Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links Un baile con el diablo
Enrique García Díaz |
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Hace unos días un amigo mío
vino a visitarme a mi casa con un pergamino muy antiguo que había
adquirido en una feria del libro. El documento se conservaba en muy buen
estado para el año en que estaba fechado: 1814. De inmediato me sentí
atraído por la obra, ya que en mis ratos de ocio me dedico a coleccionar
todo tipo de material literario, ya sean libros, manuscritos... Es mi
verdadera pasión sumergirme en el conocimiento que atesoran. La visita
de mi amigo se debía principalmente a que la historia que contaba estaba
en inglés, de modo que me pidió si podía traducírsela ya que había
ciertos vocablos y expresiones a los que no lograba sacarle sentido. –Por supuesto –dije–.
Mañana te llamaré para que vengas a recogerlo. De manera
que mi amigo se marchó dejándome a solas con el manuscrito. A la luz de
una lamparilla que tenía sobre la mesa de mi despacho, procedí a
traducirlo. Antes, sin embargo realicé una primera lectura para conocer
el tema del texto. Una vez concluida ésta, fue tal el efecto cautivador
que en mí produjo que de inmediato me puse manos a la obra. Y es aquí
que me propongo compartir con ustedes, queridos lectores, la traducción
de la historia del pergamino que lleva por título.
Un baile con el diablo.
Espero que les guste y les cautive como a mí. “Hubo un tiempo en que se
celebraban bailes en el castillo de Koperstein. Dichos bailes eran tan
conocidos y famosos que todos los habitantes de la ciudad intentaban por
todos los medios ser ellos los agraciados con una de las pocas
invitaciones que el dueño enviaba. Y es que aquellos bailes estaban
reservados sólo para personas de cuna. Todo el mundo, ataviados con sus
mejores galas para la ocasión, deseaba deslizarse por sus inmensos y
ricamente adornados salones. Qué no darían algunos con estar en aquel
castillo el último día del mes para asistir al baile. Por si fuera poco
encontrarse entre los asistentes, era un lujo al alcance de unos pocos
lo cuál aumentaba el deseo por acudir. Los afortunados que habían
acudido al menos en una ocasión contaban maravillas acerca del castillo.
De sus enormes lámparas colgadas del techo, de sus ricos tapices que
cubrían las paredes, de la atención con la que eran tratados los
asistentes que hacía que todos quisieran repetir al mes siguiente. El día del baile se
acercaba y todo el mundo en la ciudad se encontraba nervioso pues las
invitaciones para acudir al baile iban a comenzar a repartirse. Entre
estas gentes se encontraba Leonora, la hija de uno de los comerciantes
más importantes del Barrio Pequeño. Aquella mañana se encontraba sentada
a su tocador cepillándose su larga melena rubia, mientras su mente
soñaba con que iba al baile del castillo, ricamente ataviada y bailaba
con un joven encantador que después resultaba ser un príncipe que se la
llevaba con él. Desde que era una niña había oído contar maravillas
acerca de los bailes en Koperstein. Los magníficos carruajes y calesas
que circulaban por sus jardines, la damas y caballeros que descendían de
ellos, el sonido lejano de las melodías que se tocaban y que se
filtraban a través de los ventanales para deleite y por qué no decirlo,
envidia de los que no podían ir. El mundo que se había construido en su
imaginación en torno al castillo la había cautivado de por vida.
font-family: –Sería capaz de vender mi
alma al diablo con tal de ir una noche al baile –dijo mirando fijamente
su propio reflejo en el espejo. Tan pronto como hubo
expresado su deseo un sirviente procedente del propio castillo de
Koperstein se encontraba ante la puerta de su casa para hacer entrega de
una invitación. Al conocer la noticia, Leonora comenzó a dar saltos de
alegría y bailar por toda la casa. Necesitaría un vestido, el más bonito
y lujoso de la ciudad ya que quería que todo el mundo se fijara en ella.
Quería ser la atracción del baile. Al fin y al cabo puede que no
volviera a ningún otro, así que tenía que dejar huella de su paso por el
castillo de Koperstein. Su padre era rico y no escatimaría el dinero en
su vestido ya que pensaba al igual que su madre, que tal vez consiguiera
un marido rico dada la clase de la gente que asistiría. Lo mismo le
sucedía con las joyas que debía llevar ya que las de su madre le
parecían bastante anticuadas y no lo suficientemente brillantes para la
ocasión. Poco tiempo después de recibir la invitación, el sirviente
regresó a la casa portando un estuche forrado de terciopelo rojo. –Traigo un presente para la
señorita Leonora –explicó el sirviente–. Y ahora, si es tan amable de
firmar el recibo que acredita que se lo he entregado... Leonora se encontraba presa
de una excitación extrema hasta el punto que no reparó ni siquiera en el
contenido del documento. Cuando el sirviente se hubo marchado Leonora
abrió el estuche que contenía el collar más hermoso que jamás nadie
había visto. Un collar de diamantes tan grandes como nueces que
brillaban y emitían unos destellos majestuosos a la luz de la lámpara
que colgaba del techo de la casa. Pensó que algún noble de la ciudad la
había visto y se había enamorado de ella perdidamente. Su imaginación
volvió a llenarse de los cuentos e historias que le contaron cuando eran
una niña. Llegada la hora de marchar
al baile una calesa tirada por dos caballos negros vino a recogerla. El
cochero, muy servicial, le abrió la puerta y la ayudó a subirse. Sus
padres se acomodaron en otro coche de caballos que vino a buscarlos acto
seguido. Leonora estaba radiante y feliz. A medida que se acercaba al
castillo el resplandor de las luces que se filtraban por los cristales
se hacía cada vez mayor hasta iluminar por completo todos los
alrededores. Cuando entró en el salón de baile ninguna de las mujeres
que bailaba llevaba puesto un vestido como el suyo. Y qué decir de su
espléndido collar de diamantes. En ese preciso instante la orquesta
comenzó a tocar un vals y un joven le pidió que le concediera permiso
para bailar. Leonora aceptó encantada, pues creía que aquel apuesto y
elegante compañero de baile era quien le había enviado el collar. –Os sienta muy bien el
collar –dijo clavando sus ojos en los de Leonora. –Es un regalo. Un regalo de
algún admirador, supongo –respondió coqueta. No dejaba de mirar a su
compañero ni un solo instante. Pensó que podría tratarse de un conde o
de un duque que se encontraba de paso en la ciudad y que había acudido
al baile. Calculó que sería un poco mayor que ella pero poco más. El
joven no volvió a hablar en lo que duró el vals. Permaneció en silencio,
con cierto gesto de tristeza o desencanto en su rostro. Leonora pensaba
que tal vez estuviera solo y hubiera acudido al castillo de Koperstein
en busca de compañía. Durante toda lo noche Leonora bailó y bailó.
Cuando por fin llegó la hora de marcharse a casa, el joven apuesto con
el que Leonora había bailado y que pensaba que era quien le había
regalado el collar, le entregó un papel doblado. Tal vez no conozca
nuestra lengua, pensó Leonora. O tal vez sea demasiado tímido para
declararme su amor abiertamente y prefiera hacerlo por carta. Leonora
desdobló el papel de manera coqueta sin apartar los ojos del apuesto
joven. Cuando leyó lo que contenía su rostro palideció y un grito
espantoso se dejó oír en todo el palacio. Era el recibo que había
firmado cuando vinieron a entregarle el collar y que no se detuvo en
leer. Y allí, al final del documento, estaba su firma de su puño y
letra. Toda la gente la rodeó durante unos instantes atraída por el
grito. El descubrimiento del contenido de la carta que llevaba su firma
le heló la sangre, la dejó paralizada al momento. Con los ojos fijos en
el joven quien la sonreía triunfantemente en aquellos momentos volvió a
chillar pero en esta ocasión su chillido quedó ahogado. Su corazón se
paró de horror y se desplomó en el suelo. La gente la rodeó y en esos
momentos su madre consiguió abrirse paso hasta ella. Mientras el joven
desaparecía entre la gente silbando la melodía del vals que ambos habían
bailado. Sus padres lloraban el trágico final de su hija junto a la cuál
hallaron la carta que le había sido entregada. Su padre la recogió y la
leyó. Cuando hubo terminado lloró. El contenido decía que al concluir el
baile, ella le entregaría su alma al diablo. Tanto había deseado poder
asistir al baile, que el diablo vio en ella un alma fácil de atraer a su
causa. El lacayo que había llevado la invitación y el posterior collar
no era otro que el mismo diablo. Y el documento que Leonora había
firmado no era sino un contrato entre ella y el diablo, por el que
acudiría al baile, a condición de que una vez finalizado ella le
entregaría su alma. El cochero que los había llevado hasta el baile los
trajo de vuelta a su casa en medio de la oscuridad. Desde aquel día el
espíritu de Leonora vaga por los salones del castillo de Koperstein,
imaginando que está viva y se encuentra en el baile. El cumplimiento de
su sueño llevó su alma al infierno.” –Éste fue el relato que mi
amigo me había entregado para su traducción. Cuando al día siguiente
vino a recogerlo me preguntó qué me había parecido. –Inquietante, fascinante.
Podría calificarlo de muchas maneras. Es un buen relato. –¿Crees que alguien estaría
dispuesto a vender su alma por lograr un sueño? Esa misma pregunta me
había estado haciendo yo toda la noche al concluir la traducción del
relato, pero no había llegado a una conclusión. Miré a mi amigo y
respondí otra pregunta. –¿De qué te serviría
alcanzarlo si luego no puedes disfrutarlo como le pasa a la protagonista
del relato? Mi pregunta dejó pensativo
a mi querido amigo, quien sonrió mientras recogía el pergamino y la
traducción, despidiéndose de mí hasta una próxima ocasión. Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links
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Escritor español Doctor en Filología inglesa.
Autor
de contenido para proyectos de IBM.
En el 2012 se publicó La guardiana del Manuscrito en la Editorial Mundos Épicos Otros textos del autor en Literatura Virtual |