Yasmina Tabares Fragiel

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Amaneceres

Yasmina Tabares Fragiel

     Rozó mis labios con sus dedos y dibujó con ellos las líneas de mi perfil. Clavó sus ojos en los míos, recorriendo caminos que no sabía que existían. Dejó que el tiempo se deslizara entre nosotras  y, sin decir nada, se dio la vuelta y desapareció. Yo me quedé con su ausencia y mi silencio. Aceptando la certeza de mi derrota.

 

     No se giró, no alzó la vista. Su mirada estaba fija en algún momento de su ayer, donde acababa de enterrarme también a mí. Avanzaba en el mar de tráfico que se extendía a su alrededor, sumergiéndose la distancia. Borrándose de mi vida.

 

     Cuando su figura desapareció, difuminada por la lejanía, mis sentidos despertaron y pronuncié su nombre en un susurro, como una invocación, que llenó el aire con los pedazos de otras noches y la memoria de una despedida distinta, en la que era yo quien se marchaba a hurtadillas y con la cobardía pegada a los talones.

 

     Era otro amanecer. El de un otoño. Era otro lugar y otra yo. Todo era distinto y, sin embargo, casi iguales las sensaciones. El sabor a fracaso y la seguridad de haber perdido la última oportunidad para ser sincera. El eco de las palabras no dichas muriendo en mi boca. Intacto, cada uno de estos sentimientos, reflotaba desde lo profundo de un fingido olvido.

 

     En aquella ocasión una suave llovizna bañaba las calles. El sonido de las gotas golpeando el tejado me había sacado de un sueño ligero, para encontrarme entre sábanas revueltas y con su suave respiración a mi lado. A unos centímetros de mi piel otro cuerpo se derramaba desnudo y plácido. La observé inmóvil, capturando su serenidad. Avancé con los minutos que se colaban por la ventana, por cada una de sus curvas, sin atreverme a tocarlas. Respetando sus fronteras, o quizás las mías.

 

     Me incorporé despacio y me senté al borde de la cama. Mis pies colgaban sobre el suelo de madera. No me atrevía a levantarme, no quería pisar la realidad que nacía con el sol. Buscaba un motivo para irme y no lo encontraba. Buscaba las fuerzas para hacerlo, sabiendo que sólo me las daría la falta de valor.

 

    Fui hasta el escritorio tanteando los muebles. A mi alrededor un aroma cálido me envolvía. Un abrazo frío que me hacía estremecer.

 

     Aferré mi ropa, tirada sobre una silla, y me vestí, cubriéndome con ella igual que si fuese una armadura. Cada prenda me abrigaba y me protegía de mis pensamientos, separándome de aquel sitio y de aquella escena. Una línea que me apartaba de los últimos meses y ... de ella.

 

     Contemplé su sueño al tiempo que recogía mis cosas. Me guarecía de la vigilia haciendo el equipaje con sigilo. No podía despedirme. Quería recordarla así. Grabarla en mi memoria como en ese instante se presentaba a mis pupilas. Deseaba convertir aquel verano en parte de mi imaginación, ponerlo del otro lado, el de lo que podía haber sido. Quería dejar entre aquellas paredes lo sucedido y guardarlo de los extraños y de mi misma. Transformarlo en un desliz, simplemente una locura. La aventura de unas vacaciones. Sólo eso.

 

     Planeaba lo que haría en mi vuelta a la ciudad y a la rutina. Hacía proyectos para el trabajo. Organizaba las cosas pendientes... huía de la conciencia de estar cometiendo el mayor error, de la culpabilidad y la vergüenza por lo ocurrido y por lo que estaba a punto de hacer.

 

     De pronto sentí la necesidad de llenar el hueco de mi marcha con  alguna excusa tras la que esconderme, un pretexto que me justificase. Algo que dijera que no estaba escapando, aunque mi mente no parara de gritarlo. Alguna palabra que me protegiese de los reproches que no esperaba. Saqué del bolso un papel y un bolígrafo y me quedé en blanco, como la hoja que tenía ante mí. Rígida, apoyada en la mesa y buscando algo que escribir. Unas líneas para la despedida. Pero no pude, no supe hacerlo. Y puse lo único sincero Adiós y mi firma casi ilegible.

 

     El papel ha amarilleado y sin embargo, lo demás permanece claro e inalterable. Inamovible, como su significado. Ha regresado y descansa entre mis dedos. Lo leo de nuevo, asomada al balcón y con el viento extendiéndose sobre el horizonte. Mis ideas se aclaran como el cielo, aliviadas del pasado y con la paz del vencido que acepta su suerte.

 

     El aire diurno llena mis pulmones y suelto la nota, que cae sobre el asfalto, cadáver de quien fui. La miro correr, arrastrada por la brisa, hacia la costa, al tiempo que vuelve la lluvia y oigo las gotas golpear el suelo y derramarse por mi barbilla con la sal de mis lágrimas.

 

 

 

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Datos personales:
 
Nombre: Yasmina Tabares Fragiel.
Edad: Veintitantos.
Profesión: Pedagoga.
Lugar de residencia: Canarias

Trabajo literario

 Participación en Talleres sobre cuento y sociedad (2002).

Participación en curso de creación literaria en Arteaula (Sevilla): 2003.

Colaboración revista La Tapa (Tenerife).

Publicación en revista local Almendralejo.

Publicación en revista Almiar (2007)

Colaboración con Asociación Cultural el Recreo (2008/2009).

 





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