35Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú
en el Hijo de Dios? 36Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en
él? 37Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. 38Y él dijo:
Creo, Señor; y le adoró. 39Dijo Jesús: Para juicio he venido yo a este mundo; para que los
que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. 40Entonces algunos de los fariseos que estaban con él, al
oír esto, le dijeron: ¿Acaso nosotros somos también ciegos? 41Jesús les respondió:
Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece.
Nuestro texto contiene lo que tal vez sea uno de los dichos más enigmáticos del Señor. De
hecho, lo que el Señor dice aquí podría parecer contradecir lo que ha dicho en otras partes.
¿No dijo: "Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por él"? Pero en nuestro texto hace la sorprendente declaración: "Para
juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados." ¿Cómo
debemos entender eso? ¿Cuál es su mensaje para nosotros?
Nuestro texto sigue a uno de los grandes milagros de Jesús. Sanó a un hombre que había nacido
ciego. Pasando por el camino, los discípulos le preguntaron de ese hombre, "Rabí, ¿quién
pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?" La respuesta de Jesús: "No
es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él."
Y luego dijo algo que será muy importante para entender nuestro texto de esta mañana: "Me es
necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie
puede trabajar. Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo."
Con esto, Jesús preparó lodo, lo puso en los ojos del hombre, le dijo que fuera a Siloam para lavarse,
y el hombre siguió sus instrucciones y salió viendo. Fue una demostración estupenda del poder
y el amor de Jesús. Pero las reacciones eran muy diversas. Finalmente fue llevado a los fariseos que lo
interrogaban. Fue después de ese interrogatorio que suceden los actos y dichos de Jesús en nuestro
texto. Así que, preguntamos de nuevo. ¿Qué significan las palabras de Jesús: "Para
juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados"?
Tenemos en el texto a un individuo, el ciego de nacimiento que había sido sanado, y los fariseos que están
presentes y oyen también esta declaración de Jesús. El hombre y los fariseos representan los
dos grupos de los que habla Jesús, pero no es relevante solamente a ellos. Ellos ilustran la verdad, pero
la verdad misma tiene aplicación a toda la humanidad, a ti y a mí.
¿Cómo llegamos a este punto? Veamos un poco del interrogatorio. Jesús había hecho este
milagro en el día del sábado. Para algunos que siguieron, no las leyes de Dios sino sus propias ideas
y tradiciones acerca del sábado, esto fue suficiente para que formaran su juicio de Jesús. "Volvieron,
pues, a preguntarle también los fariseos cómo había recibido la vista. El les dijo: Me puso
lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo. Entonces algunos de los fariseos decían: Ese hombre no procede
de Dios, porque no guarda el día de reposo." No todos, sin embargo, tomaron esa posición cerrada,
porque se fijaron en la señal que Jesús había hecho. "Otros decían: ¿Cómo
puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos." En cuanto
al ciego, el hombre, movido en parte por lo que había sucedido, y en parte porque bajo la presión
de la interrogación, sus propios pensamientos se esclarecieron, cuando "volvieron a decirle al ciego:
¿Qué dices tú del que te abrió los ojos?", dijo: "Que es profeta."
La cerrada oposición de la mayoría de los fariseos a Jesús también se revela en que
Juan nos dice que los fariseos, que no querían creer que Jesús realmente haya hecho tal milagro,
llamaron a sus padres para dar testimonio. Ellos dieron respuestas evasivas, porque "tenían miedo de
los judíos, por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús
era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga."
Los fariseos vuelven a interrogar al que había sido ciego. Le intimidan: "Nosotros sabemos que ese
hombre es pecador." El dice en este punto que no sabe si es un pecador, pero sí sabe que era ciego
y que ahora ve. Cuando le siguen presionando, piensa con más claridad; su luz aumenta: "Pues esto es
lo maravilloso, que vosotros no sepáis de dónde sea, y a mí me abrió los ojos. Y sabemos
que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye. Desde
el principio no se ha oído decir que alguno abriese los ojos a uno que nació ciego. Si éste
no viniera de Dios, nada podría hacer." Pero a la vez que aumenta la luz del ciego, se cierran más
rotundamente los fariseos. Lo único que pueden hacer es responder con abuso e invectiva: "Respondieron
y le dijeron: Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros? Y le expulsaron."
Es allí donde comienza nuestro texto. El hombre ha llegado a reconocer que Jesús era un profeta,
que era un enviado de Dios para comunicar su mensaje. Ahora, cuando el hombre ha sido expulsado por los judíos
por confesar esto acerca de Jesús, él mismo sale a buscarlo y le pregunta: "¿Crees tú
en el Hijo de Dios?" El hombre cree que el Mesías viene, y cree que Jesús como profeta puede
revelárselo, así que responde: "¿Quién es, Señor, para que crea en él?"
Luego Jesús hace una de sus declaraciones más abiertas de su misión divina, al decir: "Pues
le has visto, y el que habla contigo, él es." Podría haber dicho nada más: "Yo soy".
Pero lo que dice es más profundo. El hombre había salido de la presencia de Jesús todavía
ciego, físicamente. Desde entonces tampoco había visto a Jesús físicamente, hasta este
mismo momento. Sin embargo, Jesús le dice que lo ha visto. No sólo había llegado a tener la
vista física, se había iluminado su entendimiento espiritual. Había llegado a ver que Jesús
era enviado por Dios. Y "el que habla contigo, él es". Ahora confirmó con su palabra lo
que había llegado a creer, y lo llevó a su cumplimiento. ¿La reacción del hombre?:
"Creo, Señor; y le adoró."
Fue entonces que Jesús fue movido a declarar: "Para juicio he venido yo a este mundo; para que los
que no ven, vean, y los que ven, sean cegados." Este hombre había sido ciego, no sólo físicamente,
sino también espiritualmente. Esa había sido su condición desde su nacimiento. Pero ahora
no sólo había recobrado la vista física, había recibido algo de mucho más importancia.
Ahora veía espiritualmente. Reconoció en Jesús el Mesías, el Hijo del hombre, el que
le rescataba de su pecado y su ceguera espiritual. Jesús había declarado: "Entre tanto que estoy
en el mundo, luz soy del mundo." La luz había llegado a este hombre, y su entendimiento se abrió.
Veía ante él su Salvador. No veía, ahora vio, así que ejemplifica la primera mitad
de la declaración de Jesús.
Pero no es el único que está allí. Algunos fariseos oyen esta declaración, y se sienten
aludidos. Así que sarcásticamente dicen: "¿Acaso nosotros somos también ciegos?"
Jesús podría haber respondido con una sencilla palabra: "Sí". Pero no lo hace. Les
dice más bien: "Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos,
vuestro pecado permanece." Lo que en efecto está diciendo es que su problema, realmente, es que no
son ciegos, o al menos no lo admitirán. La luz de la salvación de Dios brilla en las obras y las
palabras de Jesús, y ellos responden: "Nosotros sabemos". "Nosotros sabemos que ese hombre
es pecador". Allí está su problema. Nadie les puede enseñar nada, porque ya lo saben
todo. "Tú naciste del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?" Así que,
con su luz rechazan la verdadera luz, y porque insisten que ya ven sin Jesús, rechazan ser iluminados por
él. Profesan ser los discípulos de Moisés, y por tanto rehusan ser los de Jesús.
Y eso es su problema. Tienen a Moisés, la ley, y porque la entienden mal y no dejan que cumpla su verdadera
función, de condenarles y mostrarles su ceguera natural, profesan que no necesitan la luz verdadera que
ha entrado en el mundo en la persona de Jesucristo. "Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía
a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por él fue hecho; pero el mundo no le conoció"
(Juan 1:8,9). Así que Jesús tiene que decirles que "porque decís: Vemos, vuestro pecado
permanece."
Y lo que Jesús dice de ellos es una verdad universal. Sólo el que sabe que está enfermo buscará
el médico. Sólo el que tiene hambre apreciará la comida. Sólo el que tiene sed espiritual
buscará el agua de la vida. Nadie reconoce por sí solo la verdadera profundidad de su ceguera espiritual.
Sin embargo, la Escritura revela que el estado natural de todos los hombres es de muerte y ceguera espiritual.
Por eso Lutero comienza su explicación del Tercer Artículo diciendo: "Creo que no puedo por
mi propia razón ni por mis propias fuerzas creer en Jesucristo, mi Señor, ni allegarme a él."
En 2 Corintios Pablo escribe. "Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es
el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios
en la faz de Jesucristo." La implicancia es que el corazón en su estado natural es tan oscuro como
las tinieblas que cubrían la faz de las aguas en la creación, y que requiere una obra de igual poder
divino iluminar el corazón humano para que vea en Jesús su Salvador.
Eso los fariseos rehusaban aceptar, y como resultado, la luz de Jesús no podía brillar en sus corazones.
Pero no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podemos ser salvos. Si no vemos en Jesús
lo que realmente es, el Salvador de los pecadores, y no vemos a nosotros como lo que realmente somos, pecadores
por naturaleza perdidos y condenados, no llegaremos a ver nunca. Entonces todo lo que decimos que es nuestra luz
y nuestro entendimiento, aun nuestra religiosidad y espiritualidad, es solamente tinieblas. Como Jesús dijo
en Mateo 6:23: "Si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?"
Así que, con su "vista", porque dicen que ven, los fariseos rechazan al Salvador de los pecadores,
y "su pecado permanece", y los condenará eternamente.
Es cierto que Jesús no desea eso para nadie. "Dios quiere que todos los hombres sean salvos, y lleguen
al conocimiento de la verdad." Realmente Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo sea salvo por él. Pero el que cierra sus ojos a la luz del mundo, que rehusa reconocer
su pecado y condición de perdido, que por tanto rechaza a Jesucristo como su Dios y Salvador, queda en su
pecado, queda en su ceguera, y pasará una eternidad en las tinieblas de afuera. Así resulta la trágica
consecuencia de que habla Jesús en nuestro texto: "para que … los que ven, sean cegados".
Pero siempre que se predique la luz del evangelio de Cristo, las buenas nuevas de que él ha venido al mundo
para salvar a los pecadores, que él ha vivido una vida perfecta en lugar de todos los pecadores, y luego
ha pagado la pena en que todos los pecadores han incurrido mediante su muerte en la cruz, habrá quienes
el Espíritu Santo iluminará, de modo que, reconociendo su pecado y su ceguera natural, verán
la luz, creerán en su Salvador, y mediante la fe harán suyos todo lo que Jesús vino para darles,
perdón de pecados, vida y salvación. Han sido tan ciegos como los demás, pero han reconocido
su ceguera, y han encontrado quien los sane en el Salvador Jesucristo.
Hermanos, siempre que se nos confronte la palabra de Dios, existe el peligro de que nos rebelemos, que insistamos
en que veamos, que tengamos la razón nosotros mismos, y no la palabra de Dios. Pero esa insistencia en que
"veo" es el camino que nos dejará ciegos eternamente. Más bien, reconozcamos como el hombre
que nació ciego, que nosotros también en nosotros y en todo nuestro entendimiento por naturaleza
somos ciegos, que en nosotros mismos no hay nada de luz, y que, si vamos a ver realmente, tendrá que ser
porque Jesucristo, la Luz del mundo, ha venido para redimirnos de nuestra oscuridad y las tinieblas del pecado.
Entonces tendremos la luz verdadera, y se habrá cumplido el verdadero propósito de la venida de Jesús:
"para que los que no ven, vean". Estoy seguro de que ustedes ven a sí mismos como pecadores que
estaban perdidos y condenados, pero que ahora, como el ciego, confían en Jesucristo como su Salvador de
todo pecado, de la muerte y del infierno. Es decir, estoy seguro que la luz de Jesucristo ha brillado también
en sus corazones, y que ya no son ciegos, sino ven todo el amor de Dios en la persona y obra de Jesucristo. Alabado
sea Cristo por esa luz que ahora ha alumbrado en nuestro corazón. Qué siga brillando a través
de todo nuestro camino por este mundo, hasta que lo veamos en su resplandor celestial. Amén.