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Plática con el silencio

 

 

Énder Velarde

 

   Hoy por la mañana se acercó mi vecino con su rostro malhumorado. Robó una hora de mi sábado contándome los detalles del desayuno, las reparaciones efectuadas en la chatarra a la que llama su automóvil; luego me dijo dónde compraba la ropa y hasta reveló secretos de la mujer con la que comparte su triste vida.

   Confieso que fracasé en cada intento realizado para retirar ese rostro maloliente de mi vista.

   Lo confieso con pena y con fastidio.

   Apenas advertía mis intentos de huir me miraba a los ojos y me daba una palmada para que le siguiera prestando atención.

   No pude dejar de escuchar su parloteo y lo peor es que no pude negarme cuando nos invitó a cenar.

   —Lo espero más tarde vecino. Traiga a su esposa, traiga a quien quiera.

   No sé cómo asentí si ya me tiene harto.

   Durante el resto del día no pude tomar la fuerza necesaria para llamarlo y posponer, por lo menos, la reunión. Ni siquiera pude hacerlo cuando mi esposa me recriminó:

   —¿Cuántas veces has dicho que no soportas a ese maldito vecino malhumorado? Ni pienses que voy a acompañarte.

   Me alejé de ella y esperé que llegara la noche sabatina.

   Mi sábado echado a perder.

 

   Desesperado frente a su casa, escuché a su perro ladrar. Ese animal siempre me trató como si yo fuera un desconocido. Confieso haberlo saludado y alguna vez le ofrecí un trozo de carne. Pero el maldito perro tiene el mismo carácter de su amo.

   Toqué la puerta como si no quisiera que respondieran a mi llamado, pero se abrió al instante para mostrarme un rostro feroz.

   Era la esposa vestida como si no fuera a recibir visitas. El pelo pareció alborotársele más cuando regañó con ímpetu a su marido.

   —Imbécil, no oyes que tocan la puerta.

   El vecino llegó de inmediato para contarme una mañana espeluznante.

   Desvanecí de mi pensamiento los gritos de la mujer. Traté de concentrarme en la plática; más bien, discurso de aquel hombre, porque yo en realidad no decía palabra.

   Después de treinta y nueve minutos de monólogo, se le ocurrió hablar de mis prendas fachosas, de los arreglos realizados en mi casa; habló mal de mi mujer y no dejó de manifestarse enojado por la marca de mi automóvil.

   Hice algo que sólo había considerado, pero que nunca me había atrevido a hacer.

   Le recriminé los modales de su perro loco y recalqué la fealdad de su mujer más grande que un barril.

   Señalé los ruidos emitidos por el viejo automóvil que se empeñaba en arreglar las mañanas dominicales en vez de traer a un buen mecánico. Llegué a decirle que no lo había llevado nunca a un buen taller sólo para molestar durante los fines de semana.

   El tipo levantó la voz y de tanta rabia no fue capaz de emitir más que ruidos.

   Ruidos espantosos que aumentaban de volumen reforzados por los gritos de la mujer que tampoco era capaz de decir nada entendible.

   Decidí callarlos, de una vez, para siempre.

   Y avancé un paso para trazar una cruz imaginaria sobre su boca.

   Una cruz grande en la que no confiaba, pero confieso que resultó y el vecino malhumorado quedó como si le hubieran clausurado la boca y la garganta con un litro de pegamento epóxico.

   Ante mi éxito repetí el dibujo sobre la boca de su mujer y la dejé tan callada como siempre he imaginado que deben ser las noches de los fines de semana.

   Al salir, el perro me ladró salpicando babas por todas partes. Ladró hasta que mi cruz lo dejó en silencio.

   Sólo me faltó callar al coche ruidoso, pero no soy mecánico.

 

   Desde mi ventana miré a los vecinos ir y venir en silencio.

   Quisieron encender el auto que no emitió ruido alguno. Pensé que mi signo silenciador tenía poderes ocultos.

   Los vi caminar por la calle como si fueran personajes de una película de Charles Chaplin.

 

   Me asomo al dormitorio. Mi mujer duerme entre ronquidos que espantarían a los elefantes de un rebaño enloquecido.

   Trazo mi cruz de silencio.

   La tacha mágica que la hace dormir en paz y sin incomodar al vecindario.

   Enciendo el televisor. Las noticias de última hora dicen que encontraron a mis vecinos a veinticinco calles de distancia.

   Yacían muertos sobre la banqueta.

   Una persona que pasaba intentó reanimarlos con técnicas de respiración artificial y ambos expulsaron palabras.

   Millones de palabras que desaparecieron antes de la llegada de la ambulancia, los rescatistas y los agentes de la policía.

   Al buen samaritano lo consideraron loco y fue llevado a prisión para investigar su relación con los muertos.

   Comienza un programa de variedades y música cursi. Una muchacha gorda quiere cantar el tema del Titanic.

   Cambio de canal y encuentro la repetición dominical de una telenovela. Le aplico una cruz de silencio, mientras digo: “callen malditos”.

   El silencio se instala en mi sala y confirmo que puedo silenciar a cualquiera con mi imaginación y una tacha muy grande.

   Vuelvo a la cantante y la dejo sin voz.

   Sin la espantosa voz desafinada del instante anterior.

 

   Durante algunas semanas he caminado por mi ciudad para devolverle la paz de otros tiempos.

   Los ruidosos ya temen romper las reglas marcadas por la buena conducta. Ya se sabe del enmudecimiento de muchas personas y la población es más cuidadosa.

   Soy enemigo de los vehículos escandalosos, de los perros que ladran sin pausa y de los desconsiderados que alzan la voz sólo para llamar la atención.

   Basta una cruz de silencio.

 

*Plática con el silencio, aparece en Los danzantes del sol, libro publicado por el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes en el 2013.

 

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Escritor mexicano

Nació en 1996. Es guitarrista de la Banda Nuevo Santander y del grupo Abyssal Dream. Estudia Ciencias Políticas en ULSA.

Premios

Ha obtenido los siguientes reconocimientos literarios:

Mención Honorífica en el Concurso Estatal de Cuento Infantil 2004.

Primer Lugar en el VII Concurso Estatal de Poesía Infantil 2006.

 Primer Lugar en el VII Concurso Estatal de Cuento Infantil 2006.

 Primer Lugar en el VIII Concurso Estatal de Poesía Infantil 2007.

 Primer Lugar en el VIII Concurso Estatal de Cuento Infantil 2007.

Primer Lugar en el Concurso Nacional de Cuento Exprésate 2010, convocado por la Secretaría de Relaciones Exteriores, la ONU, Save the Children México, UNICEF, el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM y el CONACULTA.

Primer Lugar en el Concurso Estatal de Cuento Fantástico 2011.

2º lugar en el Concurso Nacional Exprésate 2012, Voluntario ¿Yo?, convocado por la Secretaría de Relaciones Exteriores, la Organización Mundial de las Naciones Unidas, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Save the Children y el DIF.

 

Publicaciones

En el 2004 fue antologado en el volumen Gatitos, publicación del ITCA. En el 2008 el Gobierno del Estado de Tamaulipas y el Instituto para la Cultura y las Artes presentaron el libro: La receta secreta y Fotografías; obra que reúne los cuatro premios estatales de literatura conseguidos por Énder Velarde García entre el 2006 y el 2007.

En el 2013 fue uno de los autores antologados en el volumen Me narraré hasta encontrarme.

En el 2013 presentó Los danzantes del sol, libro editado por el ITCA y el Gobierno del Estado de Tamaulipas.