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Posición: Zug-Zuang
Sergio Gaut vel Hartman |
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He sido designado sub-supervisor de comunicaciones en el centro de enlace entre Terra y las naves lentas que aún viajan hacia mundos que lucían remotos hace algunos años, pero que ya no lo son. Bien, ése es otro asunto y no tiene sentido esclarecerlo aquí. Me cuesta aceptar que esas naves fueron enviadas al espacio, repletas de personas en tanques vitasusp, en tiempos anteriores a mi tatarabuela. Y allí siguen, rumiando años luz en la era del Distorsor Hipergravítico Benson-Kuligovsky. DOS —Soy Aniette, supervisora de enlace —dice la muchacha bonita que se supone que es mi jefe. —Mala suerte —respondo tratando de parecer gracioso—: soy Juerotirot, sub-supervisor idem. —Aniette no tiene sentido del humor o mi chiste es demasiado sofisticado o demasiado tonto. —Ya casi no hay nada que hacer aquí. Este servicio será desmantelado muy pronto. No tiene razón de ser. —¿Qué haremos? —Rásquese el ombligo; ¿sabe hacerlo? —A fin de cuentas sí tiene sentido del humor. No será gran cosa... —Y aprenda a jugar al ajedrez —agrega señalando vagamente hacia una estantería que parece un museo arqueológico. —¿Ajedrez? ¿Qué es? Aniette suspira. Siempre le tocan sujetos tontos como yo, parece decir. —Es un juego estratégico arcaico. En Terra se ha dejado de jugar hace siglos. Es un antepasado de la batalla espacial, el tridijez, el pentahorse, las damas chinas, el go y vaya a saber cuántos otros entretenimientos por el estilo, tan estúpidos como innecesarios. —No tengo idea —digo—. ¿Cómo haré para aprender a jugar a eso? ¿Para qué lo haría? —No tengo la más remota idea de cómo hará. Busque en la memoria. AJEDREZ, rudimentos. Algo habrá. El para qué es más sencillo. Entre las obligaciones que heredamos al recibir este enlace está la de continuar la partida de ese ajedrez que base Terra disputa con —No creo que pueda —digo pensando en el delicioso premio que sería complacer a la muchacha bonita. —Tendrá que poder. Colocará esa jugada y la contestará, obedeciendo a las reglas que, para entonces, conocerá a la perfección. —¿Y luego? Aniette me mira como si yo hubiera dicho otra estupidez. —Luego nada. La siguiente jugada de —¿Una jugada cada dos años al cuadrado desde el segundo año? —Eso sonó inteligente y sólo lo dije para impresionar a Aniette, pero ella no parece sentirse impresionada. TRES —Se han pasado varias generaciones jugando a ese mugroso ajedrez —dice Aniette—. Pero en la nave los Guardianes se turnan y nunca hubo menos de dos de los casi veinte ajedrecistas que ocupan esa función. Eso dice el informe. Parece que hay unas anomalías con el tiempo a bordo de la nave, algo que no alcanzo a comprender del todo, ni me interesa. Usted limítese a contestar la jugada y busque el modo de que todo termine ya para cerrar el enlace. Si no fuera por esta carga yo estaría capturando hols de matretos en Mioterca. —A mí también me gustaría capturar hols de matretos en Mioterca; he soñado eso toda mi vida —digo, tratando de sonar simpático. Pero Aniette advierte la intención de mi frase y me da la espalda. Es tan bonita de atrás como de adelante, o más. CUATRO Estoy perplejo. Cuando Aniette se fue comencé a revisar la memoria. Comprendí de inmediato las reglas del juego; son sencillas. Lo que me sorprendió fue descubrir que existen billones y billones de partidas jugadas por personas muertas desde hace siglos. Los nombres de los que las disputaron aparecen precediendo los signos que se utilizan para describir Las jugadas. ¡Insólito! Hubo grandes campeones, parece: Polerio, Philidor, Lasker, Anand, Jiangchuan Ye, Raglop, Bush. CINCO Aprendo a jugar al ajedrez, pero voy muy despacio. Detrás de la simplicidad de las reglas, que permiten mover las piezas de inmediato, se esconde una gran complejidad estratégica. A este ritmo no sabré suficiente ajedrez para cuando llegue la jugada de NaLAK. Tal vez pueda poner en fase operativa el ordenador del enlace y dejar la respuesta en sus manos —¡es una metáfora!—. Pero me detiene la regla estipulada por los que iniciaron la partida, según la cual las jugadas sólo pueden ser realizadas por seres humanos. ¡Cómo envidio a Aniette! SEIS ¡Llegó la jugada! Decodifiqué los puntos y tras doce horas de trabajo intenso obtuve algo comprensible: 39... Rh8. Demoré pocos minutos en comprender que la posición de Lo curioso de todo esto es que parece que estoy utilizando un juego histórico. El curador del Museo de los Tiempos dice que es un Staunton legítimo. Sé que Staunton fue un jugador del pasado, pero no comprendo por qué llama así al conjunto de piezas de caoba y marfil. SIETE Sigo sin decidir qué hacer. La cantidad de variantes posibles es infinita y cada reflexión me lleva a otra y otra. Finalmente he disipado mis dudas: haré trampas. OCHO Llevo dos días reprogramando el ordenador para que se convierta en un jugador de ajedrez aceptable. Espero que no regrese Aniette y me sorprenda sin haber enviado la jugada. Hay algo diabólico en este juego que sobrecarga los circuitos y funde las placas. No puedo recurrir a los expertos porque eso los pondría sobre aviso de mi sucio ardid. La alternativa es jugar cualquier cosa y poner todo el asunto en manos de NUEVE Ha llegado un mensaje de Aniette. Dice que si no respondo antes de 24 horas enlace Terra perderá por tiempo —sea esto lo que fuere—, seré destituido y enviado al planeta Alcatraz, una prisión. No entiendo las razones de tanta histeria; el ordenador ha enloquecido y yo sigo sintiéndome incapaz de tomar una decisión. DIEZ He recurrido al viejo, amado, fiable e infalible oráculo chino, el I Ching. He lanzado al aire mis tres Libras Elizabeth, conservadas en mi familia durante muchas generaciones, junto con el Libro. He formado el hexagrama 15, Khien, la modestia. En función de sus consejos —y advertencias— me he decidido por una humilde jugada: 40. Df7. No creo que sirva, pero mi cabeza pende de un hilo. ONCE Aniette me ha comunicado que la jugada de enlace Terra a DOCE El capitán ajedrecista de turno, Khalil O’Gobi, mueve su gran cabeza coronada de virutas negras y blancas, a semejanza del tablero de ajedrez que yace en una mesa baja y observa la desesperada posición en la que ha quedado tras la jugada 39. Lleva años haciéndolo y lo hará otros tantos. Galia le besa la nuca y él se aparta de la mujer para mirarla con los ojos en llamas. —Nunca quisiste aprender a jugar a esto; te envidio. —Este juego es una tortura, un juego para sufrir. Casi no es un juego. —La lengua te funciona más rápido que la imaginación. ¿Existe acaso un lugar seguro, a salvo de ganancias o pérdidas? —No se juega para ganar o perder. Se juega por jugar. —Eso no impide que me sienta miserable. Hemos padecido esta partida desde que partió la nave. Es el cordón que nos une a —¡Miren al omnipotente capitán, claudicando bajo el peso de unas figuras de madera! —Esta nave es una letrina y no estoy creando una metáfora. Galia frunce la nariz y hace de cuenta que husmea el aire reciclado infinitas veces. —Una exageración, diría. —¿Cuánto hace que —Prefiero no recordarlo —dice Galia. —¿Y falta para que lleguemos a destino? —Otro tanto. ¿Hacia dónde se dirige, capitán? —A descubrir un nuevo mundo, ¿por qué? —Luce como si lo estuvieran llevando al matadero. Khalil O’Gobi sonríe por primera vez. Abraza a Galia y la acaricia. Un movimiento, en cierto modo torpe, en cierto modo suntuoso, derriba el tablero y sus figuras. Aunque Khalil O’Gobi sabe, como lo ha sabido siempre, que las jugadas realizadas permanecerán atadas a esa partida por toda la eternidad. Lo percibe con una porción mínima de la consciencia, mientras hace el amor con Galia. Pero no le importa. TRECE —¡Fatal! —dice el operador de turno sin apartar los ojos de la pantalla. —¿Qué sucede? —se inquieta Khalil. —Estoy recibiendo un mensaje de —Temí este momento desde que partimos —dice el capitán, desalentado—. Una nueva tecnología debía, inevitablemente, hacer inútil este viaje, volvernos obsoletos... —Eso no es todo, capitán. —En —Abundan, sí —dice el operador—. Un par de ellos, Benson y Kuligovsky, parece, inventaron un dispositivo llamado Distorsor Hipergravítico. —Y otro genio hizo la jugada. —Khalil O’Gobi arma una vez más la posición en el tablero. — —¡Maldición! No me importa. La jugada, dame la jugada. —La jugada, sí —dice el operador—. Enlace Terra jugó 40. Df7. El capitán mueve la dama blanca con mano temblorosa. Era tan natural que había preferido permanecer ciego a las consecuencias de esa jugada. ¡Por supuesto! Un genio. Seguramente enlace Terra, que disponía de dos o tres campeones de ajedrez en su plantel fijo, les había encomendado liquidar la partida. —Pregúntele cómo se llama el jugador más fuerte de El operador manipula los controles y obtiene la respuesta, casi al instante. —No hay campeón. Se ha dejado de jugar al ajedrez hace por lo menos un siglo. El rostro de Khalil se transforma, se transfigura. Una vena late en su garganta, reflejando las palpitaciones anómalas de un corazón herido. —Un aficionado anónimo nos ha puesto zug-zwang, Galia, nos ha puesto zug-zwang... —¿Qué es eso? —dice Galia con un hilo de voz—. No sé jugar al ajedrez; ya te lo he dicho cientos de veces. —Creo que yo tampoco —exclama Khalil, hecho una furia. Golpea el tablero y esparce las piezas en un confuso y anárquico montón. Ha dilapidado su vida en esa ridícula contienda. Comprende que ha perdido. —El capitán de El capitán Khalil O’Gobi alza los ojos llenos de lágrimas y entonces, sólo entonces, comprende la amplitud de su derrota. Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links
| Escritor argentino Escritor, antólogo y editor argentino nacido en Buenos Aires el 28 de septiembre de 1947. Su actividad literaria se inició al comenzar la década de 1970, cuando publicó media docena de relatos en la revista española de ciencia ficción Nueva Dimensión y varios fanzines de ese país. En 1982, mientras era parte del equipo de la revista El Péndulo, dio impulso al movimiento que fundaría el Círculo Argentino de Ciencia Ficción y Fantasía. Al año siguiente creó el fanzine Sinergia, del que también fue director. En 1984 participó activamente en la revista Minotauro, que dirigía Marcial Souto y poco después ejerció las funciones de director editorial de la revista Parsec. En 1985 publicó Cuerpos descartables, un volumen de cuentos en la colección de libros rioplatenses de Minotauro, y un cierto número de sus relatos aparecieron en revistas y antologías, como Carteles, en la que Marcial Souto preparó para EUDEBA, mientras Pablo Capanna seleccionaba Náufrago de sí mismo para la antología El cuento argentino de ciencia ficción que publicó la editorial Nuevo Siglo. Unos años antes había prologado la antología Latinoamérica fantástica, que editó Ultramar. Su novela El juego del tiempo quedó finalista del Premio Minotauro 2005. En 2008 compiló la antología Los universos vislumbrados 2 y ese mismo año obtuvo el Premio Ignotus en España por El universo de la ciencia ficción, elegido el mejor ensayo del año en ese país. Su novela corta Carne verdadera quedó finalista del premio UPC y fue publicada por ediciones B. En mayo del 2007 abandonó el cargo de director literario del e-zine Axxón, actividad que había ejercido durante algo más de tres años, para retomar el proyecto Sinergia, ahora en formato web. Ya en el nuevo siglo fue el fundador de Comunidad CF y derivado de ésta, del Taller 7, aula virtual de escritura creativa. Más tarde creó Planeta SF, un espacio multilingüe destinado a facilitar el encuentro de escritores, lectores y editores de ficción especulativa de todo el mundo. Actualmente coordina talleres personalizados presenciales, y por Internet, para escritores que viven fuera de Buenos Aires. Sus cuentos han sido traducidos al inglés, francés, portugués, italiano, ruso, griego, búlgaro, japonés y árabe. Muchas de sus ficciones se publicaron en revistas internacionales del género como Nueva Dimensión, Galaxia, El Péndulo, Minotauro, Isaac Asimov de España, entre otras. En 2008 dio impulso a un blog de microficciones denominado Químicamente impuro, el que fue seguido por Breves no tan breves y Ráfagas, parpadeos. En 2009 se publicó su libro de cuentos Espejos en fuga. Actualmente está a cargo de la dirección editorial de cuatro colecciones (novelas, cuentos, antologías y poesía) destinadas a publicar la obra de jóvenes (y no tan jóvenes) narradores, poetas y ensayistas de Argentina, América Latina y España con el respaldo de Editorial Andrómeda de Buenos Aires.
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