Nunca abandones a tu boa constrictor

Comenzado la segunda semana de julio, retomado y acabado la primera semana de agosto de 2008, Partille, Suecia.

Víctor Aquiles Jiménez H.

Víctor Aquiles JIménez

Y el vendedor ambulante, con potente y extraordinaria impostación de la voz decía: “Señores y señoras, traída desde el mismísimo Amazonas tendré el placer de presentarles a la más grande y hambrienta de las boas constrictor que existen en esa inexpugnable selva. Vosotros, respetable y querido público, tendréis la suerte de admirarla por vez primera retorciéndose aquí, peligrosamente en mi cuerpo, con sus poderosos anillos. Este tipo de culebras en estado adulto suele medir hasta veinte metros de largo y son capaces de comerse un buey completo, y a veces hasta dos, con cuernos y todo. Aquí la tengo dormida y enrollada en una de mis maletas a la espera de que la saque a comer. Por eso, si queréis verla pronto, os ruego que compréis rápidamente estos exquisitos y accesibles productos que os mostraré enseguida, y que, como la serpiente, no encontraréis en ningún otro sitio más que conmigo, porque poseo la exclusividad de los fabricantes y el permiso de los cuidadores de serpientes. La boa constrictor es una serpiente monstruosa, pero no os asustéis porque la tengo amaestrada, mis privilegiados amigos y no os la mostraré hasta que haya acabado de regalarles prácticamente a precio de huevos estos productos maravillosos”.

CAPÍTULO I

El vendedor

Desde el principio

Observaba la casa de los Infante desde mi ventana con atención porque hemos sido vecinos por muchas décadas. El fallecimiento de la señorita Josefina a los 100 años, que nunca conoció a hombre ni se casó por lo mismo, debido a que tuvo que cuidar a su hermano 4 años mayor que ella como si fuera un su hijo y nieto finalmente. Nadie nunca pudo explicar por qué su hermano mayor justo a los 12 años de edad dejó de crecer, sin tener ninguna enfermedad aparente, siendo un chico absolutamente normal y travieso. La ciencia ni con todos los acuciosos exámenes que se le hicieron en el curso del tiempo pudo explicar las causas de tamaño fenómeno. El niño estaba en perfectas condiciones, físicas y mentales, y el dilema era de que no crecía ni envejecía. Sin embargo, creo que estoy a punto de saberlo, pero quiero aportar algunos datos antes de averiguarlo. Cuando me cambié con mis padres a la casa que ocupo hoy con mi familia hace más de treinta años no me llamó la atención de ver a una mujer ya madura a cargo de un niño, llegué a pensar que podría ser su abuela, cosa que creí hasta que luego de un tiempo cuando logré trabar contacto con ellos y ganarme su confianza entendí que estaba equivocada. Entonces la mujer me contó que ella, pese a verse mucho mayor que él, era de verdad su hermana menor. No hice preguntas, pensando que podría tratarse de alguna extraña broma y no quise pasar por tonta en ese momento. Como eran muy tranquilos y yo, poco amiga de meterme en honduras, dejé el asunto hasta ahí, consumiéndome hasta hoy la curiosidad.

La verdad es que yo estaba convencida de que Juanito, el niño, tenía alguna enfermedad inconfesable y que podría hallarse en peligro de muerte. Cosa que no era ni lo uno ni lo otro, porque se veía sano y fuerte, lleno de vida y una alegría que transmitía plenamente. Eso acrecentaba más mi curiosidad.

Con el tiempo yo también fui envejeciendo, claro, casada, con hijos y nietos a quien cuidar y amar no me faltaban las preocupaciones. Mi relación con los extraños vecinos era excelente, especialmente con Josefina, la hermana menor de Juanito y por ella logré a conocer toda su historia familiar. Llegué a quererla, es decir, a quererlos como si fueran familiares en primer grado. La vida de Josefina había sido dichosa hasta que se dio cuenta de que el crecimiento de su hermano mayor se había detenido. Al principio le pareció algo fascinante, no obstante, luego llegó a comprender que lo que le pasaba a su hermano se convertía para ella en una inmensa continuidad de problemas fáciles de imaginar. Sus padres al darse cuenta de que su hijo no crecía consultaron muchos médicos y especialistas gastando cantidades importantes de dinero y cuando se pensionaron no pudieron seguir permitiéndose esos gastos. En esos días no estaba tan avanzado el estudio de los genes como hoy por la ciencia, y los exámenes que se le hacían al jovencito no arrojaron mayores resultados. Su enfermedad de “la eterna juventud” no estaba relacionada con ninguna patología conocida ni glandular tampoco, porque todo funcionaba a la perfección en el niño, tanto física como mentalmente, por lo tanto, el interés científico por él declinó hasta quedar en el olvido, haciendo su familia lo mismo. Algunos de los problemas que debió enfrentar Juanito era su figura de niño, pese a que tenía un carné que acreditaba su edad real. En la primera etapa del colegio no tuvo dificultad alguna, ni al terminar la escuela secundaria tampoco, pero al llegar a la universidad, se le comenzó a ver como un superdotado niño estudiante de leyes, hasta que se cansó de ello, de las bromas, abandonando los estudios superiores. Por su misma apariencia no logró encontrar ningún trabajo; porque nadie estaba dispuesto a hacer trabajar a alguien con apariencia de un niño de 12 años.

De todas maneras, su hermana “menor” Josefina, le mantenía con un amor extraordinario, ya que trabajaba para él, como si de un hijo se tratara. Josefina no sentía el esfuerzo que hacía por su hermano mayor, pero temía envejecer atendiéndole, preocupada por su futuro al ver que el tiempo parecía no mellarle, por lo tanto había abierto una cuenta de banco a su nombre con sus propios ahorros y los de sus padres para cuando llegara el momento de que Juanito necesitara esos recursos para batirse solo. No era muy halagüeño el futuro para él, en caso de que fuera eterno o que se prolongara su juventud por muchos años. ¡Qué terrible dilema!

Yo que no tenía nada que ver en este drama había comenzado a temer lo mismo el día que Josefina falleciera; si es que no me tocaba partir a mí primero, un poco más joven que ella, pero con mis buenos años también. Como el pueblo era chico, y la gente de buen vivir, nadie demostraba tener mayor interés en Juanito por lo que le sucedía al sufrir una extraña “enfermedad de la juventud”.

El momento tan temido por mí llegó una mañana cuando sentí que el jovencito tocaba el timbre de mi casa. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y parecía saltar a causa de retener los sollozos. Josefina había fallecido.

Al entierro de mi gran amiga fuimos unos cuantos vecinos, mis hijos y nietos y debo decir que por primera vimos a Juanito triste. Era desgarrador ver la congoja reflejada en el rostro desencajado por el dolor de un niño de 12 años. Ningún pariente de ellos llegó, lo que indicaba que no tenían más familiares, al menos cerca. Lo único que yo tenía en mente era buscar una solución a la soledad que se le presentaría y no se me ocurría otra cosa que pedirle que se viniera a vivir conmigo. De vuelta a casa en nuestro automóvil, tomándole de las manos se lo hice saber así:

– Escucha, hijo, si lo deseas puedes venirte a vivir un tiempo a mi casa, así tendrás mi compañía y la de mis nietos además.

Juanito me respondió que le encantaría estar un tiempo conmigo y con mis nietos que eran más o menos de la misma edad por él representada, pero que no podía aceptar la invitación porque tenía algunas cosas muy importantes que hacer cuando llegara a su casa, y existía la posibilidad de que se fuera, ya que no podía seguir viviendo en la casa de sus abuelos por más tiempo porque no podría vivir solo entre tantos recuerdos. Me preguntó si yo estaba interesada en su casa, si quería comprarla a un precio sin competencia, por no regalarla simplemente. De inmediato le hice ver que su casa, pareada con la mía, pertenecía a su familia y que haría mal tratar de venderla o regalarla. Estoy segura de que Juanito no daba importancia a lo que yo le decía en ese instante por lo tanto, esperaría un mejor momento para hacerle desistir de esa idea y sacársela de la cabeza. Era comprensible que pensara así, pero él tendría que contar con un sitio donde vivir, cuando superara la tristeza.

 Yo me sentí muy apenada y confundida y dije “ya se le pasará”, y decidí esperar hasta el próximo día para plantearle de nuevo mi oferta de que se viniera a vivir conmigo a casa. Me daba una tremenda pena pensar que esa noche la tuviera que pasar tan solo en una casa donde todo lo que tuvo fue a su hermana y quizás miles de recuerdos. Mas era lo que quería y yo no debía olvidar que era un niño, sino un adulto que no creció simplemente.

A las siete de la mañana del día siguiente me pareció ver en la casa de mis vecinos a un anciano de pelo canoso mirando a mi ventana. Me llenó de alegría saber que algún pariente haya llegado a visitarle en esas circunstancias. Sonriendo hice una señal con mi mano y me sorprendí gratamente cuando vi que el viejito correspondía el gesto. Parecía ser una persona amable y educada, eso me reconfortó. Me llamó la atención de que fuera tan mayor. Parecía ser el sino de mis vecinos la longevidad, con excepción de Juanito, que teniendo mucha edad se conservara como un niño.

 Al anciano no le volví a ver esa mañana sino hasta después de las tres de la tarde cuando le divisé recorriendo con cierta dificultad el patio como reconociendo el sitio o buscando algo entre las hirsutas maleza que había que cortar. Llevaba una ropa holgada, como que si la hubiera sacado de algún baúl o comprado en una tienda de segunda mano. El niño no se veía, posiblemente estuviera descansando después de la noche en vela que debió haber pasado. Curiosamente el anciano tenía un aire familiar, lo que me hizo suponer que debía ser un pariente directo. Me llamó la atención de verle solo, quizás se tratara del último miembro de lo que fuera la familia del niño y de Josefina. El misterio en torno a la familia de mis vecinos no dejaba de sorprenderme, porque Josefina nunca me confesó que tuvieran más familiares en el país, por lo menos cercanos, porque jamás llegué a ver a nadie más que a ellos en la casa, pero podría haber una excepción como en todas las cosas. Ya al atardecer cuando las luces estaban encendidas vi al anciano movilizarse por la casa, a través de la ventana yrespondí maquinalmente a una señal que me hizo. Sabía que yo le observaba y dejé de preocuparme tanto. Si no fuera por el hecho de que no veía a Juanito todavía me habría quedado muy tranquila, llegando a suponer que pudiera encontrarse enfermo o deprimido. Se me ocurrió que lo mejor que podría hacer al día siguiente sería llamarle primero por teléfono para luego ir a tocar a su puerta. Necesitaba saber qué es lo que pasaba y de paso saludar de mano a ese anciano. Eso es lo que haría.

 

 

CAPITULO II

 

Pero no vi al hombre mayor, de edad indefinida para mí,  pese a hallarme vigilando la casa desde temprano porque mi ansiedad aumentaba a cada minuto que pasaba y comencé a temer que tanto al niño y a él le hubiera sucedido algo, no sé porqué pensaba así, pero angustiada por la muerte de Josefina temía por Juanito que perdía a la única persona que le había cuidado siempre, quedando prácticamente solo en el mundo y desvalido por su extraña enfermedad que le mantenía en estado de niñez. La presencia extraña del viejito, sin saber de donde pudo haber aparecido me inquietaba y me hacía temer cosas, pese a verle inofensivo y agradable; no obstante, el que apareciera de repente me incomodaba, por eso me animé a llamar por teléfono. Luego de algunos minutos de angustiosa espera, sintiendo como sonaba en la casa de mi vecino el teléfono escuché una apagada voz que decía: “Señora Marina, podría venir, por favor, soy yo Juanito, no pasa nada, tranquila. " ¡No puede ser —me dije— algo raro está sucediendo!

A los pocos minutos me hallaba tocando el timbre de la puerta de la casa de Juanito y encontré la puerta entreabierta. Supuse que estaba así para que entrara, así es que me introduje con el corazón saltando. No vi al niño y fui a su pieza y me encontré con la sorpresa de que no estaba en su cama. Sentí en el cuarto de estar toser al viejo y pensé que Juanito pudiera estar con él. Apoyado los codos a una mesa vi al extraño anciano que escribía, tenía los lentes de Josefina que creí reconocer. Al verme me sonrió, con una boca sin dientes.

¡Qué noche he tenido! —me dijo con una voz apagada, donde se apreciaba una especie de tristeza mezclada con euforia. El anciano me ofreció asiento y fue lo que hice ocultando a duras penas mi turbación y temor.

 – ¿Quién es usted, y el niño dónde está?

– La historia es larga señora Marina y por eso me he pasado estas dos noches, luego de la muerte de mi hermana escribiendo para que comprenda usted. Lo peor de todo es que no tengo mucho tiempo y cada vez siento que me faltan las fuerzas, pero ya he acabado por fin.

  – ¿Podría acompañarme y llevarme a mi cama, por favor? –me dijo indicándome la habitación del niño al ver que yo parecía no entender nada.

La verdad es que cada vez parecía que envejecía más y me acerqué a él para hacer lo que me había pedido. Yo quería entender lo que estaba sucediendo, pero me parecía demasiado absurdo como increíble lo que pensaba, dejando de lado mis pensamientos y enternecida por la fragilidad del anciano opté por cogerlo desde la cintura para llevarlo con cuidado a la cama de Juanito donde le acosté vestido, pudiendo sacarle los zapatos solamente. No pesaba casi nada, pero me daba cuenta de cuanto le costaba respirar. Yo tenía una confusión enorme, quería entender, no obstante, lo que se me pasaba por la cabeza no lo podía creer. Una vez acostado con voz entrecortada me dijo:

– No tema nada, señora Marina…, he escrito mi testamento…, es decir, mi historia. Le ruego, por favor, que me deje descansar y comience a leer…, me cuesta mucho hablar…, es por la edad…usted comprenderá…¿no?

El viejito una vez acomodado en la cama se durmió y ese fue el instante que, presa de la curiosidad fui a la sala de estara leerlo que había escrito. Me acomodé en un sillón y con el cuaderno en la mano me dispuse a la lectura. Lo primero que hice fue comprobar el número de páginas que tomaban la mitad del cuaderno. La letra me llamó la atención porque en las primeras páginas se veía segura y sólida, con un pequeño círculo sobre la letra i y las últimas páginas eran borronientas, apenas legible. La lectura decía lo siguiente: “Todo comenzó cuando conocí al charlatán que llegaba a la plaza del pueblo los fines de semana a vender sus productos, una inmensa variedad de pócimas, pomadas, cremas para todas las enfermedades, etc. Era un hombre de tez blanca, muy alto y fornido y que debiendo ser joven yo veía como una persona muy mayor. Vestía bastante bien, con camisas de manga corta, o blancas o celestes con rayas azules. Tenía buena presencia y sus manos lucían gruesos anillos de oro. Lo que más me llamaba la atención era que junto a una comisura, al lado derecho de su boca siempre llevaba pegado una fina y delgada tirilla blanca de parche curita, como que si al afeitarse cada mañana se cortara alguna espinilla. Yo me concentraba en ese parche mientras que embobado le escuchaba. Con el tiempo comprendí que ese parche era para que la gente fijara su atención y le escuchara concentradamente, que era lo que me pasaba a mí.

Lo que yo esperaba con ansiedad era de que presentara la boa constrictor que andaba trayendo en una maleta de porte mediano ya que su discurso comenzaba así: ´Señores y señoras, traída del mismísimo Amazonas tendré el placer de presentarles a la más grande y hambrienta de las boas constrictor que existen en esa inexpugnable selva. Vosotros, respetable y querido público, tendréis la suerte de admirarla por vez primera retorciéndose aquí peligrosamente en mi cuerpo con sus poderosos anillos. Este tipo de culebras en estado adulto suele medir hasta veinte metros de largo y son capaces de comerse un buey completo, y a veces hasta dos, con cuernos y todo. Aquí la tengo dormida y enrollada en una de mis maletas a la espera de que la saque a comer, y ya va siendo hora; por eso, si la queréis ver pronto, os ruego que compréis rápidamente estos exquisitos y accesibles productos que os mostraré enseguida, y que, como la serpiente, no encontraréis en ningún otro sitio más que conmigo, porque poseo la exclusividad de los fabricantes y el permiso de los cuidadores de serpientes. La boa constrictor es una serpiente monstruosa, pero no os asustéis porque la tengo amaestrada, misprivilegiados amigos y no la os mostraré hasta que haya acabado de regalarles prácticamente a precio de huevos estos productos maravillosos’. Aquí en esta parte de su discurso era cuando yo entraba como en éxtasis, esperando pacientemente a que hiciera su trabajo, vendiendo todos o la mayoría de sus productos. A los pocos minutos de agotadas todas las ventas de sus artículos recogía el mantel que ponía en el suelo, lo doblaba y guardaba ceremoniosamente, luego tomaba las dos maletas y, sin dirigirme ninguna mirada se marchaba con un aire de orgullo como que le hubiera hecho un gran favor a la gente. La boa que iba en la maleta parecía no pesar mucho y me preguntaba como respiraría adentro, tan apretaba y quizás hambrienta.

 El charlatán o vendedor ambulante jamás hizo el menor amago de sacarla y mostrarla,y yo me conformaba pensando que no lo hacía debido a lo peligrosa que podría ser. Sábados y domingos me iba temprano a la plaza, bajando desde mi barrio con un entusiasmo que jamás me abandonó. El vendedor ambulante llegaba puntualmente a las nueve de la mañana, se frotaba las manos, realizaba unos ejercicios de respiración, abría la maleta con mercaderías disponiéndolas sobre una tela roja, algo así como un tapiz o mantel y al cabo de algunos minutos, cuando comenzaba a aparecer público por la plaza iniciaba el espectáculo refiriéndose a la boa que decía se hallaba en la maleta mediana, color marfil, que a mí me intrigaba como nada en el mundo. Por cierto yo tomaba asiento y ubicación en un escaño que había justo donde él hacía su número, debiendo ponerme de pie y en primera fila cuando los adultos me tapaban la visión rodeándole, sintiéndome yo como parte del equipo. Así es que el hombre me conocía y me veía muy bien. Sabía que yo era el primero que llegaba y el último de sus espectadores que se iba, pero jamás me miraba; me producía la impresión que se sentía molesto con mi presencia. Luego cuando se marchaba, yo quedaba con las ganas de ver la boa anunciada con bombo y platillos por el comerciante ambulante, que partía con su parchecito blanco al lado derecho de los músculos de la boca.

La presentación del vendedor ambulante duraba más omenos una hora y media y vendía todo lo que llevaba en la maleta, así es que yo también partía a casa un poco decepcionado porque nadie leexigía que presentara la espectacular serpiente. Mis padres me dejaban ir porque desde el balcón de mi casa se veía el sitio donde yo esperaba al hombre de la boa constrictor. En algunas ocasiones, producto del entusiasmo había hablado con mi hermanita menor Josefina sobre la boa, y ella no quería ni oír del tema, pero al cumplir los 8 años en dos oportunidades decidió acompañarme, quizás rogando de que el hombre no fuera a sacar la gigantesca culebra, alegrándose al parecer de que la dejara en la maleta, quedando mal yo delante de ella y pasando por mentiroso. Le contó a mis padres que yo iba a ver a ese hombre a la plaza esperando que mostrara la boa gigante. Obviamente mis padres rieron con cierta lástima de mí, al tiempo que mi madre me acariciaba la cabeza, haciéndome sentir muy tonto.

Eso fue lo que comenzó de despertar la ira en contra del vendedor ambulante, al que aclararía de una vez por todas en cuanto el momento fuera propicio.

 

CAPITULO III

Esta vez había decidido aclararle ya que desde los 7 años hasta cumplir los 12 había asistido sagradamente los fines de semana a verle y comenzaba a cansarme de que luego de su teatral presentación, anunciando a la boa constrictor solamente para atraer al público se marchara luego con desparpajo sin presentarla. Eso yo lo consideraba una falta de respeto hacia mí que nunca falté, incluso estuviera resfriado, con fiebre o paperas. Me costaba creer que se pudiera tratar de un embustero y que no se arrugara para mentir y que la gente fuera tan estúpida y necia para no darse cuenta que la boa constrictor no existía y que era una triquiñuela para llamar la atención de todos. Sí, mi rabia iba en aumento y esperaba el momento para aclararle y enrostrarle su mentira.

‘Señores y señoras, traída del mismísimo Amazonas tendré el placer de presentarles a la más grande y hambrienta de las boas constrictor que existen en esa inexpugnable selva. Vosotros, respetable y querido público, tendréis la suerte de admirarla por vez primera retorciéndose aquí, peligrosamente en mi cuerpo, con sus poderosos anillos. Este tipo de culebras en estado adulto suelen medir hasta veinte metros de largo y son capaces de comerse un buey completo, y a veces hasta dos, con cuernos y todo. Aquí la tengo dormida y enrollada en una de mis maletas a la espera de que la saque a comer, y ya va siendo hora; por eso, si queréis verla pronto, os ruego que compréis rápidamente estos exquisitos y accesibles productos que os mostraré enseguida, y que, como la serpiente, no encontraréis en ningún otro sitio más que conmigo, porque poseo la exclusividad de los fabricantes y el permiso de los cuidadores de serpientes. La boa constrictor es una serpiente monstruosa, pero no os asustéis porque la tengo amaestrada, mis privilegiados amigos y no las mostraré hasta que haya acabado de regalarles prácticamente a precio de huevos estos productos maravillosos…’

El momento llegó esa tarde luego de haberme aguantado todo su teatral discurso que me sabía de memoria y las ventas de sus artículos, mi ánimo realmente estaba alterado porque me sentía por largo tiempo engañado. Cuando el vendedor ambulante recogía la tela que le servía para poner los productos en el suelo (que vendía totalmente) sacudiéndola antes de enrollarla y meterla dentro de la vacía maleta como solía hacer, me acerqué a él, que ya comenzaba a clasificar los billetes por su valor para meterlo en su billetera. Luego de guardar y asegurar bien su dinero recién se fijó en mí. Fui directo al grano lanzándole a la cara la pregunta:

– ¿Y la boa cuando señor, no cree que es malo engañar a la gente tanto tiempo?

– ¿Qué dices muchacho?

– ¿Y la boa constrictor qué? ¿Cree usted que estaré esperando toda la vida para verla? ¡Usted no es más que un gran mentiroso!

– ¡Qué boa ni ocho cuartos, déjala dormir tranquila, y a mí también, que me cansa todo esto!

El vendedor parecía muy molesto y por eso replicó lo siguiente, al tiempo que desprendía el parchecito blanco de su rostro bien afeitado.

– ¿¡Así es que vienes por la boa, solamente, es que no te interesan mis productos acaso!?

– ¡No! –respondí con rabia y energía. Sólo quiero ver a la boa constrictor.

– Mira niño, ya estás en edad de aprender. La boa es mi amuleto de la suerte, me ayuda en las ventas, y así yo puedo vivir y ella también, mientras engorda. Por las noches la dejo en el patio de mi casa y ahí come grandes porciones de plátanos, manzanas, peras y toda la fruta que le puedo comprar, porque ella es vegetariana. Pero quiero que sepas que nadie más que yo la ha visto jamás…

– ¿Pero por qué engaña a la gente diciendo que se las presentará una vez que terminen de comprarle su mercadería?

– Porque ellos no tienen interés realmente en verla, no creen que exista en una maleta tan pequeña. La gente se interesa en mis productos baratos y en cuanto compran lo que necesitan se van, por eso yo no hago amagos ni me molesto por abrir la maleta ni dar explicaciones. Ellos saben que lo de la boa no es más que un reclamo para atraerles.

Realmente comencé a sentirme muy triste, con deseos de llorar, porque yo jamás me había dado cuenta de que podría ser una treta que la gente aceptaba no sé por qué razón. Me costaba creer que las personas pudieran dejarse atraer con mensajes falsos. El vendedor ambulante de pronto puso una mano sobre mi hombro y me habló de la siguiente manera:

– Es así como funciona el mundo, con engaños, y fantasía. Nadie me pregunta por la verdad esencial, como por ejemplo: cuantas abejas han hecho su trabajo de producir miel para llenar un caramelo, ni cuantas flores han prestado sus aromas a ellas. Empero tengo que vender y simplificar mi mensaje para atraer la atención del público. No puedo dármelas de poeta ni filósofo con cada producto que consigo. La competencia es mucha. La boa constrictor es mi talismán, basta con que la nombre para que lleguen los clientes. Los compradores, gracias a Dios, son personas muy simples.

Me quedé pensando que tenía razón el vendedor ambulante, sin embargo, no se aplacaba mi indignación al tener que aceptar que la boa constrictor jamás hubiera existido y que los años que pasé esperando verla no fue más que una ilusión mía. El vendedor ambulante se había estado burlando de mí. Me hervía la sangre sentirme tan engañado. El hombre dándose cuenta de mi ánimo me musitó al oído con cierta complicidad lo siguiente mientras me cerraba un ojo:

– Si la próxima semana me compras algo, cualquier cosa te la mostraré. No te la puedo mostrar gratis, tienes que comprar algo realmente, es la ley de los negocios.

Ahí entendí que se trataba de eso, de un negocio, pero me di cuenta que no sabía qué es lo que vendía, ni conocía el precio de los productos que ofrecía al público ¿Cómo pude ser tan distraído habiendo pasado tantos años mirando al comerciante? Como si me leyera el pensamiento el vendedor ambulante expresó:

– Tú has estado demasiado concentrado en ver algo portentoso, pero has centrado tu atención en lo que podría suceder y no en lo que acontecía de verdad. Esperabas cómodamente con las manos en los bolsillos un gran suceso, sin esforzarte y los sucesos hay que crearlos. Una boa constrictor de 20 metros de largo, enrollada a mi cuerpo no es algo que se pueda ver todos los días. Los demás lo entienden, por suerte, menos tú. Nadie ignora qué yo tengo que acudir a una mentira, a una fábula para ganarme la vida y atraer al público que se deja engatusar para comprar cualquier cosa de las que les ofrezco. Si alguna vez alguien me pagara expresamente por ver a la boa y estuviera realmente interesado en ello yo le cobraría aparte, quizás muchísimo, porque las cosas grandiosas son caras, ya te lo dije.¿Lo has entendido ahora? Como todo lo que vendo es bueno, lindo y barato, con que traigas 10 pesos es suficiente para que me compres algo. Pero por tu  tenaz paciencia e ingenuidad te mostraré la boa que tanto deseas ver.

–¿10 pesos? –respondí.

– Sí, solamente 10 pesos, así saciarás tu curiosidad y te llevarás un regalo.

– Pero –insistí mirándole a los ojos.¿Existe de verdad la boa constrictor?

– Sí, ahí está en su maleta.

Volví a casa pensando en la conversación que tuve con el vendedor ambulante. Mi ánimo había mejorado porque la situación la controlaba yo. Mi curiosidad me costaría hacer una adquisición de 10 pesos.Con eso podía comprar dos paquetes de churros, y dos helados de barquillo, uno para mí y el otro para mi hermanita Josefina. Tendría toda la semana para conseguirme el dinero y el derecho a ver a la boa constrictor por fin. 

CAPITULO IV

Le conté a mi hermanita Josefina que ahora sí que conocería a la boa constrictor, comprándole algo al vendedor ambulante, pero ella no quiso ni hablar del tema porque sentía un pavor por las culebras, agrandado por mis conversaciones y lucubraciones que a veces eran mi único tema. Si bien es cierto 10 pesos no era mucho dinero, para un niño que no posee muchos recursos donde conseguirlo era un dineral. Mi madre nos tenía invitados al circo precisamente el día domingo y el dinero estaba destinado para esa tarde, y alcanzaba apretadito; así es que tendría que ganármelo de alguna forma. Desde el día lunes me puse en campaña llevando al curso para ofrecer y vender algunos juguetes, revistas y libros que tenía en el recreo, logrando con las ventas apenas 3 pesos. Anduve dando vueltas por el barrio para ver si las vecinas o vecinos me encargaban alguna tarea de compras, cuidados de jardines o niños, como era habitual, pero parece que todos se habían puesto de acuerdos para no ocuparme en nada cuando más necesitaba plata. El día jueves sucedió un hecho al caer un gato a una alcantarilla y cuando vi la desesperación de la dueña y de su hija, pensando en una recompensa me introduje en el interior del peligroso hoyo para saltar a una orilla por donde corría agua, o lo que fuera. El gato estaba por suerte agazapado no muy al fondo y lo pude alcanzar con cierta facilidad y no opuso resistencia. Logré salvar los escollos y trepar por el estrecho boquerón donde las personas que se habían juntado a los gritos de la mujer y de mi madre me sacaron de un tirón. Yo estaba feliz y me sentía como un héroe y esperé mi recompensa a punto de poner mis manos, pero no recibí nada, solo un beso y cierta amonestación por parte de mi madre, que me decía que no debía arriesgarme y poner en peligro mi vida. El día viernes un vecino me pidió que sacara a su perro a pasear y me dio tres pesos, porque lo llevé a dar una vuelta larga de más de tres horas. Lo que en verdad sucedió es que el perro se me escapó en el bosque siguiendo una liebre y anduve corriendo detrás de él todo el tiempo, hasta que se detuvo cuando se le enredó la correa a unas ramas. Sudado y a tirones conduje al perro hasta su casa, el dueño, agradecido por la larga vuelta que le di a su perro me pagó de inmediato y de paso me sirvió un refresco y un pastel para que recuperara energías.

El día sábado, que pude haber ido a ver al vendedor ambulante me pillaba con solo 6 pesos y comencé a desesperarme. Mi salvación llegó de pronto cuando la señora Margarita, la vecina del frente de mi casa necesitaba limpiar el piso de madera de su casa porque su hija haría una fiesta con los amigos del barrio de su edad por la tarde. Ahí cobré 10 pesos, pero me dijo –una vez que extenuado pero ilusionado terminé mi trabajo–, si me podría pagar el fin de la próxima semana, porque había gastado demasiado en la fiesta de su hija. La cara que le puse debe haberle dado miedo porque haciendo un esfuerzo buscó por aquí y por allá algunas monedas, logrando cancelarme la mitad, al menos con eso ya tenía 11 pesos. Volví a mi casa justo a las 8 P. M. cansado y sudado, con la felicidad pintada en mi rostro, porque mi recompensa sería que por fin vería a la boa y me había ganado ese derecho. Lo insólito ocurrió que los pantalones viejos que me puse para poder hacer aseo tenían los bolsillos rotos y se me cayeron las monedas por el camino. Después de la rabia que me consumió lloré.

El día domingo estaba esplendoroso, especial para una tarde de circo, ya que iría con mi madre, mi padre y mi hermanita menor Josefina. Tenía deseos de ir al circo también, pero veía que se había arruinado mi compromiso que había hecho con el vendedor ambulante. Nunca en 5 años había dejado de visitarle, y esta era la primera vez, precisamente cuando había acordado de comprarle algo para poder ver a la famosa boa constrictor. Siempre estuve presente desde las nueve de la mañana hasta que terminaba, un poco más de una hora y media con él. Pensaría el vendedor que tal vez me hubiera dado miedo enfrentarme a la boa, o que fuera demasiado pobre para no conseguirme el dinero. Nunca me había sentido tan humillado. Desde el balcón de mi casa le vi en la plaza rodeado de personas como siempre. Apretaba las 6 monedas que tenía en un bolsillo de mi pantalón con rabia. Quizás pudiera pedirle una rebaja, pero no me gustaría que el vendedor me mostrara un pedacito de la boa, no, eso no podía ser. Primera vez que le miraba desde lejos, con los ojos llenos de lágrimas. En eso estaba cuando veo a la señora dueña del gato que rescaté días atrás que se dirigía a mí sonriendo al tiempo que decía: ¡Por fin te encuentro hijo, quiero pagarte por salvar a mi gatito! Apenas pude creer cuando ella puso un billete de 10 pesos en mis manos, estaba asombrado, de pronto me volvía rico. Corrí calle abajo, a la plaza y llegué casi sin aliento cuando el vendedor ambulante estaba contando el dinero. Al verme se sorprendió, dándose a sí mismo una palmada en la frente exclamando:

¡Lo que me temía, has llegado y atrasado!¡Lo he vendido todo, no me queda nada, lo siento muchacho! ¿Por qué has llegado tan tarde?

 Yo apenas podía sacar el aliento hasta que atiné a exclamar:

¡Tuve muchos problemas para conseguir el dinero!

¡Qué pena! –exclamó el hombre– porque hasta el último minuto traté de guardarte un precioso llavero, pero un cliente porfió hasta el último minuto también para regalárselo a su hijo, y como yo veía que tú no llegabas se lo vendí pensando que tú te pudiste haber arrepentido.

¡Pero, usted no debió haber hecho eso, yo nunca le he fallado desde que comencé a venir, y esta es la primera vez que llego atrasado y con justa razón!

 – ¡Sí, es verdad, hijo, fallé yo, lo siento! ¿Qué podemos hacer para reparar el error? —musitó el vendedor.

– Véndame la boa constrictor con maleta y todo.

¿Cómo puedes ser tan loco? ¡Eso no puede ser porque llevo 40 años con la boa y tendría que jubilarme sin ella! ¡Y vale muchísimo más de 10 pesos!

– Por favor señor –volví a insistir.

– No sabes lo que dices, no tienes ni idea de lo que significa hacerse cargo de la boa constrictor. Fíjate que yo por ella, por amarla tanto la he incorporado a mi negocio, como socio imprescindible, pero por cuidarla he perdido a mi familia, a mi mujer e hijos. Si te la llegara a vender tú tendrás que sacrificar algo, no sé qué cosa, pero es así el asunto. ¿Te gustaría después de lo que te dicho comprarla en 10 pesos?

¡¡Por supuesto!! –grité irreflexivamente.

– No es tan descabellada tu propuesta, hijo, así yo dejaría de trabajar, porque me he enriquecido vendiendo años tras años en todos los pueblos de este país, sin parar mis productos. Tal vez pueda recuperar a mi mujer e invitar a mis hijos a un crucero a una isla paradisiaca, o en yate, porque dinero me sobra para darme esos caprichos ahora, y en parte gracias a la boa constrictor.

– Pues bien –dije con ansiedad–, la compro.

– Has de saber algunas cosas sobre esta boa, ella se deja ver solo una vez por su propietario, aquí no podemos decir: ‘obedéceme porque soy tu amo’, porque se ofende. Es muy sensible y se alimenta de cariño e ilusión, si le llegara a faltar cualquiera de estas dos cosas se muere, por lo tanto, tú tendrás que amarla y mantenerla ilusionada siempre. A la boa le encantan los niños que mira a través de un pequeño orificio especial de la maleta. Yo sé que ella se ha encariñado contigo. Tendrás que darle comida, especialmente frutas y legumbres. Eso lo puedes hacer en tu habitación a luz apagada. Trata de no mirarla, ella sola se encierra en su maleta para que le pongas llave, no se demora más de una hora en comer y hacer todas sus necesidades, ya que es muy hábil cuando sale al patio. De la llave no tienes que desprenderte jamás, porque si alguien intentara abrir la maleta que no seas tú, la boa se lo puede engullir, sin dejar vestigios, es peligrosa en ese sentido.

¿Y que hago si alguna vez me canso de ella?

– Buena pregunta, entonces puedes tirar la maleta a un barranco para que la boa escape a alguna caverna profunda y no vuelva jamás a salir; aunque ruego que nunca llegue ese momento, porque ella no te dará molestias.

Nunca había visto a un hombre adulto llorar cuando me entregó la maleta besándola. Sabía cuanto le costaba desprenderse de su boa, su fiel amiga por más de 40 años. Yo me hallaba feliz, muy feliz de poder por fin tenerla a completa disposición.

 

CAPITULO V

 

Cuando llegué con la maleta a la casa mis padres —siguió en su relato Juanito— me preguntaron de donde la había sacado, y yo les dije que me la vendió el charlatán de la plaza en 10 pesos y que se hallaba vacía, la cosa es que me creyeron y no me interrogaron más, porque supusieron que la llenaría con mis revistas y juguetes que tenía en mi habitación esparcidos por doquier. Así fue que comencé a vivir la aventura más emocionante de mi vida con la boa constrictor en mi propia casa, es decir debajo de mi cama. Al principio me daba miedo de que fuera a escaparse cuando yo dormía y que me comiera en el sueño, mas al poco tiempo me acostumbré hasta saberla mi compañía favorita, la que velaba mis sueños.

Cumplí rigurosamente lo que me enseñó el vendedor porque cada noche en plena oscuridad de mi habitación abría un poco la tapa de la maleta para darle de comer frutas y legumbres, especialmente manzanas y lechugas, de cuando en cuando bananos o piña, también le gustaba la uva. Cuando todos en casa dormían yo me encargaba de abrir las puertas del patio para que ella saliera hacer sus necesidades, y como el hombre me enseñara no la miraba cubriéndome los ojos con las manos, por lo tantoyo no sabía realmente como era. Por lo general, cuando estaba casi por dormirme la sentía deslizarse por el piso hasta la maleta, era muy rápida, entonces yo la encerraba con llave. No niego que sentí deseos de convertirme en vendedor, pero no tenía talento porque lo intenté algunas veces invitando a la gente en la misma plaza donde conocí al vendedor, pero nadie se interesaba ni por mí ni por la boa constrictor ni mis productos, consistentes en todos mis juguetes de la infancia. Era un fracaso como vendedor y algunos niños y jóvenes se burlaban de mí por creer que les mentía cuando decía que tenía una boa constrictor en la maleta, lo que me enardecía y lo peor sucedió cuando un jovencito pateó la maleta colmando mi paciencia, ya que la emprendí en su contra derribándole al suelo, porque a mi boa no se le podía tratar de esa manera. Esa fue la última vez que intenté dármelas de vendedor y así me pasé con la boa hasta ahora. Como debía perder algo por ella perdí mi capacidad de envejecer, y lo que podría ser una maravilla termina por hacerle a uno un desgraciado, cuando se ve como el tiempo va haciendo estragos en los demás y en los seres amados, en este caso a los padres y hermanos. Lo de mi hermanita menor fue una tragedia porque ella sacrificó su existencia por mí, por darme todo lo que me hiciera falta, debido a que con mi apariencia de niño no obtenía en ningún sitio puestos de trabajos y no podía ganarme la vida prácticamente, y yo no podía hacer nada por salvarla de esta situación tan extraña provocada por mi curiosidad, o por un embrujo relacionado con la boa constrictor.

Cuando vi fallecer a mis padres de manera progresiva, primero mi padre, luego mi madre, deseé intensamente que mi hermana menor no falleciera jamás, que fuera eterna como yo; pero la vi envejecer hasta el día de su muerte, y eso es algo que acabó por restarme fuerzas y me llevó a pensar que yo debía acabar con mi pena y con el absurdo sino de ser joven toda la vida, porque me asaltaba la duda de que yo pudiera ser eterno y solo pensar eso me angustiaba de tal forma que comenzaba a temblar. Es que es inconcebible ser joven eternamente en un mundo que se vuelve más viejo cada segundo que pasa, de solo pensarlo me viene el hastío todavía. Es bueno morir, que se cumplan los ciclos. Mi hermana menor y yo perdimos la infancia, la niñez y la alegría de compartir juegos a causa de mi curiosidad y por mantener bajo mi custodia una hermosa culebra de la especie de las boas constrictor, capaz de tragarse animales completos sin masticar. La primera noche que pasé solo luego del entierro de mi hermana, pensé que ya era hora de conocer a la boa constrictor después de tantos años de cuidarla celosamente. Mi idea era liberarla de vivir eternamente en una maleta para que escapara y al mismo tiempo para ver que es lo que podría suceder.

 Antenoche, luego de haber llegado del sepelio de mi hermana, a las 23 horas puse la maleta sobre mi cama, encendí todas las luces de la casa y antes de decidirme a abrirla recé de rodillas un poco porque el miedo me embargaba, no sé que es lo que temía, si verla o conocerla a plena luz. Tenía una mezcla de sensaciones diversas. A decir verdad no imaginaba a la boa pese a que me había convertido en un experto en culebras leyendo todo lo que saliera sobre ellas. Sabía que desde que yo abriera la maleta a plena luz sería la última vez que la vería y el miedo a que me comiera, de acuerdo a lo que recordaba que me dijera un día el vendedor era real, pero tenía que hacerlo pasara lo que pasara y es por eso que con decisión metí la llave y levanté la tapa de la maleta y cual sería mi sorpresa al observar que en su interior no había nada, eso fue lo que me pareció al principio, porque luego mirando con atención en un rincón, tratando de confundirse con un pliego del cuero de la maleta estaba una pequeña y delgadita culebra de no más de 15 centímetros mirándome a los ojos con temor, yo me pregunté ¿ésta es la boa constrictor? Aún no salía de mi asombro cuando la vi saltar con rapidez a mi cama para verla deslizarse al piso y escapar rauda a la oscuridad del patio. La seguí con el corazón latiéndome fuertemente hasta el oscuro patio, iluminado por la luna y durante más de una hora la busqué por todos los sitios, mas sabía que jamás la recuperaría. Tenía pena, porque prácticamente perdía a alguien que me hizo buena compañía durante mucho tiempo y de sólo pensar que ya no estaría más conmigo, las ganas de vivir sin ella no me entraba en el cuerpo, y me sentí de inmediato desgraciado, inválido y torpe, porque me daba cuenta de que ya nada sería igual, que no tendría esa ilusión que me brindaba el saber que vivía en una maleta, debajo de mi cama. La sensación de vacío era enorme y rompí a llorar en silencio. Había visto desaparecer a toda mi familia y a mi hermana menor que envejeció cuidándome a causa de la boa constrictor y ahora la boa también había escapado aprovechando mi curiosidad y un deseo de darle un poco de libertad. Lloré frente a unos matorrales que la oscuridad hacía invisibles, pero que yo sabía que estaban ahí, fue entonces cuando me pareció sentir que algo se movía entre ellos. De inmediato imaginé que era la boa, la pequeñita e ínfima boa constrictor que amaba tanto. Ni en mis peores pesadillas hubiera imaginado lo que iba a suceder, es decir a sucederme, porque de pronto vi aparecer de la oscuridad desde el fondo mismo de los matorrales a un ser monstruosamente grande, con un hocico babeante que se abría enormemente abalanzándose sobre mí dispuesta a engullirme. Lo que le cuento usted seguramente no lo creerá, pero le puedo jurar que era la boa constrictor ahora gigante, que me tragó y su interior blando y líquido parecía un túnel por donde yo podía caminar, y cada vez que me internaba más al fondo sobre el cuerpo de la boa, iba viendo y recordando todas las etapas de mi vida desde los 12 años en adelante. A cada paso que daba en el interior de la culebra me sentía más viejo y al llegar al final casi no lograda dar pasos por el cansancio. Es todo lo que recuerdo, porque luego desperté en el suelo del patio, alumbrado solamente por las estrellas del cielo, con la apariencia y edad que tengo realmente. Lo más triste de todo es que a mi lado había un pellejito de culebra, que es lo que suelen hacer éstas al cambiar de cuerpo, eso me hizo comprender que la boa cambió su piel para transformarse en una culebra gigante, debiendo escapar al bosque, a las montañas, en busca de su selva natural. Tomé ese pellejito y lo guardé en la maleta. Usted no ignorará que pasé el resto de la noche llorando y eso ha sido lo que ha afectado a mi envejecido corazón que no resiste tanta pena, seguro que cuando usted llegue, mi querida señora, amiga de toda la vida, me encontrará muerto, por lo que le ruego infinitamente, que por el precio de 10 pesos que fue lo que pagué por la boa hace tanto tiempo ya, le vendo esta casa de mi familia. Está escrito en el testamento. Le ruego por favor que retire los fondos que me dejó mi hermana Josefina, he legado eso también a usted para que me entierre junto a ella. Y el último favor es que junto a mí cuerpo deje el pellejito de la boa, mi amada boa constrictor, se lo agradeceré desde el cielo. Muchas gracias señora Marina y que Dios la guarde.”

La señora Marina, se quitó los lentes para leer y secándose las lágrimas se dirigió con rapidez a la habitación de Juanito que se hallaba en su verdadera y avanzada edad. Se veía muy sereno, parecía que dormía y su rostro estaba relajado. En una de sus manos tenía el pellejo de una culebra pequeñita que también daba la sensación de que estuviera durmiendo. Piadosamente la señora Marina cubrió el cuerpo del viejo con cariño y, apenas conteniendo sus lágrimas le besó con ternura. Haría todo lo que le había pedido.

 

FIN

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Escritor chileno


Otros textos de Víctor Aquiles Jiménez, publicados en Literatura Virtual


Víctor Aquiles Jiménez H. nació en San Antonio, el 17 de junio de 1944 en Chile, pero su padre en un olvido involuntario lo inscribió el día 9 de julio del mismo año.

Comenzó como dibujante, libretista radial, fotógrafo, periodista, director teatral y titiritero. Hizo su servicio militar en 1963, y 10 años más tarde sufrió las consecuencias del derrocamiento del presidente Allende pagando con ello finalmente, luego de muchas adversidades, con el exilio en Suecia.

Como autor ha logrado un especial estilo, intentando humanizar el cuento de ciencia ficción. Sus trabajos en este género circulan en revistas culturales y universidades de las Américas y Europa. Sin embargo siente una gran y natural atracción por el género infantil y juvenil, y ha escrito extraordinarios cuentos y una novela Don Cometa el profeta de los niños, ahora Megalaxia Ciudad Infinita en el 2005, esta obra vio la luz en Chile en dos ediciones 1981/ 1985.

Recientemente ha sacado el Libro de las profecías felices, que es una segunda parte de Megalaxia Ciudad Infinita.

Llegó como refugiado político a Suecia, con su familia, sus libros publicados en Chile, numerosos originales, más un morral con los libros de sus autores favoritos. Varios premios literarios jalonan su trayectoria y en España en 1994 publicó Cuentos ecológicos, cuando esa temática no interesaba mucho a los escritores, siendo entonces uno de los pocos autores concienciado y comprometido con la ecología, el medioambiente y la Tierra. Fue así que al darse comienzo en Francia las pruebas en el Atolón Mururoa, Víctor Aquiles Jiménez H. fue el único intelectual por entonces que se hizo escuchar protestando —a través de un programa emitido por la Radio Nacional de España a todo el mundo el 30 de agosto de 1995— en Claves de América, conducido por Luis Arancibia y Ana Segura, que dieron vida a unos de sus cuentos El sacrificio olvidado del libro citado.

Como ensayista uno de sus trabajos más reconocidos internacionalmente es Conciencia del límite publicado en la Revista Cátedra de Derecho y Genoma Humano de la Universidad de Deusto, en el año 2001. Este mismo trabajo es citado en numerosas revistas científicas, tanto médicas como de derecho de Europa y América.

Es delegado oficial de la Sociedad Científica de Chile en Suecia desde 1989. Fue propuesto como Miembro Agregado por el Dr. Eduardo Frenk (Premio Doctor Honoris Causa por la Universidad de la Paz 1988), Presidente de la Sociedad Científica entonces.

El reconocido Dr. Alfredo Givré, de nacionalidad argentina, Director de la Fundación Givré le nombró delegado en Suecia en 1989.

Ha sido corresponsal de numerosas revistas culturales y centros educacionales.

Actualmente es socio CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) y se encuentra participando en la lucha por la defensa de los derechos humanos de los escritores a través del respeto de la propiedad intelectual.

Víctor Aquiles Jiménez H. es Doctor of Philosophy en Sociología, por la Pacific Western University de California, USA. Desde 2008 es Técnico Superior de Hipnosis Profesional de la Escuela Técnica de Hipnosis, Valencia, España y Delegado en Suecia. Está en trámite su ingreso a la ACE Asociación Colegial de Escritores de España.