Esperanza, y su vida obcecada es tan rastrera, qué COSA CREADA SI NO.
La horda de caníbales pronto rodeó a los hombres roedores de concreto. Utilizando pértigas de miembros amputados y huesos empujaban a los inermes seres a caer en grandes fosas colmadas de ácido, reunida de lluvias del enfermo cielo verde.
Habiendo sido parcialmente disueltos, las partes desmembradas eran depositadas en varios sacos de piel humana para ser llevados al sitio donde habitaba su líder. En el cielo verde oscuro, la luna fragmentada, como un roto cascarón. Alexis Anton estuvo a punto de ser arrojado a las fosas (sin Katia ahora, ya no le hubiese significado nada). Pero la partida de antropófagos decidió llevar a varios hombres-roedores de concreto como reserva viva. Pronto varias carretas, fueron acondicionadas para cargar los costales de inmundicias, esos automóviles arruinados eran llevados a rastras por castrados seres sin ojos, ni lengua.
HÍZOME LA DIVINA POTESTAD, EL gesto alegre, que me confortó, y en las cosas secretas me introdujo.
Alexis Anton se dejo ir en aquella caravana de muerte. Sólo había conocido la luz una vez en su existencia miserable: cuando estando recluido en aquel manicomio –remembranzas de un mundo difuminado- había conocido a Katia. Aún recordaba, aún ahora mientras transitaba arrastrándose a través de colinas de cráneos, gusanos, basura y cenizas; sus suaves concilios nocturnos, cuando en el silencio de noches vacías, en el jardín solitario del pabellón de enfermos mentales, sin mediar palabra alguna se reunían, la autista y el epiléptico, y tomados de la mano, contemplaban las estrellas.
Pronto en el horizonte torcido y brumoso la gran Torre de los antropófagos, babélica construcción improvisada elaborada a base de cadáveres putrefactos, unidos con una mezcla de sangre y lodo de lluvia ácida. Ascendieron torpemente por aquellas rampas de torsos, extremidades y cabezas. Cuando ingresaron en el recinto principal Alexis Anton se percató de que estaban ante el Líder de la homicida horda. Era un deforme individuo sin brazos ni piernas, con el blanco cuerpo colmado de piercings y el cráneo rapado. Se comunicaba a través los zumbidos de un aparato atado a su garganta. Lo desplazaban dos mujeres inmensamente obesas, con evidente retraso mental. Ambas iban con la piel colmada de extraños tatuajes carmesí. Sus pezones y genitales estaban conectados a largos cables que conducían a una delgada mascarilla de alambre, que el Líder llevaba, facultándole para controlar a las dos colosales mujeres, por obra de las descargas eléctricas de una pila a su espalda, que manejaba a través de ciertas gesticulaciones de su rostro arrugado y granuliento.
Éstos de muerte un estandarte, que van al aire sin estrellas, y yo me eché a llorar.
A un zumbido del Líder pronto comenzó el aquelarre. Alexis miró como vertían el contenido de los sacos al centro del habitáculo pestilente. En poco se había formado un enorme montículo de vísceras, extremidades y órganos humanos. De inmediato los caníbales se aprestaron a devorar cual carroñeras bestias, aquel festín inmundo. Cuando se terminó, aún no habían quedado saciados. El Líder ordenó que llevaran allí a los demás hombres roedores de concreto, para completar. Alexis iba cautivo en ese grupo. Ya se disponían a inmolarlos, cuando un alboroto interrumpió todo. Dos fugitivos habían sido descubiertos. Uno iba completamente cubierto con harapos, el otro pedía clemencia en llantos desesperados. El Líder quiso verlos. El fugitivo suplicante ofreció a su compañero a cambio de su libertad. Le retiró presto, la capucha de trapos. Era una joven mujer de piel trigueña, con el cabello y los ojos color noche, y un rostro tan hermoso, tan suave, que deslumbraba. Alexis dio un suspiro, era Katia. Su Katia. Todos se asombraron: gruñidos, voces, alaridos, ante el espectáculo de aquella inocente criatura triste. Escasas mujeres poblaban aquel mundo futuro, y ninguna ya estaba libre de deformidades, quemaduras o enfermedad alguna. Sólo ella. Su Katia. El Líder demandó que la llevaran ante él. Alexis comenzó a sentirse mal. Nuevos zumbidos del líder propiciaron que Katia fuera preparada con una serie de cables, que la unieran a la mascarilla del Líder, cuyo rostro ya anticipaba lo peor en su lasciva sonrisa. Alexis cada vez peor, sudaba y tosía. Cuando una lagrima esplendió en el delicado rostro de Katia, Alexis Anton despertó de nuevo. Sus entrañas se licuaron en dolorosas arcadas. Su cuerpo flaco comenzó a hincharse como un globo de sangre. Protuberancias, granos y tumores le transformaron en un racimo colosal en agonía febril. Los caníbales trataban de someter a esa masa humana asperjadora de espuma, fluidos y vómitos corrosivos. Todo era un desorden violento y enloquecido. Algunos hombres roedores de concreto aprovecharon para escapar. Pero la estructura de carne y huesos de la Torre, vacilaba ya, humedecida por los fluidos y la sangre de la batalla de Anton contra los antropófagos. El fugitivo cobarde, que no era otro que el sádico enfermero que había secuestrado a Katia del manicomio, ahora de nuevo se apoderó de ella, la cubrió con los harapos y se la llevó por uno de los pasillos de cadáveres, de la Torre putrefacta.
Allí a la gente sus pirosllantos, y pude verlos hecha, el qué pésales tanto. Y provoca, lamen, tostan; no tienen oscuro vi: es Critas en la puerta con nada de un alto; y yo: «Maestro Tido, es grave su Zen. » Y, cual cauta palabra de re: celo, por mi se va a SU persona.
Alexis Anton encamino su lastimera marcha hacia allí, pero le salió al paso el Líder buscando detenerle. Azuzo contra él a las dos mujeres obesas, fieras y desesperadas. Se abalanzaron contra Alexis a fin de aplastarle en su abrazo mortal. Pronto los tres eran una masa de miembros contorsionados, y sanguinolentos en fragorosa lucha. Alexis, casi sin resuello, sintió como los globos oculares le escapaban de sus órbitas por la presión sufrida. Entonces en un postrero impulso de rabia y agonía, rasgo los rostros de aquellas mujeres brutales, y anegó sus gargantas con vómitos y mucosidades corrosivas. El abrazo feneció. Las mujeres se abrazaron entre sí y expiraron dolorosamente. Alexis Anton fue por el Líder y lo levantó en vilo. Casi no pesaba aquel miserable costal de humana podredumbre. Lo llevó a lo alto de la Torre, que ya se vencía. Zumbidos. Mi único consuelo es que ya estoy en el Infierno, y tú estás aquí también. Alexis no dijo nada, lo miro con odio y lanzó al vacío al pobre mutilado.
LA JUSTICIA MOVIÓ A MI ALTO: debes, todo tumulto forma un cielo, porque menos bello no sea, y el infierno nos rechace. Pues cabeza dije: «Maestro, qué es lo que yo escucho, y quién son éstos que el dolor abate?» - «SUMO Y EL AMOR PRIMERO: dar gloria a los caídos. » Y yo: «Maestro, ¿Cuál?- EL: «SABER escucharlo. »
Alexis se aferró como pudo a los restos de aquel dérmico panal derretido, que se desbarataba como un pútrido castillo de arena. El flujo descendente de aquella lava infecta, condujo a Alexis a las playas de un inmenso mar de sangre. La luna fragmentada salpicaba el cielo sucio. Alexis se postró de hinojos y entre sofocos y convulsiones epilépticas recuperó su débil constitución normal. Lloró ante aquel océano de muerte y pensó en dejarse ir hacia las profundidades densas, para no emerger más. Pero la esperanza por Katia, su recuerdo, la añoranza de lo que tuvieron juntos alguna vez y que él no había sido capaz de conservar, la ilusión por recuperar esa magia inocente y buena, lo motivó a seguir respirando. Así luego, una inmensa ballena con anciano rostro humano emergió de la sangre-mar, y de sus fauces cavernosas emergió una lengua larga, azul y húmeda que conducía en su punta a una pareja de indígenas desnudos y hieráticos tomados de la mano. Simultáneamente (con una voz dual) le hablaron a Alexis:
Somos Dionis y Mictlani
Sabemos quién es Katia y a dónde la llevan.
Si realmente la deseas, si la deseas más que realmente, síguenos.
O LO ETERNO O LO DURA ETERNAMENTE
Entonces Alexis Anton se arrastró hacia las fauces, trepó en la lengua que se enroscó lentamente. La boca de la ballena-humana se cerró, giró sobre sí misma y se alejó hacia el horizonte sangre-marino. Más allá de los trozos de luna, observando en brillos, las silenciosas estrellas.
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