El Espíritu
Santo consuela a la iglesia
Pastor Stefan
Hedquist
Iglesia Luterana Confesional (Escandinavia)
¿Qué medios utiliza el Espíritu Santo para
darnos su consuelo? ¿Cuál es el contenido del consuelo del Espíritu? Responderé
a estas preguntas en la primera parte de este ensayo. Entonces en base a los
primeros capítulos de la Biblia indicaré el origen de algunas de las
circunstancias de la vida a las cuales toda la gente está sujeta, y por causa
de las cuales necesitamos el consuelo del Señor. Finalmente mostraré con
algunos ejemplos cómo el Espíritu Santo nos consuela en diferentes situaciones.
Cuatro verdades fundamentales muestran los medios
que utiliza el Espíritu Santo para consolar la iglesia y cuál es el contenido
de su consuelo.
I. El Espíritu Santo nos habla en una lengua que
entendemos
El alma humana fue creada con la habilidad de oír y entender el significado de la palabra de Dios. Esta lengua se llama lengua humana, porque es una habilidad humana. Pero el lenguaje no se originó con el hombre. Dios habló antes de que fuera creado el primer ser humano. Creó los cielos y la tierra mediante su palabra. En el Salmo 33:8-9 leemos:
Tema a Jehová toda la tierra;
Teman delante de él todos los habitantes del mundo.
Porque él dijo, y fue hecho;
El mandó, y existió.
Entendemos en los primeros dos capítulos de
Génesis que tanto Dios y el hombre hablaban la misma lengua que ahora se llama
“lengua humana”. Cuando Dios habla, sus palabras están llenas de poder y verdad
divinos, y la palabra de Dios crea lo que dice (Génesis 1:3, etc.). Dios dio al
hombre la verdad divina mediante su palabra y el hombre respondió con palabras
que expresaban la piedad, la obediencia, el amor y la gratitud de su alma
(Génesis 2:20,23).
Después de la caída en el pecado notamos un
cambio dramático en del hombre. Las habilidades lingüistas y racionales todavía
están allí, pero la justicia y el amor se han perdido. Adán ya no expresa amor
a Dios con sus palabras. Más bien éstas estaban llenas de temor, insensatez,
excusas y acusaciones. Había una situación, sin embargo, que no cambió debido a
la caída en el pecado. Así como antes de la caída, Dios también después de este
acontecimiento siguió comunicando la verdad divina al hombre mediante la
palabra hablada en una lengua que él entendía (Génesis 3:14-19). Dios habló
directamente a los primeros seres humanos y después dio su palabra a través de
sus profetas y apóstoles.
En Génesis 2 vemos que Dios y Adán se
comunicaban en una lengua que era común a ambos, aun antes de la creación de la
mujer. La habilidad lingüística en el hombre, entonces, tenía una función y un
propósito aun antes de que hubiera otro ser humano con quien hablar. El hombre
primero usó su habilidad lingüística para comunicarse con Dios, escuchar la
palabra de Dios, y también para expresar su piedad, obediencia y amor. Nosotros
también usamos la habilidad lingüística humana de esta manera cuando leemos un
capítulo de la Biblia y oramos el Padrenuestro. Algunos insisten en que la
habilidad lingüística se origina con el hombre y es resultado de la evolución,
y algunos mantienen que la lengua humana no puede comunicar la verdad divina.
Yo insisto en lo opuesto. En los primeros dos capítulos podemos ver ambos el
origen del lenguaje y cómo se usó la habilidad lingüística, y al ver este uso,
podemos entender algo de su propósito. Dios dio la habilidad lingüística al
hombre para que Dios y el hombre pudieran comunicarse.
Dios es el que da tanto la habilidad
lingüística como la verdad divina que él comunica hablando palabras en lengua
humana. Encontramos esto, por ejemplo, en Éxodo 4:11-12. El Señor habló a
Moisés: “¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que
ve y al ciego? ¿No soy yo Jehová? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu
boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar.” Es la voluntad de Dios que siempre
meditemos en las palabras que él nos ha dado. Esto se expresa en el Salmo 1.
También es la voluntad de Dios que le respondamos con palabras que expresan
nuestra gratitud y amor hacia Dios. Se observa esto de la oración de David:
“Señor, abre mis labios, y publicará mi boca tu alabanza.” (Salmo 51:15).
2. El Espíritu Santo nos ha hablado por medio de los
profetas y apóstoles.
Aunque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo
cooperan en esta obra de hablarnos a nosotros los humanos y darnos su palabra,
no obstante esta obra se atribuye principalmente al Espíritu Santo. Confesamos
en el Credo Niceno: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de vida, que
procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo juntamente es adorado
y glorificado, que habló por medio de los profetas.” Las palabras de los profetas en el Antiguo Testamento se
atribuyen al Espíritu Santo (Zacarías 7:12; 2 Pedro 1:21). Las palabras que
Jesús recibió del Padre y habló a los apóstoles se atribuyen al Espíritu Santo
(Hechos 1:2; Juan 16:12-15). San Pablo insiste en que proclama asuntos
espirituales con palabras que recibió del Espíritu Santo (1 Corintios 2:13).
También cuando se describe la inspiración divina de la Escritura como un
dictado directo del Cristo glorificado al Apóstol Juan como su escriba, esas
palabras se atribuyen al Espíritu. En las cartas a las siete iglesias en el
libro de Apocalipsis, leemos lo que se dice acerca de las palabras que Cristo
dictó a Juan: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”
(Apocalipsis 2:7,11,17).
La Escritura es la palabra de Dios, y la
Escritura es exclusiva. No hay ninguna verdad espiritual o divina ni revelación
de Dios aparte de las palabras de la Escritura. En Isaías 8:19-20 leemos: “Y si
os dijeren: Preguntad a los encantadores y a los adivinos, que susurran
hablando, responded: ¿No consultará el pueblo a su Dios? ¿Consultará a los
muertos por los vivos? ¡A la ley y al testimonio!”
Hemos comenzado a enfocarnos en nuestra meta.
Si debemos buscar consuelo del Espíritu, debemos hacerlo en las palabras de la
Escritura y no en ningún otro lugar.
3. El Espíritu Santo obra
solamente a través de palabra y sacramentos,
Dios ha dividido la Escritura en dos partes —
la ley y el evangelio. Ambas doctrinas tienen efectos divinos. La ley da
conocimiento del pecado y el evangelio obra la fe, la salvación y el nuevo
nacimiento (Romanos 1:16-17; 1 Pedro 1:23). La obra que hacen las palabras de
la Escritura es idéntica a la obra del Espíritu. En un pasaje en donde Jesús da
la promesa de un Consolador, el Espíritu Santo, también dice que la obra del
Espíritu no es sólo consolar. También convencerá al mundo de culpa en cuanto al
pecado (Juan 16:18). Pero la obra principal del Espíritu Santo es consolar. El
Espíritu Santo obra la fe, la salvación y el nuevo nacimiento (1 Corintios
12:3; Juan 3:6). Esto no implica dos causas separadas para la contrición y la
fe, la Escritura y el Espíritu. Al contrario, no se pueden dividir la obra de
la Escritura y la del Espíritu. Las Escrituras tienen efectos divinos y la obra
que hace la palabra es idéntica a la que hace el Espíritu. Sólo podemos hacer
una distinción: El Espíritu Santo obra a través de la palabra de la Escritura
como su instrumento.
En la Escritura Dios instituyó dos
sacramentos para su iglesia del Nuevo Testamento, en donde ha unido su palabra,
o más precisamente la promesa de su evangelio, con elementos terrenales: el
bautismo y la Santa Cena. El Espíritu Santo obra el renacimiento, la fe y la
salvación también a través de estos sacramentos. (Mencionaré más tarde una de
las funciones de la Santa Cena.) El bautismo en agua da y obra la regeneración.
Jesús dijo a Nicodemo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua
y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:5). Lo que es el
caso con las palabras de la Escritura también es cierto en cuanto a los
sacramentos. La obra de los sacramentos es idéntica a la obra del Espíritu
Santo. Sólo se puede hacer una distinción: el Espíritu obra por medio de los
sacramentos como sus instrumentos.
Ahora nos hemos enfocado por completo en el
objeto de este ensayo. Hallar el consuelo del Espíritu Santo es asunto de
distinguir la ley y el evangelio, porque encontramos el consuelo del Espíritu
en el evangelio en la palabra y los sacramentos solamente y en ningún otro
lugar. Así confesamos en los Artículos de Esmalcalda (III,VIII:10, p. 325):
“Por eso debemos y tenemos que perseverar con insistencia en que Dios sólo quiere
relacionarse con nosotros los hombres mediante su palabra externa y por los
sacramentos únicamente. Todo lo que se diga jactanciosamente acerca del
Espíritu sin tal palabra y sacramentos, es del diablo.”
La doctrina bíblica de los medios de gracia
es un gran consuelo para nosotros los cristianos. Nos enseña a donde acudir
para hallar consuelo y ayuda contra el pecado y todas sus consecuencias.
Debemos recurrir al evangelio en palabra y sacramentos en donde Dios el
Espíritu Santo trata con nosotros y nos da la fe salvadora. Esta doctrina nos
trae gran consuelo, porque nos enseña que no podemos ser salvos por nuestras
propias obras, sino por obra del Espíritu Santo, no por nuestro mérito sino por
la gracia, por causa de Cristo. Leemos de esto en la Confesión de Augsburgo,
artículo V: “Para conseguir esta fe, Dios ha instituido el oficio de la
predicación, es decir, ha dado el evangelio y los sacramentos. Por medio de
éstos, como por instrumentos, él otorga el Espíritu Santo, quien obra la fe,
donde y cuando le place, en quienes oyen el evangelio. Éste enseña que tenemos
un Dios lleno de gracia por el mérito de Cristo, y no por el nuestro, si así lo
creemos.”
Ya que Dios ha asegurado la presencia de la
palabra del evangelio aquí en la tierra hasta el día final, esta doctrina da
aun mayor consuelo a la iglesia en la tierra. Leemos en Isaías 59:21: “Y este
será mi pacto con ellos, dijo Jehová: El Espíritu mío que está sobre ti, y mis
palabras que puse en tu boca, no faltarán de tu boca, ni de la boca de tus hijos,
ni de la boca de los hijos de tus hijos, dijo Jehová, desde ahora y para
siempre.” Ésta es una promesa divina de que se mantendrá el ministerio de la
predicación del evangelio y la administración de los sacramentos entre la raza
humana hasta el fin del tiempo. El pacto de Dios con su pueblo, que se extiende
a través de la historia, implica que la iglesia de Dios existirá hasta el fin
del mundo, que esta iglesia existe en donde se predica el evangelio, y que el
Espíritu Santo obrará mediante la predicación del evangelio hasta el día final.
Los enemigos de Dios nunca tendrán éxito en destruir la iglesia ni en silenciar
la palabra salvadora de Dios.
4. El Espíritu Santo consuela a la iglesia con el
evangelio de Jesucristo.
Al ver más de cerca la imagen que surge al
enfocar en el evangelio en palabra y sacramento, vemos con claridad quién está
en el centro: Jesucristo, nuestro Salvador. En Apocalipsis 19:10b leemos: “El
testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía.” Este versículo implica que
la profecía está centrada en Jesús. El Espíritu Santo consuela a la iglesia con
el testimonio de Jesús. Jesucristo es Dios y hombre en una persona, y “para
esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” Él cumplió
los requisitos de la ley con su perfecta obediencia por nosotros y llevó el
castigo de nuestro pecado en su sufrimiento y muerte. Su resurrección al tercer
día confirma que Dios nos cuenta justos por causa de Cristo. La resurrección de
Cristo también es la prueba de que tenemos la vida eterna por causa de él y
seremos glorificados con él. Encontramos consuelo contra el pecado y todas sus
consecuencias en Cristo y su obra.
El consuelo del Espíritu Santo es el
evangelio de Jesucristo. Pero el Espíritu Santo no sólo nos muestra a Jesucristo
como nuestro Salvador; también nos da la fe en él, mediante el evangelio, y de
esto modo trae consuelo a nuestros mismos corazones, como confesamos en el
Catecismo Mayor de Martín Lutero: “En efecto, ni tú ni yo podríamos saber jamás
algo de Cristo, ni creer en él, ni recibirlo como «nuestro Señor», si el
Espíritu Santo no nos ofreciese estas cosas por la predicación del evangelio y
las colocara en nuestro corazón como un don” (Catecismo Mayor, Credo, Art. III,
38).
Nuestra necesidad de consuelo por el Espíritu Santo
En base a los primeros capítulos de la Biblia
ahora describiremos algunas circunstancias generales de la vida que demuestran
que necesitamos algo más que el consuelo y el apoyo de otra gente que tiene la
habilidad de mostrar simpatía. Debido a las consecuencias de la caída
necesitamos ayuda divina y consuelo del Espíritu Santo.
La primera promesa creó la iglesia
El Espíritu Santo crea la fe salvadora en los
corazones de la gente mediante el evangelio de Jesucristo y su obra salvadora.
La iglesia se compone de aquellas personas que creen en Jesucristo como su
Salvador del pecado y de sus consecuencias. El cumpleaños de la iglesia por
tanto es el día en que Dios proclamó la primera promesa de un Salvador a Adán y
Eva y creó la fe en sus corazones.
Los eventos
inmediatamente antes y después de la proclamación de la primera promesa
muestran algunas de las circunstancias generales de la vida que no cambiarán
durante el curso de la historia hasta el fin del tiempo, y debido a las cuales
la iglesia necesita consuelo del Espíritu Santo.
La caída resultó en consecuencias desastrosas
para nuestros primeros padres y también para sus descendientes. Adán y Eva
fueron creados a la imagen de Dios. Esta imagen de Dios en el hombre fue la
santidad y la justicia, el verdadero conocimiento de Dios y perfecto amor para
con Dios (Efesios 5:9; Colosenses 3:10). Pero cuando nuestros primeros padres
quebrantaron el mandamiento de Dios también perdieron su justicia y se hicieron
pecadores. Perdieron su verdadero conocimiento de Dios y su amor para con Dios.
Así que se llenaron de miedo y de una expectación temerosa del juicio.
Terminaron bajo el juicio de la ley. Experimentaron la muerta espiritual, la
cual, si Dios no hubiera interferido, inevitablemente hubiera conducido a la
muerte física y eterna, como Dios había dicho: “el día que de él comieres,
ciertamente morirás.” Todos los descendientes de Adán están en la misma
situación desesperada en que Adán se metió. Los seres humanos ya no nacen a la
imagen de Dios, sino a la imagen de sus padres, es decir, como pecadores,
espiritualmente muertos, como leemos acerca de Set: “Y vivió Adán ciento
treinta años, y engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen, y llamó
su nombre Set.” El rey David confiesa en el Salmo 51 que fue formado como
pecador en el vientre de su madre, es un pecador por naturaleza, y por tanto
hace lo malo delante de Dios (Salmo 51:4-6). Y Pablo dice acerca de toda la
gente: “y éramos por naturaleza hijos de ira” (Efesios 2:3).
Las acciones de Adán después de la caída
demuestran que todavía era una criatura inteligente que hasta cierto punto
podía entender las conexiones entre causa y efecto y podía actuar
deliberadamente para obtener cierto resultado. Al mismo tiempo sus acciones y
las razones que dio por ellas revelaron una mente totalmente sin razón en su
relación con Dios y un corazón al cual le faltaba la confianza en Dios y su
amor fiel. A Adán le faltó el verdadero conocimiento de Dios, y él pensaba que
podía esconderse de aquel que está presente en todas partes y que sabe todo. Se
llenó de terror de Dios y luchó por apartarse lo más lejos que fuera posible de
Dios. También había perdido su entendimiento de la creación de Dios y cómo
usarla debidamente. Ya no sabía por qué Dios le había dado una esposa y cómo
debía tratarla. Más bien la culpó por su propio pecado. Las acciones de Adán se
pueden ver como un intento de resolver los problemas que su pecado había traído
sobre él, pero ninguno de estos intentos podía quitar el temor de Dios y su
castigo y el daño del pecado. En su situación desesperada el hombre mismo no
podía encontrar ningún consuelo verdadero o genuino.
Los incrédulos a través de la historia
repiten de diferentes maneras los intentos de resolver el problema que vemos en
Adán, pero sin éxito. En su ceguera espiritual después de la caída, el hombre
ni siquiera reconoce lo desesperado de su situación y por tanto trata de hallar
soluciones tales como “esconderse”, “negar” o “echar la culpa a otro”. Por esta
razón el consuelo no es la única obra del Espíritu. Dios reprochó y expuso a
Adán cuando dijo: “¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol
de que yo te mandé no comieses?” (Génesis 3:11). Ésta es la predicación de la
ley que expone el pecado, reprende, amenaza y asusta. El Espíritu Santo sigue
llevando a cabo esta obra a través de la historia. El Espíritu expone el
pecado. Jesús dijo: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de
justicia y de juicio.” Eso se llama la obra “extraña” del Espíritu, y lo hace
para poder hacer su obra propia — consolar con el evangelio de Cristo.
A nuestro primeros padres Dios dio la promesa
de un Salvador que aplastaría la cabeza de la serpiente. Este mensaje es por
naturaleza puro consuelo. No contiene ninguna exigencia ni amenaza y no dice
absolutamente nada de nosotros y nuestras obras. La promesa trata de Cristo y
su obra por nosotros. No dependía de los padres y no depende de nosotros
librarnos del poder del diablo y el daño que el pecado ha producido en
nosotros. El héroe prometido solo lo haría; él aplastaría la cabeza de la
serpiente, es decir el poder y el dominio del diablo que consiste en el
cautiverio bajo el pecado y la muerte. Lo haría a un precio muy alto. Destruir
el dominio del diablo costaría sufrimiento para nuestro Salvador, el cual sería
herido en su talón (Génesis 3:15).
A través de la historia de la salvación Dios
sigue hablando a la humanidad mediante los profetas y la primera promesa se
explica más ampliamente y se clarifica. Poco a poco, al seguir leyendo la
Escritura, entendemos que la promesa apunta a Jesucristo y su obra para nuestra
salvación. Llegamos a conocer al Hijo de Dios encarnado, Jesucristo, quien es
el cumplimiento de las promesas de Dios de enviar a un Salvador. También
llegamos a conocer a la persona en la Trinidad que nos da esas promesas del
Salvador — el Espíritu Santo. La palabra de Dios en su totalidad se atribuye al
Espíritu Santo. El punto principal en esta palabra es el mensaje de Cristo y la
obra principal del Espíritu Santo es consolarnos con la promesa de Cristo. Por
eso también se le llama el Consolador (Juan 16:7).
Después de que la iglesia nació por la
primera promesa, Dios no trata a sus creyentes de acuerdo a lo que el hombre
caído crea razonable o deseable. Como consecuencia del pecado el sufrimiento
entró en nuestras vidas. La mujer debía dar a luz y criar a sus hijos con dolor
(Génesis 3:16). Adán había trabajado y cuidado el huerto también antes de la
caída, pero ahora el sufrimiento y la dureza sería parte de ese trabajo.
Trabajar para proveer las necesidades de la vida significaría laborar todos los
días de su vida, y al fin, desgastado, morir físicamente (Génesis 3:17-19).
Además, Dios los expulsó del huerto y puso los querubines con la espada
encendida para guardar el camino al árbol de la vida (Génesis 3:22-24). En
Génesis 4 los creyentes tuvieron otra experiencia nueva. Tendrían que sufrir
odio a mano de los incrédulos: el Caín incrédulo mató al creyente Abel (Génesis
4:8; 1 Juan 3:12).
Desde entonces muchas cosas han sucedido en
la historia de la humanidad. Sin embargo, desde un punto de vista no pasó nada
en cuanto a las circunstancias de vida para la gente, su relación con Dios y la
manera en que Dios trataba con ellos. Cuando Adán y Eva fueron expulsados del
Edén sólo tenían una palabra de Dios a que aferrarse. El primer hombre y la
primera mujer tuvieron que apegarse a esa promesa de un Salvador como el único
remedio contra el pecado y todas sus consecuencias en sus vidas. Éste fue el
consuelo del Espíritu en sus vidas. Su sentido y razón no podían confirmar la
verdad de esta promesa. Mas bien su mente y razón experimentaban lo opuesto. Si
Adán y Eva hubieran juzgado el asunto conforme a su razón, tendrían que haber
sacado conclusiones solamente en base a lo que veían, sentían y experimentaban.
Si iban a sacar algunas conclusiones del dolor, el trabajo y lo perecible que
sentían sus cuerpos, y de lo que veían y experimentaban cuando Dios los expulsó
del huerto de Edén, más bien tendrían que concluir que permanecía sobre ellos
la ira de Dios. Sólo tenían una promesa de Dios a que aferrarse, una promesa
que les aseguraba la gracia de Dios y un Salvador. Tenían que creer la promesa
de Dios sin que hubiera nada más que la confirmara o garantizara aparte del hecho
de que Dios lo había dicho. Creían sin ver. Ésa es la naturaleza de la fe
salvadora. Vemos en Hebreos 11:1: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se
espera, la convicción de lo que no se ve.” El camino de salvación que Dios
designó no es entender y experimentar, sino creer las promesas de Dios. La fe
salvadora cree la palabra de Dios porque Dios lo dice, sin otra confirmación de
lo que se puede entender con nuestra razón o se puede ver o experimentar con
nuestros sentidos, aun en oposición a lo que estas habilidades nuestras nos
dicen. El trato de Dios con nosotros no encuentra apoyo en nuestro
entendimiento, de modo que la gracia que nos es prometida se pueda confirmar
por lo que experimentamos con nuestros sentidos. Fue solamente por fe que
nuestros primeros padres pudieron apropiar el consuelo que les fue dado por la
promesa, y el hecho de que lo hicieron fue la obra del Espíritu. Lo mismo es el
caso con nosotros. El consuelo que nos ha dado el Espíritu es por naturaleza
tal que no se puede confirmar con nuestra razón o sentidos. La fe que cree las
promesas del evangelio, y es el Espíritu Santo mismo que despierta esta fe en
nuestros corazones y de esta manera él mismo nos trae el consuelo a nuestros
corazones.
El consuelo del Espíritu Santo en situaciones
específicas
Ahora dirigimos nuestra atención a cómo el
Espíritu Santo consuela la iglesia en ciertas situaciones específicas. Éstas ya
se han introducido en nuestro estudio de las circunstancias de vida que son
comunes a todos los seres humanos que fueron presentadas en los primeros
capítulos de Génesis. Se podrían titular las diferentes clases de dificultades
que todos tenemos que enfrentar o constantemente experimentamos debido a la
caída: “Nuestro pecado”, “nuestra
ceguera espiritual”, “nuestra comunicación perturbada con Dios”, “el trabajo y
sufrimiento de nuestra vida diaria”, “la muerte en nuestros cuerpos” y “la enemistad de los incrédulos”. El
fundamento de cómo el Espíritu Santo consuela la iglesia es el hecho de que “Dios sólo quiere relacionarse con nosotros
los hombres mediante su palabra externa y por los sacramentos únicamente. Todo
lo que se diga jactanciosamente acerca del espíritu sin tal palabra y
sacramentos, es del diablo.” El consuelo que se nos da en palabra y
sacramento y el consuelo del Espíritu son indivisibles. Estudiar cómo el
Espíritu consuela a la iglesia en situaciones específicas es lo mismo que
estudiar cómo los apóstoles y profetas distinguieron la ley y el evangelio, y
dieron al pueblo de Dios las promesas del evangelio en tales situaciones. En
general, entonces, el Espíritu Santo nos consuela con las doctrinas de la
justificación objetiva, la autoridad de Dios, y los medios de gracia cuando
estamos torturados por el pecado, la doctrina de la resurrección de Cristo
cuando estamos atribulados por la muerte, y la doctrina de la elección contra
el sufrimiento, la aflicción y los enemigos de Cristo y su iglesia.
Para
prepararnos y hacernos más listos a creer las promesas del evangelio en estos
tiempos difíciles de la vida, el Espíritu Santo regularmente entrena nuestra fe
en el Sacramente del Altar.
Jesús instituyó el Sacramento del Altar para
su iglesia del Nuevo Testamento. Se debe celebrar este sacramento con frecuencia en la congregación. En
la Santa Cena recibimos la seguridad de que pertenecemos al nuevo pacto, lo
cual significa que Dios perdona nuestra maldad (Jeremías 31:34; Lucas 22:20;
Éxodo 24:8). El cuerpo de Cristo está presente bajo el pan y se nos da para
comer en este sacramento, y la misma sangre por la cual se estableció el nuevo
pacto ante Dios, la sangre de Jesús, está presente en el vino y se nos da para
beber. Este sacramento nos da el perdón de nuestros pecados y fortalece nuestra
fe en Cristo. Creemos que el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Cristo
están presentes en este sacramento, en, con y bajo el pan y vino, porque Dios
lo dice en las palabras de la institución. Cada domingo y en otras fiestas
cuando se celebra este sacramento, somos entrenados por el Espíritu Santo para
creer lo que no podemos ver, solamente porque Dios así lo dice en su palabra,
para que en otras ocasiones también creamos aunque no podamos ver, y sólo
porque el Espíritu Santo lo dice en la palabra.
Nuestro pecado
Ya que el Espíritu santo obra mediante la
palabra externa, es de gran importancia que todo cristiano, y en particular los
pastores, sepan precisamente qué es lo que da el consuelo del Espíritu Santo a
la gente que está afligida por el pecado. Todos los días vemos y experimentamos
el pecado en nuestros cuerpos y vidas y escuchamos las acusaciones de nuestra
conciencia. Cuando escuchamos la ley de Dios esas acusaciones se pueden
convertir en muy persistentes y agudas. Los apóstoles consolaron a los
cristianos que estaban atribulados por el pecado señalando la justificación
objetiva y la autoridad de Dios. Éste es el consuelo del Espíritu Santo contra
el pecado. Cuando somos perturbados por el pecado, debemos buscar consuelo en
esto y debemos dar estas mismas palabras a nuestros hermanos cristianos en la
misma situación.
San Juan escribe en 1 Juan 2:1-2: “Hijitos
míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado,
abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. Y él es la
propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino
también por los de todo el mundo.” Este pasaje y otros pasajes bíblicos
similares nos aseguran que Jesús ha quitado también nuestros pecados. Porque él
es la reconciliación por los pecados del mundo, también es seguro que es la
reconciliación por los nuestros. Si nuestro corazón todavía nos condena,
debemos recordar que éste no es la suma autoridad. “Mayor que nuestro corazón
es Dios, y él sabe todas las cosas” (1 Juan 3:20), son las palabras de consuelo
que el apóstol Juan escribió a los que fueron acusados por sus corazones. Dios
sabe que ha pronunciado otro veredicto que el de nuestro corazón que nos
condena — nos ha declarado justos por causa de Cristo (Romanos 3:24). Dios es
la suma autoridad, y él tiene la última palabra, no nuestro corazón.
Es característico del consuelo del Espíritu
que no se puede confirmar por nuestros sentidos. De este modo hay lugar para el
camino de la salvación que Dios ha ordenado, la salvación por medio de la fe.
En el evangelio el Espíritu nos asegura de cosas que no podemos ver. Todos los
días vemos y experimentamos el pecado en nuestros cuerpos y vidas. Cada día el
Espíritu Santo nos consuela mediante el evangelio de Cristo, conque usemos la
palabra, meditemos en ella y vivamos en base a ella. En este evangelio el
Espíritu Santo nos asegura que el pecado no existe en donde se puede ver y
sentir — que existe donde no se puede ver. En la palabra el Espíritu Santo nos
asegura: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros
nuestras rebeliones” (Salmo 103:12), y “Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2
Corintios 5:21). La Escritura certifica que el pecado está en donde no se puede
ver — el pecado está en Cristo, el que estuvo sin pecado, “quien llevó él mismo
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). Y ahora, después
de su resurrección, nuestros pecados tampoco están en él — en él solamente hay
esplendor y gloria. Así, ¿en dónde están ahora? Bueno, el Espíritu Santo nos
asegura que Dios ha echado todos nuestros pecados en las profundidades del mar
(Miqueas 7:19) y que estamos incluidos en un pacto en que Dios ya no recuerda
nuestros pecados (Jeremías 31:34). El Espíritu Santo no solamente pone ante nosotros
este consuelo como un objeto de la fe. También nos da la fe en nuestros
corazones, y de este modo trae consuelo divino a ellos. El Espíritu Santo obra
esta fe en nuestros corazones de modo que consideramos la palabra y las
promesas de Dios más seguras y verdaderas de lo que vemos con nuestros ojos y
experimentamos con nuestros sentidos.
Nuestra ceguera
espiritual
Vemos
en Génesis 3 lo necio del comportamiento de Adán y de sus palabras después de
la caída. Este ser humano, aunque tenía los mayores dotes, no pudo hacer otra
cosa. Pablo escribe en 1 Corintios 2:14: “El hombre natural no percibe las
cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede
entender, porque se han de discernir espiritualmente.” La razón humana está ciega
espiritualmente después de la caída y no entiende nada. Debido a esto podemos
suponer que todo lo que nosotros y otros piensan acerca de asuntos espirituales
está equivocado. Es un gran sufrimiento saber que no tenemos ningún punto de
orientación a los asuntos espirituales dentro de nosotros. Pero saber que el
Espíritu Santo nos da a nosotros, gente perdida, una guía segura y una base
para nuestra existencia es un gran consuelo. En el Salmo 119:105 leemos:
“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino.” Debemos considerar
las palabras de los apóstoles y profetas más seguras que nuestra razón y
sentidos, como escribe Pedro en 2 Pedro 1:19: “Tenemos también la palabra
profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha
que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la
mañana salga en vuestros corazones.” Donde Pablo habla de nuestro ser
“revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó”, también
nos amonesta: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos
y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros
corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales” (v. 16). Pablo
también escribe: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar,
para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2
Timoteo 3:16-17). Por esta razón no debemos desesperarnos al ver las consecuencias
que la caída de Adán trajo sobre todos sus descendientes. No se nos ha
abandonado a las tinieblas y la ceguera espiritual. Mediante su palabra, el
Espíritu Santo nos da el verdadero conocimiento de Dios. Y así como los
apóstoles, también debemos tener mayor confianza en las palabras de la
Escritura que en nuestros propios sentidos y entendimiento. La palabra de Dios
es verdadera.
Nuestra
perturbada línea de comunicación con Dios
En la caída Adán perdió su habilidad de
comunicarse con Dios. Dios siguió hablando al hombre, pero el hombre no podía
responder de una manera que agradaba a Dios. Tuvimos que depender totalmente
del Espíritu Santo para orar a Dios conforme a su voluntad. Un requisito para
orar es ser una persona preparada para orar. Dios no escucha la oración de los
incrédulos, pero las oraciones de los creyentes suben ante Dios (Proverbios
15:8; Apocalipsis 8:4). Dios el Espíritu Santo nos convierte en personas
capacitadas para orar, concediéndonos la fe salvadora por medio del evangelio
en palabra y sacramento.
Dios quiere que oremos a él en toda
tribulación y que lo alabemos. El Espíritu Santo nos renueva y nos da un
conocimiento correcto de Dios, y abre nuestros labios de modo que podamos
proclamar sus alabanzas (Colosenses 3:10; Salmo 51:17). El Espíritu Santo nos
ayuda a orar al mostrarnos lo que necesitamos y cuáles son los dones de Dios en
su palabra; de hecho nos da las mismas palabras para usar en nuestras oraciones
a Dios, cuando pedimos su ayuda, le agradecemos y le alabamos. El libro de
Salmos es tal colección de oraciones en la cual el Espíritu Santo nos ha dado
oraciones para diferentes ocasiones en la vida. Además de estas acciones de
misericordia, el Espíritu Santo mismo también intercede por nosotros. Él sabe
mejor que nosotros cuáles son nuestras necesidades y nos ayuda orando en
armonía con la voluntad de Dios. Aprendemos esto de Romanos 8:26-27: “Y de
igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de
pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles. Mas el que escudriña los corazones
sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios
intercede por los santos.” Así tenemos esta confianza en él.
La muerte en
nuestros cuerpos
Mediante el evangelio el Espíritu Santo nos
enseña la misma cosa acerca de la muerte como de su causa, es decir el pecado.
Nosotros que hemos llegado a la fe en Jesús como nuestro Salvador del pecado
mediante la obra del Espíritu Santo, debemos creer firmemente que la muerte no
está en donde se puede ver y experimentar. Con nuestros sentidos podemos sentir
y ver que nuestros cuerpos se deterioran y mueren. Lo que no podemos ver, pero
podemos creer debido a la promesa de Dios, es el hecho de que tenemos la vida
eterna por la fe en Cristo. En Juan 5:24, Jesús dice: “De cierto, de cierto os
digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida.” Y en Juan 11:25-26: “Yo
soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y
todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” El
Espíritu Santo sigue enfocándose en lo invisible, y cuando experimentamos el
deterioro de nuestros cuerpos, el Espíritu Santo renueva nuestro ser interior
con la seguridad de la gloria que nos espera — seremos resucitados con Cristo.
San Pablo escribe en 2 Corintios 4:16-18: “Por tanto, no desmayamos; antes
aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante
se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en
nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros
las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son
temporales, pero las que no se ven son eternas.”
El trabajo de
la vida diaria y el sufrimiento por Cristo
Creemos que tenemos a un Dios de misericordia
por causa de Cristo, porque Dios lo dice y promete en su palabra. Pero los
tratos de Dios con nosotros no encuentran aprobación en nuestra razón de tal
forma que la gracia que se nos ofrece en la promesa pueda confirmarse por lo
que experimentamos con nuestros sentidos. Contrario a lo que encontraría
razonable nuestra razón, Dios nos envía sufrimiento. Pero en medio de ello el
Espíritu nos da otra clase de consuelo diferente de lo que el mundo quisiera
dar y nuestra razón desearía. Como creyentes en Cristo hasta podemos
regocijarnos en nuestros sufrimientos, porque sabemos que nos traen un bien
espiritual (Romanos 5:1-5). “De igual
modo, esta doctrina, según la trata San Pablo de una manera tan consoladora en
Romanos 8:28.29, 35-39, nos enseña, que antes de la fundación del mundo, Dios
determinó mediante qué cruces y sufrimientos él habría de conformar a cada uno
de sus escogidos a la imagen de su Hijo y qué provecho habría de traer para
cada uno la cruz de la aflicción, porque los escogidos son llamados según el
propósito. De esto Pablo concluye que él está completamente seguro y no abriga
la menor duda de que «ni la tribulación, ni la angustia, ni la muerte, ni la
vida, etc., nos podrá apartar del amor de Dios que es en Cristo Jesús nuestro
Señor.»” (FC, DS XI, 49 p. 680).
La enemistad de
los incrédulos
Cuando enfrentamos la enemistad de los incrédulos y vemos cómo el
mal en este mundo obstaculiza el evangelio y amenaza a la iglesia, el Espíritu
Santo nos guía a lo que es invisible. Hay un libro especial escrito con este
propósito. En el libro del Apocalipsis el Espíritu nos dirige a Cristo, quien es
el Victorioso y tiene la autoridad de juzgar. Se describe en una imagen tras
otra el juicio, en donde los enemigos de Dios finalmente son vencidos y Cristo
triunfa rodeado por un pueblo que él ha salvado de la gran tribulación. La
realidad no es sólo lo que vemos y experimentamos, la realidad también es lo
que el Espíritu nos revela en su palabra, la cual es más segura y cierta que
nuestros sentidos. Para nuestra razón es difícil entender cómo Dios puede ser
todopoderoso y bueno cuando la maldad es tan grande. Mediante la fe entendemos
que Dios tiene todo bajo control, y que el número total de los elegidos
seguramente se salvará. Cristo protege a su iglesia, “y las puertas del Hades
no prevalecerán contra ella” (Mateo 16:18). Aunque llegara al punto en que los enemigos
de Cristo nos mataran, no nos habrían vencido. Nada podrá separarnos del amor
de Dios en Cristo Jesús.
La doctrina de
la elección es el consuelo final para la iglesia en la tierra que lucha y sufre
Porque hemos sido llevados a la fe en nuestro
Salvador Jesucristo mediante el evangelio enfrentamos el sufrimiento y la
aflicción en nuestras nuevas vidas como cristianos debido a nuestros pecados, y
vemos las actividades de los enemigos de Dios. Es entonces que el Espíritu
Santo nos da el último consuelo en los pasajes que hablan de la elección
misericordiosa de Dios. Estos pasajes nos muestran que el evangelio no nos
alcanzó por accidente. Tampoco decidió el Espíritu Santo hacernos creyentes
solamente en el momento en que oímos el evangelio. No, Dios desde la eternidad
había elegido a cada uno de los que se salvaría y ha ordenado salvarnos
mediante el evangelio de Jesucristo. Por tanto ha despertado la fe en nuestros
corazones por la predicación del evangelio. La razón por nuestra salvación es la
eterna decisión de Dios, que no puede ser revocada ni abortada. Por eso
nosotros que creemos podemos estar absolutamente seguros de nuestra salvación.
Ni el pecado, ni el diablo, ni las maldades de este mundo nos pueden privar de
nuestra salvación. Debido a la decisión de Dios, nuestra salvación está segura
en las manos todopoderosas de nuestro Salvador Jesucristo quien nos asegura:
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida
eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan
10:27-28).
Reacción al
ensayo: “El Espíritu Santo consuela la iglesia.
Este ensayo no fue un ejemplo de 10,000
suecos buscando un pensamiento. Más bien fue una buena exposición del trabajo
del Espíritu Santo como “Consolador.” Muchas gracias, pastor Hedkvist. Su
ensayo da consuelo porque se centró en el trabajo de aquél que es el Consolador; y respiró autoridad porque sus pensamientos
comenzaron y terminaron con la Escritura y nuestras confesiones luteranas. El
almuerzo y unas dos horas nos han separado de buena parte de este ensayo, así
que, permítanme dar un resumen de unos noventa segundos de las tres partes de
la presentación como un repaso. El resumen revelará lo que me impresionó.
A. La primera parte se centra en el medio que el Espíritu Santo usa para dar
el consuelo. Consuela a su iglesia a través del lenguaje del evangelio que se
ha escrito. El consuelo del Espíritu es, por lo tanto, lo mismo que el consuelo
del Evangelio de Jesucristo. El Espíritu Santo trae este evangelio de perdón y
paz a nuestros corazones personales, creando la fe por medio del evangelio. La
obra del Espíritu y la obra de la Escritura y los sacramentos son indivisibles.
B. La segunda parte de la presentación se
centra en nuestra necesidad del
Consolador. Tenemos una necesidad desesperada del consuelo del Espíritu a causa
de nuestra condición cargada con terror que heredamos como hijos caídos de
Adán. La obra del Espíritu en exponer nuestro pecado y sus consecuencia es
solamente su obra “extraña”, no la propia, la cual es consolar a los caídos.
C. La tercera parte se centra en
las situaciones de nuestras vidas en las que el Espíritu nos trae consuelo
mediante el evangelio. El Consolador quita el terror causado por nuestra culpa, termina nuestro palpar ciegamente, repara nuestra comunicación perturbada con Dios, y
quita el aguijón de la muerte, de los
sufrimientos de nuestra vida actual y
de la hostilidad de los enemigos.
Finalmente el Consolador concluye su consuelo conduciéndonos a creer la
maravillosa doctrina de nuestra elección para la salvación. Poco sorprende que
Jesús lo llama “el Consolador”.
Varios pensamientos me impresionaron
especialmente en el ensayo del Pastor Hedkvist. Éstos fueron dos de ellos. Tal
vez querrá comentar más sobre ellos.
Cuando se celebra la Santa Cena, el Espíritu
Santo nos está entrenando a creer lo que no podemos ver — a creerlo solamente
porque la palabra de Dios lo dice. Lo hace para que en otras ocasiones también podamos creer lo que no podemos ver,
sino lo creamos sólo porque el Señor lo dice. Esto es una aplicación extendida
de la doctrina de la verdadera presencia que no he encontrado muchas veces.
Otra pensamiento bien expresado que me
impresionó en el ensayo fue éste. Si confiáramos en nuestro ver, entender, y
experimentar, nuestra conclusión natural tendría que ser que la ira de Dios
permanece sobre nosotros. Es sólo por la fe en las promesas de Dios que lo
opuesto es el caso, es decir, que por Cristo el beneplácito de Dios descansa
sobre nosotros. Otra vez , como muchos han enfatizado en esta conferencia, no
se debe confiar en las experiencias; se debe confiar en la palabra. Es en esto
que el Espíritu nos hace confiar. Por eso se llama el Consolador.
Un ejercicio
para comentario y discusión:
El nombre especial para el Espíritu Santo que
fue el enfoque de este ensayo es el nombre “el Consolador”. Es el nombre que
Jesús mismo le dio en Juan 14:16,26; 15:26; 16:7. En griego es parakletos. Nuestras traducciones al
español utilizan una variedad de traducciones Consolador (RV), Defensor (DHH),
Paráclito (NBJ). ¿Cuál es el término que se usa en estos pasajes en los muchos
idiomas que están presentes aquí en la convención de la CELC? ¿Qué matiz tienen
estos términos? ¿Es una buena traducción del parakletos griego?
A.L. Harstad