Devociones de Pascua
Primer domingo después de la Pascua
Segundo Domingo después de la Pascua
Tercer Domingo después de la Pascua
Cuarto Domingo después de la Pascua
Quinto Domingo después de la Pascua
Jueves
Sexto Domingo después de la Pascua
Pentecostés
Y
si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es inútil; todavía estáis en vuestros pecados. En tal
caso, también los que han dormido en Cristo han perecido. …
Pero ahora, Cristo sí ha resucitado de entre los muertos, como primicias de los que durmieron. (1 Corintios 15:17,18,20)
En varias devociones
hemos meditado sobre los sufrimientos de Cristo. ¡Dios conceda que hayamos sido fortalecidos en la fe aun
en la faz del pecado y la muerte! Porque como escribe San Pablo in 1 Corintios, si Jesús no resucitó
de los muertos, estamos todavía en nuestros pecados, y los que durmieron en Cristo se han perdido. Esta
es la doctrina de la Biblia, y es bastante clara.
En primer lugar, si Jesús no resucitó de los muertos, luego no fue el Mesías prometido, el
Hijo de Dios y el Salvador de este mundo. Porque eso es lo que los profetas predijeron acerca del Mesías:
que después de su sufrimiento y muerte resucitaría de los muertos y entraría en su gloria.
Y cuando los judíos pidieron a Jesús mismo una señal como prueba de que era el Cristo y el
Hijo de Dios, les dijo repetidamente que la señal era que resucitaría de entre los muertos al tercer
día. Pero si no resucitó, luego la única conclusión que se puede sacar es que no fue
ese Mesías prometido y seguramente no es el Hijo de Dios. Además se tiene que concluir que creer
en él no tiene caso y es un terrible engaño.
En segundo lugar,
si no resucitó, luego no tenemos la menor prueba de que hemos sido redimidos como resultado de su sufrimiento
y muerte, ni que Dios está reconciliado. Al contrario, tenemos entonces la prueba absoluta de que su sufrimiento
y muerte no pudieron propiciar la ira de Dios a causa del pecado. Porque si su pago por el pecado de la humanidad
no fue suficiente y él mismo ahora es cautivo de la muerte, luego la deuda de la humanidad con Dios no está
cancelada y todavía estamos en nuestros pecados.
Finalmente, entonces
todos los que durmieron creyendo en Jesús se perdieron; todos los que como Jacob dijeron cuando estaban
muriéndose: "¡Espero tu salvación, oh Jehovah!"; o el penitente ladrón en
la cruz que pidió a Jesús se acordara de él cuando entrara en su reino. Entonces el reino
de Cristo no sería más que una ilusión y algo que no existe, y los muertos se quedarían
así para siempre. En una palabra, si Cristo no resucitó de los muertos, luego no importa cuánto
nos ha conmovido su sufrimiento y muerte, su muerte no nos habría redimido ni salvado.
¡Pero Jesús
sí resucitó de los muertos! Su resurrección es la prueba irrefutable del hecho de que él
verdaderamente es el Cristo, el Hijo de Dios y el Salvador de este mundo. Entonces la fe en él no es vana
y no hay nada mejor que podamos hacer sino confiar en su palabra y doctrina. Su resurrección es la prueba
de que Dios ha aceptado el sacrificio de su Hijo en pago del pecado del mundo. Ya no estamos en nuestros pecados,
sino estamos libres de ellos y reconciliados con Dios. Finalmente, su resurrección prueba que todos los
que duermen en Cristo no están perdidos, sino como él conquistó para ellos la muerte, ellos
también resucitarán para la vida eterna. El que Cristo realmente resucitó de los muertos tiene
más testimonio que cualquier evento que jamás haya sucedido. ¿Por qué digo eso? Bien,
en primer lugar, hubo testigos oculares de su resurrección y de que estaba vivo después del evento.
En segundo lugar, no solamente contaron a sus contemporáneos acerca de ese gran evento, sino lo registraron
en sus escritos y éstos han sido preservados para nosotros. En tercer lugar, fue Dios el Espíritu
Santo el que los hizo escribir lo que habían visto y que ahora es parte de la Sagrada Escritura. Así
como Jesús durante su permanencia en la tierra entre los hombres pudo confrontar a sus detractores y decirles:
¿Quién de vosotros me halla culpable de pecado?", de manera semejante, la Biblia ha convencido
a muchos hombres que se dedicaron a demostrar que estaba equivocada que ésta es la verdad de Dios. Como
Pilato, aunque puede haber despreciado a Jesús, estaba convencido de que era inocente y los sumos sacerdotes,
aunque se burlaban de Jesús mientras se colgaba de la cruz, sin embargo estaban inquietos después
de su muerte a causa de su profecía de que resucitaría - y con razón.
Resucitado,
Cristo es aclamado
Señor de tierra y cielo.
Fuente de Consuelo.
Ten piedad, Señor
Cristo ya ha triunfado;
Al mundo es anunciado
Que el Señor resucitó
Y nuestra salvación logró.
Ten piedad, Señor.
¡Aleluya!
¡Aleluya!
¡Aleluya!
Cantad al rey de gloria
Himnos de victoria.
Ten piedad, Señor.
Porque Cristo
también padeció una vez para siempre por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a
Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en el espíritu; en el cual también fue
y predicó a los espíritus encarcelados. (1 Pedro
3:18-19)
Querido lector, antes de contar las diversas pruebas
de estar vivo después de su sufrimiento y muerte con las cuales nuestro Señor favoreció a
sus discípulos durante un período de cuarenta días, primero quisiéramos considerar
su descenso al infierno. Como veremos, el descenso de Cristo al infierno está íntimamente ligado
con su resurrección. Esto también es evidente del Credo Apostólico: “Descendió al infierno;
al tercer día resucitó de entre los muertos.”
Hay muchas ideas erradas acerca del descenso de
Cristo al infierno. Algunos dicen que esto solamente significa que murió. Otros dicen que al morir su alma
estaba en el infierno sufriendo allí el tormento en nuestro lugar. Esto ciertamente es refutado por las
dos afirmaciones que Jesús hizo en la cruz: “Hoy estarás conmigo en el paraíso”, y “Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu”. Otros enseñan que descendió al infierno para predicar
a las almas que murieron en ignorancia de la revelación de Dios, proclamándoles el evangelio y así
ofreciéndoles la oportunidad de aceptarlo, una opinión sin ningún fundamento bíblico.
En los versículos al comienzo de esta devoción
se nos dice que Jesús fue “muerto en la carne”. “Carne” aquí significa su naturaleza humana así
como existía en su estado de humillación, en forma de siervo como es descrito en Filipenses 2:5-8.
Luego siguen las palabras: “pero vivificado en el espíritu”. “Espíritu” es el aspecto celestial,
divino de su naturaleza humana. Fue así antes de su encarnación, pero desde la encarnación
está unido con su naturaleza humana, porque él es Dios y hombre en una persona. Solamente después
de su resurrección siempre y plenamente utilizó su naturaleza divina como es ahora el caso en su
estado de exaltación. Los versículos 9-11 en el pasaje de Filipenses tienen referencia a esto. Fue
“muerto en la carne” en la forma de un siervo, en el estado de humillación; pero fue “vivificado en el espíritu”,
en su forma gloriosa divina que tiene en su estado de exaltación. Fue en esta forma que Cristo fue y predicó
a los espíritus encarcelados.
Predicó en la cárcel, es decir, en
el infierno. Dicho sea de paso, la palabra que se usa en el Nuevo Testamento para “predicar” realmente quiere decir
proclamar como un heraldo, clamar con un anuncio público y solemne. Pedro dijo que Cristo hizo tal proclamación
a los espíritus encarcelados. Esta gente hacía mucho tiempo había sido desobediente cuando
Dios esperaba con paciencia en los días de Noé cuando se estaba construyendo el arca. Pedro nos está
diciendo que después que Cristo volvió a tomar su vida en el sepulcro en la mañana de la Pascua,
descendió con gloria al infierno e hizo un anuncio solemne a las almas que en los días de Noé
habían rechazado la advertencia de Dios acerca de un juicio inminente. Pedro no dice cuál fue ese
anuncio, pero el texto realmente implica lo que se expresa en otras partes de la Biblia, que todo el que rechaza
una clara advertencia de Dios corre el riesgo de la condenación, porque cualquiera que rechaza la gracia
de Dios no verá la vida.
¿Pero no tenía Cristo nada que decir
al diablo y sus ángeles? ¡Claro que sí! San Pablo nos dice en Colosenses 2:15: “También
despojó a los principados y autoridades, y los exhibió como espectáculo público, habiendo
triunfado sobre ellos en la cruz.” Satanás, que fue impotente para evitar la redención del hombre
en la cruz, ahora es confrontado con su conquistador en su triunfo. Esto es todo lo que Dios ha revelado acerca
del descenso de Cristo al infierno.
Hay, sin embargo, un consuelo que podemos sacar
del descenso de Cristo al infierno. Es cierto, los incrédulos se burlan de nosotros por nuestra fe en el
Salvador, pero aquí vemos lo que sucede cuando a este Salvador se le rechaza. Además, sabemos que
Jesucristo ha conquistado a Satanás y lo ha humillado en un espectáculo público. Si Satanás
quiere hacernos daño, podemos refugiarnos con nuestro Salvador, cuyo descenso allí en el infierno
y triunfo Satanás seguramente recuerda con terror, y el diablo cederá delante de él.
Luke 24:5
¿Por qué
buscáis entre los muertos al que vive? (Lucas 24:5)
Ahora queremos ver algunos de los eventos de la
Pascua que el Espíritu Santo motivó a los evangelistas a escribir. Aquí vemos al Señor
Jesús que había resucitado de los muertos y aparece a sus discípulos y amigos para demostrar
su resurrección. Querido lector, éstas no son solamente narraciones atractivas, sino hay en ellas
un poder que fortalecerá y dará crecimiento a nuestra fe en que el Jesús que fue crucificado realmente resucitó de
los muertos de modo que ya no debemos buscarlo entre los muertos, sino regocijarnos y consolarnos en nuestro Señor
viviente.
Seguimos nuestra historia en donde la habíamos
dejado el sábado de la Semana Santa. Cuando había pasado el sábado, es decir, después
de las seis la tarde de ese día, María Magdalena, María, la madre de Jacobo y Salomé
fueron a comprar especias para ungir el cuerpo de Jesús. Luego, el primer día de la semana, el domingo
a primera hora, las mujeres llevaron las especias que habían preparado y junto con algunas otras mujeres
tomaron el camino que iba al sepulcro de su querido Maestro. Por el camino se preguntaban entre sí: “¿Quién
nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro?” Mientras aun hablaban, hubo un terremoto violento. Aunque
las mujeres no lo sabían, un ángel había descendido del cielo y, había quitado la piedra
y estaba sentabo sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestidura era blanca como la nieve.
Los guardias temblaron por miedo de él y quedaron como muertos. Las mujeres notaron que la piedra había
sido quitada cuando se acercaron a la tumba. Cuando María Magdalena lo vio, de inmediato regresó
para informar a los discípulos. Las otras mujeres, sin embargo, entraron en la tumba, pero no encontraron
allí el cuerpo de Jesús. Estaban muy perplejas, cuando repentinamente vieron a un joven vestido con
una vestidura blanca sentado al lado derecho. Apenas lo habían notado, cuando dos hombres en ropa que brillaba
como un relámpago estaban al lado de ellas. En su temor, las mujeres se inclinaron con sus rostros en la
tierra.
Luego uno de los ángeles les dijo: No temáis
vosotras, porque sé que buscáis a Jesús, quien fue crucificado. No está aquí,
porque ha resucitado, así como dijo. Venid, ved el lugar donde estaba puesto. E id de prisa y decid a sus
discípulos, y a Pedro, que ha resucitado de entre los muertos. He aquí va delante de vosotros a Galilea.
Allí le veréis. Acordaos de lo que os habló cuando estaba aún en Galilea, como dijo:
Es necesario que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado y resucite
al tercer día. Luego recordaron las palabras de su Maestro. Temblando y asustadas, las mujeres salieron
y huyeron de la tumba. No dijeron nada a nadie, porque tenían miedo.
Las mujeres que habían llegado para ungir
el cuerpo de Jesús en verdad estaban tristes, porque habían esperado encontrar a su Maestro entre
los muertos y querían hacerle un último servicio. Y hay muchos — y pensamos en los que, como estas
mujeres, en realidad aman a Jesús — que aun hoy que buscan al Jesús vivo entre los muertos. ¿Qué
queremos decir? La gente que se preocupa por sus pecados y no encuentra seguridad de que son perdonados: gente
que siente los dardos de fuego de Satanás y siente que todavía es esclava; gente que en las pruebas
tal vez invoque con ansiedad a Jesús, pero no experimenta su paz — porque busca entre los muertos al que
vive.
Oh gente de triste corazón, ¿no has
oído que él está vivo; que te ha reconciliado con Dios? Él está a cargo de tu
vida y ha atado a Satanás; lo ha conquistado. ¡Él vive y te ama! Presta atención a lo
que dice la palabra. Qué su palabra sea la voz del ángel que te diga: “No temáis. Buscáis
a Jesús que fue crucificado. ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? ¡Ha
resucitado! ¡Él es tu Salvador, tu Salvador vivo! No hay por qué tener temor.”
¡Raboni! (Juan 20:16)
Hoy queremos pasar algún tiempo mirando a
María Magdalena, quien, recordarán, cuando se fijó que la piedra ya no estaba delante de la
entrada de la tumba, inmediatamente volteó y con gran miedo se apresuró para ir a Jerusalén
para decirlo a los discípulos. Allí se encontró con Pedro y Juan y les dijo: “Han sacado al
Señor del sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto.” Así Pedro y el otro discípulo
(Juan) corrieron para llegar a la tumba. Ambos corrieron, pero Juan corrió más rápido que
Pedro y llegó primero a la tumba. Se inclinó y miró las tiras de lino que estaban allí,
pero no entró. Luego Simón Pedro, que estaba detrás de él, llegó y entró
primero en la tumba. Vio los lienzos que estaban allí y el sudario que había sido puesto alrededor
de la cabeza de Jesús. La tela estaba doblada, separada del lino. Finalmente Juan, que había llegado
primero a la tumba, también entró. Él, notando la tela que había sido doblada con cuidado,
pensaba en la posibilidad de que Jesús hubiera resucitado, pero no dijo nada, porque los discípulos
todavía eran demasiado perplejos debido a los eventos que no correspondían a sus ideas equivocadas
acerca de cómo sería el reino de Jesús. Luego los discípulos volvieron a casa, pero
María se quedó fuera de la tumba llorando. Mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro
de la tumba. Allí vio a dos ángeles vestidos de blanco, sentados donde había estado el cuerpo
de Jesús, uno a la cabeza y el otro a los pies. Le preguntaron: “Mujer, ¿por qué lloras?”
— “Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto.” Habiendo dicho esto, se
volvió hacia atrás y vio a Jesús de pie; pero no se daba cuenta de que era Jesús. “Mujer”,
le dijo “¿por qué lloras?” Como pensaba que era el jardinero, le dijo: “Señor, si tú
lo has llevado, dime dónde lo has puesto, y yo lo llevaré.”
Luego Jesús le dijo: “María.” Reconociendo
su voz, volteó a él y le dijo en arameo: “¡Raboni!”, lo que en castellano quiere decir: “mi
maestro”. Y tú, querido lector, bien puedes imaginar con cuánta emoción lo dijo mientras se
apresuraba a llegar a él. Jesús le dijo: “Suéltame, porque aún no he subido al Padre.”
— María, al parecer, quería retenerlo para que jamás lo volvieran a llevar de ella. Y sin
duda, se arrodilló delante de él, abrazando fuertemente sus pies. Y Jesús en cierto sentido
le estaba diciendo: “Suéltame ahora; todavía no he regresado a mi Padre. Estaré contigo por
algún tiempo.” Luego dijo: “Pero vé a mis hermanos y diles: "Yo subo a mi Padre y a vuestro
Padre, a mi Dios y a vuestro Dios." María debería comunicar sin demora a los discípulos
entristecidos y confundidos las buenas noticias de que Jesús había vuelto a vivir. Hablar con María
de regresar al Padre y decirle que lo contara a los discípulos probablemente se hizo por la siguiente razón.
No se les debe confirmar en su idea equivocada de que ahora su Señor resucitado establecería un reino
terrenal. Más bien, deberían reconocer en él al Cristo, al Mesías prometido, que, después
de lograr la victoria y redimir a la humanidad, ahora volvía a su Padre una vez más para preparar
para los suyos un lugar en donde estarían con él para siempre. A eso se deberían dirigir sus
vistas y esperanzas. Allí lo tendrían y gozarían con él para siempre. No deberían
hacer enramadas aquí en la tierra como Pedro había sugerido con necedad en el Monte de la Transfiguración.
¡Dios es el que controla todo, no el hombre!
Nota la manera benigna como Jesús expresó
el mensaje que enviaba a sus discípulos a través de María. Llama “hermanos” a los discípulos
que estaban confundidos, temerosos y entristecidos, a pesar de que lo habían abandonado en la hora de su
mayor necesidad. También resalta que su Dios y Padre es el de ellos también. Seguramente tal mensaje
los haría clamar con fe gozosa, así como María lo había hecho: “¡Raboni!”
Y, querido amigo cristiano, lo que Jesús
dijo a María y a aquellos primeros discípulos seguramente se aplica a ti que también eres
un discípulo de él. Puedes estar seguro de que tu Dios y Salvador también conoce tu nombre
y te envía el mismo mensaje consolador. Nunca temas de llamarle a él ¡Raboni!, Maestro querido.
Engañoso
es el corazón, más que todas las cosas, y sin remedio. ¿Quién lo conocerá? Yo,
Jehovah, escudriño el corazón y examino la conciencia.
(Jeremías 17:9,10)
Pero había otras mujeres por la tumba además
de María Magdalena, y ellas también se apresuraron a volver a Jerusalén para informar a los
discípulos lo que los ángeles les habían dicho. Y podemos estar seguros que al volver sus
corazones estaban rebosando con lo que habían visto y oído. Y repentinamente, cuando aun estaban
en camino, Jesús se encontró con ellos. “¡Os saludo!”, les dijo. Ellas se acercaron, abrazaron
sus pies y le adoraron. Luego Jesús les dijo: “No temáis. Id, dad las nuevas a mis hermanos, para
que vayan a Galilea. Allí me verán.”
Mientras tanto, los discípulos en Jerusalén
estaban temerosos, confundidos y deprimidos. Cuando María Magdalena dijo a los discípulos que estaban
de luto y llorando que Jesús estaba vivo, no lo creyeron. Y cuando un poco más tarde Juana y María
la madre de Jacobo y las otras que habían estado con ellas dijeron lo mismo a los apóstoles, tampoco
les creyeron, porque sus palabras les parecían una locura.
Los sumos sacerdotes también recibieron las
noticias de la resurrección de Cristo y las noticias vinieron de testigos que ellos mismos habían
destacado para mantener la vigilia de la tumba. Algunos de los guardias aterrados entraron en la ciudad e informaron
a los sumos sacerdotes todo lo que había acontecido. Y cuando los principales sacerdotes se habían
reunido con los ancianos y desarrollado un plan (puedes estar seguro de que no invitaron a José de Arimatea
ni a Nicodemo a consultar con ellos), dieron a los soldados una gran cantidad de dinero y les dijeron: “Decid:
‘Sus discípulos vinieron de noche y lo robaron mientras nosotros dormíamos.” Y para hacer que ellos
fueran más dispuestos a correr el riesgo de confesar que se habían quedado dormidos les aseguraron:
“Y si esto llega a oídos del procurador, nosotros le persuadiremos y os evitaremos problemas.” Así
los soldados aceptaron el dinero e hicieron como se les había mandado; y Mateo, en el tiempo en que escribió
su Evangelio, informó: “Y este dicho se ha divulgado entre los judíos hasta el día de hoy.”
Verdaderamente, como dice el profeta: “Engañoso
es el corazón, más que todas las cosas.” Y lo más perverso es el corazón de los hombres
impíos cuando se trata de Cristo y su palabra. Esto es perfectamente evidente en el caso del Sumo Sacerdote
y sus secuaces. Por todos lados enfrentaron pruebas de que Jesús es en verdad el Cristo, su Mesías.
No nos es posible ver cómo pudieron quedarse ciegos frente a los hechos, pero habían endurecido sus
mentes contra ello. Combatieron la verdad con mentiras y engaño, tanto cuando se trata de la evidencia abrumadora
que les confrontaba a ellos mismos, y en sus esfuerzos para pervertir y subvertirla para otros. ¡Tal es el
corazón humano!
En cuanto a Jesús y su palabra se refiere,
el corazón cristiano está enfermo y desesperado cuando se le ataca su fe. Los discípulos son
un ejemplo. Mujeres de su mismo entorno les llevaron el mensaje de los ángeles acerca de la resurrección,
de que la tumba estaba vacía, pero en su depresión no logró nada. ¿Quién puede
entender esto?
Pero la palabra de Dios nos asegura que Dios sí
puede. Él es el Señor que escudriña el corazón humano y examina la mente. Puede distinguir
entre un reto malintencionado en cuanto a sus caminos misteriosos y la timidez enfermiza y temerosa. ¡Ay
de los que estén en la primera categoría! Pero su paciencia es grande y amoroso cuando se trata de
los enfermizos y desesperados. Verás abundante evidencia de esto cuando consideramos a los discípulos
de Jesús en las devociones que siguen. Esto debe ser una fuente de consuelo para ustedes cuando se les ataque
su fe.
Pero, querido cristiano, no dejes de vigilar sobre
tu propio corazón. ¡No confíes en él! El engaño y la perversidad todavía
están escondidos allí. Encomiéndalo al que escudriña los corazones y a su misericordia
para que nunca se endurezca contra el testimonio de Jesús y su palabra.
Y se decían
el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos
abría las Escrituras? (Lucas 24:32)
¡Cuán gloriosas las cosas que pasaron
el domingo de la Pascua después de la resurrección de nuestro Señor de entre los muertos!
Hubo la manifestación triunfante de su resurrección a los espíritus en el infierno. Y con
seguridad los ejércitos celestiales se regocijaron por su resurrección. El Salvador mismo trató
con gentileza a María Magdalena en su aflicción, convirtiendo su tristeza en gozo. También
se manifestó a las mujeres temblorosas que llevaban el mensaje de los ángeles acerca de la resurrección
de Jesús a los discípulos en Jerusalén, así quitándoles el miedo y aumentando
su gozo. Y cuando se acercaba la tarde de ese mismo día dos discípulos que se dirigían a una
aldea que se llama Emaús tuvieron una experiencia que seguramente no olvidaron durante el resto de sus vidas.
Caminaban y conversaban entre sí acerca de
todo lo que había sucedido. Es cierto, las mujeres de su grupo habían informado con gozo que la piedra
había sido quitada de la tumba y los ángeles que estaban allí les habían dicho que
el que fue crucificado había resucitado de los muertos. Inclusive habían informado que Jesús
mismo se les había aparecido y que ellos lo habían tocado. Pero estos dos hombres, como casi todos
los demás discípulos, no las creyeron, porque pensaban que su imaginación las estaba engañando.
Así parece que estos dos hombres ya no querían
estar en el lugar donde habían matado a su Maestro y en donde ahora tantas memorias y esperanzas de gloria
que parecían haber sido hechas pedazos les causaban gran dolor. No podían soportar estar en la multitud
gozosa de peregrinos de la Pascua. Desalentados y desprovistos de toda esperanza, querían escapar de todo
eso; querían volver a casa.
Cuando recorrían con dificultad esos 12 kilómetros
esos 12 kilómetros en camino a Emaús, hablaban entre sí de todas estas cosas y qué
podrían significar, y sus corazones sin duda estaban profundamente conmovidos por las noticias que, en su
depresión, consideraban una locura. Repentinamente había un hombre caminando al lado de ellos quien,
como ellos, parecía estar bajando de Jerusalén. Después de intercambiar saludos, les preguntó
qué habían estado conversando.
Sorprendidos, seguramente, porque a su lado apareció
repentinamente un hombre desconocido, y tal vez un poco molestos por no poder seguir con sus pensamientos sombríos,
uno de ellos que se llamaba Cleofas le dijo: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén
que no sabes las cosas que han acontecido en estos días?” — “¿Qué cosas?” preguntó
el desconocido. — “De Jesús de Nazaret, que era un hombre profeta, poderoso en obras y en palabra delante
de Dios y de todo el pueblo; y de cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros dirigentes para
ser condenado a muerte, y de cómo le crucificaron. Nosotros esperábamos que él era el que habría de redimir
a Israel. Ahora, a todo esto se añade el hecho de que hoy es el tercer día desde que esto aconteció.
Además,
unas mujeres de los nuestros nos han asombrado: Fueron muy temprano al sepulcro, y al no hallar su cuerpo, regresaron diciendo que habían visto visión
de ángeles, los cuales les dijeron que él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y hallaron como las mujeres habían
dicho, pero a él no le vieron.”
Durante toda esta narración
el desconocido guardó silencio y cuando habían terminado les dijo: “¡Oh insensatos y tardos
de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciese estas cosas y que entrara
en su gloria?”
Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas, les interpretaba en
todas las Escrituras lo que decían de él.
Para esa hora el sol ya estaba bajando y habían
llegado a la aldea que era su destino. Jesús actuaba como si fuera a seguir su camino. Ellos, sin embargo,
profundamente conmovidos por su conversación y su persona, insistían en que se quedara con ellos
porque era casi la noche, y el día había declinado. — Tenemos que recordar que en aquellos tiempos
casi nadie viajaba de noche. — Así entró para quedarse con ellos.
La cena fue preparada y servida. Estaban sentados
a la mesa y para sorpresa de ellos él tomó en sus manos el pan, dijo la oración y lo partió
y les dio las porciones. Actuaba como si ellos fueran sus invitados y él fuera el anfitrión. Fue
entonces que sus ojos les fueron abiertos y reconocieron a Jesús. Pero en un momento desapareció
de su vista. Fue como si todo hubiera sido un sueño. Pero no se equivocaron. Su asiento estaba vacío.
Pero este hecho no les causó confusión,
porque ya antes, en su conversación y sus explicaciones de los pasajes bíblicos, el Señor
había disipado las dudas oscuras de sus corazones y había revivido su fe. No nos sorprende que ellos
exclamaron con deleite: “¿No ardía nuestro corazón en nosotros cuando nos hablaba en el camino
y nos abría las Escrituras?” Se levantaron, y a pesar de que era de noche, volvieron a Jerusalén.
Querido cristiano, si quieres tener la gozosa certeza
de tu Salvador y su resurrección, lee las Escrituras. Lee la palabra de profecía en el Antiguo Testamento
y la palabra de cumplimiento en los escritos de los evangelistas y apóstoles en el Nuevo Testamento. Luego
tu corazón arderá dentro de ti una y otra vez con verdadera fe y amor ardiente para con aquel que
te amó hasta la muerte y sigue amándote eternamente.
¡Paz a
vosotros! (Juan
20:19)
Los dos discípulos de Emaús estaban
de vuelta en Jerusalén, la ciudad que habían abandonado con espíritus acongojados esa tarde.
Sabían en donde estaban reunidos tras puertas cerradas los discípulos, pobres, desesperados, temerosos
de que la ira de los enemigos ahora se dirigiera contra ellos. Tocaron las puertas, y les abrieron rápidamente.
Tan pronto que habían entrado les saludaron con la exclamación alegre: “¡Es cierto! El Señor
ha resucitado y ha aparecido a Simón”. — Así que, también a Simón Pedro, tal vez el
más triste de los discípulos, el Señor se le había aparecido en el transcurso del día.
Y apenas será necesario mencionar que inmediatamente lo informó a los demás discípulos.
Y ahora los dos discípulos de Emaús, gozosos por oír la confirmación de su propia experiencia,
relataron cómo Jesús se había juntado con ellos en el camino a su casa y cómo no lo
habían reconocido hasta que habló la bendición sobre la comida en su hogar.
¿Y puedes creerlo? Todavía había
discípulos que no estaban preparados para creer que Jesús realmente había resucitado de los
muertos. Las mujeres habían informado de lo que les habían dicho los ángeles; Pedro les aseguró
que Jesús se le había aparecido; acaban de oír lo que contaron los discípulos de Emaús;
hubo exclamaciones de alabanza y gozo en ese cuarto, pero no podían deshacerse de su congoja. No es que
consideraban imposible su resurrección, porque sabían que había resucitado a otros de la muerte
y de seguro querían que viviera. — Pero la terrible muerte de Cristo en la cruz fue un choque y desilusión
tan grande de las esperanzas que habían tenido de él y su reino, que fueron incapaces de revivir
esas esperanzas de que Jesús, el Mesías, el Hijo del Dios viviente, estaba vivo. ¿Por qué?
Habían cerrado sus ojos a la Escritura que en tantos lugares había indicado que el Cristo tenía
que sufrir para entrar en su gloria, y olvidaron inclusive las mismas palabras de Jesús que afirmaban lo
mismo. Esa fue la razón por la cual aun cuando oyeron esta última información, no desapareció
su congoja. Sin duda, hubo muchos argumentos por uno y otro lado esa tarde tras esas puertas cerradas.
Luego, de repente, Jesús
mismo estaba en medio de ellos y dijo: “¡Paz a vosotros!” Se asustaron, pensando que veían a un fantasma.
Pero Jesús les dijo: “¿Por qué estáis turbados, y por qué suben tales pensamientos
a vuestros corazones? Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy. Palpad y ved, pues un espíritu
no tiene carne ni huesos como veis que yo tengo. Al decir esto, les mostró las manos y los pies. Y como ellos aún no lo creían por el gozo que tenían y
porque estaban asombrados, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?
Entonces le dieron un pedazo de pescado asado. Lo
tomó y comió delante de ellos. Los discípulos se regocijaron cuando vieron al Señor.
Entonces
Jesús les dijo otra vez: "¡Paz a vosotros! Como me ha enviado el Padre, así también
yo os envío a vosotros."
Habiendo dicho esto, sopló y les dijo: "Recibid el Espíritu
Santo. A
los que remitáis los pecados, les han sido remitidos; y a quienes se los retengáis, les han sido
retenidos."
Sí, la seguridad de que Jesús, el
que fue crucificado, resucitó es una fuente de paz, en realidad la única fuente de la paz. Porque
solamente entonces se sabe que se tiene a un Salvador querido y viviente y un Padre querido y reconciliado en el
cielo, y por lo tanto la segura esperanza de la vida eterna. Y eso seguramente significa paz y gozo.
Ahora tienes esta pregunta: ¿Cómo
podemos estar seguros nosotros ahora en nuestro día, que no podemos tocar al Señor resucitado como
lo pudieron hacer esos primeros discípulos en esa noche de la Pascua? La respuesta: ¿No dijo Jesús
a ellos esa noche, “Como me ha enviado el Padre, así también yo os envío a vosotros”? Así
como su aparición les trajo paz a ellos, así ellos por su testimonio de él traen la paz. Y
este testimonio que el Espíritu Santo hizo escribir en la Biblia es vivo y poderoso y puede abrir los corazones
para creer y obrar en ellos una fe segura. Además, como oíste, da a sus testigos el Espíritu
Santo que no sólo convierte a los hombres, sino también revive los espíritus y las esperanzas
que se marchitan. Y así como el Espíritu Santo otra vez restauró a esos primeros discípulos
la felicidad y les perdonó sus pecados, restaurando la paz en sus corazones, así Jesús ha
dado a su iglesia el mandato y el poder de perdonar los pecados a los pecadores penitentes que desean su gracia.
Además, les asegura que tal perdón es válido y cierto en el mismo cielo, diciendo: “A los
que remitáis los pecados, les han sido remitidos.” Los pecados de los impenitentes que desprecian a Cristo
y su palabra no son perdonados y así el cielo se queda cerrado contra ellos mientras no se arrepientan.
Ahora sabes en dónde puedes encontrar la
paz de Jesús en todo tiempo: en la palabra, el testimonio y el oficio de los apóstoles y los primeros
discípulos de Jesús y de todos los que administran esa palabra, testimonio y oficio en conformidad
con la voluntad de Jesús. Allí el Espíritu Santo es activo y Jesús testifica de sí
mismo y allí se siente su paz.
La
Primera Semana después de la Pascua
Quasimodogeniti
(El Primer Domingo después de la Pascua)
Entonces Tomás
respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
(Juan 20:28)
Pero Tomás, llamado Dídimo, uno de
los doce, no estaba con ellos cuando vino Jesús. En su desesperación, Tomás parece haber abandonado
toda esperanza de que Jesús podría haber sido el Mesías y por eso evitaba la compañía
de los demás. Como resultado, los rumores de la resurrección de Jesús no le llegaron cuando
llegaron a los demás en el domingo de la Pascua. Tal vez la excitación generada por los informes
de la resurrección repulsaban a Tomás, porque sus esperanzas de que el reino de Dios fuera establecido
estaban casi muertas. Pobre Tomás, ¡Cuánto perdió por no continuar en compañía
de los creyentes!
Alguno de los discípulos ha de haber creído
que era su deber buscarlo personalmente para hablarle de la resurrección. ¿Se convenció ahora?
De ningún modo. Respondió: “Si yo no veo en sus manos la marca de los clavos, y si no meto mi dedo
en la marca de los clavos y si no meto mi mano en su costado, no creeré jamás.”
Ocho días después
sus discípulos estaban adentro otra vez, y Tomás estaba con ellos. ¿Fue solamente la curiosidad
lo que lo llevó allí? ¡No! ¿No había Jesús asegurado a Pedro que había
orado por él para que su fe no fallara? ¿Supones que haya tenido menos cuidado de Tomás? Luego
sucedió otra vez. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró, se puso en medio y dijo:
¡Paz a vosotros!”
No podemos siquiera
imaginar cómo se sintió Tomás entonces. Porque Jesús ahora volvió a Tomás
y le dijo: “Pon tu dedo aquí y mira mis manos; pon acá tu mano y métela en mi costado; y no
seas incrédulo sino creyente.” ¡Pobre Tomás! No, más bien, ¡qué bendito
Tomás! Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!
Jesús
le dijo: ¿Porque me has visto, has creído? ¡Bienaventurados los que no ven y creen!”
Querido lector, estas
palabras de Jesús no se dirigen solamente a Tomás, sino también fueron escritas para tu beneficio.
Sin haber visto al Señor que fue resucitado, debes creer el testimonio que los apóstoles dieron con
la ayuda del Espíritu Santo de que el Jesús que fue crucificado de hecho ha resucitado de los muertos,
porque es en verdad el Hijo de Dios y tu Salvador. ¡Qué bendito eres — en esta vida por tu fe, y en
la vida venidera porque lo verás tal como es.
Pero por qué
dice Jesús a Tomás: “¿Porque me has visto, has creído?” Ahora había visto a
Jesús, que estaba vivo, pero ¿qué es lo que creyó? — Lo que confesó cuando vio
a Jesús vivo: “¡Señor mío, y Dios mío!” Sí, todos los apóstoles
tenían que ver a Jesús vivo para que pudieran dar testimonio al mundo entero. Ese fue su oficio:
ser testigos del Cristo resucitado.
Sí, Tomás
ahora creía, creía lo que decían las Escrituras acerca de la necesidad del sufrimiento y la
muerte del Mesías y su resurrección. Creía que Jesús era el Señor Jehová
que se había hecho hombre para sufrir y morir para expiar el pecado del hombre y que ahora había
resucitado de los muertos. Tomás ahora creía eso con firmeza y por eso le dijo a Jesús: “¡Señor
mío, y Dios mío!” Creía que el hombre Jesús con quien había pasado tres años
y unos pocos días antes había muerto en la cruz y fue puesto en la tumba y a quien ahora vio vivo,
que este hombre de hecho era el Mesías prometido, el Cristo, su Dios y Señor.
¿No fue esto
fe? ¿Se podía ver esto? Sí, y también creía que Cristo era su querido Salvador,
porque lo saludó como su Señor y Dios. Eso fue porque creía lo que dijo la Biblia y lo que
había oído a Jesús decir en tantas ocasiones anteriores. Y en esta confianza se perfeccionó
su fe.
Pero Jesús sí
condenó el pecado de Tomás: que solamente creyó después de ver a Jesús vivo.
Es cierto que todo depende de la resurrección de Jesús de entre los muertos. Si Jesús no resucitó,
como ya hemos notado, luego nuestra fe es vana y sin propósito. Pero Tomás debe haber creído
en la resurrección de Jesús antes de ver al Cristo resucitado. Con cuánta frecuencia había
oído a Jesús hablar no solamente de su sufrimiento y muerte y su necesidad, sino también predecir
que resucitaría de los muertos. También había profecías en la Biblia que afirmaban
esto. Las mujeres habían informado que habían visto a Jesús vivo y alguno de los discípulos
debe haberle hablado acerca de la aparición de Jesús en medio de ellos en la noche de su resurrección.
Sí, realmente era “Tomás, el discípulo que dudaba” porque rehusó creer en la resurrección
de Jesús antes de ver él mismo a Jesús vivo.
No seas un Tomás
que duda en los asuntos de la fe, querido lector. Cree en
la Biblia y el testimonio de los testigos oculares de la resurrección.
Luego será más fácil que confieses con Tomás acerca de Jesús que él de
hecho es tu Señor y tu Dios.
Pero Dios le
levantó al tercer día e hizo que apareciera, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había
escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre
los muertos. (Hechos 10:40-41)
Pedro en una ocasión usó estas palabras
para describir la resurrección de Jesús a un grupo de gentiles. Nota que el Señor resucitado
no se manifestó a la gente en general sino solamente a sus discípulos y a sus apóstoles que
habían sido escogidos con anterioridad por Dios para dar testimonio de la resurrección al mundo entero.
Tenemos su testimonio en el Nuevo Testamento, y para que la gente no pensara que la resurrección había
sido solamente un sueño o una visión, Pedro dice específicamente que comió y bebió
con ellos. Oímos de eso en la devoción de ayer y hoy queremos relatar un evento similar.
Todos los discípulos habían ido de
Jerusalén a Galilea conforme a las instrucciones que Jesús había dado a las mujeres. Se encontraban
por el Mar de Galilea, tal vez en Capernaum, reunidos en una casa. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
llamado Dídimo, Natanael que era de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos de sus discípulos,
siete en total. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Le dijeron: -Vamos nosotros también contigo.
Salieron y entraron en la barca, pero aquella noche no consiguieron nada.
Al amanecer, Jesús se presentó en
la playa, aunque los discípulos no se daban cuenta de que era Jesús. Entonces Jesús les dijo:
-Hijitos, ¿no tenéis nada de comer? Le contestaron: -No. El les dijo: -Echad la red al lado derecho de la barca, y hallaréis.
La echaron, pues, y ya no podían sacarla por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo
a quien Jesús amaba dijo a Pedro: -¡Es el Señor! Cuando Simón Pedro oyó que era
el Señor, se ciñó el manto, pues se lo había quitado, y se tiró al mar. Los
otros discípulos llegaron con la barca, arrastrando la red con los peces; porque no estaban lejos de tierra,
sino como a doscientos codos. Cuando bajaron a tierra, vieron brasas puestas, con pescado encima, y pan. Jesús
les dijo: -Traed de los pescados que ahora habéis pescado. Entonces Simón Pedro subió y sacó a tierra la red llena
de grandes pescados, 153 de ellos; y aunque eran tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: -Venid, comed. Ninguno de los discípulos osaba
preguntarle: "Tú, ¿quién eres?", pues sabían que era el Señor. Vino, entonces, Jesús
y tomó el pan y les dio; y también hizo lo mismo con el pescado.
Esta era ya la tercera vez que Jesús se manifestaba a sus discípulos
después de haber resucitado de entre los muertos. Sin embargo, este número no incluye la aparición
a las mujeres, ni a Pedro solamente, ni a los discípulos de Emaús.
¿No estás convencido, querido lector
cristiano, de que los apóstoles cuidadosamente tomaron nota de todas las circunstancias conectadas con las
apariciones de Jesús? Tienes toda la razón para regocijarte porque el Espíritu Santo les hizo
escribir en la Biblia lo que vieron y experimentaron y porque este registro se ha preservado, porque la resurrección
de Cristo te garantiza tu propia salvación.
Señor;
tú sabes que te amo. (Juan 21:15)
Querido lector, hoy queremos considerar una aparición
de nuestro Señor resucitado que te hará muy feliz porque es una evidencia clara y consoladora del
gran amor de Jesús y su preocupación por un pecador que en un tiempo lo había negado. Sabes,
por supuesto, que ese pecador fue el apóstol Pedro que negó de una manera sumamente vergonzosa y
terrible a su Salvador cuando éste sufría.
Pero también sabes que después de
esa tercera negación, cuando Pedro se dio cuenta de la mirada del Salvador, que él salió de
aquel lugar y lloró lágrimas amargas de arrepentimiento. Además, en la mañana de la
Pascua el ángel les dijo a las mujeres a quienes él apareció que deberían decir a los
discípulos y especialmente a Pedro que había resucitado de entre los muertos. El ángel mencionó
especialmente a Pedro porque Jesús quería que él, entristecido por el pecado de su negación,
junto con los demás discípulos se regocijara por la resurrección de su Salvador con el conocimiento
de que Jesús aún lo amaba. También notamos que Jesús se mostró a Pedro antes
que a los demás discípulos. Hoy queremos considerar el trato especial de Jesús con Pedro y
la señal inequívoca del amor del Salvador por él.
Aquella mañana en el desayuno que el Salvador
preparó para sus cansados discípulos en la orilla del Mar de Genesaret, inesperadamente se volvió
a Simón Pedro y le preguntó: “Simón hijo de Jonás, ¿me amas tú más
que éstos?” Tal vez te acuerdes de que en la noche antes de la muerte de Jesús Pedro había
dicho: “Aunque todos se escandalicen de ti, yo nunca me escandalizaré”. ¡Pobre de Pedro! Como resultado
de su caída, ahora sabía que no podía exaltarse por encima de los demás. Y es seguro
que amaba tanto más ahora a Jesús ya que él no lo había rechazado. Pedro no hace ninguna
comparación injusta esta vez, sino dice de manera algo sumisa: “Señor; tú sabes que te amo”.
Como evidencia de que el Señor lo sabía,
le dijo a Pedro: “Apacienta mis corderos.” Así restauró a Pedro a su oficio pastoral y el Salvador
le mandó dar especial atención a los jóvenes y los débiles. Pero Jesús repitió
su primera pregunta: “Simón hijo de Jonás, ¿me amas?” Pedro no tenía la tentación
de responder con más fuerza; solamente dijo: “Sí, Señor; tú sabes que te amo”. Esta
vez Jesús le dijo: “Pastorea mis ovejas”.
Y ahora se repitió la pregunta por tercera
vez así como Pedro había negado a su Señor tres veces. Pedro ahora estaba muy triste y dijo:
“Señor, tú conoces todas las cosas. Tú sabes que te amo”. Sin duda, había una pega
en la voz de Pedro y gran tristeza en el corazón. Pero Jesús, para indicar que todo se le había
perdonado, repitió su instrucción: “Apacienta mis ovejas”.
Fue necesario no pasar en silencio la negación
de Pedro para que sirviera de advertencia a todos los cristianos. Y como leemos en 1 Corintios 10, no hay nadie
que esté tan firme en la fe que no haya peligro de caerse. Por la gracia del Señor, Pedro se había
arrepentido de ese pecado en particular y había recibido de su Maestro la seguridad de que era perdonado.
Pero también estaba la advertencia y amonestación de parte de Jesús para vigilar en el futuro
contra el orgullo y para que fuera fiel en servir a su Señor. Y lo seguro es que tal advertencia fue necesaria,
porque Jesús es omnisciente, y nos conoce mejor que nosotros a nosotros mismos.
Pero tampoco podemos dejar de notar la gentileza
con que Jesús trató con Pedro a pesar de que era un asunto muy serio. A Pedro se le da la oportunidad
de afirmar públicamente su amor por Jesús, algo que tal vez no se habría atrevido a hacer
si no fuera por que Jesús lo animaba a hacerlo y, para que no hubiera ninguna duda en las mentes de los
demás discípulos, se le confirma en su oficio apostólico. ¿No es cierto que Jesús
estaba encomendando al cuidado de Pedro el pastorear a aquellos corderos y ovejas a los cuales Jesús amaba
tanto? Y seguramente Pedro juró que trataría de ser tan amante y paciente con ellos como Cristo lo
había sido con él. ¡Qué contento puedes estar, querido lector, porque eres una de las
ovejas de Jesús y que él en amor ha provisto por tu cuidado.
Si yo quiero que él quede hasta que yo
venga, ¿qué tiene esto que ver contigo? Tú, sígueme.
(Juan 21:22)
Hay algo más que relatar acerca de la conversación
de Jesús con Pedro en la orilla del lago. Jesús tuvo un mensaje especial para Pedro: “De cierto,
de cierto te digo que cuando eras más joven, tú te ceñías e ibas a donde querías;
pero cuando seas viejo, extenderás las manos, y te ceñirá otro y te llevará a donde
no quieras.” Juan nos dice que Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con que Pedro glorificaría
a Dios, una muerte por crucifixión, semejante a la de su Maestro. Se le extenderían sus manos en
una cruz y el verdugo le ceñiría una tela y le conduciría a la cruz, un camino que no preferiría
caminar su carne débil. Jesús reveló esto a Pedro después de preguntarle tres veces
si él lo amaba. ¡De hecho, sería necesario amor por Jesús para enfrentar una muerte
así en su servicio!
No sabemos por qué Jesús reveló
esto a Pedro, pero sabemos con seguridad que no fue un castigo porque lo había negado. ¡De ningún
modo! Aquel pecado fue perdonado y Pedro fue restaurado en su oficio apostólico y gozó de nuevo del
favor de su Señor. No parece que esta revelación fue un indicio a Pedro que su Maestro tenía
plena confianza en su amor y sinceridad. Así Jesús en efecto estaba diciendo a Pedro algo como: “Pedro,
sé que me amas. Y para mostrarte lo fuerte que considero tu amor, tengo que decirte que ese amor resultará
en tu muerte. Pero sé que este conocimiento no te va a disminuir el amor, sino más bien lo fortalecerá,
porque como la mía, tu muerte en la cruz servirá para glorificar al Dios a quien he reconciliado.”
Luego dijo Jesús a Pedro: “Sígueme”.
Y por la gracia de Dios, a Pedro no le detuvo lo que Jesús le había dicho que fue capaz de seguir
a Jesús. ¡Poder seguir a Jesús en la vida y en la muerte, no importa qué pasa! — Después
de todo, oramos: “Hágase tu voluntad”, y sabemos que su voluntad es conducirnos con seguridad a la casa
del Padre.
Cuando Jesús se preparaba para dejar a los
discípulos Pedro lo siguió. Pero sintió que también otro los estaba siguiendo. Resultó
que era Juan. Si hubiéramos estado en el círculo de los discípulos ese día, nosotros
también habríamos sido renuentes de ver a Jesús alejarse y tal vez hayamos tratado de seguirlo.
Ahora, como Pedro todavía tenía su mente puesta en lo que Jesús le había revelado acerca
de su propio destino, preguntó: “Señor, ¿y qué de éste?” — Quería qué
sucedería en el caso de Juan. Pero nuestro Señor no responde a preguntas de esa clase. Su trato con
sus discípulos siempre es buena y misericordiosa y no tolerará que nada se interfiera con su voluntad
divina. Nadie tiene el menor derecho de prescribirle cosas. Nadie tiene ningún derecho a juzgar el trato
de Dios con otro en términos de lo que Dios decide en su propio caso. Esto es evidente de la respuesta de
Jesús a Pedro: “Si yo quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué tiene esto que ver
contigo? Tú, sígueme.”
Así que el dicho se difundió entre
los hermanos de que aquel discípulo no habría de morir. Pero Jesús no le dijo que no moriría,
sino: “Si yo quiero que él quede hasta que yo venga, ¿qué tiene que ver eso contigo?” — La
lección para nosotros en esto es que debemos seguir a Jesús con fe y amor, y someternos a su guía,
a dondequiera que ésta nos lleva, porque sabemos que todo lo que él ordena es para nuestro bien.
Comparar nuestro destino con el de otros sólo resultará en ser insatisfechos — ¡con Dios! Y
eso queremos evitar a todo costo.
Cristo Salvador,
Sé mi guiador
En la senda de esta vida
A la patria apetecida:
¡Nuestro galardón
Nos espera en Sion!
Lágrimas, dolor
Quita, ¡oh Salvador!
En tu dulce compañía
Guíanos día tras día:
¡Ábrenos al fin
Del cielo el jardín!
(CC 159:1,4)
Toda autoridad
me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las
cosas que os he mandado. Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. (Mateo 28:18-20)
La noche en que los once habían acompañado
a Jesús al Huerto de Getsemaní, él les había dicho: “Después de resucitar, iré
delante de vosotros a Galilea.” Y el domingo en la mañana por la tumba, el ángel dijo a las mujeres,
“Vayan, digan a sus discípulos y a Pedro: ‘voy delante de vosotros a Galilea’. Allí lo verán,
así como les dijo.’” Fue principalmente en Galilea, entonces, lejos de la actividad hostil de Jerusalén,
en donde el Señor resucitado tenía la intención de manifestarse a los discípulos durante
esos 40 días antes de su ascensión y hablarles acerca del reino de Dios, aunque se les había
aparecido vivo in Jerusalén inmediatamente después de su resurrección.
Después que estaban en Galilea, oímos
de cómo les dio la bienvenida con un desayuno después que ellos habían estado pescando toda
la noche. Ha de haber sido en esa ocasión cuando fijó un tiempo para reunirse con ellos en cierto
monte, y en donde más de 500 creyentes estaban reunidos con los once. Cuando lo vieron, lo adoraron; pero
algunos dudaron. Pero luego, Jesús se adelantó y con su manera amistosa les despejó la duda.
Entonces les habló de manera majestuosa y dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra.
Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y
he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”
Dios había levantado de los muertos y exaltado
al Jesús despreciado y crucificado. Era de hecho el Mesías prometido, y le dio toda potestad en el
cielo y en la tierra. Los ángeles lo adoran y los demonios tiemblan delante de él. Ningún
ser humano puede pasarlo por alto. Ningún pecador puede ser salvo sin él.
Pero las buenas noticias son que Jesús vino
al mundo para salvar a los pecadores. Redimió al mundo entero derramando su sangre y murió por él.
Quiere que todos vengan a él, y
sean suyos, para que vivan bajo él en su reino y lo sirvan,
aquí en el tiempo y después en la eternidad. Por eso manda a sus discípulos y a todos los
que por la fe en él han llegado a ser suyos a salir y hacer discípulos a todas las naciones. Deben
proclamar que él es el Señor y Salvador y que todos los que aceptan esta doctrina y evangelio deben
convertirse en sus queridos discípulos mediante el bautismo en el nombre del Dios trino. Y se les debe enseñar
todo lo que él enseñó y mandó a los que fueron testigos de su gloria. Y todos los que
llegan a ser sus discípulos y permanecen así serán salvos. Mas todo el que con incredulidad
lo rechaza a aquel aparte de quien no hay otro quien salva y en cuyas manos está todo poder, tal persona
será condenado.
Tal es el mandato majestuoso y real del que fue
crucificado y resucitado, y ahora está exaltado en lo alto; él vive y reina con el Padre y el Espíritu
Santo, el único verdadero Dios, desde la eternidad y hasta la eternidad. Dio ese mandato a sus discípulos
en el monte en Galilea. Y ese mandato no está limitado a la vida de aquellos discípulos a los cuales
se dio primero. El mandato sigue en vigor para todo tiempo, en dondequiera que hay discípulos de Cristo.
Y tienen la más preciosa de todas las promesas. “Y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el fin del mundo." — después de lo cual estarán con él. Ya que Jesús está
presente con sus discípulos con su misericordia, tienen todo lo que necesitan y no tienen que temer.
Que benditos son al ser sus discípulos. El
que tiene todo poder en el cielo y en la tierra es su querido Salvador. Y siempre está con ustedes. Tengan
fe en esa palabra y sean guiados por ella durante su vida. Y no olviden, deben ser testigos de él ante todos.
Y cuando venga su última hora, aférrense a su palabra tanto más y sepan que también
entonces seguramente estará con ustedes.
Entonces les
abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras
(Lucas 24:45)
Casi al final del período de los cuarenta
días durante el cual Jesús se aparecó entre sus discípulos en varias ocasiones, otra
vez volvieron a Jerusalén conforme a su mandato. En una ocasión cuando él comía con
ellos, les dijo: “Éstas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario
que se cumpliesen todas estas cosas que están escritas de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas
y en los Salmos. Entonces
les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. Les explicó las profecías
acerca de su sufrimiento y muerte, su resurrección y su ascensión, su reino y su extensión,
así como éstas se encuentran en la Biblia. (Si los judíos querían describir la Biblia,
en general enumeraban las tres divisiones que eran corrientes entre ellos: Moisés, que incluía lo
que llamamos los libros históricos, los Profetas y los Salmos, los libros poéticos.) Puedes estar
seguro de que los discípulos vieron la Biblia bajo otra luz después que Jesús había
acabado con su explicación. Y finalmente, como una clase de resumen dijo: “Así está escrito,
y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día; y que en su
nombre se predicase el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando desde
Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas. He aquí yo enviaré el cumplimiento de
la promesa de mi Padre sobre vosotros.” Esto último, por supuesto, fue una referencia al Espíritu
Santo que proveería a los discípulos y los primeros cristianos de una manera especial y única
lo que necesitaban para cumplir su función de ser los testigos de Cristo en Jerusalén y entre las
naciones. Todavía no habían recibido este don del Espíritu Santo en medida plena y por eso
Jesús les dijo: “Pero quedaos vosotros en la ciudad hasta que seáis investidos del poder de lo alto.”
Recibieron esa medida especial del Espíritu Santo en Pentecostés, un asunto que trataremos más
adelante.
Esto seguramente ha de haber sido un sermón
largo y admirable con el cual Cristo abrió las mentes de sus discípulos para que entendieran las
Escrituras. La idea clave de la predicación fue mostrarles de manera clara que todo el Antiguo Testamento
fue fundamentalmente un libro acerca de Cristo, y la fe inculcada en el Antiguo Testamento fue una fe en el Mesías
o el Cristo. Además, lo que enseñaba el Antiguo Testamento acerca de Cristo había hallado
su cumplimiento en él, el Jesús crucificado y resucitado, y que en consecuencia él era aquel
Cristo que había sido profetizado en las Escrituras. Esto quería decir que al confiar en él,
estos sus discípulos, que eran despreciados y perseguidos por los líderes de la nación judía,
en realidad eran el único pueblo verdadero de Dios, los hijos espirituales verdaderos de los patriarcas
antiguos de Israel. Ahora les enviaba a éstos, los verdaderos colegas y sucesores de los profetas antiguos
de Israel, como testigos y predicadores de su evangelio. Así estaban en esa larga línea de hombres
de Dios que había comenzado con Adán, y seguía con Abraham y Moisés hasta Juan el Bautista.
Seguramente ahora que su Señor y Maestro estaba otra vez con ellos, absorbieron toda su instrucción
y se llenaron con nuevo ánimo y consuelo para cumplir su tarea.
Esto que aprendieron, lo que Jesús les enseñó,
no sólo lo predicaron, sino también lo preservaron en sus escritos para que tú y yo y cualquiera
que los lea o que oiga la predicación basada en la revelación de Dios pueda ser instruido correctamente
y entender la obra redentora de Cristo. Solamente de esta forma podemos ser fortalecidos y consolados en nuestra
fe frente al desprecio que tiene este mundo de Dios y su palabra y ser protegidos contra los argumentos engañosos
de los sumos sacerdotes, maestros de la ley, fariseos y saduceos de hoy. Querido cristiano, sigue estudiando las
Escrituras y permite que el Espíritu Santo abra tu mente y entendimiento para recibir al Cristo que ellas
predican. Permite que el Antiguo Testamento eche su luz sobre el Nuevo Testamento, y permite que los evangelistas
y profetas abran tu entendimiento de la Ley, los Profetas y los Salmos. Luego, por la gracia de Dios, con gozo
y confianza verás que tu fe en Jesucristo, el Hijo de Dios y el Hombre que fue crucificado y resucitado,
es la única verdadera fe en Dios que hay.
El que cree y es bautizado será salvo;
pero el que no cree será condenado. (Marcos 16:16)
Llegó el último de los cuarenta días
durante los cuales su Señor resucitado tan frecuente y de tan variada manera se había mostrado a
sus discípulos y les había hablado acerca del reino de Dios. Estaba listo a ascender a su Padre.
Estaba a punto de partirse de manera maravillosa como canta su iglesia:
Ascendido ahora al alto cielo
Sin embargo con nosotros está siempre cercano.
Una vez más estaba con sus once discípulos;
esta vez en Jerusalén. Estaban reunidos para una comida, probablemente en la mañana. Les reprendió
por su falta de fe y su terco rehusar creer a los que lo habían visto después de su resurrección.
Se podría estar tentado a preguntar por qué
el Señor los reprendió ahora, cuando ya por buen tiempo estaban seguros de su resurrección
y se regocijaban por causa de ella. Nuestra respuesta es que ésta realmente fue la ocasión más
oportuna porque ahora su reprensión les causaría la más honda impresión. Ahora como
nunca sus oídos y corazones estaban abiertos para recibir sus palabras. Ahora no sólo estaban seguros
de que Jesús había resucitado de entre los muertos, sino reconocieron que había sido necesario
que él padeciera, muriera y resucitara de entre los muertos porque esto es lo que las Escrituras habían
profetizado acerca del Mesías. El hecho de que su Maestro les reprendió en este tiempo por su incredulidad
y dureza de corazón en el pasado les hizo posible reconocer lo pecaminoso que había sido su comportamiento.
¡Después de todo, no habían creído ni la profecía de la Escritura, ni sus propias
declaraciones sobre el asunto, ni el testimonio de los testigos de su propio círculo!
También se podría preguntar por qué
era necesario que se hicieran tan dolorosamente consciente de esa incredulidad y dureza de sus corazones.
Hallamos la respuesta en el mandato que el Señor
ahora les dio. Les dijo: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que cree y es bautizado
será salvo; pero el que no cree será condenado. Estas señales seguirán a los que creen:
En mi nombre echarán fuera demonios, hablarán nuevas lenguas, tomarán serpientes en las manos,
y si llegan a beber cosa venenosa, no les dañará. Sobre los enfermos pondrán sus manos, y
sanarán.” Esto sería su trabajo después que él haya ascendido al cielo. Deberían
proclamar que Jesucristo, el Crucificado y Resucitado, fue el único Salvador, y deberían hacerlo
en el mundo entero. Debían predicar que la fe en Cristo les salvaba, pero rechazarle a él resultaría
en la condenación. Además el Señor les aseguraba que él mismo confirmaría su
predicación y respaldarla mediante señales. Sin embargo, ¿cómo les iría a esas
pocas personas sencillas cuando predicaban el evangelio de Cristo a un mundo que estaba espiritualmente muerto
y hostil a Dios? ¿No enfrentarían odio, oposición y hasta persecución? ¿No se
apoderaría otra vez la desesperación de sus corazones y flaquearía su fe frente a tanta dificultad
y oposición? Después de todo, el corazón humano es perverso y en las pruebas pronto se desespera
o podría inclusive rechazar con desafío a Cristo.
Esa fue la razón, querido lector, por la
cual el Salvador procedió como lo hizo en esta ocasión. Quería enseñarles a no depender
de sus emociones sino de su fe en él, su Señor y Salvador. Ahora estaban en la mejor condición
para reconocer la manera en que sus corazones humanos pecaminosos les había llevado al error durante aquellas
horas en que Jesús colgaba de la cruz y cuando su cuerpo yacía sin vida en la tumba.
Hay también una lección para ti, querido
lector, en lo que has leído hoy. Tu corazón seguramente no está mejor que el de los discípulos
que fueron tan favorecidos por Jesús. Y has visto como sus corazones les engañaron. Si ellos no podían
confiar en sus corazones y sus propios pensamientos, tú tampoco puedes hacerlo. Si fueras guiado por tus
propios pensamientos, tu fe pronto sería sujetado a toda clase de pruebas y tentaciones y fallaría,
y si perdieras tu fe, también perderías tu salvación. ¡Créeme! ¡No confíes
en tu corazón! Vigílalo como lo harías a un prisionero peligroso. Mejor aún, confíalo
a tu fiel Señor y Salvador. Permite que él lo guarde por ti para que mediante su palabra y Espíritu
Santo te preserve en la verdadera fe hasta que llegues a un fin bienaventurado. Porque recuerda: “El que cree y
es bautizado será salvo; pero el que no cree será condenado.”
Misericordias Domini (Segundo
domingo después de la Pascua)
Después que les habló, el Señor
Jesús fue recibido arriba en el cielo y se sentó a la diestra de Dios.
(Marcos 16:19)
Después que el Señor había
hablado con sus discípulos, como se informó ayer, les llevó al Monte de los Olivos hasta Betania.
Y, o cuando estaba en camino, o cuando habían llegado a Betania, les ordenó no apartarse de Jerusalén
sino esperar allí la promesa del Padre, “de la cual” les dijo
“me oísteis hablar; porque Juan, a la verdad, bautizó en agua, pero vosotros seréis
bautizados en el Espíritu Santo después de no muchos días.”
Luego le preguntaron: “Señor, ¿restituirás
el reino a Israel en este tiempo?” Estaban pensando en el gran reino espléndido del Mesías que Dios
había prometido a su pueblo por boca de los profetas. Pero todavía no entendían qué
naturaleza debería tener el reino de Cristo en esta tierra, y esto, a pesar del hecho de que les había
dicho muchas cosas acerca de su reino durante los cuarenta días desde su resurrección. Es obvio que
esperaban que Jesús estableciera un reino de gloria en esta tierra en el futuro inmediato. Sin embargo,
esto no debería ocurrir hasta el día del juicio. Hasta entonces, el reino de Cristo aquí en
la tierra es un reino bajo la cruz en el cual el Señor invisible se revela solamente a la fe que es engendrada
por su palabra. En este reino provee a los suyos una gloria invisible que solamente los ojos de la fe reconocen.
Aquí reina y obtiene la victoria solamente mediante su palabra.
Es por esa razón
que el Señor responde sus preguntas en la manera en que lo hace: “A vosotros no os toca saber ni los tiempos
ni las ocasiones que el Padre dispuso por su propia autoridad. Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre
vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de
la tierra.” Cuando había dicho esto, levantó sus manos y los bendijo. Luego fue elevado ante sus
ojos y una nube lo ocultó de su vista. Y como ellos estaban fijando la vista en el cielo mientras él
se iba, he aquí dos hombres vestidos de blanco se presentaron junto a ellos, y les dijeron: “Hombres galileos, ¿por qué os quedáis
de pie mirando al cielo? Este Jesús, quien fue tomado de vosotros arriba al cielo, vendrá de la misma
manera como le habéis visto ir al cielo.” Entonces lo adoraron y volvieron a Jerusalén con gran gozo.
Jesús todavía
está en donde ascendió y permanecerá allí hasta que venga el día del juicio,
cuando, como acabamos de oír, volverá en forma visible para llevar a los que son de él para
estar con él. Pero ¿en dónde está nuestro querido Señor Jesús? La palabra
de Dios dice: “está sentado a la diestra de Dios”. Sí, ¿pero en dónde está la
diestra de Dios? — Mejor deberías preguntar en dónde no se encontraría la diestra de Dios,
ya que Dios es un espíritu y no tiene un cuerpo físico. La diestra de Dios es su poder infinito,
su poder y majestad con las cuales domina, gobierna y controla todo. Es por eso que Jesús dijo al sumo sacerdote:
“De aquí en adelante veréis
al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder.” Así
es que no hay ningún lugar en donde no está presente la diestra de Dios.
El hecho de que nuestro
querido Señor y Salvador Jesucristo está sentado a la diestra de Dios sencillamente quiere decir
que ha entrado en la gloria de su Padre, y que él, que es verdadero Dios y hombre, gobierna y llena todo
con poder y majestad divinos. Como leemos en Efesios capítulo 1: “Dios ejerció [su poder] en Cristo
cuando lo resucitó de entre los muertos y le hizo sentar a su diestra en los lugares celestiales, por
encima de todo principado, autoridad, poder, señorío y todo nombre que sea nombrado, no sólo
en esta edad sino también en la venidera. Aun todas las cosas las sometió Dios bajo sus pies.” Y también
en el capítulo 4: “El que descendió es el mismo que también ascendió por encima de
todos los cielos, para llenarlo todo.”
Cuando confiesas que
Jesucristo ascendió al cielo y está sentado a la diestra de Dios, tienes por qué regocijarte
y decir: “Ahora sé en realidad que mi querido Salvador que murió por mí y me ama reina y controla
todo con su presencia y que está conmigo así como está con todos los suyos todos los días,
hasta el fin del mundo, como él mismo ha prometido.
Por esto dice: Subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad y dio dones a los hombres. (Efesios 4:8)
Después de ver
ayer la ascensión de Jesús, ahora queremos considerar el significado consolador e importante que
tiene para nosotros. Desde la caída en el pecado, todos los seres humanos estamos encarcelados en cadenas
y ataduras. ¿Qué dices?, ¿encarcelados y atados? Sí, cautivos del pecado, la muerte,
la condenación, una conciencia agitada y el poder del diablo. Y no hay manera en que podamos sacarnos. El
cielo está cerrado a nosotros y el ángel con su espada de fuego nos veda el camino al paraíso.
Pero gracias a Dios,
su Hijo tuvo piedad de nosotros y entró en este mundo para redimir y librarnos. Dios se hizo hombre y Jesucristo
es el Libertador que Dios ordenó y envió con la tarea de librarnos de nuestra cárcel. Esto
lo hizo echándose al hombro la carga de nuestros pecados (Juan 1:29), experimentando nuestra condenación
(Mateo 27:46), y soportando los tormentos de una conciencia agitada (Mateo 26:37). Se sometió al poder del
diablo, como él mismo dijo a los que habían llegado para capturarlo: “Pero ésta es vuestra
hora y la del poder de las tinieblas” (Lucas 22:53). Y cuando estaba en la tumba, pareció como si sería
para siempre un cautivo y que su causa se había perdido. Sus discípulos lloraron y lamentaron y el
diablo estaba triunfante.
Pero todo eso duró
muy poco. No fue el cautivo de Satanás y la muerte, sino como dice nuestro texto, “llevó
cautiva la cautividad” en triunfo. Había expiado a
la perfección el pecado de este mundo; se demostró ser veneno a la muerte y una plaga al infierno.
Había establecido una justicia que era aceptable a Dios, una conciencia en paz, y había privado al
diablo de todos sus derechos y poder. Su entrada triunfante en el infierno fue tal que quebrantó el lugar
fortificado del diablo y hemos escapado como un pájaro de la red del pajarero.
Pero ¿todavía
quedaba cerrada contra nosotros el cielo con el ángel y su espada de fuego delante de la puerta del paraíso?
Todo esto ha cambiado desde que Cristo ascendió a lo alto y ahora está sentado a la diestra de su
Padre todopoderoso. Ascendió vestido de nuestra carne y sangre, como nuestro Hermano, Redentor y Salvador,
y en nuestro beneficio. Como leemos en Colosenses 2:15: “También despojó a los principados y autoridades,
y los exhibió como espectáculo público, habiendo triunfado sobre ellos en la cruz.” Y los
dones que dio a los hombres son: la expiación por el pecado del hombre, la muerte derrotada, una conciencia
en paz y el repudio de Satanás, nuestro acusador. Jesucristo, el capitán de nuestra salvación,
nuestro Redentor, no es rechazado por el ángel a la puerta del paraíso; la puerta del cielo está
totalmente abierta para él y el ejército celestial le aclama mientras él toma su asiento a
la diestra de su Padre todopoderoso.
Y tenemos por qué
regocijarnos y aclamarlo, porque esto quiere decir que la puerta del cielo ya está abierta para nosotros,
que el ángel ya no impide nuestra entrada y el ejército celestial nos da la bienvenida a nosotros
cuando lleguemos para gozar la dulce comunión con el Dios todopoderoso, Jesús y nuestro querido Padre.
Todo lo que Jesús sufrió y la victoria que él ganó fue en nuestro beneficio; y los
dones que él tiene para distribuir son nuestros, porque él es nuestro querido Salvador. Esto es lo
que significa su ascensión, y es evidente que tenemos razón para tener gozo aun ahora en anticipación
del gozo sin sombras que será nuestro en su presencia por toda la eternidad. Esta es nuestra fe y esperanza
cristiana.
Pero si no crees esto,
entonces estás despreciando y rechazando los dones que Cristo, gracias a su ascensión, tiene para
los hombres, dones que pueden ser tuyos. Prefieres quedarte en tus cadenas y seguir siendo el esclavo de Satanás,
cuando el cielo puede ser tuyo. ¡No seas incrédulo, sino creyente! La ascensión de Cristo es
la garantía de la ascensión de los que son de él.
…
y dio dones a los hombres. (Efesios 4:8)
Queremos considerar
los dones que Cristo el Señor recibió en su ascensión, dones que él luego da a los
hombres. Ya miramos ayer el mayor de esos dones: el cielo y la comunión eterna, bienaventurada, con un Dios
que ha sido reconciliado. Eso es lo que Jesús expresó cuando habló las palabras que están
escritas en Juan 14:2: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros.” Y Juan 12:26: “Donde yo estoy, allí
también estará mi servidor”. Y finalmente en Juan 20: “Yo subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi
Dios y a vuestro Dios.” Este don realmente incluye todos los demás.
Así el perdón
de los pecados. Sin el perdón de los pecados, no podemos tener ni el cielo ni la comunión con Dios.
Eso seguramente está claro. Cuando entró con triunfo en el cielo, entre los cautivos conquistados
de él eran nuestros pecados. Mediante el sufrimiento y la muerte de Cristo fueron expiados, y Dios fue reconciliado
y su justicia fue satisfecha. En consecuencia, la justicia que Dios puede aceptar y la adopción como hijos
en su familia son dones que Cristo ha recibido para nosotros en su ascensión y que él transmite a
nosotros. Este es un don inestimable, que nosotros, pobres pecadores, tenemos el perdón de todos nuestros
pecados, y así estamos justos delante de Dios, somos sus hijos queridos aquí en el tiempo y después
en la eternidad.
Otro de estos dones es el evangelio, el mensaje
de lo que Cristo logró, y el oficio del ministerio del evangelio. David, hablando como profeta acerca de
la ascensión y exaltación en el Salmo 68:11 dice: “El Señor da la palabra, y una gran hueste
de mujeres anuncia la buena nueva.” Y San Pablo, explicando esta profecía en Efesios, dice: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva la
cautividad y dio dones a los hombres… Y él mismo constituyó
a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas, y a otros pastores y maestros.” Y la razón
por la cual Cristo nos da su evangelio y el ministerio de la predicación es para que ya no tropecemos en
la ceguera e ignorancia espiritual, en la duda, la incertidumbre y la desesperación, sino para que reconozcamos
claramente a él y todos sus dones de gracia con una seguridad divina, y podamos gozarnos y recibir consuelo
en él y sus dones de misericordia durante la vida y también cuando nos muramos.
Querido cristiano, da las gracias a tu Salvador
por el don de su palabra salvadora; alábalo por el don de los profetas y apóstoles que predicaron
esa palabra y la escribieron en la Sagrada Escritura para que tú recibieras el beneficio; dale alabanza
por los evangelistas que han llevado ese evangelio al mundo y a todos los pueblos de modo que ha llegado aun a
ti; y si tienes a un pastor y maestro fiel que te lo presenta y explica correctamente y sin distorsionarlo con
su propia sabiduría, considera eso un don precioso y loable que tu Señor ascendido y exaltado te
envía desde el cielo mismo.
Recuerda, es en y con su palabra y evangelio y por
medio de un ministerio válido que tu Salvador ascendido y exaltado te da otro don muy grande, noble y necesario,
que él recibió en su ascensión: el don del Espíritu Santo. Ya antes de sufrir y morir,
él, en varias ocasiones, prometió el Espíritu Santo a sus discípulos, así como
lo hizo cuando ascendió. Y en el Pentecostés envió al Espíritu Santo en medio de señales
y maravillas visibles. Pedro dice acerca de esto en Hechos 2:33: “Así que, exaltado por la diestra de Dios
y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.”
Pero no dio este don precioso solamente a los apóstoles y los primeros cristianos, sino a ti y a todos los
suyos, y seguirá haciéndolo hasta que pase este mundo.
¿Y qué es lo que logra el Espíritu
Santo cuando llega a ti mediante el evangelio? Solamente mencionaré brevemente aquí lo que él
hace, porque tendremos ocasión de hablar bastante sobre esto en los días que vienen. Crea en tu corazón
que estaba muerto en el pecado una fe viva y verdadera en Jesucristo tu Salvador. Y mediante esta fe despierta
en tu corazón el consuelo, la paz, el gozo, el ánimo, la fortaleza y el amor hacia Dios y el prójimo,
o sea, te hace un verdadero discípulo de Cristo y te salva por toda la eternidad.
Dime, ¿cómo puedes dar suficientes
gracias a tu Salvador por este don sin el cual estarías muerto espiritualmente y no tendrías participación
en el evangelio o en el reino de Dios y de Cristo? Y, como corona de todo, tu Salvador, que ahora está exaltado
a la diestra del poder, pone a tu disposición todo su poder, fuerza, majestad y gloria para tu uso, protección
y salvación, para que puedas hacer frente a tu carne pecaminosa, el mundo pecador y el príncipe de
las tinieblas. Querido cristiano, abre tu corazón y extiende ambas manos par recibir los dones que te ofrece
tu Señor y Salvador ascendido todo el tiempo que vivas, hasta que lo sigas a la gloria para estar allí
con él para siempre.
He aquí yo enviaré el cumplimiento
de la promesa de mi Padre sobre vosotros. (Lucas 24:49)
Ya en el Antiguo Testamento los profetas de Dios
habían predicho y prometido que en los días del Mesías habría un derramar especial
y general del Espíritu Santo (Joel 3:1-5). Y durante su estadía visible en la tierra, y particularmente
en la noche antes de sufrir y morir, el Señor Jesús buscó consolar a sus discípulos
al hacer referencia a esa promesa del Padre (Lucas 12:12; 11:13; Juan 14:16; 17:25; 15:26; 16:7-15). Después
de la resurrección, les dijo esperar en Jerusalén hasta que hayan sido vestidos con poder desde lo
alto (Lucas 24:49; Hechos 1:4,5).
Después que su Señor había
ascendido en el cielo, el grupo de los discípulos se había quedado en Jerusalén en obediencia
al mandato de su Señor. Se nos dice que siempre se encontraban en el templo en las horas de oración
y que también se reunían en un aposento de una casa para la oración. Su número constaba
no solamente de los apóstoles, sino había también otros que habían aceptado sus enseñanzas,
junto con María, la madre de Jesús, y sus parientes al igual como varias otras mujeres cuyos nombres
ya hemos encontrado. El número total de los que se reunían allí y que esperaban el cumplimiento
de la promesa de Cristo era 120.
Esto sucedió en el día de Pentecostés,
una fiesta de un día que celebraba el recoger del principio de la siega, el día cincuenta después
de la Pascua y el día décimo desde la ascensión del Señor. Todos estaban reunidos en
ese aposento alto a la tercera hora, es decir, a las nueve de la mañana. Y de repente vino un estruendo
del cielo, como si soplara un viento violento, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Entonces aparecieron,
repartidas entre ellos, lenguas como de fuego, y se asentaron sobre cada uno de ellos. En conexión con esas
manifestaciones, se llenaron del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu
les daba que hablasen.
Sucede que para esta fiesta se había reunido
una gran multitud de judíos en Jerusalén, algunos de los cuales habían llegado de otros países.
Desde el tiempo del cautiverio en Babilonia, los judíos vivían esparcidos entre todas las naciones
de la tierra. Entre estos extranjeros había muchos hombres piadosos y también personas que habían
sido convertidos de las religiones paganas a la religión verdadera de Jehová.
Cuando la gente estaba
en camino al templo para el sacrificio de la mañana y la oración, oyó este sonido como de
un viento, y se juntaron enfrente de la casa asombrados. Luego vio al grupo consagrado de los discípulos
salir de ese cuarto en el techo y su asombro creció cuando cada uno los oía hablar en su propio idioma.
Totalmente pasmados, preguntaron: “Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, oímos nosotros cada uno en nuestro idioma
en que nacimos? Partos, medos, elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de Capadocia,
del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia más allá de Cirene;
forasteros romanos, tanto judíos como prosélitos; cretenses y árabes, les oímos hablar
en nuestros propios idiomas.” Todos estaban atónitos y perplejos, y se decían unos a otros: “¿Qué
quiere decir esto?” Pero hubo algunos que se burlaban de ellos y dijeron: “Están llenos de vino nuevo.”
(Hechos 2:1-13)
Esto fue lo que el Padre había prometido
y lo que el Salvador exaltado estaba enviando a sus discípulos: el derramar del Espíritu Santo. Y
en esta conexión quisiéramos dirigir tu atención a tres cosas. Sucedió en público
y en presencia de mucha gente en medio de señales y maravillas, y se trataba de los discípulos de
Jesús después de su muerte, resurrección y ascensión, porque el Padre celestial quería
dar un testimonio solemne y público del hecho de que Jesús en verdad fue el Mesías o Cristo
prometido. Además, los apóstoles y los primeros cristianos fueron provistos de dones especiales del
Espíritu Santo porque Dios quería por medio de ellos poner el fundamento de su gran templo espiritual,
la cristiandad. Y finalmente, tú junto con todos los cristianos tienes también el don del Espíritu
Santo para tener la fe y producir los frutos de la fe para la gloria de Dios, y para tu salvación. Y en
dondequiera que se predica y se enseña con fidelidad en su pureza el evangelio, allí tú y
todos los cristianos reciben el don del Espíritu Santo. ¡Y este don no se debe buscar en ninguna otra
parte!
Por esto, la fe es por el oír,
y el oír por la palabra de Cristo. (Romanos 10:17)
Aunque cada corazón
que temía a Dios en esa multitud fue conmovido de gran manera por este derramar del Espíritu Santo,
los mundanos con sus corazones duros se burlaban diciendo: “Están llenos de vino nuevo.” Luego Pedro y los
once se adelantaron a donde todos los podían ver, y Pedro levantó su voz y dijo a la multitud: “Hombres
de Judea y todos los habitantes de Jerusalén, sea conocido esto a vosotros, y prestad atención a
mis palabras. Porque éstos no están embriagados, como pensáis, pues
es solamente la tercera hora del día. Más bien, esto es lo que fue dicho por medio del profeta Joel: Sucederá
en los últimos días, dice Dios, que derramaré de mi Espíritu sobre toda carne. Vuestros
hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos
soñarán sueños. De
cierto, sobre mis siervos y mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán.
(Esto había sido limitado a los profetas en el pasado)… Y sucederá que todo aquel que invoque el
nombre del Señor será salvo.”
Luego Pedro demostró que Jesús era
el Mesías prometido porque este derramar del Espíritu Santo había sucedido exactamente como
Jesús había predicho a sus discípulos. Pedro siguió: “Jesús de Nazaret fue hombre
acreditado por Dios ante vosotros con hechos poderosos, maravillas y señales que Dios hizo por medio de
él entre vosotros, como vosotros mismos sabéis. A éste, que fue entregado por el predeterminado
consejo y el previo conocimiento de Dios, vosotros matasteis clavándole en una cruz por manos de inicuos.
A él, Dios le resucitó, habiendo desatado los dolores de la muerte; puesto que era imposible que
él quedara detenido bajo su dominio.” Luego Pedro demostró de las Escrituras, y especialmente del
Salmo 16, que allí se había predicho la resurrección de Jesucristo y que tenía que
suceder exactamente como ocurrió. Después de haber dicho esto, dijo: “¡A este Jesús
lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos! Así que, exaltado por la diestra de Dios
y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha derramado esto que vosotros veis y oís.”
— Luego Pedro citó del Salmo 110 lo que había sido profetizado allí acerca de la ascensión
de Jesús y su sentarse a la diestra de Dios.. Pedro terminó su sermón diciendo: “Sepa, pues,
con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le
ha hecho Señor y Cristo.”
Entonces, cuando oyeron
esto, se afligieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: “Hermanos, ¿qué
haremos?” Ahora reconocieron que al rechazar a Jesús habían rechazado a su Mesías y Salvador
que les había sido prometido; por eso su grito desesperado: “Hermanos, ¿qué haremos?” Pedro
tenía buenas noticias para ellos: “Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre
de Jesucristo para perdón de vuestros pecados.” ¡Ni fueron esas todas las buenas noticias! “Y
recibiréis el don del Espíritu Santo.” Pero ni con eso habían llegado a su fin las buenas
noticias. “ Porque
la promesa es para vosotros, para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para todos cuantos el
Señor nuestro Dios llame.”
Pedro predicaba y testificaba
acerca de Jesucristo el Salvador con muchas más que las pocas palabras que están escritas aquí.
También les amonestó y les rogó: “¡Sed salvos de esta perversa generación!” -
así advirtiéndoles que no se dejaran llevar al error por los burladores que estaban presentes y entre
los cuales vivirían en el futuro, para que no les alcanzara el juicio de Dios. Así que los que recibieron
su palabra fueron bautizados, y fueron añadidas en aquel día como tres mil personas.” (Hechos 2:14-41).
La fe es por el oír,
y el oír por la palabra de Cristo. Y esto es el caso todavía hoy y siempre será así.
Es cierto, el derramar del Espíritu Santo no es siempre tan abundante como lo fue en el primer día
de Pentecostés cuando Pedro predicó el sermón que acabamos de considerar. Pero la fe todavía
es el resultado de oír la predicación de la palabra divina, porque el Espíritu Santo está
presente en la predicación de esa palabra y él efectúa la fe. Esta es la única manera
en que se produce la fe. Esto es lo que Dios ha ordenado. Si quieres ser salvo y no quieres que la fe muera en
tu corazón, oye y lee la palabra divina. Si quieres que otros lleguen a la fe y se salven, háblales
la palabra. Y si esto no tiene efecto, no hay nada más que lo pueda lograr.
Y perseveraban
en la doctrina de los apóstoles, en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones. (Hechos 2:42)
Ayer oímos
de la manera en que se estableció la primera congregación cristiana en Jerusalén en el día
de Pentecostés. Hoy oiremos cuál fue la condición espiritual de esa congregación. Nuestro
texto lo indica. Los que fueron recién convertidos se dedicaron a cierta clase de vida. Su conversión
no fue falsa, superficial o solamente emocional — ¡algo que frecuentemente sucede! Más bien fue genuino,
profundo y duradero, producido por el Espíritu Santo.
Además oímos
que se dedicaron a la doctrina de los apóstoles. Querían aprender más sobre Jesús.
No solamente querían estar bien fundamentados en el conocimiento de Jesús y de las Escrituras que
dan testimonio de él, sino querían crecer en ese conocimiento. Por esa razón se reunían
a diario en uno de los salones grandes del templo en donde los apóstoles predicaban y también se
reunían en grupos más pequeños en las casas privadas para ser instruidos por los apóstoles
y los primeros discípulos de Jesús. ¡Qué afortunados estaban al gozar de la predicación
ortodoxa y la instrucción correcta: la doctrina de los apóstoles bajo la guía y supervisión
del Espíritu Santo. Cuando continuaron en la doctrina de los apóstoles utilizaban el único
medio verdadero para permanecerse en la fe y en una vida cristiana que fluye de esa fe.
Esto fue evidente
en la comunión que mantenían, es decir, con los demás creyentes, porque estaban unidos por
su amor común para con el Salvador. Había unidad en la doctrina y no había cismas ni separaciones
sectarias entre ellos. Es cierto, en donde se enseña la doctrina falsa la persona debe separarse y evitar
la comunión, pero en donde está presente la doctrina genuina de los apóstoles sin mezcla de
error, allí se debe mantener a todo costo el compañerismo. Y esa fue la situación en esa congregación
en Jerusalén.
¡Y qué
vínculo de amor genuino y cálido les unía! Fueron animados por el mismo Espíritu. Es
cierto, había muchos pobres entre ellos que habían perdido el apoyo de sus familiares a causa de
su fe, pero ninguno de ellos sufría la indigencia. La razón fue que los creyentes no consideraban
sus posesiones como algo que les pertenecía de manera exclusiva a ellos, sino compartían donde había
necesidad. Algunos hasta vendieron algunas de sus posesiones y presentaron el dinero que recibieron a los apóstoles
para ser distribuido entre los que tenían necesidad. También tenían comidas de compañerismo
juntos y alababan a Dios con sencillez de corazón.
Nuestro texto también
menciona que se dedicaban al “partimiento del pan”. Es nuestra opinión que esto tiene referencia a la Santa
Cena, tanto por su posición en el texto y a la luz de 1 Corintios 11:20-24. Esta la celebraban en grupos
más pequeños cuando se reunían en las casas privadas y fue seguida con una comida sencilla
que se llamaba el ágape o comida de amor. Fue allí donde buscaban el perdón de sus pecados
en comunión con nuestro querido Señor que en este sacramento maravilloso que él instituyó
nos da su santo cuerpo junto con el pan y su santa sangre junto con la copa para el perdón de nuestros pecados.
Y cuando celebraban el sacramento y recibían los dones que están presentes allí, con fe gozosa
y amor recordaban a su Redentor exaltado que les había amado hasta tal punto que había muerto por
ellos.
Finalmente se nos
dice que también se dedicaban a la oración. Podemos estar seguros que su oración no fue un
murmullo servil con los labios, porque no habían recibido un espíritu servil de temor, sino el Espíritu
que les aseguraba que eran hijos, por medio de quien clamaban “Abba, Padre”. Estaban contentos de que ahora podían
orar con seguridad y ya no tenían que practicar la vana palabrería. Ahora la oración fue “el
ambiente nativo del cristiano, su respiro natural.” Con sencillez presentaban en el nombre de Jesús sus
necesidades y preocupaciones a un Padre celestial que estaba reconciliado, y le alababan y daban gracias por toda
la gracia que tenían.
Así era la
vida en esa primera congregación cristiana. Y sus líderes, los apóstoles, dieron testimonio
potente de la resurrección del Señor Jesús, y les acompañaban en su ministerio señales
y maravillas. El resultado fue que había temor en los corazones de los que no habían sido convertidos,
pero en lo general, al principio los cristianos gozaban de favor entre el pueblo. Y el Señor añadía
diariamente a su número los que habían de ser salvos. (Hechos 2:42-47; 4:32-35).
¿Y cuál
es el estado de la cristiandad hoy? ¡No es un retrato bonito! Aun la mejor congregación sufre en una
comparación con los primeros días de esa primera congregación cristiana. Pero no vale la pena
cansarnos lamentándolo. Más bien, cada uno examínese a sí mismo y, volviendo a Dios
con una fe penitente, pídale el Espíritu Santo para que nosotros también podamos dedicarnos
a la doctrina de los apóstoles y a la comunión, al partimiento de pan y la oración como esos
primeros cristianos hicieron. También pidámosle que siga añadiendo cada día al número
de los creyentes. Seguramente escuchará tales oraciones.
Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón;
pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de perversidad y guíame por el
camino eterno. (Salmo 139:23,24)
En dondequiera que el
Señor siembra los hijos de Dios, allí el diablo sembrará los hijos de maldad. Siempre ha sido
así y será así mientras dure el mundo. Aun entre los discípulos de nuestro Señor
había un Judas Iscariote. Y en esa primera congregación cristiana que florecía en Jerusalén
había cizaña entre el trigo, hipócritas, como veremos en la devoción de hoy.
Ayer notamos que aunque
había mucha gente pobre y desestimada en esa congregación, nadie era desamparada. La razón
es que los que tenían bienes y propiedades a menudo vendían algo para poner el dinero a la disposición
de los apóstoles para ser distribuido entre los que tenían necesidad. Un ejemplo fue José,
un levita de Chipre, a quien los apóstoles llamaban Bernabé, lo cual significa Hijo de Consolación.
Vendió un campo suyo y dio el dinero a los apóstoles para ser distribuido entre los pobres de la
congregación.
En la congregación
en Jerusalén había una pareja con los nombres de Ananías y Safira quienes, quizás porque
vieron el donativo de José, fueron llevados a hacer algo similar, pero con motivos falsos. Vendieron una
propiedad, y Ananías, con el conocimiento de su esposa, retuvo para sí una parte del dinero, pero
llevó lo restante a los apóstoles, dando la impresión de que el dinero era todo lo que había
recibido en la venta. Luego Pedro dijo: “Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu
corazón para mentir al Espíritu Santo y sustraer del precio del campo? Reteniéndolo, ¿acaso
no seguía siendo tuyo? Y una vez vendido, ¿no estaba bajo tu autoridad? ¿Por qué propusiste
en tu corazón hacer esto? No has mentido a los hombres, sino a Dios.”
Entonces Ananías,
oyendo estas palabras, cayó y expiró. Y gran temor sobrevino a todos los que lo oían. Luego
se levantaron los jóvenes y le envolvieron. Y sacándole fuera, lo sepultaron. Después de un
intervalo de unas tres horas, sucedió que entró su mujer, sin saber lo que había acontecido.
Entonces Pedro le preguntó: -Dime, ¿vendisteis en tanto el campo? Ella dijo: -Sí, en tanto.
Y Pedro le dijo: -¿Por qué os pusisteis de acuerdo para tentar al Espíritu del Señor?
He aquí los pies de los que han sepultado a tu marido están a la puerta, y te sacarán a ti.
De inmediato, ella cayó a los pies de él y expiró. Cuando los jóvenes entraron, la
hallaron muerta; la sacaron y la sepultaron junto a su marido. Y gran temor sobrevino a la iglesia entera y a todos
los que oían de estas cosas. (Hechos 5:1-11)
El Señor no hizo
cada vez un juicio tan impresionante e inmediato sobre los hipócritas en la iglesia antigua, y mucho menos
lo hace hoy. Retarda su juicio hasta el día de la ira, el día del juicio. Ese juicio contra Ananías
y Safira fue una señal extraordinaria y fuera de lo usual con la cual el Señor quería demostrar
a su joven congregación lo terrible y digno de condenación que es el pecado de la hipocresía.
— En vista de la naturaleza perversa de nuestro corazón humano, ¿estamos seguros de que nosotros
estamos sin la posibilidad de caer en este pecado? Es seguro que no. Si Dios no nos protegiera y limpiara con su
mano, pronto nos caeríamos de una fe genuina en la hipocresía y otras formas de vicio. ¡Qué
necesario, entonces, es que clamemos con frecuencia al Espíritu Santo y oremos como lo hizo David: “Examíname,
oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Ve si hay en mí camino de
perversidad y guíame por el camino eterno.”
Y ellos salieron y predicaron en todas partes,
actuando con ellos el Señor y confirmando la palabra con las señales que seguían. (Marcos 16:20)
Pedro y Juan subían al templo a la hora de
la oración, la hora novena. Y era traído cierto hombre que era cojo desde el vientre de su madre.
Cada día le ponían a la puerta del templo que se llama Hermosa, para pedir limosna de los que entraban
en el templo. Este, al ver a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba para recibir una limosna.
Entonces
Pedro, juntamente con Juan, se fijó en él y le dijo: -Míranos. El les prestaba atención, porque esperaba recibir algo de ellos.
Pero Pedro le dijo: -No tengo ni plata ni oro, pero
lo que tengo te doy. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y anda! Le tomó de la mano derecha y le levantó. De inmediato fueron
afirmados sus pies y tobillos, y de un salto se puso de pie y empezó a caminar. Y entró con
ellos en el templo, caminando, saltando y alabando a Dios. Todo el pueblo le vio caminando y alabando a Dios. Reconocían
que él era el mismo que se sentaba para pedir limosna en la puerta Hermosa del templo, y se llenaron de
asombro y de admiración por lo que le había acontecido.
Pedro dijo a la multitud: -Hombres de Israel, ¿por qué os maravilláis
de esto? ¿Por qué nos miráis a nosotros como si con nuestro poder o piedad hubiésemos
hecho andar a este hombre? El Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, el
Dios de nuestros padres ha glorificado a su Siervo Jesús,
al cual vosotros entregasteis y negasteis ante Pilato, a pesar de que él había resuelto soltarlo.
Pero vosotros negasteis al Santo y Justo; pedisteis que se os diese un hombre asesino, y matasteis al Autor de la vida, al cual Dios ha resucitado de los muertos.
De esto nosotros somos testigos. »Y el nombre de Jesús hizo fuerte, por la fe en su nombre, a este
hombre que vosotros veis y conocéis. Y la fe que es despertada por Jesús le ha dado esta completa
sanidad en la presencia de todos vosotros.
Estas fueron palabras
de poder que habló Pedro, y había sucedido un milagro: un hombre que había sido cojo desde
su nacimiento ahora se paraba y caminaba. ¿Quién había sido el instrumento en esto? Un discípulo
de aquel Jesús que hacía poco había sido crucificado en esa ciudad. ¿Y cómo
había logrado esto el discípulo? En el nombre de Jesús. Y ahora anunció que Dios había
glorificado a Jesús en presencia de ellos. Esto no lo podían negar. Además les dijo que Dios
había resucitado a Jesús de la muerte y que él era el Hijo de Dios y el Príncipe de
la vida. Pero también les recordó que ellos habían rechazado y matado a Jesús. Este
recuerdo ha de haberles aturdido a todos los que lo oían que no tenían su corazón totalmente
endurecido.
Pero oye lo que Pedro
ahora les dice al hablar de la posibilidad del perdón. “Ahora bien, hermanos, sé que por ignorancia
lo hicisteis, como también vuestros gobernantes. Pero Dios cumplió así lo que había anunciado de antemano
por boca de todos los profetas, de que su Cristo había de padecer.” Les dijo arrepentirse y les prometió
que sus pecados les serían perdonados. Proclamó que Jesús había procurado la salvación
para la humanidad, algo que los profetas habían predicho. “Vosotros sois los hijos de los profetas y del
pacto que Dios concertó con vuestros padres, diciendo a Abraham: En
tu descendencia serán benditas todas las familias de la tierra.
Y después de levantar a su Siervo, Dios lo envió primero a vosotros, para bendeciros al convertirse
cada uno de su maldad.”
Y el Espíritu
Santo estaba presente y muchos de los que oyeron ese sermón creyeron de modo que el número de los
creyentes llegó a ser unos 5,000. Esa es la manera en que el Señor obraba con sus discípulos,
confirmando sus palabras con las señales que las acompañaban. Y todo esto, querido cristiano, también
tiene que ver contigo. Al oír y leer esto, cuando el Espíritu Santo toca tu corazón, eres
llamado a unirte con el número de todos los que a través de las edades se aferran al Señor
Jesucristo con verdadero arrepentimiento. Por la gracia de Dios tú también eres uno de sus discípulos
y un heredero de la salvación.
Porque nosotros no podemos dejar de decir lo
que hemos visto y oído. (Hechos 4:20)
Cuando Pedro y Juan estaban hablando a la gente,
como oímos ayer, llegaron algunos sacerdotes, el capitán de la guardia del templo y algunos saduceos
y los detuvieron. El motivo fue que las autoridades estaban muy molestos porque los apóstoles enseñaban
a la gente y proclamaban la resurrección de los muertos por Jesús. Como era tarde, pusieron a Pedro
y Juan en la cárcel para esperar la mañana.
Al día siguiente los gobernantes, ancianos
y maestros de la ley se reunieron en Jerusalén. Estaba allí Anas, el sumo sacerdote, al igual como
Caifás y otros miembros de la familia del sumo sacerdote. Mandaron traer a Pedro y Juan y comenzaron a interrogarlos:
“¿Con qué poder, o en qué nombre habéis hecho vosotros esto?” — Da la impresión
de que querían atribuir el milagro a la obra de Beelzebú.
Entonces Pedro, lleno
del Espíritu Santo, les dijo: -Gobernantes del pueblo y ancianos: Si hoy somos investigados acerca del bien
hecho a un hombre enfermo, de qué manera éste ha sido sanado, sea conocido a todos vosotros y a todo
el pueblo de Israel, que ha sido en el nombre de Jesucristo de Nazaret, a quien vosotros crucificasteis y a quien
Dios resucitó de entre los muertos. Por Jesús este hombre está de pie sano en vuestra presencia.
El es la piedra rechazada por vosotros los
edificadores, la cual ha llegado a ser cabeza del ángulo.
Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres, en
que podamos ser salvos.
Y viendo la valentía
de Pedro y de Juan, y teniendo en cuenta que eran hombres sin letras e indoctos, se asombraban y reconocían
que habían estado con Jesús. Pero, ya que veían de pie con ellos al hombre que había
sido sanado, no tenían nada que decir en contra. Entonces les mandaron que saliesen fuera del Sanedrín
y deliberaban entre sí, diciendo: -¿Qué hemos de hacer con estos hombres? Porque de cierto,
es evidente a todos los que habitan en Jerusalén que una señal notable ha sido hecha por medio de
ellos, y no lo podemos negar. Pero para que no se divulgue cada vez más entre el pueblo, amenacémosles
para que de aquí en adelante no hablen a ninguna persona en este nombre.
Entonces los llamaron
y les ordenaron terminantemente que no hablaran ni enseñaran en el nombre de Jesús. Pero respondiendo
Pedro y Juan, les dijeron: -Juzgad vosotros si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que a Dios. Porque
nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído. Y después de amenazarles más,
ellos les soltaron, pues por causa del pueblo no hallaban ningún modo de castigarles; porque todos glorificaban
a Dios por lo que había acontecido.
Una vez sueltos, fueron
a los suyos y les contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Cuando
ellos lo oyeron, de un solo ánimo alzaron sus voces a Dios y dijeron: "Soberano, tú eres el
que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay, y que mediante el Espíritu Santo por
boca de nuestro padre David, tu siervo, dijiste: ¿Por
qué se amotinaron las naciones y los pueblos tramaron cosas vanas?
Se levantaron
los reyes de la tierra y sus gobernantes consultaron unidos contra el Señor y contra su Ungido. Porque verdaderamente, tanto Herodes como Poncio Pilato con los gentiles
y el pueblo de Israel se reunieron en esta ciudad contra tu santo Siervo Jesús, al cual ungiste, para llevar
a cabo lo que tu mano y tu consejo habían determinado de antemano que había de ser hecho. Y ahora,
Señor, mira sus amenazas y concede a tus siervos que hablen tu palabra con toda valentía. Extiende
tu mano para que sean hechas sanidades, señales y prodigios en el nombre de tu santo Siervo Jesús."
Cuando acabaron de orar, el lugar en donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu
Santo y hablaban la palabra de Dios con valentía. (Hechos 4).
La palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo
tiene que salir libremente en todas partes, aun cuando los hombres intentan suprimirlo. A fin de cuentas, Dios,
que es la suprema autoridad, ha mandado que se predique y proclame en el mundo entero. Y si alguna autoridad terrenal
lo prohibe, los cristianos tienen que obedecer a Dios antes que a los hombres y estar dispuestos a pagar la consecuencia
al hacerlo. Es imposible que los verdaderos cristianos mantengan silencio acerca de su salvación y no den
testimonio al nombre de Jesús, el único nombre por el cual los hombres pueden ser salvos. Nunca lo
olvides, querido cristiano, y guíate con ese conocimiento durante toda tu vida.
Por lo tanto, ellos
partieron de la presencia del Sanedrín, regocijándose porque habían sido considerados dignos
de padecer afrenta por causa del Nombre. Hechos 5:41)
Los apóstoles
siguieron constantes en su propósito a pesar de las amenazas y la prohibición del concilio, y siguieron
con gozo predicando y evangelizando. Había muchas señales y milagros que acompañaban su obra.
La gente sacó a sus enfermos a las calles y los ponían en camillas para que al menos la sombra de
Pedro cayera sobre algunos de ellos cuando él pasaba por allí. Se juntaban multitudes de los pueblos
alrededor de Jerusalén también, que trajeron a los enfermos y los que estaban afligidos con espíritus
inmundos, y todos fueron sanados. El número de hombres y mujeres que creyeron en el Señor Jesús
aumentó mucho y se cumplían las palabras que el Señor habló a sus discípulos
la noche antes de morir: De cierto, de cierto os digo que el que cree en mí, él también hará
las obras que yo hago. Y mayores que éstas hará, porque yo voy al Padre” (Juan 14:12).
Como resultado, el
sumo sacerdote y todos sus socios, que eran miembros del partido de los saduceos, se pusieron celosos. Detuvieron
a los apóstoles y los pusieron en la cárcel pública. Pero durante la noche un ángel
del Señor abrió las puertas de la cárcel y los sacó. Les dijo: “Id, y de pie en el
templo, hablad al pueblo todas las palabras de esta vida.” Al amanecer, conforme a lo que se les había dicho,
entraron en el patio del templo y comenzaron a enseñar a la gente.
Mientras tanto, el sumo
sacerdote y los que estaban con él fueron y convocaron al Sanedrín con todos los ancianos de los
hijos de Israel. Luego enviaron a la cárcel para que fuesen traídos. Cuando los oficiales llegaron
y no los hallaron en la cárcel, regresaron y dieron las noticias diciendo: -Hallamos la cárcel cerrada
con toda seguridad, y a los guardias de pie a las puertas. Pero cuando abrimos, no hallamos a nadie dentro. Como
oyeron estas palabras, el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes quedaron perplejos
en cuanto a ellos y en qué vendría a parar esto. Pero vino alguien y les dio esta noticia: -He aquí
los hombres que echasteis en la cárcel están de pie en el templo, enseñando al pueblo. Entonces
fue el capitán de la guardia del templo con los oficiales; y los llevaron, pero sin violencia, porque temían
ser apedreados por el pueblo.
Cuando los trajeron,
los presentaron al Sanedrín, y el sumo sacerdote les preguntó diciendo: -¿No os mandamos estrictamente
que no enseñaseis en este nombre? ¡Y he aquí habéis llenado a Jerusalén con vuestra
doctrina y queréis echar sobre nosotros la sangre de este hombre! Pero respondiendo Pedro y los apóstoles,
dijeron: -Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús,
a quien vosotros matasteis colgándole en un madero. A éste, lo ha enaltecido Dios con su diestra
como Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Nosotros somos testigos
de estas cosas, y también el Espíritu Santo que Dios ha dado a los que le obedecen.
Los que escuchaban se
enfurecían y deseaban matarles. Entonces se levantó en el Sanedrín cierto fariseo llamado
Gamaliel, maestro de la ley, honrado por todo el pueblo, y mandó que sacasen a los hombres por un momento.
Entonces les dijo: -Hombres de Israel, cuidaos vosotros de lo que vais a hacer a estos hombres. Porque antes de
estos días se levantó Teudas, diciendo que él era alguien. A éste se unieron como cuatrocientos
hombres. Pero él fue muerto, y todos los que le seguían fueron dispersados y reducidos a la nada.
Después de éste, se levantó Judas el galileo en los días del censo, y arrastró
gente tras sí. Aquél también pereció, y todos los que le seguían fueron dispersados.
En el presente caso, os digo: Apartaos de estos hombres y dejadles ir. Porque si este consejo o esta obra es de
los hombres, será destruida. Pero si es de Dios, no podréis destruirles. ¡No sea que os encontréis
luchando contra Dios!
Fueron persuadidos por
Gamaliel. Y llamaron a los apóstoles, y después de azotarles les prohibieron hablar en el nombre
de Jesús, y los dejaron libres. Por lo tanto, ellos partieron de la presencia del Sanedrín, regocijándose
porque habían sido considerados dignos de padecer afrenta por causa del Nombre. Y todos los días,
en el templo y de casa en casa, no cesaban de enseñar y anunciar la buena nueva de que Jesús es el
Cristo. (Hechos 5)
El don más grande
que el Espíritu Santo da a los cristianos es que pueden estar gozosos en vez de amargados cuando tienen
que seguir a Cristo llevando su cruz porque sufren afrentas por confesar a Jesús y adherirse a la santa
palabra de Dios. De hecho, pueden considerar esto un honor especial que tienen el privilegio de experimentar. Satanás
mismo, quien es un espíritu orgulloso, es avergonzado por tales cristianos. Con tal fe doblamos nuestras
manos y oramos:
Oh santo ardor, consolación,
Haz que con gran gozo
y tesón
En tu servicio quedemos;
Por nada nos separemos.
Señor, infúndenos
vigor,
Quita de la carne el
sopor
Porque con valor luchemos,
Tras vida y muerte a
Ti lleguemos.
¡Aleluya, Aleluya! (Culto
Cristiano 438:3)
Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré
la corona de la vida. (Rev. 2:10)
La congregación
cristiana en Jerusalén se había hecho muy grande y ya era difícil que los apóstoles
se ocuparan en todos los aspectos de la obra. Como resultado, sufrió mucho el cuidado de los pobres. Las
viudas que habían llegado de otros países no eran tan bien conocidas como las que eran de allí,
de modo que no se les tenía en cuenta en la distribución diaria de comida. Cuando los apóstoles
supieron de estas quejas convocaron una asamblea y dijeron: “No conviene que nosotros descuidemos la palabra de
Dios para servir a las mesas. Escoged, pues, hermanos, de entre vosotros a siete hombres que sean de buen testimonio,
llenos del Espíritu y de sabiduría, a quienes pondremos sobre esta tarea. Y nosotros continuaremos
en la oración y en el ministerio de la palabra.”
Esta propuesta agradó
a toda la multitud; y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro,
a Nicanor, a Timón, a Parmenas y a Nicolás, un prosélito de Antioquía. Presentaron
a éstos delante de los apóstoles; y después de orar, les impusieron las manos. Y la palabra
de Dios crecía, y el número de los discípulos se multiplicaba en gran manera en Jerusalén;
inclusive un gran número de sacerdotes obedecía a la fe.
Esteban, lleno de gracia
y de poder, hacía grandes prodigios y milagros en el pueblo. Y se levantaron algunos de la sinagoga llamada
de los Libertos, de los cireneos y los alejandrinos, y de los de Cilicia y de Asia, discutiendo con Esteban. Y
no podían resistir la sabiduría y el espíritu con que hablaba. Entonces sobornaron a unos
hombres para que dijesen: "Le hemos oído hablar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios."
Ellos incitaron al pueblo, a los ancianos y a los escribas. Y se levantaron contra él, le arrebataron y
le llevaron al Sanedrín. Luego presentaron testigos falsos que decían: -Este hombre no deja de hablar
palabras contra este santo lugar y contra la ley. Porque le hemos oído decir que ese Jesús de Nazaret
destruirá este lugar y cambiará las costumbres que Moisés nos dejó.
Entonces, todos los que estaban sentados en el Sanedrín,
cuando fijaron los ojos en él, vieron su cara como si fuera la cara de un ángel. Entonces el sumo
sacerdote preguntó: -¿Es esto así? Luego Esteban comenzó una larga defensa en la cual
sin reservas profesó su fe en todo el Antiguo Testamento. Pero también llamó a atención
a los repetidos casos de desobediencia que los judíos habían manifestado hacia la palabra de Dios
que les fue anunciado por los profetas. Finalmente les reprendió con valentía por tal desobediencia,
diciendo: “¡Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís
siempre al Espíritu Santo. Como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron
a los que de antemano anunciaron la venida del Justo. Y ahora habéis venido a ser sus traidores y asesinos.
¡Vosotros que habéis recibido la ley por disposición de los ángeles, y no la guardasteis!”
Escuchando estas cosas,
se enfurecían en sus corazones y crujían los dientes contra él. Pero Esteban, lleno del Espíritu
Santo y puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba de pie a la diestra de
Dios. Y dijo: -¡He aquí, veo los cielos abiertos y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios!
Entonces gritaron a gran voz, se taparon los oídos y a una se precipitaron sobre él. Le echaron fuera
de la ciudad y le apedrearon. Los testigos dejaron sus vestidos a los pies de un joven que se llamaba Saulo. Y
apedreaban a Esteban, mientras él invocaba diciendo: -¡Señor Jesús, recibe mi espíritu!
Y puesto de rodillas clamó a gran voz: -¡Señor, no les tomes en cuenta este pecado! Y habiendo
dicho esto, durmió. (Hechos 6 y 7).
Esteban fue el primer
mártir de la iglesia cristiana, que selló su testimonio a la fe con su vida.
Quisiéramos hacerte
una pregunta, querido cristiano. Has oído la historia de Esteban. ¿Supones que estaba feliz en su
fe? ¿Lo amó Dios? ¿Debemos sentir lástima por él debido a la manera en que murió?
Si piensas un poco sobre el asunto, tendrás que contestar: sí, estaba feliz, y Dios lo amó,
y debe ser envidiado, más bien que objeto de lástima. La fe en Jesús da verdadera felicidad,
y aunque no todos los cristianos tienen el privilegio de morir por su Señor, puedes estar seguro que si
eres un cristiano, habrá algún grado de tribulación que experimentarás debido a tu
fe. Pero repito: la fe cristiana da la verdadera felicidad y alegría si es que vivimos o nos morimos. Cree
en el Salvador y aprecia en tu corazón las palabras de nuestro texto: “Sé fiel hasta la muerte, y
yo te daré la corona de la vida.”
Rogamos al buen Consolador
Nos conceda gracia, fe y fervor;
El nos dé su ayuda, su mano fuerte
Nos ampare en la angustia y la muerte.
Ten piedad, Señor. (Culto Cristiano 231:1)
Examinaos a vosotros
mismos para ver si estáis firmes en la fe; probaos a vosotros mismos.
(2 Corintios 13:5)
Como resultado de apedrear
precipitadamente a Esteban, cosa que cayó como sorpresa a la población en general, comenzó
una persecución de la congregación en Jerusalén. El joven Saulo, que había estado presente
cuando apedrearon a Esteban, hizo en papel importante en esta persecución. Su intención era destruir
la iglesia, de modo que iba de casa en casa y arrastró a hombres y mujeres para ponerlos en la cárcel.
Los miembros de la iglesia huyeron y fueron esparcidos por toda Judea y Samaria, y sólo los apóstoles
permanecieron en Jerusalén. Pero no hay mal que por bien no venga, y los que fueron esparcidos predicaban
la palabra en todas partes a donde iban.
Así fue que Felipe,
uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaria en donde predicó el evangelio. Muchos de
los habitantes lo oyeron y vieron las señales milagrosas que hizo, y todos prestaban mucha atención
a lo que dijo. Muchos espíritus malignos, gritando, salieron y paralíticos y desvalidos fueron sanados.
Así había mucho gozo en la ciudad, y muchos llegaron a la fe en Cristo y fueron bautizados.
Sucede que ya por mucho
tiempo cierto hombre que se llamaba Simón practicaba la hechicería en esa ciudad y tenía asombrada
a toda la gente de Samaria. Se jactaba de ser alguien grande y toda la gente, desde el más pequeño
hasta el más grande, decía: "¡Este sí que es el Poder de Dios, llamado Grande!”
Le siguieron porque por mucho tiempo les tenía asombrados con su magia. Simón también escuchó
a Felipe y vio sus milagros y cuando muchos pedían el bautismo, él también se presentó
y después de su bautismo siguió
a Felipe a todas partes.
Cuando los apóstoles
en Jerusalén oyeron que Samaria había aceptado la palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan.
Cuando llegaron, oraron por ellos para que ellos, al igual como los cristianos en Jerusalén, recibieran
poder especial y dones del Espíritu Santo.
Cuando Simón
vio que por medio de la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo,
les ofreció dinero, diciendo: -Dadme también a mí este poder, para que cualquiera a quien
yo imponga las manos reciba el Espíritu Santo. Entonces Pedro le dijo: -¡Tu dinero perezca contigo,
porque has pensado obtener por dinero el don de Dios! Tú no tienes parte ni suerte en este asunto, porque
tu corazón no es recto delante de Dios. Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad y ruega a Dios, si
quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque veo que estás destinado a hiel
de amargura y a cadenas de maldad. Entonces respondiendo Simón dijo: -Rogad vosotros por mí ante
el Señor, para que ninguna cosa de las que habéis dicho venga sobre mí. — Estas palabras de
hecho expresan temor y ansiedad, pero no hay mucha evidencia en ellas de verdadero arrepentimiento.
Cuando Pedro y Juan
habían testificado y proclamado la palabra del Señor, volvieron a Jerusalén, predicando el
evangelio en muchas aldeas de Samaria en su regreso (Hechos 8:1-25).
Querido lector, si oyes,
como has oído hoy, que ha logrado infiltrarse en una congregación cristiana algún hermano
falso e hipócrita, no te ofendas, sino más bien recuerda las parábolas de nuestro Señor
acerca de la cizaña entre el trigo y los peces inservibles entre los buenos en la red (Mateo 13). Así
serán las cosas siempre en este mundo imperfecto. Pero, por otro lado, si tal persona revela su verdadera
naturaleza, no seas indiferente, sino haz lo que hizo Pedro; repréndelo y amonéstalo por su pecado
manifiesto. Sin embargo, hay una tercera cosa que recordar en esta conexión: y se menciona ese asunto en
nuestro texto: ¡examínate para ver si estás firmes en la fe, pruébate!
Todo el que cree en
Jesús, lo ama, y todo el que lo ama busca obedecerlo. Obedécelo en todo respecto como si estuviera
presente en forma visible. ¿Sientes que no lo amas a la perfección porque todavía estás
tentado por tu naturaleza pecaminosa? ¿Te preocupa y pides en la oración fortaleza para luchar contra
ello? ¿Confías en él para guiarte a través de esta vida al hogar celestial del Padre?
¿Oyes y lees con fidelidad la palabra de Dios? ¿Oras a Jesús, y al Padre en su nombre? ¿Deseas
ser su discípulo fiel? Dale las respuestas a estas preguntas. Sí, examínate para ver si estás
firme en la fe. Estoy seguro que encontrarás deficiencias y debilidades. En este caso, pide a tu bendito
Salvador que te dé perdón y el Espíritu Santo.
Me buscaréis
y me hallaréis, porque me buscaréis con todo vuestro corazón.
(Jeremías 29:13)
Un ángel del
Señor habló a Felipe diciendo: "Levántate y ve hacia el sur por el camino que desciende
de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto." El se levantó y fue. Y he aquí un eunuco etíope,
un alto funcionario de Candace, la reina de Etiopía, quien estaba a cargo de todos sus tesoros y que había
venido a Jerusalén para adorar, regresaba sentado en su carro leyendo el profeta Isaías. El Espíritu
dijo a Felipe: "Acércate y júntate a ese carro." Y Felipe corriendo le alcanzó y
le oyó que leía el profeta Isaías. Entonces le dijo: -¿Acaso entiendes lo que lees? Y él le dijo:
-¿Pues cómo podré yo, a menos que alguien me guíe? Y rogó a Felipe que subiese
y se sentase junto a él. La porción de las Escrituras que leía era ésta:
Como
oveja, al matadero fue llevado, y como cordero mudo delante del que lo trasquila, así no abrió su
boca. En su humillación, se le negó
justicia; pero su generación, ¿quién la contará? Porque su vida es quitada de la tierra.
Respondió el eunuco a Felipe y dijo: -Te
ruego, ¿de quién dice esto el profeta? ¿Lo dice de sí mismo o de algún otro?
Entonces Felipe abrió su boca, y comenzando desde esta Escritura, le anunció el evangelio de Jesús.
Mientras iban por el camino, llegaron a donde había agua, y el eunuco dijo: -He aquí hay agua. ¿Qué
impide que yo sea bautizado? Y mandó parar el carro. Felipe y el eunuco descendieron ambos al agua, y él
le bautizó. Cuando subieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. Y el
eunuco no le vio más, pues seguía su camino gozoso. (Hechos 8:26-40)
Querido cristiano, esto también es lo que
sucedió en tu caso. El Señor te buscó y habló a tu corazón mediante su palabra
y el bautismo, para atraerte a él. Y ahora lo estarás buscando con regularidad cuando haya predicación
y al leer y estudiar su palabra. Pero hazlo especialmente cuando estás atribulado y con dudas. Búscalo
con todo tu corazón; búscalo en donde puede ser encontrado, en su palabra y en las conversaciones
con otros creyentes, y seguramente lo encontrarás. Lo encontrarás, y como el etíope estarás
feliz y otra vez tendrás la confianza necesaria para seguir tu camino a través de la vida.
Vosotros no me elegisteis a mí; más
bien, yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y para que vuestro
fruto permanezca. (Juan 15:16)
Saulo, que había estado presente cuando Esteban
fue apedreado y que era uno de los principales perseguidores en Jerusalén, seguía respirando amenazas
contra los discípulos del Señor por cierto tiempo. Tenía la intención de erradicar
esta “secta” también en otras tierras a las cuales se había extendido. Por eso fue al sumo sacerdote
y pidió una carta para las sinagogas en Damasco, con el fin de llevar preso a Jerusalén a cualquiera
que hallase del Camino, fuera hombre o mujer.
¿Quién fue este Saulo? Fue un judío
de la tribu de Benjamín que había nacido en Tarso, la capital de Cilicia en Asia Menor, un centro
de la cultura griega. Su padres han de haber sido personas de bastante importancia porque eran ciudadanos romanos.
Querían que su hijo se convirtiera en rabino del partido fariseo, y con ese motivo lo habían mandado
a Jerusalén en donde estudió con el famoso maestro de la ley, Gamaliel. Se hizo muy docto y pronto
gozó de una reputación entre los fariseos. Ya hemos mencionado que era un enemigo amargo de Jesús
y de sus seguidores.
Mientras iba de viaje,
llegando cerca de Damasco, aconteció de repente que le rodeó un resplandor de luz desde el cielo.
El cayó en tierra y oyó una voz que le decía: -Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Y él dijo: -¿Quién eres, Señor? Y él respondió: -Yo soy Jesús,
a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que te es preciso
hacer. Los hombres que iban con Saulo habían quedado de pie, enmudecidos. A la verdad, oían la voz,
pero no veían a nadie. Entonces Saulo fue levantado del suelo, y aun con los ojos abiertos no veía
nada. Así que, guiándole de la mano, le condujeron a Damasco. Por tres días estuvo sin ver,
y no comió ni bebió.
Había cierto
discípulo en Damasco llamado Ananías, y el Señor le dijo en visión:
-Ananías. El
respondió: -Heme aquí, Señor. El Señor le dijo: -Levántate, vé a la calle
que se llama La Derecha y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo de Tarso; porque he aquí él
está orando, y en una visión ha visto a un hombre llamado Ananías que entra y le pone las
manos encima para que recobre la vista. Entonces Ananías respondió: -Señor, he oído
a muchos hablar acerca de este hombre, y de cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén. Aun
aquí tiene autoridad de parte de los principales sacerdotes para tomar presos a todos los que invocan tu
nombre. Y le dijo el Señor: -Vé, porque este hombre me es un instrumento escogido para llevar mi
nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. Porque yo le mostraré cuánto le es necesario
padecer por mi nombre.
Entonces Ananías
fue y entró en la casa; le puso las manos encima y dijo: -Saulo, hermano, el Señor Jesús,
que te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recuperes la vista y seas lleno
del Espíritu Santo. De inmediato le cayó de los ojos algo como escamas, y volvió a ver. Se
levantó y fue bautizado; y habiendo comido, recuperó las fuerzas. Saulo estuvo por algunos días
con los discípulos que estaban en Damasco. Y en seguida predicaba a Jesús en las sinagogas, diciendo:
-Este es el Hijo de Dios. Todos los que le oían estaban atónitos y decían: -¿No es
éste el que asolaba en Jerusalén a los que invocaban este nombre? ¿Y no ha venido acá
para eso mismo, para llevarles presos ante los principales sacerdotes? Pero Saulo se fortalecía aun más
y confundía a los judíos que habitaban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo.
Pasados muchos días,
los judíos consultaron entre sí para matarle; pero sus asechanzas fueron conocidas por Saulo. Y guardaban
aun las puertas de la ciudad de día y de noche para matarle. Entonces sus discípulos tomaron a Saulo
de noche y le bajaron por el muro en una canasta.
Cuando fue a Jerusalén,
intentaba juntarse con los discípulos; y todos le tenían miedo, porque no creían que fuera
discípulo. Pero Bernabé le recibió y le llevó a los apóstoles. Les contó
cómo había visto al Señor en el camino, y que había hablado con él, y cómo
en Damasco había predicado con valentía en el nombre de Jesús. Así entraba y salía
con ellos en Jerusalén, predicando con valentía en el nombre del Señor. Hablaba y discutía
con los helenistas, pero ellos procuraban matarle. Luego, cuando los hermanos lo supieron, le acompañaron
hasta Cesarea y le enviaron a Tarso. (Hechos 9:1-30).
Esta es la historia
temprana del gran apóstol a los gentiles, Pablo (el hombre “pequeño”, o de poca importancia como
él solía llamarse, sin duda porque siempre estaba consciente de que había en un tiempo perseguido
la iglesia de Cristo). Y si el texto de la meditación de hoy se aplica a todos los cristianos, se aplica
tanto más a él. Lo cierto es que él no escogió al Señor, sino el Señor
le escogió a él para ir y llevar mucho fruto — fruto que permanecerá.
Nunca olvides que ninguno
de nosotros escogió al Señor. Es el Señor que escoge a sus cristianos y los hace lo que son.
Y es por esa misma razón que el cristiano, que ha recibido la gracia divina, debe ser celoso para seguir
y servir al Señor para que no haya recibido en vano esa gracia. ¡Qué el Señor misericordioso
nos ayude a todos en este esfuerzo!
Al oír
estas cosas, se calmaron y glorificaron a Dios diciendo: -¡Así que también a los gentiles Dios
ha dado arrepentimiento para vida! (Hechos 11:18)
Después de la conversión de Saulo,
la iglesia en toda Judea, Samaria y Galilea gozaba de un tiempo de paz. Fue fortalecida y animada por el Espíritu
Santo y creció en números, viviendo en el temor de Señor. Pedro y los demás apóstoles
predicaban el evangelio en sus viajes, y Pedro también hizo muchas señales y milagros. En Lida sanó
a un paralítico y en Jope restauró a la vida a una discípula que se llamaba Tabita. Esto se
hizo conocido en todo Jope y mucha gente creyó en el Señor.
En Cesarea había
un hombre que se llamaba Cornelio, que era centurión de la compañía llamada la Italiana. Era
un pagano, pero como resultado de oír la palabra de Dios en Palestina él y toda su familia se había
convertido en una familia devota y piadosa. Dio con generosidad a los que tenían necesidad y oraba a Dios
constantemente. Sin duda había oído de Jesús y de la iglesia cristiana sin haber abrazado
efectivamente la fe cristiana. Un día, como a las tres de la tarde, tuvo una visión en la cual Dios
le dio instrucciones a que enviara hombres a Jope para traer a un hombre que se llamaba Simón, que también
era conocido como Pedro. Además, se le dijo que este hombre estaría alojado en la casa de Simón,
el curtidor, que estaba por el mar. Cornelio obedeció la voz del ángel y llamó a dos de sus
siervos junto con un soldado que temía a Dios. Les contó todo lo que había pasado y les envió
a Jope.
Cerca del mediodía
del día siguiente, mientras estos hombres se acercaban a la ciudad, Pedró subió al techo para
orar. Sintió mucha hambre y deseaba comer; pero mientras preparaban la comida, le sobrevino un éxtasis.
Vio el cielo abierto y un objeto que descendía como un gran lienzo, bajado por sus cuatro extremos a la
tierra. En el lienzo había toda clase de cuadrúpedos y reptiles de la tierra y aves del cielo. Y
le vino una voz: -Levántate, Pedro; mata y come. Entonces Pedro dijo: ¡De ninguna manera, Señor!
Porque ninguna cosa común o inmunda he comido jamás. La voz volvió a él por segunda vez: -Lo que Dios ha purificado,
no lo tengas tú por común. Esto ocurrió tres veces, y de repente el objeto fue elevado al
cielo.
Mientras Pedro estaba
perplejo dentro de sí acerca de lo que pudiera ser la visión que había visto, he aquí
los hombres enviados por Cornelio, habiendo preguntado por la casa de Simón, llegaron a la puerta. Entonces
llamaron y preguntaron si un Simón que tenía por sobrenombre Pedro se hospedaba allí. Como
Pedro seguía meditando en la visión, el Espíritu le dijo: "He aquí, tres hombres
te buscan. Levántate, pues, y baja. No dudes de ir con ellos, porque yo los he enviado." Entonces Pedro
bajó para recibir a los hombres y dijo: -Heme aquí. Yo soy el que buscáis. ¿Cuál
es la causa por la que habéis venido? Cuando se lo dijeron, Pedro los invitó a alojarse allí.
Al día siguiente partió con ellos, y algunos hombres de Jope lo acompañaron.
Al día siguiente,
entraron en Cesarea. Cornelio los estaba esperando, habiendo invitado a sus parientes y a sus amigos más
íntimos. Cuando Pedro iba a entrar, Cornelio salió para recibirle, se postró a sus pies y
le adoró. Pero Pedro le levantó diciendo: -¡Levántate! Yo mismo también soy hombre.
Mientras hablaba con él, entró y halló que muchos se habían reunido. Y les dijo: Vosotros
sabéis cuán indebido le es a un hombre judío juntarse o acercarse a un extranjero, pero Dios
me ha mostrado que a ningún hombre llame común o inmundo. Por esto, al ser llamado, vine sin poner
objeciones. Así que pregunto: ¿Por qué razón mandasteis por mí? — Luego Cornelio
le explicó por qué había mandado traerlo.
En seguido Pedro predicó
a la asamblea a Jesucristo, el Señor crucificado y resucitado, y dijo que algún día volvería
para juzgar a los vivos y a los muertos, a quienes resucitaría.
Les dijo que todos los profetas habían predicho muchas
cosas acerca de Jesús y que todos los que creían en su nombre tendrían el perdón de
sus pecados. Mientras Pedro todavía hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos
los que oían la palabra. Y los creyentes de la circuncisión que habían venido con Pedro quedaron
asombrados, porque el don del Espíritu Santo fue derramado también sobre los gentiles; pues les oían
hablar en lenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro respondió: -¿Acaso puede alguno negar el agua,
para que no sean bautizados estos que han recibido el Espíritu Santo, igual que nosotros? Y les mandó
que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo.
Estos nuevos cristianos pidieron a Pedro quedarse
unos días con ellos, y él accedió. Los apóstoles y los hermanos que estaban en Judea
oyeron que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. Y cuando Pedro subió a
Jerusalén, contendían contra él los que eran de la circuncisión, diciendo: -¡Entraste
en casa de hombres incircuncisos y comiste con ellos!
Pero Pedro les contó de su visión
y cómo, cuando había objetado a Dios que no podía comer nada inmundo, el Señor le había
contestado: “Lo que Dios ha purificado no lo tengas tú por común.” Además, les informó
que Dios les había dado el Espíritu Santo, el mismo don que había dado a los creyentes judíos.
Al oír esto, ya no ponían más objeción y alabaron a Dios diciendo: “¡Así
que también a los gentiles Dios ha dado arrepentimiento para vida!” (Hechos 10)
Es claro lo que nosotros, que en la mayoría
somos descendientes de las razas paganas, debemos aprender de esta devoción. Debemos interesarnos por los
muchos paganos, algunos de los cuales se consideran cristianos y sin embargo no creen que Jesús es el Salvador
de la humanidad. Debemos apoyar la obra misionera entre los que están perdidos y nosotros mismos debemos
dar testimonio del poder salvador de Jesús. Recuerda, al que confiesa a Jesús delante de los hombres,
Jesús le confesará delante de su Padre celestial.
Porque Jehovah
conoce el camino de los justos, pero el camino de los impíos perecerá.
(Sal. 1:6)
Fue el año 44 después del nacimiento
de Cristo. Por varios años Herodes Agripa gobernaba a Palestina, gracias al favor del emperador romano.
Fue un miserable hipócrita, que fingía ser un judío muy piadoso y apoyar a los fariseos, a
la vez que llevaba una vida libertina y pagana en secreto. Para granjearse el favor de los judíos que guardaban
hostilidad contra la iglesia cristiana, detuvo a varios de sus miembros con la intención de perseguirlos.
Durante ocho años la iglesia había gozado de paz. También ordenó matar a Jacobo, el
hermano de Juan, con la espada. Parece que Jacobo había presidido la congregación cristiana en Jerusalén.
Pero tenemos que mencionar aquí que aunque las intenciones de Herodes eran malignas, las intenciones del
Señor al permitirlo eran de misericordia, porque de esta manera estaba probando y purificando su amada congregación
y conduciendo a sus discípulos y apóstoles a la bienaventuranza prometida en el cielo.
Al ver que esto había agradado a los judíos,
procedió a prender también a Pedro. Su intención era enjuiciarlo en público después
de la Pascua. Después que Pedro había sido arrestado, se le puso en la cárcel y fue encargado
a cuatro escuadras de cada soldados cada una. Así parecía imposible que Pedro pudiera escapar y parecía
segura su muerte. Sin embargo, la iglesia oraba a Dios por él con fervor.
Cuando Herodes iba a
sacarlo, aquella misma noche Pedro estaba durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas, y los guardias delante
de la puerta vigilaban la cárcel. Y he aquí se presentó un ángel del Señor,
y una luz resplandeció en la celda. Despertó a Pedro dándole un golpe en el costado y le dijo:
-¡Levántate pronto! Y las cadenas se le cayeron de las manos. Entonces le dijo el ángel: -Cíñete
y ata tus sandalias. Y así lo hizo. Luego le dijo: -Envuélvete en tu manto y sígueme. Y habiendo
salido, le seguía y no comprendía que lo que hacía el ángel era realidad. Más
bien, le parecía que veía una visión. Cuando habían pasado la primera y la segunda
guardia, llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad, la cual se les abrió por sí misma.
Cuando habían salido, avanzaron por una calle, y de repente el ángel se apartó de él.
Entonces Pedro, al volver
en sí, dijo: "Ahora entiendo realmente que el Señor ha enviado su ángel y me ha librado
de la mano de Herodes y de toda la expectación del pueblo judío." Cuando se dio cuenta de esto,
fue a la casa de María, la madre de Juan que tenía por sobrenombre Marcos, donde muchos estaban congregados
y orando. Cuando Pedro tocó a la puerta de la entrada, una muchacha llamada Rode salió para responder.
Cuando ella reconoció la voz de Pedro, de puro gozo no abrió la puerta, sino que corrió adentro
y anunció que Pedro estaba ante la puerta. Ellos le dijeron: -¡Estás loca! Pero ella insistía
en que así era. Entonces ellos decían: -¡Es su ángel!, sin duda con referencia a su
“ángel guardián”.
Mientras tanto, Pedro
persistía en tocar; y cuando abrieron, le vieron y se asombraron. Con la mano Pedro les hizo señal
de guardar silencio y les contó cómo el Señor le había sacado de la cárcel.
Luego dijo: -Haced saber esto a Jacobo y a los hermanos. Y saliendo se fue a otro lugar. El Señor todavía
tenía más trabajo para Pedro en su viña.
Cuando se hizo de día,
hubo un alboroto no pequeño entre los soldados sobre qué habría pasado con Pedro. Pero Herodes,
como le buscó y no le halló, después de interrogar a los guardias, les mandó ejecutar.
Después él y su corte fueron a Cesarea para preparar una expedición contra Tiro y Sidón.
Estas ciudades, sin embargo, se unieron en buscar una audiencia con él. Pero ellos se presentaron a él
de común acuerdo; y habiendo persuadido a Blasto, el camarero mayor del rey, pedían la paz, porque
su región era abastecida por la del rey. En un día señalado, Herodes, vestido de sus vestiduras
reales, se sentó en el tribunal y les arengaba. Y el pueblo aclamaba diciendo: "¡Voz de un dios,
y no de un hombre!" De repente le hirió un ángel del Señor, por cuanto no dio la gloria
a Dios. Y murió comido de gusanos. — En verdad, el camino de los impíos perecerá. — Pero la
palabra de Dios crecía y se multiplicaba.
Querido cristiano, es
cierto lo que dice el salmista: “Jehovah conoce el camino de los justos”. Y aunque ese camino sea estrecho y arduo,
encuentran bendiciones al viajar en él
y finalmente conduce a la felicidad celestial. El camino ancho
y al parecer placentero de los malos, sin embargo, perece y termina en los tormentos eternos del infierno.
Entonces las
naciones andarán en tu luz. (Isaías 60:3)
Entre tanto, los que habían sido esparcidos
a causa de la tribulación que sobrevino en tiempos de Esteban fueron hasta Fenicia, Chipre y Antioquía,
sin comunicar la palabra a nadie, excepto sólo a los judíos. Pero entre ellos había unos hombres
de Chipre y de Cirene, quienes entraron en Antioquía y hablaron a los griegos anunciándoles las buenas
nuevas de que Jesús es el Señor. La mano del Señor estaba con ellos, y un gran número
que creyó se convirtió al Señor.
Llegaron noticias de
estas cosas a oídos de la iglesia que estaba en Jerusalén, y enviaron a Bernabé para que fuese
hasta Antioquía. Cuando él llegó y vio la gracia de Dios, se regocijó y exhortó
a todos a que con corazón firme permaneciesen en el Señor; porque Bernabé era hombre bueno
y estaba lleno del Espíritu Santo y de fe. Y mucha gente fue agregada al Señor. Después partió
Bernabé a Tarso para buscar a Saulo, y cuando le encontró, le llevó a Antioquía. Y
sucedió que se reunieron todo un año con la iglesia y enseñaron a mucha gente. Y los discípulos
fueron llamados cristianos por primera vez en Antioquía.
En aquellos días
descendieron unos profetas de Jerusalén a Antioquía. Y se levantó uno de ellos, que se llamaba
Agabo, y dio a entender por el Espíritu que iba a ocurrir una gran hambre en toda la tierra habitada. (Esto
sucedió en tiempos de Claudio.) Entonces los discípulos, cada uno conforme a lo que tenía,
determinaron enviar una ofrenda para ministrar a los hermanos que habitaban en Judea. Y lo hicieron, enviándolo
a los ancianos por mano de Bernabé y de Saulo. Bernabé y Saulo volvieron de Jerusalén, una
vez cumplido su encargo, tomando también consigo a Juan que tenía por sobrenombre Marcos.
Un día, mientras
ellos ministraban al Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: "Apartadme a Bernabé y
a Saulo para la obra a la que los he llamado." Esta tarea en particular era llevar el evangelio a los gentiles
que en el Antiguo Testamento se llamaban “las naciones” en contraste con la nación escogida de los judíos
(Hechos 9:15). Entonces, habiendo ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron. También tenían
a Juan como ayudante. Descendieron a Secleucia y de allí navegaron a Chipre. De Pafos en Chipre navegaron
a Perga en Panfilia, que está en Asia Menor. Allí les abandonó Juan Marcos para volver a Jerusalén.
Luego siguieron su camino a otra Antioquía, que está en Pisidia; luego pasaron a Iconio, en donde
permanecían por cierto tiempo. Después de eso estaban en las ciudad de Listra y Derbe en Licaonia.
Experimentaron mucho
gozo, pero también mucha tristeza por la hostilidad de los judíos que resentían que ellos
predicaran a Cristo a los gentiles, es decir a las naciones o los que no eran judíos. Fue en Listra que
la hostilidad llegó a su cumbre. Entonces de Antioquía y de Iconio vinieron unos judíos, y
habiendo persuadido a la multitud, apedrearon a Pablo y le arrastraron fuera de la ciudad, suponiendo que estaba
muerto. Pero los discípulos le rodearon, y él se levantó y entró en la ciudad. Al día
siguiente partió con Bernabé para Derbe. Después de anunciar el evangelio y de hacer muchos
discípulos en aquella ciudad, volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, fortaleciendo el ánimo
de los discípulos y exhortándoles a perseverar fieles en la fe. Les dijeron que tenían que
estar listos a sufrir por su fe en un mundo hostil, diciendo: “Es preciso que a través de muchas tribulaciones
entremos en el reino de Dios.” Y después de haber constituido ancianos para ellos en cada iglesia y de haber
orado con ayunos, los encomendaron al Señor en quien habían creído. Así pasaron dos
años antes de volver a la congregación en Antioquía en Siria, la cual les había comisionado.
Este fue el primer viaje misionero de Pablo, del cual se encuentran muchos detalles en los capítulos 13
y 14 de Hechos.
Querido cristiano, ten
compasión de los que aún no han oído el mensaje evangélico de la salvación.
Sepas que el Espíritu Santo no quiere que tú tampoco te avergüences de tu fe en Jesús,
sino más bien quiere que la confieses en palabra y obra cuando la ocasión se te presente. ¿Cuál
es el mensaje de Padre para todos los cristianos? En su primera epístola, en el capítulo 2, escribe:
“Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido, para que anunciéis
las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable.” Y si no puedes salir a predicar,
entonces envía mensajeros en tu nombre y sosténlos con tus oraciones y tus donativos. El Señor
ha prometido que a pesar de la hostilidad del mundo, tal predicación no será en vano. Lo ha dicho
ya en el tiempo del Antiguo Testamento y lo demuestra una y otra vez desde entonces: “Entonces las naciones andarán
en tu luz.”
Más
bien, nosotros creemos que somos salvos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos.
(Hechos 15:11)
Es probable que fue
en el año 50 d. C cuando Pablo y Bernabé volvieron de su viaje misionero que había durado
dos años. Ya habían pasado cierto tiempo en Antioquía, ocupados como siempre en el trabajo
del reino. La congregación, que se componía en su mayoría de los que habían sido gentiles,
florecía. Pero luego Satanás creó la confusión en medio de ellos.
Algunos hombre de
la congregación de Jerusalén, una congregación que gozaba de prestigio, llegaron por su cuenta
a Antioquía y comenzaban a enseñar a los hermanos: “Si no os circuncidáis de acuerdo con el
rito de Moisés, no podéis ser salvos.” En otras palabras, primero tienen que hacerse judíos
con el acto de la circuncisión antes de poder llegar a ser cristianos. Pero aun después, tienen que
observar todas las leyes de Moisés y las costumbres judías si quieren ser salvos. Hasta ahora no
se les ha enseñado lo correcto. Esto resume su enseñanza.
Pueden imaginar la
confusión y consternación que esto causó en la congregación en Antioquía. Pablo
y Bernabé su opusieron a estos falsos maestros en discusiones y debates acrimoniosos, pero que no lograron
su objetivo. Finalmente la congregación acordó enviar a Pablo y Bernabé, junto con algunos
otros creyentes, a Jerusalén para exponer esta cuestión a los apóstoles y ancianos que estaban
allí. La iglesia les encaminaba y al viajar por Fenicia y Samaria, informaron de la conversión de
los gentiles. Las noticias alegraban a todos los hermanos. Al llegar a Jerusalén, la iglesia y los apóstoles
y ancianos les dieron la bienvenida, y aquéllos informaron a éstos todo lo que Dios había
hecho por medio de ellos.
Luego los apóstoles
y ancianos se reunieron con ellos para considerar el asunto que preocupaba a la congregación de Antioquía.
Después de mucha discusión, Pedro se levantó y les habló porque algunos de la congregación
de Jerusalén que antes habían sido fariseos insistían que cuando se convirtieran los gentiles
tenían que ser circuncidados y obligados a guardar las leyes de Moisés. Después de una larga
discusión, Pedro les recordó que Dios mismo ya había decidido el asunto. Se refirió
a la conversión de Cornelio, el centurión gentil, en cual ocasión Dios, primero mediante una
visión, y luego derramando el don del Espíritu Santo, demostró que los gentiles creyentes
eran aceptables a él, sin que primero tuvieran que hacerse judíos mediante la circuncisión.
Luego rechazó sin más esta idea equivocada, diciendo: “Ahora pues, ¿por qué ponéis
a prueba a Dios, colocando sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros
hemos podido llevar? Más bien, nosotros creemos que somos salvos por la gracia del Señor Jesús,
del mismo modo que ellos.” Toda la asamblea luego guardó silencio al escuchar a Pablo y Bernabé contar
las señales y maravillas que Dios había hecho entre los gentiles a través de ellos.
Cuando habían
terminado, Jacobo se puso a hablar. Gozaba de gran respeto en el grupo y era el líder. Dio firme apoyo a
la posición de Pedro y demostró de las Escrituras que Dios, mediante los profetas, había predicho
que reuniría de entre los gentiles a creyentes en él, algo que ya estaba sucediendo. También
dijo que no se debería poner obstáculos a los gentiles que se convertían a Dios y que solamente
deberían abstenerse de la impureza sexual que era tan común entre los gentiles, y que en consideración
de los sentimientos de los cristianos judíos, también deberían evitar comer carne de animales
que habían sido estrangulados y sangre.
El discurso y la opinión
de Jacobo recibió aprobación general. Así los apóstoles escribieron una carta consoladora
y animadora a la congregación de Antioquía para informarla de la decisión a que se había
llegado. Judas, con el sobrenombre de Barsabás, y Silas, dos hombres importantes de la congregación,
fueron escogidos para acompañar a Pablo y Bernabé en el regreso a Antioquía para entregar
la carta.
Cuando llegaron, la
congregación se reunió y la carta fue entregada. La gente la leyó y se regocijó por
su mensaje animador. Judas y Silas, que eran profetas, dijeron mucho para fortalecer a los hermanos. A Silas le
gustó tanto en Antioquía que no regresó a Jerusalén con Judas. La palabra del Señor
prosperó y produjo mucho fruto en Antioquía.
Querido cristiano,
no permitas que nadie trate de convencerte que te salvas de ninguna otra manera sino por la gracia de nuestro Señor
Jesús. Y si alguien está dispuesto a conceder esto, pero luego agrega que también hay esto
o aquello que tienes que hacer, no importa quién sea, no le escuches. Resístelo, y rechaza públicamente
su enseñanza.
¿Qué
más, además del mérito de Cristo, que él ganó para el hombre en la cruz, podría
ser necesario para la salvación? ¿Las obras de la ley, nuestro guardar la ley de Dios? Todo el que
ha tratado aun por el tiempo más breve de guardar los diez mandamientos tal como están explicados
en el catecismo sabe que lejos de ganar mérito de esta manera, solamente aumenta nuestra deuda delante del
Dios santo. De hecho, fue para redimirnos de la maldición de la ley que Cristo se hizo hombre. Da gracias
a Dios por el mensaje y la fe de que es por la gracia de nuestro Señor Jesucristo quien ganó el favor
de su Padre para la humanidad perdida guardando la ley perfectamente en nuestro lugar y luego ofreciendo esa vida
santa en pago por el pecado del hombre que somos salvos. Y ahora que tenemos esta gracia es la meta de todo cristiano
con gratitud amar y servir al prójimo, porque sabemos que ésta es la voluntad de Dios. Pero aún
para esto tenemos que orar por la ayuda del Espíritu Santo.
Señores,
¿qué debo hacer para ser salvo? (Hechos 16:30)
Pronto después de volver a Antioquía,
Pablo salió para su segundo viaje misionero. Esta vez sus compañeros eran Silas, Lucas, el autor
de Hechos, y Timoteo, un joven miembro talentoso y fiel de la congregación en Listra. Pablo tenía
la intención de visitar las congregaciones que había fundado en Asia Menor y usar éstas como
una base para más trabajo allí. Pero el Señor Dios tenía otros planes. En la ciudad
de Troas en Misia Pablo recibió una visión en la noche, en que vio a un hombre de Macedonia que le
rogaba pasar allí. Pablo concluyó que Dios le estaba llamando a ese lugar. Así es que embarcaron
en una nave que iba a Europa a la puerta de Neápolis, y de allí viajaron a Filipos, la capital de
Macedonia.
Y el día sábado Pablo y sus compañeros
salieron fuera de la puerta de la ciudad, junto al río, donde pensaban que habría un lugar de oración
ya que los judíos que estaban fuera de Palestina acostumbraban reunirse en tales sitios. Se sentaron allí
y hablaron a las mujeres que se habían reunido. Entonces escuchaba cierta mujer llamada Lidia, cuyo corazón
abrió el Señor para que estuviese atenta a lo que Pablo decía. Era vendedora de púrpura
de la ciudad de Tiatira, y temerosa de Dios. Como ella y su familia fueron bautizadas, les rogó diciendo:
"Ya que habéis juzgado que soy fiel al Señor, entrad en mi casa y quedaos." Y los obligó
a hacerlo.
Aconteció que,
mientras iban otra vez al lugar de oración, les salió al encuentro una joven esclava que tenía
espíritu de adivinación, la cual producía gran ganancia a sus amos, adivinando. Esta, siguiendo
a los misioneros, gritaba diciendo: -¡Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian
el camino de salvación! Hacía esto por muchos días. Y Pablo, ya fastidiado, se dio vuelta
y dijo al espíritu: -¡Te mando en el nombre de Jesucristo que salgas de ella! Y salió en el
mismo momento.
Pero cuando sus amos
vieron que se les había esfumado su esperanza de ganancia, prendieron a Pablo y a Silas y los arrastraron
a la plaza, ante las autoridades. Al presentarlos ante los magistrados, dijeron: -¡Estos hombres, siendo
judíos, alborotan nuestra ciudad! ¡Predican costumbres que no nos es lícito recibir ni practicar,
pues somos romanos! — Filipos fue una colonia de veteranos del ejército romano — Y los magistrados les despojaron
de sus ropas con violencia y mandaron azotarles con varas. Después de golpearles con muchos azotes, los
echaron en la cárcel y ordenaron al carcelero que los guardara con mucha seguridad. Cuando éste recibió
semejante orden, los metió en el calabozo de más adentro y sujetó sus pies en el cepo.
Como a la medianoche,
Pablo y Silas estaban orando y cantando himnos a Dios, y los presos les escuchaban. Entonces, de repente sobrevino
un fuerte terremoto, de manera que los cimientos de la cárcel fueron sacudidos. Al instante, todas las puertas
se abrieron, y las cadenas de todos se soltaron. Cuando el carcelero despertó y vio abiertas las puertas
de la cárcel, sacó su espada y estaba a punto de matarse, porque pensaba que los presos se habían
escapado. Pero Pablo gritó a gran voz, diciendo: -¡No te hagas ningún mal, pues todos estamos
aquí!
Entonces él pidió
luz y se lanzó adentro, y se postró temblando ante Pablo y Silas. Sacándolos afuera, les dijo:
-Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? El sabía que habían estado predicando
el camino de la salvación. Le sobrevino gran temor porque les había puesto en el cepo, y como él
estaba responsable por los prisioneros estaba a punto de suicidarse en desesperación. Pero la voz de estos
mensajeros de Dios le detuvo de esa obra de desesperación. Y porque ya quedaba convencido de que estos dos
prisioneros realmente eran hombres de Dios, ahora se encontraba a sus pies, rogándoles a que le contaran
su mensaje.
Su respuesta fue breve
y llegaba al grano. “Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa.” Y le hablaron
la palabra del Señor a él, y a todos los que estaban en su casa. En aquella hora de la noche, los
tomó consigo y les lavó las heridas de los azotes. Y él fue bautizado en seguida, con todos
los suyos. Les hizo entrar en su casa, les puso la mesa y se regocijó de que con toda su casa había
creído en Dios.
Cuando se hizo de día,
los magistrados enviaron a los oficiales a decirle: -Suelta a esos hombres. El carcelero comunicó a Pablo
estas palabras: -Los magistrados han enviado orden de que seáis puestos en libertad; ahora, pues, salid
e id en paz. Pero Pablo les dijo: -Después de azotarnos públicamente sin ser condenados, siendo nosotros
ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel; y ahora, ¿nos echan fuera a escondidas? ¡Pues
no! ¡Que vengan ellos mismos a sacarnos! Los oficiales informaron de estas palabras a los magistrados, quienes
tuvieron miedo al oír que eran romanos. Y fueron a ellos y les pidieron disculpas. Después de sacarlos,
les rogaron que se fueran de la ciudad. Entonces, después de salir de la cárcel, entraron en casa
de Lidia; y habiendo visto a los hermanos, les exhortaron y luego partieron. (Hechos 16).
Dios conceda que en
todas partes donde se predica la palabra de Dios se haga la pregunta: “¿qué debo hacer para ser salvo?”
Recuerda, es el Señor que tiene que levantar a los hombres de su sueño torpe y pecaminoso de la indiferencia.
Tú, querido cristiano, has llegado a la fe por la gracia de Dios. Sé alerto y vigilante en todo tiempo
y mantén tus ojos fijos en tu Señor Jesús quien te habla en su santa palabra.
Estos eran más
nobles que los de Tesalónica, pues recibieron la palabra ávidamente, escudriñando cada día
las Escrituras para verificar si estas cosas eran así.
(Hechos 17:11)
Desde Filipos los dos discípulos, Pablo y
Silas, a quienes conoceremos algún día en el cielo, viajaron a Tesalónica y allí establecieron
una congregación que constaba principalmente de griegos. Sin embargo, después de estar activos por
poco tiempo, tuvieron que salir a causa de la persecución que sufrían a manos de los judíos.
Fueron a Berea y en la sinagoga demostraron del Antiguo Testamento que el Cristo o el Mesías tenía
que sufrir, morir y resucitarse, y que Jesús era ese Cristo y el Salvador de este mundo. Los judíos
en Berea tenían un carácter mucho más noble que los de Tesalónica,
pues recibieron la palabra ávidamente, escudriñando
cada día las Escrituras para verificar si estas cosas eran así. En consecuencia, creyeron muchos
de ellos; y también de las mujeres griegas distinguidas y de los hombres, no pocos.
Parece que los apóstoles permanecieron en
Berea algún tiempo. Pero cuando supieron los judíos de Tesalónica que la palabra de Dios era
anunciada por Pablo también en Berea, fueron allá para incitar y perturbar a las multitudes. Entonces
los hermanos hicieron salir inmediatamente a Pablo para que se fuese hasta el mar, mientras Silas y Timoteo se
quedaron allí. Los que conducían a Pablo le llevaron hasta Atenas; y después de recibir órdenes
para Silas y Timoteo de que fuesen a reunirse con él lo más pronto posible, partieron de regreso.
(Hechos 17:1-15).
Querido cristiano, sean los judíos nobles
de Berea un ejemplo para ti en todo tiempo. Cuando se predica la palabra de Dios, recíbela con ánimo.
A fin de cuentas, eres el querido hijo de Dios que ha sido redimido por la sangre de Cristo. Así, cuando
habla tu Padre celestial, como lo hace en su palabra que se predica y se ha escrito, debes en verdad estar ansioso
por oír lo que tiene que decirte. Cuando hay un culto de predicación, debes estar allí escuchando.
Y cuando Dios habla, no pongas toda clase de objeciones a lo que dice, sino cree con una fe sencilla. Así
se fortalecerá tu fe y producirá fruto. Así tendrás una guía segura en tu viaje
a través de la vida a tu hogar celestial, porque recuerda, ese viaje está lleno de muchas tentaciones
peligrosas en esta tierra pecaminosa. Pero con la espada del Espíritu como arma y en el nombre del Señor
podrás llegar bien al fin de la lucha. Así que, recibe con ánimo la palabra.
¡Pero no de manera ciega! No recibas a ciegas
cada palabra que se te predica como la palabra de Dios. Tal vez sea adulterada. Abundan las doctrinas falsas y
engañosas en este mundo. Por supuesto, no quieres la comida adulterada o mercancías fraudulentas.
Así que debes examinar con cuidado todo lo que se te presente como si fuera la palabra de Dios. Haz lo que
hicieron los de Berea: estudia todos los días la palabra de Dios para que estés capacitado para evaluar
lo que oyes. ¿No dice Dios: "Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus,
si son de Dios. Porque muchos falsos profetas han salido al mundo" (1 Juan 4:1)? Y esto se aplica a ti aun
cuando tienes toda la confianza de que tu pastor es fiel a la palabra de Dios o que el libro que lees es ortodoxo.
Toda predicación y enseñanza, toda publicación, tiene que ser evaluada según la norma
de la Sagrada Escritura, que es el único manantial de donde sale el agua de la vida. Tu fe no debe depender
de la reputación de ningún hombre, ni de tu propia confianza de que su predicación está
conforme a la palabra de Dios, sino solamente de Dios y la palabra de Dios. Así que, por esta razón,
¡lee y estudia diariamente la Biblia!
¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde el escriba? ¿Dónde el disputador de esta edad presente?
¿No es cierto que Dios ha transformado en locura la sabiduría de este mundo?
(1 Corintios 1:20)
Atenas, el lugar en donde Pablo esperaba a Silas
y Timoteo, era el centro cultural de ese tiempo. Florecían allí el arte, la literatura y la filosofía.
Pero consternaba mucho a Pablo ver que la ciudad estaba llena de ídolos -- una evidencia de que la sabiduría
de este mundo no aprovecha en los asuntos espirituales, sino en realidad termina en una terrible necedad.
Pablo acudió a la sinagoga en donde razonaba
con los judíos y los griegos que temían a Dios, indicando que en Jesús se habían cumplido
todas las profecías del Antiguo Testamento acerca del Mesías. También predicaba todos los
días en el mercado a los que se encontraban allí. Esto llamaba la atención de algunos filósofos
que comenzaban a disputar con él. Pronto decían: ¿Qué querrá decir este palabrero?
Otros decían: -Parece ser predicador de divinidades extranjeras. Decían esto porque Pablo les anunciaba
las buenas nuevas de Jesús y la resurrección.
A pesar del desprecio ignorante y desesperado con
que escuchaban su predicación, pensaban que podían divertirse a expensas de él en un lugar
más tranquilo. Es conocido que
todos los atenienses y los forasteros que vivían allí
no pasaban el tiempo en otra cosa que en decir o en oír la última novedad. Así es que lo
llevaron a una reunión en el Areópago, un lugar abierto
en donde se juzgaban los asuntos que trataban de la moral y la religión. Una vez que habían llegado
allí, se le dijeron: ¿Podemos saber qué es esta nueva doctrina de la cual hablas? Pues traes
a nuestros oídos algunas cosas extrañas; por tanto, queremos saber qué significa esto."
Entonces Pablo se puso de pie en medio del Areópago
y dijo: -Hombres de Atenas: Observo que sois de lo más religiosos en todas las cosas. Pues, mientras pasaba
y miraba vuestros monumentos sagrados, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción:
AL DIOS NO CONOCIDO. A aquel, pues, que vosotros honráis sin conocerle, a éste yo os anuncio. Luego
criticaba su idolatría y dijo: Este es el Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él.
Y como es Señor del cielo y de la tierra, él no habita en templos hechos de manos, ni es servido
por manos humanas como si necesitase algo, porque él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas.
Les indicaba que las evidencias del gobierno de Dios en la naturaleza y en las vidas de los individuos y las naciones
deben motivar a los hombres a buscarlo. A la verdad, él no está lejos de ninguno de nosotros; porque
"en él vivimos, nos movemos y somos". Como también han dicho algunos de vuestros poetas:
"Porque también somos linaje de él."
»Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la
Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte e imaginación de hombres. En conclusión
dijo: Por eso, aunque antes Dios pasó por alto los tiempos de la ignorancia, en este tiempo manda a todos
los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el que ha de
juzgar al mundo con justicia por medio del Hombre a quien ha designado, dando fe de ello a todos, al resucitarle
de entre los muertos.
Cuando le oyeron mencionar la resurrección
de los muertos, unos se burlaban, pero otros decían: -Te oiremos acerca de esto en otra ocasión.
Así fue que Pablo salió de en medio de ellos, pero algunos hombres se juntaron con él y creyeron.
Entre ellos estaba Dionisio, quien era miembro del Areópago, y una mujer llamada Dámaris, y otros
con ellos. (Hechos 17).
Pablo no tuvo mucho éxito en la afamada ciudad
de Atenas y los filósofos seguían con su necedad, porque se consideraban sabios. Hasta el día
de hoy, el evangelio de Cristo no puede esperar una recepción mucho mejor con los sabios de este mundo.
¿Te preguntas a qué se debe esto? Es cierto, no se debe despreciar la sabiduría, el arte y
la cultura porque de hecho son frutos nobles de la razón humana. Pero por otro lado, la razón humana
es tan corrompida por el pecado que no sólo es insensible al evangelio de Cristo, sino de hecho lo tiene
hostilidad. A menos que la razón humana sea cautivada por el Espíritu de Dios bajo la obediencia
a Cristo, el evangelio es una necedad y una ofensa a la razón humana. Entre más grandes los progresos
de la razón humana, más se enorgullece y se hace altiva, y más menosprecia el evangelio de
Cristo. Y el orgullo hace a los hombres ciegos a la verdad. Es por esta razón que no muchos de los sabios
de este mundo aceptan el evangelio.
No seas engañado por la sabiduría
del mundo y el prestigio de que goza, para que no participes en la necedad del mundo. Que Cristo y su palabra sean
tu sabiduría.
La Semana de Rogate
"No temas, sino habla y no calles; porque
yo estoy contigo, y nadie pondrá la mano sobre ti para hacerte mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta
ciudad." (Hechos 18:9,10)
Pablo viajó de Atenas a Corinto, una ciudad
griega que era un centro comercial y cultural grande y floreciente, pero a la vez un verdadero Sodoma, tanto que
la expresión "la vida corintia" llegó a ser un eufemismo por una vida disoluta. Aquí
Pablo fue bien recibido en la casa de una pareja judía que recién se había llegado de Roma.
Aquila, el esposo, tenía el oficio de hacer tiendas y el nombre de su esposa era Priscila. Pablo, que como
todo joven judío de su tiempo aparte de sus estudios formales había aprendido un oficio en su juventud,
también hacía tiendas. Esto permitía que trabajara con Aquila para así sostener a él
mismo y a sus colaboradores, Silas y Timoteo, que se habían reunido con él en Corinto.
Pablo celosamente predicó en la sinagoga
allí y ganó a muchos judíos para el Señor Jesús, entre ellos a Crispo, que presidía
la sinagoga. También aceptaron la fe muchos griegos. Pero cuando los judíos hostiles se opusieron
a Pablo y se hicieron abusivos, Pablo sacudió sus vestiduras en protesta y les dijo: ¡Vuestra sangre
sea sobre vuestra cabeza! ¡Yo soy limpio! De aquí en adelante iré a los gentiles. Se trasladó
de allí y entró en la casa de un hombre llamado Tito Justo, quien era temeroso de Dios, y cuya casa
estaba junto a la sinagoga. La congregación creció con rapidez y el Señor fortaleció
a su apóstol una noche en una visión al decir: "No temas, sino habla y no calles; porque yo
estoy contigo, y nadie pondrá la mano sobre ti para hacerte mal; porque yo tengo mucho pueblo en esta ciudad."
Así Pablo se quedó allí por un año y seis meses, enseñándoles la palabra
de Dios.
Pablo pronto reconocería lo acertado de las
palabras que se le habían hablado en la visión. Los judíos que eran hostiles al evangelio
se unieron para atacarlo y presentaron cargas en su contra ante Galión, el procónsul romano, diciendo:
-¡Este persuade a los hombres a honrar a Dios contra la ley! Pero Galión les rechazó diciendo
a los judíos:
-Si se tratara de algún agravio o de un crimen
enorme, oh judíos, conforme al derecho yo os toleraría. Pero ya que se trata de cuestiones de palabras,
de nombres y de vuestra ley, vedlo vosotros mismos. Yo no quiero ser juez de estas cosas. Y los expulsó
del tribunal. La actitud de Galión es un ejemplo para todos los tiempos de cómo las autoridades seculares
deben actuar en las disputaciones religiosas.
Hubo abundantes bendiciones en el año y medio
en que Pablo estaba en Corinto y durante este tiempo escribió sus dos Cartas a los Tesalonicenses que también
están en el Nuevo Testamento. Pero luego volvió a Antioquía, una ciudad que amaba tanto, viajando
por vía de Efeso a Jerusalén acompañado por Bernabé y Tito para celebrar allí
el Pentecostés. Pero en vez de alcanzar el descanso que esperaba, descubrió que hermanos falsos habían
estado atacando su persona y su actividad entre los gentiles. En el fondo de estos ataques todavía estaba
el antiguo asunto que discutimos anteriormente en la devoción para el miércoles después del
domingo de Cantate. Tuvo que responder a estos ataques ante los demás apóstoles y defendió
con valentía su autoridad apostólica. Los apóstoles lo reconocieron incondicionalmente y Jacobo,
Juan y Pedro le ofrecieron públicamente la mano derecha del compañerismo.
De Jerusalén Pablo volvió a Antioquía.
Era el año 54. Pedro también llegó allí y llegó a ser motivo de una tristeza
inesperada para Pablo. Al principio Pedro no vacilaba en asociarse con los cristianos gentiles y comer con ellos.
Pero cuando unos cuantos cristianos judíos llegaron allí de Jerusalén que todavía tenían
ideas equivocadas acerca de eso, Pedro desistió de todo contacto con los cristianos gentiles. Aun Bernabé
y los demás cristianos judíos en Antioquía ahora siguieron el ejemplo de Pedro. Como puedes
imaginar, resultaba una gran confusión en la congregación. Pero Pablo se opuso en público
a Pedro y le reprendió con severidad porque permitía que el temor de los hombres le influenciara
para actuar contrario a lo que era su verdadera convicción y conocimiento. Puesto que Pedro era un hijo
de Dios y era consciente de su oficio apostólico, aceptó de buena voluntad la reprensión que
había merecido. Tal vez debemos mencionar también que fue en Corinto que Apolos, un hombre de mucho
talento, continuaba fielmente con el trabajo que Pablo había comenzado allí (Hechos 18; Gálatas
2:11-21).
Han visto cuánto Pablo, el fiel testigo de
Jesucristo, tuvo que sufrir por su testimonio a manos de los paganos, los judíos y los falsos hermanos,
y aun debido a la debilidad de verdaderos cristianos y hombres honestos de Dios. Pero también han visto
que, fiel a su promesa, el Señor estaba con él, y lo rescató en medio de todos los problemas
y bendijo en abundancia su testimonio.
Querido cristiano, sea cual fuera tu posición en la vida, también debes ser un fiel testigo de Jesucristo y su palabra revelada conforme a tu habilidad. No seas renuente de hablar y no guardes silencio. Pero al hacerlo, ten cuidado de buscar el honor del Señor y no la tuya propia. Pero también estés preparado para enfrentar tribulación, sufrimiento e ignominia de parte de un mundo que es hostil, de falsos hermanos, y aun de cristianos que son débiles y errados. Pero no temas, porque el Señor estará contigo, y bendecirá tu testimonio.
¡Grande es
Diana de los efesios! (Hechos 19:34)
Esta vez Pablo no
se quedo mucho tiempo en la ciudad de Antioquía que tanto quería. El amor de Cristo lo motivó
a volver al campo misionero. Con la compañía de Lucas, Tito y Timoteo emprendió su tercer
viaje misionero. Viajaron por Galacia y Frigia, fortaleciendo la fe de los discípulos que vivían
en esos lugares. Luego llegaron a la ciudad famosa de Efeso, en donde Pablo predicó por tres meses en la
sinagoga sin molestia ni obstáculo. Pero después de un tiempo, judíos que guardaban hostilidad
hacia el mensaje del evangelio también comenzaban a causar problemas y Pablo abandonó la sinagoga
para entrar en el salón del filósofo griego Tirano. Pablo enseñaba y predicaba allí
por dos años y el Señor confirmó su predicación con muchas señales y milagros
de modo que no sólo en Efeso, sino en toda la provincia romana de Asia, muchos judíos y griegos oyeron
la palabra del Señor, con el resultado de que se formaron muchas congregaciones cristianas.
Durante su permanencia
en Efeso, Pablo no olvidó las congregaciones que había fundado antes en otras partes. Envió
cartas a los gálatas y los corintios, en donde los judaizantes estaban fomentando problemas. En estas cartas
refutó lo que ellos alegaban, demostrando que era contrario a la voluntad de Dios. Cuando se estaba preparando
para salir de Efeso para volver a Macedonia y Acaya, la congregación cristiana sufrió un conflicto
no esperado.
Un platero con el nombre
de Demetrio, que había establecido un negocio muy rentable haciendo pequeñas imágenes del
santuario de la diosa Artemis, que los romanos llamaban Diana, convocó a los de oficios semejantes y les
dijo: -Hombres, sabéis que nuestra prosperidad proviene de este oficio; y veis y oís que no solamente
en Efeso, sino también en casi toda Asia, este Pablo ha persuadido y apartado a mucha gente, diciendo que
no son dioses los que se hacen con las manos. No solamente hay el peligro de que este negocio nuestro caiga en
descrédito, sino también que el templo de la gran diosa Diana sea estimado en nada, y que pronto
sea despojada de su majestad aquella a quien adoran toda el Asia y el mundo.
Al oír estas
palabras se llenaron de ira y gritaron diciendo: -¡Grande es Diana de los efesios! Y la ciudad se llenó
de confusión. Se lanzaron unánimes al teatro, arrebatando a Gayo y a Aristarco, macedonios y compañeros
de Pablo. Aunque Pablo quería salir a la multitud, los discípulos no se lo permitieron. También
algunas de las autoridades de Asia, que eran sus amigos, enviaron a él y le rogaron que no se presentara
en el teatro.
Unos gritaban una cosa,
y otros otra cosa; porque la concurrencia estaba confusa, y la mayor parte ni sabía por qué se había
reunido. Entonces
algunos de entre la multitud dieron instrucciones a Alejandro, a quien los judíos habían empujado
hacia adelante. Y Alejandro, pidiendo silencio con la mano, quería hacer una defensa ante el pueblo. Pero
reconociendo que era judío, todos volvieron a gritar a una sola voz, por casi dos horas: ¡Grande es
Diana de los efesios! Por fin, cuando el magistrado había apaciguado la multitud, dijo: -Hombres
de Efeso, ¿qué hombre hay que no sepa que la ciudad de Efeso es guardiana del templo de la majestuosa
Diana y de su imagen caída del cielo? Ya que esto no puede ser contradicho, conviene que os apacigüéis
y que no hagáis nada precipitado. Pues habéis traído a estos hombres que ni han cometido sacrilegio
ni han blasfemado a nuestra diosa. Por tanto, si Demetrio y los artesanos que están con él tienen
pleito contra alguien, se conceden audiencias y hay procónsules. ¡Que se acusen los unos a los otros!
Y si buscáis alguna otra cosa, será deliberado en legítima asamblea. Pero hay peligro de que
seamos acusados de sedición por esto de hoy, sin que tengamos ninguna causa por la cual podamos dar razón
de este tumulto. Y habiendo dicho esto, disolvió la concurrencia. (Hechos 19). Y Pablo emprendió
el viaje a Europa que había proyectado.
Querido cristiano, todo
el que no es regenerado, es decir, nacido de nuevo por el poder del Espíritu Santo y entregado al evangelio,
tiene uno o más ídolos queridos. El principal de éstos es su propio corazón pervertido.
Otros ídolos menores son las lascivias y deseos de ese corazón, tales como los deseos de la ganancia
temporal, la vida fácil, honor delante de los hombres, los talentos y todas las cosas semejantes. Tal idolatría
penetra el mundo entero. Cuando Cristo y su palabra confrontan al individuo, su intención es destronar tanto
al ídolo principal y a todos los menores, para que él y su palabra puedan reinar en el corazón
humano. Primero tiene que convencer el corazón de que tal idolatría es pecado, cosa que golpea el
ego humano. Emplea su palabra para poner al manifiesto la necedad de la sabiduría humana, hasta que la persona
se convenza de que la fama y la riqueza, y cualquier otra cosa en que se ha puesto el corazón son engaños
vanos, basura, en comparación con la supereminente grandeza de conocer a Jesucristo y la justicia y los
dones eternos que él da a sus creyentes. Jesús quiere producir este cambio de corazón en los
hombres.
¿Y qué
sucede cuando este cambio se ha efectuado en la persona? Se enojan los incrédulos. Atacan a la persona para
defender a sus ídolos, y como no pueden atacar físicamente a Cristo mismo, lo blasfeman y atacan
a los que le siguen y su palabra. Y es fácil que alboroten a los demás; muchos subirán al
tren sin saber ni qué hacen, arrastrados por la emoción del momento. “¡Grande es Diana de los
efesios!” Es la misma historia de siempre, pero no dejes que esto te confunda ni te atemorice. Aférrate
a tu Señor y a su palabra y testimonio. Hay una justicia divina que de un modo u otro se cumplirá.
Y ahora, hermanos,
os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre
todos los santificados. (Hechos 20:32)
Cuando llegó
a Europa, Pablo visitó las congregaciones en Macedonia y luego siguió su camino hasta Ilírico.
De allí fue a Grecia en donde permaneció por tres meses, pasando buen tiempo en Corinto. Durante
su tiempo en Macedonia escribió su Segunda Carta a los Corintios y, cuando llegó a Corinto poco después
de la carta, escribió de allí su magnífica Carta a los Romanos.
Cuando oyó que
los judíos habían formado un complot contra él cuando estaba a punto de salir por mar para
Siria, decidió pasar otra vez por Macedonia. Desde allí, en compañía de su fiel compañero
Lucas, zarpó para Troas en donde le esperaban los otros colaboradores que él había mandado
a adelantarse. Permaneció allí una semana y en la tarde antes de salir, celebró la Santa Cena
en el tercer piso de la casa en donde se reunían. Se alargó el discurso hasta la medianoche. A cierto
joven llamado Eutico, que estaba sentado en la ventana, le iba dominando un profundo sueño. Como Pablo seguía
hablando por mucho tiempo, el joven, ya vencido por el sueño, cayó del tercer piso abajo y fue levantado
muerto. Entonces Pablo descendió y se echó sobre él, y al abrazarlo dijo: "¡No
os alarméis, porque su vida está en él!" Después de subir, de partir el pan y
de comer, habló largamente hasta el alba; y de esta manera salió. Ellos llevaron al joven vivo y
fueron grandemente consolados.
Viajando desde Troas,
Pablo visitó las islas de Lesbos, Quío y Samos, y de allí viajó a la ciudad de Mileto
en la costa de Asia Menor. Una vez llegado allí, Pablo llamó a los ancianos de la iglesia en Efeso.
Cuando llegaron, les dijo: “Vosotros sabéis bien cómo me he comportado con vosotros todo el tiempo,
desde el primer día que llegué a Asia, sirviendo al Señor con toda humildad y con muchas lágrimas
y pruebas que me vinieron por las asechanzas de los judíos. Y sabéis que no he rehuido el anunciaros
nada que os fuese útil, y el enseñaros públicamente y de casa en casa, testificando a los judíos y a los griegos acerca del arrepentimiento
para con Dios y la fe en nuestro Señor Jesús.
"Ahora, he aquí
yo voy a Jerusalén con el espíritu encadenado, sin saber lo que me ha de acontecer allí; salvo
que el Espíritu Santo me da testimonio en una ciudad tras otra, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.
Sin embargo, no estimo que mi vida sea de ningún valor ni preciosa para mí mismo, con tal que acabe
mi carrera y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de
la gracia de Dios. Ahora, he aquí yo sé que ninguno de todos vosotros, entre los cuales he pasado
predicando el reino, volverá a ver mi cara. Por tanto, yo declaro ante vosotros en el día de hoy
que soy limpio de la sangre de todos, porque no he rehuido el anunciaros todo el consejo de Dios.
Tened cuidado por vosotros mismos y por todo el rebaño sobre el cual
el Espíritu Santo os ha puesto como obispos, para pastorear la iglesia del Señor, la cual adquirió
para sí mediante su propia sangre. Porque yo sé que después de mi partida entrarán
en medio de vosotros lobos rapaces que no perdonarán la vida al rebaño; y que de entre vosotros mismos
se levantarán hombres que hablarán cosas perversas para descarriar a los discípulos tras ellos.
Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no cesé de amonestar
con lágrimas a cada uno.
Y ahora, hermanos, os
encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, a aquel que tiene poder para edificar y para dar herencia entre
todos los santificados. "No he codiciado ni la plata ni el oro ni el vestido de nadie. Vosotros sabéis
que estas manos proveyeron para mis necesidades y para aquellos que estaban conmigo. En todo os he demostrado que
trabajando así es necesario apoyar a los débiles, y tener presente las palabras del Señor
Jesús, que dijo: ’Más bienaventurado es dar que recibir.’ "
Cuando había
dicho estas cosas, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto de todos. Se echaron sobre el cuello de Pablo y le
besaban, lamentando sobre todo por la palabra que había dicho que ya no volverían a ver su cara.
Y le acompañaron al barco. (Hechos 20).
El rebaño de
Cristo siempre será atacado por lobos rapaces. Aun entre los pastores y maestros de la iglesia habrá
los que con exhibición de santidad predicarán la falsa doctrina para obtener discípulos para
su propia persona. Lo único que puede preservar las ovejas de Dios es la palabra poderosa de su gracia predicada
para edificar la congregación. Esta santificará a los miembros en su fe y les preservará su
herencia en el cielo. Cree esto con todo tu corazón y nunca permite que ninguna autoridad humana la ataque.
Dios y la palabra de su gracia son potentes para salvar. Sea esto tu consuelo y esperanza y confianza en el tiempo
y en la eternidad.
Yo estoy listo … a
morir … por el nombre del Señor Jesús. (Hechos
21:13)
Desde Mileto Pablo y
sus compañeros salieron en barco para Tiro, en donde encontraron a algunos discípulos y permanecieron
con ellos por siete días. Allí le advirtieron por medio del Espíritu a que no fuera a Jerusalén.
Todo el grupo, incluidos las esposas y los hijos, acompañaron a Pablo y a sus compañeros hasta la
playa, en donde todos se arrodillaron para orar. “Nos despedimos los unos de los otros y subimos al barco, y ellos
volvieron a sus casas”, leemos en Hechos 21. El barco llegó a varios puertos, puesto que en tiempos antiguos
los barcos tendían a apegarse a la costa y pasarían la noche en algún puerto. En Tolemaida
y en Cesarea se pusieron en contacto con los discípulos. En Cesarea se quedaron en la casa de Felipe el
evangelista (vea Hechos 6:5). Y mientras permanecían allí por varios días, un profeta llamado
Agabo descendió de Judea. Tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos, y dijo: -Esto
dice el Espíritu Santo: "Al hombre a quien pertenece este cinto, lo atarán así los judíos
en Jerusalén, y le entregarán en manos de los gentiles." Cuando los otros oyeron esto, le rogaron
que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: -¿Qué hacéis llorando
y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy listo no sólo a ser atado, sino también
a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Como él no se dejaba persuadir,
desistieron diciendo: -Hágase la voluntad del Señor.
“Cuando llegamos a Jerusalén,”
escribe Lucas, uno de los compañeros de Pablo, en su informe en Hechos, “los hermanos nos recibieron de
buena voluntad.” Al
día siguiente, el grupo de Pablo fue para ver a Jacobo, quien presidía la congregación en
Jerusalén. Allí, estando presentes los ancianos, Pablo informó en detalle lo que Dios había
hecho entre los gentiles por su ministerio y todos los que oyeron el informe alabaron a Dios. Los hermanos en Jerusalén
le dijeron a Pablo que circulaban rumores entre sus enemigos de que menospreciaba la ley de Moisés, y como
resultado muchos cristianos judíos no sabían qué pensar de Pablo. Los ancianos le aconsejaron
a ir al templo y adorar allí, esperando que esto parara aquellos rumores. Pablo aceptó su consejo.
Después de pocos
días, judíos de Asia Menor estaban en el templo y vieron a Pablo. Alborotaron a toda la multitud
y echaron mano a Pablo, gritando: “¡Hombres de Israel! ¡Ayudad! ¡Este es el hombre que por todas
partes anda enseñando a todos contra nuestro pueblo, la ley y este lugar! Y además de esto, ha metido
griegos dentro del templo y ha profanado este lugar santo.” Creían sin razón que los hombres que
acompañaban a Pablo eran griegos. Ahora toda la ciudad estaba agitada. A Pablo lo cogieron y lo arrastraron
fuera del templo. Mientras ellos procuraban matarle, llegó aviso a Lisias, el tribuno de la compañía
de soldados, que toda Jerusalén estaba alborotada. De inmediato, éste tomó soldados y centuriones,
y bajó corriendo a ellos. Y cuando vieron al tribuno y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo. Entonces
llegó el tribuno y le apresó, y mandó que le atasen con dos cadenas. A Pablo lo llevaron preso
a la fortaleza. Y sucedió que cuando llegó a las gradas, Pablo tuvo que ser llevado en peso por los
soldados a causa de la violencia de la multitud; porque la muchedumbre del pueblo venía detrás gritando:
"¡Mátale!"
Pablo pidió permiso
a Lisias a hablar a la multitud. Se le concedió, y Pablo, de pie en las gradas, hizo señal con la
mano al pueblo. Hecho un profundo silencio, comenzó a hablar en hebreo diciendo: -Hermanos y padres, oíd
ahora mi defensa ante vosotros. Cuando oyeron que Pablo les hablaba en lengua hebrea, guardaron aun mayor silencio.
Les habló en gran detalle de la manera en que había sido criado como un fariseo estricto, y de como
él, el fariseo celoso, había perseguido a los cristianos hasta que Jesús le había aparecido
en una visión en el camino a Damasco, diciéndole que sería su testigo entre los gentiles.
Luego continuó: “Entonces, cuando volví a Jerusalén, mientras oraba en el templo, sucedió
que caí en éxtasis y vi al Señor que me decía: ‘Date prisa y sal de inmediato de Jerusalén,
porque no recibirán tu testimonio acerca de mí.’ Y yo dije: ‘Señor, ellos saben bien que yo
andaba encarcelando y azotando a los que creían en ti en todas las sinagogas; y cuando se derramaba la sangre
de tu testigo Esteban, yo también estaba presente, aprobaba su muerte y guardaba la ropa de los que le mataban.’
Pero él me dijo: ‘Anda, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles.’”
La multitud lo escuchaba
hasta que dijo esto. Entonces alzaron la voz diciendo: -¡Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene
que viva! Como ellos daban voces, arrojaban sus ropas y echaban polvo al aire, el tribuno mandó que metieran
a Pablo en la fortaleza y ordenó que le sometieran a interrogatorio mediante azotes, para saber por qué
causa daban voces así contra él. Pero apenas lo estiraron con las correas, Pablo dijo al centurión
que estaba presente: -¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano que no ha sido condenado? Cuando
el centurión oyó esto, fue e informó al tribuno diciendo: -¿Qué vas a hacer?
Pues este hombre es romano. Vino el tribuno y le dijo: -Dime, ¿eres tú romano? Y él dijo:
-Sí. El tribuno respondió: -Yo logré esta ciudadanía con una gran suma. Entonces Pablo
dijo: -Pero yo la tengo por nacimiento. Así que, en seguida se retiraron de él los que le iban a
interrogar. También el tribuno tuvo temor cuando supo que Pablo era ciudadano romano y que le había
tenido atado. Así puso a Pablo bajo guardia hasta el día siguiente cuando se podría investigar
el asunto. (Hechos 21, 22)
Pablo, aunque era despreciado
y abusado por los paganos, odiado y perseguido por los judíos, escarnecido y calumniado por los hermanos
falsos, considerado con desconfianza y duda por los cristianos débiles, sin embargo fue un testigo fiel
y firme del Señor Jesús y su verdad, listo inclusive a morir por el nombre de su Señor.
Qué Dios ayude
a nosotros los cristianos, discípulos del Señor Jesús y seguidores de Pablo, para que, sin
ser impedidos por las circunstancias actuales o futuros, mantengamos nuestra vista en nuestro Señor y su
palabra, y seamos testigos fieles a ella y la confesemos hasta el día de nuestra muerte.
He aquí, yo
os envío como a ovejas en medio de lobos. (Mateo 10:16)
Eso es lo que el Señor
dijo a sus doce apóstoles, y también a los setenta hombres que envió para predicar el evangelio.
¿A quiénes les envió? ¿Quiénes eran los lobos de quienes habla aquí?
La respuesta es asombrosa y hasta da miedo.
Los lobos a los cuales
se refiere aquí no son los paganos que eran espiritualmente ciegos, sino el mismo pueblo de Jesús,
su iglesia, la simiente de Abraham, los judíos, los hijos del pacto, que tenían la ley y las promesas
de Dios. Estas promesas llegaban a su cumbre en el Mesías y la salvación que él produciría.
Todos los sacrificios y el culto del Antiguo Testamento le señalaban a él. Sin embargo, cuando vino,
tanto los líderes de Israel y el pueblo en general lo rechazó y lo mató y atacaron a sus mensajeros
con la ferocidad del lobo que se arrecia contra el redil.
Has visto bastante evidencia
de esto en las devociones recientes. Anteayer notamos el trato que recibió Pablo, el fiel testigo de Jesús,
a manos de los judíos en su ciudad capital. ¿No eran tan feroces como los lobos en su ataque? Hoy
queremos contar más acerca de lo que sucedió en esa ocasión. En un esfuerzo por descubrir
por qué los judíos lo odiaban tanto, el comandante romano Lisias ordenó que los principales
sacerdotes y todo el Sinedrio se reuniera y luego condujo a Pablo a esa reunión.
Pablo, mirándolos
de frente, les dijo: “Hermanos, yo he vivido delante de Dios con toda buena conciencia hasta el día de hoy.”
Y el sumo sacerdote Ananías mandó a los que estaban a su lado, que le golpeasen en la boca. Entonces
Pablo dijo: -¡Dios te ha de golpear a ti, pared blanqueada! Tú estás sentado para juzgarme
conforme a la ley; y quebrantando la ley, ¿mandas que me golpeen? Los que estaban presentes le dijeron:
-¿Insultas tú al sumo sacerdote de Dios? Y Pablo dijo: -No sabía, hermanos, que fuera el sumo
sacerdote; pues escrito está: No
maldecirás al gobernante de tu pueblo.
Pablo sabía que
no podía dar una presentación calmada en esta reunión, y también sabía que algunos
eran saduceos y otros fariseos. Así que clamó: “Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseos. Es por
la esperanza y la resurrección de los muertos que soy juzgado.” Tan pronto que dijo esto, hubo un gran alboroto
en la asamblea. Los lobos comenzaban a atacarse entre sí. Los saduceos no creían en
la resurrección ni en el mundo de los espíritus,
mientras los fariseos sí creían. En el tumulto que siguió, algunos de los maestros de la ley
que eran del partido de los fariseos se pararon y discutieron con vigor. “No hallamos ningún mal en este
hombre. ¿Y qué hay si un espíritu o un ángel le ha hablado?” La contención se
hizo tan violenta que el comandante tenía miedo de que despedazaran a Pablo, así que ordenó
que las tropas bajaran para sacarlo a la fuerza y lo devolvieran a la fortaleza. A la noche siguiente se le presentó
el Señor y le dijo: “Sé valiente, Pablo, pues así como has testificado de mí en Jerusalén,
así es necesario que testifiques también en Roma.”
Cuando llegó
el día, los judíos tramaron un complot y se juraron bajo maldición, diciendo que no comerían
ni beberían hasta que hubieran dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho
esta conjuración. Ellos fueron a los principales sacerdotes y a los ancianos, y les dijeron: -Nosotros hemos
jurado bajo maldición, que no gustaremos nada hasta que hayamos dado muerte a Pablo. Ahora, pues, vosotros
con el Sanedrín solicitad al tribuno que le saque mañana a vosotros, como si tuvierais que investigar
su caso con más exactitud. Pero nosotros estaremos preparados para matarle antes que él llegue. Pero
el hijo de la hermana de Pablo oyó hablar de la emboscada. El fue, entró en la fortaleza y se lo
informó a Pablo. Pablo lo envió a Lisias con esta información. El lo consideró prudente
mandar a Pablo de noche, bajo una fuerte custodia, a Felix, el gobernador que estaba en Cesarea. (Hechos 23).
Así un pueblo
que había tenido la palabra de Dios desde tiempos antiguos y habían gustado su favor y que todavía
tenían la reputación de ser la verdadera iglesia de Dios, pero que ya se habían apostatado
de la verdadera fe al rechazar a Jesús, trató a Pablo y a otros fieles testigos de Cristo. Y los
cristianos no pueden esperar mejor trato a las manos de una iglesia y sus oficiales que se ha desviado de la verdadera
fe, en ningún tiempo ni en ningún lugar, no importa la reputación de esta iglesia en el mundo.
Recuerda, la iglesia del Papa quemó en la estaca a Juan Huss, y gustosamente habría hecho lo mismo
con Lutero. Está borracha con la sangre de los santos y su odio sigue implacable. No importa el nombre o
la reputación de una iglesia, una vez que se aparta de la palabra de Dios y la verdadera fe, hay un odio
feroz contra los que todavía se adhieren a la verdad de Dios. Porque sabes esto, querido cristiano, estés
preparado para soportar y sufrir por adherirte a la palabra de Dios y mantener tu fe en ella y en el Hijo de Dios.
Porque todo aquel
que practica lo malo aborrece la luz, y no viene a la luz, para que sus obras no sean censuradas. (Juan 3:20)
El Sumo Sacerdote Ananías
hizo todo lo posible por poner fin a la actividad de Pablo. Así es que cinco días después
de que Pablo fue transferido a Cesarea, Ananías, junto con algunos de los ancianos y un abogado que se llamaba
Tértulo, viajaron allá para presentar sus acusaciones al gobernador. Pablo fue llamado, y en un breve
discurso ante Félix, Tértulo presentó las acusaciones y las exigencias del Sinedrio. Retrató
a Pablo como un perturbador, que causaba tumultos entre los judíos en el mundo entero; que como cabecilla
de la secta de los nazareos, que había tratado de profanar el templo, había sido arrestado. Afirmó
que en tales casos la jurisdicción propia era el Sinedrio y que Lisias había errado en remover a
Pablo a Cesarea. Fue apoyado en esto por los ancianos judíos.
El gobernador ahora
dio señal a Pablo indicando que podría presentar su defensa contra estas acusaciones. Pablo representó
las acusaciones como falsas y sin fundamento. Luego describió brevemente el tumulto que había sucedido
en el templo. En cuanto a su fe dijo: “Sin embargo, te confieso esto: que sirvo al Dios de mis padres conforme
al Camino que ellos llaman secta, creyendo todo lo que está escrito en la Ley y en los Profetas. Tengo esperanza
en Dios, la cual ellos mismos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los justos y de
los injustos. Y por esto yo me esfuerzo siempre por tener una conciencia sin remordimiento delante de Dios y los
hombres.”
Cuando Félix,
que conocía bien el odio fanático de los judíos contra los cristianos, había oído
a las dos partes, aplazó la audiencia, diciendo que consultaría con Lisias sobre el asunto. Ordenó
que Pablo siguiera bajo guardia, pero le dio cierta libertad y permitió que sus amigos atendieran sus necesidades.
El discurso y el comportamiento
de Pablo, junto con lo que Félix había oído acerca de los cristianos, hizo cierta impresión
en el gobernador. Durante los dos años en que mantuvo a Pablo encarcelado bajo él, con frecuencia
llamó a Pablo para informarse acerca de la fe cristiana, pero al mismo tiempo esperaba que Pablo ofreciera
un soborno para obtener la libertad. Algunos días después, vino Félix con Drusila, quien era
una hija de Herodes Agripa I y que había dejado a su esposo para vivir con Félix.
Mandó traer a Pablo, y le oyó acerca de la fe en
Cristo Jesús. Cuando Pablo disertaba de la justicia, del dominio propio y del juicio venidero, Félix
se llenó de miedo y respondió: -Por ahora, vete; pero cuando tenga oportunidad, te llamaré.
Su relación pecaminosa con Drusila, que no quería discontinuar, se interpuso entre él y el
evangelio con el resultado de que rechazó el evangelio y se perdió. (Hechos 24),
Por naturaleza todo
corazón humano está envuelto en las tinieblas. No hay ningún ser humano que pueda con su propia
razón o por su propio entendimiento creer en Jesucristo, la única luz verdadera, ni allegarse a él.
Pero lo que nadie puede hacer por su cuenta, el Espíritu Santo lo puede obrar en nosotros por medio del
evangelio. Puede enviar los rayos de luz en el corazón oscuro y pervertido del hombre, y crear la fe en
Cristo, la verdadera luz, y despertar un deseo de vivir como hijos de la luz, que algún día gozarán
la luz eterna en la casa del Padre celestial.
Pero el que hace el
mal y quiere persistir en su mal, para quien el mal es tan dulce que no quiere abandonarlo, tal persona, como Félix,
es un esclavo del pecado y la maldad y quiere permanecer en ese estado. El hombre que ve la luz del evangelio pero
ama la oscuridad del pecado más que esa luz, huye de esa luz y la rechaza. Para tal hombre la luz del evangelio
es una fuente de temor y horror, lo evita, huye de él y de Cristo. ¿Por qué? Por temor de
que sus obras sean reveladas, reveladas como lo que realmente son: pecado, pecado que condena. No quiere aborrecer
y evitar el pecado al cual su corazón se apega. Todo el que en fe viene a Cristo, la verdadera luz, ya no
puede amar las tinieblas y las obras de las tinieblas; tiene que ocuparse en obras que reflejan la luz de Cristo.
Ya que conoces este versículo de la Escritura, querido cristiano, sabes por qué hay tantos que rehusan
creer el mensaje del evangelio y venir a Cristo.
Semana
de Exaudi
¡Estás
loco, Pablo! (Hechos 26:24)
Porcio Festo fue el
sucesor de Félix en Cesarea, en donde Felix había mantenido a Pablo bajo custodio por dos años.
Probablemente era el año 60 o un poco después. Tres días después de llegar en Cesarea,
Festo fue a Jerusalén y los líderes judíos, que no habían olvidado a Pablo durante
esos dos años de su encarcelamiento, inmediatamente buscaron al gobernador para exigir que se les entregara
a Pablo. En realidad, estaban preparando una emboscada para asesinar a Pablo durante la transferencia a Jerusalén.
Sin embargo, en una audiencia presidida por Festo, Pablo, como sentía que el gobernador estaba inclinado
a ceder a la presión del sinedrio para que lo extraditara a ellos, apeló a César, conforme
al derecho que pertenecía a cualquier ciudadano romano. Esto refrenó cualquier acción adicional
de parte de las autoridades judías. Sin embargo, Festo les dijo: Voy pronto a Cesarea, que algunos de sus
líderes me acompañen y presenten sus acusaciones allí contra el hombre.
Varios días después
de la llegada de Festo a Cesarea, el rey Herodes Agripa II y su hermana Berenice, que vivían en una unión
incestuosa, llegaron para saludar al nuevo gobernador. Festo habló al rey acerca de Pablo, y como el rey
expresó el deseo de ver a Pablo, el gobernador arregló para el día siguiente una audiencia.
Después que Festo dio un breve resumen del caso de Pablo, Agripa le dijo a Pablo: “Se te permite hablar
por ti mismo.”
Luego, en una presentación
que a veces era calmada y deliberada, pero a veces apasionada y elocuente, Pablo presentó su justificación.
Indicó que, como era sabido por todos los compatriotas judíos, antes había sido un fariseo
celoso, pero ahora estaba sujeto a juicio a causa de su fe en las promesas que los profetas de Israel habían
dado acerca del Mesías. Explicó que cuando este Mesías prometido, que Israel había
esperado por tanto tiempo, apareció en la persona de Jesús de Nazaret, fue rechazado y crucificado,
pero que había resucitado de entre los muertos. Confesó que él también había
perseguido a los seguidores de Jesús en el pasado, pero que Jesús se le había aparecido en
el camino a Damasco y lo había nombrado para ser su apóstol y testigo, especialmente entre los gentiles.
Dijo que en obediencia a ese mandato inmediatamente había comenzado a predicar tanto a judíos y a
gentiles que deberían arrepentirse y volver a Dios, confiando en Jesús, y probar la sinceridad de
su arrepentimiento al llevar vidas santas. Terminó su discurso diciendo: “A causa de esto, los judíos
me prendieron en el templo e intentaron matarme. Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, me he mantenido firme
hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, sin decir nada ajeno a las cosas que
los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: que el Cristo había de padecer, y que
por ser el primero de la resurrección de los muertos, había de anunciar luz al pueblo y a los gentiles.”
El rey había
escuchado a Pablo con atención embelesado, al igual como el gobernador que estaba asombrado. Es cierto,
éste no se asombró por lo que Pablo dijo, porque él lo consideraba una locura. Lo que sí
le tuvo atónito era que un hombre tan docto y con tanta cultura pudiera presentar cosas tan necias con tan
evidente convicción y entusiasmo. Fue por esto que se sintió impulsado a clamar: “¡Estás
loco, Pablo! ¡Las muchas letras te vuelven loco!”
Pero Pablo dijo: -No
estoy loco, oh excelentísimo Festo, sino que hablo palabras de verdad y de cordura. Pues el rey, delante
de quien también hablo confiadamente, entiende de estas cosas. Porque estoy convencido de que nada de esto
le es oculto, pues esto no ha ocurrido en algún rincón. Luego, como era consciente por el poder del
Espíritu Santo de que el rey había sido conmovido por su presentación, se dirigió a
él diciendo: ¿Crees, oh rey Agripa, a los profetas? ¡Yo sé que crees! Entonces Agripa
dijo a Pablo: ¡Por poco me persuades a ser cristiano! — Y Pablo dijo: -¡Quisiera Dios que, por poco
o por mucho, no solamente tú sino también todos los que hoy me escuchan fueseis hechos como yo, salvo
estas cadenas!
Entonces se levantaron
el rey, el procurador, Berenice y los que se habían sentado con ellos. Y después de retirarse aparte,
hablaban los unos con los otros diciendo: -Este hombre no hace ninguna cosa digna de muerte ni de prisión.
Y Agripa dijo a Festo: -Este hombre podría ser puesto en libertad, si no hubiera apelado al César.
(Hechos 26:32).
“¡Estás
loco, Pablo!” Esto es lo que dijo el hombre culto y educado del mundo cuando Pablo predicó el evangelio
de Jesucristo con gran sinceridad. Y cuando Cristo mismo dijo a los judíos que era el Buen Pastor que sacrificaría
su vida por sus ovejas, y que él era la puerta a la vida eterna, muchos de los judíos dijeron: “-Demonio
tiene y está fuera de sí. ¿Por qué le escucháis?” (Juan 10:20). El mundo siempre
ha caracterizado como locos a los que han aceptado el evangelio de Cristo y su salvación y los han confesado
con gran seriedad; pero es ese mismo evangelio que ofrece la esperanza de la vida eterna y mueve a los cristianos
a andar en el camino angosto en este mundo pecaminoso y a dejar con gozo esta vida (1 Corintios 3:18).
Tal vez te preguntes
por qué es así. Es así porque el hombre en su estado en que se encuentra después de
la caída y porque no tiene el Espíritu de Dios no acepta las cosas que vienen del Espíritu,
porque le parecen locura y no puede entenderlas, porque tienen que ser discernidas espiritualmente (1 Corintios
2:14). Así, querido cristiano, si quieres tener la verdadera sabiduría que viene de lo alto, que
se encuentra en Cristo y que de hecho es Cristo mismo, tienes que conformarte con parecer en necio a los ojos del
mundo. Así es la cosa. Si no, solamente te estás engañando (1 Corintios 3:18).
¡
No temas! (Hechos 27:24)
Como Pablo había
apelado a César, el gobernador ordenó a Julio, un centurión que pertenecía a la compañía
imperial a conducir a Pablo y a varios prisioneros más a Roma. Lucas, siempre fiel, que había acompañado
a Pablo en todos sus viajes, fue con él para compartir con él su encarcelamiento. Julio aprovechó
el próximo embarque, abordando un nave mercante que zarpaba para Mira en Licia por la costa sur de Asia
Menor.
Cuando el barco llegó
a Sidón al día siguiente, Julio, que era amable con Pablo, le permitió llegar a tierra con
sus amigos para que pudieran atender sus necesidades. Cuando llegaron a Mira, el centurión encontró
un barco alejandrino que zarpaba para Italia y puso a sus prisioneros a bordo. Su camino era lento a causa de los
vientos adversos porque era invierno. Pablo les advirtió en contra de seguir el viaje, pero siguieron el
consejo del piloto y el dueño, esperando alcanzar Fenice para invernar allí. Pronto después
de zarpar, un viento huracanado vino desde la isla. El barco fue azotado por las olas y el tercer día de
la tormenta echaron los aparejos de la barca al mar. Seguía la tormenta sin menguarse día y noche.
Entonces, como hacía
mucho que los hombres no habían comido, Pablo se puso de pie en medio de ellos y dijo: -Oh hombres, debíais
haberme escuchado y no haber partido de Creta, para evitar este daño y pérdida. Pero ahora os insto
a tener buen ánimo, pues no se perderá la vida de ninguno de vosotros, sino solamente la nave. Porque
esta noche estuvo conmigo un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo, y me dijo: "No temas, Pablo.
Es necesario que comparezcas ante el César, y he aquí Dios te ha concedido todos los que navegan
contigo." Por tanto, oh hombres, tened buen ánimo, porque yo confío en Dios que será
así como me ha dicho. Pero es necesario que demos en alguna isla.
Cuando llegó
la decimocuarta noche, y todavía fueron llevados a la deriva a través del mar Adriático, a
la medianoche los marineros sospecharon que se acercaban a alguna tierra. Hubo peligro de que el barco se estrellara
contra las rocas. En un intento de escapar el barco, los soldados bajaban la lancha salvavidas al mar, fingiendo
que iban a bajar algunas anclas desde la proa. Pablo impidió esta acción utilizando la autoridad
del centurión. Antes del amanecer Pablo exhortó a todos a comer, garantizándoles que no sufrirían
ningún daño. Luego, tomando algo de pan dio gracias a Dios delante de todos ellos. Cobraron ánimo
por su ejemplo y también comieron algo. Al amanecer, vieron una bahía con una playa arenosa, en donde
decidieron varar la nave si pudieran. Al enclavarse la proa, quedó inmóvil, mientras la popa se abría
por la violencia de las olas. Los que pudieron nadar brincaron al mar y nadaron a tierra. Los demás llegaron
arriba de tablas y restos del barco. De esta manera 276 personas llegaron salvos a la tierra.
Resultó que habían
llegado a Malta, que en ese tiempo se llamaba Melita. Los nativos les mostraron una bondad descomunal, preparando
una fogata, porque hacía frío y estaba lloviendo. Al recoger Pablo una cantidad de ramas secas y
echarlas al fuego, se le prendió en la mano una víbora que huía del calor. Cuando los nativos
vieron la víbora, se decían unos a otros: “Seguramente este hombre es homicida, a quien, aunque se
haya salvado del mar, la justicia no le deja vivir!” Pero Pablo sacudió la serpiente en el fuego y no sufrió
ningún daño. La gente esperaba que comenzara a hincharse o que cayera muerto de repente. Pero al
pasar mucho tiempo esperando y al ver que no le pasaba nada malo, cambiaron de parecer y decían que era
un dios.
El más alto oficial
romano en la isla,Publio, recibió a Pablo y a sus compañeros en su casa y les dio hospedaje por tres
días. Aconteció que el padre de Publio estaba en cama, enfermo de fiebre y disentería. Pablo
entró a donde él estaba, y después de orar, le impuso las manos y le sanó. Después
que sucedió esto, los demás de la isla que tenían enfermedades también venían
a él y eran sanados. (Hechos 27 y 28).
Dios también
dirige a ustedes en muchos pasajes de la Biblia las palabras de aliento que mandó al ángel a decir
a Pablo, animándole a no temer aunque rugía la tormenta alrededor de ellos. El Señor misericordioso
y todopoderoso del cielo y la tierra quiere que sepas que siempre está cerca para aconsejarte y guiarte.
El Señor que calmó la tempestad en el Mar de Galilea está fuerte para salvar, y cuando la
lancha frágil que lleva tu alma sea abofeteada por última vez, él se cuidará de que
llegues a la playa celestial con seguridad. Allí en el paraíso tu gozo nunca terminará; allí
encontrarás abrigo eterno. Así es que, ¡No temas!
Nos
es conocido acerca de esta secta, que en todas partes se habla en contra de ella.
(Hechos 28:22)
Después de tres
meses, el centurión Julio abordó un barco alejandrino que había invernado en Malta y así
condujo a sus prisioneros a Puteoli, cerca a Nápoles. Allí Pablo y sus compañeros encontraron
algunos cristianos y pasaron una semana con ellos. Luego siguieron el camino a Roma y cuando los hermanos allí
oyeron que llegaban, algunos de ellos viajaron hasta el Foro de Apio y las Tres Tabernas para encontrarlo. Los
cristianos romanos habían llegado a conocer a Pablo de su carta a su iglesia y las noticias de su llegada
han de haberles alcanzado desde Puteoli. Al ver a estos hermanos romanos, Pablo y Lucas dieron gracias a Dios y
se animaron. Una vez llegados a Roma, Julio entregó a Pablo al capitán de la guardia imperial y éste
permitió que Pablo viviera solo en una casa alquilada, con un soldado para guardarlo.
Tres días después
Pablo convocó a los líderes de los judíos. Cuando se habían reunido, Pablo les dijo:
“Hermanos, sin que yo haya hecho ninguna cosa contra el pueblo ni contra las costumbres de los padres, desde Jerusalén
he sido entregado preso en manos de los romanos. Habiéndome examinado, ellos me querían soltar porque
no había en mí ninguna causa digna de muerte. Pero como los judíos se oponían, yo me
vi forzado a apelar al César, no porque tenga de qué acusar a mi nación. Así que, por
esta causa os he llamado para veros y hablaros, porque por la esperanza de Israel estoy ceñido con esta
cadena.
Entonces ellos dijeron:
-Nosotros no hemos recibido cartas de Judea tocante a ti, y ninguno de los hermanos que ha venido ha denunciado
o hablado algún mal acerca de ti. Pero queremos oír de ti lo que piensas, porque nos es conocido
acerca de esta secta, que en todas partes se habla en contra de ella.
Fijaron un día
en que reunirse con Pablo, y en gran número vinieron a él a donde se alojaba. Desde la mañana
hasta el atardecer, les exponía y les daba testimonio del reino de Dios, persuadiéndoles acerca de
Jesús, partiendo de la Ley de Moisés y de los Profetas. Algunos quedaban convencidos por lo que decía,
pero otros no creían. A éstos Pablo citó palabras que el Espíritu Santo había
movido al profeta Isaías a escribir en su día: “-Bien habló el Espíritu Santo por medio
del profeta Isaías a vuestros padres, diciendo: Vé a este pueblo y diles: ‘De oído oiréis
y jamás entenderéis; y viendo veréis y nunca percibiréis.’ Porque el corazón
de este pueblo se ha vuelto insensible y con los oídos oyeron torpemente. Han cerrado sus ojos de manera
que no vean con los ojos, ni oigan con los oídos, ni entiendan con el corazón, ni se conviertan.
Y yo los sanaré.” Pablo concluyó diciendo: “Sabed, pues, que a los gentiles es anunciada esta salvación
de Dios, y ellos oirán.” Cuando habían oído esto, salieron.
Pablo permaneció
dos años enteros en una casa alquilada. A todos los que venían a él, les recibía allí,
predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, con toda libertad y sin impedimento.
(Hechos 28:11-31)
El Señor Jesús
predicó y enseñó entre su pueblo por tres años. También hizo muchas señales
y milagros entre ellos. Por treinta años sus apóstoles predicaron tanto a judíos y a gentiles,
proclamando que su Maestro era el Mesías prometido y el Salvador del mundo, y Jesús confirmó
su predicación con señales y milagros. En todo el mundo romano las noticias del evangelio de Cristo
se habían difundido y en muchos lugares había congregaciones cristianas florecientes. ¿No
es cierto que había una hasta en la misma capital del imperio, la ciudad de Roma? Y en todas partes, el
mensaje se predicó primero al pueblo de Israel, porque hablaba de la esperanza de Israel. Sin embargo —
es una verdadera lástima — la mayoría aceptaba la opinión que expresaban los judíos
de Roma al hablar a Pablo: “Nos es conocido acerca de esta secta, que en todas partes se habla en contra de ella.”
Llamaban la verdadera iglesia de Dios una “secta”, una secta digna de desprecio, y la mayoría no consideraba
que el asunto siquiera merecía una investigación.
Querido lector, este
mismo espíritu todavía existe hoy, aun en medio de la cristiandad. Las enseñanzas y la iglesia
de Cristo están en una condición lamentable. La sal ha perdido su sabor y la luz se ha hecho pálida.
Es cierto, todavía hay grupos pequeños que se reúnen alrededor de la palabra de Dios y que
desean que la iglesia de Jesús florezca, así como Dios la restauró mediante Lutero en el tiempo
de la Reforma. Pero muchos los desprecian como una secta y los calumnian. Hay gente que está satisfecha
con la sal insípida y la luz pálida y oscurecida. Aquí y allá hay grupos pequeños
que confiesan la verdad de la palabra de Dios y las doctrinas de Lutero, que desean ver la iglesia volver al camino
correcto. Pero en todas partes se levantan voces en contra de ellos. Con escarnio los consideran entre las sectas.
Muchos se satisfacen con sal sin sabor y una luz débil e inconstante en la iglesia. Si su testimonio confronta
a la gente y brilla la clara luz del evangelio después que se ha predicado con igual claridad la ley, la
mayoría se detiene por un momento, y en el momento siguiente dan la impresión de que están
diciendo dentro de sí, o tal vez en voz alta, “Nos es conocido acerca de esta secta, que en todas partes
se habla en contra de ella” - ese grupo fanático.
¿Cómo
reaccionará a esto el Padre celestial, que envió a su Hijo unigénito al mundo para buscar
y salvarlo.
Acordaos
de vuestros dirigentes que os hablaron la palabra de Dios. Considerando el éxito de su manera de vivir,
imitad su fe. (Hebreos 13:7)
Hemos terminado con
la breve narración que Lucas, el compañero fiel de Pablo, escribió en el libro de Hechos.
Quisiéramos agregar la escasa información que tenemos acerca del destino posterior de los apóstoles.
Jacobo, el hermano de
Juan, fue el primero de los apóstoles que murió como mártir.
Pedro, junto con los
demás discípulos, se quedó mucho tiempo en Jerusalén, pero desde esa base hizo viajes
a varias congregaciones, tanto cercanas como lejanas, y después estaba activo en Asia Menor y en Babilonia.
Finalmente, aproximadamente en el año 67, fue crucificado en Roma como el Señor había predicho.
Que haya establecido la congregación allí y haya servido allí como su obispo por un período
de 25 años es una leyenda que la iglesia Católica Romana tiene interés en perpetuar. Es difícil
que haya podido estar en Roma antes de 63 d. C.
A Pablo, durante los
primeros años de su encarcelamiento en Roma, le fue permitido vivir en su propia casa con un soldado allí
para custodiarlo. Predicó diligentemente a Cristo tanto a judíos y gentiles. También se ocupó
de las congregaciones que había establecido en varios lugares y escribió cartas a los efesios, colosenses
y filipenses, tanto como a Filemón, y su segunda carta a Timoteo. Más tarde, sin embargo, se empeoró
su situación y por temor muchos de sus amigos lo evitaron. Tuvo que ser enjuiciado por el emperador Nerón
y fue ejecutado más o menos en el mismo tiempo que Pedro, pero, porque era ciudadano romano, no fue crucificado
sino matado a espada.
Juan tuvo una muerte
natural. Se dice que llegó a tener más de 100 años de edad. Hasta la destrucción de
Jerusalén en el año 70 presidía esa congregación. Después vivía en Efeso
y fue un consejero fiel de las congregaciones de Asia Menor. En una de las grandes persecuciones contra los cristianos
fue desterrado a la isla de Patmos. Allí recibió revelaciones maravillosas acerca de lo que sería
la suerte de la iglesia cristiana hasta el fin del mundo. Juan también escribió su evangelio precioso
y tres cartas. Cuando tenía una edad muy avanzada y ya no podía caminar, arregló que se le
llevaran a los cultos. Y cuando ya no podía predicar diría sencillamente; “Hijitos, ámense
unos a otros.”
Los otros discípulos
también obedecieron el mandato de Cristo de predicar el evangelio en el mundo entero a toda criatura. Pero
no sabemos nada a ciencia cierta acerca de sus experiencias ni cómo murieron. Los apóstoles Mateo,
Juan, Pedro y Pablo, junto con los otros escritores del Nuevo Testamento, entre los cuales debemos mencionar especialmente
a Lucas y a Marcos, junto con los profetas del Antiguo Testamento, son los maestros de la iglesia cristiana hasta
el fin del mundo. Aunque ya no viven, tenemos su testimonio de Cristo y sus doctrinas en sus escritos. Así
todavía nos hablan hoy; y como leemos en 1 Cor. 2:13: “no con las palabras enseñadas por la sabiduría
humana, sino con las enseñadas por el Espíritu.” Realmente no hay otros maestros en la iglesia aparte
de éstos. Todo el que ocupa el oficio de maestro en la iglesia tiene que derivar sus doctrinas de sus escritos,
y así esos escritores permanecen como los maestros de la iglesia hasta el fin del mundo.
Qué Dios nos
ayude a perseverar en la fe que ellos nos enseñan y en la cual ellos permanecieron hasta su muerte bienaventurada.
Así, como estamos en comunión con ellos, también estamos en comunión con el Padre y
con su Hijo Jesucristo. Qué el Espíritu Santo obre esto en todos nosotros.
Permaneced en mí,
y yo en vosotros. (Juan 15:4)
Tratándose de
las vides, el viñador corta cada rama que no produce fruto, y los que llevan fruto los poda para que produzcan
aún más fruto. Las ramas obtienen su nutrimento y su vigor de la vid; si se rompen o se desligan,
marchitan. A esas ramas el viñador las recoge y las quema.
El capítulo del
cual se toma nuestro texto compara a Jesucristo con la vid, a su Padre con el viñador y a nosotros con las
ramas. Mediante la palabra divina y misericordiosa que el Espíritu Santo inspiró y dirigió,
y los sacramentos, Dios, por medio de la fe, implantó a los creyentes en Cristo, con la intención
de que llevaran fruto que consistiera de buenas obras. En donde no hay fruto, Dios finalmente quitará a
tal persona de Cristo, al retraer su gracia. Si comenzamos a producir los frutos de la fe, Dios trata con nosotros
de una manera paternal, sabia y misericordiosa, podándonos para que produzcamos aún más fruto,
así como hace el viñador en la viña. Querido lector, si crees en Jesucristo y su santo evangelio
que has estado oyendo hasta ahora, entonces estás podado, santo y justo por virtud de la palabra divina
que te injertó en Cristo y te ha dotado con su justicia.
Pero como estás
ligado con Cristo, necesariamente tienes que estar produciendo frutos de esa fe. Permanece en Cristo para que él
permanezca en ti. Así como la rama no puede producir fruto por sí sola, si no está ligada
con la vid, tampoco podemos hacerlo nosotros si no nos quedamos en Cristo, ligados con él por la fe. Pero
todo el que permanece en Cristo con el resultado de que la gracia y la fuerza de Cristo permanecen en él,
producirá mucho fruto, será uno que produce muchas buenas obras. Y lo que pasa con las ramas que
se desligan y se marchitan, eso es el destino de los miembros de Cristo que se desligan de él y no vuelven
a ser injertados. Y el fuego al cual serán asignados es uno eterno.
Sin embargo, si permanecemos
en Cristo y alimentamos nuestras almas en los pastos de su palabra misericordiosa, entonces nuestra oración
constante al Padre celestial de él y de nosotros será que nos guarde en Cristo y nos pode para hacernos
fructíferos para toda buena obra. Y es seguro que Dios escuchará tales peticiones, porque el Padre
recibe honra cuando
los hombres reconocen que somos los hijos de Dios y verdaderos discípulos de Jesús por nuestras buenas
obras.
Querido cristiano, así
como el Padre ama a su Hijo, de igual manera el Hijo, tu Salvador, te ama. Permanece en el amor de tu Salvador.
Si guardas su palabra y obedeces sus mandatos, permanecerás en su amor, así como Jesús en
forma perfecta guardó la palabra y el mandato de su Padre, y así permaneció en el amor de
su Padre. Tú que otes y lees esta devoción debes reconocer que Jesús te está hablando
ahora mismo con la intención de que su gozo, el gozo de pertenecer a él, esté en ti. Y ese
gozo aumentará cuando guardas sus mandamientos. Porque su gozo era hacer la voluntad de su Padre y ese debe
ser también tu gozo.
Pero no te asustes por
lo grande de este mandato. El mismo nos dice qué es ese mandato único: que amemos los unos a los
otros como él nos ha amado. Nos amó con un amor perfecto, dando su vida para redimir a un mundo de
pecadores. Dime, ¿podemos amar a los a quienes Cristo ama? Cristo ama a todos los que están en él,
y nosotros debemos hacer lo mismo. Este solo mandato de Cristo comprende todos los mandamientos de Dios, porque
el amor busca ayudar y no hacer daño a nuestro prójimo. En este capítulo Cristo nos llama
sus amigos si hacemos lo que él manda, amar los unos a los otros. No quiere ser un capataz duro y no debemos
ser esclavos de él que le guardemos miedo. Quiere ser nuestro mejor amigo así como nosotros somos
sus queridos amigos. El amo severo da órdenes cortantes que sus siervos tienen que obedecer, les guste o
no. Pero Cristo dice que somos sus amigos, nos revela la voluntad misericordiosa de Dios, de modo que nosotros
en conocimiento gozoso y con comprensión espiritual de su voluntad podemos guardar su mandamiento.
Así que, cristiano,
estés listo a dejar brillar la luz de tu fe. Reconoce su amor, permite que caliente tu corazón al
leer y meditar en su palabra. Sepas que tú, un pecador, no lo escogiste a él, sino que él,
en su abundante amor y gracia, te escogió a ti, te llama, te guía y te equipa con la intención
de que al caminar en tu peregrinaje terrenal hacia tu hogar celestial puedas estar fructífero en buenas
obras para la alabanza de tu Padre celestial. Mediante la fe en el Salvador eres el hijo de Dios y como tal pedirás
al Padre en su nombre que te guarde en esa fe en su Hijo y te haga productivo de buenas obras, no dudando que tal
oración agrada al Padre. Levántate, entonces, oh cristiano, toma la mano que te ofrece el Salvador
para ayudarte a guardar su mandamiento de amar a tu prójimo. (Juan 15:1-17).
Si el mundo os aborrece,
sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. (Juan
15:18)
Querido cristiano, si
permaneces en Cristo como una rama en la vid, llevando fruto para justicia en conformidad con su palabra y mandato,
el mundo te aborrecerá. Esta no es opinión nuestra, sino el Señor Jesús mismo lo dice.
Esto no debe sorprenderte,
no si recuerdas que el mundo le ha aborrecido a
él antes. Si
pertenecieras al mundo, el mundo te amaría como uno de los suyos. Pero así como están las
cosas, no perteneces al mundo porque Cristo les ha escogido del mundo. Es por eso que el mundo te aborrece. No
sólo te ha escogido y llamado del mundo, sino te ha injertado en él. Esa es la razón por al
cual el mundo te aborrece así como aborreció y aún aborrece a él. Recuerda la palabra
de Jesús: “El siervo no es mayor que su señor, ni tampoco el apóstol es mayor que el que le
envió.” (Juan 13:16). También dijo: “Si a mí me han perseguido, también a vosotros
os perseguirán.” Y de la misma forma en que despreciaron su palabra, también despreciarán
tu testimonio y a ti por ser el mensajero de ese testimonio. Te aborrecerán porque tú, como cristiano,
llevas su nombre. En su ciega perversidad no pueden reconocerte como uno a quien Jesús ha enviado.
¿Y quiénes
son éstos de quienes hablamos? Sobre todo, son cristianos de nombre que tienen la palabra de Dios y están
conscientes de ello así como fue el caso con los judíos que habían endurecido sus corazones
en el tiempo de Jesús. Esto es lo que hace tan grande y temible su pecado, el hecho que es inexcusable su
odio. Se llaman cristianos, conocen la palabra de Cristo, sin embargo no la aceptan. Es por eso que aborrecen a
sus testigos fieles, pero en realidad, como aborrecen la verdad, aborrecen a él y eso quiere decir que aborrecen
también al Padre que lo envió.
¿Ha habido en algún tiempo un hombre
tan santo y con tanta grandeza divina como Jesús? ¿Ha habido en algún tiempo obras tan santas
y maravillosas como las que hizo Jesús? ¿En dónde podrás encontrar palabra tan santas
y puras como las que él habló? La situación sigue igual como en su tiempo cuando retó
a sus enemigos a identificar algún pecado en su vida. Y sus enemigos actuales están conscientes de
ello. Sin embargo rehusan aceptar su palabra y al aborrecer sus testigos le aborrecen tanto a él y a su
Padre. En ellos se cumplen las palabras de profecía: “Sin que yo sea culpable, corren y se preparan.” (Salmo
59:4). ¡Cuán grande es ese pecado!
Pero no tienes que temer, porque tienen a grandes
compañeros a quienes el mundo también aborrece. Su odio no se dirige solamente contra ti, sino también
contra el Padre y su Hijo. Además, también se dirige contra el Espíritu Santo, el Espíritu
de verdad. El, el Consoldador, es verdadero Dios con el Padre y el Hijo, que procede de ellos desde la eternidad;
él es el testigo por excelencia de Jesucristo. Habló por medio de los profetas y tenemos su testimonio
en la Biblia, en dónde él nos dirige a Jesús. Llenó los corazones de los apóstoles,
habló y escribió por medio de ellos, dando testimonio de Jesús, el Cristo. El es el verdadero
autor de la Sagrada Escritura que da testimonio de Jesús. Y todos los predicadores fieles no añaden
y restan nada de ese registro al proclamar en mensaje del evangelio de Jesús. Todo el que resiste y rechaza
tal testimonio, se opone al testimonio del Espíritu Santo y el que aborrece a los fieles testigos de Jesús
a causa de su testimonio del Mesías, aborrece al Espíritu Santo, el Espíritu de verdad. Como
puedes ver, el mundo pecaminoso aborrece toda la Deidad, toda la Santa Trinidad. Esto debe servir para consolarte
cuando te aborrecen por causa del Salvador.
Nuestro querido Señor, al revelar a sus discípulos
en las Escrituras qué clase de recepción tendrán en este mundo cuando en palabra y obra demuestran
que son suyos, demuestra el fiel amor y cuidado que tiene para con ellos. Les advierte de antemano para que no
se ofendan debido a tal tratamiento y, para que sostenidos por el consuelo de la palabra de Dios, sigan dando testimonio
de lo verdad. Serán rechazados y hasta perseguidos por el mundo y por las iglesias mundanas y no tendrán
popularidad entre los hombres, sino que serán considerados perturbadores y hasta como hombres malignos.
El Señor ha revelado todo lo que hemos tocado
en este capítulo a sus discípulos de toda época para que no se ofendan en él ni pierdan
la fe en él y en su evangelio a causa de la reacción del mundo a su proclamación. Sí,
nunca ha habido un tiempo en la historia de la iglesia cristiana en que en alguna parte u otra los hombres no han
tenido que pagar con sus vidas por su testimonio a la verdad, y en muchos casos los que los mataban pensaban que
estaban sirviendo a Dios. Esto también ocurre en nuestros días y los que cometen tales acciones no
conocen a Dios ni a su Cristo. Pero las puertas del Hades no prevalecerán contra la iglesia de Cristo y
la sangre de los mártires ha resultado la semilla de la cual brotan nuevos cristianos.
Cuando él
venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. (Juan
16:8)
El Espíritu Santo
también es uno de esos dones celestiales que se nos dan como resultado de la muerte cruel, la resurrección
victoriosa y la ascensión triunfante de Jesús. Porque Cristo nos ha reconciliado con Dios y ha abierto
para nosotros el cielo, el Espíritu Santo puede venir a nosotros con su gracia. Es él que crea la
iglesia de Jesucristo aquí en la tierra mediante su santo evangelio. La iglesia es la totalidad de los verdaderos
creyentes en Cristo que son santificados por su fe. Pero el Espíritu Santo hace más que eso; preserva
esta santa iglesia cristiana en la única verdadera fe para la vida y el gozo eterno.
El Espíritu Santo
hace esto por medio de su palabra, que la iglesia cristiana predica en todo tiempo aun en medio de este mundo incrédulo.
En cuanto a lo que al mundo incrédulo se refiere, la obra del Espíritu Santo consiste de desenmascarar
sus errores y convencerlo de la verdad. Tal reprensión y persuasión ocurre con referencia al pecado,
la justicia y el juicio.
Cuando se trata del
pecado, el mundo sólo llama pecados las infracciones más flagrantes y obvias. Sin embargo, no considera
que la falta de fe en Jesucristo y rechazarlo a él sea pecado. El Espíritu Santo declara que el concepto
del pecado que el mundo tiene es fundamentalmente errado, y advierte que el mundo al rehusar aceptar a Jesucristo
como su Salvador comete el mayor de los pecados, porque rechaza la oferta de la salvación que Dios le da
y produce condenación si no hay arrepentimiento mientras aún haya tiempo.
Para hacer esto claro
al mundo el Espíritu Santo enseña qué cosa es la justicia. Si el mundo habla siquiera de justicia,
la considera un intento de hacer lo que sea bueno y cree que Dios debe estar lo suficientemente contento con esto
para que abra el cielo a tal persona. Aquí, también, el Espíritu Santo declara que esto es
un concepto fundamentalmente errado. Dice al mundo incrédulo que a pesar de sus mejores esfuerzos es incapaz
de hacer nada que sea justo ante los ojos del Dios santo. Demuestra al mundo que sus mejores obras son una abominación
ante los ojos de Dios porque brotan de un corazón que lo rechaza a él y a su Hijo, y es cautivo del
pecado. Muestra al mundo que no puede con su propio poder ser justo, santo y bienaventurado ante Dios y que él
observa en todo momento nuestras vidas.
Pero cuando ha hecho
esto el Espíritu Santo también anuncia al mundo que Jesucristo ha procurado una justicia para él
que es aceptable a Dios y salva al hombre para vivir en el cielo. Este es el arreglo de Dios mismo en el asunto.
Todo el que acepta a Cristo por la fe es justo ante Dios, aunque haya sido el primero de los pecadores: y todo
el que no cree en Cristo, sino lo rechaza, aunque sus semejantes lo juzguen el mejor de los hombres, tal persona
sin embargo es maldito y perdido, porque ha rechazado al único Salvador que hay y junto con él ha
rechazado la única justicia que es aceptable a Dios. Así el Espíritu Santo dice al mundo incrédulo
que su pecado capital es precisamente que no cree en Cristo. Y esto significa la condenación si no hay arrepentimiento
a tiempo.
Y finalmente, el Espíritu
Santo también habla de juicio. El mundo incrédulo busca y desea cosas mundanas y temporales; tiene
palabras de alabanza y consideración por lo que el mundo honra y respeta; teme el desdén y las amenazas
de este mundo; y, por otro lado, no desea ni busca lo que es agradable a Dios ni teme a Dios ni sus amenazas. Esto
resulta en que sea dominado por el diablo, quien por esta razón es llamado “el príncipe de este mundo”.
El Espíritu Santo también llama a esto en grave error y un terrible engaño, porque nos enseña
que Cristo por su sufrimiento, muerte y resurrección ha derrotado al príncipe de este mundo y lo
ha juzgado y condenado junto con todos sus seguidores. Dice a los habitantes del mundo que deben abandonar el pecado
de la incredulidad, que deben aceptar a Cristo y la justicia que él ha procurado para ellos, sin temer al
príncipe de este mundo que ya ha sido condenado ni a sus secuaces. En el poder del Espíritu deben
servir a Dios por la fe y por amor a Jesucristo. Así permanecerán en el amor del Padre y serán
salvos (Juan 16:5-11).
Qué el Espíritu
Santo en su misericordia inscriba esta enseñanza en nuestros corazones, para que, aunque estamos en el mundo,
no seamos del mundo y no nos perdamos eternamente junto con el mundo, sino que seamos salvos por la eternidad con
Dios en el cielo.
Creo en el Espíritu
Santo; la santa iglesia cristiana, la comunión de los santos; el perdón de los pecados, la resurrección
del cuerpo, y la vida perdurable.
Este, el Tercer Artículo
de nuestra santa fe cristiana, trata del Espíritu Santo y sus operaciones. Quisiéramos considerar
esto brevemente hoy. Creo en el Espíritu Santo, así como creo en Dios Padre y en su Hijo unigénito,
Jesucristo, porque el Espíritu Santo es verdadero Dios igual como el Padre es verdadero Dios y el Hijo es
verdadero Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo no son la misma persona, sino diferentes, sin embargo son un
solo ser divino sin división e indivisible, el único Dios y Señor que hay. El Espíritu
Santo es la tercera persona en la Deidad, que procede eternamente del Padre y del Hijo. ¿Preguntas qué
hace por mí? — Creo que no puedo por mi propia razón ni por mis propias fuerzas creer en Jesucristo,
mi Señor, ni allegarme a él. La Biblia me dice esto cuando leo que por naturaleza soy ciego y muerto
espiritualmente y un enemigo de Dios. Para conducirme a mí, que soy un pobre pecador, a Cristo para que
pueda ser salvo, el Espíritu Santo me llama mediante el evangelio. Y por medio de tal llamamiento me ilumina
con sus dones para que pueda reconocer a Jesús como mi Salvador, confiar en él y creer en él,
encontrar mi deleite y consuelo en él. El Espíritu Santo por medio del evangelio me ha convertido
a Cristo y me ha dado un nuevo nacimiento. Ahora en vez de ser un hijo del diablo, malo, perdido y rechazado, soy
un hijo querido de Dios, gracias a su gracia y misericordia. Como tal el Espíritu Santo me santifica en
la única verdadera fe. Esto quiere decir que mediante la fe renueva mi corazón y me da la fortaleza
para luchar contra el diablo, el mundo y mi propia carne pecaminosa y para llevar una vida que sea agradable a
Dios. Me ha preservado en la verdadera fe hasta ahora y seguirá haciéndolo hasta el día de
Jesucristo.
Pero el Espíritu
Santo no hace esto solamente por mí y por ti, sino también por toda la iglesia cristiana en la tierra.
Llama, congrega, ilumina y santifica a esta iglesia y la guarda con Jesucristo en la única verdadera fe.
De hecho, quisiera hacer esto con todos los hombres, pero desgraciadamente hay tantos que resisten con persistencia
la palabra y el Espíritu de Dios y se pierden por su propia culpa. Como resultado de esta operación
y actividad del Espíritu Santo hay en todo tiempo en esta tierra un pueblo de Dios, una comunidad de los
hijos de Dios. En esta congregación o iglesia solamente hay creyentes verdaderos, pero está incluido
cada creyente individual. A pesar de la separación física por vivir en diferentes lugares; a pesar
de las divisiones en la iglesia visible debidas a la falsa doctrina y los errores; a pesar de las muchas debilidades
que están presentes, todos los verdaderos creyentes en Cristo son en verdad y en los ojos de Dios una sola
comunión o iglesia. Dios mira en todos ellos a su Hijo y considera a todos ellos sus miembros. Es de este
pueblo de Dios, esta comunidad, que habla el Tercer Artículo cuando confesamos: “Creo en la santa iglesia
cristiana, la comunión de los santos”. Creo que existe, porque solamente Dios puede reconocer y contar sus
miembros; no lo puede hacer ningún hombre, porque nadie puede penetrar los rincones ocultos del corazón
de otro. Pero la Biblia nos asegura que el Espíritu Santo llama, congrega y preserva en todo tiempo tal
pueblo de Dios en esta tierra. Querido cristiano, que siempre sea tu meta principal ser y permanecerte un miembro
de esta comunión, de este pueblo de Dios.
Finalmente, conoce los
dones preciosos que el Espíritu Santo ofrece a la iglesia aquí en el tiempo y que nos promete por
la eternidad. Aquí en la tierra tenemos el perdón de los pecados y como resultado somos justificados
diariamente a los ojos de Dios, porque en su gran misericordia y por amor a Jesús, Dios diaria y abundantemente
perdona todos los pecados a los creyentes, no los pone en su cuenta y así declara que son sus hijos y que
son justos. Además, promete la resurrección del cuerpo y la vida eterna. En el día final,
Dios te resucitará a ti y a todos los muertos y te dará a ti y a todos los creyentes en Cristo la
vida eterna. Esto es absolutamente cierto, porque la Escritura lo dice.
En aquel día
no me preguntaréis nada. (Juan 16:23)
Cuando nuestro Señor
Jesús, acompañado por sus discípulos, estaba en camino a Getsemaní, les comunicó
muchas cosas. También les dijo: “Un poquito, y no me veréis; de nuevo un poquito, y me veréis.”
Realmente asombra que los discípulos no entendían estas palabras. Con frecuencia, y en particular
en esta última noche y en esta misma hora, su Señor les había dicho que sufriría y
moriría, y que después de haber resucitado de los muertos, lo verían vivo antes que ascendiera
a su Padre para entrar en su gloria. Sin embargo, no lograron entender las palabras que acabamos de citar. Las
discutían entre sí y les dejaban perplejos.
Cuando Jesús
vio que querían preguntarle sobre esto, dijo: “De cierto os digo que vosotros lloraréis y lamentaréis;
pero el mundo se alegrará.” Con el mundo, en esta ocasión, quería decir los judíos
que rechazaban que él fuera el Mesías. Para dar más explicación agregó: “La
mujer, cuando da a luz, tiene angustia, porque ha llegado su hora. Pero después que ha dado a luz un niño,
ya no se acuerda del dolor, por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros, por cierto, tenéis angustia ahora; pero yo
os veré otra vez. Se gozará mucho vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo.
En
aquel día no me preguntaréis nada.” Les estaba diciendo: Cuando me haya resucitado de los muertos
y otra vez me vean vivo, y me vean ascender a mi Padre y les envíe el Espíritu Santo, entonces podrán
entender cuál fue ni tarea en este mundo y por fe entonces entenderán muchas cosas que les he dicho
que ahora parecen oscuras y les dejan perplejos. Entonces ya no surgirán en sus corazones ni estarán
en su labios las preguntas. (Juan 11:16-23).
Esto es precisamente
lo que sucedió. Cuando los discípulos vieron a Jesús sufrir y morir, lloraron y lamentaron:
inclusive se escandalizaron de que esto sucediera con su Maestro y su fe se debilitó. Pero cuando les llegó
su Señor resucitado, estaban contentos al ver otra vez a su Señor. Y cuando se apartó de ellos,
ascendiendo al cielo, lo adoraron y volvieron a Jerusalén con gran regocijo. Y cuando recibieron el Espíritu
Santo en el Pentecostés, reconocieron todo el consejo de Dios para nuestra salvación y se dedicaron
a predicarlo en el mundo entero.
¿Y qué
tal nosotros? ¿Sabemos y reconocemos lo que necesitamos para nuestra salvación? ¿Vemos de
manera correcta la vida y las palabras de Jesús? ¿Confiamos en él para nuestro futuro temporal
y eterno? ¿Creemos que él es misericordioso y todopoderoso, que nos acompaña en todo el camino?
¿Nos consolamos con esto cuando pensamos en la muerte y el sepulcro? ¿Estamos seguros del perdón
de los pecados y de nuestra salvación eterna? ¡El ha prometido ambas cosas a sus creyentes! ¿Nos
regocijamos en el Señor y estamos contentos porque él nos ha revestido con las vestiduras de la salvación
y con el manto de su justicia? Si es así, entonces ha amanecido para nosotros el día
cuando ya no le hacemos preguntas angustiadas porque tenemos fe en su amor y poder.
Querido cristiano, la
Biblia es la palabra de Dios y claramente nos revela lo que es necesario para nuestra salvación. Nos muestra
el corazón de Dios al hablarnos de Jesús y de su salvación. Explica la tarea que Jesús
tenía que cumplir en esta tierra y las palabras que habló. Nos asegura de la gracia de Dios, el perdón
de nuestros pecados y de nuestra eterna salvación. Y por medio de esta palabra el Espíritu Santo
viene a nosotros, ilumina el evangelio en nuestros corazones de modo que creemos la palabra de Dios, encontramos
en ella consuelo y otra vez silenciamos las dudas que surgen en nuestros corazones. Para el que no ha visto todavía
el amanecer de ese día y que todavía se atormenta con toda clase de dudas acerca de los caminos de
Dios con el hombre, tal persona deliberadamente cierra sus ojos a la luz que Cristo ofrece en la Escritura. Acude
a diario a la palabra de Dios, querido cristiano, para que el Espíritu Santo pueda usarla para engendrar
una fe gozosa en tu corazón.
En aquel día pediréis en mi nombre. (Juan 16:26)
Querido lector, ¿te
acuerdas de la palabra que Jesús habló a sus discípulos y de que hablamos ayer? ¿Y
te acuerdas de lo que quería decir cuando dijo: “En aquel día no me preguntaréis nada”? —
Entonces entenderás con facilidad la otra palabra que habló en ese mismo contexto. “En aquel día
pediréis en mi nombre”. Esto es tanto como decir: “Después de que haya resucitado de los muertos
y me haya mostrado vivo, haya ascendido al cielo al Padre y desde allí enviado el Espíritu Santo,
y cuando entonces debido a ser iluminados por él entiendan por fe lo que era mi tarea en la tierra y muchas
de mis palabras que ahora les dejan perplejas, entonces ya no habrá preguntas temerosas en sus corazones
y sus labios, porque en ese día pedirán en mi nombre.”
Así es como tiene
que ser. Hemos de pedir en el nombre de Jesús. Mientras alguien no reconoce que Jesús es realmente
lo que es y la salvación que él ha ganado por nosotros, no puede orar en su nombre. Por otro lado,
la única oración correcta y aceptable tiene que hacerse en su nombre. Porque si no sabemos que gracias
al mérito de Jesús somos reconciliados con Dios y otra vez somos sus queridos hijos, es imposible
que tengamos confianza en Dios y no podemos hablarle como los hijos queridos hablan a su querido padre. Es por
eso que solamente la oración de los que confían en Jesús como su Salvador son aceptables al
Padre celestial. A fin de cuentas, fue él que envió a su Hijo a este mundo para ser el Salvador de
la humanidad.
Si reconocemos a Jesús
y su salvación y estamos seguros de que él nos ha reconciliado con Dios y otra vez nos ha hecho sus
queridos hijos, luego con toda confianza podemos acercarnos a Dios con nuestras peticiones con la confianza con
que los queridos hijos se acercan a un padre querido. Y pediremos cosas que sean buenas y beneficiosas, porque
habremos recibido la iluminación del Espíritu Santo para reconocer y desear solamente las cosas que
sean buenas y de beneficio para nosotros, y nada más. Seguramente Dios, quien nos envió a Jesús, quiere
que vayamos a él en el nombre de Jesús con nuestras peticiones. Nos manda y anima a hacer esto, y
ha prometido escucharnos. Jesús dice: “De cierto, de cierto os digo que todo cuanto pidáis al Padre
en mi nombre, él os lo dará. ... Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea completo.”
De hecho, para animarnos aun más a orar con confianza y gozo dice: “No os digo que yo rogaré al Padre
por vosotros, pues el Padre mismo os ama, porque vosotros me habéis amado y habéis
creído que yo he salido de la presencia de Dios.” (Juan 16:23-32).
Querido cristiano, considera
una vez más lo que has leído. El Señor Jesús, que es la verdad y por tanto siempre
habla la verdad, te anima de la manera más amigable a pedir al Padre toda cosa buena en su nombre. Y te
asegura que el Padre no te rechazará. Te dice que el Padre te ama y quiere escuchar tus peticiones. Te da
su Espíritu Santo mediante el cual Jesús mismo y sus palabras entran en tu corazón, para asegurarte
que eres el hijo querido de Dios, y que te enseña y anima a presentar tus peticiones en el nombre de Jesús.
¡Qué gracia
y favor el Dios trino derrama sobre ti, a pesar de que eres un pecador! ¿Quisieras, entonces, frente a tal
gracia y favor divino, tratar de hacer tu camino a través de esta vida terrenal que está tan llena
de problemas confiando en tu propia habilidad y capacidad? ¿O te acercarás con duda y timidez a un
Dios y Padre tan misericordioso, como si su invitación no se haya dado realmente en serio? ¡Jamás!
Ven con la confianza de un niño que sabe que su Padre le ama y pide toda cosa buena en el nombre de Jesús.
Y si tu corazón es tímida y tibia y si las palabras de Jesús te tienen perplejo, luego mira
otra vez esas palabras suyas, porque son una luz que brilla en un lugar oscuro hasta que amanezca el día
y sube otra vez en tu corazón la estrella matutina. Luego otra vez hallarás gozo en tu corazón
para pedir al Padre en el nombre de Jesús todo lo que necesitas.
Os he hablado de
estas cosas para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero ¡tened
valor; yo he vencido al mundo! (Juan 16:33)
Queridos cristianos,
todo lo que habló el Señor Jesús, todo lo que los apóstoles escribieron por inspiración
del Espíritu Santo, de hecho, toda la Sagrada Escritura tiene sólo un propósito: que nosotros
los cristianos tengamos paz, paz en Jesucristo.
La ley de Dios nos castiga
por causa de nuestro pecado y revela a nuestra vista el abismo abierto del infierno para que temblemos al ver las
abominaciones y horrores que hemos escapado y evitemos atraparnos otra vez en las redes del pecado. El evangelio,
por otro lado, nos presenta la gracia de Dios en Cristo con el mayor atractivo para que seamos consolados por ella
y tengamos paz, paz en Jesús nuestro Salvador.
¿Pero qué
significa la paz en Jesús? Ya hemos indicado que tenemos paz en Jesús cuando aceptamos por fe y nos
aferramos a la gracia y el favor de Dios que el Señor Jesús procuró para nosotros y que Dios
nos ofrece y provee en su santa palabra. Seguramente, tales garantías de su favor y amor deben producir
paz de corazón y mente. Así no solamente reconocemos el daño de nuestro pecado, sino lamentamos
nuestra inclinación hacia él y la carga que produce en nosotros. Lo que es más importante,
nos consolamos en la misericordia de Dios y estamos seguros de su perdón, y esto significa tener y conocer
la paz.
Es cierto, tal vez tengamos
que llevar una cruz y sufrir turbación, pero nos consolamos en la gracia de Dios y estamos seguros de que
él, como el cuidado amoroso de un padre, ha impuesto esta cruz para nuestra eterna salvación y así
nuestro corazón experimenta su paz. — Obligadamente tenemos que pensar de nuestra muerte y podemos estremecernos,
sin embargo encontramos consuelo en la gracia de Dios porque estamos seguros de que en medio de la muerte, Dios
nos dotará con la vida y nos levantará de la muerte y así experimentamos la paz de Dios. —
Tenemos que comparecernos ante el tribunal de Dios y de hecho sabemos que merecemos la condenación a causa
de nuestros pecados, pero nos consolamos en la gracia de Dios y estamos seguros de que no se pronunciará
sobre nosotros el juicio, mucho menos seremos condenados, sino que en público seremos absueltos y recibidos
en la bienaventuranza eterna y eso quiere decir experimentar a lo máximo la paz de Dios. — En breve, en
este mundo experimentamos gran y variada angustia, pero en medio de toda nuestra angustia, gracias a su palabra
preciosa, la gracia y el favor de Dios tocan nuestro corazón y experimentamos su paz.
Sí, por el mérito
de Jesús experimentamos la paz de Dios. Todo lo que en este mundo tiende a producir el temor y la ansiedad
— el pecado, la angustia, la muerte, Satanás, el infierno y la condenación — todo esto Jesús
no sólo ha soportado y sufrido en nuestro lugar, sino también lo ha vencido. Nuestros enemigos yacen
derrotados a sus pies — y a nuestros pies, porque él, nuestro Redentor, junto con su vida que agradó
a Dios, su sufrimiento y su gloriosa victoria, es nuestro, porque nos hemos aferrado a él por medio de la
fe.
Es cierto, en el mundo
tenemos tribulación, porque no somos del mundo. Sin embargo nos consolamos en la gracia de Dios y el favor
que gozamos, gracias a nuestro Señor Jesús, de modo que en medio de la tribulación y la ansiedad
levantamos nuestros corazones y manos a Jesús, quien es nuestra paz.
¡Regocijaos
en el Señor siempre! Otra vez lo digo: ¡Regocijaos! Vuestra amabilidad sea conocida por todos los
hombres. ¡El Señor está cerca! Por nada estéis afanosos; más bien, presentad vuestras peticiones
delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús.
(Filipenses 4:4-7)
Queremos considerar
estas palabras, que el Espíritu Santo inspiró al apóstol Pablo para que las dirigiera, no
solamente a los cristianos en Filipos, sino a todos los cristianos en todas partes, para que cobremos ánimo
por medio de ellas.
Pertenecemos a un Señor
de quien con gusto reconocemos su soberanía sobre nosotros, porque estamos conscientes del cuidado y los
dones que nos da. Es por esta razón que el Espíritu Santo nos dirige a regocijarnos en el Señor.
De hecho, es imposible que un cristiano, que en fe ha aceptado al Señor Jesús y su salvación,
no se regocijara por ese conocimiento. La fe engendra tal gozo.
Sin embargo, nosotros
los cristianos todavía estamos tan débiles y pecaminosos que el gozo que conocemos en el Señor
se oscurece y se disminuye por causa de los enemigos que reconocen que nosotros somos sus discípulos. Tanta
más razón para que el Espíritu Santo nos recuerde del gozo que es nuestro y puede ser nuestro
cuando miramos con fe a Cristo nuestro Señor. Al hacerlo, no nos perturbará tanto el odio de los
enemigos de Cristo y las adversidades de nuestra vida terrenal. Así es bueno que demos atención al
consejo del Espíritu Santo de que debemos regocijarnos en el Señor siempre. Al mirar a Jesús
experimentaremos lo justo que es que el Espíritu Santo nos dé este consejo. Entonces el odio de los
enemigos de nuestro Señor y el sufrimiento temporal no podrán oscurecer nuestro gozo en el Señor
y es seguro que no podrá destruirlo.
Sigue el consejo del
Espíritu Santo: “Vuestra amabilidad sea conocida por todos los hombres.” La amabilidad nace del conocimiento
de que tus pecados han sido pagados por el Salvador del mundo y su culpa ha sido cancelada. Cuando crees esto,
hay gratitud y gozo en tu corazón; ilumina tus ojos y te hace amable en tu conducta. Serás una persona
más amigable, más amante y gentil, no malhumorado ni descontento. Y si tu fe en Jesús y tu
amor por él es genuino, tu gentileza será evidente a todos.
Todo esto es posible
en el cristiano porque su Señor está cerca, cerca en todo respecto. ¿No aseguró a sus
discípulos al ascender visiblemente al cielo: “yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin
del mundo”? Ya que Jesús no es solamente un hombre, sino también Dios, está en todas partes,
y especialmente con sus discípulos. Además, el tiempo vendrá en que estarás con él
en el cielo y lo verás tal como él es. Seguramente, hay bastante razón para estar feliz, y
amable. “Ah”, dices, “pero los cuidados que aun los cristianos experimentan en esta vida son tan molestos.” - ¡Sí!
Pero el Espíritu Santo, que es verdadero Dios junto con el Padre y el Hijo, nos dice: “Por nada estéis
afanosos; más bien, presentad vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción
de gracias.” Lo seguro es que como un hijo querido de Dios, aceptarás esta invitación a contar a
tu Padre celestial lo que te inquieta. Después de todo, tu Señor Jesucristo mismo te es un ejemplo
en este respecto. Además, sabes que Dios sabe lo que te conviene y qué no. Al orar y recibir ayuda
de lo alto, tu gratitud crecerá hacia aquél que puede darte todo don bueno y perfecto.
Al tomar a pecho estas
palabras del Espíritu Santo, querido cristiano, y ponerlas en práctica en tu vida diaria, estarás
caminando con Dios y gozarás su paz, la paz que Jesús da y que el mundo no puede conocer ni experimentar.
Esta paz de Dios sobrepasa todo entendimiento humano y guardará tu corazón y mente en Cristo Jesús.
Con Cristo he sido
juntamente crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo
por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Gálatas 2:20)
Estas palabras del apóstol
Pablo nos son muy queridas. Son tanto más preciosas para nosotros cuando recordamos que en realidad fue
inspirado por el Espíritu Santo para escribirlas. ¿Qué es precisamente lo que Pablo está
diciendo aquí? En primer lugar, cuando nos dice “yo vivo”, esto se tiene que tomar en el sentido literal:
“Todavía estoy vivo, aquí en Roma, y estoy escribiendo esta carta con mi propia mano” (Gál.
6:1) En cierto sentido, esto es sorprendente, al considerar todo lo que Pablo había sufrido por causa del
evangelio.
Pero matiza lo que dice
al decir: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.” Quiere decir que ya no es la misma persona que era
anteriormente, Saulo, el que buscaba establecer su propia justicia ante Dios por las obras de la ley. Ya no vivía
conforme a sus propios pensamientos, lo cual en un tiempo lo había llevado a suponer que al perseguir a
los cristianos estaba sirviendo a Dios. Ese Saulo, el “viejo hombre”, fue crucificado con Cristo y estaba muerto,
lo cual quiere decir: “Cristo fue crucificado por todos mis pecados y perversidad; soportó la muerte y la
justa condenación que yo merecí y ya no quiere tener nada que ver con mi antigua naturaleza pecaminosa,
sino quiere que sea crucificado con Cristo y se elimine. — Ya soy una persona nueva, un cristiano, y Cristo ahora
vive en mí. Me ha dado su justicia, y en ella confío. Cristo también me ha dado su Espíritu
Santo para que sea mi guía y controle mi pensar. Tengo acceso a su amor y fortaleza misericordiosa para
sostenerme a través de esta vida terrenal. Su vida y su salvación son mías; ésta es
la estrella brillante de mi esperanza. Jesucristo, con todo lo que él es y tiene, es mío; él
vive en mí.”
Esto es lo que Pablo
quería decir cuando escribió: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí.” Querido cristiano,
tú puedes decir lo mismo. Esta es la intención de Dios en tu caso. Cristo es tuyo tanto como era
de Pablo y aunque puedes ser tentado a pensar que no, sin embargo es cierto, porque es el Salvador del mundo. Confía
en él, porque no solamente habla la verdad, sino es la verdad.
Es cierto, éste
es un asunto espiritual y no siempre es evidente a los sentidos. El cristiano todavía “vive en la carne”,
procede con su vida diaria, come y bebe, se duerme y despierta, experimenta los deseos pecaminosos, sufre y muere
como los demás de la humanidad. Por esta razón los que no son cristianos se encogen los hombros y
se ríen cuando oyen que un cristiano hable así. Nunca lo han experimentado, porque es asunto de la
fe. Es solamente por la fe que el cristiano puede consolarse en la justicia de Cristo y el perdón de los
pecados. Su fe le hace luchar contra el pecado y evitarlo, su fe le impulsa a servir a Dios al servir a su prójimo.
Por la fe sabe que la gracia de Dios le rodea en todo tiempo y hace que todo obre para su salvación. Con
los ojos de la fe ve y anhela la paz celestial que es suya por el mérito del Salvador.
Al final de este versículo
leemos palabras que son el fundamento firme de la fe de todo cristiano y una torre fuerte en que puede refugiarse.
“Vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.” Querido
cristiano, tú también con confianza puedes decir con Pablo: “Con Cristo he sido juntamente crucificado;
y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo por la fe en el Hijo
de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.”