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LA TERCERA PARTE PRINCIPAL - EL PADRENUESTRO

 

 

LA SUPERSCRIPCIÓN

 

Introducción: Hemos tratado en orden la primera y segunda partes principales, las que tratan de la Ley y la Fe. Por medio de la fe hemos recibido el poder para guardar los diez mandamientos. Pero hemos hecho sólo un principio en la fe y en guardar los mandamientos. El diablo, el mundo y la carne siempre quieren robarnos otra vez la fe y tentarnos a pasar por alto los mandatos de Dios. Estamos en una dura lucha. Si vamos a salir victoriosos tenemos que orar y pedir constantemente que Dios nos aumente la fe y nos dé siempre nuevo poder para guardar sus mandamientos. La tercera parte principal nos enseña a orar correctamente. Trata del Padrenuestro, la oración del Señor. Pero antes de verlo en detalle, es necesario ver con claridad qué es una oración. En primer lugar, luego, hablamos de la oración en general. (“Hemos oído ahora qué se debe hacer y creer. En ello consiste la vida mejor y más feliz. Sigue ahora la tercera parte: ¿Cómo se debe orar? Puesto que estamos hechos de tal modo que nadie puede cumplir plenamente los Diez Mandamientos — aunque haya empezado a creer y el diablo se oponga a ello con toda fuerza, como asimismo el mundo y nuestra propia carne — por esto, es muy necesario acudir a Dios todo el tiempo, clamar y pedir que nos dé, conserve y aumente la fe y el cumplimiento de los Diez Mandamientos y nos quite de en medio todo cuanto está en nuestro camino e impide. Mas para que sepamos qué y cómo debemos orar, nuestro Señor Cristo mismo nos enseñó la manera y las palabras, como veremos.” (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #1-3.)

 

1. ¿Qué significa orar? o, ¿qué es una oración? Pregunta 189.

 

a. El Salmo 19:15 nos dice en una forma muy hermosa lo que es una oración. Allí David llama a su oración dichos, un hablar. Cuando oramos, hablamos con Dios. La oración es una conversación con Dios. — David en primer lugar llama a la oración los dichos de mi boca. Hablamos con la boca, usando palabras en voz alta. Vestimos nuestra oración con palabras que expresamos. Oramos de esta forma en la iglesia, cuando nos sentamos a la mesa, y también en nuestro cuarto, y esto agrada a Dios. Él quiere que le oremos en voz alta, no porque no pueda escuchar de otra manera, sino para que oremos con más atención. — Pero David también llama a su oración la meditación de su corazón. Nuestro corazón debe orar. También es una verdadera oración cuando no la expresamos en voz alta, sino suspiramos y clamamos a Dios en nuestro corazón. Así Moisés clamó a Dios al lado del mar Rojo. (Éxodo 14:15). Dios también escuchará tales oraciones. Lo ha prometido, Salmo 10:17; Isaías 65:24. Orar, luego, significa hablar con Dios con el corazón y la boca. Y lo principal aquí es nuestro corazón. Aun cuando oramos con la boca, la oración tiene que venir del corazón. Si se habla solamente con la boca, y el corazón no siente nada, no es oración, sino vana palabrería. Mateo 6:7 — Ya antes hemos oído acerca de la oración en nuestro catecismo. En el Segundo Mandamiento Dios nos ordenó orar. Quiere que le oremos. Cuando oramos correctamente, cumplimos el Segundo Mandamiento. Cuando los cristianos andamos conforme a lo que Dios desea, servimos a Dios. La oración luego es un servicio a Dios, un acto de adoración que consiste en hablar a Dios con corazón y boca.

 

b. ¿Pero qué decimos cuando oramos a Dios? Hablamos con él en formas muy distintas. Prestemos atención a la oración de Ana, la madre de Samuel. (1 Samuel 1:10). Ella expuso su aflicción ante Dios. Le pide un hijo. También nosotros frecuentemente exponemos a Dios todas nuestras tribulaciones y las preocupaciones que pesan en nuestro corazón, y le pedimos su ayuda. En la oración llevamos todas nuestras necesidades a Dios. A esas oraciones las llamamos peticiones. — En el Segundo Mandamiento se nombran otras clases de oración, tales como alabar y dar las gracias. Tenemos un ejemplo excelente de una oración de alabanza en el cántico de las huestes celestiales cuando nació el Salvador. (Lucas 2:14). — Cuando el Señor sanó a diez leprosos, uno de ellos volvió y le dio las gracias. (Lucas 17 ss.) Cuando Dios ha escuchado nuestra oración y nos ha ayudado en nuestra necesidad, también debemos darle las gracias por la ayuda que hemos recibido, los beneficios que él nos ha hecho. Así también tenemos oraciones de alabanza y acción de gracias. La oración es un servicio a Dios, en el cual llevamos, con el corazón y la boca, todas nuestras necesidades a Dios y lo alabamos y le damos las gracias.

 

2. Además oímos qué debe motivarnos a orar. Pregunta 190.

 

a. Hemos oído ya en el Segundo Mandamiento acerca de la oración. Cuando usamos el nombre de Dios para orar, le damos un uso correcto. Dios nos ha mandado que oremos. No encontramos este mandato sólo en el Segundo Mandamiento, sino también en muchos otros pasajes de las Escrituras, por ejemplo Mateo 7:7-8; Salmo 50:15. Los cristianos gustosamente cumplen los mandatos de Dios. Así que este mandato debe motivarnos para orar gustosa y diligentemente. — Sin duda hay muchas cosas que nos impiden orar a Dios, la falta de deseo de nuestra carne y la enemistad del diablo. Nos sugiere que como pecadores no somos dignos para hablar al gran Dios santo. Sin embargo, no debemos poner atención a nuestra dignidad o indignidad para orar, sino al mandato de Dios. Así lo hizo David. Se fijó en el mandato de Dios de que debemos buscar su rostro y orar a él. Debido a su mandato obedeció y buscó el rostro de Dios.

 

b. No obstante, Dios no solamente nos mandó orar, también agregó una promesa. Mateo 7:7-8; Salmo 145:18-19; 50:15. Dios nos ha prometido que él estará con nosotros y escuchará nuestras oraciones. Quiere rescatar a los suyos de sus necesidades y tribulaciones cuando claman a él. Esta promesa debe motivarnos a orar. Con seguridad un hombre pobre estaría motivado a pedir ayuda a un rico si éste con frecuencia le habría prometido ayudarlo. Sin embargo, las promesas de los hombres muchas veces son engañosas. Dios nos ha prometido frecuentemente ayudarnos. Esto debe motivarnos a orar. Él es el Dios verdadero y todopoderoso. Lo que promete, lo cumple. También puede hacer todo lo que ha prometido. Entre más firmemente creamos las promesas de Dios, oraremos más y con más alegría.

 

c. El Señor dice en el Salmo 50:15: “Invócame en el día de la angustia”. Como cristianos tenemos muchas angustias corporales y especialmente espirituales. El diablo, el mundo y la carne en particular siempre nos afligen. Y aparte de nuestra angustia, nuestro prójimo también tiene muchas aflicciones que vemos y debemos sentir. Esas angustias deben motivarnos a orar a Dios. Cuando hay aflicciones no debemos preocuparnos, mucho menos murmurar contra Dios, sino invocarlo. Sólo él puede ayudar, y quiere hacerlo, y seguramente lo hará. Entre más sintamos nuestra angustia, especialmente la angustia espiritual, debemos orar con más diligencia y celo. El mandato y la promesa de Dios, y nuestra necesidad y la de nuestro prójimo deben inducirnos a orar.

 

3. Además aprendemos a quién debemos orar. Pregunta 191.

 

Dios no nos ha dejado dudando respecto a quién debemos orar. Mateo 4:10. Debemos adorar sólo a Dios, nuestro Señor. El verdadero Dios es el Dios trino, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Sólo a él debemos orar. A él únicamente le pertenece la gloria. No dará su gloria a otros, ni su alabanza a esculturas. (Isaías 42:8.) Es idolatría, un pecado contra el primer mandamiento, cuando oramos a alguien más que al Dios Trino. Los católicos romanos con su invocación a María y los santos, y la logia con sus oraciones a un dios generalizado, caen en este pecado. — Además, toda oración que no se hace a la Trinidad es completamente en vano. Los llamados santos, hombres que ya han muerto, que son una invención humana y convertimos en nuestros dioses, no pueden oír ni contestar. Únicamente el verdadero Dios vivo puede y quiere contestar. Sólo él está presente en todas partes, sabe todas las cosas, es todopoderoso, está lleno de bondad. Él es nuestro Padre y Redentor. Isaías 63:16. Sólo Dios oye las oraciones, por eso toda carne, o sea, todo hombre debe orar únicamente a él. Salmo 65:2.

 

4. Además tratamos lo que debemos pedir a Dios en nuestras oraciones. Pregunta 192.

 

a. Lo que debemos pedir, leemos en Filipenses 4:6. Allí el apóstol nos dice que no debemos preocuparnos sino debemos llevar nuestras peticiones conocidas a Dios. Podemos y debemos llevar ante él todas nuestras preocupaciones, todo lo que nos presiona y nos inquieta. Así, por ejemplo, el publicano en Lucas 18:13 pidió a Dios su gracia, su piedad, el perdón de sus pecados. Pidió un don espiritual. La mujer cananea le pidió la salud de su hija. Mateo 15:22-28. Pidió un beneficio corporal. Podemos pedir todo a Dios, ya sean beneficios espirituales o corporales.

 

b. No obstante, todavía tenemos que prestar atención a algo aquí. 1 Juan 5:14 nos dice que Dios nos oye si pedimos algo conforme a su voluntad. Debemos pedir conforme a la voluntad de Dios. Leemos de una ocasión en que la madre de los hijos de Zebedeo pidió que sus hijos se sentaran uno a la derecha y el otro a la izquierda del Señor en el reino de Dios. (Mateo 20:21 ss.) El Señor no aceptó esta petición. La madre no había pedido según la voluntad de Dios. Quería la gloria de ella y de sus hijos. Pero esto no es la voluntad de Dios, sino debemos hacer todo para su gloria (1 Corintios 10:31). También nuestras peticiones deben buscar la gloria de Dios. Así sólo debemos pedir lo que promoverá la gloria de Dios. — Debemos pedir conforme a la voluntad de Dios. Pero Dios quiere que todos sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad. Él quiere la salvación para todos los hombres. Y también lo que sea mejor para ellos. Dios nos dará lo que sirva para nuestro beneficio, lo que nos ayude para la salvación eterna. Cuando Pablo una vez pidió al Señor que le quitara el mensajero de Satanás, que le afligió duramente (2 Corintios 12:7 ss.), el Señor no le concedió su petición. A Pablo le aprovechaba más para su salvación soportar por más tiempo esta aflicción. Debemos pedir lo que sirva para nuestra salvación. Y también debemos pensar en lo que promueva la salvación y el verdadero beneficio de nuestro prójimo. Así pedimos todo lo que promueva la gloria de Dios y el beneficio de nosotros y de nuestro prójimo, sean beneficios espirituales o corporales.

 

c. Debemos pedir beneficios corporales y espirituales. Mas debemos pedir conforme a la voluntad de Dios. Y así hacemos aquí una distinción. En Lucas 11:13 el Señor nos dice que el Señor quiere dar su Espíritu Santo a los que se lo pidan. Cuando pedimos el Espíritu Santo, siempre pedimos conforme a la voluntad de Dios. En el don del Espíritu Santo están incluidos todos los demás beneficios espirituales que son necesarios para nuestra salvación: el perdón de los pecados, la fe, la justicia, la santificación, etc. Cuando pedimos dones espirituales, sabemos que lo hacemos conforme a la voluntad de Dios. Estos dones son necesarios para nuestra salvación. También sirven para promover nuestro bienestar y el de nuestro prójimo. Así que cuando pedimos beneficios espirituales, no tenemos que agregar ninguna condición, agregando la condición que Dios nos lo conceda si sea su voluntad. Sabemos que es su voluntad dárnoslo. Debemos pedir los beneficios espirituales que son necesarias para nuestra salvación sin poner ninguna condición. La situación es diferente con los beneficios corporales, porque no sabemos cuáles sean los mejores para nosotros. (Muchos piden la salud física, y sin embargo promueve su eterna salvación que queden enfermos más tiempo, etc.) Cuando pedimos los dones corporales, no siempre tenemos la seguridad de que lo hacemos para la gloria de Dios y para nuestro beneficio. No siempre estamos seguros de pedir conforme a la voluntad divina, y así debemos agregar a nuestras peticiones por los dones terrenales una condición: que Dios nos conceda tales bienes si es su voluntad. Nuestro Salvador mismo nos da un ejemplo de esto en el huerto de Getsemaní. Lucas 22:42. En esta forma oró el leproso. Mateo 8:2. Dios quiere darnos los beneficios que sean para su gloria y para nuestra salvación. Así en cuanto a dones temporales pedimos con la condición de que Dios nos los conceda  si es para su gloria y para nuestra salvación.

 

c. Ya hemos oído sobre la oración del publicano o cobrador de impuestos. Lucas 18:13. El publicano presentó ante Dios su condición miserable. Dios aceptó su oración y la contestó. Nosotros también podemos y debemos orar por nosotros mismos. En Génesis 18:20 ss. se nos cuenta que Abraham pidió por las ciudades de Sodoma y Gomorra.

 

También debemos orar por otras personas. De hecho debemos orar por todas, especialmente para las que estén en autoridad. 1 Timoteo 2:1. Debemos pedir por nuestros amigos y parientes, como lo hizo la mujer cananea por su hija, Mateo 15:22-28; pero también debemos orar por nuestros enemigos, Mateo 5:44, como lo hizo Cristo, Lucas 23:34, y Esteban, Hechos 7:59. — Debemos pedir por todas las personas mientras vivan aquí en la tierra con nosotros. La iglesia romana va más allá; enseña que debemos orar por los muertos. Pero no tenemos ningún mandato ni ningún ejemplo de esto en las Escrituras. Nuestras oraciones ya no pueden ayudar a los que han muerto. Hebreos 9:27. No debemos orar por los muertos.

 

5. David en el Salmo 19:15 pide al Señor que su oración sea grata, o aceptable delante de él. Luego hay oraciones también que realmente no lo son y no agradan a Dios. Por eso seguimos preguntando: ¿Cómo debemos orar debidamente? ¿Cuál es una oración verdadera que agrada a Dios? Pregunta 193.

 

a. Cristo mismo nos enseña qué es una verdadera oración. Juan 16:23. Debemos orar en el nombre de Jesús. Una verdadera oración es la que se hace solamente en el nombre de Jesús. ¿Qué significa pedir en el nombre de Jesús?

 

1'. Cuando alguien presenta su petición ante una persona famosa y poderosa, busca a un amigo o amiga que tenga influencias con una persona poderosa, y trata de recibir su apoyo. Espera que esa persona poderosa esté más dispuesta a escuchar su petición debido a este amigo. Nosotros en la oración nos presentamos como pecadores delante del sumo Señor, el Dios santo. Dios no se complace con nosotros a causa de nuestra naturaleza. Sin embargo, tenemos a un amigo que es aceptable a Dios, el Señor Jesucristo. Él es nuestra justicia ante Dios. A causa de él Dios escucha nuestras oraciones. Nuestra confianza para orar está en él y en su mérito, porque él ha expiado nuestros pecados. Orar en el nombre de Jesús quiere decir que oremos confiando en Cristo y su mérito. Sólo un cristiano que en su corazón cree en Cristo puede orar. Solamente los cristianos creyentes pueden orar. Los incrédulos no pueden hacerlo correctamente porque su oración es pura palabrería.

 

2'. Nos presentamos delante de Dios en el nombre de Cristo, dependiendo solamente de su mérito y de su justicia. Porque él debe representarnos delante de Dios, debemos pedir lo que Cristo mismo nos ha enseñado. Debemos hacer nuestras oraciones conforme a su voluntad. Orar en el nombre de Cristo significa hacerlo conforme a su voluntad.

 

b. El Señor mismo nos enseña más acerca de la manera en que debemos hacer nuestras oraciones en Mateo 21:22. Recibiremos lo que pedimos cuando creemos que Dios por causa del nombre de Jesús seguramente nos dará lo que hemos pedido. Marcos 11:24. No debemos dudar que nuestra oración sea oída, sino tener una firme confianza en que Dios escucha nuestras oraciones cuando pedimos en el nombre de Cristo. El que no está seguro de que su oración va a ser escuchada duda del poder de Dios, o de su bondad o de su fidelidad. Esa oración jamás puede agradar a Dios. (Santiago 1:6-7). Debemos orar con una firme confianza de que Dios es todopoderoso y puede escucharnos, que Dios por causa de Cristo es misericordioso y nos escuchará, que él como el Dios fiel cumplirá su promesa. En esta forma glorificamos a Dios cuando oramos como es debido en el nombre de Jesús y con una confianza firme.

 

6. Finalmente debemos prestar atención al lugar y al tiempo en que debemos orar. Preguntas 195,196.

 

a. Oímos del fariseo y del publicano que fueron al templo para orar. También David dice que él alabará a Dios en la congregación. Salmo 26:12. Así nosotros también oramos en las casas de Dios, en nuestros cultos públicos, y Dios se agrada cuando los cristianos oran juntos. Sólo debemos cuidar de que en la iglesia hagamos nuestras oraciones con espíritu recto y verdadera meditación. — El Señor también nos indica otro lugar donde podemos y debemos orar. Mateo 6:6. En el aposento, en nuestro cuarto cuando estamos a solas con nuestro Dios, debemos especialmente elevar nuestro corazón a Dios. Pero el apóstol también nos dice en 1 Timoteo 2:8 que debemos levantar manos santas a Dios en oración en todo lugar. En el Nuevo Testamento no estamos restringidos a determinados lugares para nuestra oración. (En el Antiguo Testamento Jerusalén fue el lugar indicado para la oración. Juan 4:20; Daniel 6:10; 1 Reyes 8:44). En cualquier lugar a donde nuestros asuntos y negocios nos lleven, en dondequiera que nos sintamos preocupados y tengamos necesidad de la ayuda misericordiosa de Dios, podemos y debemos orar a Dios. Él está presente en todas partes, y ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Él escucha y contesta nuestras oraciones en cualquier lugar.

 

b. También preguntamos: ¿Cuándo debemos orar? Dios no nos da ningún mandato en su palabra acerca de orar a ciertas horas. Leemos (Daniel 6:10) que Daniel oraba a Dios tres veces al día. Es bueno y loable también para los cristianos que escojamos y establezcamos las horas en que especialmente oramos. De otro modo olvidamos orar con facilidad. Esos tiempos serían especialmente en la mañana y en la tarde y cuando estamos en la mesa. (Sería bueno aquí señalar las oraciones de la mañana y de la tarde, y a la hora de las comidas en el catecismo.) — Pero no debemos limitar nuestras oraciones a esos tiempos indicados; debemos pedir siempre que tengamos alguna necesidad. Isaías 26:16. El apóstol hasta dice que debemos orar a Dios sin cesar. 1 Tesalonicenses 5:17. Toda nuestra vida debe ser una constante oración. Nuestro corazón siempre debe dirigirse a Dios en la oración. Debemos orar tanto en los días buenos como en los malos.

 

 

INTRODUCCIÓN AL PADRENUESTRO

 

Introducción. Hemos hablado acerca de la oración en general. Los cristianos tenemos una oración que debemos tratar en particular. Ésta es la oración maestra del Señor, el Padrenuestro. A diario oramos esta oración, por lo cual debemos aprender a entenderla correctamente, para que sepamos qué es lo que pedimos, y no sólo la repitamos sin pensar. Ésta es la oración modelo. Por medio de ella el Señor nos enseña cómo debemos orar correctamente. Entre mejor la comprendamos y penetremos en su rico contenido, tanto mejor aprenderemos a orar en general. Así es necesario que aprendamos a entender bien el Padrenuestro. Dividimos el Padrenuestro en tres partes: la introducción, las siete peticiones y la conclusión. Primero trataremos la introducción al Padrenuestro: “Padrenuestro que estás en los cielos”.

 

Éstas son palabras gloriosas y preciosas. En las Sagradas Escrituras leemos, especialmente en los Salmos, muchas oraciones de muchos hombres piadosos de Dios, inclusive oraciones que tienen hermosas introducciones que fortalecen la fe (por ejemplo Salmo 18:2-3), pero esta introducción que el Señor nos ha dado en su oración es todavía más preciosa y alentadora. Contiene tres partes.

 

1. Comenzamos nuestra oración con la palabra “Padre”. Pregunta 198.

 

a. ¿En quién pensamos al decir la palabra “Padre”? En aquél a quien dirigimos estas palabras, al Padre “que está en los cielos”; no a un padre terrenal, sino al Padre celestial. En el Padrenuestro nos dirigimos a Dios, al verdadero Dios que se ha revelado en su palabra, Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo debemos orar a quien el Señor nos indica en su oración.

 

b. Cristo nos enseña que en nuestra oración debemos llamar a Dios Padre. En realidad, sólo los verdaderos hijos de Dios pueden y deben decir esta oración. ¿Quiénes son ellos? El apóstol dice que somos hijos de Dios por la fe en Jesucristo. (Gálatas 3:26.) Los verdaderos creyentes son los hijos de Dios. Sólo ellos realmente pueden llamar a Dios su Padre,  así que únicamente los cristianos pueden orar como es debido el Padrenuestro. Los que no son cristianos, los incrédulos y los impíos, no pueden orar en ningún caso. Cuando repiten esta oración del Señor es sólo una vana repetición. Solamente los que llaman a Dios su Padre con una viva fe en Cristo pueden orar el Padrenuestro.Cristo, nuestro Salvador, nos ha hecho hijos de Dios, y sólo por medio de él lo somos. Cuando confiamos en él, en el Hijo amado, nosotros, sus hermanos, podemos llamar a Dios Padre. Nos presentamos ante Dios y decimos “Padre” solamente en el nombre de Cristo, confiando en la justicia y el mérito de Cristo. Oramos el Padrenuestro en el nombre de Cristo.

 

c. El Señor Jesucristo nos enseña que debemos llamar a Dios Padre en nuestra oración. Dios nos ha revelado muchos de sus nombres en las Sagradas Escrituras. ¿Por qué escoge el Señor Jesucristo precisamente este nombre: “Padre”? Lutero, en su explicación de esta introducción, nos muestra por qué Cristo nos enseña a usar precisamente este precioso nombre de Dios en nuestras oraciones. “Quiere Dios atraernos con esta invocación”, es decir, con toda esta introducción, con las palabras: “Padrenuestro que estás en los cielos”. — ¿Qué significa atraernos? Cuando un niño es tímido y no se siente muy seguro de acercarse a nosotros para hablarnos, nosotros en forma amable le hablamos, tal vez le extendemos un regalito para animarlo a venir a nosotros y hablarnos. Atraernos quiere decir dar ánimo. Así también Dios nos atrae con el nombre amable de Padre y con eso nos da ánimo. Nosotros por naturaleza tenemos miedo de presentarnos ante Dios y orar. Él es el Creador, nosotros su creación; somos polvo y ceniza delante de él. Él es el gran Dios santo, nosotros somos pecadores. ¡Cómo nos atreveremos a presentarnos delante de este Dios y hablar con él! Por eso Dios no nos enseña a dirigirnos a él con el nombre Santo, Justo, Todopoderoso, — todo eso podría aumentar nuestro miedo — sino sencillamente “Padre”. Con esa palabra él quiere quitarnos el miedo y animarnos. Esto significa que Dios quiere atraernos — ¿Para qué quiere atraernos Dios? Sigue diciendo: “para que creamos que él es nuestro verdadero Padre y nosotros sus verdaderos hijos”. Debemos creer. Creer significa poner la confianza en algo. Cristo nos enseña a llamar a Dios nuestro Padre en nuestras oraciones para que pensemos en que Dios es nuestro Padre, para que pongamos nuestra confianza en este hecho al orar. Y podemos hacerlo. Dios es realmente nuestro Padre, nuestro verdadero Padre. A él se le llama con propiedad nuestro Padre, en un sentido muy superior que nuestro padre terrenal. La Biblia expresamente lo llama el Padre. Efesios 3:14,15. Nos ha creado, y nos cuida y gobierna. En Cristo nos ha ganado para hacernos suyos. Y ahora por causa de Cristo nos ha recibido como sus verdaderos hijos, los que de hecho y en verdad son sus hijos, 1 Juan 3:1. — Y cuando creemos, cuando confiamos que Dios es nuestro verdadero Padre y nosotros sus verdaderos hijos, entonces con ánimo y con toda confianza le pediremos como los queridos hijos a su amoroso Padre. Cuando un niño pequeño que no es tímido tiene una necesidad, cuando le falta algo, va a su padre para pedírselo con ánimo y con mucha confianza. Tiene un padre amoroso, y él sabe que es el hijo amado de su padre. Así los cristianos debemos clamar a Dios y pedirle como sus queridos hijos, a quienes ama por causa de Cristo. El niño pequeño pide a su padre con confianza, o sea, no tiene miedo de ir a su padre y presentarle su necesidad. Así los cristianos debemos presentarnos confiadamente ante Dios y pedirle sin temor. No hemos recibido ya un espíritu de esclavitud, sino de adopción. Como hijos de Dios clamamos a nuestro amoroso Padre. Romanos 8:15. El niño pequeño pide con toda confianza porque sabe que su padre lo oirá y que seguramente lo ayudará. No tiene duda de esto. Por eso nosotros los cristianos debemos pedirle con toda confianza, es decir, sin ninguna duda. No debemos dudar que Dios seguramente escuchará nuestra oración. Así el apóstol Pablo habla con toda confianza en Efesios 3:14,15; y nosotros también podemos pedir. Cristo nos enseña a dirigirnos a Dios como nuestro Padre y con este nombre nos atrae y nos anima, para que pidamos como los hijos amados a su amoroso padre, con confianza, sin miedo y sin duda.

 

2. El Señor Jesucristo además nos enseña a orar “Padre nuestro”. Pregunta 199.

 

a. Por medio de la palabra “nuestro” el Señor nos recuerda que Dios no es sólo mi Padre y que no solamente yo soy su hijo amado. Dios tiene muchos otros hijos. Todos los cristianos creyentes son hijos de Dios por medio de Cristo. Tengo muchos hermanos y hermanas espirituales, todos los que junto conmigo están en la misma fe en Cristo. Todos tenemos un Padre, Dios. Efesios 4:6. Así Cristo aquí quiere recordarnos que todos los que creemos en Cristo somos hijos del mismo padre. — En la segunda parte principal utilizamos el singular. Allí dijimos: “Creo”, y no “creemos”. Y había una razón específica para esto. Queríamos demostrar de este modo que nadie puede creer por otro, sino cada uno tiene que creer personalmente para ser salvo. En nuestra oración el Señor nos enseña a utilizar el plural. En la oración los cristianos no estamos solos. Debemos orar unos por otros. Aquí el Señor nos enseña que debemos interceder por nuestros hermanos.

 

b. Pero Dios también quiere atraernos mediante esta palabra para que le pidamos con ánimo y con toda confianza. Todos los cristianos clamamos a un Padre celestial. No oramos solamente los unos por los otros, sino también el uno con el otro. No estamos solos en nuestra oración, sino toda la cristiandad en la tierra está orando con nosotros y por nosotros, todos los santos de Dios.  ¡Debemos animarnos grandemente y llenarnos de confianza sabiendo que estamos unidos delante de Dios para pedirle!

 

3. Agregamos a nuestra introducción las palabras: “que estás en los cielos”. Pregunta 200.

 

a. Cuando decimos que Dios está en el cielo, no queremos decir que él está en un lugar lejos de nosotros. Dios está en todas partes. Está especialmente cerca de los que creen en su palabra y lo invocan confiando en su palabra y promesa, y él escucha su oración. Cristo agrega estas palabras para asegurarnos de que el Padre a quien invocamos no es alguien común y terrenal, sino el Padre celestial y por eso también el verdadero Padre de todo lo que se llama hijo, el eterno Dios todopoderoso. Cristo quiere enseñarnos que debemos invocar a este gran Dios con la humildad y la reverencia apropiada de los hijos de Dios.

 

b. Si aquél a quien clamamos es el Padre celestial, podemos hablar con él con ánimo y con toda confianza. Con frecuencia los padres terrenales no pueden ayudar, aún cuando quisieran. Pero el Padre celestial es el Dios todopoderoso, el cual es capaz de hacer mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos. Efesios 3:20. Cuando invocamos a nuestro Padre celestial, tenemos la segura confianza de que él puede ayudar en toda necesidad, aún en las mayores necesidades. Por eso podemos orar a él con toda confianza. — Nuestro Padre está en el cielo. Allí no hay sufrimiento, sino solamente salvación. Nosotros, sus hijos, todavía estamos aquí en la tierra, en este valle de lágrimas, rodeados del mal y la miseria. Cuánta misericordia siente un verdadero padre por su hijo cuando éste sufre. Así pedimos con confianza a nuestro padre celestial, seguros de que él quiere ayudarnos y lo hará. También con estas palabras Dios nos atrae y nos da ánimo, para que con toda confianza le pidamos como los hijos amados a su amoroso Padre.

 

CONCLUSIÓN. Por eso cada palabra en la introducción nos da valor para pedir con toda confianza. Ya que Cristo mismo nos enseña a pedir así, ciertamente Dios quiere que en todo tiempo le pidamos a él sin temores ni dudas, como los hijos a su Padre. Si no sentimos muchos deseos de orar, y el diablo quiere impedir que nos presentemos con ánimo y gozo delante de Dios y pedirle con toda confianza, recordemos que Dios se llama nuestro Padre celestial, y que él amablemente nos atrae y nos impulsa a orar. Eso nos dará nuevo ánimo para pedir con seguridad y gozo, como los hijos a su Padre.

 

 

LA PRIMERA PETICIÓN

 

Introducción. Después de la introducción tenemos en el Padrenuestro las siete peticiones. En ellas pedimos a Dios todo lo que necesitamos, presentamos ante él todas las necesidades de nuestro cuerpo y alma. En las primeras tres peticiones le pedimos los dones y los bienes espirituales. Son las cosas principales que necesitamos, por eso las pedimos primero. En la cuarta petición incluimos todos los dones y bienes corporales que necesitamos. En las últimas tres peticiones pedimos a Dios que nos quite cualquier mal que nos oprime o hace sufrir.

 

La primera petición dice: “Santificado sea tu nombre”.

 

1. ¿Qué queremos decir cuando pedimos que el nombre de Dios sea santificado? Pregunta 206.

 

a. En esta petición pedimos algo en conexión con el nombre de Dios. Ésta no es la primera vez en nuestro catecismo que oímos acerca del nombre de Dios: ya aprendimos en el segundo mandamiento lo que debemos entender con él. Éste nombre es Dios mismo como él se revela a nosotros. En esta petición especialmente damos atención al nombre que Dios mismo nos da en esta oración, Padre.

 

b. Pedimos que el nombre de Dios sea santificado. ¿Cómo debe suceder esto?

 

1'. Ya hemos visto la palabra santificar en el tercer artículo. Allí dice que el Espíritu Santo nos santifica: me hace santo. Aquí la palabra no se usa en este sentido. No pedimos que el nombre de Dios se haga santo. No necesitamos pedir eso. Lutero en la explicación afirma con razón: “el nombre de Dios ya es santo en sí mismo”. Su nombre es Dios mismo. Así como Dios es santo, también su nombre es en sí santo; y permanece santo si lo santificamos o no. Aquí santificar no quiere decir hacer santo.

 

2'. El nombre de Dios es santo en sí mismo; sin embargo pedimos que también entre nosotros sea santificado, o sea, pedimos con esto que nosotros también consideremos el nombre de Dios como santo, y lo utilicemos así. Aquí santificar quiere decir tratar como santo. Y realmente tenemos mucha razón para pedirlo. Si bien el nombre de Dios es y en todo tiempo permanece santo, nosotros con mucha frecuencia no consideramos este gran nombre de Dios como algo santo; no lo usamos debidamente, sino abusamos de él. Por eso pedimos que cada vez más consideremos santo el nombre de Dios, que siempre santifiquemos más su nombre. Consideramos el nombre de Dios santo y lo usamos como es debido cuando alabamos a nuestro Dios y proclamamos su gloria y su alabanza en toda la tierra. (“Santificar significa tanto, según nuestra manera de decir, como ‘alabar, glorificar y honrar’, sea con palabras como con obras”. Catecismo Mayor, Padrenuestro #46.) — Cristo primero nos enseña a pedir que el nombre de Dios sea glorificado. Ésta debe ser nuestra mayor preocupación, el deseo más profundo de nuestro corazón, que Dios reciba de nosotros y de otros la honra que se merece. La meta más grande de toda nuestra vida es la gloria de Dios. (“Allí hay una gran necesidad por la cual hemos de procurarnos más de que se honre su nombre y de que sea tenido por santo y venerable como el más precioso tesoro y santuario que tenemos y que, como hijos piadosos pidamos que su nombre, santo de por sí en el cielo, sea y quede santo también entre nosotros y todo el mundo.” Catecismo Mayor, Padrenuestro #38.)

 

2. ¿Cómo se trata el nombre de Dios como santo entre nosotros? Pregunta 204.

 

a. Lutero nos explica en su exposición cómo el nombre de Dios se trata como santo y se honra entre nosotros. En primer lugar: “cuando la palabra divina es enseñada con pureza y rectitud”. El nombre de Dios es santificado cuando la palabra de Dios se usa debidamente entre nosotros. Aquí su nombre es lo mismo que la palabra de Dios. En realidad no hay una distinción entre las dos cosas. El nombre de Dios es él mismo como se ha revelado a nosotros. Pero él se nos ha revelado en su palabra. El nombre de Dios se santifica cuando su palabra la tratamos como santa y la usamos debidamente. Nos la ha dado para que la enseñemos, prediquemos y aprendamos. Y debemos enseñarla en su pureza, o sea, sin mezcla de doctrinas ni opiniones humanas, y rectamente, es decir, sin falsificarla, sino tal como está y reza. El que enseña la palabra de Dios así, le da la gloria a Dios al considerar su palabra la verdad, Juan 17:17, aún cuando no podamos comprenderla ni entenderla con nuestra razón. Cuando la palabra de Dios se proclama de esa forma con pureza y rectitud, tanto la ley y principalmente el evangelio, entonces el nombre de Dios se hace conocido así como él nos lo ha revelado, y se extiende la gloria y la honra de Dios en la tierra. El nombre de Dios se santificará tanto entre nosotros como entre otros por medio de la doctrina pura.

 

b. Hay más acerca de santificar el nombre de Dios. Nuestro catecismo dice también: “Y nosotros vivamos santamente como hijos de Dios, conforme a ella”. Para que el nombre de Dios sea santificado y honrado es necesario que nosotros los cristianos también vivamos en santidad, y que lo hagamos “conforme a ella”, o sea, conforme a la palabra de Dios. Una vida santa es la que se vive conforme a la palabra de Dios, una vida como Dios la prescribe para nosotros en su palabra. — ¿Pero cómo será santificado el nombre de Dios por medio de esa vida santa? Nuestro catecismo dice que “como hijos de Dios” debemos vivir conforme a su palabra. Los cristianos somos los hijos de Dios. Confesamos delante del mundo que Dios es nuestro querido Padre celestial. Cuando un padre tiene hijos educados, obedientes, eso honra al padre entre la gente. Cuando los cristianos que somos llamados hijos de Dios vivimos una vida santa conforme a la palabra de Dios, cuando llevamos una vida honorable y hacemos buenas obras, esto resulta en gloria para Dios. El nombre de Dios será alabado en el mundo. Se extenderá su gloria, su honra. Cristo mismo nos dice esto en Mateo 5:16. Cuando la gente ve las buenas obras de los cristianos, alaba a Dios. El nombre de Dios es santificado por medio de una vida santa. La santificación del nombre de Dios consiste principalmente en la doctrina sana y una vida santa. La doctrina sana es, sin embargo, la parte más importante. La vida santa viene como resultado de la doctrina sana.

 

c. “¡Haz que esto sea así, amado Padre celestial!” Pedimos a Dios que nos ayude a nosotros, sus hijos, para que enseñemos con pureza y rectitud su palabra, y que vivamos de una manera santa conforme a ella. No podemos obtener ni preservar nosotros mismos la sana doctrina y una vida santa. Por eso con sencilla confianza pedimos a Dios que nos las dé y nos las preserve.

 

d. Aquí debemos prestar especial atención a una parte de la vida santa. La primera petición nos recuerda el segundo mandamiento. El nombre de Dios será santificado entre nosotros cuando lo invoquemos en todas nuestras necesidades, lo adoremos y le demos gracias. Santificaremos y usaremos debidamente el nombre de Dios cuando hagamos oraciones con meditación y fe. Dios se revela a nosotros en el Padrenuestro especialmente como nuestro Padre. Lo honramos como tal cuando con toda confianza vamos a él con nuestras peticiones. Pedimos a Dios desde el principio de nuestra oración que también en la oración santifiquemos su nombre, que nuestra oración sea una oración recta, meditada, que proceda de la fe. — Tenemos mucha necesidad de esta petición. Nuestra oración puede convertirse fácilmente en vana palabrería. El Padrenuestro especialmente está sujeto a este abuso. Lo oramos con tanta frecuencia, tal vez a diario. Así fácilmente puede suceder que se convierta en una costumbre vacía. Lutero una vez dijo que el Padrenuestro era el mártir más grande de la tierra, porque con mucha frecuencia se abusa. Por eso es tan importante que nosotros en la primera petición también pidamos que santifiquemos el nombre de Dios en el Padrenuestro, y oremos esta oración debidamente y con meditación.

 

3. Lutero nos muestra finalmente en su explicación quién profana el nombre de Dios entre nosotros. Pregunta 205.

 

a. El nombre de Dios es santificado entre nosotros cuando se predica la palabra de Dios con pureza y rectitud. El que enseña otra cosa que la palabra de Dios profana entre nosotros el nombre de Dios. Ella expresamente dice que el nombre de Dios es profanado por medio de la falsa doctrina. Ezequiel 22:26. Cuando pervierten la ley, la palabra de Dios, los falsos profetas profanan las cosas santas de Dios, su nombre, su revelación. El que no enseña con pureza y rectitud la palabra de Dios, sino la falsifica, el que representa sus doctrinas, sus sueños como palabra de Dios, usa el nombre de Dios para adornar sus mentiras y para darlas la apariencia de la verdad. Deshonra y profana el nombre de Dios.

 

b. Pero también él que no vive como enseña la palabra de Dios profana entre nosotros el nombre de Dios. También con una vida impía, con una vida contraria a la palabra de Dios se profana el nombre de Dios entre nosotros. (“Además, también, con una vida y obras públicas malas, cuando los que se llaman cristianos y pueblo de Dios son adúlteros, borrachos, avaros, envidiosos y calumniadores, nuevamente, por causa nuestra, el nombre de Dios es ultrajado y blasfemado. Como para un padre carnal es una vergüenza y un deshonor el tener un hijo malo y degenerado que se le opone con palabras y obras, de modo que por su causa es menospreciado y vilipendiado; así también constituye una deshonra para Dios cuando nosotros que nos llamamos por su nombre y tenemos de él toda clase de bienes, enseñamos, hablamos, y vivimos de otra manera de la que corresponde a hijos piadosos de modo que tenga que oír que se dice de nosotros que no somos hijos de Dios, sino del diablo.” (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #43,44.) Así dice Dios mismo expresamente en Romanos 2:23-24. Y Dios da testimonio a David que su profunda caída había hecho blasfemar a los enemigos de Dios. (2 Samuel 12:14.)

 

c. “¡Guárdanos de ello, Padre celestial!” Así pedimos que Dios nos guarde de la falsa doctrina y de una vida impía. Estamos en un peligro inminente de caer en la falsa doctrina y en la vida impía. El diablo, el mundo y la carne quieren llevarnos a errar. Así tenemos que pedir constantemente a Dios que quite de nosotros este peligro. (“Mira, ¡cuán altamente necesaria es semejante oración! Porque, en efecto, vemos que el mundo está tan lleno de sectas y falsos doctores, los cuales llevan todos el santo nombre para cubrir y justificar su doctrina diabólica; deberíamos con razón sin cesar clamar y llamar contra todos los que erróneamente predican y creen y contra cuantos atacan, persiguen y quieren extinguir nuestro evangelio y nuestra doctrina pura, como los obispos, los tiranos y los fanáticos, etc. Lo mismo ocurre también con nosotros los que tenemos la palabra de Dios, pero no estamos agradecidos ni vivimos de acuerdo con ella, como deberíamos. Si esto lo pides de corazón puedes estar en la certeza de que a Dios le agrada, puesto que nada le placerá tanto como oír que su honra y gloria se antepone a todas las cosas y que su palabra se enseña rectamente y se considera preciosa y de valor”. (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #47,48.)

 

 

LA SEGUNDA PETICIÓN

 

Introducción. Ya hemos pedido la santificación del nombre de Dios en la primera petición. Pero el nombre de Dios será santificado entre nosotros debidamente sólo si también viene a nosotros el reino de Dios. Por eso Cristo también nos enseña a pedir: “Venga a nos tu reino”.

 

1. Primero preguntamos qué significa esta petición. Pregunta 209.

 

a. Pedimos que venga su reino, el reino de nuestro Padre celestial. Ya hemos oído en nuestro catecismo del reino de Jesucristo o del reino de Dios en el segundo artículo. Allí hemos distinguido tres aspectos del reino. Aquí no pedimos el reino del poder, el cual siempre está con nosotros. Todos los hombres están en él, y nadie puede separarse de él. Aquí pedimos el reino de gracia y el reino de gloria. En realidad éstos son un reino, que comienza aquí y permanece eternamente y consiste en que Cristo aquí gobierna y protege a su iglesia, a sus creyentes en su gracia, y finalmente los lleva a la eterna gloria celestial. (Compare la pregunta 125.) También aquí, como dice Lutero: “no pedimos una limosna o un bien temporal y perecedero, sino un eterno tesoro superabundante, es decir, todo de lo que dispone Dios mismo. Esto es, por cierto, demasiado grande como para que un corazón humano pudiera tener el atrevimiento de proponerse a desear tanto, si él mismo no hubiese mandado pedirlo. Empero, como es Dios, quiere tener el honor de dar más y más abundantemente de lo que nadie alcance a comprender, como un eterno manantial inagotable. Cuanto más fluye y desborda de él, tanto más da de sí. Lo que más exige de nosotros es que le pidamos muchas y grandes cosas. Por otra parte, se encoleriza cuando no pedimos y clamamos confiadamente”. (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #55-56.)

 

b. En conexión con este reino Cristo nos enseña a pedir que venga su reino. El reino de Dios viene en verdad por sí solo sin necesidad de nuestra oración. Después de todo es su reino. Él lo ha fundado en esta tierra de este modo: “que Dios mandó a su Hijo, Cristo nuestro Señor, al mundo para que nos redimiera y nos liberara del poder del diablo y nos condujese hacia él y nos gobernase como Rey de la justicia, de la vida y bienaventuranza, contra el pecado, la muerte y la mala conciencia; además, nos dio también su Espíritu Santo, para que nos hiciera presente esto por la palabra santa y para que nos iluminase por su poder en la fe y nos fortaleciese”. (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #51.) Así Dios ha fundado su reino aquí en la tierra sin nuestra oración. Y también lo extiende como desea y en donde le place. También el día final, y con él la revelación de su reino de gloria vendrá sin nuestra oración. — Sin embargo, debemos pedir que venga su reino. Cristo nos lo manda. “Pero en esta petición rogamos que también venga a nosotros”. Pedimos especialmente que el reino de Dios se realice también entre nosotros, que también nosotros participemos de él y pertenezcamos a su reino. Aunque los que pedimos somos cristianos a quienes ha venido el reino de Dios, y Cristo ya nos ha recibido en su reino de gracia mediante el santo bautismo; sin embargo, siempre tenemos la necesidad de pedir que venga a nosotros su reino. El pecado todavía mora también en nosotros, algo que pertenece al reino del diablo. Así rogamos que Dios siempre impida en nosotros cada vez más el reino del diablo, que Cristo siempre gobierne más en nuestro corazón, que su reino siempre venga a nosotros en mayor medida. — Pedimos que su reino venga a nosotros aquí en la tierra. Y también rogamos que éste siempre venga a más personas que no estén en su reino, a los paganos y a los incrédulos. Suplicamos que Dios siempre extienda su glorioso reino de gracia hasta los fines de la tierra. — Pero también debe venir a nosotros su reino de gloria. Pedimos que Dios pronto nos lleve a su reino de eterna gloria en el cielo. El significado de esta petición es que siempre esté presente en mayor medida el reino de Dios entre nosotros aquí en la tierra y que se extienda a todos los hombres, y que pronto aparezca su reino de gloria. Por eso esta segunda petición del Padrenuestro es grande y gloriosa.

 

2. Pero el contenido de esta petición nos revelará aun más acerca de su riqueza cuando además veamos cómo sucede en nosotros la venida del reino de Dios. Pregunta 210.

 

a. Se hace, como dice Lutero, “cuando el Padre celestial nos da su Espíritu Santo, para que, por su gracia creamos en su santa palabra y llevemos una vida de piedad”. Cuando esto sucede, entonces el reino de Dios viene a nosotros “en este mundo temporalmente y en el otro eternamente”. Este reino viene a nosotros aquí temporalmente cuando creemos la santa palabra de Dios. Viene a nosotros, y mora en nosotros por medio de la fe. Entonces su reino está entre nosotros. (Lucas 17:21). Debemos creer su santa palabra, la palabra de Dios. El corazón y la estrella de toda la palabra de Dios es Cristo nuestro Salvador. Creer la palabra de Dios significa creer en Cristo. Cuando la persona cree en Cristo, el reino de Dios ha venido a él y ha entrado en su corazón. El que verdaderamente cree en Cristo, desde su corazón lo llama su Señor y Rey. Es súbdito de Cristo y es miembro de su reino. Cristo vive y gobierna en su corazón. El reino de Cristo viene a nosotros en este mundo temporalmente, cuando tenemos la verdadera fe en Cristo en el corazón. Por eso pedimos que Dios nos conceda la verdadera fe y nos preserve en ella.

 

b. Pero nuestro catecismo agrega: “Y llevemos una vida de piedad”. La persona que pertenece al reino de Cristo, que reconoce a Cristo como su Rey, también sirve ahora a su Rey, vive conforme a su ley, hace lo que complace a este Rey. Dios nos ha indicado en sus mandamientos lo que desea de nosotros: una vida piadosa, que agrada a Dios andando conforme a sus mandamientos. El que ha entrado en el reino de Dios odia y huye del pecado, del reino del diablo y lleva una vida de piedad, conforme a los mandatos de Dios. El que sirve al pecado ya no pertenece al reino de Dios. Por eso además pedimos que Dios nos conceda una vida de piedad que le agrade a él, y que nos preserve en ella. Aquí nuestra vida piadosa es todavía imperfecta. Todavía estamos manchados con muchos pecados. Todavía tenemos la carne malvada. Pero cuando servimos a Cristo en su reino con una vida piadosa, después viene el reino de su gloria, por medio de una muerte bendita, “en el otro mundo eternamente”. Allí serviremos a Dios perfectamente por toda la eternidad. Allí el reino del diablo y del pecado será completamente vencido y el reino de Dios habrá venido a nosotros perfectamente. (“Segundo, que también se acepte por la fe y actúe y viva en nosotros, de manera que tu reino se ejerza entre nosotros por la palabra y el poder del Espíritu Santo y se destruya el reino del diablo para que no tenga ningún derecho ni fuerza sobre nosotros, hasta que finalmente quede aniquilado del todo y el pecado, la muerte y el infierno sean extirpados para que vivamos eternamente en perfecta justicia y bienaventuranza”. Catecismo Mayor, Padrenuestro, #54.)

 

c. Pero nuestro catecismo también nos dice que debemos pedir para que creamos por su gracia. No llegamos a la verdadera fe ni a una vida piadosa por nosotros mismos, por nuestro mérito u obra. Aprendimos esto en el tercer artículo. El hombre llega a la fe en Cristo y lleva una vida piadosa solamente por la gracia de Dios.  Sólo por la gracia de Dios viene y permanece con nosotros el reino de Dios. — No podemos venir a Cristo por nuestra propia razón ni poder, ni creer en él, sino que Dios el Espíritu Santo lo obra en nosotros. Si debe venir el reino de Dios a nosotros el Padre celestial tiene que darnos su Espíritu Santo. Sólo aquel que ha nacido de nuevo por agua y el Espíritu puede ver el reino de Dios. Juan 3:5. El Espíritu Santo obra en nosotros la fe en Cristo por medio de la palabra, y al hacerlo también nos hace ciudadanos en el reino de Dios. Nos santifica en la fe en Cristo y nos da una vida piadosa. Nos conserva en la fe y finalmente mediante la muerte nos lleva al reino de la gloria, a la eterna salvación. De esta forma viene el reino de Dios a nosotros. Luego pedimos en esta petición que Dios con su palabra nos dé su Espíritu Santo y por medio de ella nos conceda por su gracia la verdadera fe y una vida piadosa, que nos fortalezca en ella y nos preserve y finalmente nos lleve a su reino celestial.

 

d. Pero, como oímos, rogamos no sólo por nosotros mismos, sino también por aquellos a quienes todavía no ha llegado el reino de Cristo, por todos los paganos e incrédulos, que Dios extienda su reino de gracia en la tierra. ¿Cómo sucede esto? Cuando Dios envía su evangelio, cuando por medio de él les da su Espíritu Santo, para llevarlos a la fe y a una vida piadosa. Pedimos en esta petición que Dios tenga misericordia también de los paganos y permita que su palabra sea predicada entre ellos. El Señor también nos ha mandado pedir esto al enseñarnos que debemos rogar al Señor para que envíe obreros a su mies. Mateo 9:38. Los obreros de la mies son los predicadores del evangelio que proclaman su palabra. Suplicamos que Dios también envíe predicadores a los paganos, que esté con ellos y que bendiga su trabajo y predicación. Pedimos que Dios abra los corazones de los paganos, para que acepten su palabra en fe y así venga el reino de Dios a ellos. También suplicamos que Dios abra nuestros corazones, para que cooperemos con esta obra mediante nuestras oraciones y nuestras ofrendas. A esta obra, de predicar a los paganos y así extender el reino de Cristo, la llamamos obra misionera. En esta petición, luego, rogamos por la obra misionera. Esta petición es la gran oración misionera de toda la cristiandad en la tierra.

 

e. Como hemos aprendido, el reino de Dios viene a nosotros “primero aquí, temporalmente, por la palabra y la fe; segundo, eternamente por la revelación”. (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #53.) Dios revelará su reino en el día último; entonces inaugurará su reino de gloria; su reino de gracia se convertirá en el reino de gloria. Dios mismo, para consolarnos en todas nuestras tribulaciones, ha prometido que entraremos en este reinado o que él nos lo dará. Lucas 12:32. Así pedimos que el Señor cumpla pronto su promesa y que nos dé su reino de gloria, que venga pronto el día final y que él nos conduzca a su gloria.

 

CONCLUSIÓN: Sólo podemos orar debidamente esta petición cuando en todo tiempo recordemos la amonestación del Señor Jesucristo, que primero busquemos el reino de Dios y su justicia. (Mateo 6:33).

 

 

LA TERCERA PETICIÓN

 

Introducción: Ya hemos pedido que el nombre de Dios sea santificado entre nosotros y que su reino venga a nosotros. Cristo mismo nos enseñó a orar así. Allí vemos que la voluntad de Dios es que estas cosas sucedan entre nosotros. Pero en este mundo hay muchas cosas que quisieran frenar la voluntad de Dios, y así además debemos pedir que su voluntad también se haga entre nosotros, aquí en la tierra como en el cielo. Así el Señor también nos enseña a orar: “Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”.

 

1. Primero preguntamos con nuestro catecismo: ¿Qué significa esto? Pregunta 213.

 

a. Pedimos que se haga la voluntad de nuestro Padre celestial. ¿Qué debemos entender con la voluntad de Dios? Nuestro catecismo la llama la buena y misericordiosa voluntad de Dios. En primer lugar, ésta es algo bueno. No puede ser de otra manera.  Después de todo, es la voluntad de nuestro Padre celestial. Aun un buen padre terrenal sólo querrá lo mejor para sus hijos. Cuanto más lo querrá Dios quien es el bien eterno. ¿En qué consiste esta buena voluntad de Dios? Nuestro catecismo la contrasta con el mal consejo del diablo, el mundo y nuestra carne, que impide santificar el nombre de Dios y obstaculiza la venida de su reino. La voluntad de Dios es que su nombre sea santificado entre nosotros y su reino venga a nosotros; es darnos lo que hemos pedido en las primeras dos peticiones. Quiere darnos su palabra, y con ella al Espíritu Santo para llevarnos a la fe en Cristo y para que llevemos una vida piadosa, conservarnos en su gracia, para que recibamos finalmente su reino y gloria, la eterna salvación. En breve, la voluntad de Dios es que seamos salvos por medio de la fe en Cristo. Dios nos lo prometió en su palabra. (1 Timoteo 2:4; Juan 6:40). La voluntad de Dios en primer lugar es todo lo que Dios quiere para nosotros conforme a sus promesas. Su meta es nuestra salvación. Así la voluntad de Dios para nosotros es una buena voluntad.

 

No obstante, Dios quiere todavía más. Dice en las Escrituras (1 Tesalonicenses 4:3), que la voluntad de Dios es nuestra santificación. Dios también quiere algo de nosotros. Quiere que nosotros seamos santos, que andemos conforme a sus mandamientos, que huyamos del pecado y lo evitemos. Su voluntad también es todo lo que nosotros conforme a su voluntad debemos hacer y dejar de hacer. — Al mismo tiempo es necesario que los cristianos entremos en el reino de Dios a través de muchas tribulaciones (Hechos 14:22.) Es la voluntad de Dios que los cristianos suframos con paciencia muchas tribulaciones aquí en la tierra. Todos los santos de Dios han experimentado esto. Su voluntad es que soportemos con paciencia la aflicción y tribulación que Dios nos imponga. También todo lo que conforme a la voluntad de Dios debemos sufrir es la voluntad de Dios. Pero si Dios quiere que andemos en buenas obras conforme a sus mandamientos, que evitemos y huyamos del pecado, que aquí en la tierra suframos muchas cosas, también en todo esto Dios tiene lo mejor en vista para nosotros. Todo debe servir para nuestra salvación. Así la voluntad de Dios es una buena voluntad.

 

¿Pero por qué tiene Dios una voluntad buena para nosotros? Somos pecadores y hemos violado sus mandamientos. En consecuencia su voluntad debe ser castigarnos y condenarnos al infierno. No se debe a nuestra obra y mérito el que Dios tiene tan buena voluntad para salvarnos. Se debe a su amor para el mundo pecador. (Juan 3:16.) Como pecadores perdimos el derecho a la salvación y merecimos el infierno; así es por pura gracia que Dios nos muestra su amor y por ella quiere salvarnos. Por lo tanto, su voluntad es misericordiosa.

 

b. En conexión con esta voluntad de Dios pedimos que se haga, es decir, que se lleve a cabo y se realice. ¿En qué sentido pedimos eso? Nuestro catecismo dice en primer lugar: “La buena y misericordiosa voluntad de Dios se hace sin necesidad de nuestra oración”. Aquí tratamos de la voluntad de Dios. Y Dios no es un hombre impotente, que no puede llevar a cabo lo que quiere. Él es todopoderoso. Puede hacer todo lo que quiere; nadie puede resistir su voluntad. (Salmo 135:6; Daniel 4:31,32; Cantares 1:2.) Entonces Dios hace su voluntad si lo pedimos o no. Sin embargo, el Señor nos enseña a pedir que se haga su voluntad. Nuestro catecismo dice: “Pero en esta petición rogamos que también se haga entre nosotros”. La voluntad debe hacerse entre nosotros, lo cual significa que la voluntad de Dios debe entrar en efecto en nosotros. Pedimos que Dios, a pesar de todo obstáculo, nos conduzca efectivamente a la fe en Cristo y que nos conserve en ella y nos salve. — Que la voluntad de Dios se haga entre nosotros significa además que nosotros la hagamos. Por tanto, pedimos que también hagamos y dejemos de hacer lo que Dios quiere, no por la fuerza, sino gustosa y voluntariamente. Pedimos que Dios nos ayude para que lo obedezcamos voluntariamente. Así como David lo hizo (Salmo 143:10), también nosotros oramos. — Es la voluntad de Dios que suframos muchas cosas en el camino a la salvación y también en conexión con esto pedimos que se haga su voluntad también entre nosotros. Rogamos que Dios nos imponga todo lo que sirva para nuestra salvación, y que nos dé el poder para soportar con paciencia lo que debemos sufrir según su voluntad. Suplicamos una sumisión sencilla a la voluntad de Dios, que nos ayude para que con nuestros actos y sufrimientos no impidamos su buena y misericordiosa voluntad con la nuestra.

 

c. El Señor también nos enseña a pedir que se haga su voluntad así en la tierra como en el cielo. Ésta se hace en el cielo perfectamente. Allí se encuentran los santos ángeles y los que se han salvado, los cuales llevan a cabo la voluntad de Dios. Son salvos y confirmados en su santidad. La voluntad de Dios debe realizarse también entre nosotros como lo hacen ellos, para que seamos salvos. — En el cielo, los ángeles y los que se han salvado hacen la voluntad de Dios perfectamente. La Biblia dice que los poderosos ángeles cumplen los mandatos de Dios (Salmo 103:21.) La voluntad de ellos está de perfecto acuerdo con la voluntad de Dios. En el cielo sólo reina una voluntad: la buena y misericordiosa voluntad de Dios. Así pedimos que esto suceda también entre nosotros aquí en la tierra.

 

2. ¿Cómo se hace la buena y misericordiosa voluntad de Dios entre nosotros? Pregunta 214,215.

 

Sucede de dos maneras.

 

a. “Cuando Dios desbarata y estorba todo mal propósito y toda mala voluntad”.

 

1'. Hay también un mal propósito y una mala voluntad aquí en la tierra. Éstos quieren que no santifiquemos el nombre de Dios ni que venga a nosotros su reino, que no suceda lo que pedimos en las primeras dos peticiones. No quieren que la palabra de Dios se enseñe en su pureza entre nosotros, que el Padre celestial nos dé su Espíritu, que creamos su palabra por medio de su gracia y que vivamos con piedad aquí en este mundo temporalmente y eternamente en el otro, y que así seamos salvos al fin. Este mal consejo y mala voluntad son lo opuesto a lo que Dios desea. Quieren que haya entre nosotros falsa doctrina y una vida impía, que permanezca el reino del diablo y que seamos condenados. — Ésta es una mala voluntad. Desea lo que Dios no quiere, el mal. Quiere nuestra condenación, y si seguimos esta voluntad nos llevará a la eterna condenación.

 

2'. Nuestro catecismo también nos dice quién tiene esta mala voluntad: “Esto es, la voluntad del diablo, del mundo y de nuestra carne”. En primer lugar, el diablo tiene esa mala voluntad, la cual manifestó ya en el paraíso. Allí puso su mala voluntad en contra  de la buena voluntad de Dios y engañó a Eva para seguir su mala voluntad. La manifestó cuando tentó a Cristo, tratando así de obstaculizar la obra redentora de Dios. Y hasta en la actualidad no puede soportar “que alguien enseñe o crea rectamente. Le duele sobremanera que tenga que permitir que se revelen sus mentiras y abominaciones, honradas bajo la más bella apariencia del nombre divino y que él se cubra de vergüenza. Además, será expulsado del corazón y ha de admitir que se abra semejante brecha en su reino”. (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #62). No quiere que los hombres se salven, sino hace todo esfuerzo para devorarnos. 1 Pedro 5:8. Su mala voluntad es echarnos a la condenación. — También el mundo tiene esta mala voluntad. El mundo consiste en todos los hombres impíos. 1 Juan 2:15-17 habla del mundo. El que ama el mundo no puede amar a Dios. El mundo es contra Dios. No tiene la misma voluntad que Dios, sino una mala. Ésta se fija en los deseos de la carne, de los ojos y en el orgullo de la vida, no en lo que Dios quiere, sino en el mal, y quiere llevar también a los cristianos a esos pecados. Pero todo deseo del mundo perece, y el que pertenece al mundo y lo sigue perecerá con él. Así el mundo con su mala voluntad lleva a los que lo siguen a la condenación. — finalmente, también nuestra carne con su naturaleza mala y corrupta tiene una mala voluntad.  (“Nuestra carne de por sí es ruin y se inclina hacia lo malo, aunque hayamos aceptado la palabra de Dios y la fe”. Catecismo Mayor, Padrenuestro, #63.) Nuestra carne siempre quiere lo malo. La voluntad propia de nuestro corazón pecaminoso siempre se pone a sí misma en primer lugar. Pero Dios quiere que busquemos primeramente su reino y su justicia, y el bien del prójimo. Así nuestra propia voluntad está en oposición a la de Dios. Y cuando seguimos la voluntad de nuestra carne, ésta finalmente nos lleva al infierno. También la voluntad de nuestra carne es una mala voluntad. — Y estos enemigos que nos amenazan no sólo tienen una voluntad, sino, como dice nuestro catecismo, también tienen un consejo, quieren llevar a cabo su mala voluntad. El diablo, el mundo y la carne dan toda clase de malos consejos y hacen muchos intentos de impedir la voluntad de Dios e imponer su propia voluntad. Están totalmente en serio. Nos tientan con el engaño, haciendo parecer atractivas la falsa doctrina y una vida impía, o con la fuerza, con odio y burla, con rechazo y oposición. No descansan, sino oprimen a los cristianos por todos lados, todo el tiempo. Tenemos que luchar duramente contra ellos.

 

3'. Si se va a hacer la voluntad de Dios entre nosotros, este mal consejo y mala voluntad tienen que ser desbaratados y estorbados. (“Si no se quebrantara y coartara su voluntad, el reino de Dios no podría permanecer en la tierra ni santificarse su nombre”. Catecismo Mayor, Padrenuestro, #70.) Es cierto que los cristianos tenemos que luchar contra estos enemigos. Pero somos demasiado débiles para vencerlos. Si dependiéramos de nosotros mismos, tendríamos que ser vencidos. Pero luego volvemos a Dios en la oración. Nuestro Padre celestial puede hacerlo. Él es el Dios todopoderoso. Le pedimos que él venza al diablo y al mundo, para que no imponga su mal consejo y mala voluntad, que al contrario especialmente quebrante nuestra propia voluntad, que siempre la someta a la de Dios. — Dios tiene que desbaratar y obstaculizar este mal consejo y mala voluntad. Dios desbarata esta voluntad cuando no permite que se lleve a cabo. Esto sucedió con Faraón y Herodes cuando quiso matar al niño Jesús (Mateo 2), y así sucedió con Saulo cuando persiguió a los cristianos (Hechos 9). Dios obstaculiza este mal consejo y mala voluntad cuando no los elimina completamente, sino permite que se lleven a cabo al mismo tiempo que fija límites determinados, cuando hace que estos malos intentos sean para nuestro bien, como podemos ver en la historia de José (Génesis 37.) — Es cierto que desbaratar y obstaculizar la mala voluntad del diablo, del mundo y especialmente de nuestra carne es muy doloroso para nosotros y acarrea toda clase de dolor y tribulación. Por lo tanto, la buena y misericordiosa voluntad de Dios es que suframos esto, y pidamos a Dios que nos dé paciencia y poder para soportarlo.

 

b. Pero si se va a llevar a cabo la voluntad de Dios, él tiene que hacer todavía más. También se hace la voluntad de Dios cuando nos fortalece y nos mantiene firmes en su palabra y en la fe hasta el fin de nuestros días.

 

1'. Oímos que es la buena y misericordiosa voluntad de Dios que su nombre se santifique entre nosotros y que su reino venga a nosotros, es decir, que nosotros creamos en Cristo, vivamos piadosamente y por fin lleguemos a una muerte bienaventurada. Dios lleva a cabo su voluntad entre nosotros con los medios de gracia, con la palabra de Dios. Nos salva mediante su palabra. Si se va a llevar a cabo la voluntad de Dios en nosotros, Dios tiene que fortalecernos en su palabra. Pero nuestro catecismo agrega “y en la fe”. La palabra de Dios sólo nos salva cuando la creemos. El evangelio es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. (Romanos 1:16). La voluntad de Dios se hace en nosotros cuando guardamos su palabra en la fe. Entre más nos adherimos a la palabra y promesa de Dios por medio de la fe, más recibimos el poder para hacer su voluntad, andar conforme a sus mandamientos, y también aprendemos más a quebrantar nuestra propia voluntad, y a seguir la de Dios en medio de todo sufrimiento y tribulación. El cumplimiento de la voluntad de Dios entre nosotros depende principalmente de la fe en la promesa de Dios. Dios obró esta fe en nosotros los cristianos. Pero nuestra fe es todavía muy débil. Si se va a hacer la voluntad de Dios, él tiene que fortalecer nuestra fe en su palabra. La voluntad de Dios se hace entre nosotros cuando Dios nos fortalece en su palabra.

 

2'. Pero nuestro catecismo no sólo dice que Dios nos fortalece, sino también que nos mantiene en su palabra y en la fe hasta el fin de nuestros días. Hay también mucha necesidad de esto. La voluntad de Dios es que nos salvemos, lo cual sucederá si permanecemos en la fe hasta el fin. (Mateo 10:22). Si se debe hacer su voluntad es necesario que nos mantengamos firmes en la fe hasta el fin, hasta una muerte bienaventurada. Y Dios quiere hacer esto también. Filipenses 1:6 — De este modo se hace entre nosotros la buena y misericordiosa voluntad de Dios cuando Dios nos fortalece y nos mantiene en su palabra y la fe. Así por medio de su poder seremos guardados mediante la fe para la salvación. 1 Pedro 1:5. Entonces se realiza en nosotros la voluntad de Dios de salvarnos y al final llegamos al punto en que junto con los ángeles en el cielo cumplimos perfectamente su voluntad, que la nuestra se absorta por completo en la de Dios.

 

 

LA CUARTA PETICIÓN

 

Introducción: Hasta ahora hemos orado por los grandes dones y beneficios espirituales que son necesarios para la salvación de nuestra alma. “En este caso pensamos en nuestra pobre manera y en las necesidades de nuestro cuerpo y en nuestra vida temporal. Es una palabra breve y simple, pero abarca también muchísimo”. (Catecismo Mayor, Padrenuestro, #196.) Incluimos en estas breves palabras de Dios toda nuestra necesidad corporal, todo lo que sea necesario para esta vida temporal, y pedimos que Dios quite e impida todo lo que nos haga daño al respecto.

 

Cristo primero nos enseña a pedir en tres peticiones las cosas espirituales, y sólo después las corporales. Incluye en una breve petición todo lo que necesitamos para esta vida. Con esto Cristo quiere enseñarnos que tenemos mucho más necesidad de los beneficios espirituales que de los corporales, que debemos buscar antes que nada el reino de Dios y su justicia. Ahora la cuarta petición del Padrenuestro dice: “el pan nuestro de cada día dánoslo hoy”.

 

1. Cristo nos enseña a pedir el pan diario. Pregunta 217.

 

 a. ¿Qué significa el pan diario? Nuestro catecismo nos dice: “Todo aquello que se necesita como alimento y para satisfacción de las necesidades de esta vida”. Por eso es una palabra muy amplia, porque hay muchas cosas que pertenecen a las necesidades y al alimento de nuestro cuerpo. Ya aprendimos en el primer artículo lo que son las necesidades del cuerpo. El alimento es todo lo que nutre a nuestro cuerpo, y las necesidades de esta vida son todas las demás cosas que necesitamos para preservar nuestro cuerpo y nuestra vida y evitar la necesidad. Nuestro catecismo nos cuenta una gama de cosas que pertenecen al alimento del cuerpo y a las necesidades de esta vida, para mostrarnos qué plenitud de bienes pedimos aquí. Primero, pertenecen a estas cosas la “comida, bebida, vestido, calzado, casa, hogar”. Necesitamos para el cuerpo el alimento, ropa y un lugar para vivir. Luego Lutero sigue: “Tierras, animales, dinero, bienes”. Estos son los medios por los cuales recibimos lo que necesitamos para el cuerpo: tierras, negocios y posesiones. Pedimos que Dios bendiga nuestro negocio y nuestro trabajo. Pero si vamos a gozar del pan diario pacíficamente y alegrarnos en ello, entonces nuestra casa y todo lo que nos rodea tienen que estar bien. Por eso además pedimos un piadoso consorte, un esposo o esposa que fiel y piadosamente cumpla su vocación, “hijos piadosos”, que honran a sus padres en el temor de Dios, “piadosos trabajadores”, “autoridades piadosas y fieles”, o sea, trabajadores buenos y fieles que temen a Dios, empleadores y gerentes fieles y temerosos de Dios, “buen gobierno”, una autoridad buena y justa en el país y la ciudad. Además pedimos “buen tiempo”, para que nuestras cosechas puedan crecer bien en el campo, por “paz” en la tierra, para que nos podamos alimentar sin obstáculos, por “salud”, para que podamos hacer nuestro trabajo diario, por “buena conducta”, por “honra”, una buena reputación entre la gente, por “buenos amigos”, “solícitos vecinos”, que estén dispuestos para ayudar especialmente cuando haya necesidades. Y todavía hay muchas otras cosas que necesitamos para esta vida. Por eso el catecismo todavía agrega: “y cosas semejantes a éstas”. Incluimos en “el pan diario”, en forma breve, todo lo que necesitamos para nuestra vida en este mundo. Aquí pedimos todos los beneficios corporales.

 

b. Pero ¿por qué incluye aquí el Señor todos estos bienes en una expresión: el pan diario? El pan es lo que sobre todo necesitamos para la vida. Con esto el Señor quiere enseñarnos que debemos pedir esos bienes que sean necesarios para la preservación del cuerpo y la vida, no pedir riquezas y excesos. Si Dios nos da más, si nos da riquezas, lo recibimos de su mano, como un buen don, y le pedimos la gracia para usar esos regalos correctamente para su gloria, para la extensión de su reino, para el beneficio de nuestro prójimo. Pero no debemos pedir riquezas. No sabemos si eso sería bueno y saludable para nosotros. Debemos estar contentos con el alimento y la vestimenta. 1 Timoteo 6:8. En esta forma oró Salomón en Proverbios 30:7-9. No pidió ni riqueza ni pobreza, sólo pidió la porción de comida necesaria. Cuando pedimos los dones y beneficios terrenales en esta forma nuestra petición es aceptable a Dios.

 

2. El Señor nos enseña a pedir: “el pan nuestro de cada día danoslo hoy”. Pregunta 218.

 

a. Pedimos que Dios nos dé todos los beneficios terrenales. Sin duda es cierto lo que dice nuestro catecismo. “Dios da diariamente el pan, también sin necesidad de nuestra súplica”. Dios nos da el pan diario aun cuando no se lo pedimos. Hemos confesado en el primer artículo que Dios me preserva y que me da abundante y diariamente todo lo que necesito para el cuerpo y la vida. No es nuestra petición lo que motiva a Dios a darnos el pan diario, sino lo hace “por pura bondad y misericordia paternales y divinas”. También es bueno que sea así. ¡Qué poco oramos, con cuánta frecuencia nos olvidamos de orar! ¡Cuántas veces tendríamos que sufrir necesidad si Dios sólo nos diera sus dones cuando se lo pedimos! Pero Dios trata con nosotros como un padre amante, que da a sus hijos lo que necesitan aun cuando no se lo pidan. Sí, Dios hace todavía más. Da el pan diario, “aun a todos los malos”, que ni siquiera se lo piden, sino diariamente entristecen y ofenden a Dios con sus pecados. Todos los días tenemos la evidencia de que Dios lo hace. Mateo 5:45.

 

b. Dios, como un buen padre, nos da lo que necesitamos aun cuando no se lo pedimos. Sin embargo, Dios quiere que le pidamos nuestro pan diario; eso es algo aceptable y que él desea. Por medio de nuestras peticiones confesamos y reconocemos que él es quien nos da nuestro pan diario. Pero si vamos a confesar esto, tenemos primero que reconocerlo. Éste es el verdadero significado de esta petición. “Pero en esta petición rogamos que él nos haga reconocer esto para que recibamos nuestro pan cotidiano con gratitud”. Debemos reconocer que Dios es el que nos da el pan diario.

 

1'. Tenemos mucha necesidad de esta petición. También muchos cristianos todavía no reconocen muy bien que su pan diario, todos sus bienes materiales, son regalos de Dios. Se dan el reconocimiento a sí mismos por sus bienes, atribuyéndolos a su trabajo, a su empeño, su astucia. Es cierto que el Señor nos enseña a pedir nuestro pan diario. No debemos codiciar el pan que pertenece a nuestro prójimo, que no nos llegaría en una manera justa. Debemos recibir nuestro pan diario por medio de nuestro trabajo. El Señor mismo expresamente mandó que trabajemos. 2 Tesalonicenses 3:10-12. El que no quiera trabajar tampoco debe comer — Ésta es una ordenanza de Dios. Sin embargo, nuestro trabajo no nos da el pan diario, sino Dios por medio de nuestro trabajo. Él lo bendice, y así recibimos el pan diario. Podemos aprender esto especialmente en la historia de Pedro cuando estaba pescando. Lucas 5:1-7. Pedro y sus compañeros habían estado trabajando toda la noche y no habían pescado nada, porque Dios no había bendecido su pesca. Sin la bendición de Dios el más duro trabajo no ayudará. Pero cuando el Señor le dijo que echara otra vez las redes, su trabajo fue bendecido, más allá de toda petición y comprensión. Así Dios es quien nos da los bienes terrenales por medio del trabajo de nuestra vocación. Salmo 145:15-16.

 

2'. Es muy importante que reconozcamos que el pan diario es un regalo de Dios. Pedimos en esta oración que “recibamos nuestro pan cotidiano con gratitud”. El que atribuye su pan diario a sí mismo, no da a Dios las gracias por él, y así para él sus bienes terrenales resultan una maldición que llevan a la perdición espiritual y eterna. Éste fue el caso con el hombre rico que llevaba una vida espléndida y gozosa todos los días (Lucas 16:19-20), y con el rico que compró el campo (Lucas 12:16 ss.) Sin embargo, si reconocemos todos nuestros bienes terrenales como regalos de Dios, nuestras acciones de gracias a Dios deben consistir en palabras (la oración a la hora de comer), pero sobre todo debemos dar las gracias a Dios por los regalos terrenales usándolos debidamente conforme a su voluntad, no para la avaricia o para la satisfacción de nuestros deseos pecaminosos, sino para sostener a los nuestros, para extender el reino de Dios y para beneficio de nuestro prójimo que sufre necesidad. Tal acción de gracias agrada mucho a Dios, y Dios entonces nos bendecirá tanto más. Así hasta los regalos o los bienes corporales serán una verdadera bendición para nuestra alma.

 

3. También debemos dar las gracias a Dios usando nuestros bienes para beneficio de nuestros prójimos que están en necesidad. Por eso el Señor nos enseña a orar: “el pan nuestro de cada día danoslo hoy”. El Señor nos enseña a orar en el plural. Con esto nos hace poner atención a que debemos pedir no sólo por nosotros mismos sino también por nuestros prójimos, por los demás hombres para que también reciban su pan diario. Pero si de corazón pedimos alimento para el cuerpo de nuestro prójimo y el alivio de sus necesidades, también debemos estar dispuestos para ayudar, para apoyarlo cuando él tenga necesidad. De otro modo nuestra oración es pura hipocresía. Dios nos da más regalos terrenales de los que necesitamos para que podamos compartirlos con los necesitados. Isaías 58:7. Así Cristo quiere enseñarnos aquí que debemos orar por nuestros prójimos y compartir con ellos.

 

4. Y finalmente enfatizamos la pequeña palabra “hoy”. ¿Por qué nos enseña Cristo a orar así? Pregunta 220. Debemos pedir hoy el pan diario que usaremos. Al día siguiente pedimos otra vez el pan diario. El Señor con esto quiere enseñarnos a estar contentos si tenemos lo necesario para cada día. No debemos preocuparnos demasiado por el futuro, por el día de mañana. Debemos trabajar fiel y diligentemente, y dejar la preocupación a Dios. El Señor expresamente prohíbe la preocupación en Mateo 6:34. Esas preocupaciones no son cristianas. Los cristianos buscan primeramente el reino de Dios y su justicia, Mateo 6:33.  Temblar y sentir temor por el futuro es pagano. Y además es necio; eso no ayuda para nada. Toda nuestra preocupación es en vano. Lo único que puede ayudar es la bendición de Dios. Salmo 127:2. —En la cuarta petición aprendemos que no debemos preocuparnos demasiado por el alimento terrenal y la ropa del mañana, sino debemos poner todas nuestras ansiedades en Dios y pedirle con sencilla confianza todas las cosas terrenales que necesitamos. Debemos aprender a reconocer que todas ellas son dones de la gracia de Dios para que de corazón le las agradezcamos, para que también estos bienes sirvan para la verdadera bendición.

 

LA QUINTA PETICIÓN

 

Introducción: En las peticiones anteriores hemos orado por los gloriosos dones espirituales, así como los hijos amados piden a su padre amoroso. Hemos pedido que Dios nos dé su palabra, el Espíritu Santo, la verdadera fe, una vida piadosa, el cielo y la salvación. También le pedimos bienes terrenales: nuestro pan diario, todo lo que necesitemos para esta vida. Podríamos orar sin ninguna preocupación, como los hijos de un padre bondadoso y rico, si no fuera por una cosa: nuestro pecado. Pero allí está nuestra gran falta. Cristo nos enseña a reconocer esta miseria en la quinta petición y a pedir: “Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”.

 

1. Pedimos en esta petición: “Perdónanos nuestras deudas”. Pregunta 222.

 

a. Pedimos que Dios nos perdone nuestras deudas, y Lutero explica estas palabras así: “En esta petición rogamos al padre celestial que no tome en cuenta nuestros pecados”. Las deudas de las que aquí hablamos son nuestros pecados. Esta petición trata del mayor mal que pesa sobre nosotros, nuestra deuda ante Dios que consiste de nuestros pecados. Somos pecadores, como aprendimos en la primera parte principal. Hemos violado los mandatos de Dios. El Señor nos dio estos mandatos. Él es el Señor y nosotros sus siervos. Le debemos obediencia a su mandato. Si no cumplimos los mandatos, tenemos una deuda ante Dios; le debemos algo. En relación a Dios estamos en el papel del siervo malo en la parábola de Cristo. Mateo 18:23 ss. Nosotros tampoco pudimos pagar esta deuda, por lo cual hemos merecido, como ese siervo, el castigo, la muerte eterna, la eterna condenación. ¿Qué hacemos en vista de esta miserable situación? Hacemos lo mismo que ese siervo: Acudimos a nuestro Señor y le pedimos perdón.

 

b. Pedimos que Dios perdone nuestros pecados. Aquel siervo en la parábola pidió a su señor solamente paciencia, posponer el castigo hasta que pudiera pagar todo. Eso no sería suficiente en la oración. Así jamás podríamos ser librados de nuestra miseria. No hay modo en que nosotros podamos pagar la deuda. Ese señor también hizo más de lo que su siervo le pidió. Lo libró del castigo amenazado y le perdonó la deuda. Así pedimos a nuestro Dios que nos absuelva o perdone la deuda. — Lutero nos explica el perdón así, que Dios no toma en cuenta nuestros pecados. Perdonar los pecados significa lo mismo que no tomarlos en cuenta, ya no contarlos como deuda contra nosotros, ya no recordarlos. (Salmo 25:7). Nos presentamos en nuestra oración delante de nuestro Dios, el Padre celestial, así como lo hizo el hijo pródigo delante del padre a quien había ofendido. Le confesamos nuestros pecados y le pedimos absolución de la deuda. Lucas 15:21 — ¿Pero cómo nos atrevemos a presentarnos ante Dios y pedirle que no tome en cuenta nuestros pecados? ¿No es Dios santo y justo? ¿No amenazó visitar y castigar los pecados? Pedimos que el Padre celestial no tome en cuenta nuestros pecados. Es nuestro querido Padre celestial por causa de Cristo. Cristo pagó nuestra deuda por nosotros; ha expiado nuestros pecados y ha sufrido el castigo en nuestro lugar. Al confiar en su mérito nos presentamos ante Dios y le pedimos que por causa de Cristo nos perdone nuestros pecados, que nos libre de nuestra deuda. — Ciertamente Dios nos perdona los pecados, aun antes que nosotros se lo pidamos. Nos ha dado su palabra y el evangelio, donde hay puro perdón de los pecados. Pero pedimos para que reconozcamos tal perdón y siempre lo recibamos con fe.

 

c. Y tenemos necesidad de pedir en oración el perdón. ¿Cómo podríamos en otros asuntos presentarnos delante de Dios con ánimo y gozo, si no tuviéramos una buena conciencia ante él a causa del perdón de los pecados? Así pedimos que Dios “no por causa de ellos [los pecados] nos niegue lo que pedimos.” Es decir, lo que pedimos en las demás peticiones del Padrenuestro. Dios tendría buena razón para negarnos nuestras peticiones, para no escuchar nuestras oraciones. Porque desafortunadamente nuestra situación es: “Pues no somos dignos de recibir nada de lo que imploramos, ni tampoco lo merecemos”. ¿Y por qué es así? “Nosotros en verdad pecamos a diario”. También los cristianos, zarandeados por el diablo y por el mundo o por la debilidad de nuestra carne pecaminosa, pecamos diariamente. Y pecamos mucho, tanto que ni nos damos cuenta de todas las veces que fallamos. Salmo 19:13. Así naturalmente no somos dignos de que Dios nos conteste ni una sola petición. Él nos ha regalado dones y bienes tan abundantes, con tanta frecuencia, de hecho ha escuchado diariamente nuestras peticiones. ¡Y qué ingratos nos mostramos por esos beneficios de nuestro Padre celestial! Lo entristecemos siempre con nuevos pecados y abusos de sus dones. Así no merecemos que Dios nos dé algo más. Más bien, “sólo merecemos el castigo”. Si Dios nos tratara conforme a nuestros pecados, no podría concedernos ninguna petición, tendría que castigarnos, tendría que echarnos al infierno. Así pedimos que él no tome en cuenta nuestros pecados y por causa de ellos nos niegue nuestras peticiones. Pedimos que no nos trate según lo hemos merecido, “pero quiera Dios dárnoslo todo por su gracia”. Si Dios nos va a dar algo, tiene que hacerlo por su gracia, sin nuestro mérito. En nuestra oración no nos basamos en nuestro mérito y nuestra justicia, sino solamente en la gracia y misericordia de Dios que nos ha demostrado en Cristo. Le pedimos como el piadoso Daniel lo hizo, (Daniel 9:18). Así esta petición nos mantiene en la debida humildad, de modo que nos presentamos delante de Dios como pobres pecadores, que no merecemos nada, que no tenemos ningún derecho, que confiamos solamente en la gracia de Dios, y que estaríamos perdidos si no tuviéramos a diario el perdón de los pecados. Pero esta petición también nos muestra en dónde encontramos consuelo y confianza para presentarnos delante de Dios y pedirle, es decir, en la gracia de Dios, sabiendo que él quiere por causa de Cristo perdonarnos todos los pecados si tan solo se lo pedimos. (“El sentido de esta petición es que Dios no quiere mirar nuestros pecados, ni considerar lo que diariamente merecemos, sino que nos trata con misericordia y nos perdona como ha prometido. De este modo nos concederá una conciencia alegre e intrépida para presentarnos ante él y dirigirle nuestras peticiones. Cuando el corazón no está en la recta relación con Dios, ni puede lograr tal confianza, jamás se atreverá a orar. Semejante confianza y tal corazón feliz no pueden venir de ninguna parte a menos que se sepa que nuestros pecados han sido perdonados”. Catecismo Mayor, Padrenuestro #92).

 

2. Decimos en esta petición: “Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Pregunta 224,225.

 

a. El Señor nos enseña a agregar a nuestra petición las palabras: “así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Nuestro catecismo menor también nos explica cómo debemos entender estas palabras: “Así, perdonaremos nosotros de corazón y con agrado haremos bien a todos los que contra nosotros pecaren”. Éste es el sentido de las palabras del Señor. Con estas palabras decimos lo que nosotros, que recibimos el perdón de nuestros pecados de Dios, también haremos. Aquí prometemos algo a Dios.

 

¿Qué prometemos? Prometemos perdonar a los que hayan pecado contra nosotros. Nuestros deudores son, como nuestro catecismo dice, “los que contra nosotros pecaren”. Así como nosotros pecamos contra Dios, los hombres también pecan unos contra otros. Cometemos muchas injusticias uno contra el otro. Los ofendemos y entristecemos, y otros lo hacen contra nosotros. ¿Cómo debemos actuar con los que pecan contra nosotros? Debemos hacerles lo que Dios hizo con nosotros. Dios nos perdonó los pecados, y así nosotros prometemos que también perdonaremos a los que pecaren contra nosotros. Los perdonamos, eso es, como hemos visto, que no tomamos en cuenta su pecado y sus ofensas. Ya no los recordamos, miramos a los que nos hayan ofendido en tal forma como si nunca nos hubieran ofendido. Y seguramente — eso es lo que prometemos a Dios — haremos esto “de corazón”. Nuestro perdón debe proceder del corazón. No es suficiente que sólo externamente con la boca digamos: “te perdonaré”, mientras mantengamos recelo y odio en el corazón. Desafortunadamente muchos lo hacen así, pero eso no es el verdadero perdón. El verdadero perdón viene del corazón, que ha llegado a conocer el gran amor de Dios hacia sí en el perdón de sus pecados, y por eso ama de corazón al prójimo. — Pero también debemos demostrar externamente que hemos perdonado al prójimo en el corazón. También prometemos: “con agrado haremos bien a todos los que contra nosotros pecaren”. Dios nos ha perdonado de corazón, y a pesar de que lo hemos ofendido tanto, a diario sólo nos hace bien espiritual y corporalmente. Así lo haremos nosotros también, haremos bien a nuestros enemigos, a los que nos hayan ofendido. La palabra de Dios nos amonesta a hacerlo. (Romanos 12:20). Y eso lo haremos con agrado, no forzados por un mandato duro, no con renuencia secreta en el corazón, sino voluntaria y gustosamente. Lo que nos motiva a hacerlo es la gratitud del corazón hacia Dios, quien a diario nos hace bien a nosotros los pecadores. Esto es lo que prometemos a Dios en esta petición.

 

d. ¿Por qué nos enseña Cristo a agregar estas palabras?

 

1'. No como si el perdón que nosotros damos al prójimo fuera el fundamento del perdón divino. Dios no nos perdona nuestros pecados porque nosotros perdonamos al prójimo. Nos perdona sólo por gracia, por causa de Cristo. El perdón de Dios tiene que venir primero. Solamente entonces podemos nosotros perdonar de corazón y con agrado hacer bien al prójimo, como ya hemos recibido el perdón de nuestros pecados de Dios.

 

2'. El Señor quiere amonestarnos con estas palabras: él que no quiere perdonar a su prójimo no puede recibir el perdón de Dios. El Señor nos lo demuestra claramente en la parábola del siervo malo, quien había recibido perdón de su gran deuda y castigo. Pero cuando luego no quiso tener ninguna consideración con su consiervo, cuando no quiso mostrarle ninguna misericordia, la ira de su Señor se volvió contra él y fue echado en la cárcel. Mateo 18:23 ss. Si nosotros no perdonamos a nuestro prójimo, Dios tampoco nos perdonará a nosotros. Cristo clara y expresamente lo dice en Marcos 11:25-26. Si queremos orar, tenemos que estar dispuestos a reconciliarnos con los que nos hayan ofendido, a perdonarlos. Sólo entonces nuestra oración agrada a Dios. Mateo 5:23-24. — Esto es un asunto muy serio. Pedimos en el Padrenuestro que Dios nos perdone así como nosotros perdonamos. El que ora esta petición y al mismo tiempo no quiere reconciliarse con los que hayan pecado contra él, no recibirá el perdón de los pecados. Dios lo perdona en la misma forma como él perdona, o sea, no lo perdona. Tal persona, cuando ora la quinta petición, invoca sólo la ira y el castigo de Dios sobre él. Su oración es una vergonzosa blasfemia contra Dios. Con esta adición, el Señor quiere amonestarnos que no seamos irreconciliables; quiere advertirnos seriamente a buscar el bien de los que pequen contra nosotros, para que no caigamos bajo la ira de Dios. Mateo 5:25-26.

 

3'. Pero el Señor también quiere consolarnos con esta adición. (“Pero, se ha añadido un complemento necesario y a la vez consolador: así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Catecismo Mayor, Padrenuestro, #93.) Cuando perdonamos de corazón al prójimo y con agrado le deseamos el bien, tenemos una señal del perdón de nuestros pecados, porque sólo un cristiano creyente puede perdonar realmente de corazón. El que cree de corazón tiene el perdón de los pecados. (“Mas, si perdonas, tendrás consuelo y la seguridad de que te será perdonado en el cielo. No será por tu perdonar, pues Dios lo hace por completo gratuitamente, de mera gracia, por haber prometido como enseña el evangelio, porque ha querido darnos esto para fortalecimiento y seguridad, como signo de verdad, al lado de la promesa que concuerda con esta oración: perdonad, y seréis perdonados. Lucas 6:37. Por ello Cristo la repite también poco después del Padrenuestro diciendo: porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial, etc. Mateo 6:14. Por lo tanto, a esta oración se ha agregado tal signo para que al pedir recordemos la promisión pensando así: Amado Padre, acudo a ti y te pido que me perdones, no porque yo pueda dar satisfacción o lo merezca, sino porque tú lo prometiste y pusiste tu sello, para que deba ser tan seguro como si yo tuviera una absolución pronunciada por ti mismo, tanto como obran el bautismo y el sacramento, puestos exteriormente como signos, tanto vale también este signo para fortificar nuestra conciencia y alegrarla, y se ha puesto antes de los demás signos para que podamos usarlo a toda hora y ejercerlo como algo que siempre tenemos entre nosotros”. Catecismo Mayor, Padrenuestro, #96-98.)

 

 

LA SEXTA PETICIÓN

 

Introducción: En la quinta petición hemos pedido a Dios, nuestro Padre celestial, el perdón. También estamos seguros de que Dios ha escuchado nuestra oración. Los cristianos tenemos el perdón de los pecados. Estamos libres de la carga del pecado. Como queridos hijos de Dios en Cristo, tenemos una buena conciencia ante Dios. Pero estamos en constante peligro de caer de nuevo en el pecado, también de pecar contra nuestra conciencia. (“Aunque recibamos el perdón en una buena conciencia y seamos del todo absueltos, la vida está hecha de tal modo que hoy está alguien de pie y mañana caerá. Por ello, aunque seamos justificados y nos presentemos con una buena conciencia ante Dios, nuevamente tenemos que pedir para que no nos deje recaer y ceder a la tribulación o tentación.” Catecismo Mayor, Padrenuestro, #207.) Tenemos enemigos poderosos que siempre nos tientan de nuevo a pecar y así quisieran robarnos una buena conciencia y la salvación. Ante esta nueva necesidad, la tentación por nuestros enemigos, nos presentamos delante de Dios en la sexta petición y le pedimos: “y no nos dejes caer en tentación”.

 

1. Primero damos nuestra atención a lo que estas palabras quieren decir. Pregunta 227.

 

a. Pedimos a Dios que no nos deje caer en tentación. Tentar quiere decir poner a alguien a prueba. ¿Tienta Dios a alguien? Las Sagradas Escrituras seguramente dicen que Dios tienta a los suyos. Así leemos que tentó o probó a Abraham, Génesis 22:1, que Cristo probó a su discípulo Felipe, Juan 6:5,6. Un verdadero padre amante a veces también pone a sus hijos a prueba, para ver si son obedientes. Dios, nuestro verdadero Padre celestial, también hace algo semejante. Nos tienta y nos pone a prueba para ver si somos obedientes. Así lo hizo con Abraham, cuando le mandó ofrecer a su único hijo Isaac. Génesis 22:1-19. Pero ¿qué tiene en mente Dios cuando prueba y tienta a los suyos? Un verdadero padre cuando hace esto con sus hijos sólo desea lo mejor para ellos. Así también nuestro Padre celestial tiene buenas intenciones hacia nosotros cuando nos pone a prueba. Cuando Cristo puso a prueba a Felipe mediante su pregunta en Juan 6:5-6, quería mostrarle lo débil que era todavía en su fe. Quería llevarlo a conocerse bien a sí mismo y también a mejorarse. Así el Señor también puso a prueba a la mujer cananea, Marcos 7:25-30, cuando no concedió de inmediato su petición. Con esto quería fortalecer y aumentar su fe. Cuando Dios pone a prueba, lo hace para mejorar y fortalecer la fe de sus amados hijos. Cuando nos pone a prueba, nos tienta para el bien. Así hay una tentación para nuestro bien que viene de Dios. El sentido de esta petición, luego, no puede ser que pidamos a Dios que no nos ponga a prueba para nuestro bien, que nunca ponga a prueba nuestra fe y obediencia para mejorar y fortalecernos, porque esa prueba es algo bueno. Al contrario, pedimos que Dios pruebe de esta manera nuestra fe y nuestra obediencia (Salmo 139:23). Pero hay otro tipo de tentación. Santiago 1:13-14 habla de ella. Ésta consiste en que nosotros seamos atraídos y llevados por nuestra lascivia. Es una tentación a lo malo, al pecado. Hablamos sobre esas tentaciones malas en la sexta petición.

 

b. En conexión con esta tentación a lo malo pedimos que Dios no nos deje caer en tentación. ¿Luego, nos tienta Dios para lo malo? Nuestro catecismo dice: “Dios, en verdad no tienta a nadie”. También las Sagradas Escrituras dicen esto, Santiago 1:13-14. Nadie debe decir que Dios lo tentó al pecado. Él no tienta a lo malo. No quiere el pecado, sino al contrario, lo odia. Por tanto no tienta a ningún hombre al pecado. Dichas tentaciones a lo malo tienen otro origen. — Pero ¿podemos pedir que Dios no nos deje caer en tentación cuando él no tienta a nadie? Podemos ver en la explicación de Lutero cuál es el sentido de estas palabras. Con esto decimos que rogamos a Dios que nos guarde y mantenga, cuando otros nos quieran tentar a lo malo. Éste es el sentido de nuestra petición.

 

Y ahora podemos ver lo que pedimos en esta petición. Pregunta 228.

 

a. Aunque Dios no tienta a nadie a lo malo, hay otros que lo hacen. Nuestro catecismo los identifica. Son nuestros conocidos enemigos: el diablo, el mundo y nuestra carne. Ya oímos de nuestros enemigos en la tercera petición y aprendimos que tienen un mal consejo y una mala voluntad contra nosotros. Quisieran ejercer su mal consejo y voluntad en nosotros por medio de muchas tentaciones. El enemigo principal que nos tienta es el diablo. Anda alrededor como un león rugiente. 1 Pedro 5:8,9. Es un enemigo peligrosísimo que quiere engañarnos. Tentó a Adán y a Eva, llevó a David a realizar un censo del pueblo (1 Crónicas 22:1), puso en el corazón de Judas traicionar al Señor (Juan 13:2), sí, hasta tentó al Señor mismo al pecado (Mateo 4). — El segundo enemigo es el mundo. El mundo consiste en la gente mala, impía, Proverbios 1:10. Invitan a pecar. Las ofensas proceden del mundo, Mateo 18:6,7, o sea, el mundo trata por medio de su ejemplo impío y por su conversación hacernos tropezar, echarnos en el pecado. — Y finalmente, nuestra propia carne, nuestra naturaleza mala, nos tienta. Especialmente este enemigo nos atrae y nos invita, Santiago 1:13-14.

 

Estos enemigos quieren, como dice nuestro catecismo, engañarnos y seducirnos llevándonos a “una fe errónea, a la desesperación y a otros grandes vicios y vergüenzas”. Con eso se indica la meta que el diablo, el mundo y la carne tienen en mente en las tentaciones. Quieren atraernos a estas cosas horribles. Las dos cosas principales para el cristiano son la verdadera fe y una vida piadosa. Estos enemigos de nuestra salvación quieren robarnos ambas cosas. En vez de la verdadera fe quisieran llevarnos a una fe errónea o a la desesperación. Una fe errónea es una falsa. La verdadera fe pone su confianza sólo en Dios, únicamente en Cristo a quien nos revela el evangelio. Nuestros enemigos quisieran quitarnos esta verdadera fe y enseñarnos a poner nuestra confianza en nosotros mismos, en nuestras obras, en nuestro poder o en las cosas de este mundo. Así el diablo llevó a Pedro al error de confiar en sí mismo. O nuestros enemigos quisieran llevarnos a la desesperación. Si se comete el pecado, el diablo nos restringe la gracia de Dios y busca sugerirnos que ya no haya ninguna ayuda para nosotros los pecadores. Así llevó a Caín y a Judas a la desesperación. Génesis 4:13, Mateo 27:4,5. Y estos enemigos también buscan quitarnos una vida piadosa. Quisieran echarnos a toda clase de vicios y vergüenzas, a toda clase de pecado grave, a la ira, el odio, la codicia, la lascivia de la carne, el egoísmo, el orgullo, los robos, las mentiras, calumnias, etc. Esos pecados se llaman vergüenzas. Son una vergüenza para el hombre que fue creado a la imagen de Dios. Pero cuando estos pecados se hacen una costumbre para la persona, algo que la domina, se llaman vicios. Con mucha frecuencia los enemigos ya han echado a los hijos de Dios en tales vicios y vergüenzas. ¡David cayó profundamente en adulterio y asesinato, cuando se dejó llevar por su carne malvada! ¡Cómo engañó el mundo a Pedro para que negara a su Salvador! Lucas 22:54,55.

 

Y el diablo, el mundo y la carne quisieran alcanzar esta meta engañándonos y seduciéndonos. Ellos quieren en primer lugar engañarnos. Aprendemos la manera en que el diablo lo hace especialmente en la historia de la caída en el pecado. Génesis 3:1-6. Allí el diablo primero tentó a Eva a dudar si Dios realmente había dado ese mandamiento, luego quería sugerirle que Dios ciertamente no le negaría sólo ese fruto. Además presentó el pecado como algo hermoso y agradable. Así actúan todavía el diablo, el mundo y la carne. Ponen incertidumbre en cuanto a los mandatos de Dios y nos presentan el pecado como algo agradable, aceptable, mientras en realidad el pecado es la perdición de la gente. Así nos engañan y seducen nuestros enemigos y presentan las cosas en otra forma de lo que en realidad son. Son muy astutos. Se presentan como si quisieran hacernos un favor, y así nos seducen. Una vez que nos hayan engañado, les es fácil seducirnos. Esto quiere decir que nos alejan del camino recto de la palabra y los mandatos de Dios y nos llevan al pecado y a la vergüenza.

 

b. En conexión con estas tentaciones a lo malo pedimos que Dios nos guarde y mantenga, para que los enemigos no alcancen su mal propósito.

 

a'. En primer lugar pedimos que Dios nos guarde. Una guardia ofrece protección. Nosotros mismos no podemos protegernos ni resistir con nuestras fuerzas estas tentaciones, de modo que pedimos a Dios, el todopoderoso, su guardia y protección. Puede protegernos evitando que las tentaciones lleguen a nosotros. — Pero si pedimos así, entonces tenemos que dar atención a que nosotros mismos no nos pongamos voluntariamente en peligro y en tentación. Pedro lo hizo cuando a pesar de la advertencia de su Señor, con confianza carnal, se metió en la compañía de los siervos impíos (Lucas 22:33-35). Debemos evitar diligentemente los lugares en donde nos tientan el diablo, el mundo y la carne, por ejemplo los lugares de diversión del mundo. — Pero pedimos que Dios no nos deje caer en la tentación. También rogamos por los demás cristianos. Evitemos, luego, ponerlos en tentación, que por nuestra mala conducta seamos un tropiezo. Mateo 18:6-7.

 

b'. Pero no sólo pedimos que Dios nos proteja de las tentaciones, de modo que no lleguen a nosotros, sino también que Dios nos mantenga en medio de ellas. Nuestro catecismo explica más ampliamente lo que esto quiere decir: “Y cuando fuéremos tentados a ellos, que al fin alcancemos y retengamos la victoria”. Dice: “Y cuando fuéremos tentados”. A nosotros los cristianos nos tentará el diablo, el mundo y la carne. No puede ser de otra manera. Los cristianos tenemos nuestra carne, todavía vivimos aquí en el mundo y el diablo siempre está con nosotros. Y estos enemigos nuestros no descansan. Mientras los cristianos estemos aquí en la tierra, sufriremos tentaciones. Toda nuestra vida es una lucha feroz. Pero entonces es necesario que ganemos, que en esta lucha alcancemos la victoria. Obtenemos la victoria cuando no cometemos voluntariamente los pecados a los cuales Satanás, el mundo y la carne nos tientan, sino resistimos lo malo. Cristo nos dio un hermoso ejemplo. Mateo 4:1-11. El diablo también lo tentó a él. Pero él venció al diablo. (“Esto significa ‘no inducir en tentación’, si él nos da fuerza y poder de resistir, sin que la tentación se quite o se anule. Nadie puede evitar la tentación y la incitación, mientras que vivamos en la carne y tengamos al diablo alrededor de nosotros. No se puede cambiar, tenemos que soportar la tentación y hasta estar metidos en ella. Pero, pedimos no caer ni ahogarnos en ella. Por lo tanto, es muy distinto sentir tentación y, por otra parte, acceder y dar nuestro asentimiento. Todos tenemos que sentirla, aunque no todos de la misma manera. Algunos la sentirán más y con más fuerza: La juventud principalmente por la carne; después, la edad madura y la ancianidad, por el mundo; mas los otros que se dedican a cosas espirituales, es decir, los cristianos fuertes, por el diablo. Sin embargo, este sentimiento no puede dañar a nadie, mientras que se presenta contra nuestra voluntad y preferiríamos estar libres de él. Si no lo sintiésemos, no podría llamarse tentación. Pero, consentir significa que uno afloja las riendas y no resiste ni ora.” Catecismo Mayor, Padrenuestro, #106-108.) — Nosotros los cristianos en este mundo no podemos estar sin tentación. Nuestra vida consiste en la lucha contra el diablo, el mundo y la carne y obtener la victoria. Pero nosotros mismos no podemos obtenerla; nuestros enemigos son demasiado fuertes. Así pedimos a Dios que él nos mantenga, que nos mantenga firmes en medio de las tentaciones. Somos débiles, entonces pedimos a Dios que él nos fortalezca, para que no caigamos en tentaciones, sino finalmente alcancemos la victoria. Podemos tener confianza al pedir así. Dios nos ha prometido, en 1 Corintios 10:13, que ninguna tentación vendrá que no podamos resistir. El Dios fiel arreglará las cosas para que con su ayuda podamos obtener la victoria en las tentaciones. Así ganamos y retenemos finalmente la victoria en las tentaciones.

 

Dios nos guardará de las tentaciones y nos mantendrá, pero no lo hará sin medios, sino mediante su palabra. Si Dios nos va a guardar de las tentaciones, debemos utilizar diligentemente este medio. El apóstol nos amonesta a esto en Efesios 6:13. Para la lucha se utilizan armas, y se resiste al enemigo con la armadura. La armadura que los cristianos tenemos para protegernos contra las tentaciones de nuestro enemigo es la palabra de Dios. Debemos ponernos esta armadura, oír y aprender la palabra de Dios, recordarla en la tentación. Así podremos resistir las tentaciones de nuestros enemigos con la ayuda de Dios en el día malo, y podremos ganar la victoria y al final todo estará bien.

 

 

LA SÉPTIMA PETICIÓN

 

Introducción: Hemos pedido en la quinta petición que Dios nos perdone nuestros pecados, en el sexto que nos proteja de nuevos pecados y de la caída en el pecado. La séptima petición está íntimamente ligada con las dos peticiones que la preceden. Pedimos que Dios nos libre de todo mal. Todo mal, ya sea temporal y eterno, corporal y espiritual es resultado y la paga del pecado. Hemos pedido que Dios nos quite los pecados, y ahora también pedimos que Dios nos libre de los resultados del pecado, del mal. Así la última petición del Padrenuestro dice: “Más líbranos del mal”. Contiene dos partes.

 

1. Primero pedimos que Dios nos libre de toda clase de mal aquí en la tierra. Pregunta 229a.

 

a. “Líbranos del mal”, así pedimos. El mal es todo lo que nos oprime, nos atribula y presiona, toda la tristeza y miseria de este mundo que ha entrado como resultado del pecado. Dios debe librarnos de este mal. Lutero interpreta estas palabras de esta manera: “En esta petición... rogamos que el Padre celestial nos libre de todo mal de cuerpo y alma, del perjuicio en nuestros bienes y honra.” Pedimos que Dios nos libre de todo mal. Hay toda clase de mal y tribulación en este mundo. El pecado corrompió todo. Pedimos que Dios nos libre de todos ellos. Y nuestro catecismo nos cuenta varios de esos males. Habla del mal del cuerpo, el mal que afecta nuestro cuerpo, por ejemplo la pobreza, el hambre, la sed, la enfermedad, el dolor, la debilidad y todo lo que haga daño a nuestro cuerpo. Hay también males del alma, por ejemplo la ansiedad, la preocupación, y todo dolor de corazón, sobre todo también el pecado. Este último es la raíz de todo mal de este mundo. Hay males que afectan nuestros bienes, todo lo que hace daño a nuestras posesiones, a nuestro medio de alimentarnos. Esos males pueden suceder, por ejemplo por incendios o inundaciones, por hombres malos, que por engaño o robo tomen lo nuestro, etc. Y finalmente nuestro catecismo todavía nos habla del mal en cuanto a nuestra honra, o sea, males por medio de los cuales nuestro buen nombre o buena reputación se nos quite o se dañe, por ejemplo por medio de mentiras, calumnias y chismes, por enemigos abiertos o amigos falsos. — Todos estos males son resultado del pecado. El pecado entró en el mundo por medio del diablo. Así finalmente el diablo es el origen de todo mal, de todo sufrimiento y miseria en este mundo. Él es nuestro enemigo principal. También oramos contra él en esta última petición porque oramos contra el mal fundamental.

 

b. Pedimos que Dios nos libre de todos estos males. Ésta es una palabra de gran significado. Vamos a demostrarlo con unos ejemplos. El Señor Jesucristo en el Huerto de Getsemaní pidió que fuera librado de un mal. (Mateo 26:39, 40). Pidió que pasara de él la copa, que no tuviera que beberla. Pidió a Dios que si fuera posible no tuviera que sufrir los dolores. Su sufrimiento estaba delante de él, y pidió a Dios que lo protegiera de este mal. Así nosotros también, cuando vemos que algún mal, alguna desgracia se nos acerca, pedimos que Dios lo aparte de nosotros, que nos proteja de ello. Así cuando decimos: “líbranos del mal”, pedimos, en primer lugar, que Dios nos proteja por completo de toda clase de mal, que él nos los quite completamente.

 

Ponemos otro ejemplo. La mujer cananea pidió por su hija que estaba poseída por un demonio. (Mateo 15:21,22). En este caso el mal, el sufrimiento, ya estaba presente, y la mujer pidió al Señor que él la sanara, que quitara otra vez este mal, que librara a su hija. Así nosotros también pedimos que Dios quite de nosotros los sufrimientos si es su voluntad cuando rogamos: “líbranos del mal.” Con eso también pedimos que Dios quite de nosotros todo el mal que estamos sufriendo y nos libre de ello.

 

Es cierto que Dios no siempre nos quita el sufrimiento y la tribulación cuando se lo pedimos. Pablo, por ejemplo, pidió que él fuera librado del aguijón de su carne, del mensajero de Satanás que lo afligía. Pero el Señor le contestó: “Bástate mi gracia.” (2 Corintios 12:9.) Con frecuencia Dios quiere que nosotros suframos por más tiempo el dolor y la tribulación. Sin embargo, Dios no tiene malas intenciones hacia nosotros, sino buenas. Por medio de muchas tribulaciones debemos entrar en el reino de Dios. Hechos 14:22. Los sufrimientos y las tribulaciones deben ser medios en la mano de nuestro Dios para guiarnos al cielo. Hebreos 12:6. Así como un padre castiga a su hijo porque lo ama, así también por amor Dios nos envía la cruz y la tribulación para hacer amargo este mundo para nosotros. En este caso el dolor y la tribulación ya no son un mal para nosotros sino una cruz saludable. Si la voluntad de Dios consiste en no quitarnos completamente nuestra aflicción, sino que sigamos soportándola, sometámonos bajo la voluntad de Dios y pidamos entonces con las palabras: “Líbranos del mal”, que en la cruz no nos venga ningún mal, Job 5:19, que por nuestra culpa, por nuestra falta de paciencia, ese sufrimiento no llegue a dañarnos, que Dios haga salir para nuestro beneficio el sufrimiento y la tribulación, que nuestra cruz tenga un buen final, un buen resultado. Cuando Pablo pidió al Señor que le quitara su cruz, recibió la respuesta: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” (2 Corintios 12:9.) Dios le prometió su fortaleza. Así pedimos en esta petición, si es la voluntad de Dios que nosotros tengamos que seguir soportando nuestra cruz, si será para nuestro beneficio seguir soportando todavía más dolor y tribulación, que él nos dé la fortaleza para soportarlo. Pedimos, luego, verdadera paciencia y aceptación de la voluntad de Dios. Cuando pedimos en esta forma, experimentaremos cada vez más que es cierto lo que dice el Salmo 91:10, que aquí en la tierra no nos sobrevendrá ningún mal. Entonces todos los sufrimientos y tribulaciones que nos afectan no nos harán ya mal, sino serán una cruz que Dios nos impone y que sirve para nuestro bien, para que los soportemos pacientemente en su poder por el tiempo que sea su voluntad buena y misericordiosa. — Por lo tanto, pedimos que Dios nos proteja de toda clase de mal, o, cuando él imponga sobre nosotros una cruz, que la quite, o que nos ayude a soportarla y que la haga salir para nuestro beneficio.

 

Seguramente aquí en la tierra no pueden faltar la aflicción y la tribulación a causa del pecado. Pero el apóstol dice en 2 Timoteo 4:18 que el Señor nos librará de todo mal, y lo hará preservándonos para su reino celestial. El Señor nos librará de todo mal final y plenamente por medio de una muerte bienaventurada. Pedimos también esto.

 

2. Pedimos que Dios finalmente nos conceda una muerte bienaventurada y nos libre por completo de todo mal.

 

a. Nuestro catecismo dice acerca de esto: “Y que cuando llegue nuestra última hora nos conceda un fin bienaventurado y, por su gracia nos lleve de este valle de lágrimas al cielo a morar con él”. Lo primero que dice es: “Cuando llegue nuestra última hora”. “Nuestra última hora” es la que Dios ha señalado para nuestra muerte. Cada cristiano tiene esa hora establecida la cual vendrá tarde o temprano. En esa hora Dios nos librará completamente de todos los males y sufrimientos de este tiempo. Los cristianos la esperamos con paciencia. — Pedimos que cuando llegue la hora de nuestra muerte Dios nos dé un fin bienaventurado, una muerte bienaventurada. Una muerte bienaventurada pone fin a todo mal y sufrimiento, pero la muerte no siempre tiene ese resultado como quisieran creer equivocadamente tantos incrédulos. Una muerte no bienaventurada, cuando la persona muere en sus pecados, de hecho es el peor mal, del cual ya no hay ninguna liberación, porque la persona cae en la muerte eterna, la eterna condenación. Pedimos que Dios nos proteja de este temible mal, de una muerte no bienaventurada, y que nos conserve para un fin bienaventurado. — Aprendemos en las palabras del viejo Simeón en qué consiste una muerte bienaventurada, Lucas 2:29-32. Tenemos una muerte bienaventurada cuando nos apartamos de esta vida en paz con Dios, con una buena conciencia, y nos morimos en la paz con Dios, cuando hemos visto a nuestro Salvador, o sea, cuando de corazón creemos en Jesucristo y nos morimos en esa fe. Por lo tanto, pedimos que Dios nos preserve en la fe en Cristo y nos conserve para un fin bienaventurado.

 

b. Por medio de un fin bienaventurado Dios nos libra completamente de todo mal. Por medio de esa muerte bienaventurada Dios nos lleva de este valle de lágrimas al cielo a morar con él. Cuando Dios nos concede un fin bienaventurado, nos lleva de este valle de lágrimas. Con ello entendemos nuestra vida aquí en la tierra. Ésta es y sigue siendo un valle de lágrimas, también para nosotros los cristianos. Aquí no faltarán tristezas y tribulaciones, también para los cristianos, porque aquí el pecado todavía se adhiere a nosotros. Por medio de una muerte bienaventurada Dios nos quita de este valle de lágrimas y nos lleva a morar con él. Por medio de una muerte bienaventurada llegamos a Dios. Éste es el mayor anhelo de los cristianos, llegar a Dios, estar completamente unidos con él. Por eso anhelan el día de su muerte. Filipenses 1:23. La mayor bienaventuranza es ver a Dios, nuestro Padre celestial. Y si estamos con él, estamos también en el cielo, en la vida eterna. Allí todo mal habrá desaparecido. Ya no habrá pecado. El diablo, el mundo y la carne ya no podrán afligirnos. Todos los sufrimientos de este tiempo estarán completamente eliminados. Allí no habrá sufrimiento, ni llanto, ni dolor. Tampoco existirá la muerte, sino plenitud de gozo y gloria. Si el Señor nos ha llevado consigo al cielo, entonces nos ha librado completamente de todos los males de este tiempo.

 

No merecemos que Dios nos lleve al cielo. No podemos hablar de eso como nuestro pago. Más bien merecimos el infierno, la muerte eterna, ser separados eternamente de Dios. La vida eterna es un galardón de gracia que Dios da a nosotros los cristianos, por causa de Cristo. Él ganó para nosotros la vida y la salvación. Y así pedimos que Dios por su gracia nos lleve al cielo.

 

3. Dice nuestro catecismo que en esta petición tenemos un “compendio de todas”. Finalmente prestemos atención a estas palabras. Quieren decirnos que en la última petición hay un breve resumen una vez más de todo lo que hemos pedido en todo el Padrenuestro. ¿Es realmente esta séptima petición dicho compendio, un breve resumen de todas las peticiones del Padrenuestro? En esta petición rogamos que seamos librados de todo mal. Pero todo mal viene del diablo. Aquí pedimos especialmente en contra de nuestro gran enemigo, el diablo. Y hacemos lo mismo también en todas las demás peticiones. Él es quien obstaculiza la santificación del nombre de Dios por medio de la falsa doctrina y una vida impía, quien opone su reino de pecado al reino de Dios, quien quisiera quitarnos el pan diario, etc. — Rogamos en esta petición un fin bienaventurado, una muerte bendita con toda su gloria. Y ésta también se escucha en todas las demás peticiones, también en la cuarta. (Aquí se podría dar un breve repaso de las peticiones individuales). Si Dios finalmente nos contesta esta última petición, entonces todo el Padrenuestro recibe plena contestación. En el cielo ya no tenemos que pedir. Allí sólo alabaremos y daremos gracias a Dios por toda la eternidad.

 

 

LA CONCLUSIÓN DEL PADRENUESTRO

 

Estamos en la conclusión del Padrenuestro. Ésta contiene dos partes, una alabanza de Dios, una doxología como también se llama, y luego la pequeña palabra: “Amén.” Lutero no ha tratado específicamente en su Catecismo Menor esa doxología o expresión de alabanza a Dios. Sin embargo, es necesario que aprendamos qué decimos con estas palabras antes de ver más de cerca la magnífica explicación de la palabra, “Amén”.

 

1. Tratamos luego la alabanza de Dios. Pregunta 231.

 

a. Con la pequeña palabra “porque” conectamos esta conclusión con lo que dijimos anteriormente. La palabra “porque” muestra que con lo que sigue expresamos el fundamento de lo que precede. Así en estas palabras de conclusión damos la razón por la que los cristianos podemos pedir con todo consuelo y confianza a Dios. Podemos hacerlo porque el reino y el poder y la gloria son de nuestro Dios.

 

b. “Tuyo es el reino”, decimos en primer lugar. Podemos ver cómo debemos entender estas palabras en un pasaje de las Sagradas Escrituras. (1 Crónicas 30:11). Allí dice que todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son de Dios, que el reino es de Dios y que él es excelso sobre todos. El reino del que aquí se habla es todo lo que hay en el cielo y en la tierra. Todo lo que pedimos pertenece a nuestro Dios, y así podemos acudir a él con confianza. Sólo él es el Señor y Rey del mundo entero. Nosotros estamos en su reino, somos sus súbditos. Cuando los súbditos están en necesidad y no pueden ayudarse a sí mismos, acuden a su rey. El oficio del rey es ayudar y proteger a sus súbditos. Recordamos en la conclusión de nuestra oración que sólo nuestro Dios es el Señor y Dios, a quien podemos pedir confiadamente toda nuestra ayuda.

 

Además decimos: “Tuyo es el poder”. Las cosas que pedimos en el Padrenuestro son cosas grandes, los bienes más sublimes que se pueden dar, la vida y la salvación, y hay enemigos potentes que quisieran obstaculizar lo que pedimos. ¿Recibiremos lo que pedimos? Tenemos toda la confianza; podemos decir juntos “Tuyo es el poder”. Nuestro Dios tiene el poder y la habilidad, puesto que él es el Todopoderoso. Ni el gran y fuerte enemigo, el diablo, puede resistirlo. Dios puede cumplir nuestras peticiones. Únicamente él tiene el poder, sólo él puede conceder nuestras peticiones. Además, en la conclusión de nuestra oración recordamos que sólo Dios tiene el poder para conceder nuestras peticiones.

 

b. También decimos “Tuya es la gloria”. Dios es glorioso. Demuestra su gloria, da prueba de ella especialmente al oír las oraciones de sus hijos. Así demuestra que es un Dios glorioso, fuerte y bondadoso. Al oír nuestras peticiones él magnifica su nombre, la gloria de su nombre entre los pueblos. También Asaf pidió que Dios ayudara a su pueblo por causa de la gloria de su nombre. (Salmo 79:9). Así nosotros venimos confiadamente y pedimos, porque sabemos que Dios demostrará su gloria al oír nuestras oraciones. — Decimos: “Tuya es la gloria”. Se debe dar gloria a Dios. Él debe recibir toda la gloria, todas las alabanzas en nuestras oraciones.

 

c. Finalmente agregamos: “Por los siglos de los siglos”. Nuestro Dios es un Dios rico, poderoso, glorioso en toda la eternidad. Siempre es y permanece lo mismo. Siempre podemos seguir viniendo a él en nuestra oración. Siempre encontramos el mismo Dios bondadoso, fuerte y glorioso, que puede y quiere ayudar. Él es nuestro refugio de generación en generación. (Salmo 90:2.) Así terminamos confiadamente con la pequeña palabra “Amén”. Tampoco debemos pasar por alto esta palabra, ni decirlo sin pensar, como si sólo quisiéramos indicar que nuestra oración se acabó. Esta palabra tiene un significado sublime e importante. Así Lutero en particular nos explicó esta pequeña palabra.

 

2. Finalmente preguntamos: “¿Qué significa la palabra Amén?”

 

Ya hemos hablado en nuestro catecismo sobre la palabra “Amén”, al final de los tres artículos. Allí Lutero la explicó: “Esto es ciertamente la verdad”. Aquí Lutero dice: “Amén, Amén, quiere decir: sí, sí, que así sea”. Es otra forma de decir la misma cosa. Con nuestro Amén queremos decir que por seguro se cumplirá lo que hemos pedido, que seguramente Dios escuchará nuestras peticiones. Expresamos nuestra absoluta confianza de que Dios aceptará nuestra oración. (“Mas, lo que importa es que aprendamos a agregar Amén, lo que significa: no dudar de que la oración será atendida con certeza y se cumplirá. No es otra cosa que la palabra de una fe que no duda, que no ora a la buena ventura, sino que sabe que Dios no miente, porque ha prometido darlo. Donde no hay tal fe, no existe tampoco oración verdadera”. Catecismo Mayor, Padrenuestro, #119-120.)

 

Así con esta palabra Amén decimos:

 

a. Que estamos seguros de que el Padre celestial acepta nuestras súplicas. ¿Cómo podemos dudar que le sean aceptables? Él mismo nos ordenó orar. Nos ha dado el Padrenuestro y así ha mandado que le pidamos estas cosas. (Mateo 6:9; Lucas 11:2). ¿Cómo no le será aceptable cuando le oramos el Padrenuestro, o cuando usamos nuestras propias palabras, pero pedimos en la forma en que hemos aprendido aquí, cuando oramos según el espíritu y sentido del Padrenuestro? Sabemos que le agrada, que es aceptable a él cuando pedimos conforme a su voluntad.

 

b. Cerramos nuestra oración con Amén y con eso mostramos que estamos seguros de que nuestra oración será atendida por nuestro Padre celestial. ¿Cómo podríamos dudar que Dios atiende nuestra oración? Él mismo nos mandó orar. Dios se estaría burlando de nosotros si nos mandara a orar y sin embargo no quisiera atendernos. Blasfemamos contra Dios cuando dudamos si él atenderá nuestra oración. Pero Dios ha hecho más. Nos ha prometido atendernos. El Señor nos dio muchas promesas al respecto en su palabra (por ejemplo en el Salmo 50:15; Marcos 11:24; Mateo 18:19; 7:7,8). Nos lo confirmó con un juramento. (Juan 16:23). Hacemos de Dios, la eterna verdad, un mentiroso, si dudamos que él atenderá nuestras oraciones. ¡Qué contentos podemos sentirnos y cuánta consolación podemos tener al decir, “Amén”!

 

¿Pero en realidad atiende Dios todas nuestras oraciones? ¿No lo contradice la experiencia? Seguramente cada cristiano tiene la experiencia de que Dios atiende las oraciones, así como también tenemos muchos ejemplos de ello en las Escrituras. ¿Pero no nos parece muchas veces como si Dios no atendiera las oraciones? Sólo parece así. Tenemos en las Escrituras un ejemplo de una ocasión en la que el Señor pareció no atender una oración. Mateo 20:20-23. Esa madre pidió neciamente. No pidió como debemos hacerlo, para la gloria de Dios, sino para aumentar la gloria de sus hijos y su propia gloria. No era una oración debida y así el Señor rechazó la petición. Nosotros también frecuentemente pedimos neciamente, en particular en cuanto a cosas terrenales. Con frecuencia no sabemos qué es lo que pedimos. No rogamos para la gloria de Dios, ni para nuestro beneficio, sino por lo que nos haría daño. No pedimos en la forma en que el Señor nos ha enseñado en el Padrenuestro. Dios no atiende esas oraciones, no se debe a que no quiera atender nuestras oraciones, sino porque no es una oración correcta, porque realmente no es una oración. — Pero también cuando pedimos debidamente, ¿no nos parece a veces como si Dios no nos atendiera? Por supuesto que a veces nos parece así, pero muchas veces lo que sucede es que nosotros no nos damos cuenta de la manera en que Dios nos atiende. Con frecuencia en la dura aflicción y la miseria no vemos inmediatamente la ayuda de Dios, y así pensamos que Dios no nos ha atendido. — No obstante, Dios siempre atiende nuestras oraciones. Pero él ha reservado para él mismo determinar la manera y el tiempo en que él debe ayudar. Así no debemos fijar condiciones a Dios. Él es el Dios que sabe todo. Sabe mejor cómo y cuándo ayudarnos. — Dios atiende nuestras oraciones a su manera. El apóstol Pablo pidió a Dios que le quitara el aguijón de su carne. Dios le respondió: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” 2 Corintios 12:9. Dios recibió su oración, pero no quitó al apóstol el sufrimiento, sino le dio el poder para soportarlo. Frecuentemente Dios atiende nuestras oraciones en esta forma para nuestro beneficio y siempre las atiende de inmediato. Él se ha reservado el tiempo para ayudarnos. Lo dice expresamente: “Aún no ha venido mi hora” Juan 2:4. Él sabe que frecuentemente no sería para nuestro beneficio si él nos ayudara de inmediato. Por eso Dios nos esconde por un tiempo su rostro, Isaías 54:7-8, y nos permite permanecer por un tiempo en la aflicción. No obstante, cuando llega su tiempo y hora, luego viene también su ayuda. Así no siempre podemos ver cómo Dios ayuda y atiende nuestra oración, pero podemos y debemos confiadamente creerlo. Una vez que estamos en el cielo lo experimentaremos. Así podemos y debemos siempre terminar con toda confianza nuestras oraciones con la palabra “Amén”, y decir sin dudar: “sí, sí, así sea”.

 

Conclusión. Hemos tratado de la oración del Señor, la oración más preciosa. ¡Qué Dios nos bendiga, para que siempre le pidamos debidamente y no la repitamos sin pensar! ¡Qué Dios conceda que siempre aprendamos a entender mejor esta oración, siempre penetrar más profundamente en su contenido rico y precioso! ¡Qué Dios nos ayude por medio de esta oración siempre a orar mejor, para que todas nuestras oraciones se hagan en el espíritu y sentido del Padrenuestro, o sea, en el espíritu y sentido de Cristo, en nombre de nuestro Salvador!