Cuando
envejezca me vestiré de rojo
me pondré un gorro de arlequín sobre la testa
y saldré a la calle a ladrar en luna llena,
beberé ajenjo bajo los arcos del puente
y bailaré en carnaval la danza de la muerte.
Cuando envejezca, ataré a mis espaldas
unas alas de ángel, albas y gallardas,
levitaré sobre las nubes y bajo el tremor
de campanas que tocan a rebato
Y al final entonaré el salmo del adiós y la
agonía.
Cuando envejezca, caminaré en la playa,
beberé del sol que se derrite en la arena
y clamaré por un poco de brisa, tan solo un
poco.
Escucharé atento el rumor de caracolas
que hablan de un siglo plagado de rencores
y, tal vea, haga el amor con esa extraña
de cuerpo húmedo e infinito que unos llaman mar
y otros, pulso de agua, ojo de arena.
Cuando envejezca saldré a la calle
a golpear los espejos del azar o el olvido
y escupiré sobre la tumba de mis manes
como señal de fe virtuosa o rebeldía
y fumaré la hierba que a todos ilusiona
con su aroma de cáñamo y de sangre.
Copularé en fin, sin tregua alguna
con la primera mujer que me desee
y en el tiempo que señale las fronteras
declamaré mi nombre en el centro del naufragio
cuando esta voz sea el único rumor que me
señale.
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