Ramón Talavera

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El Homless Travesti

 

Ramón Talavera Franco

     El “homless travesti” era rubio y de ojo azul como todos los homless en Laredo. Desde que inauguraron el puente tres y más de 3 mil trailers diarios dejaron de formarse uno tras otro para cruzar la frontera, perdió el interés por anunciar su pobreza con un pedazo mal cortado de cartón que versaba: “Hello hundsomes. Need help. God bless” . También estranguló la fantasía de que algún chofer lo raptara y se lo llevara a viajar por el mundo lineal de la frontera. Siempre estaba preparado por si algún día sucedía. Usaba pelucas de diferentes colores y tamaños, únicos recuerdos de su efímera vida de peluquero. Las ocultaba en el hueco de la pared de un edificio en ruinas en el centro de la ciudad. Ahí dormía también. La que menos le gustaba era una peluca rubia que le robó a un maniquí de una tienda de la calle Convent y que le mereció una paliza cuando el dueño lo vio usándola en la calle. No le gustaba debido al mal recuerdo de ese suceso y porque sentía que no le favorecía del todo. Sin embargo, fue la única que rescató cuando al regresar a su escondite nocturno lo encontró demolido. Por más que buscó entre el cascajo no encontró sus pelucas. Movió trozos de madera, de ladrillo, de vidrio. En su desesperación, se rompió las uñas y desgarró sus medias. Permaneció tendido abrazando las piedras sollozando su pérdida hasta que sintió un peso asfixiante sobre él. Era Johnny, el homless que expulsó Michigan.

     Nadie supo realmente cómo vino a parar a Laredo. Pero un día llegó con sus 140 kilos de peso, su cabello largo enmarañado y un falo flácido entre las piernas que su misma gordura le impedía encontrar. Era tan chiquito que casi nunca lo hallaba cuando quería hacer pipí por lo que generalmente terminaba haciéndose en los pantalones. Por eso, el olor a orines lo distinguía a cuadra y media de distancia. Como esa noche el homless travesti estaba muy ocupado con su pena, su olfato no le avisó la aproximación del enemigo y cuando lo sintió encima supo lo que seguía. Gritó, no tanto por la embestida del delgado falo que penetró sus medias y su calzón, sino por el asco que le daba. Gritó, pero ¿quién escucha los gritos de un homless? Cuando el falo recuperó su tamañito normal y los 140 kilos de peso lo dejaron de asfixiar, buscó nuevamente entre el cascajo hasta que encontró una camisa que enrolló en su cintura para cubrir su pena.  Pero también encontró algo: una botella grande de tequila ¿La habría olvidado Johnny?

Bebió y caminó acompañado de la noche para olvidar sus pelucas perdidas y la violación, a la que fue sometido. Recorrió el freeway esperando a sus chóferes. Come on you basterds, don’t live me alone! Los esperó hasta que salió el sol y hasta que ya no quedaba una gota de tequila en la botella. Cuando las madres de familia - arriba de sus trocas y autos elegantes - comenzaron a llevar a sus hijos a la escuela, vieron por primera vez al homless travesti como nunca lo habían visto antes: la peluca chueca, las zapatillas rotas y la mirada perdida. Poor guy!

Desde ese día el homless travesti comenzó a entablar charlas con sus fantasmas. Hacía mucho que no lo visitaban, tanto que ni se acordaba de ellos. Pero de un día para otro regresaron todos de un jalón. A veces se enojaba con ellos y les gritaba para que se fueran. Y esto comenzó a ocasionarle problemas, sobretodo cuando estaba en las calles sosteniendo su cartón que modificó por: Hungry, need a little help if you can. God bless. Un día, una señora bajó la ventanilla de su troca y cuando le iba a dar un quarter, el homless travesti escuchó un insulto de uno de sus fantasmas que respondió con un you mother fucker get out of here, que originó que el pie de la señora pisara el acelerador y buscara otra ruta para no volvérselo a encontrar. Cuando lo visitaban sus fantasmas amigables se le veía charlando y riendo; girando la cabeza de un lado a otro para no perder detalle de la conversación y retocándose la peluca de vez en vez como símbolo de coquetería. Los hombres que se reúnen todos los días en la Plaza Jarvis a jugar dominó y barajas lo comenzaron a tomar como parte de la escenografía y de los ruidos del lugar. No así los albañiles que trabajaban en la remodelación del hotel Hamilton. Para ellos era un personaje de quien hacer mofa. Le silbaban, a lo que el homless trasvestí les respondía haciendo resonar su voz en la plaza con alguna maldición en inglés o agarrándose los huevos. A ellos los odiaba porque desde que llegaron no le permitieron entrar al edificio a comer sus “mariachis” que compraba en el restaurante del Sames Moore Building. Antes de que esos fucking albañiles comenzaran la remodelación del edificio, se sentaba en el lobby del hotel deshabitado y acomodaba una mesa imaginaria con velas imaginarias y música imaginaria. Ese era su festín de los viernes que desde la llegada de los intrusos ya no podía darse. Y cambió de dieta. Comenzó a comer mariscos de los basureros de La Roca.

Empezó a darle por cargar una guitarra con tres cuerdas. Con ella rasgaba algunas melodías que cantaba con sus fantasmas. Siempre música de mariachi, resbalando las palabras y pronunciándolas como le sonaban: ayayaya, anta no llo e... Cuando terminaba de cantar, se sentaba en las bancas a recorrer las partes intimas de algún guapo laredense a su paso.

Un día no se conformó con postrar su mirada en uno de ellos sino que lo siguió. Era un hombre guapo. Vestía traje y llevaba una rosa en su solapa. Iba de prisa. Cuando cruzó cerca del homless travesti, le sonrió y ante esa muestra de afecto, lo persiguió. Conforme lo seguía, sacó una pañoleta de su bolso, se la acomodó alrededor de su peluca rubia y limpió sus orejas con un poco de saliva. El hombre caminaba rápido, por lo que los pasitos delicados del homles travesti tuvieron que agarrar el ritmo y la fuerza del hombre que algún día fue pero al que se había desacostumbrado a ser. El hombre guapo de la rosa en la solapa cruzó el puente número uno, pero a él no se lo permitieron por que no llevaba consigo los 35 centavos del cruce. De nada le sirvió tratar de chantajear al vigilante de la caseta regalándole su pañoleta; de nada le sirvieron los ruegos e insultos que profirió. Lo único que logró fue que dos policías lo sacaran de ahí. El hombre guapo de la rosa en la solapa se detuvo en medio del puente y el homless travesti creyó que lo esperaba. Cuando se deshizo de los policías, corrió hacia el Río Grande. Se colocó en un lugar en el que podía – aunque de lejos – ver al hombre guapo de la rosa en la solapa quien seguía parado en medio del puente mirando de un lado a otro. Un hombre cano y panzón se le acercó acompañado de una mujer joven. Venían del lado de Nuevo Laredo. Ella era bonita y usaba un vestido floreado. El homless travesti vio como saludó afablemente al hombre panzón y se llevó un desencanto: un beso en los labios de la mujer. El hombre panzón abrió un librito extraño y comenzó a proferir palabras que a la distancia no se entendían. Los observó extrañado hasta que escuchó a uno de sus fantasmas decirle al oído. Husband and wife, you aswell! Cuando el hombre terminó su lectura, el hombre guapo con la rosa en la solapa y la joven bonita del vestido floreado, se dieron un beso que traspasó sus gargantas. Se abrazaron. Fue entonces cuando los ojos del homless travesti alcanzaron los del hombre guapo de la rosa en la solapa, quien se limitó a sonreírle enseñándole los dientes.

No obstante ese desencanto, se le hizo costumbre bajar al río, recorrerlo, detenerse para mirar la larga fila de autos, a las personas que van al médico o a visitar a familiares o amigos a Nuevo Laredo, así como a los que vienen a trabajar y hacer el shopping a Laredo. Encontró gratificante sentarse en el pasto y leer hojas sueltas de noticias viejas del Laredo Morning Times, porque “El Diario” y “El Mañana” no los entendía. En una ocasión, le llamó la atención – en la sección de sociales - la foto de la quinceañera del día. Esto lo llevó a reflexionar ¿ and my birthday? Hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en la fecha de su nacimiento. No la recordaba. Por más esfuerzos que hizo no pudo. ¿Cuántos años tenía? Reflejó su rostro en el agua del Río Grande y las arrugas que en él vio, le indicaron que eran ya varios quince años los que había cumplido. Recordó que en el corazón tatuado en su nalga izquierda estaba escrito, además del nombre de su primer gran amor, la fecha en que se lo tatuó. Él contaba en ese entonces con 23 años. Eso lo recordaba bien. Si podía ver la fecha y hacía sumas al año actual, podría sacar la cuenta de los años que tenía. Respecto a la fecha de su nacimiento, ya no le importó tanto. Decidió adoptar ese mismo día, en el que se empezaban a conmemorar los festejos del Washington’s Birthday, como su fecha de nacimiento oficial. Lo que sí quería saber era cuantos años celebrar. Buscó algo que le sirviera de espejo. Una lata rota. Se bajó los pantalones sin pena ni gloria. Se paró a la orilla del río y con su mano izquierda, intentó reflejar su nalga en la lata. Pero lo que vio lo hizo gritar como loco. Era el cuerpo de un indocumentado expulsado por la corriente del río. Fuck you! Desde ese momento, canceló sus tours por el río y ya no quiso saber más cuantos años tenía. Pero lo que sí decidió, fue instituir su fecha de nacimiento durante el Washington’s Birthday.

Asistió al parade y desfiló con sus fantasmas. Durante el jambusi se emborrachó con las latas de cerveza a medio terminar que la gente dejaba a su paso. Fue al Jalapeño festival y se inscribió en el concurso para comer jalapeños. Lo único que ganó fue un ardor tremendo durante tres días cada vez que hacía sus necesidades, por lo que le regó a Dios que lo mantuviera alejado de Johnny. Pero el festejo que más disfrutó fue el que preparó “The Society of Martha Washington” en su nombre. La famosa noche de “Las debutantes”.

Desde las siete de la noche se apostó en la puerta del Civic Center para recibir a los cientos de personas que presenciarían el show. Su peluca rubia la había peinado y recortado para esa noche especial y su amiga Cindy, la homless muda, le prestó su mejor abrigo. Cuando se formaron las debutantes para entrar al gran show, les aplaudió sus vestidos ampones de estilo inglés que simulaban el vestuario de gala de la segunda mitad del siglo XVIII. Todos estaban bordados de rubíes y diamantes. Pero lo que más les envidió fueron sus altas y complicadas pelucas decoradas con pedrerías. Lo dejaron boquiabierto. Eran las pelucas más hermosas que había visto en su vida. Cuando se repuso de la emoción, se acercó a cada una de las debutantes y les besó las pelucas, provocando el desconcierto y la repulsión de las muchachas. Con un toque de señorío, se acomodó la suya. Con sus fantasmas, deliberó cual era la más hermosa, la más graciosa y votaron también por la más antipática. Y cuando apareció Martha Washington, no pudo más que exclamar: You are a real queen, my darling! abrazándola y casi tirándole la alta peluca que la coronaba. Cuando todas entraron al recinto, sus fantasmas le avisaron que le tenían preparada una sorpresa. Lo llevaron al Museos del Washington’s Birthday y le abrieron la puerta. Le dijeron que se probara los vestidos. Lloró emocionado. Usó todos y cada uno de ellos. Se probó las pelucas y decoró su garganta con verdaderas joyas. Bailó con cada uno de sus fantasmas, los invitó a tomar el té y les confesó lo difícil y extenuante que era ser la esposa de George Washington. La felicidad completa lo había tocado esa noche. La de su cumpleaños inventado. Rió, rió y rió hasta que sus pulmones no se lo permitieron.

 Al día siguiente su cuerpo fue encontrado tirado en el piso del museo con uno de los vestidos puestos y abrazando su peluca rubia corta. Nadie entendió que hacía el homless travesti en el museo, ni como pudo entrar. El forense dictaminó que murió asfixiado pero sin ninguna marca en el cuello, ni ningún pedazo de nada que le obstaculizara la traquea. Fue el caso de asfixia más raro que se haya escuchado. Claro, porque hasta la fecha, no se había sabido de nadie que se asfixiara de una carcajada.

 

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En el 2002 Ramón Talavera, fungía como director del Instituto Cultural Mexicano de Laredo. Autor de telenovelas, obras teatrales programas educativos y noticieros. Colaborador de México Desconocido, Correo Escénico y A Quien Corresponda.

Ramón Talavera Franco tiene una Maestría en Literatura Hispanoamericana (Master of Arts in Spanish) por parte de la Universidad Internacional Texas A&M y un Diplomado de Enseñanza del Español como Lengua Extranjera por parte de la UNAM. Desde el año 2005, Ramón funge como coordinador del programa LUCHA  de la Universidad de Texas en Austin. En el año 2008 fue elegido como miembro del Consejo Consultivo de los Mexicanos en el Exterior, representando a la ciudad de Austin, Texas, donde reside, y en el 2010, Ramón creó el blog de enseñanza de español como lengua extranjera.


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