Víctor Aquiles Jiménez

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Un caballo de Troya en la aldea global

 

 

 

 

Víctor Aquiles Jiménez H.

Terrorismo y guerra

Sólo por gestos, palabras, símbolos, imitaciones a otras especies de animales los hombres nos hemos comunicado desde la noche de los tiempos. Más adelante con la invención de los códigos representados por letras y números ha sido posible crear imágenes y transmitirlas a los demás. Así se ha podido escribir la historia, además, que de  transmisión oral pasa a ser perdurable. La palabra magistral es la que es capaz de movilizar a las masas, y mover montañas, como bien nos enseñara Cristo en El Nuevo Testamento. La palabra bien empleada es mejor que una espada, nada se consigue sin ella. Por la palabra escrita sabemos de sucesos acontecidos hace más de 5.000 años. Cuando fallan las palabras sobreviene el silencio, la oscuridad y la muerte.

 Hoy en día, en plena era de las comunicaciones, tenemos tanta información de lo que sucede en el mundo, que nos abruma, es más, somos observados desde alturas que superan los 700.000 metros del suelo por satélites de última tecnología que ha cuadriculado todo el mapa terrestre. Todo eso nos hace comprender que nuestra reserva e integridad dependen de voluntades que no conocemos. Eufemísticamente somos ciudadanos de lo que se llama la aldea global.

Desde un principio muchos ya sabemos que es aldea y no-ciudad. La ciudad es para los dueños de tamaña tecnología, unos cuantos pocos en el mundo. Se supone que ellos, los de la ciudad global, no serán espiados. Pero a la vista de los sucesos del 11 de septiembre no es así.

La tierra prometida reemplazada por el cielo prometido

La aldea global es justamente eso, o quizás menos que aldea: sitios escarpados, desérticos, inhabitables, y en el mejor de los casos selvas, mares y glaciales. En los sitios menos saludables de la gran aldea global deambulan seres empobrecidos de antiquísimas etnias, en busca de algo para comer, de agua. No saben de golosinas, de helados ni de la sombra reparadora de un árbol o de una morada digna. A veces, dependiendo el lugar estos seres humanos andan armados hasta los dientes, como en el Lejano Oeste norteamericano. Sus fatigadas vidas valen menos que una bala, pero tienen grandes ilusiones, prometidas por un dios benigno. La tierra no es digna de ser tomada en serio, el cielo prometido ha reemplazado la promesa bíblica de la tierra prometida. Un cielo ganado a fuerza de dolor y  miserias espera en el infinito rincón de la paciencia y el estertor, es lo único seguro que ofrece el descanso a los huesos que solo sostienen harapos y llagas. La palabra de su Dios, que es el mismo nuestro, con otro nombre, les otorga la confianza suficiente para resistir envueltos en túnicas color tierra los avatares, y empuñan sus armas de fuego, gastadas sus culatas de tanto asirlas contra otros semejantes vengan de donde vengan a amenazar sus ya precarias existencias y fe de un mundo mejor. Viven peleando, defendiendo sus vidas hasta que llegue el instante de unirse a Dios.

El que se siente representante de Alá

Ellos son componentes de una parte de la aldea global, pero están de moda porque alguien que dice haber asumido su representación y la palabra de Alá luchará por sus fe y derechos. Por eso están enardecidos, encendidos por la promesa, tal vez sea posible hacer descender el cielo a la tierra para poblar de verdor, de flores, pájaros, mariposas y amor el desierto. Aceptan jubilosos al líder joven, rico, religioso y guerrero, aclamándolo. El líder ha fijado como principal contrario del Islam y del mundo musulmán a un país que conoce demasiado bien. Tal vez se sienta como Moisés al rescatar a su pueblo de Egipto, o Espartaco en el año 73-71 antes de Cristo dirigiendo la rebelión de los esclavos frente al Imperio Romano. Conoce al enemigo del que en un momento fuera aliado en contra de los poderosos soviéticos. El guerrero religioso se llama Osama Bin Laden y afirma tener el poder para destruir al peor enemigo del Islam y de los musulmanes.

 ¿Las manos de Dios ensangrentadas?

En la ciudad global todo transcurre con normalidad aquel 11 de septiembre del 2001 hasta que un enorme pájaro de metal decide hacer su nido de fuego y acero en lo alto de un colosal edificio, orgullo, poder y estandarte de la gran nación. Y, antes de que la gente salga de su estupor, otro pájaro gigante, gorrión odioso, hunde su pico, cuerpo alas y cola en las entrañas del hermano de la torre que se derrumba sobre sí misma, arrasando y sepultando a su propia sombra, y entre ella al espanto. Brota la sangre que se vapora junto a los metales derretidos de miles de inocentes que sólo alcanzaron a escuchar el ruido de sus corazones, una vibración, antes de llenar sus pulmones de fuego y vacío. Nada más, quizás alguna lágrima espontánea, resignada se hizo humo blanco antes de fundirse a la colosal antorcha negra, cuál colosal brazo rasgaba el cielo en busca de un ángel para que borrara todo ese instante de espanto y restituyera la calma, la alegría y la paz de apenas unos pocos minutos atrás. Los ángeles no estaban en su sitio y siguió ardiendo durante horas, convirtiendo en cenizas y polvo a miles de personas, que no alcanzaron a entender que la ira de Alá se había cernido sobre ellos encargando sus muertes  a simples mortales. Llanto humano en la cuna de la aldea global.

 En la  aldea global todos se estremecen, se mesan los cabellos, se desmayan y lloran. Nadie puede creer lo que se repite una y otra vez en las pantallas de los televisores. Pareciera un acabo de mundo, un ataque maldito, una pesadilla, que como una telaraña nos envolverá a todos, es cosa de tiempo. Estamos atónitos, la mayor potencia mundial, la más sofisticada y segura, aquella que tiene los espacios cuadriculados del mundo en un tablero, metro a metro cuadrado, la que cuenta con los mejores medios defensivos aéreos ha sido reventada por dentro, por debajo, subterráneamente donde los satélites y agentes entrenados no pueden observar. Las mentes desquiciadas y retorcidas que han maquinado esto se camuflan delante de sus trampas. Nadie nunca más estará seguro, ni arriba, donde escudriñan silenciosos los satélites, adonde apuntan los misiles, ni abajo, donde los terroristas “dormidos” disfrazados de hijos, padres, hermanos o enamorados buenos, son capaces de toda atrocidad en cuanto reciban la señal del cielo.

El estigma del fin del mundo

Otra vez, como hace 500 años, cuando los aztecas vieron cumplirse la profecía de Quetzaltcoalt que decía que la Quinta destrucción del mundo comenzaba, coincidiendo con la llegada de los invasores hispanos barbirrubios, que de sus naves con cañones y mosquetes hacían tronar el cielo y la tierra, cualquier intento de oposición era inútil. Contra el designio de los dioses no se puede luchar, la resistencia aunque fuerte enconada y cruel fue débil, apenas un reflejo instintivo de sus brazos armados ante la embestida del conquistador.

El estigma del fin del mundo ha estado siempre en la cabeza de los pueblos. La amenaza atávica de la especie que pende del miedo a la vida, del temor a la muerte, a lo desconocido. Que crea dioses, edifica templos y eleva altares. Que sacrifica, que esparce las entrañas y miembros al viento de los que verán a las deidades en sus ciudades de oro. Por el temor a que caiga la ira divina y barra de cuajo al infeliz mortal, pasajero consciente de su propio acabo de mundo, cuando recién comienza a descubrirlo. Todas las razas, todas las culturas, desde remoto han creído en el fin del mundo y han realizado rituales y rendido tributo a los dioses. Está en  la memoria atávica y subconsciente de la humanidad el miedo al acabo de mundo. Escrito está  por la palabra que llegará alguna vez el temido fin de mundo masivo, aquél que dejará ruinas que ni los insectos poblarán. A nadie le interesa el fin de mundo individual, familiar, tribal, o colectivo de millones de refugiados. ¡Que mueran como sea, como quieran, o como la vida les trate, no tiene importancia! Lo que asusta y aplasta el alma contra la razón son los signos de la destrucción del mundo. Ese fin del mundo anunciado por los profetas, por los autores de ciencias ficción y por los locos. Esos seres en sepia que vemos cómodamente desde nuestras casas por la tele no nos conmueven para nada, quizás porque nos producen la impresión de ser sucios, de marrones, de blancas y percudidas túnicas, de cobrizas y oscuras telas, que parecen teñidas por la lengua de un despiadado horizonte solar, porque desde sus turbantes cuelgan barbas negras, grises y blancas, porque son esqueléticos, tristes, de reseca tez, de negros y afiebrados ojos agresivos y orgullosos. Ellos son lejanos para nosotros y no se merecen más que nuestras frías miradas distraídas. Sus dramas no nos interesan, es su problema, su “karma”. ¡Que vivan siempre en guerras, que sean perseguidos, por algo será! Y que sean adiestrados para pelear desde las cunas, para combatir contra el enemigo de sus existencias miserables, siempre escondidos al filo de la luz y de la oscuridad, con pulmones de arena y escorpiones, blandiendo las armas como juguetes a la espera del blanco. Mientras no seamos nosotros no tiene importancia. Tampoco nos impresionan sus ojos tristes, afiebrados, que claman misericordia y amor al frío ojo sin pestañas de las cámaras de televisión. No nos impresionan los llantos de las madres aldeanas, porque visten diferentes. Porque imaginamos que no huelen bien, porque pensamos que sus lágrimas y gritos de impotencias son virtuales y no tienen la transparencia y pureza de las lágrimas de nuestras madres, hermanas, novias y esposas. Tampoco nos conmueve la mirada penetrante de un padre que mira fijo a la cámara  de un periodista de la CNN mientras su hijo se retuerce en una camilla sin atención de ninguna especie. ¡Es el fin del mundo! Es lo que desea intensamente en ese instante, y como él millones. Mientras su hijo se queja agónico y él no puede hacer nada más que acompañarlo, mientras el corresponsal de guerra cubre la noticia y se gana el sueldo, o la muerte con ello, éste pobre hombre musulmán desea en una oración silenciosa, la muerte de todos nosotros. Sus ojos son balas de dolor, misiles de impotencia, bombas de llanto contenido, veneno corrosivo de amargura, bacterias que penetran en nuestras apacibles mentes para acabar con nuestra indiferencia. Pero no nos impresionan estas imágenes, apenas dejamos de succionar la cuchara de té o postre levemente sin asco. Es que estamos tan acostumbrados al fin de mundo de los demás, de los sucios, de los pobres, que no nos interesan. Con un cambio de mando de control o del televisor nos sacudimos de tanta miseria y penetramos al de la belleza otra vez, al universo de la paz, del amor, de la seguridad, la música y de nuestros grandes y pequeños problemas personales.

El intento de cumplir las profecías

  Donde quiera que os encontréis, la muerte os alcanzará, aun si estáis en torres elevadas. Si les sucede un bien dicen:  “Esto viene de Alá”. Pero si les sucede un mal, dicen: “Esto viene de ti”. Di: “Todo viene de Alá.  ¿Pero, qué tienen éstos que apenas comprenden lo que se les dice? 

 El Corán, versículo 78

 

Un poco más allá, minutos apenas, a ojo de satélite, dos edificios han sucumbido sacudidos por pájaros arteros y con el derrumbe colosal de una mole orgullosa, entre humo, fuego, cenizas y polvo. El desplome instantáneo apaga el grito desgarrado de miles de inocentes, que sin percatarse de lo que sucede todavía asocian algún ruido atroz grabados en sus mentes con el temblor y crujir del piso antes de  perecer víctimas de la infamia del terror. Sus sueños, sus ilusiones, su aporte al mundo, de cuajo han sido sesgados. Nadie da crédito a sus ojos, es quizás la nueva propaganda de una película de Steven Spielberg que se anuncia al estilo de Hollywood, pero no es así, la realidad repetida una y otra vez desde todos los ángulos nos confirma que es realidad, tan real como nuestro miedo y respiración entrecortada. ¿El Corán autoriza esta matanza? ¿Viene de Alá este castigo, Bin Laden, o de ti? La verdad es que no entiendo.

Es increíble, asombroso que eso haya podido suceder en el país más querido, admirado, temido y odiado del mundo. ¿Será una señal del fin del mundo? ¿Habrá que repasar las profecías? Apenas estamos en el 2001, ¿no nos habremos retrasado en los cálculos y hoy recibimos el cumplimiento de los dioses sobre nuestras pecadoras cabezas? Debemos repasar nuestras conductas y arrepentirnos. El pánico nos lleva a las profecías y a Nostradamus también.

Las torres, aplastadas sobre sí mismas, humilladas en su esplendor, guardan entre sus escombros polvo y cenizas aparte de la sangre de la inocencia vaporizada. La sangre solidaria de los bomberos, policías y tantos mártires que, habiendo podido evitar su sacrificio decidieron ir al rescate con fiereza y amor al prójimo acudir al grito, al quejido, al lamento desgarrado que les llevó hasta el fondo de la gratitud y el heroísmo.

Luego del estupor presidencial Bush, pide calma e informa del ataque a Estados Unidos, por el terrorismo internacional y da cuenta de los daños al Pentágono, la sede militar que vela por la tranquilidad del planeta. Su voz apenas es audible, e informa que quienes están detrás de este atentado lo pagarán caro. Durante días y días, mientras continúan los rescates de cuerpos, y se espera milagrosamente encontrar a gente con vida, el presidente va perfilando al, o a los culpables. Pronto aparecerá el nombre del cabecilla, el autor intelectual del infernal ataque terrorista. Se llama Osama Bin Laden.

En la tierra de Osama Bin Laden

En el otro extremo de la aldea global el propio Osama Bin Laden reconoce su implicancia y amenaza con más ataques al enemigo del pueblo musulmán y del islam llamando a la guerra santa a la Yi Had. No le tiembla la voz, al contrario la maneja y enfatiza con cuidado. Sus gestos son  pausados seguros, teatrales y majestuosos, detrás de él descansa un fusil. Su discurso habla de justicia, de reivindicaciones, y podría decirse que hasta de amor a su pueblo. Si no fuera porque se refiere al enemigo como enemigo de su fe e infieles, y se aprecia la intolerancia a otra fe, y a otras costumbres, rituales y sacramentos, su mensaje podría representar la voluntad de Alá y de su pueblo. Pero Alá como Jehova, o Dios, es un Supremo ser de amor, bondad y sabiduría, entonces vemos que interpreta mal los designios divinos. No nos podemos hacer la idea de un representante de Dios como un asesino, eso lo descalifica, si es que de verdad lucha por dar un lugar y una dignidad al pueblo que representa o por difundir al profeta Mahoma.

¡Wanted!   ¡Wanted!

El presidente Bush   pone precio a su cabeza  ¡Wanted! –dice-, vivo a o muerto y pide a Afganistán que lo entregue, o si no pagarán las consecuencias por ocultarle y todo aquél que le ayude. Al cabo de unos días de marcado nerviosismo y desesperados tratados diplomáticos comienza un feroz bombardeo, un  misileo inacabable en busca de las guaridas de los talisbanes que como topos no se ven en los devastados territorios. Las noticias de la CNN presentan a niños, ancianos y mujeres heridos y muertos, no son muchas las bajas militares hasta el momento, pese a que se habla de encarnizadas luchas entre la Alianza del Norte y los talisbanes. Tendremos que habituarnos a que en esta guerra no habrá bajas militares, sino civiles e inocentes: niños, mujeres y ancianos. La lucha de los espíritus es real, porque efectivamente se nos habla de lucha y sólo apreciamos cuerpos destrozados de civiles, de niños y ancianos. Vemos los cohetes en la oscuridad, en la mira verdosa de un cuadrante infrarrojo, caer enfurecido y explosionar sin ruido en una tierra resignada. Luego aparecen los Hércules C-130, enormes y pesados, tanques aéreos que repasan a cañonazos a 601 km/h la  desértica tierra hollada y humillada por décadas de guerras humanas. La supremacía aérea está asegurada por la mayor alianza militar del planeta, la más poderosa. Ni los buitres están libres ahora, los despojos de los  muertos en la carnicería vengativa se pudrirán al sol; pero no se ven soldados muertos aferrados a sus fusiles o espadas sino lo que ofrece la televisión: ancianos, niños heridos, hombres levantando escombros, de lo que fueran sus viviendas, incendios, grupos que huyen, seres humanos que reciben del cielo alimentos, que sonríen y agradecen al cielo. No se ven combatientes, sólo noticias, reporteros famosos que nos hablan del curso de los acontecimientos y de lo difícil que es para ellos cubrir las noticias. El gobierno de Estados Unidos reconoce las equivocaciones de blancos, primero fue un local de las Naciones Unidas, mueren 4 funcionarios pacifistas, luego un almacén de la Cruz Roja. La infalibilidad de la precisión que nos habían informado por la tele no es tal, los misiles y los obuses, de última generación y tecnología, se equivocan como los humanos. En esta extraña guerra entre fantasmas sólo mueren civiles.

La guerra de los mundos/ The war of the worlds

 

La guerra de las viejas bacterias

En mayo de 1938 millones de norteamericanos fueron presas del terror, una emisora de radio transmitió noticias que les sobrecogieron: los marcianos invadían la tierra y estaban aniquilando el planeta, abrasando pueblos, reduciendo a escombros y cenizas todo lo que se pusiera por delante  como a toda fuerza capaz de oponérseles. Durante más de 8 horas la radio anunciaba los partes de guerra que llegaban y el pánico no se hizo esperar. La gente asustada se disparaba a correr por doquier y algunos enloquecían y se suicidaban. Era el fin del mundo. ¡Una pesadilla! La policía al enterarse de que todo era un radioteatro tuvo una dura labor para convencer a las multitudes de que no era real lo que habían escuchado y que debían tranquilizarse y volver a sus casas. Los horripilantes marcianos de enormes cabezas no existían, era un libreto realizado por un joven talentoso a cargo de programas especiales en las radios de nombre Orson Welles, que adaptó La guerra de los mundos del autor de ciencia-ficción inglés H. G. Wells. Como en la novela y la posterior película o filme del mismo nombre. Los poderosos e invencibles y temidos marcianos capaces de resistir la bomba atómica finalmente son derribados, -junto a sus naves y al terrible “rayo quemante” que pulverizaba todo-  por las terrícolas y poco inteligentes bacterias.

Encontramos en esta somera introducción tres elementos: el miedo al fin del mundo, representado por la invasión marciana, el pánico colectivo, y el poder de las bacterias. Es posible que Osama Bin Laden haya visto alguna vez esa vieja  película o haya leído la famosa novela ( The War of the Worlds)  que le diera la idea para fraguar en el futuro una guerra bacteriológica contra el país a quien imputa todos los males. Sobre las plagas hablan la Biblia y el Corán también. Laden sonríe. En la Edad Media los fuertes asediados recibían restos descompuestos de animales con plagas. El terrorista religioso sonríe: ¡Volverán las viejas plagas! A pesar de los temores los científicos nos alertan diciéndonos que tenemos suerte de que los terroristas hayan podido desarrollar el virus ántrax en vez de otros más letales, debido a que se requiere mucha tecnología superior para producir los cultivos de otras plagas. Pero tal como la noticia de la invasión marciana de la Guerra de los mundos de H.G. Wells, el mundo siente miedo. Pero la invasión extraterrestre ha quedado congelada por el momento, a cambio de la guerra de fantasmas, las máquinas de última tecnología y las viejísimas bacterias.

La guerra de los rumores y de la propaganda

Con el dominio de los cielos en Afganistán comenzará la escalada militar de los aliados por tierra. El ejército más poderoso, contra el más fanático entrará en acción. Mientras tanto se nos informa por el embajador de Pakistán Abdul Salam Zaeet que ahí se iniciará recién la verdadera guerra... ¿Y la lluvia de cohetes cruceros, y los interminables bombardeos de pueblos y villorrios, acaso no es guerra?

Los talisbanes están armados, hacen rehenes importantes, son miles y cada vez aparecen más dispuestos a unírseles, pero nos hacen saber los medios de comunicación que muchos de ellos se convierten en desertores. Desertar en el desierto no tiene el mismo sentido que en Occidente, por lo tanto el enemigo puede estar disparando para todos los lados y a nadie esto le parece extraño. El peligro está en que lo único que no traicionarán estos soldados es su fe y si la guerra es contra de los enemigos del Islam puede que no acabe fácilmente, sino hasta el último creyente en  el profeta Mahoma en el mundo. Ahí entonces la guerra puede adquirir otra connotación.

Rumores y más rumores nos afirman que los soviéticos en su guerra contra  Afganistán perdieron materiales que permiten fabricar 20 bombas nucleares y se dice que Laden las compró en el mercado negro ¿Será cierto? Mejor es no pensar en ello.

 Por qué no queréis combatir por Alá y los oprimidos, hombres y mujeres y niños que dicen: “  “¡Señor! ¡Sácanos de esta ciudad, de impíos habitantes!  ¡Danos un amigo designado por ti! ¡Danos un auxiliar designado por ti!

 EL Corán, versículo: 75

  

Atribuirse el designio de Dios

 ¿Encenderá la guerra santa, la Yi Had, Osama Bin Laden? Es posible que el hombre musulmán por moderado que sea sucumba a la tentación, todo depende de cuanto se prolonguen los bombardeos y ataques de los aliados. ¿Cuál es su mensaje? No puede ser otro que recurrir al fin del mundo, al fin del mundo de su cultura, de su raza, de su Dios. Recurre a la figura del demonio, su discurso es reivindicativo, político, pero a su gente les habla sencillo, con imágenes terroríficas del mal que existe en Occidente. Por eso se apilan eléctricamente a su lado viejos y jóvenes, jurando morir por Alá  confiándose en el Sumo Poder del Creador de Todo.

En Occidente se recurre a la maldad del talisbán, de su fundamentalismo, de su reformismo, de las leyes patriarcales y añejas que aplican, el ajusticiamiento en la vía pública. Las mujeres cubiertas de pie a cabeza y tantas cosas más, y sus derechos le pesan a los talisbanes. Pero el talisbán Osama Bin Ladín tiene también sus motivos para esgrimir: “Vean a sus mujeres despojadas de toda ropa, obscenas y lujuriosas, expuestas hasta sus átomos en las revistas y videos pornos e Internet y en cualquier programa y espectáculo” “Vean la sodomía, el animalismo”. “Vean el culto al demonio, a la riqueza, al esplendor al egoísmo” “Eso es gratis, vean”. “Nadie pervertirá a nuestras madres, esposas e hijas, dice. Es mejor tenerlas cubiertas que denigradas en su más delicada condición”. “Vean como pretenden crear una nueva raza de seres humanos, con su diabólica tecnología y sabiduría. Admírense de cómo juegan a ser dioses, cambiando la voluntad divina de Alá que es el único y Supremo Creador de la Vida en la Tierra y el Universo”.

A la búsqueda del terrorista

El mundo le busca por terrorismo y los seguidores musulmanes de Osama Bin Laden le ponen precio a la cabeza de Bush, al mismo tiempo gritando ¡Wanted! exaltados por las calles de sus tierras. Los portaaviones americanos e ingleses van a Pakistán y el talisbán se hace humo o topo y comienza el ataque, un ataque que sólo arroja vidas inocentes y no el cadáver o los restos más codiciados que el mundo civilizado espera del hombre más odiado y temido en el mundo.

Y en la aldea global prende el temor de una guerra extraña, virulenta y nuclear. Nadie se siente a salvo ni seguro, un sobre infectado puede acabar con uno. La gran potencia que sólo miraba al cielo con temor y se preparaba para ello, tenía el germen incubado en sus entrañas. El contrario está decidido a todo, a lanzar cadáveres putrefactos de plagas a la cancha de golf de los ricos. Interpreta a Alá haciendo lo contrario a su amor y bondad infinita. Defiende a su pueblo arrastrándolos a una guerra sin sentido. Cree poder guiar el odio y resentimiento de su nación, por siglos postergados, humillados y frustrados por el camino del enfrentamiento directo. Sabe que morirá o que vivirá escondido hasta el fin de su vida, pero que cientos, miles nacerán de su ejemplo y nada detendrá la furia islámica donde haya un musulmán. Entiende que su pueblo que ha resistido a Gengis Khan, a los chinos, y soviéticos, vencerá a los aliados de nuevo; pero también sabe que su pueblo no resiste más y aspira a la paz. A él, esa palabra le molesta: paz. Carece de sentido para él. El mundo le busca porque ha sido capaz de acertar, como nadie ha hecho jamás, en el corazón de un imperio poderoso. Ni siquiera el Caballo de Troya, 350 A.C. contado por Homero en la Iliada hizo tanto estrago como sus obedientes soldados, que guiaron los aviones milimétricamente al corazón y cerebro de su enemigo. No será como Spartacus tampoco que 146 años A.C. condujo a la rebelión de los esclavos contra Roma. No le tomarán vivo ni la clavarán a una cruz, porque vencerán por la voluntad divina de Dios, que calcinará a los infieles pecadores. Osama Ben Laven, el soldado, profeta, enviado por Dios limpiará de la faz de la tierra al enemigo infiel.

Héroes de carne y huesos y profetas

Por fin la guerra perfecta. Nunca antes la habíamos tenido igual: La Nación moderna, contra la más atrasada. La más admirada contra la más ignorada. El héroe contra el villano. La lucha limpia, quirúrgica, contra la guerra sucia. La unidad mundial contra la tribu desquiciada arrancada de alguna leyenda perdida de  Las mil y una noches.  La democracia y libertad en peligro contra los intolerantes de la libertad. Los pacíficos y libertarios contra los totalitarios. La lucha étnica de siglos disimulada por las arenas del desierto. El petróleo de los jeques y emires con excusados de oro, con piscinas y palacios de marmol, en el medio de montañas confitadas de ardiente arena, se pone sin disimulo con uno de los suyos, con la oveja descarriada, que no desea una vida de lujo y placeres, que prefiere las madrigueras, el olor de la pólvora, ser perseguido y acosado por ideales que al mundo le cuesta comprender, o que se niega a aceptar. El enemigo perfecto, un hijo noble de la riqueza, un poderoso en su raza, que se pone al servicio de una causa añeja, aplastada por la historia, que llega atrasado a arreglar el mundo por la vía violenta. Todo es perfecto: Las naciones unidas, la democracia en peligro, la especie humana amenazada en todo los rincones del planeta. Un líder perverso demoníaco que pone a su servicio a Dios. Coincide con el temido fin de mundo de Nostradamus, y de la Guerra de los mundos de H.G. Wells, y de la Quinta destrucción del mundo de Quetzaltcoalt. ¡Todo, todo calza! El enemigo es fácil, visible, como el de los comic, donde Superman, Batman y Robin, El Capitán Marvel, Flash Gordon, Brick Bradford, Buck Rogers, Johnny Hadzar Super Ratón, y tantos otros, con Rambo, incluido, han vencido a tantos perversos; pero éste enemigo es real y tenía entre sus posibles planes atentar contra los parques de Walt Disney ¡Perfecto! ¿Quién puede ser tan perverso e inicuo para discurrir semejante atrocidad contra el mundo de los niños? ¿Puede ser el ratón Mickey, Pluto o el pato Donald, enemigo de Dios, o de causa política o revolucionaria alguna? El enemigo de ficción, alimentado por el temor de los americanos, en su cultura, elaborado hasta el cansancio en las revistas de ciencia-ficción, comic, en el cine y televisión, por obra y magia de un fenómeno apenas explicable, se vuelve real, atacando sus símbolos de poder y gloria, en este caso,  las torres gemelas, y el Pentágono, pillando dormido o de vacaciones al Hombre Araña (Spiderman), y a todos los superhéroes de papel juntos. Por eso el enemigo tendrá su guerra adecuada, a imagen y semejanza de Occidente, con plagas, con ratas podridas, con veneno, odio y amenazas. Suceda lo que suceda será derrotado por “las fuerzas del bien”. Cueste lo que cueste, demande el tiempo y los sacrificios que demande. Y para Oriente, el  Oriente Cercano, el enemigo es perfecto, hijo predilecto de un hombre rico, poderoso, ex presidente, odiado y repudiado en muchos países pobres y en desarrollo que le recuerdan aun. Es el momento propicio para atacar. Bush para ellos parece un verdadero emperador romano, que sólo le falta la túnica blanca, con encajes de oro y la corona de laurel olivo para engarzar perfectamente en el papel de un tirano, encargando la persecución y muerte de todos los cristianos y en este caso musulmanes. Osama Bin Laden, como hombre experimentado, conocedor del alma humana, fogueado en traiciones, espera que los socios del gran americano de a poco le abandonen, cuando él presente los cadáveres de los niños, de las mujeres, de los ancianos mutilados, sangrantes e implorantes, a los ojos del mundo. Esa guerra, que se cobra solamente vidas civiles, gente inocente, que no sabe por qué es muerta, mutilada o herida, no la resistirán los poderosos. Es su punto débil. Osama Ben Laden lo sabe también, sonríe, es muy astuto. Debiera llamarse así: Osama el Astuto.

La aldea global y su primera guerra del milenio

 En la aldea global  la primera guerra del milenio nos parece extraña porque hemos visto hasta el momento todo menos lo que nos parece una guerra convencional. Como nunca la palabra, la propaganda y la contra propaganda nos lleva a esperar que suceda cualquier cosa, pese a anhelar que todo acabe pronto. El no saber lo que ocurrirá en esta guerra nos lleva a desear intensamente que acabe pronto ¡Inch' Allah! ¡Si Dios quiere!. Ojalá en un entendimiento que ponga fin al absurdo entre enemigos que, queramos o no, son tan diversos culturalmente que parece un enfrentamiento entre extraterrestres, pero no, no es así, tan distintos no podemos ser, aunque nuestros valores, claves, y cultura parezcan lejanos. Tenemos que buscar una salida que no sea la continuación del crimen y el odio sin fin. No podemos llevar a la simpleza algo que le puede costar muy caro a la especie humana, a la civilización, y a la esperanza de crear una sociedad multicultural, diversa, étnica y religiosa. 

Llama la atención la falta de personas próvidas con la estatura moral suficiente capaces de imponer su autoridad en el conflicto y llamar a la calma, a la paz, a la concordia y a la razón. No las hay, y las pocas son demasiado cautelosas. Con los intelectuales sucede lo mismo. Pareciera ser que nadie posee el peso necesario para opinar, orientar, e influir en los acontecimientos a nivel mundial, global, o como quiera decirse. La diplomacia juega su función, pero no es suficiente, no se nota. No hay mensajes, no hay voces serenas y firmes que llamen a la razón a la cordura. Alguien que haga reaccionar a las partes en conflicto. Que si las cosas suceden es porque algo, en esta microscópica aldea global que somos, funciona mal, tan mal que conducen los hilos a la debacle sin razón. Todos creen y dicen tener la razón, pero la razón violenta, aquella que aplasta la visión, el entendimiento y la verdad. No es posible que un  solo hombre sea capaz de fraguar tanta maldad, con una precisión de guillotina, a menos que sea un genio, una figura del mal, bestial y desgraciada. Si los que estén detrás de los crímenes del 11 de septiembre creen que van a cambiar el mundo así, no harán más que propiciar la destrucción de sí mismos también. El mensaje que quieren difundir al mundo de amor y ley de Alá  entregadas al profeta Mahoma por el Arcángel Gabriel se esparcirá como  un alquitrán en el desierto, desprovisto de la misericordia, sabiduría y bondad proveniente directamente de Dios. Deben entender, además que, una cosa es querer combatir un sistema egoísta, insolidario, déspota o demoníaco -como quieran llamarle-,  y otra cosa es cometer genocidio asesinando a personas, sin considerar sus inocencias. A las personas no se les puede matar ni sacrificar en aras de ninguna ideología, ni divina o humana. A los sistemas se les puede combatir y cambiar y Occidente tiene sus herramientas democráticas para ello, aunque precarias funcionan sin privar vidas. Herramientas que se perfeccionan poco a poco. Pero hay que entender que si Occidente ha fallado en su amor solidario, en la comprensión y respeto de otras culturas religión o fe, es legítima entonces la lucha, la presión política y todo lo que sirva para llamar la atención y producir cambios sociales políticos y religiosos, pero sin despreciar la vida de seres humanos ajenos a sus problemas, porque eso no es más que locura, y nos cuesta creer que ellos, como seres humanos iniciados en la fe, busquen la aniquilación de la especie humana, incluyéndose a sí mismos por odio. Todo lo contrario de lo que Dios dijera. 

Justicia verdadera, Libertad duradera

Los caballos troyanos

 Estados Unidos y sus aliados tienen una tarea muy complicada por delante en seguir hasta las últimas imprevisibles consecuencias con el plan Justicia Verdadera que reemplazó a Libertad Duradera, el primer nombre del ataque en contra del terrorismo. Si este ataque terrorista se hallaba maquiavélicamente estudiado, con varias etapas para producir el caos o colapso, es posible que todos los pasos a seguir por Occidente entonces estén considerados y existan etapas imprevistas al ojo civilizado puestas en marcha para ejecutarse. El riesgo es enorme para todo el mundo, porque el fanatismo no reconoce fronteras, pero sí el hombre civilizado que no puede degradarse a ese nivel.

El ojo por ojo, es parte de la prehistoria de la humanidad, que ha creado leyes precisamente para evitar hacerse justicia por las propias manos. Los más de 4.000 años ininterrumpidos de los hombres en guerras de culturas, civilizaciones y étnicas, con sus barbaridades, usurpaciones y despojos, como sea se han ido humanizando a pesar de lo innoble que son. Los hombres se han esforzado por normatizar las guerras, por hacerlas honorables y hasta cierto punto justas, pero nunca serán bellas. Es que las guerras no pueden ser hermosas, ni siquiera las guerras mitológicas, por poéticas que sean nos ahorran el estremecimiento. El caballo de Troya, dejado en una playa turca ante la ciudad sitiada de Troya, que la curiosidad del pueblo troyano, una vez marchado el ejército griego y llevado al centro de la ciudad, nunca dio lugar a pensar que dicho caballo abandonado pudiera tener en su interior a soldados de elite que abatieron la ciudad. Historia contada por Homero que pudo haber sucedido 1.200 años AC. Las torres gemelas abatidas por pájaros colosales jamás serán poesía, sino drama y espanto.

La aldea global necesita amor

En este juego de palabras donde nos cuesta ponerle el nombre exacto a las cosas y en donde el lenguaje se flexibiliza de acuerdo a los tiempos, nuestro mundo, que ha sido estático, un pedazo de tierra rodeado de mar y monstruos, pequeños espacios repartidos entre hombres, villorrios, aldeas ciudades, países y continentes, un planeta, de pronto adquiere el nombre de aldea global, porque por fin todos estamos intercomunicados a través de la informática y se busca una identidad común que permita simultáneamente la integración de lo diverso. Se busca la estandarización de la vida, y de las costumbres. El antiguo trueque convertido en negocio de alto nivel tiene la mayor jerarquía, mientras que la fe, lucha por la universalidad, arrastrándose y rengueando. Dios tiene un conflicto consigo mismo por sus diversos rostros y porque sus palabras y designios los humanos no podemos comprender en su esencia.

Esta globalización no es fácil, jamás lo ha sido, y en el bregar por los cambios algunos desean hacerlo rápidamente, y unos más lento, y otros luchan y se alzan todavía para que no haya cambios. Pero, se avanza, con mejores expectativas de vida y en comodidades para los que viven en el sector boyante de la aldea. Mientras muchos más siguen tal cual en los bosques, cavernas y desiertos. Nada es malo si es natural y se corresponde al estadio evolutivo de cada sociedad o grupo tribal humano. Lo que resulta triste, desafortunadamente, es contemplar en nuestros televisores que, aquellos infelices que no ocupan el lugar confortable de la aldea global, sufren la falta de recursos básicos de subsistencia, careciendo hasta de los elementos naturales como el agua...

El lado obscuro de la aldea global

Como están en el lado oscuro de la aldea global, ellos conocen nuestras cómodas vidas y  miran hacia el ojo de las cámaras de los periodistas, sedientas de desgracias, con resentimiento y odio y se resignan a encontrar en otra vida un mejor pasar y aceptan sus miserias como la voluntad del destino o Dios, y claman por justicia. Una justicia que les encantaría presenciar si hubiera un acabo de mundo para los infieles; aunque fueran ellos los primeros en hundirse. Los infortunados piden a Dios el acabo de mundo.

No has visto a aquellos a quienes se dijo: ¡Deponed las armas!  ¡Haced la azala y das el azaque! Cuando se les prescribe el combate, algunos de ellos tienen tanto miedo de los hombres como deberían tener de Alá, o aún más, y dicen: ¡Señor! ¿Por qué nos has ordenado combatir? Si nos dejaras para un poco más tarde... Di: “El breve disfrute de la vida acá es mezquino. La otra vida es mejor para quien teme a Alá. No se os tratará injustamente en lo más mínimo.

 El Corán, versículo 77

 

Entonces el acabo de mundo, para los opulentos, mezquinos, fornicadores, adoradores del placer y la riqueza, es una forma de justicia prometida por Dios y deseada por los pobres como una venganza. Este sentir se transforma en un estigma, siempre deseado, siempre temido, que en mitos y en profecías pesará  en todas las épocas y generaciones, especialmente ante sucesos escatológicos naturales, guerras o hechos criminales horrorosos. Si ese acabo de mundo doloroso para los miserables significa una buena vida, la tierra prometida bien vale la pena pelear y morir en combate. De esta forma es posible comprender el fanatismo de quienes desean luchar por lo que ellos llaman una guerra santa, de un Dios patriarcal, agresivo y contradictorio, que pareciera olvidar que todos los que lidian a muerte entre sí son sus hijos también. Si esto da para un debate teológico, sobre los misteriosos y contradictorios designios divinos, debemos buscar humanamente la salida teológica, política, social y humanitaria más cuerda al conflicto. Probar también a Dios, en nuestras propias oraciones, invocaciones o pensamientos, cuando dirigimos nuestras miradas al cielo, para que nos ayude a entenderle. Porque si en su momento sirvieron a viejas civilizaciones sus pretéritas palabras, como es Dios Eterno (que no tiene tiempo), nos compete a nosotros, con actual criterio, interpretar sus palabras, advertencias, admoniciones y leyes, y es seguro, que  no quiere que nadie se mate en su nombre. Si lo entendemos así es porque de nuestra profunda conciencia humana le hemos escuchado a Él.  Nuestro papel, en la aldea global es hacerle llegar este mensaje a los combatientes que enfervorecidos ante la lucha que consideran una guerra santa, mucho más santa es la voluntad de Dios –su mismo Dios-  que dijo: Amados los unos a los otros.

La cancha de golf amenazad

Esta globalización lentamente va introduciendo cambios y modelos de conductas como reflejo a imitar espontáneamente por todos. Las guerras tribales, de naciones tienden a desaparecer, dejando en manos de los más poderosos en tecnología armamentista el control y disuasión de las mismas. Nacen mecanismos que aúnan los criterios políticos, diplomáticos y comerciales y las pautas a seguir. Pero el mundo civilizado no puede ignorar que el otro pedazo de la aldea global se ha quedado desde hace mucho tiempo atrasado a la sombra del progreso. Y ante el compromiso que significaría abiertamente ayudarle, cierra los ojos y se olvida que ese mundo sin colores alegres espera. Y que cansado de ese olvido y desprecio nos remece con un acto de violencia inusitada, que nosotros creíamos desterrada de la faz de la tierra, para que escuchemos sus lamentos.

Y nuestras canchas de golf, radiantes de sol y  flores, de pronto nos parece un campo minado.  Nuestras hermosas ciudades de súbito se tornan peligrosas y amenazantes y en todas partes encontramos un caballo troyano, sin saber que lo teníamos con y entre nosotros. Alguien pretende arrojar las plagas bíblicas y del medioevo, a nuestros campos de juego, a nuestras ciudades y casas. Alguien que no ha sido capaz de articular un mensaje humano pretende hablar como un demonio, como un poseso; si sólo le hubiera bastado escribir un libro para narrar el sufrimiento de su pueblo, o el suyo propio. Le falta el verbo, el don divino, la gracia, la joya de la imaginación, la sabiduría del maestro, la paciencia del poeta, que de una letra cuelga el universo. Cristo derrotó a los violentos con humildad, Gandhi también venció al poderoso ejército inglés sin disparar un tiro con la humildad del cordero.

En Medio Oriente, los terrenos de Dios, la tierra prometida de Israel y Palestina, se hacen polvo amasado con la sangre de hermanos que sólo ven las diferencias, sin importarles que pertenecen a esa tierra por igual, que son hermanos, y que por cada inocente que muere por la lucha absurda que les envuelve, la fe de muchos se marchita en la aldea global que les observa.

La fuerza de las palabras, el poder de la fe

Nos viene la desesperación y ante de que nos sigan amenazando, poniendo en peligro todo nuestro sistema, decidimos el camino a seguir apoyando una guerra, que no es guerra, sino un  correctivo, en una tierra donde creemos hay crianza de caballos de Troya. Pero se hace manifiesta que la violencia tecnificada hasta el infinito, no es una guerra santa, una guerra de dioses, de héroes mitológicos, ni siquiera de soldados, sino de fantasmas metafísicos, de humo y estampidos, que sólo arrojan víctimas humanas inocentes hasta el momento.

Es una guerra distinta, primera vez en la historia de los hombres, que antes de los bombardeos, primero los aviones dejan caer alimentos y medicinas sobre el pueblo. Faltan los ataúdes cayendo en paracaídas. Es la guerra perfecta. Pero progresamos, vamos a la humanización total de los conflictos armados. 

La aldea global necesita convertirse en un planeta global, donde sea posible la coexistencia de todos los seres humanos en paz, con todas sus diversidades y creencias, en donde la solidaridad y la bondad acaben con los fabricantes de caballos locos troyanos, en donde respetemos la creencia de los demás independiente al nombre que le tengan puesto a Dios, porque Dios es uno sólo y rige para todos por sobre nuestros egoísmos y limitaciones. La fe compartida desde el respeto, la tolerancia, la solidaridad del amor debe predominar por encima de todo concepto inhumano.  ¡Inch' Allah! ¡Dios quiera!

Y si las palabras son nuestro génesis, lo que da origen a nuestras vidas y Dios es una palabra misericordiosa, hará que en todos los corazones nadie encienda una guerra en su nombre. Dios quiera Inch’ Allah, que envíe a sus ángeles e ilumine a los humanos más excelsos, para que contribuyan con sus inteligencias y dones a llevar la paz a los corazones de lo que están en guerra. Para que pongan razón donde sólo hay oscuridad y tinieblas.

Pedimos un signo de su inmenso poder ahora. Un signo que sea capaz de detener el incontenible río de odio y sangre por el que los hombres justos se lanzan a la guerra.  Guerra que no es guerra. Un signo que permita detener la lucha equivocada de aquellos que, sintiéndose justos en sus causas, son injustos en sus hechos, porque lo único que conseguirán es despertar la ira divina, del Dios amado. Y eso será  triste para sus corazones que sólo querían agradar al Dios de Paz, sobre los cadáveres de los inocentes.

 Demuestra Dios entonces tus signos de paz, de confianza, incluso a quienes tenemos debilitada la fe.Muestra ya que tus ángeles, los hombres y mujeres de bien, son capaces de imponerse sobre la muerte,  el mal y la locura.Haz un signo.  Uno solo.¡Inch Allah! ¡Dios quiera!

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Escritor chileno

Otros textos de Víctor Aquiles Jiménez, publicados en Literatura Virtual


Víctor Aquiles Jiménez H. nació en San Antonio, el 17 de junio de 1944 en Chile, pero su padre en un olvido involuntario lo inscribió el día 9 de julio del mismo año.

Comenzó como dibujante, libretista radial, fotógrafo, periodista, director teatral y titiritero. Hizo su servicio militar en 1963, y 10 años más tarde sufrió las consecuencias del derrocamiento del presidente Allende pagando con ello finalmente, luego de muchas adversidades, con el exilio en Suecia.

Como autor ha logrado un especial estilo, intentando humanizar el cuento de ciencia ficción. Sus trabajos en este género circulan en revistas culturales y universidades de las Américas y Europa. Sin embargo siente una gran y natural atracción por el género infantil y juvenil, y ha escrito extraordinarios cuentos y una novela Don Cometa el profeta de los niños, ahora Megalaxia Ciudad Infinita en el 2005, esta obra vio la luz en Chile en dos ediciones 1981/ 1985.

Recientemente ha sacado el Libro de las profecías felices, que es una segunda parte de Megalaxia Ciudad Infinita.

Llegó como refugiado político a Suecia, con su familia, sus libros publicados en Chile, numerosos originales, más un morral con los libros de sus autores favoritos. Varios premios literarios jalonan su trayectoria y en España en 1994 publicó Cuentos ecológicos, cuando esa temática no interesaba mucho a los escritores, siendo entonces uno de los pocos autores concienciado y comprometido con la ecología, el medioambiente y la Tierra. Fue así que al darse comienzo en Francia las pruebas en el Atolón Mururoa, Víctor Aquiles Jiménez H. fue el único intelectual por entonces que se hizo escuchar protestando -a través de un programa emitido por la Radio Nacional de España a todo el mundo el 30 de agosto de 1995- en Claves de América, conducido por Luis Arancibia y Ana Segura, que dieron vida a unos de sus cuentos El sacrificio olvidado del libro citado.

Como ensayista uno de sus trabajos más reconocidos internacionalmente es Conciencia del límite publicado en la Revista Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad de Deusto, en el año 2001. Este mismo trabajo es citado en numerosas revistas científicas, tanto médicas como de derecho de Europa y América.

Es delegado oficial de la Sociedad Científica de Chile en Suecia desde 1989. Fue propuesto como Miembro Agregado por el Dr. Eduardo Frenk (Premio Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Paz 1988), Presidente de la Sociedad Científica entonces.

El reconocido Dr. Alfredo Givré, de nacionalidad argentina, Director de la Fundación Givré le nombró delegado en Suecia en 1989.

Ha sido corresponsal de numerosas revistas culturales y centros educacionales.

Actualmente es socio CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) y se encuentra participando en la lucha por la defensa de los derechos humanos de los escritores a través del respeto de la propiedad intelectual.

Víctor Aquiles Jiménez H. es Doctor of Philosophy en Sociología, por la Pacific Western University de California, USA. Desde 2008 es Técnico Superior de Hipnosis Profesional de la Escuela Técnica de Hipnosis, Valencia, España y Delegado en Suecia. Está en trámite su ingreso a la ACE Asociación Colegial de Escritores de España.