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Cultura de Veracruz José Luis Velarde | |
En el mundo de la cultura mexicana hay un conjunto siempre variable, pero
con tendencia a la baja, de revistas independientes que responden a la
necesidad de publicar textos de mil hechuras distintas. Los autores
repartidos en toda la extensión territorial; los de la capital y los de
tierra adentro, como llamara el Consejo Nacional para la Cultura y las
Artes, a todos los ubicados en provincia, escriben y demandan páginas donde
la poesía, la narrativa y el ensayo los lleven hasta el público en un
encuentro que siempre se supone jubiloso. Sin embargo, la realidad ofrece
penurias interminables, las publicaciones languidecen y los lectores parecen
cada vez más escasos. Podría decir un poco en broma y bastante en serio que
un buen lector mexicano comienza a aproximarse a un ente utópico; un ser
irreal que de vez en cuando se dirige a una librería para buscar un buen
libro quizá imaginario.
Libros y revistas no abundan en estanterías donde los secretos del corazón,
las crónicas de las estrellas, las fotografías de carnes esplendorosas y las
historietas, menos llamativas a pesar de las perversiones del manga,
se codean con recetas de gastrónomos apoyados en programas televisivos,
donde también se promueven lecturas que no incitan revolución alguna del
pensamiento. Es más fácil vender fórmulas que promueven la superación
personal que un libro de poesía. Es más simple ofrecer manuales que prometen
el aprendizaje de Windows Vista, en dos semanas que presentar un volumen de
cuentos de un autor regional. Es notoria la franca superioridad de los
textos que no buscan promover literatura alguna, pero puedo afirmar que las
librerías, al menos las pocas existentes en mi entorno, ceden cada día más
espacios a otras promociones que ofrecen mejores posibilidades comerciales.
En un rincón, ocupado durante años por revistas y libros dedicados a la
astrología, ahora se yergue una máquina tragamonedas que vende refrescos
helados a cambio de una buena cantidad de monedas, por aquí y por allá
proliferan muebles bien diseñados que exhiben cigarrillos, calendarios,
agendas, colecciones de estampas, billetes de lotería, juguetes de bajo
precio y los antojitos menos nutritivos. El papel y sus letras, incluso las
malas, desaparecen en una estampida que levanta escaso polvo y no mortifica
a nadie, porque los testigos hace tiempo dejaron de notar la ausencia de
cualquier literatura, aún la deleznable.
¿Azares de la educación?
¿Meros hábitos de consumo?
Hojas de papel volando
hacia ninguna parte como parodia del Son de la Negra donde lo que
vuela son ojos tan ciegos como la ausencia. Ojos que no leen donde el viejo
refrán augura corazones que no sienten. Y es que desde mi humilde punto de
vista debería decirse: Ojos que no leen, corazón que no siente.1
Quizá ahora mismo el lector me acuse de trastocar refranes a mi
conveniencia, pero el dicho que todos conocemos, más que referirse a la
vista, debió relacionarse desde siempre con la mirada interior engrandecida
por la lectura. Sin ella, las palabras y sus connotaciones dejan de
alimentar el pensamiento. Bien sabemos que los ojos no siempre ofrecen la
mejor interpretación del mundo que nos rodea. Y al mencionar esta frase es
inevitable recordar el cartel colgado por Gustavo Alatriste en cada una de
sus salas cinematográficas construidas en México durante la década de los
setenta. Si la memoria no me falla era inevitable leer en los vestíbulos:
La moral se encuentra en los ojos de cada espectador, sin dar crédito
alguno al proverbio: Beauty is in the eye of the beholder, (La
belleza se encuentra en la mirada del espectador), aparecido en un
capítulo de la Dimensión Desconocida de 1965, donde tampoco se daba
crédito a la sabiduría popular ni a Antoine de Saint-Exupéry quien ya había
escrito: Lo esencial es invisible para los ojos y sólo puede verse con
los ojos de la imaginación. A fin de cuentas hay referencias de
expresiones parecidas que fueron pronunciadas en el mundo griego trescientos
años antes de Cristo.
William Shakespeare en sus
Trabajos de amor perdidos,
publicados en 1551, expresa:
La belleza existe por el juicio de la vista.
Benjamin Franklin en su
Almanaque del pobre Richard,
de 1741, refiere:
La belleza como supremo dominio sólo es soportada por la opinión,
pero David Hume en sus
Ensayos sobre moral y política,
de 1742 retoma el concepto original surgido del refrán alterado al expresar:
La belleza en las cosas sólo existe en la mente que las contempla.
Algunas hojas de papel volando se ausentan y otras buscan reafirmarse como
fuente fundamental del conocimiento, porque sólo con las palabras y sus
significados podremos aproximarnos a la verdad, cualesquiera que ésta sea,
como el ente simbólico que somos.
De una u otra manera, ya sea legal y con derechos de autor cubiertos o en
lomos de la piratería más vil, la literatura abandona sus cauces
tradicionales para multiplicarse en la internet cada vez más llena de
posibilidades. O, mejor dicho: Ahí están los libros valiosos, las novedades,
los incunables, los maltratados por la crítica, los que nunca se publicaron
en papel y los que hubiera rechazado cualquier editor de prestigio; en otros
sitios pueden descubrirse los best sellers, los tirajes limitados o los
autores de nuevo cuño, pero ninguna categoría se encuentra entre las más
visitadas por mis compatriotas. Es indudable que la literatura en los
formatos tradicionales enfrenta la crisis del conocimiento, la crisis del
papel, la crisis de la competencia impuesta por la red, la crisis del
fomento a la lectura, entre tantas otras crisis incrementadas por la crisis
económica mundial y, lo que es peor, sufre la crisis representada por la
falta de lectores en cualquiera de los ámbitos donde logra manifestarse.
Y al reflexionar sobre las posibilidades que ofrece este alimento espiritual
tantas ocasiones propuesto, pero pocas veces llevado al entendimiento y la
vida cotidiana, resulta necesario recalcar cómo la lectura languidece en
nuestro país que de ninguna manera es el país de lectores previsto
por la publicidad gubernamental como buen deseo oficialista y meta distante
como un sueño de ornamento.
En paisaje tan nebuloso cobran mayor atractivo los afanes de los editores
independientes que aquí y allá; tierra adentro o tierra afuera (creo que
Tierra Afuera ubica mejor a los que no se encuentran en el Distrito
Federal.); centro absolutista o centro abierto. Publican uno, o muchos
números, en trayectorias sujetas a ventas heroicas, suscripciones pírricas,
o becas institucionales que dan más alimento espiritual que ganancias
monetarias.
Cuando fui editor alguna vez creí escuchar Te compro un ejemplar o una
suscripción, pero no vuelvas a llamarme. Quizá era sólo mi pésimo
desempeño como vendedor lo que propició tantos golpes a mi entusiasmo
entonces juvenil, pero si A
Quien Corresponda, mi propia publicación, dejó de aparecer en
el 2003, aún existen revisteros, como acostumbran llamarse, los héroes que
ofrecen ejemplares literarios en una tierra que cada vez les resulta más
hostil. A pesar de las consabidas problemáticas relacionadas con sus
finanzas sobreviven y se empeñan en publicar sus revistas como si
provinieran de una tierra extraña donde las bibliotecas y las librerías
fueran tan abundantes como los buenos lectores. Hace poco Raúl Hernández
Viveros me hizo llegar diversos ejemplares de Cultura de VeracruZ,
donde descubrí parte de la nueva época iniciada en el 2004 con la terquedad
que afecta a los editores y la calidad que acompaña proyectos que debieran
tener mayor respaldo del sector oficial o de la iniciativa privada.
Tengo ahora textos que hablan de la literatura sonorense, descubro poetas de
las Islas Canarias y otros radicados en Andalucía, hay autores de andanzas
probadas como Marco Tulio Aguilera Garramuño y Arturo Trejo Villafuerte,
entre tantos otros colaboradores que sería largo referir. Cerca de ellos
Irving Ramírez comparte mi pesimismo cuando habla de revistas y suplementos
culturales, pero conforme tomo y reviso ejemplares de Cultura de VeracruZ,
el viejo entusiasmo me lleva hasta los libros presentados por este sello
editorial y es entonces cuando pronuncio un llamado a los lectores. Por
favor asómense a los blogs que mantiene Raúl
Hernández Viveros, baluarte de este proyecto literario y dense tiempo para
descubrir que en México el mundo de las publicaciones mantiene sus anhelos y
trabaja para difundir cultura. Es tiempo de comprar una suscripción y
solicitar el catálogo de los libros publicados hasta ahora.
Y, si usted escribe, mande sus textos a
Cultura de VeracruZ, revista que ofrece sus páginas a todos los jóvenes
escritores de habla hispana que deseen formar parte de un proyecto que por
sus buenas intenciones merece continuar.
No olvide mandar sus datos biográficos y una fotografía reciente.
Cultura de Veracruz
Altamirano 35, altos
Xalapa, Veracruz
CP. 91000, México
En la red:
http://nuevaepoca.blogspot.com/
Nota
al pie: 1.- Ojos que no leen, corazón que no siente, fue lema de una campaña dedicada a la promoción de la lectura emprendida por el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Tamaulipas, de 1996 a 1998
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| Escritor mexicano Otros textos de José Luis Velarde Descarga ejemplares
Este artículo se publicó en junio de 2009 en la revista Cultura de Veracruz
Una semblanza de Raúl Hernández Viveros Sume 108521 visitas y tendrá la cifra verdadera José Luis Velarde Escritor mexicano Nació en 1956, en Ciudad Victoria, Tamaulipas. Coordinador de talleres literarios, promotor de actividades culturales y maestro en diversas instituciones públicas y privadas. Codirector de la revista literaria A Quien Corresponda en el período comprendido entre 1985 y el 2003.
En años recientes fungió como director de producción y operación en el Sistema Estatal Radio Tamaulipas; y director de Radio Universidad Autónoma de Tamaulipas. Es un amante de la radiodifusión y el futbol llanero. Ha publicado en El Búho, Tierra Adentro, Letralia, El Cuento, Fronteras, Antología de Minificción Mexicana, Químicamente Impuro, Axxón, Breves no tan Breves, La Talacha , Proyecto Sherezada, Matérika, Escrituras mecánicas y muchos otros sitios reales y virtuales.
Autor de Ento; Deambulaciones; La crónica ignorada del hombre; En busca del Nuevo Santander; A Contracorriente y Nos quedamos sin nosotros. Participó en la antología Estación Central bis, de Editorial Ficticia en el 2010. En el 2014 publicó en antologías como Futbol en breve; Microrrelatos de Jogo Bonito; y en Minificcionistas de El Cuento, recopilada por Alfonso Pedraza para Editorial Ficticia. A estos logros se sumó la novela Contradanza presentada por Editorial Terracota.
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