Jorge Chipuli Padrón

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Niñas

Jorge Chipuli Padrón

Exenta de alas

esa roja libélula

sería gajo.

Anónimo

ANITA

Ana mató a su papá por haberle dado unas piernas tan flacas y una nariz tan voluminosa. Su mamá, preocupada porque se llevarían a su única hija a la cárcel, escondió el cuerpo en el refrigerador y a ella la encerró en el sótano. Ella trataba de escapar cuando su mamá le llevó de comer. Su mamá abrió la puerta y arrojó comida y agua en bolsas de plástico. Cerró la puerta antes de que Ana pudiera traspasarla. Buscando en las cajas llenas de polvo, ella encontró una peluca rubia, un vestido rojo, maquillajes viejos, secos, pero que disueltos en saliva podían ser utilizados de nuevo. Se vio reflejada en un espejo viejo, de marco churrigueresco y dorado. No se veía tan mal después de todo.

 

BRENDA

Había una vez una niña dentro de una familia grande y pobre. La niña se llamaba Brenda, y creía que era muy bonita debido a que sus hermanos, sus primos, tíos y papás se lo repetían constantemente. Ellos estaban orgullosos de ella, de su color moreno en la piel, de su naricita achatadita y redonda. Un día... de hecho un caluroso día de verano, cerca de su casa, frente al parque, se abrió una agencia de modelos. Un buen numero de mujeres hermosas entraba y salía del lugar, para hacer audiciones, para hacer trabajos, para tomarse fotografías. Ellas eran blancas, muchas rubias y muchas de pelo negro. La dueña de la agencia, que más que agente de modelos parecía una militar nazi, las trataba muy rigurosamente y ella misma era muy disciplinada: todos los días llegaba a las seis de la mañana, y hacia un recorrido de diez segundos de su carro a la pequeña agencia. Igualmente a las diez de la noche, hacia otro recorrido de diez segundos. Brenda se dio cuenta de esto y comenzó a hacer otro recorrido, frente a la agencia, en el momento justo en el que la dueña pasaba. Hizo esto todos los días, pues quería ser descubierta, hacerse famosa y conseguir un marido guapo, rico e inteligente. Así pasó un año, pero la dueña nunca la notó. Nunca la señaló con el dedo diciendo que esperara, que su rostro era lo que necesitaba. Entonces entró a la agencia y dijo que quería ser modelo. La secretaria la hizo esperar unas horas, entre mujeres verdaderamente hermosas que no le hablaban, ni le dirigían la mirada. Finalmente la llevaron a una sala donde estaba la dueña, quien le pasó un escáner por el rostro y le dio un papel azul que decía NO COMPATIBLE. Por eso decidió asesinarla. La esperó en la noche, llenando de sudor un cuchillo de chef, las manos y el cuchillo bajo un suéter verde de botones. Pero la dueña tardó en salir y Brenda dio vueltas un rato. No pudo más, entró, el lugar estaba vacío, las luces encendidas. Buscó en las habitaciones y la encontró en la oficina donde estaba la maquina. Se escaneaba una y otra vez, siempre con el mismo resultado. La niña se asustó y dejó caer el cuchillo. La mujer la miró y se puso a llorar.

 

CECI

En una tranquila aldea alejada del mundo vivía una niña llamada Ceci, que siempre decía: para mi lo más importante de todo es correr y escuchar el viento y oler las flores. No le gustaba ir a la escuela ni ayudar a su mamá en las labores de la casa, ni que todos en el pueblo fueran tan trabajadores y estudiosos, ella los odiaba. Ese día había corrido y estaba acostada entre las hierbas escuchando al viento y oliendo las flores, cuando llegó un niño de la aldea. Estaba moribundo y quemado. Le dijo que la aldea había sido destruida por un ejercito de hombres con lanzallamas. El niño murió entre los brazos de la niña. Ella se acercó a la aldea, los hombres todavía estaban ahí, vestidos con sus trajes antillamas de color café grisáceo, el metal que cubría sus cuerpos era una especia de cota de eslabones finos, en las cabezas unos cascos que se extendían desde las clavículas, con un recuadro de vidrio negro en la zona de los ojos. En las espaldas llevaban unos tanques de combustible, una manguera hacía accesible el fuego. Ella se fue corriendo, lloraba a pesar de que eso era lo que había deseado durante tantos años. Ceci corría, escuchaba el viento, olía las flores.

 

CHOLA

La chola escupió saliva morada, me cayó en el zapato. Me detuve y giré la cabeza para verla. Estaba recargada en la pared masticando un toxochicle. Abría la boca y tenía la cabeza un poco agachada. Sus ojos apuntaban a los míos y me hacían sentir humillado. Quise decirle algo, pero vi que en realidad no me estaba viendo. Seguí escrutando sus ojos y no se movieron.

 

DORA

A Dora la extraño mucho, ella era una niña que sabía como mirarte a los ojos y ver tus sentimientos. Si te tomaba de la mano era como un sueño hecho realidad. Si te hablaba con su voz dulce era un soplo que te transportaba hacia recuerdos lejanos. Un día encontró trabajo en una feria de circo como la gran y fabulosa y única niña adivina y síquica. Yo ya no estaba ahí para verla, pero a través de sueños me dijo que estaba muy triste, que ella no pidió esos poderes, que quería deshacerse de ellos. La personas anhelaban que les dijera lo que ya sabían, que los llevara a lugares que ya conocían, que se tomara una foto con ellos. Cada vez las imágenes me llegaban más borrosas, a veces incompletas, o mezcladas con las de sus clientes. Deja ese trabajo, le dije. Ella sonrió resignada y me miró. Me acaban de despedir, dijo, ya no funciono. Quiso decir algo más, pero se convirtió en humo.

 

ELIZA

Eliza no estaba de humor para más conversaciones aburridas. Era el funeral de su padre y todos querían ver a través de sus ojos, querían ver qué tanto dolor podía sentir una niña con la sangre tan fría como la de Eliza. Ella era una niña artificial, su piel era blanca violácea, sus ojos y cabello azul marino. Llevaba un trajecito azul. Creada para asesinar con sus propias manos carecía de sentimientos demasiado fuertes. Paro sabía que ya no la necesitarían. Ella sólo obedecía órdenes de su padre. Se acercó al cadáver, él entreabrió los párpados dándole con sus pupilas la orden de eliminar a todos los presentes. Lo besó en la boca sacando un cristal rojo. Estaba cortado como rubí, era del tamaño de un limón. Se lo tragó, e inmediatamente, comenzó a sentir un terrible dolor en su alma.

 

FERNANDA

Fernanda, detente que me haces llorar... detente que me haces llorar... tu voz es frágil y temblorosa como tú. Hablas y parece que habla un espíritu, parece que tu eres un holograma y que tu voz viene de lejos, de muy lejos, y por eso llega como un viento esclarecedor. Esclarecedor es la palabra, sí, no podría decir que siempre es frío, o tibio, o caliente, más bien no tiene temperatura, pero causa que el cabello se mueva un poco. Tal vez viene de una gruta, porque crepita como madera de casa vieja. Duermes, te despierta tu propia voz entre sueños, te revuelcas en la cama y te quedas con los ojos cerrados durante unos minutos. Te levantas y tomas un vaso de leche.

 

GABY

Gaby era una niña tan famosa que recibía muchas cartas por correo. Ella siempre decía: a mi todo el mundo me quiere. Ella doblaba la voz de un personaje de caricatura, la Niña Violeta, una de siete amigas que luchaban contra el crimen con sus colores, con sus voces agudas en gritos sincronizados. Un día la Niña Violeta murió a manos de su terrible enemiga Malvadame, y, por unas cuantas semanas, Gaby fue más famosa que nunca.

 

EL SUJETO H

Ella no tenía nombre, nadie se había preocupado en ponerle uno, sólo la llamaban el sujeto H. Los especímenes anteriores habían muerto en ese mismo compartimiento blanco, pero no como esperaban los científicos, aunque cada vez aprendían más. Le habían hecho tres agujeros en el cráneo, rectangulares, del tamaño de tarjetas de crédito, y los tenía cubiertos con unas tapas de plástico que embonaban perfectamente, parecían extraídas de un juego de té. El compartimiento era de plástico también, con colchonetas suaves y una ventanilla de vidrio muy resistente por el que el sujeto H podía ver muchos aparatos y cables, monitores con líneas o letras verdes moviéndose de un lado para otro. Una doctora llegó al laboratorio, tenía un rostro que el sujeto H nunca había visto, y un olor nuevo penetraba por entre los agujeros del vidrio, producía una sensación similar a la de la asfixia, pero casi imperceptible, de una manera agradable, que ella nunca había sentido. La doctora lloró la primera vez que la vio, se contuvo lo suficiente y sólo dejó correr una sola lágrima por su mejilla, que nadie notó, más que el sujeto H. Un doctor le explicó que estaban buscando una frecuencia en especial, que había millones en juego. Su responsabilidad sería ponerle el casco al sujeto H para probar cada una de las combinaciones de estímulos que tenían preparados. El casco era una aglomeración de cables y cajitas y barras de metal. Cada vez que se lo ponía aparecía una nueva clase de dolor, y una nueva reacción. Convulsiones, dolor en cada uno de los órganos, ardor en la piel, sangre derramada de la nariz, etc., cada secuencia útil era registrada. Cada vez, la doctora tenía una lágrima nueva para cercenarle el rostro, le dejaba una cicatriz de sal. A veces le tocaba un dedo o una pierna fingiendo revisar el aparato en su cabeza. El sujeto H la quería mucho, aparecía en sus sueños cada vez que dormía. Su presencia le daba esperanza para seguir viviendo. Pero la doctora ya no pudo más, una noche se quedó frente a la terminal, diseñando por largas horas una nueva frecuencia. Al amanecer, como todos los días, le puso el casco al sujeto H. El sujeto H sabía lo que iba a pasar. En los monitores apareció lo que los doctores habían estado tratando de averiguar. Y entonces el sujeto H murió, exactamente como esperaban los investigadores desde hacia tanto tiempo.

 

IDELCE

Alguien enciende el interruptor y el timbre suena. Los pasillos se inundan de niños y niñas. Ella camina. No sabemos si va a vomitar, parece que no se siente muy bien. Las niñas que se ríen siempre de ella se reúnen en su grupo exclusivo. Hoy les tiene una sorpresa preparada. Es una bomba. Toda la escuela estallará en mil pedazos. Se puede decir que ella siempre ha sido una niña obediente, estudiosa, aplicada, que nunca se ha metido en problemas, fumado en los baños, pintado las paredes. Tiene el pelo verde descolorido, deshebrado, viste con un overol de mezclilla. En el corredor parece un obrero saliendo de su trabajo, parece una sombra que busca la luz, para morir, para terminar con todo. Hoy es día de kermesse. Se acercó a las niñas y se les unió. Hubo un momento de silencio. Apretó el botón pero no pasó nada. Las niñas comenzaron a reír.

 

JULIA

Ella era una niña algo melancólica, algo triste, de caminar pausado, pero no era como si arrastrara los pies, sino como si caminara en cámara lenta de la cintura para abajo, y hacia arriba nada, ningún efecto especial, sólo sopor, inclinación del cuerpo. Ella caminaba por el corredor tratando de hacer el menor ruido posible, incluso sus respiros eran rasguños breves. Era demasiado alta, tocaba con sus cabellos el cielo, pero pensaba que no, pues todos a su alrededor le llevaban cinco, diez, y hasta quince centímetros. Tomaba sus libros entre sus brazos, los apretaba con mucha fuerza. No había desayunado, y había rezado toda la noche anterior, había cerrado los ojos, se había ocultado en el baño y el olor húmedo y sofocante la hizo sudar. Pidió por los pobres y los enfermos, pidió por los tristes. Ella era pobre también, y estaba enferma, ella era triste, melancólica. Pero a veces cuando oraba sonreía. Anoche se durmió y tuvo un sueño, soñó que volaba, que se elevaba por los aires como si fuera un globo y un avión de papel, las dos cosas al mismo tiempo. No tenía ganas de ir a clase, siguió caminando y entró en la biblioteca gigante y polvosa. La luz entraba por las ventanas como franjas cálidas, pero refrescantes y frescas. La bibliotecaria le echó una mirada detrás de sus anteojos. Ella caminó entre los pasillos buscando no algún libro, sino un lugar donde quedarse sola, hecha un ovillo en un rincón.

 

KARLA

¿De que planeta venía? Tenía las orejas puntiagudas y los ojos pequeños protegidos por arcos gruesos. Era una niña muy pequeña, delgadita, sus pasos se oían como hojas secas arrastradas por el viento, sus piel era casi incolora, opaca pero translúcida, como un fantasma celeste en una película. Ella tenía un reloj de oro muy grande, diseñado para un hombre adulto, se vestía de colores pastel, con pants y rompevientos sobre ropa blanca tan apretada que parecía una momia. La gente se le quedaba viendo, y siempre la molestaban en la escuela. Un día ella desarrolló al cien por ciento sus superpoderes, los cuales obtenía gracias a la energía solar, a la lunar, a la del magnetismo de la tierra, a alguna mutación genética o algo por el estilo. Sus poderes consistían en la habilidad de volar, superfuerza, supervelocidad, ustedes saben, lo usual en una niña de su edad y naturaleza. Los niños de la escuela comenzaron a ser sus amigos y a respetarla, le pedían que los llevara volando a la montaña o a sus casas, que les trajera cosas de McAllen, que les abriera un bote de jugo. Y ella accedía a todo, todo lo daba por un poco de atención. Hasta que un día desarrollo un poder que había permanecido oculto durante mucho tiempo en si, y lo utilizó, era el poder de decir que no. Se dice que ahora vive una vida normal, pues lo practica todos los días.

 

LUCAS

Cerraba los ojos y apretaba las mejillas contra las cejas, parecía que se iban a tocar, las cuencas se llenaban de piel y desaparecían por un instante. Al abrir los ojos reía y me hacía reír. Y yo le pedía que lo hiciera otra vez, y luego otra, y ya. Una cuarta vez la hubiera agotado, y luego ya no querría hacerlo en muchos años. También sus manos eran preciosas, de palmas gorditas. Un día me dejó apretarlas, eran como botones.

 

MARIANA

Marianita era una niña muy linda e inteligente que recolectaba palabras de muchas partes del mundo, palabras nuevas que sólo unos cuantos utilizaban. No, ella no aprendía lenguajes, esos todo mundo los conoce. Ella sólo quería las piedritas más redondas, las perlitas más brillantes que eran como canicas para jugar, las ponía en su boca y la gente le preguntaba que qué era eso. Significa que eso es muy bueno o muy bello pero sólo se usa cuando es algo que hizo un niño. ¿En qué idioma? En ningún idioma, pero sólo la usan los niños de una parte en el norte de París. Entonces es en francés. Mariana decepcionada asentía convenciéndose cada vez más de que sólo ella hablaría el lenguaje secreto. Había muchos que sí la comprendían, pero estaban muy lejos y no la acompañaban en su búsqueda. Ella les había enviado cartas eléctricas, traducidas por medio de un programa en su computadora. De todo el mundo le respondían regalándole palabras, pero no querían recibir las que ella había juntado, no se las aprendían. Por eso se sentía muy sola. Hay una palabra especial para mi situación, pensaba, y la decía en voz alta.

 

NERI

Nerí era una niña muy bonita que parecía niño. Además, usaba una camisa de mangas largas, y, sobre esta, una camisa de franela a cuadros, pantalones y tenis. Tenía el pelo corto, más largo que un niño, pero no lo suficiente. Recuerdo cuando la conocí, cuando ambos éramos niños. Le dije, oye tú, ven, ven, y ella vino. ¿Qué eres niño o niña? Soy niña, dijo con voz delgada y temblorosa de decepción. Le di un beso en la mejilla y ella se puso contenta. Me enteré de que se suicidó la semana pasada.

 

ÑOÑA

Yo soy una niña que le gusta reír y ver caricaturas y contar chistes. Me gusta que eso piense la gente de mi, aunque también puedo hacer otras cosas. Puedo llorar durante horas cuando la gente no se ríe de mis chistes, y puedo poner aceite de ricino en sus bebidas mientras esperan a que se las lleve. El otro día caminé hasta la estación del metro, le di una moneda a una señora que mendigaba en el piso. Como no tenía nada que hacer mientras esperaba, le hablé de mis programas favoritos y me puse a contarle chistes. No se rió, pero me puso mucha atención, y eso fue suficiente. Se me pasó dos veces el tren por estar hablando con ella. En la escuela me pidieron que le escribiera algo bonito a la persona que mas quería en el mundo. Le escribí y a la salida le fui a entregar la carta, pero no estaba. Dejé el sobre en el piso, en el lugar en el que la había visto. Volví al día siguiente, y al día siguiente a ese. Tardé mucho tiempo en encontrarla y, cuando al fin lo hice, me puse a patearla, a pisotearla, a saltar sobre su cuerpo frágil.

 

OFELIA

A Ofelia le gustaba correr en la tierra y llenarse de lodo. Era muy fuerte, podía vencer a cualquier niño. Le gustaba atrapar a los pajaritos mientras comían migajas del piso, le gustaba salir a ver los amaneceres pintados de violeta por la contaminación y respirar el aire tosco de ciudad alcanzándolo en los columpio. Un día conoció a una niña que no tenía una pierna y andaba en silla de ruedas. Aunque cuando no estaba muy cansada se apoyaba en un aparato especial. Se hizo su mejor amiga, le llevaba flores que ella misma recolectaba, la sacaba de su casona y la empujaba por el parque. Platicaba con ella durante horas, sentía que eran almas gemelas, que había nacido sólo para ser su amiga. La niña le correspondía. Le iban a poner una pierna robótica muy pronto, y podrían jugar y correr juntas. Sólo si tu estas conmigo me sentiré completa, le dijo. Ofelia lloró y la abrazó. En su rostro enrojecido la expresión de felicidad dolorosa. Se fue a su casa. Sus papás llegaron muy contentos, le dijeron que tendría la educación que ellos no tuvieron, los dulces que ellos nunca degustaron, los juguetes que siempre vieron a través de una vitrina. Sólo tenía que darle una de sus piernas a otra niña que la necesitaba más que ella. Pero no era algo tan malo, le pondrían una mecánica con todas las funciones normales.

 

PAMELA

Su voz quería escapar a donde nadie pudiera escucharla. Los niños en la escuela le pedían una y otra vez que cantara la misma canción. No, esa ya la canté muchas veces, les voy a cantar tal otra, decía. Estaba harta de que la acosaran con sus súplicas. Un buen día, aunque no muy bueno para ella, sus papás se mudaron a otro lugar y la inscribieron a una escuela de monjas, donde las niñas vestían de negro con holanes blancos. A ella también la vistieron así. Tenían muchas reglas. Entre otras, nadie debía hablar, a menos que se le indicara. No pudo cantar en mucho tiempo, pero un día la maestra salió del salón y ella lo hizo, cantó con las más hermosas entonaciones y el más profundo sentimiento. Se escuchó su alma exprimida en el sonido porque ahora estaba dispuesta a morir en cada nota y en cada palabra. A morir por dentro. Todas sus compañeras se le quedaron viendo con sus miradas frías, ensordecedoras. Calló. Las niñas volvieron a sus posiciones originales.

 

 QUEEN

Descubrió unas líneas blancas, muy delgaditas, casi imperceptibles, que dividían su brazo en dos. Nunca las había notado antes, aunque en este momento no recordaba sí había hecho un examen parecido anteriormente, si había visto su piel. Tal vez cuando era muy pequeña, pero de diez años a la fecha no lo recordaba. Simplemente se había desvanecido de su memoria como un sueño nocturno del que uno despierta como para tener la oportunidad de grabarlo en la memoria, de escribirlo, de dibujarlo. Eran unas líneas blancas en su brazo, pero no sólo en su brazo, sino en todos los “bordes” de su cuerpo. ¿Quien me hizo?, debo conocer a mi fabricante, pensó. Pero estaba muy ocupada haciendo pasteles de frambuesa. “Quizás en otra ocasión.”

 

RENATA

Después de dormir durante horas, Renata abrió los ojos y se quedó viendo el techo durante un buen rato. Estaba lleno de manchas filtradas de cuando llovía. Siempre encontraba figuras, y no solo en el techo, sino en todos lados. En el piso, en las puertas de pintura vieja, en el chocomilk, en los vestidos de su mamá, en los minúsculos surcos en sus manos, en sus sueños. Ella quería ser pintora, dibujaba en cualquier papel que le llegara a sus manos, pero no dibujaba cosas, sino las texturas que las contenían. Todos decían que sus dibujos eran muy bonitos, pero luego preguntaban: ¿qué es? Renata tenía que explicar cada una de las cosas que veía para que hubiera una sonrisa en sus rostros. Ahora ella es grande, tiene un trabajo fijo, y una familia. A veces en sueños las texturas la siguen invadiendo con sus imágenes. Mañana morirá consumida por el fuego. Sus ojos antes de derretirse verán un paisaje muy bello.

 

SUSANA

Había una vez una niña que se llamaba Susana y que estudiaba en quinto año de una primaria particular. Ella era muy bonita, de cabello rubio y ojos celestes. Sus labios parecían un corazoncito y su alma era muy buena. Era como todas las niñas y niños del colegio. Un día el dinero se les acabó a sus papás y ella tuvo que cambiarse a una escuela del gobierno. Ahí todas las niñas y niños eran diferentes, como emigrados de otro país totalmente diferente. Sus colores eran extraños, sus voces, o mejor dicho, la manera en la que las utilizaban era extraña, sus olores y sus almas no eran de lo mejor, se pegaban unos a otros y se burlaban de los que consideraban diferentes sin saber que todos ellos eran extraños. Cuando ella quiso mostrar su buen corazón, hablándole a una niña extraña, la niña se fue. No le hables a esa niña, dijo otra también extraña para Susana. Ella es muy extraña le dijo. Pero a Susana todas le parecían extrañas. Sus papás no fueron por ella ese día, así que se tuvo que ir en camión. En la parada se encontró a la niña, quien recapacitó en su timidez y, sin vencerla, le sonrió a Susana. Pero Susana no le hizo caso, fingió no verla.

 

TERE

No sé para que es este cable rojo, ni sospecho para qué son el verde y el negro, que tiemblan cuando respiro. ¿Nací con estos cables que atraviesan mi cuello y mi pecho agujereados? Los jalo y no me duele, pero cala; busco bajo mi piel algún aparato, mas si existe, no lo siento. No hay nadie más con unos cables así, no he visto a nadie y creo nunca lo veré, una brisa de electrones me da escalofríos. Tampoco tengo padres que me aclaren las cosas. Vivo en un convento con unas monjas. Pero ellas no saben nada, sólo son túnicas se me acercan flotando como si estuvieran vacías. Como si no estuviéramos del mismo lado de las paredes. Les he preguntado una y otra vez, pero siempre me responden con evasivas. Nunca me dejan salir sola a la calle, si no, tal vez pondría un anuncio en el periódico, con mi foto: ¿Alguien sabe quienes son los padres de esta niña? Pienso que mañana que me lleven al parque a caminar, un señor de traje negro, de facciones duras y ojos de piedra me observará en su búsqueda, me habrá encontrado después de tantos años; me va a decir: "ven, niña, ven"; tratando de engañarme, pero yo sabré la verdad. Me tendrá que agarrar a la fuerza, y en el forcejeo le morderé la mano descubriendo que es inmune al dolor. Antes de llegar a donde me lleve, quizás a una puerta luminosa, me arrancaré los cables para morir.

 

URSULA

Ella calla mientras su interlocutor habla. No sonríe, mira hacia el vacío. Ya no lo soporta. Es impertinente, habla mal de la gente, tiene un tono muy descarado y vulgar y, además, le apesta la boca. Su mamá debió enseñarle como se debe de hablar correcta, pausadamente y con consideración hacia los demás. Horas atrás, cuando comenzaron a llegar personas a la fiesta, la mamá de Ursula le dijo a Ursula: si no vas a decir nada bueno de alguna persona, mejor calla… o cuando menos se breve, y rió como si fuera esto último lo más divertido. Los demás invitados ríen y bailan, y en general parecen divertirse mucho mientras que Ursula y el señor están sentados en una banca del jardín. Él trata de contarle una historia incomprensible. A veces va demasiado rápido y no explica por qué pasan las cosas. A veces va demasiado lento y se detiene por completo. Ella comienza a decir algo, pero él la interrumpe y continúa. Finalmente termina, aunque no lo parece. ¿Qué opinas de la maravillosa aventura de la niña que vino del espacio? --, preguntó él, y ella respondió, siguiendo las reglas de la etiqueta: procuraré ser breve. Es usted un idiota.

 

VANESA

Para Alex

 Había una vez una niña que podía leer muy rápido, más rápido que todos los demás de su salón, pero la maestra siempre la regañaba: Vanesa, deja de estar haciéndote la mensa y lee tu libro. Lo que pasaba era que leía tan rápido que terminaba antes que los demás y se ponía a jugar o a peinar su hermoso cabello. Claro, después del grito, Vanesa regresaba a su banca y se hacia la mensa fingiendo leer. Un día se encontró un libro muy grande y gordo, pero la maestra se lo vio y le dijo: seguramente te lo robaste de la biblioteca... Y le quitó el libro, y lo guardó en su escritorio. Vanesa se fue a su casa muy triste, y se puso a llorar desconsolada. Se acurrucó en su cama. A la hora de dormir salió por la ventana y salió corriendo hacia la escuela, abrió el cajón del escritorio con un fierro que encontró y sacó el libro. El libro tenía las instrucciones para volar, se quedó leyéndolo con mucha concentración, y no se dio cuenta de cuando la maestra y todos los niños llegaron a la escuela. La maestra la regaño: Niña ladrona, ahora sí te va a llevar la policía. Todos los niños se burlaron de ella y la maestra comenzó a gritar: ¡Policía! ¡Policía! Pero Vanesa ya había aprendido como volar y salió volando para escapar.

 

WENDY

En el video las montañas han germinado del suelo como ruinas de edificios milenarios, detrás de ellas un sol extiende sus dedos rojos. A lo lejos se puede observar una mota de polvo que se va haciendo más y más grande. No tiene sombra. Es una mujer que conocí en mi cine, cuando proyecté una película de amor. Le dije hola, yo soy Wendy, la dueña, me gustaría tomarte unas fotos. Ella se asustó, pero le expliqué que con el procedimiento que yo utilizaba sólo capturaba su imagen. He hecho este tipo de cosas desde que tenía ocho años. Mi padre era un videoasta loco, él me enseñó todo lo que sé. Un día llegaron un hombre y una mujer a su casa, eran del Departamento de Compresión. Ellos se deshacían de los vestigios del pasado, de las fotografías, de las películas, de los cómics, de los videojuegos y los ambientes de realidad virtual. Se los quitaban a la gente para comprimirlos. En el video, la mota de polvo es ahora un ave lejana. Mi madre, la mujer que le quitó sus herramientas, siempre dice: sucedía tan rápido, que un día ya no había rastros de lo que hizo cambiar nuestra manera de vivir. Saquearon todos los materiales y trabajos de papá, sus libros y revistas de papel. Le informaron que tenía que actualizarse. Papá llegó a la oficina con los ojos rojizos, vidriosos y con la visión borrosa buscó a mi mamá. Ella había sido informada de la obsolescencia del Departamento de Compresión, y también lloraba porque el día siguiente, a las tres de la tarde, se comprimiría a si mismo. El ave lejana es ahora una mujer. Regresaron a maldecir el sitio vacío y encontraron un cuadrito negro. Es el pasado comprimido al máximo, dijo ella. Lo introdujo a una terminal, ante ellos desfilaron millones de datos inservibles sin el decodificador adecuado. Mi madre lo programó. Hoy voy a proyectar una película de esperanza. La mujer es ahora un rostro.

 

XXX

Había una vez un Geneteísta que se consideraba el hombre más maravilloso, hermoso e inteligente sobre la faz de la Tierra. Ninguna mujer era lo suficientemente buena para él. Nadie me merece, decía mirando su mapa genético, soy perfecto. Entonces hizo un clon de si mismo, cambió una Y por una X en un monitor. Se quedó pensando: yo necesito algo mejor, yo necesito una superhembra, y agregó otra X a la ecuación. La niña nació de una probeta. Estuvo un tiempo en la incubadora. Creció al lado de un hombre que era su padre y su madre, su hermano gemelo y su prometido. Él la adoraba, pues era también un ser perfecto. Cuando fue a la escuela no pasó nada, fue después de unos años que le preguntaron las niñas que con quien se iba a casar. Todas habían dicho nombres de artistas, pero cuando ella les explicó su situación se rieron de ella y tuvo que decir que sólo era una broma. Ellas dijeron que eso debía ser lo verdadero, pero jamás volvieron a hablarle, ni fueron a su boda, ni vieron su vestido blanco, ni vieron como gritaba un largo ni como corría restregándose y rascándose la piel para tratar de arrancarse esos genes.

 

YO

Ya ha dejado de correr. Ya ha dejado dibujar y de escribir sobre papel y de saludar a las personas apretando la mano, ya ha dejado de estudiar, de soñar cosas bellas, de pensar cosas bonitas, de sonreír. No puede sentir cuando alguien la ama, ni puede amar a nadie. Nadie quiere a las niñas como ella. Eres una niña mala, eres una niña fea, no debiste hacer eso, no debiste decir eso, no debiste sentir esas cosas horribles. Pensaste que eras muy lista y bonita, que eras una niña buena a pesar de que eras mala. Pensaste que te ibas a poder salir con la tuya. Pero cuán equivocada estabas.

 

ZENEIDA

Ella quiere ser escritora, y ni siquiera ha aprendido a leer. Mira los dibujos en las páginas sin saber que hay otros dibujos más detallados entre las líneas de texto. Dibujos de carne y hueso, de sonidos y memoria. Además le gustan los libros por su forma y su peso, su temperatura, por la sensación que producen al tacto, por su olor. No sabe que esas cosas dejan de importar cuando se depende de fotocopias de biblioteca o de un monitor de computadora. O cuando se tiene una enfermedad y los libros son demasiado pesados para cargarlos y hay que arrancar sus páginas. A ella le gusta la voz de su mamá cuando lee el único libro de cuentos que tiene, ese que le regalaron en la primaria y que se puso a colorear. No sabe que la voz tampoco importa, sino el silencio. Ella es muy pobre, su casa apenas puede llamarse casa, su colonia se llama barrio, su lavandería se llama acequia. Por las noches hacen falta cobijas y por el día cosas para comer. Poco a poco le irán faltando sueños. Vive en el peor rincón de la ciudad y sus papás vienen de provincia. Tiene siete años. Piensa que puede escribir acerca de su vida y de la gente horrorosa que la rodea. Según ella, sólo necesitan una bici y una bolsa con muchos cuentos y muchas libretas y muchos lápices de colores. Zeneida es una niña que realmente existe. Ella quiere ser escritora. No sabe que nunca lo logrará.

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Desde 1992 a 1999 pertenecí a diferentes talleres literarios con Felipe Montes (6 años), Isidro Ávila (3 meses), Hector Alvarado (10 meses), Porfirio Hernández (7 días), Rosaura Barahona (2 días), Rafael Ramírez Heredia (5 meses), David Huerta (1 día), Carmen Martín/Alardín (2 semanas). Taller de guionismo de la Casa de la Cultura.

Obtuve el Premio nacional de poesía ITESM, el premio de cuento de la revista La langosta se ha posado, y soy ex-becario del Centro de Escritores de Nuevo León.

Colaboro con textos narrativos en la revista Umbrales.

Participo con diferentes revistas, entre ellas Oficio, Papeles de la Mancuspia, La langosta se ha posado, Nave, Rayuela, etc.

He sido antologado en Columnas, antología del doblez, Natal, 20 visiones de Monterrey, y Silicio en la memoria.

Soy estudiante de Letras Hispánicas (UANL) y de pintura (TEP), y maestro de dibujo (FAV-extracurricular).

 

En la plástica he colaborado en La tempestad, Informarte, y Rayuela y he tomado diferentes cursos y talleres en la ciudad y en el D.F.