Manuel Díez Román

 Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links

 

Curiosidad

 

 

 

Manuel Díez Román

 

    La multitud disfrutaba las fiestas de la ciudad en la amplia explanada habilitada para dar cabida a los festejos, mientras seguía fluyendo gente sin cesar. Una amalgama de olores, colores y formas se entrelazaban en una delirante combinación, con la diversión como denominador común.

    Un hombre de mediana edad, aspecto vulgar y ropas un tanto pasadas de moda, paseaba insensible a los alborotados niños, el jolgorio de los jóvenes, la apacible distracción de los más mayores. Cada año en estas fechas sucedía lo mismo. Con la festividad local llegaba la feria, concediendo dos días de alegría desordenada a la pequeña población, apagada y gris como la mayoría de sus habitantes. Y Jan Greys constituía un buen exponente de los mismos.

    Las atracciones no solían variar con el transcurso del tiempo. Si acaso se modernizaban, recibían nuevas manos de pintura, se sustituían los aparatos viejos para cumplir las normas de seguridad, pero el espíritu permanecía indeleble.

    Los carritos de comida o helados, los puestos con diferentes modalidades de tiro al blanco, los caballitos siempre dando vueltas, la gigantesca noria, los frágiles autos de choque, la tienda de adivinación de Madame Zigogni, el tren de la bruja. Greys descubría o intuía la presencia de todas las atracciones; siempre estaban allí. Cuando giraba hacia los balancines, se detuvo bruscamente. Durante un instante se sintió levemente aturdido, creyendo haber observado una novedad, algo que no sucedía desde su niñez.

    Se acercó con pasos apresurados, leyendo con fijación el cartel que anunciaba el espectáculo:

"Los Seres Más Fantásticos del Universo. Pase y Véalos".

Debajo de las letras doradas aparecía el dibujo de una especie voladora, con cuatro alas dispuestas en paralelo, y cuyo colorido semejaba un remedo del arco iris. Pensó en la febril imaginación del artista, intentando despertar la curiosidad de cualquier posible visitante.

    Dudó en entrar. Hacía demasiado que no tomaba parte en ninguna atracción. Ya las conocía, pero ésta era nueva. Recordó que no del todo. En su adolescencia se estilaban las Salas de los Monstruos, donde exhibían las deformidades de varios desafortunados, mezcladas con otros trucos de feria. La creciente sensibilidad de la gente las condenó al ostracismo, y la carpa que se alzaba allí era una novedad, tal vez heredera del antiguo y denigrante espectáculo.

    La fuerza de lo desconocido pudo más que los titubeos provocados por la costumbre, así que traspasó el umbral, con una sensación de victoria que hacía bastante que no experimentaba. Cuando sus ojos se acostumbraban a la penumbra, apareció ante él un anciano bajito, cuya indumentaria decimonónica contrastaba poderosamente con aquella muestra de las maravillas del espacio. Greys entendió que una persona normal tampoco estaría a cargo de tan estrafalario negocio.

- Bienvenido, caballero -saludó el viejo, quitándose el bombín y ejecutando una seña con su bastón de cáñamo-. Sígame, por favor.

    En aquel momento la carpa estaba vacía, toda ella para los dos. El visitante se sintió más a gusto así, concitando la exclusiva atención del guía, aunque se preguntaba si no hubiera sido mejor poder realizar la visita por su cuenta. A los cinco minutos desechó su último pensamiento. El hombrecillo cautivaba su interés relatando sorprendentes historias sobre los seres expuestos allí.

- Fíjese en el de la derecha, el de la cuba un poco brumosa. Ello se debe al soporte vital, que segrega los gases necesarios para mantenerle vivo. Como comprobará, todos se encuentran en diferentes tipos de cubas, pues no sobrevivirían bajo las condiciones ambientales de este planeta. Volviendo a dicho hexápodo: esos tentáculos que salen de ese cuerpo esponjoso, son, de hecho, los cerebros del kgfe-reus.

- Como una hidra mutada -apunto tímidamente Greys.

- Más o menos. El color violáceo moteado con esos puntitos amarillos revelan, por un lado, su pertenencia a la Archidonía de Gmersi y su posición como alto funcionario de la misma, mientras que aquella agrupación elipsoidal de manchas en el cuerpo, ¿la ve?, sí, aquella magenta, indica su renuncia a los Votos Alternativos de su especie. Por otra parte, suele decirse que cuando entrelazan sus hexápodos en forma...     

    Siguió explicando las características de los demás, como si se tratara de un maestro enseñando las lecciones introductorias a un alumno recién llegado a la escuela. El visitante apenas osaba hablar, enganchado al ritmo atrayente de aquel singular discurso, pero sospechando que todo era una patraña.

- ...jamás se ha podido demostrar esa mala fama que les atribuyen. Personalmente considero que es debido a la envidia que produce su ventajosa posición en el comercio interestelar. No deja de ser lógico que a otras especies les moleste ese sometimiento a la tecnología bajdiansa. Reconozco que me gustaría disponer de uno de sus flamantes cruceros hiperlumínicos.

    La entrada de otros visitantes rompió el hechizo del relato. El hombrecillo se despidió, dirigiéndose hacia los recién llegados. Greys se quedo un largo rato, contemplando con detenimiento los miembros de las diversas especies expuestas. Intentaba asimilar las increíbles historias, y se imaginaba como podía ser la vida para ellos... de ser reales.

    Quedó prendado de un delicado y bello ser con forma de mariposa y colores brillantes, un loikmin, concentrando su atención en él. Aunque la mayoría permanecía en total quietud, el loikmin movía debilmente las alas, y su absorto admirador lo interpretó como el anhelo de escapar de aquella jaula de cristal. Le gustaría liberarlo, pero no sabía cómo. Se avergonzó, reconociendo lo absurdo de ese deseo.

    Con la llegada de más curiosos se marchó, ofendido al tener que compartir su descubrimiento. Camino de casa reflexionó acerca de la inesperada novedad, procurando aferrarse a la lógica. Aunque resultaba raro que la entrada fuera libre, estaba claro que aquello era un sofisticado montaje muy conseguido. Había leído sobre los efectos especiales utilizados en multitud de películas modernas, y conocía la existencia de la cibernética y sus posibilidades. Tal vez fuera un peculiar estudio de mercado para determinar cuáles de aquellos entes tendrían más aceptación en una próxima película fantástica. De extraterrestres nada. Menuda tontería. A Jan Greys no le engañaban sus trucos tecnológicos y su palabrería florida.  

    Aun así, al día siguiente no logró evitar la tentación de volver. Oía de fondo las explicaciones del guía a los muchachos que casi llenaban el lugar. El seguía ensimismado, extrañamente hipnotizado, ante el ser-mariposa, atraído indefectiblemente por la triste historia de su melancólica raza, al borde de la extinción. Hizo suya su pena, acariciando la cuba para transmitir su solidaridad, lamentando su cruel destino. El hombrecillo le hizo un malicioso guiño al reconocerlo, siguiendo su frenética actividad con los demás visitantes. 

    Observo al cyadl, cuyos dos troncos ovoides unidos en una nudosa membrana giraban lentamente, flotando en busca de la luz, mientras unas repulsivas ventosas se pegaban a las paredes de la cuba y emitían un vapor que las empañaba, como si protestara por su encierro. O... en realidad su nombre era impronunciable, un voluminoso cuerpo cubierto de placas quitinosas y flancos acorazados, que apenas cabía en su cuba y al que sólo debía contener los efectos nocivos de la atmósfera terrestre, mientras sus cuatro pares de garras destrozaban violentamente algo parecido a carne y lo introducían en un orificio con una doble hilera de afilados dientes. Le intimidaba el qafj jfaq, agazapado en un rincón, peludo y de miembros flexibles hasta lo imposible, con un rostro inquietantemente humanoide, y deformado por un simbionte gelatinoso que clavaba unas moradas venillas en su pálida piel.

    ¿Podían existir seres tan repulsivos, extraños, bellos, allende las estrellas? Greys experimentó un ramalazo de temor ante la inmensidad de aquella idea, superado por una creciente curiosidad que ansiaba satisfacer, y que abría inéditas perspectivas a su limitado mundo. Las dudas le corroían. Si de verdad eran reales, ¿cómo y quién los había atrapado? Dudaba que algún humano. Entonces, ¿quién era el guía en realidad? Y ¿qué cuidados, alimentos o mantenimiento precisaban los prisioneros extraterrestres? Necesitaba respuestas a un sinfín de preguntas.

    Cuando al atardecer se apagaron las luces de la feria, despidiéndose hasta el próximo año, Greys padeció una desagradable sensación de vacío. Por primera vez, aquel hombre metódico y complaciente en la monotonía, se debatía preso de una enfermiza obsesión. Al llegar a la tienda de la subyugante atracción la encontró cerrada, y nadie supo darle razón del misterioso encargado. Regresó derrotado a casa.

    Aquella noche se removió inquieto en la cama, amargado por la decepción, incapaz de conciliar el sueño, hasta bajar a la cocina para preparase un té. Un ronco rugido quebró la tranquilidad nocturna, acompañado del quejido de un claxón. Contempló desde la ventana el paso de un camión con el cartel de "Los Seres Más Fantásticos Del Universo". Impelido por una insólita premura en él, todavía en pijama, salió en su persecución.

    Lo escolto a una distancia prudencial, pero tras atravesar una zona de curvas, el camión desapareció sin dejar rastro. Se detuvo en un arcén, desolado ante la nueva perdida. La luna brillaba en todo su esplendor, bañándole la cara con su lechosa luz. Un ligero temblor de tierra quebró el silencio, seguido de un agudo silbido que produjo un momentáneo dolor de oídos a Greys. Una línea luminosa surgió en el firmamento, dejando una estela amarillenta. Parada durante un instante ante el satélite terrestre, desapareció en la oscuridad a una velocidad prodigiosa. 

    Entonces apareció, de repente, el anciano responsable del singular espectáculo al lado de Jan Greys. Este se quedó con la boca abierta. Demasiados misterios en muy poco tiempo, para mi gusto, pensó cansado. El recién llegado le puso la mano en el hombro, palmeándolo amistosamente.

- ¿Qué hace aquí? -inquirió Greys tensamente.

- Pues verá, ya he concluido mi trabajo... al menos, hasta el arribo del próximo grupo.

- ¿Qué quiere decir con eso? ¿Dónde esta el camión?

- Ha partido con los visitantes.

    El hombre intentó asimilar el mensaje implícito en aquellas palabras, concluyendo que carecían del menor sentido.

- No querrá decir que... los seres de su espectáculo realmente eran... ¿eran extraterrestres? Eso es ilógico.

- Entonces, ¿por qué nos siguió? Aunque se obstine en lo contrario, su apreciación es la correcta.

- Pero ¿qué hacían bajo la apariencia de monstruos de feria?

Podrían ser descubiertos y su campo de actuación es muy limitado... si son lo que afirma.

    El anciano sonrió, arrugando toda su cara. Meneó la cabeza, divertido.

- Hijo, nadie sospecha cuando todas las pruebas están descaradamente ante sus narices, y explicas la verdad sin ambages. Piensan que es un ingenioso espectáculo de ciencia ficción, y yo un charlatán -hacía frío, y el viejo se arrebujó bajo una manta que sacó del asiento trasero del auto-. Este planeta sigue en Cuarentena, lo que aumenta el morbo por visitarlo. Y cuando hay demanda de algo siempre aparece alguien dispuesto a satisfacerla, por muy estricta que sea la prohibición.

- Insinúa que vienen a conocer la Tierra, su cultura...

- Vaya, por fin has captado la idea. Mira, ellos son turistas y yo el guía, además de vigilar que los Agentes de la Autoridad no nos descubran aquí.

- ¿Cómo contacto con ellos, siendo humano?

    El anciano se convirtió en una bellísima jovencita, luego en un saurio giboso de la Cleptocracia Chaoz, volviendo a la forma por la que le conocía Greys.

- Sólo lo parezco. Soy un camaleónico.

    El hombre se tambaleó. Las sorprendentes revelaciones hacían temblar su cuadriculado esquema mental. 

- Podría denunciarle -acusó débilmente.

- ¿Quién te creería? -señaló burlonamente-. No eres el único que ha demostrado un enorme interés en nosotros. Sin embargo, el loikmin apreció en ti una cualidad especial. Y yo siempre tomo en consideración los mensajes de esa raza. No acostumbran a equivocarse en sus juicios sobre otros seres.

- ¿De verdad? ¿Qué dijo? -preguntó ansioso.

- Reprime un poco tu curiosidad. Mira, a pesar de los riesgos, el negocio prospera. Quisiera atender a más visitantes, pero para ello necesitaría un ayudante de confianza. Alguien discreto y dispuesto a aprender, que me preparase el terreno aquí, permitiéndome viajar a casa de tanto en tanto. Podrías colaborar en mi empresa, y satisfacer así tus ansias de conocimiento.

- ¿Lo dice en serio? -la mirada adusta del anciano asintió. Temía cometer una locura, pero no pudo contener sus palabras. Algo se había roto en su interior-. Cuente conmigo.

Ambos subieron al coche. El anciano le indicó el rumbo, mientras desgranaba historias, fantásticas y terribles, siempre únicas, sobre las razas con las que mantenía tratos.

 Inicio | Relatos | Poetas | Ensayo | Taller | Autor | Links

 

 Contador de visitas para blog

*

 

Escritor español


El autor vive en Barcelona, España. Editor asociado de la revista Ad Astra, durante muchos años.

Ha publicado trabajos relacionados con el cyberpunk en diversas revistas españolas y argentinas; y en A Quien Corresponda.

Autor de Corazones de obsidiana.


Autor de Barcelona Blues


En el 2001 fue miembro del jurado del III Concurso Internacional de Cuento A Quien Corresponda


Otro texto del autor

Vectores de integridad