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José y Manuel

 

 

 Marco Minguillo

Este cuento forma parte del libro “Al borde del camino”, publicado en Madrid en marzo del 2011

Velarde

 

a mi tío Clemente

José, mientras se secaba el sudor de la frente con el antebrazo huesudo, observaba cómo Manuel incrustaba la lampa con fuerza y levantaba montículos de tierra pálida, sin vida, en el corralón de la casa. Cada lampazo venía acompañado de una enorme boca de polvo que cubría a ambos y se los tragaba por algunos instantes.

Corrió la vista hacia el cielo. La luz intensa le obligó a cerrar los párpados. Bajó y alargó la mirada ensombrecida. Miró el montículo de tierra fresca traído por él y por Manuel de la chacra de don Fidencio; a las gallinas coloradas picoteando granos de maíz amarillento por entre las piedrecillas; a los patos amontonados alrededor de un recipiente de agua; y al fondo, los chanchos de manchas negras echados sobre la tierra apisonada, con el vientre agitado, exhaustos.

Con el rostro humedecido fijó las pupilas en Manuel y evocó: voces, cuerpos polvorientos, sudor, pies desnudos y cuarteados, picos, barretas, carretillas y lampas. Divisó a Manuel cargando en sus robustos hombros latas llenas de cemento mezclado con piedras y subiendo por una escalera de madera junto a otros hombres.

El poblado parecía un pequeño horno de barro, recalentado paulatinamente por las brasas solares.

Manuel ya se había hundido en la tierra. La tierra ya se había hundido en Manuel. ”Barro somos y al barro volveremos”, pensó José.

Luego de un rato, cuando una bandada de palomas silvestres cruzaba el firmamento, salió Manuel y entró José. Manuel dejó la lampa, cogió una calabaza hueca y la metió en un balde de agua fresca. Bebió hasta chorrearle el líquido por entre la barba blanca y mojarle el pecho.

Del hueco salía la lampa cargada con tierra y piedras. Manuel le dijo algo a José, y mientras lo hacía vio, con esos ojos cansados y acuosos que sólo la vida puede generar, a José en los brazos maternos, balbuceando, sonriendo. Manuel se sentía orgulloso, era un niño. La gente de los alrededores lo había celebrado con chicha de jora, música y baile.

José gateaba y luego corría, parecía que el viento del pueblo se lo llevaba hacia los arrozales, hacia los maizales, hacia donde nacían las aguas del río.

También recordó viéndolo sentado sobre el lomo ancho de un burro, con las alforjas rotosas cargadas de alfalfa, camote y tamarindo. José daba zancadas por entre las chacras amigas, gritaba alborozado y pateaba una bola hecha de medias raídas, junto a los otros muchachos del pueblo.

La antorcha celestial estaba colgada justo en el centro cuando José salió del hueco ayudado por Manuel. El montículo de tierra pálida era enorme. José estaba mojado. Sintió la garganta seca. Se llevó varias veces a la boca la calabaza hueca. El chorro de agua, como la lluvia de junio, le bañó los labios, bajó por el cuello, por el pecho y se mezcló con la humedad de su polo terroso. Viendo la espalda doblada de Manuel y la cabeza blanca brillándole como plumas de garza, pensó en las casas que Manuel había construido en innumerables pueblos. Casas pequeñas y enormes. Casas de adobe y caña. Casas de ladrillo. Casas con una o con varias puertas. Casas de uno, dos y tres pisos.

Observó las manos rajadas de Manuel, llenas de barro, cal, yeso, arena y piedras. Manuel sujetando una enorme comba, levantándola cortando el viento y golpeando unos muros vetustos, poco a poco, incesantemente. El estruendo sacudía, lo remecía todo.

Después, midiendo, sopesando y pegando rectángulos de barro o de arcilla cocida.

Las gallinas se habían ocultado, los patos se acicalaban las plumas y los chanchos enterraban sus hocicos en el comedero, cuando Manuel salió del hueco ayudado por José. Dos brazos bronceados, empolvados, se juntaban nuevamente. Un brazo primaveral, delgado, tierno, y un brazo otoñal atravesado por venas infladas y músculos leñosos, con pecas marrones, se unían por algunos instantes.

Hablaron. Casi susurraron. Bebieron más agua. Descansaron un rato, sentados en una banca de madera.

Tomaron sus lampas y las incrustaron en el montículo de tierra oscura, que olía a árboles y a yerbas, y la empezaron a echar al hueco, despacio, como desgranando el tiempo.

Cuando el hueco había desaparecido, José y Manuel enterraron semillas de zapallo, ají, tomate, maíz, frejol y sandía. Plantaron tallos de jazmín, rosa y cucarda. ”Esta tierra sí producirá”, dijeron al unísono. Contemplaron el color vivo que irradiaba de ella e inhalaron profundamente. Metiéndose la fragancia de ésta en sus cuerpos, estremeciéndolos; y como muchas veces en sus vidas, los llenó de vitalidad, de fuerza, de esperanza.

Juntaron las lampas en un rincón del corral, sacaron más agua del pozo y se lavaron.

Ya con los rostros y los brazos limpios se dirigieron hacia el interior de la casa a través de un corredor de adobe, largo, angosto. De las paredes colgaban macetas con geranios. Los hombres tenían las espaldas mojadas. Sus siluetas eran ensombrecidas por los rayos luminosos de verano. Mientras caminaban lentamente, con el contraste de la luz, las siluetas y sus sombras se iban reduciendo, parecían dos velas apagándose en el atardecer de la vida. Al mismo tiempo, José abrazó a Manuel. Manuel abrazó a José. Llegaron al fondo del corredor. Había una puerta de madera añeja. Estaba abierta.

Dieron un paso hacia adentro. Daba la impresión de que sus siluetas se volatizaban. En un parpadear de ojos, se vio que sólo una silueta atravesó el umbral de la puerta. Ya dentro, José Manuel Chicoma Lluen fue recibido con los brazos abiertos por una mujer de su misma edad, quien con una sonrisa en los labios le dijo algo en voz baja. Instantes después, ambos se esfumaron en el comedor de la casa.

 

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Marco Minguillo (Perú-1965)


Egresado de la Universidad Nacional Federico Villarreal (Perú), estudios en Sociología, y de la Universidad de Estocolmo (Suecia), estudios en Trabajo Social.

Autor de ”Una noche de otoño y otros relatos” (1998), ”Voces en tiempos de tormenta” (2002), “Diario de estaciones” (2008) y “Al borde del camino” (2011)

Finalista en el I (1998) y II (1999) Concurso Internacional de Cuento A Quien Corresponda (México). Primera mención en el Concurso de Cuento Breve Santiago Dabove (Argentina, 2001). Finalista en el IV Concurso de Cuento Encuentro de dos Mundos (Francia, 2003).  Mención honrosa en el Certamen Internacional Terra Austral Editores (Australia, 2004). Miembro de la Asociación de Escritores Inmigrantes de Suecia.



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