágil consanguíneo, si acaso diera muestra de su verdadero y doloroso sentir acerca del voto de castidad que Laertes le solicita. Ofelia aceptó por amor tomar esas intenciones contenidas para luego en la soledad, dejarlas escapar flotando para verlas reventar como burbujas inocuas en la libertad del vacío.
…estaba trepando para colgar las guirnaldas en las
ramas pendientes, cuando un pérfido mimbre cedió y los aros de flores
cayeron con ella al río lloroso…
Ofelia y Hamlet
Impulsada por un hondo y sincero amor hacia el inteligente y perspicaz príncipe vengador, Ofelia no buscó interferir en los avatares existenciales del justiciero joven filósofo: mientras que este cuestionó el ser entero y su relación con la muerte para fundamentar un acto de justicia terrenal, ella prefirió acatar el caos inmenso de su entorno tormentoso, asumir todos los matices de la realidad con sus desigualdades y sus lacerantes singularidades, incluidos su despecho intolerable y sus lastimados anhelos por Hamlet y consumirlos por entero en el horno de su corazón, en una ofrenda imposible hacia el ser querido, un sacrificio tan cálido que su pobre corazón no lo pudo resistir. Hamlet medito todo esto mientras disputaba sus restos con Laertes, pero la frialdad de la tierra del camposanto los obligo a desistir. …sus ropas se extendieron, llevándola a flote como una sirena; ella, mientras tanto, cantaba fragmentos de viejas tonadas como ajena a su trance o cual si fuera un ser nacido y dotado para ese elemento… Ofelia, las flores, el arroyo… Existen seres cuya naturaleza errabunda nos permite percatarnos de que persiste un infinito de dimensiones ocultas en la común que participamos todos. Son viajeros fugaces, cuya breve estela de vida nos conduce a umbrales que sólo experiencias límite como el terror, la locura o el desamor pueden entreabrir, para hacer patente por un instante el sustrato de misterio que cimenta la realidad entera. Ofelia peregrina fue uno de esos mensajeros eventuales, y en su sentimiento, en sus cantos y en sus flores nos compartió un poco de esos mundos de silencio. Gracias Ofelia. …pero sus vestidos, cargados de agua, no tardaron mucho en arrastrar a la pobre con sus melodías a un fango de muerte.
Hamlet, acto IV
El legado clásico frente a la barbarie.
Cuando detiene (el hombre) su atención en algo
iluminado por la verdad y el ser, lo comprende, lo conoce y prueba que es
inteligente. Pero cuando se fija en algo envuelto en la oscuridad, que
nace y que perece, el alma acorta su vista y muda y cambia de opinión a
cada momento, hasta el punto de parecer completamente irracional.
Platón
No existe, pues, más que un solo derecho al que está sujeta la sociedad humana, establecido por una ley única: esta ley es la recta razón en cuanto manda o prohíbe, ley que escrita o no, quien la ignore es injusto.
En los albores de este siglo, tras el derrumbe total de las ideologías motivadoras de cohesión social como consecuencia del torbellino del debate que trajo la posmodernidad y sus adversarios, la injusticia y el sufrimiento padecido por innumerables seres aumentan exponencialmente, teniendo como única estrategia para solucionar esta situación, aberrantes acciones de vandalismo, brutalidad y una alarmante cerrazón al diálogo por parte de grupos sectarios, oficiales y civiles, conformados por individuos ambiciosos y cínicos, embrutecidos por el poder y sin escrúpulo alguno por aumentarlo aún a costa de empeorar al límite, las condiciones de existencia de miríadas de personas sumidas en el abandono y la desesperanza. Una posible vía de escape a este dédalo funesto se vislumbraría si los jóvenes, auténticos herederos de éste triste ámbito de vacío y esterilidad globales, se acercaran a la fuente inagotable del pensamiento clásico antiguo en busca de orientación y guía para poder superar el difícil trance que la humanidad atraviesa. Porque si por revolución puede entenderse todo anhelo de insurrección o levantamiento contra el poder establecido, es menester entonces, dadas las dramáticas circunstancias político-sociales de la actualidad, promover un proceso histórico de tal naturaleza, pero jamás de nuevo a través de la irracionalidad y la violencia, que como bien se ha visto durante el aleccionador transcurso de los recientes avatares del hombre, no ha solucionado nada y sólo ha conseguido extender la sombra del encono y el dolor a lo largo de generaciones enteras. Las revoluciones más significativas de Occidente, las transformaciones que han determinado esencialmente la trayectoria de su devenir, corrieron a cuenta de la inspiración y la reflexión de los griegos, el rigor y la legalidad de Roma y el humanismo piadoso difundido trabajosamente por el cristianismo.
De Homero a Séneca, de Platón a Marco Aurelio; en las tragedias de Esquilo o de Sófocles o en las sentencias más graves de Cicerón o de Agustín de Hipona, se puede siempre hallar la luz del preclaro intelecto clásico, ese talante que sólo la paideia griega o la virtus humanitas latina pueden ofrecer: ese re-conocimiento de que el rasgo característico y determinante del hombre es la razón. Vivir racional, razonablemente: tal es lo que nos constituye como humanos, y la búsqueda de la moderación, de la cordura en el vivir, debe tomarse como paradigma de la conducta social. Así entonces, con la valentía de un Diógenes orgulloso en su rebeldía, con la entereza cívica de un Sócrates, con la inocencia de un Longo y con la nobleza de un héroe de Virgilio, pugnemos infatigablemente por transformar este mundo nuestro hasta el límite de nuestras fuerzas; pero hagámoslo con argumentos e ideas, con talento y creatividad, honrando y revitalizando los planteamientos geniales y sensibles de estos verdaderos próceres de la historia, cultivemos sin menoscabo los frutos de su legado perenne: toda lucha por mejorar las condiciones de vida de nuestros congéneres debe ser una actividad que se adscriba plenamente a los sentidos que se le atribuyen a la noción de lo clásico, es decir, con propuestas de comunicación y acuerdos que busquen la perfección factible más lograda, para obtener el beneficio de la mayor cantidad de individuos; a partir de manifiestos artísticos y desarrollos científicos que sirvan de modelo para las generaciones futuras auxiliándolas en sus propios afanes por la conquista de la felicidad y el bienestar comunitario y por último, todas estas acciones llevarlas a cabo con un sincero deseo de esforzarse hasta lo imposible por alcanzar un ideal de armonía, equilibrio y por encima de todo, paz y voluntad de entendimiento tolerante y abierto. Dice Aristóteles que “no hay que prestar atención a las personas que nos aconsejan, con el pretexto de que somos humanos, no pensar más que en las cosas humanas y, con el pretexto de que somos mortales, renunciar a las cosas inmortales. Sino que, en la medida de lo posible, debemos hacernos inmortales y hacerlo todo para vivir de conformidad con la parte más excelente de nosotros mismos, pues el principio divino por muy débil que sea en sus dimensiones, aventaja con mucho a cualquier otra cosa por su poder y su valor”. Revolucionemos el mundo entonces, dialoguémoslo divino y como tal, infinito y bueno para todos, porque sinceramente, de corazón, la vida lo amerita.
Prometeo insurrecto en seis aforismos
En cada joven habita un Prometeo en ciernes: dichosa la etapa de la vida en la que el ímpetu de experimentar y revolucionarlo todo se vislumbra con los visos de una celebración eterna. ¡Cuantas llamas de renovación fecunda iluminan los corazones de estos titanes jubilosos! En Prometeo se advierte una ambigüedad inesperada, el fuego de la civilización y la creatividad brindado al género humano también guarda los medios de consumirlo todo en un frenesí transformador de características devastadoras. Esto demuestra que más que facilitarle el camino hacia el bienestar de su condición, Prometeo somete a la humanidad a una prueba de su madurez como género y como manera de participar del ser del mundo. La astucia y la inteligencia esgrimidas por Prometeo para vencer a Zeus en sus afanes libertadores deberían de brindar una lección a toda tentativa revolucionaria humana: en un mundo fundamentado esencialmente en modos y maneras de comunicación y expresión, sólo la transformación de estas mismas maneras verbales de generarlo y concebirlo nos encamina sin obstáculos hacia su renovación radical. La violencia y la irracionalidad no deberían ser tomadas en cuenta por su propia condición de inexpresividad estéril, clausurante y dolorosa. Encadenado al peñasco agreste, padeciendo el castigo a su insurrección, quizás Prometeo sintió algún breve arrepentimiento por haber auxiliado a la raza humana en su indefensión. Porque la verdadera intención de su cometido quedo extraviada en la incomprensión total: lo más importante no era la luz de la llama hurtada sino la transformación constante de su configuración ígnea, la rebelión en contra de Zeus en sí no significa nada, sino el afán indómito de auto invención incesante que no tolera límites ni barreras. La punta del pico del águila-verdugo que laceró a Prometeo quedó roma y desfigurada tras el duro calvario efectuado sobre el rebelde titán. El águila busco ser compensada por Zeus debido a esta dolorosa e inesperada consecuencia, sin embargo sólo recibió por parte del Supremo indiferencia y desdén. Furiosa el águila se retiró a las solitarias y heladas cumbres donde tenía su morada para sofocarse en silencio con su amargura y decepción. A la postre, inspirado en la rebelión de Prometeo, busco a Zeus para vengarse por la afrenta, pero era demasiado tarde: su trono estaba ya derrumbado y sólo la ausencia más absoluta ocupaba el espacio de su anterior omnipotencia. Tras cumplir parte de su condena y ser liberado por Heracles, Prometeo el revolucionario fue absuelto por Zeus y además consiguió ser admitido de nuevo en el Olimpo para compartir la gloria con los demás inmortales, pero la única condición para su vuelta consistió en tener forzosamente que cargar con el peñasco de su tortura, sólidamente afianzado a su cuerpo por eslabones indestructibles. La razón de esta sentencia por parte de Zeus no esta muy claramente explicada por parte de los mitógrafos antiguos. Nosotros proponemos ver en ese gesto un reconocimiento por parte de Zeus a la valentía del Titán: tal vez esa carga fue asumida por Prometeo con secreta alegría, como si fuera un tesoro valioso, porque Prometeo en su desmedido amor a los mortales se hizo merecedor por fin un poco al sentimiento más significativo de los humanos: la concientización de la finitud y la limitación personal ante lo trascendente. Pero Prometeo ya no quiso compartir eso con los mortales. Sin embargo más tarde, Jesús si lo hizo.
La Sabiduría Mexicana
Sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar, no es verdad, no es verdad que venimos a dormir sobre la tierra: cual cada primavera así es nuestra hechura, viene y brota, viene y abre corolas nuestro corazón, Algunas flores echa nuestro cuerpo: ¡se marchita!
En estos tiempos en donde ser plural es requisito ineludible para poder tomar parte en el gran coloquio hermenéutico que conforma el pensamiento del mundo moderno, los mexicanos deberíamos tener siempre presente, con sincero orgullo y voluntad de aprendizaje, el legado de la antigua sabiduría nahuatl, tesoro que ha sido cuidadosamente conservado y difundido por eruditos tan valiosos como Don Miguel León Portilla. Netzahualcóyotl, emperador de Texcoco y otros sabios artistas nahuas, dedicados guardianes del legado cultural tolteca, soportaron con valentía la opresión de la ideología místico-guerrera de los mexicas y le opusieron, a través de sentidos poemas y reflexiones breves, un modo de pensar, que por su singularidad, ennoblece el ser y más aún , el sentirse mexicano. Estos verdaderos filósofos tuvieron el hondo sentido metafísico de cuestionar todas las falaces apariencias de su mundo oprimido. Y sin padecer vértigo nihilístico alguno, se propusieron construir, con el sólo auxilio de su notable creatividad, un puente hacia la trascendencia absoluta, por medio de la belleza del entorno natural mexicano, vertida en cantos, recitaciones y danzas de florido ornamento. Grande es en verdad la nación mexicana, ya que ha podido de ser cuna de estos espíritus admirables, que ante las cuestiones capitales del hombre sobre su existencia, aquellas a las que los griegos respondieron con racionalidad y los asiáticos con introspección, nuestros sabios nahuas, contestaron humildemente con flores, poesía y sentimiento.
La insoportable persistencia del ser
Sólo es libre aquello que existe por las necesidades
de su propia naturaleza y cuyos actos se originan exclusivamente dentro de
sí.
Spinoza
A veces, perseverando en un modo de ser particular, se transgrede una línea allende la cual desembocan las corrientes todas de la perdición absoluta, más sin embargo, aún a conciencia de ello, sigue uno de frente sin titubeos, sin viradas, hasta el desenlace funesto. Esta es una sola de las múltiples lecturas que Dante nos brinda en el canto XXVI de su Infierno, cuando el Ulises en llamas relata a Virgilio su postrero viaje de aventuras, mucho después de haber retornado al hogar tras sus esforzados periplos provenientes de Ilion. Ulises, al sentir la punzante corazonada del crepúsculo de la vida, de manera intempestiva retoma su antiguo arresto trotamundos y propone a sus fieles camaradas de travesía, un último y arriesgado viaje más allá de los lindes de lo explorado, superando las columnas de Hércules y su sentencioso “Non Plus Ultra”. Finalmente navegarán al límite de la experiencia humana: tras divisar en el horizonte la entrada al ámbito divino, la mole ingente de la montaña del Purgatorio, se verán devorados sin remedio por un furioso tifón. Tristemente la Edad de los Héroes cantada por los aedas se ha extraviado ya en las nieblas de un pretérito sin retorno. Por lo mismo nos vemos obligados a acudir a la creación artística para capturar reflejos de nuestra esquiva esencia, y poder dar luz así a la persistencia insoportable del ser propio. Porque el polo opuesto al Ulises del inframundo dantesco lo hallamos en personajes totalmente alejados de ese ideal de heroicidad, seres que de igual manera parecen condenados a ser ellos mismos, en su auténtica esencia, sin importar contención alguna y el castigo tácito de tal manifestarse libre. Tal es el caso de Tersites guerrero griego, citado en la Ilíada y la Etiopeida, célebre por su fealdad: patizambo, cojo y de grotescos hombros encorvados. Desaliñado, vulgar, obsceno y de cortas entendederas, Tersites tenía la singularidad de expresar su punto de vista sin miramiento alguno, como cuando tachó de codicioso a Agamenón, rey de los ejércitos helenos contra los troyanos, y luego puso en entredicho la valentía de Aquiles, el mejor y más temerario caudillo aqueo, actitud que le ganó el enojo de Ulises, que lo castigó en la espalda con un cetro: “Tersites se encorvó, mientras una gruesa lágrima caía de sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda por bajo del áureo cetro: Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Ellos, aunque afligidos, rieron con gusto y no faltó quien dijera a su vecino: —¡Oh dioses! Muchas cosas buenas hizo Odiseo, ya dando consejos saludables, ya preparando la guerra; pero esto es lo mejor que ha realizado entre los argivos: hacer callar al insolente charlatán, cuyo ánimo osado no le impulsará en lo sucesivo a zaherir con injuriosas palabras a los reyes.” Ilíada, canto II. Es posible cuestionar juiciosamente la personalidad de Tersites, respecto a si acaso tenia pleno conocimiento de que, tarde o temprano, sufriría graves dificultades de no cambiar su modo de comportarse ante los demás. De acuerdo a las fuentes escritas Tersites aparenta no ser más que una caricatura del plebeyo heleno, un sujeto basto opuesto por completo a la nobleza de los Señores que comandaban a las tropas sitiadoras de Troya. No pasaría así de ser una grotesca figura generalizadora de ciertos aspectos del carácter de la plebe resentida con su realeza. Y no obstante reconocer lo mucho de verdad que encierra tal lectura, lo que aquí se propone es que por el contrario, bajo este personaje singular se oculta una persona, un corazón angustiado e inconforme con su circunstancia, que hizo todo lo humanamente posible por escapar de su situación desdichada, aún a costa de cualquier sacrificio. Recuérdese el episodio cuando, de acuerdo con poetas posteriores a Homero, estando frente cadáver de Pentesilea, la reina de las Amazonas, a quien había matado Aquiles, se burló francamente de la pena que éste sentía por ella, de las lagrimas del célebre guerrero despiadado, motivo por lo que Aquiles terminó matándole en represalia. Hay que ver esto con detenimiento: nadie que hubiera presenciado los resultados del irascible temperamento del temible Aquiles hubiera tenido el poco tacto de reírse en su propia cara, bajo ninguna circunstancia; Tersites conocía bien al furibundo Pelida, tenia conciencia de esto. Nadie que hubiera conocido el dolor de la violencia y la humillación y que hubiera sentido correr por su faz las turbias lágrimas de la amargura y el rechazo de un prójimo insensible y brutal, hubiera hecho mofa del llanto del más peligroso de los griegos. Tersites había sufrido vejaciones y rudezas durante toda su vida, había sido blanco de risas crueles y despiadadas, ya fuera por su físico o por su rebelde modo de pensar. Tersites entonces actuó como lo hizo ante Aquiles, a sabiendas del costo que esto implicaría. ¿Por qué lo decidió así? Tal vez se ha juzgado injustamente a este oscuro personaje: quizá lo que en entre líneas nos exprese su triste vida y su muerte grosera y vana no sea sino más bien el hondo y doloroso intento de alguien insatisfecho con su vida y su suerte, sabedor de todas sus limitaciones y sus carencias, y a quien su propio ser le ha sido vuelto ajeno y detestable a fuerza de despechos y escarnios, y que sin embargo no puede hacer nada por recuperar su identidad arrebatada, su amor propio, sino sólo luchar acerbamente por ser él mismo, tal cual, hasta las últimas consecuencias. Sin ser un heroico y poderoso comandante de guerreros, o sin haber nacido semidivino y tener la opción de tener una vida corta pero gloriosa, sin acceder a ninguna posibilidad similar, tal vez aquí en última instancia encontremos una forma de heroicidad oculta, humilde y conmovedora. Aquella heroicidad de simplemente arrojarse a la libertad de persistir en su propio y natural modo de ser, hazaña insoportable y desgarradora, como medio último de redención y esperanza de superarse a sí mismo en el sufrimiento más extremo. Tan sólo eso, pero a la vez eso sólo, tanto. Y punto.
El canto del sileno cautivo
La muerte desemboca en el ser: es la esperanza y la tarea del hombre, pues la propia nada ayuda a hacer el mundo, la nada es creadora del mundo en el hombre que trabaja y que comprende…infectando lo que comprendemos con la nada de la muerte…si salimos del ser caemos fuera de la posibilidad de la muerte y la salida es la desaparición de todas las salidas.
Maurice Blanchot
En sus Bucólicas Virgilio, justo en la VI Égloga, habla de dos jóvenes pastores que en una gruta encuentran a un ebrio sileno dormido. Auxiliados por una náyade lo capturan. Para ser liberado la vieja criatura de los bosques ofrece a los jóvenes recitar unos versos que les había prometido. A la bella deidad le reserva otro tipo de mercedes. Los faunos, las fieras y la entera floresta parecen danzar al compás de la música de su canto. La sensualidad expresa del ambiente, la cueva oscura y cálida, la juventud de los protagonistas y la singularidad de la pareja de seres fantásticos: la belleza de Eglé la náyade y la lascivia juguetona de Sileno…pareciera que todo se conjuga para expresar que un ámbito diferente ha sido develado por este pequeño grupo. Han creado una dimensión escondida ajena a la realidad común, un ámbito cerrado en donde el deseo, los secretos y el arte rigen por entero y sin contención alguna. Y además forman el umbral a un espacio y tiempos aislados y particulares: una puerta a lo sagrado. El canto del sileno cautivo versó acerca de los orígenes del mundo, del inmenso vacío en donde se entrelazaban confundidos los elementos básicos de la naturaleza; luego cómo de esta unión se forjaron las cosas todas: el suelo y los mares, el sol y la lluvia, las nubes, la selva y los animales. Después, a partir de este pasaje fundamental, habló de Pirra, de Saturno y de Prometeo. La historia del cosmos a través de figuras selectas de evocación amorosa y/o extraordinaria se conjugó en la parsimoniosa recitación del viejo sileno: Hilas, Pasifae enamorada, una doncella prendada de las manzanas del jardín de las Hespérides. Pareciera que Sileno está ofreciendo a sus imberbes oyentes una sabiduría mistérica, un conocimiento primordial y valioso. Les ofrece una experiencia iniciática. Los secretos del mundo transformarán por completo la existencia de esos simples pastorcillos. Pero, ¿Serán capaces de soportarlo sus espíritus núbiles? Acaso la sonrisa aturdida del sileno poetizando tenga un sentido equívoco y perturbador. Las imágenes invocadas se suceden sin reposo hasta la mención significativa del joven Galo que errabundo por las riberas de los ríos del Permeso fue hallado por una de las nueve Musas. Ella le condujo a los montes Aonios en donde el pastor Lino, ceñidas sus sienes con una corona de flores y apio le ofrece un caramillo y le dice: Recibe esto que te dan las Musas y que dieron antes al anciano de Ascra, con el cual solía atraerse de los montes, cantando, los ásperos fresnos. Con él dirás el origen del bosque Grineo, para que no haya así ninguno de que más se precie Apolo.” A continuación citó a Scila, a los nautas de Ulises despedazados por perros marinos y además la transformación de los miembros de Tereo. Metamorfosis, muerte, amor y la presencia continua de lo divino se difundieron por el espacio sagrado de la cueva, alimentando de esta manera el rito para la iniciación de los pastorcillos. Hasta que finalmente: “Todas aquellas cosas que en otro tiempo oyó cantar a Apolo el feliz río Eurótas, y el dios enseñó a los laureles, cantó Sileno: los valles conmovidos las llevan hasta los astros. Al fin mandó recoger las ovejas en los redilas y contarlas, y con pesar del cielo, se levantó la estrella de Venus.” Ahora bien, culminado todo, cabe preguntarse, ¿En que consistió la sabiduría divina brindada en el canto de Sileno?, ¿Qué quiso expresar a sus jóvenes oyentes con este enigmático poema? Tal vez ellos comprendieron, tras escucharlo, que a partir de esa ceremonia extraordinaria una estafeta les había sido entregada. Ahora ellos serían los insignes portadores del caramillo, serían ya poetas, guardianes del ser, cantores del poder de Apolo, quien con el arco y sus dardos, con la lira y su palabra, hiere de lejos, ilumina las cosas con su potestad solar. Estos jóvenes están ya facultados para enunciar los orígenes del cosmos, los secretos del amor y de la muerte, porque en esa gruta en penumbras lo bello y lo grotesco se manifestaron en una experiencia que sin duda marcaría sus vidas para consagrarlas al arte y al júbilo extático del existir. Pero aún más. Recordando lo ambigua e irónica que nos parece debió haber sido la expresión del viejo Sileno inspirado, podemos preguntarnos: ¿Qué hubiera sucedido si el final del día no hubiera precipitado el cierre del poema recitado por la arcana criatura? Si los versos principiaron con la creación del mundo, y fueron relatando sucesivamente el desarrollo de los acontecimientos señalados de la irrupción de la otredad en la historia del ser…paulatinamente habrían alcanzado a relatar el suceso presente de un par de pastores asombrados al encontrar a un sileno adormecido por el vino en una gruta escondida, para luego capturarlo y… El mundo entero queda entonces cautivo por el canto del Sileno en una repetición infinita, en un circulo de versos divinales girando vertiginosamente en un eterno retorno de la realidad hecha poesía, de la muerte del silencio a la palabra instauradora, de la nada al todo y de este a la nada de nuevo en una dialéctica vital que hace la tarea de los nuevos iniciados obligatoria e insustituible: ahora más que pastores de ovejas son pastores del ser, transmisores del poder de los dioses, intérpretes de sus facultades fundamentadotas, portavoces de su misterio ilimitado y su trascendencia perenne a través del arte excelso. Ellos a la vez tendrán que heredar la misión a nuevas voces de una manera ininterrumpida, lenta y azarosa, hasta que llegue el momento en que un poeta mantuano escuche el canto del sileno y escriba una égloga en donde relate acerca de un par de pastores curiosos y su descubrimiento formidable en una cueva, y a la postre un alumno espiritual del mismo Virgilio construya un poema que forje tres mundos para cimentar éste extraño mundo que habitamos y que a veces, en ciertos momentos de fatiga y ensueño, parece dejar ver su entramado secreto: Los susurros de una presencia en las sombras escuchando sus ecos.
***
Sueño: los pastores al descubrir la respuesta al acertijo y sentir el peso abrumador de la responsabilidad asumida retornan a la gruta para recriminar al Sileno…pero la encuentran vacía, porque los silenos y los poemas sólo existen en el lenguaje (de los hombres) Y la penumbra de la cueva silenciosa y abandonada les hizo pensar en un templo solitario colmado de espejos, reverberando sus mudos reflejos como las miradas de innumerables ojos perpetuamente abiertos.
Escritor mexicano
Jesús Ademir Morales Rojas nació en la Ciudad de México en 1973. Cursó estudios de Filosofía en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Además, es diplomado en Historia del Arte por la Universidad del Claustro de Sor Juana y en Museología (mención honorífica) por parte del Museo del Carmen, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Antropología e Historia. Ha colaborado en diversas publicaciones literarias virtuales como Crítica, Destiempos, AXXÓN y Literatura Virtual.
Ha participado en varias redes de blogs orientadas a la cultura y la educación. Actualmente forma parte del equipo de redactores de la red Hoyreka!" y del proyecto de creación de contenidos Coguan, cuyo fundador y Director General es el Dr. Carlos Bravo.
Jesús Ademir es administrador de redes sociales y gestiona cuentas de los blogs Hoyreka y es el responsable del área de social media en la firma TratoHecho.com
Comuníquese con el autor:
Otras colaboraciones suyas incluyen la redacción de artículos para la productora argentina especializada en contenidos online Bee!
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Ademir convoca imágenes reflejadas en espejos infinitos en la serie de narraciones reunidas bajo el título Hipnerotomaqia. Surgen ahí personajes, fantasmas y monstruos cotidianos para protagonizar sueños interminables donde cambian de aspecto, tanto como las palabras del narrador que las retuerce hasta sacar nuevos significados de los signos convencionales.
Todos los que han soñado saben que la percepción se altera para mostrar realidades imposibles. Los tiempos se confunden y el futuro deja de ser consecuencia del pasado. Hay un orden propuesto por el autor, para adentrarse en estas ocho lecturas, aunque bien sepa que es imposible establecer normas que precisen una estrategia de lectura.
Así que invito al amable lector a conocer cualquiera de las partes que integran esta obra.
José Luis Velarde
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