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En defensa propia
Fernando Sorrentino

Era sábado, serían las diez de la mañana.

En un descuido, mi hijo mayor, que es el diablo, trazó con un alambre un garabato en la puerta del departamento vecino. Nada alarmante ni catastrófico: un breve firulete, acaso imperceptible para quien no estuviera sobre aviso.

      Lo confieso con rubor: al principio —¿quién no ha tenido estas debilidades?— pensé en callar. Pero después me pareció que lo correcto era disculparme ante el vecino y ofrecerle pagar los daños. Afianzó esta determinación de honestidad la certeza de que los gastos serían escasos.

      Llamé brevemente. De los vecinos sólo sabía que eran nuevos en la casa, que eran tres, que eran rubios. Cuando hablaron, supe que eran extranjeros. Cuando hablaron un poco más, los supuse alemanes, austríacos o suizos.

      Rieron bonachonamente; no le asignaron al garabato ninguna importancia; hasta fingieron esforzarse, con una lupa, para poder verlo, tan insignificante era.

      Con firmeza y alegría rechazaron mis disculpas, dijeron que todos los niños eran traviesos, no admitieron —en suma— que yo me hiciera cargo de los gastos de reparación.

      Nos despedimos entre sonoras risotadas y con férreos apretones de manos.

      Ya en casa, mi mujer —que había estado espiando por la mirilla— me preguntó, anhelante:

      —¿Saldrá cara la pintura?

      —No quieren ni un centavo —la tranquilicé.

      —Menos mal —repuso, y oprimió un poco la cartera.

      No hice más que volverme cuando vi, junto a la puerta, un pequeñísimo sobre blanco. En su interior había una tarjeta de visita. Impresos, en letras cuadraditas, dos nombres:

 

      Guillermo Hofer y Ricarda H. Kornfeld de Hofer.

 

      Después, en menuda caligrafía azul, se agregaba:

 

y Guillermito Gustavo Hofer saludan muy atentamente al señor y a la señora Sorrentino, y les piden mil disculpas por el mal rato que pudieron haber pasado debido a la presunta travesura —que no es tal— del pequeño Juan Manuel Sorrentino al adornar nuestra vieja puerta con un gracioso dibujito.

 

      —¡Caramba! —dije—. Qué gente delicada. No sólo no se enojan, sino que se disculpan.

      Para retribuir de algún modo tanta amabilidad, tomé un libro infantil sin estrenar, que reservaba como regalo para Juan Manuel, y le pedí que obsequiara con él al pequeño Guillermito Gustavo Hofer.

      Ése era mi día de suerte: Juan Manuel obedeció sin imponerme condiciones humillantes, y volvió portador de millones de gracias de parte del matrimonio Hofer y de su retoño.

      Serían las doce. Los sábados suelo, sin éxito, intentar leer. Me senté, abrí el libro, leí dos palabras, sonó el timbre. En estos casos, siempre soy el único habitante de la casa y mi deber es levantarme. Emití un resoplido de fastidio y fui a abrir la puerta. Me encontré con un joven de bigotes, vestido como un soldadito de plomo, eclipsado tras un ingente ramo de rosas.

      Firmé un papel, di una propina, recibí una especie de saludo militar, conté veinticuatro rosas, leí, en una tarjeta ocre,

 

Guillermo Hofer y Ricarda H. Kornfeld de Hofer saludan muy atentamente al señor y a la señora Sorrentino, y al pequeño Juan Manuel Sorrentino, y les agradecen el bellísimo libro de cuentos infantiles —alimento para el espíritu— con que han obsequiado a Guillermito Gustavo.

 

      En eso, con bolsas y esfuerzos, llegó del mercado mi mujer:

      —¡Qué lindas rosas! ¡Con lo que a mí me gustan las flores! ¿Cómo se te ocurrió comprarlas, a vos que nunca se te ocurre nada?

      Tuve que confesar que eran un regalo del matrimonio Hofer.

      —Esto hay que agradecerlo —dijo, distribuyendo las rosas en jarrones—. Los invitaremos a tomar el té.

      Mis planes para ese sábado eran otros. Débilmente, aventuré:

      —¿Esta tarde...?

      —No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.

      Serían las seis de la tarde. Esplendorosa vajilla y albo mantel cubrían la mesa del comedor. Un rato antes, obedeciendo órdenes de mi mujer —que deseaba un toque vienés—, debí presentarme en una confitería de la avenida Cabildo, comprar sándwiches, masas, postres, golosinas. Eso sí, todo de primera calidad y el paquete atado con una cintita roja y blanca que realmente abría el apetito. Al pasar frente a una ferretería, una oscura ruindad me impulsó a comparar el importe de mi reciente gasto con el precio de la más gigantesca lata de la mejor de todas las pinturas. Experimenté una ligera congoja.

      Los Hofer no llegaron con las manos vacías. Los entorpecía —blanca, cremosa y barroca— una torta descomunal que hubiera alcanzado para todos los soldados de un regimiento. Mi mujer quedó anonadada por la excesiva generosidad del presente. Yo también, pero ya me sentía un poco incómodo. Los Hofer, con su charla hecha sobre todo de disculpas y zalamerías, no lograban interesarme. Juan Manuel y Guillermito, con sus juegos hechos sobre todo de carreras, golpes, gritos y destrozos, lograban alarmarme.

      A las ocho me hubiera parecido meritorio que se retiraran. Pero mi mujer me musitó al oído, en la cocina:

      —Han sido tan amables. Semejante torta… Tendríamos que invitarlos a cenar.

      —¿A cenar qué, si no hay comida? ¿A cenar por qué, si no tenemos hambre?

      —Si no hay comida aquí, habrá en la rotisería. En cuanto al hambre, ¿quién dijo que es necesario comer? Lo importante es compartir la mesa y pasar un rato divertido.

      A pesar de que lo importante no era la comida, a eso de las diez de la noche, cargado como una mula, transporté, desde la rotisería, enormes y fragantes paquetes. Una vez más, los Hofer demostraron que no eran gente de presentarse con las manos vacías: en un cofre de hierro y bronce trajeron treinta botellas de vino italiano y cinco de coñac francés.

      Serían las dos de la mañana. Extenuado por las migraciones, ahíto por el exceso de comida, embriagado por el vino y el coñac, aturdido por la emoción de la amistad, me dormí al instante. Fue una suerte: a las seis, los Hofer, vestidos con ropas deportivas y protegidos los ojos con lentes ahumados, tocaron el timbre. Nos llevarían en automóvil a su quinta de la vecina localidad de Ingeniero Maschwitz.

      Mentiría quien dijese que este pueblo está pegado a Buenos Aires. En el coche pensé con nostalgia en mi mate, en mi diario, en mi ocio. Si mantenía abiertos los ojos, me ardían; si los cerraba, me quedaba dormido. Los Hofer, misteriosamente descansados, charlaron y rieron durante todo el trayecto.

      En la quinta, que era muy linda, nos trataron como a reyes. Tomamos sol, nadamos en la pileta, comimos delicioso asado criollo, hasta dormí una siestita bajo un árbol con hormigas. Al despertarme, caí en la cuenta de que habíamos ido con las manos vacías.

      —No seas guarango —susurró mi mujer—. Aunque sea comprale algo al chico.

      Fui a caminar por el pueblo con Guillermito. Ante el escaparate de una juguetería le pregunté:

      —¿Qué querés que te compre?

      —Un caballo.

      Entendí que se refería a un caballito de juguete. Me equivocaba: volví a la quinta en ancas de un bayo brioso, sujeto de la cintura de Guillermito y sin siquiera un cojinillo para mis asentaderas doloridas.

      Así pasó el domingo.

      El lunes, al volver de mi empleo, encontré al señor Hofer enseñándole a Juan Manuel a manejar una motocicleta.

      —¿Cómo le va? —me dijo—. ¿Le gusta lo que le regalé al nene?

      —Pero si es muy chico para andar en moto —objeté.

      —Entonces se la regalo a usted.

      Nunca lo hubiera dicho. Al verse despojado del reciente obsequio, Juan Manuel estalló en una rabieta estentórea.

      —Pobrecito —comprendió el señor Hofer—. Los chicos son así. Vení, querido, tengo algo lindo para vos.

      Yo me senté en la motocicleta y, como no sé manejar, me puse a hacer ruido de motocicleta con la boca.

      —¡Alto ahí o lo mato!

      Juan Manuel me apuntaba con una escopeta de aire comprimido.

      —Nunca dispares a los ojos —le recomendó el señor Hofer.

      Hice ruido de frenar la motocicleta, y Juan Manuel dejó de apuntarme. Subimos a casa muy contentos los dos.

      —Recibir regalos es muy fácil —señaló mi mujer—. Pero hay que saber retribuir. A ver si te hacés notar.

      Comprendí. El martes adquirí un automóvil importado y una carabina. El señor Hofer me preguntó por qué me había molestado; Guillermito, del primer tiro, rompió el farol del alumbrado público.

      El miércoles los regalos fueron tres. Para mí, un desmesurado ómnibus de viajes internacionales, provisto de aire acondicionado y servicios de baño, sauna, restaurante y salón de baile. Para Juan Manuel, una bazuca de fabricación vietnamita. Para mi mujer, un lujoso vestido blanco de fiesta.

      —¿Dónde voy a lucir el vestido? —comentó, decepcionada—. ¿En el ómnibus? La culpa es tuya, que nunca le regalaste nada a la señora. Por eso ahora me regalan limosnas.

      Un estampido horrendo casi me dejó sordo. Para probar su bazuca, Juan Manuel acababa de demoler, de un solo disparo, la casa de la esquina, por fortuna deshabitada tiempo ha.

      Pero mi mujer seguía con sus quejas:

      —Claro, para el señor, un ómnibus como para ir hasta el Brasil. Para el señorito, un arma poderosa como para defenderse de los antropófagos del Mato Grosso. Para la sirvienta, un vestidito de fiesta... Estos Hofer, como buenos europeos, son unos tacaños...

      Subí a mi ómnibus y lo puse en marcha. Me detuve cerca del río, en un paraje solitario. Allí, perdido en el desaforado asiento, gozando de la fresca penumbra que me brindaban los visillos corridos, me entregué a la serena meditación.

      Cuando supe exactamente qué debía hacer, me dirigí al ministerio a ver a Pérez. Como todo argentino, yo tengo un amigo en un ministerio, y este amigo se llama Pérez. Por más que soy muy emprendedor, en este caso necesitaba que Pérez interpusiera su influencia.

      Y lo logré.

      Vivo en el barrio de Las Cañitas, al que ahora le dicen San Benito de Palermo. Para extender una vía férrea desde la estación Lisandro de la Torre hasta la puerta de mi casa, fue necesario el trabajo silencioso, fecundo e ininterrumpido de un multitudinario ejército de ingenieros, técnicos y obreros, quienes, utilizando la más especializada y moderna maquinaria internacional, y tras expropiar y demoler las cuatro manzanas de suntuosos edificios que otrora se extendían por la avenida del Libertador entre las calles Olleros y Matienzo, coronaron con éxito rotundo tan valerosa empresa. De más está puntualizar que sus dueños recibieron justa e instantánea indemnización. Es que con un Pérez en un ministerio no existe la palabra imposible.

      Esta vez quise darle una sorpresa al señor Hofer. Cuando el jueves, a las ocho de la mañana, salió a la calle, encontró una reluciente locomotora diésel, roja y amarilla, enganchada a seis vagones. Sobre la puerta de la locomotora, un cartelito rezaba:

 

      Bienvenido a su tren, señor Hofer.

 

      —¡Un tren! —exclamó—. ¡Un tren, todo para mí solo! ¡El sueño de mi vida! ¡Desde chico que quiero manejar un tren!

      Y, loco de contento y sin siquiera agradecerme, subió a la locomotora, donde un sencillo manual de instrucciones lo esperaba para explicarle cómo conducirla.

      —Pero espere —dije—, no sea abombado. Mire lo que le compré a Guillermito.

      Un poderoso tanque de guerra destruía con sus orugas las baldosas de la acera.

      —¡¡¡Bieeeennn!!! —gritó Guillermito—. ¡Con las ganas que tengo de tirar abajo el obelisco!

      —Tampoco me olvidé de la señora —añadí.

      Y le entregué, recién recibido de Francia, el más fino y delicado tapado de visón.

      Como eran ansiosos y juguetones, los Hofer quisieron estrenar en ese mismo instante sus regalos.

      Pero en cada obsequio yo había colocado una pequeña trampa.

      El tapado de visón estaba interiormente recubierto de una emulsión mágica evaporante que me había cedido un hechicero del Congo, de manera que, apenas se envolvió con él, la señora Ricarda se achicharró primero y luego se convirtió en una tenue nubecilla blancuzca que se perdió en el cielo.

      No bien Guillermito efectuó su primer cañonazo contra el obelisco, la torreta del tanque, accionada por un dispositivo especial, salió disparada hacia el espacio y depositó al pequeño, sano y salvo, en una de las diez lunas del planeta Saturno.

      Cuando el señor Hofer puso en marcha el tren, éste, incontrolable, se lanzó raudamente por un viaducto atómico cuyo itinerario, tras cruzar el Atlántico, el noroeste del África y el canal de Sicilia, concluía bruscamente en el cráter del volcán Etna, que por esos días había entrado en erupción.

      Así fue como llegó el viernes, y no recibimos ningún regalo de los Hofer. Al anochecer, mientras preparaba la comida, mi mujer dijo:

      —Sea uno amable con los vecinos. Póngase en gastos. Que tren, que tanque, que visón. Y ellos, ni una tarjetita de agradecimiento.

 

 

[De En defensa propia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982.]

 

[De Costumbres del alcaucil, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008.]

    


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Escritor argentino

Fernando Sorrentino nació en Buenos Aires el 8 de noviembre de 1942. Es profesor de Lengua y Literatura.


Al final del cuento aparece la bibliografía actualizada del autor.


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Fernando Sorrentino habla sobre la narrativa.

Gracias a la generosidad de los responsables de Comoartes ediciones, podemos compartir con los visitantes de Literatura Virtual, la entrevista que realizara Francisco Garzón Céspedes a Fernando Sorrentino.
 
Entrevista con Fernando Sorrentino
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Esta entrevista con Fernando Sorrentino, pertenece a la Colección Contemporáneos, otra dimensión de la Colección Gaviotas de Azogue. Cátedra Itinerante de Narración Oral  Escénica Comunicación Oralidad y Artes. Número 15. Periodismo Literario / Testimonio / Madrid / México / 2011.




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Literatura Virtual presenta Del cuento a la fugacidad que narra, ensayo de Francisco Garzón, dedicado a la teoría y técnica del cuento; el cuento hiperbreve y a la fugacidad narradora o narrativa.

Este ensayo de Francisco Garzón, pertenece a la Colección Gaviotas de Azogue. Cátedra Itinerante de Narración Oral Escénica, Comunicación Oralidad y Artes. Número 35. Periodismo Literario / Testimonio / Madrid / México / 2011.


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Bibliografía de Fernando Sorrentino

Su bibliografía detallada (excluidas las compilaciones antológicas, las  ediciones anotadas de clásicos, las inclusiones en antologías —tanto en español como en otras lenguas— y las colaboraciones en diarios y/o revistas) es la siguiente:

 

OBRA NARRATIVA

A) LIBROS DE CUENTOS

·         La regresión zoológica, Buenos Aires, Editores Dos, 1969, 154 págs.

·         Imperios y servidumbres, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1972, 196 págs; reedición, Buenos Aires, Torres Agüero Editor, 1992, 160  págs.

·         El mejor de los mundos posibles, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1976, 208 págs. (2º Premio Municipal de Literatura).

·         En defensa propia, Buenos Aires, Editorial de Belgrano, 1982, 128 págs.

·         El remedio para el rey ciego, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1984, 78 págs.

·         El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1994, 82 págs. (2º Premio Municipal de Literatura).

·         La Corrección de los Corderos, y otros cuentos improbables, Buenos Aires, Editorial Abismo, 2002, 194 págs.

·        Existe un hombre que tiene la costumbre de pegarme con un paraguas en la cabeza, Barcelona, Ediciones Carena, 2005, 356 págs.

·         El regreso. Y otros cuentos inquietantes, Buenos Aires, Editorial Estrada, 2005, 80 págs.

·         En defensa propia / El rigor de las desdichas, Buenos Aires, Editorial Los Cuadernos de Odiseo, 2005, 144 págs.

·         Costumbres del alcaucil, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2008, 64 págs.

·         El crimen de san Alberto, Buenos Aires, Editorial Losada, 2008, 186 págs.

·         El centro de la telaraña, y otros cuentos de crimen y misterio, 2008, Buenos Aires, Editorial Longseller, 64 págs.

B) NOVELA

·         Sanitarios centenarios, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1979, 144 págs.; reedición (muy reelaborada), Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2000, 160 págs.; reedición, Barcelona, Ediciones Carena, 2008, 126 págs.

C) NOUVELLE

·         Crónica costumbrista, Buenos Aires, Ediciones Pluma Alta, 1992, 70 págs. Reeditada con el título de Costumbres de los muertos, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 1996, 66 págs.

 

D) LITERATURA PARA NIÑOS Y/O ADOLESCENTES

·         Cuentos del Mentiroso, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1978, 96 págs. (Faja de Honor de la S.A.D.E. [Sociedad Argentina de Escritores]); reedición (con modificaciones), Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2002, 140 págs.

·         El Mentiroso entre guapos y compadritos, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1994, 96 págs.

·         La recompensa del príncipe, Buenos Aires, Editorial Stella, 1995, 160 págs.

·         Historias de María Sapa y Fortunato, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1995, 72 págs. (Premio Fantasía Infantil 1996); reedición: Ediciones Santillana, 2001, 102 págs.

·         El Mentiroso contra las Avispas Imperiales, Buenos Aires, Editorial Plus Ultra, 1997, 120 págs.

·         La venganza del muerto, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1997, 92 págs.

·         El que se enoja, pierde, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1999, 56 págs.

·         Aventuras del capitán Bancalari, Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 1999, 92 págs.

·         Cuentos de don Jorge Sahlame, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001, 134 págs.

·         El Viejo que Todo lo Sabe, Buenos Aires, Ediciones Santillana, 2001, 94 págs.

·         Burladores burlados, Buenos Aires, Editorial Crecer Creando, 2006, 104 págs.

·         La venganza del muerto [edición ampliada, contiene cinco cuentos:

·         Historia de María Sapa; Relato de mis travesuras; La fortuna de Fortunato; Hombre de  recursos; La venganza del muerto,], Buenos Aires, Editorial Alfaguara, 2011, 160 págs.

 

ENSAYOS

·         El forajido sentimental. Incursiones por los escritos de Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Losada, 2011, 200 págs.

 

ENTREVISTAS

·         Siete conversaciones con Jorge Luis Borges, Buenos Aires, Editorial Casa Pardo, 1974, 164 págs.; reedición (con notas revisadas y actualizadas), Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 1996, 272 págs.; nueva reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001, 272 págs.; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007, 272 págs.

·         Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992, 270 págs.; reedición, Buenos Aires, Editorial El Ateneo, 2001, 270 págs.; reedición, Buenos Aires, Editorial Losada, 2007, 270 págs.

 

TRADUCCIONES

A) LIBROS DE FICCIÓN

·         Sanitary Centennial. And Selected Short Stories. Translated by Thomas C. Meehan. Austin, Texas, University of Texas Press, 1988, 186 págs.

·         Sanitários centenários [Sanitarios centenarios]. Traducción al portugués de Reinaldo Guarany. Río de Janeiro, José Olympio Editora, 1989, 174 págs.

·         Von Skorpionen und anderen Alltagsgefahren. Erzählungen. Ausgewählt und aus dem Spanischen übersetzt von Vera Gerling. Gotinga, Hainholz Verlag, 2001, 160 págs.

·         Attukkuttikal Allikkum Thandanai (La Corrección de los Corderos). Volumen de once cuentos en lengua tamil. Nagercoil (India), Kalachuvadu Pathippagam, 2003, 72 págs.

·         Per colpa del dottor Moreau, ed altri racconti fantastici (14 racconti; traduttori: Alessandro Abate; Mario De Bartolomeis; Isabel Cuartero; Carlo Santulli, Marco Capelli e Eva Malagon Esteo; Luca Muzzioli). Módena, Progetto Babele, 2006, 100 págs.

·        Existe um homem que tem o costume de me dar com um guardachuva na cabeça (18 contos; traduzidos do espanhol por António Ladeira e Helder Semmedo). Entroncamento (Portugal), OVNI, 2006, 182 págs.

·         Per difendersi dagli scorpioni, ed altri racconti insoliti (20 racconti; traduttori: Alessandro Abate; Mario De Bartolomeis; Federico Guerrini; Renata Lo Iacono; Carlo Santulli). Macerata, Progetto Babele / Stampalibri, 2009, 140 págs.

 

B) LIBROS DE ENTREVISTAS

·         Seven Conversations with Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Translation, additional notes, appendix of personalities mentioned by Borges and translator’s foreword by Clark M. Zlotchew. Troy, Nueva York, The Whitston Publishing Company, 1982, 220 págs.

·         Sette conversazioni con Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. A cura di Lucio D’Arcangelo. Milán, Arnoldo Mondadori Editore, 1999, 224 págs.

·         Hét beszélgetés Jorge Luis Borgesszel [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Fordította Latorre Ágnes. Szerkesztette Scholz László. Budapest, Európa Könyvkiadó, 2000, 264 págs.

·         Borges chi si tan [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al chino de Lin Yi an. Pekín, 2000, 212 págs.

·         Sapte convorbiri cu Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Traducción al rumano de Stefana Luca. Bucarest, Editura Fabulator, 2004, 200 págs.

·         Sapte convorbiri cu Adolfo Bioy Casares [Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares]. Traducción al rumano de Ileana Scipione. Bucarest, Editura Fabulator, 2004, 180 págs.

·         Sete conversas com Jorge Luis Borges [Siete conversaciones con Jorge Luis Borges]. Tradução: Ana Flores. Río de Janeiro, Azougue Editorial, 2009, 224 págs.