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La edad de la punzada Leonardo Schwebel |
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De todas las mujeres hermosas que hay en el mundo, que no suman más de mil, a nuestro personaje le tocó una durante doce horas divinas. “¿Qué voy hacer? Tengo suerte”. ¡Vaya maldito! Pero tiene razón. Necesitó de mucha estrella para tener en sus manos mundanas de vil gerente de quinta, las nalgas de primer mundo de Elena. Pero todo, todo, fue una de esas jugarretas del tal destino; esa telaraña que nos tiene atrapados sin tener idea de por qué. Y como me toca contarles esta increíble -pero cierta- historia, comenzaré no por el principio, sino en un día cualquiera del futuro inmediato, en un restaurante de los tantos que hay en esta ciudad. Dos parten carne cocida, dato que a decir verdad no tiene la más mínima importancia en la historia, pero tengo que justificar mi papel de narrador. Uno, es el personaje de este relato, que para fines de seguridad nacional, obviaremos su nombre. Nada más les diré que pasa de los cuarenta.
-Creo...-hace una pausa como de tono dramático
tipo telenovela-. Creo... –insiste en su acento exagerado-, que le gusto
a Elena.
El amigo lo ve sin hacerle caso, se rasca el
cachete como preguntándose ¿qué Elena?
-¿Qué Elena?
-¡Elena! –le respinga como si todos supiéramos de
la tal Elena.
-No conozco ninguna.
De repente el amigo se acuerda de una tal Elena.
Está ahí en la propia oficina, sólo que en otro departamento.
-¿Te refieres a Elenalgotas? -bueno, así es como
le dicen: Elenalgotas. Ya les dije por qué. Es de esas clásicas chavas
que no le hacen caso a nadie pero que al mismo tiempo son alegres y
simpáticas. Usa pantalones ajustados para que todos nos demos cuenta de
su gracia y se nos antoje lo imposible. Así que en una de esas, surgió
el mote-. Mi querido y fino camarada –ya aquí notaron que el amigo está
dispuesto a burlarse-, estás completamente loco, jodido y pendejo.
Elenalgotas no se fija en tipos como nosotros y además ...
-¿Qué? –obviamente esto lo expresa nuestro
protagonista como enojado, como desilusionado, como si no supiera él que
se trata de una locura.
-¡Carajo! Le llevas como veinte años...¿No?
“Pues no veinte pero sí diecinueve, que para el
caso es el mismo. Yo que iba por un consejo, acabé peor. Y no sé qué
hacer porque, de verdad, Elena me coquetea”.
“Elena entró hace como cuatro meses y como estoy
encargado de todo lo que tiene que ver con el reclutamiento del
personal, su jefe me la presentó. Traía una blusa blanca y un pantalón
pegadísimo. Resultó experta en computación”.
Así la conoció y pasaron, como ya saben,cerca de
cuatro meses antes de la dichosa comida. Pero previamente de eso hubo
serios indicios. Un saludo por aquí, una sonrisa por allá, encuentros en
el elevador, en la salida o entrada de la oficina y para ser sinceros,
Elena siempre lo trataba con cierta familiaridad y confianza.
“En una ocasión coincidimos en una comida y una de
las secretarias me invitó a sentarme.
-¿Ya conoce a la ingeniera? –refiriéndose a Elena.
-Sí, claro que sí. ¿Cómo está ingeniera?
-Elena. Díganme Elena. Ingeniera no se oye bien.
Traté de no parecer muy estúpido con mis preguntas
y en algunas ocasiones logré
- Los nuestros son compatibles –me aseguró Elena.
Y ése, para mí, es un indicio”
Dejémoslo en que sí.
Conforme pasaron los días y después de la comida
con el amigo, el hombre se dio cuenta que era una tontería; que
simplemente Elena era buena onda, que por alguna razón le cayó bien y
punto. Hasta ahí. Nada más.
Pero...
“Un día por fin se descompuso la computadora.
Bueno, en realidad no fue así. Resulta que como inventan cosas cada
semana, Elena llegó a mi oficina para darme la buena nueva que había que
cambiar el aparato y por lo tanto reconfigurar todo, lo que significaba
que debía respaldar mis archivos. Después de explicarme lo que tenía que
hacer, le hice otro comentario gracioso.
-Ves, y acabo de ganar un viaje a Orlando.
Le expliqué que estaba en Internet y que de
repente apareció una ventanita, le hice clic resultó que gané el viaje.
-¡Felicidades! ¿Y con quién vas ir?
-Pues...-está bien, aquí entró la duda. Como que
no vi conveniente decirle que iría con mi esposa y mis tres hijas, que
no conocen Orlando, ni Disneylandia, ni nada-, ya veré.
-Si quieres te acompaño.
Y ése, por favor, sí es un indicio”.
Aceptemos que sí. Pasó que ella lo comentó como en
broma y él lo tomó en serio. Ambos se rieron, pasaron un rato hablando
de otras cosas y ella en una de esas, mencionó una fecha.
“Sí, esa fecha me impactó. Cuando ella entró a la
primaria, yo empecé a trabajar en esta compañía. Me acababa de recibir y
ella apenas empezaba a leer y seguramente, veintitantos años después,
ella gana más que yo”.
Como fuera, planeó el viaje.
“Opté por tres cosas: una, no decirle nada a mi
esposa. Dos, no hacerle caso al viaje a Orlando y tres, cambiar Orlando
por Acapulco, pero en un buen hotel y en los mejores restaurantes”.
Hizo lo posible por encontrársela. Y lo consiguió
en el elevador. Se saludaron, ella le preguntó por la computadora, él no
le confesó que algunos de sus archivos no eran compatibles con la nueva
versión por lo que tuvo que rehacerlos toda una noche.
“Esperé a que ella hiciera mención del viaje”.
-¿Y Orlando?
-Qué bueno que lo mencionas. ¿Fue broma eso que
aceptabas?
-No.
“Ese <<No>> me dejó helado. Bueno, a decir verdad
<<helado>> no es la palabra adecuada; más bien me calentó. Lo que pasa
es que lo dijo con una nobleza tan especial, tan provocativa, tan
sincera...”
-¡Qué bueno porque nos vamos a Acapulco! –dijo el
hombre con mucha seguridad y hasta don don de mando.
-Eso me parece mejor –respondió Elena con cierta
alegría.
“Y ése, digan lo que digan, es otro indicio”.
El amigo siguió fregándolo con aquello de
Elenalgotas, se burló porque su equipo
“Me daban ganas de decirle que me iría con Elena a
Acapulco y que disfrutaría de ella como él ni nadie lo habría hecho.
Pero no se lo comenté. No me creería”.
Y no se lo señaló porque ella canceló el viaje dos
días antes.
-No creas que me rajo. Al contrario. Pero mi
hermana se va a recibir de psicóloga y no me acordé que era este sábado.
Sorry. ¿Me perdonas?
“¿Quién puede resistirse a un tal <<¿Me
perdonas?>>”.
-No hay bronca –contestó como si no le importara y
sin decirle que ya tenía los boletos, la reservación y todo el plan-, ya
será en otra ocasión.
-¡Qué bueno que no te enojas, porque no soporto
papelitos! Oye...-y ese <<oye>> sonó como si fueran los mejores amigos
del mundo, como si no hubieran barreras de edad, de físico, de puesto,
de salario-, te cambio el viaje por una ida al cine.
-Pero tiene que ser hoy –y el hombre pareció como
si tuviera el dominio de la situación.
-Ya vas.
La miró irse rumbo a su oficina y notó tres cosas:
que su peinado estaba sin un cabello de fuera, que traía una mochila de
esas que usan las muchachas modernas (un dato que tampoco importa pero
justifica la imagen apetecible) y que sus nalgas se movían como la mejor
sinfonía de la historia. ¡Válgame Dios!
Fueron al cine, comieron palomitas y tomaron
refrescos, y Elena y él se dieron la mano. Después se dieron un beso,
después fueron a un hotel y después pasó todo. En total doce horas
maravillosas.
Su esposa no sospechó nada, a pesar que ya saben
que las esposas tienen como diez sentidos más que los mortales comunes,
porque su esposo siempre había sido fiel, y porque la verdad, era un
tipo tan cotidiano, que si la mujer hubiera sabido que estuvo con Elena,
seguramente ella misma lo hubiera felicitado.
“Imaginen tener las mejores nalgas del rumbo para
mí solito”.
¡Pinche suertudo!
Pero...
Toda esta felicidad iba a terminar y una historia
de ésta, además de increíble, pero cierta, tenía una razón. Una mujer
así no se fija en un hombre como ése, nada más porque sí.
Más o menos dos años antes que tuvieran esas doce
horas envidiables, Elena estaba por terminar la maestría y él quedó
congelado en su trabajo. Aspiraba a una subdirección, pero le ganaron el
puesto y se quedó en la misma gerencia que tenía tiempo atrás y con la
que conoció a la mujer maravilla.
Abatido, enojado, triste, se sintió mediocre, sin
ganas de nada. Sus hijas, ya creciditas, no le hacían tanto caso como de
niñas, tenían novio y su propio mundo. Su esposa estaba en el espasmo
pre-menopáusico donde no quieren saber nada de sexo y están aburridas de
ser siempre amas de casa y buscan escapes en cafeterías, juegos de
barajas, infusiones naturistas, libros de superación personal y cursos
de macramé.
Una vida sin chiste, como la de la mayoría de
quien ha luchado por algo y se quedó a medias, justo a los cuarenta, y
sin más perspectiva que acabar de pagar una casa y esperar que las hijas
terminen la escuela y que no se casen con un cabrón.
Una vida sin emociones que transcurre en una
rutina donde pocas veces hay un cambio y se procura una existencia
simple. Eso es lo cotidiano. De ahí que casi siempre uno es el
espectador de lo que hacen unos cuantos. Los días pasan y se cumple con
aquel ciclo biológico tan conocido: nacer, crecer, reproducirse,
envejecer y morir. En medio de ello, la escuela, boda, enfermedades,
trabajo. Al hacer el recuento, se queda a deber. Pero basta de
falsedades. No estamos aquí para retratarnos. Estamos para averiguar por
qué un hombre como cualquiera se convierte en protagonista de una
historia con una mujer de las que hay pocas. Una mujer que, sin embargo,
también está condenada a ser, tarde o temprano, una espectadora más.
Así, en ese panorama tan sombrío pero tan real,
apareció en la vida de nuestro hombre afortunado “La edad de la
punzada”, una página de la Internet hecha para los cuarentones, donde
hombres y mujeres intercambian recuerdos, canciones y pláticas, en un
chat.
“Yo entré por curiosidad, porque no tenía nada qué
hacer y me encontré con muchas personas que como yo, estaban hartas y
solas”.
Dejemos las justificaciones para después. De lo
que se trata aquí es de entender por qué una mujer buenísima le dio sus
inimaginables nalgas a este hombre.
“La edad de la punzada” tiene un promedio de 80 a
100 visitantes diarios, casi todos cuarentones, donde entre susurros,
uno puede encontrarse gente de muchas partes del país y una que otra del
extranjero. Se intercambian fotos, se mandan canciones, se envían
postales y hasta se hacen noviazgos de mail y hay cibersexo.
“No hay mucho cibersexo”.
Una confesión pertinente pero inútil después de
saber lo qué pasó.
Sigamos. Después de probar ese chat, mucha gente
se aficiona a tal grado, que todos los días a la hora convenida, se
encuentran los mismos y se hablan como si estuvieran en un bar o una
cafetería. Así nuestro hombre llegó a ser popular y hasta importante
cuando le tocaba el turno de ser el anfitrión.
“¡Está bien! Para tu rollo moralista. Fueron
momentos donde me desahogaba de tanto rollo. Ahí me sentía libre de
hacer y decir lo que quería y tenía varios amigos y amigas”.
Pero no crean que ahí está todo.
Un ejemplo es Rubí48. Una mujer que un día
despertó de ese letargo que da una presencia sin ser nadie. Rubí48
resultó ser novata en esto del chat, confesó 55 años, ser delgada, muy
normal. Se describió como buena onda, ama de casa y viuda.
“Trataba de adelantar todo mi trabajo, que como ya
dijiste estaba congelado, para justo a las seis de la tarde, abrir la
página. Primero era un saludadero, darle la bienvenida a los nuevos y
captar más y más gente. Llegué a ser tan hábil y a conocer tanto de
esto, que ya sabía los trucos para hacerle plática a todo tipo de
mujeres”.
Esto animó tanto a nuestro hombre que le cambió su semblante, su humor y como varias veces se quedó muy caliente por las pláticas, hasta su esposa lo notó diferente.
Este hombre que en un lugar
podría pasar completamente inadvertido, de aspecto serio, muy tímido, en
su salón del chat era atractivo, chistoso, inteligente, comprensivo,
ingenioso. Se convirtió en un total manipulador.
“No sé, la verdad, pero fácilmente llegué a
conocer como a cien mujeres en un año. No exagero. Claro, no en persona,
pero sí en el chat, y me hice su amigo, su confidente, su amante.
Mujeres de todo tipo, pero ninguna especial. Nada del otro mundo, pero
amigas cariñosas y sobre todo olvidables, al fin y al cabo”.
Llegó a ser tan fuerte esto del chat que en una
ocasión, estando de vacaciones de Semana Santa, el hombre pretextó
cualquier cosa y se metió cuatro horas a un cibercafé.
“Lo que es el destino. Únicamente eran tres días
de vacaciones con la familia y en lugar de estar con ella, me fui al
cibercafé. Nunca supe por qué. No creí que mi adicción llegara a tanto.
Según yo, podía controlarme, pero ese día, desde que desperté, me dieron
enormes ganas de ir al chat. Así fue como conocí a Rubí48”.
Ya saben lo que es el destino, esa enorme telaraña
invisible que nos tiene a todos atrapados.
“Estaba en el chat, no había mucha gente, eran
como las tres de la tarde. A esa hora la mayoría trabaja y en
vacaciones, es raro que se entre. Saludé a dos o tres conocidos,
platicamos de las novedades y en eso llegó Rubí48. Como anfitrión la
salude, pero me di cuenta que algo diferente había en ella. Esa vez
platicamos cerca de dos horas, nada especial, nada candente, simples
frases. Nos dimos cuenta que coincidíamos en muchas cosas y que también
necesitábamos emociones en la vida. No sé por qué, lo confieso, pero esa
mujer, mucho más de diez años mayor que yo, me atrajo, pero no crean que
fue atracción física o enamoramiento; nada de eso”.
Es muy sencillo de entender. Es como el tigre
que caza al conejo y no se lo come. Es la sensación de atrapar a
alguien, de hacerla suya a como diera lugar.
“¡No mames! Simplemente había algo.
Como me había dicho que no sabía mucho de esto,
pues no creí verla de nuevo. Pero una semana después de aquella tarde en
el cibercafé, regresó al salón”.
-Hola
-Hola
-¿Eres tú?
-Sí. ¿A quién esperabas?
-A ti
-Pensé que ya no te encontraría
-Tardé mucho en agarrarle la cosa a esto. Me daba
pena decirle a mis hijos que me explicaran.
“En fin. Así continuó toda la cosa”. No es tan fácil. La “cosa”, como la califica nuestro hombre, fue más allá.
“Está bien. Algo hay de eso. Tenía cinco años de
viuda y sin sexo”.
Si es cuestión de cuentas, ahí van: Rubí48 tenía
55 años, 5 de viuda, se casó a los 31, una hija y un hijo,y solo un
hombre en más de medio centenar de años de vida.
“Como muchas mujeres”. Se casó virgen a los 31 años y le fue fiel a un esposo que le dio casa y tranquilidad.
“Por eso necesitaba emociones”.
Durante varias sesiones en el chat, en los
susurros y en los mensajes, nuestro hombre trabajó, en el mal sentido de
la palabra, a Rubí48, y ésta cayó redondita. De aquellas pláticas de
poesía, de películas, de canciones, de política, pasaron a intimidades.
Durante varias semanas, el hombre la abordó de tal manera que Rubí48
hizo lo que absolutamente nadie hubiera pensado de una mujer como ella:
Compró una cámara digital y se desnudó frente a la mirada del hombre
quien vio como tocaba su cuerpo y se provocaba un orgasmo.
“Un orgasmo como que nadie le había hecho sentir”.
Un orgasmo sí, pero cuando estaba en pleno trance
sexual, su hija entró al cuarto y la vio masturbarse.
Dos días después, Rubí48 se suicidó por vergüenza.
“Yo no tuve la culpa”.
Bueno, esta historia ya se complicó.
No seré yo quién juzgue a este hombre.
Allá ustedes si lo creen o no culpable. No me quiero desviar de la
historia. El hecho es que un año después del suicidio, Elena por fin
encontró al hombre. Al hombre que según ella, había matado a su madre.
Lo persiguió por mar y tierra, que en estos terrenos significa
escudriñar en toda la Internet y gracias a sus conocimientos en
computación, logró identificar qué computadora estaba conectada a la de
su casa cuando su madre tenía un romance sexualmente cibernético. Elena cazó al hombre. “No solamente tengo las mejores nalgas del rumbo”.
¿Qué cómo acaba la historia? Bueno, después de
aquellas doce horas con Elena, el hombre quedó prendido, igual que un
año antes Rubí48 de él. Ya no se repitió la sesión. Acabó corrido por
acoso sexual, condenado al silencio, condenado a nunca más en la vida
volver a ver a Elena y a disfrutar de sus atributos, condenado más que
nada, a no olvidarla. El hombre vive pues la edad de la punzada, esa que
nunca se repite, esa que cuando toca, provoca un dolor indescriptible
justo donde cala y que hará que su vida sea nuevamente tan simple como
la de los demás.
No conoceremos qué pasará después. Tal vez algún
día Elena esté satisfecha. Eso, la verdad, no lo sé. Lo único que quise
demostrar es que una mujer tan buena como Elena, no se fija en un
hombre cualquiera nada más porque sí.
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Leonardo Schwebel: autor del libro de
narrativa “El secreto y otras historias imperdonables”, Exlibris,
1996.
Autor del libro de entrevistas “La caravana
Corona, cuna del espectáculo en México”, 1995.
Autor del libro de poesía “Siento por Ciento”
EdiGrupo, 1993.
Autor del poema “Pasadizos”, incluido en el
libro “Las caras del amor. Antología poética contemporánea”, Versal
Editorial Group, Massachusetts,1999
Autor del cuento “Las nueve mujeres de Leibrandt”,
incluido en la Antología “Cuentos de la Pluma II”, Editorial Chañaral
Alto, 2000.
Autor del cuento “El secreto de la tía Natalie”,
incluido en la Antología “Cuentos de la Pluma I”, Editorial Chañaral Alto,
1998.
Distinciones:
Primer Lugar II Concurso de Cuento Club de la Pluma
del Ganso, 1997.
Diplomado en Creación Literaria de Universidad del
Claustro de Sor Juana, con el libro de cuentos “Fantasías de Amor y
Desprecio”.
Miembro de talleres de cuento del INBA y UNAM. Publicación de poemas, cuentos y ensayos en suplementos y revistas: El Búho de Excélsior, El Sol en la Cultura, La Prensa, 2da de Ovaciones, Etcétera, La Pluma del Ganso, El Sol en la Cultura y en las páginas de la Internet. misescritos.com de Argentina, poesite.com de España, Blinda Rosada de Argentina, poetry.com de Estados Unidos, entre otros. |