Ven, Espíritu Santo, Dios y
Señor
Preserva nuestra unidad de
la fe
Rev.
William A. Meier
Sínodo Evangélico Luterano
de Wisconsin
Introducción
Si esto fuera una sesión de adiestramiento para los negocios o una
conferencia profesional de alguna clase, no sé si me gustaría ser el séptimo en
hacer una presentación al final del programa. Una mirada a los otros seis
tópicas revela que el Espíritu Santo recibe toda nuestra atención en esta
conferencia. Pero esto es bueno, y si lo que presento se ha incluido en los
otros ensayos, tanto mejor. Éste es un asunto que no puede recibir demasiada
atención en nuestro mundo. Como Pablo dijo a Timoteo: “E indiscutiblemente,
grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, Justificado
en el Espíritu, Visto de los ángeles, Predicado a los gentiles, Creído en el
mundo, Recibido arriba en gloria.” (1 Timoteo 3:16). Note que Jesucristo es el
enfoque de estas palabras, el Autor y Comsumador de nuestra salvación, pero
note también el papel prominente que el Espíritu Santo desempeña cuando Pablo
instruye a Timoteo. Mi oración al presentar este ensayo a ustedes como hermanos
es que me vean así como Pablo quería que los vieran cuando dijo: “Así, pues,
téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los
misterios de Dios” (1 Corintios 4:1). En este ensayo queremos resaltar que es
solamente por el Espíritu Santo que estamos unidos en la fe, y que sólo el
Espíritu Santo nos preserva en esa unidad.
I.
Sólo por el Espíritu estamos unidos en la fe.
Nuestras mentes sólo pueden soñar en la unidad que existía cuando Dios
descansó al séptimo día. La perfecta unidad entre el Creador y lo que fue
creado fue acompañado por la perfecta unidad entre esposo y esposa. ¡Qué
tragedia el rompimiento de esa unidad entre el Dios santo y su creación
desobediente cuando nuestros primeros padres cayeron en el pecado! Y qué pronto
levantaron sus cabezas feas otras evidencias de una unidad fracturada. ¿Cuánto
tiempo pasó antes que “miró Jehová con agrado a Abel y a su ofrenda; pero
no miró con agrado a Caín y a la ofrenda suya.” ¿Cómo pudo surgir esta
diferencia con tanta rapidez? Los muchachos habían tenido los mismos padres
como maestros y ejemplos. En su gracia, Dios hasta buscó a Caín y le dijo: “Si
bien hicieres, ¿no serás enaltecido? y si no hicieres bien, el pecado está a la
puerta; con todo esto, a ti será su deseo, y tú te enseñorearás de él.” Caín no
hizo caso, y pronto después siguió el asesinato.
Esa lección se repite con más frecuencia de lo que desearíamos en las páginas
de la Sagrada Escritura. Por ejemplo, ¿cómo pudieron tanto Judas y Pedro
sentarse a los pies del Maestro por más de tres años, y aun así perder tanto?
Con Judas fue la avaricia, y el deseo ciego por las cosas materiales en la vida
que lo dejó en la desesperación, al escoger voluntariamente la eterna
separación de Dios en el infierno. Con Pedro fue el orgullo y la confianza en
sí mismo. Solo se quedaría firme para Jesús, y hasta morir antes de negar a
Jesús. Sin embargo, sabemos lo que sucedió. No una vez, sino tres veces negó, e
inclusive agregó otros pecados a esa negación. Sin embargo, cuando el Señor
volvió para mirarlo a él, lloró amargamente pero no se desesperó. ¿Por qué?
Sólo hace unos minutos la palabra de Dios nos dijo: “Indiscutiblemente, grande
es el misterio de la piedad.” La historia demuestra que Judas recibió aun más
advertencias que Pedro durante el ministerio terrenal de Jesús, sin embargo
rechazó la sangre que un pocas horas se iba a derramar por él y por toda la
gente de todos los tiempos. La única conclusión que podemos sacar de base de la
Escritura es que si nos salvamos se debe total, sola y completamente a la obra
de Dios que en su gracia obra por el Espíritu Santo a través del evangelio. Por
otro lado, si somos condenados, se debe sólo a la ceguera del rechazo y la
incredulidad que uno se impone a sí mismo.
Más tarde en su vida Pedro diría: “Según su grande misericordia nos
hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los
muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible,
reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios
mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser
manifestada en el tiempo postrero” (1 Pedro 1:3b-5). Lo primero que llega a
nuestra mente como hijos de Dios al oír de un “nuevo nacimiento” es el santo
bautismo. Con este don de Dios muchos de nosotros primero fuimos hechos
miembros de la eterna familia de Dios. Escuche mientras Pablo repite la misma
verdad: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor
para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en
nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados
por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida
eterna” (Tito 3:4-7).
Pero volvamos a las palabras de Pedro por un momento. ¿Qué significan
estas palabras: “que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe”? Es
importante ver que la palabra de Dios nunca confunde “la gracia” y “la
omnipotencia”. Sólo la gracia crea, sostiene y fortalece la fe. Sólo la gracia,
no la omnipotencia ni ninguna otra clase de poder irresistible o fuerza,
alcanza el corazón y el alma y obra bendiciones espirituales. La única
herramienta que la gracia emplea es la palabra y los sacramentos como sus
medios.
La omnipotencia, por otro lado, opera en otra esfera. No opera en o
sobre nuestra fe como si fuera alguna clase de poder irresistible. No, la
omnipotencia de Dios obra por encima de, sobre y alrededor de nosotros, y su
fuerza se siente no en nosotros, sino en nuestros enemigos: el diablo, el mundo
y nuestra carne pecaminosa. Pablo nos dice: “No os ha sobrevenido ninguna
tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados
más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la
tentación la salida, para que podáis soportar” (1 Corintios 10:13). En cada
peligro y tribulación espiritual, por gracia la fe se dirige a Dios, y confía
en su promesa de usar su poder para protegernos y proveernos una manera de
escapar. Tenemos que aprender de Daniel en la fosa de los leones y de los tres
hombres en el horno ardiente. Recuerde también las palabras de Lutero en la
sexta petición: “Con esta petición le rogamos que nos guarde y preserve, a fin
de que el diablo, el mundo y nuestra carne no nos engañen y seduzcan, llevándonos
a una fe errónea (Pedro), a la desesperación (Judas) y a otras grandes
vergüenzas y vicios (Usted los puede nombrar).” El que estemos unidos en la fe
como hermanos es un milagro de la gracia de Dios, y una evidencia más de su
poder para protegernos de los ataques constantes de los tres enemigos que
constantemente nos acechan.
Otra evidencia de que es solamente por el Espíritu que estamos unidos
en la fe viene de la carta de Pablo a la congregación de Tesalónica: “Por lo
cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis
la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de
hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros
los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13). ¿Qué significa esto? Pablo citó
ejemplos de lo efectivo de la palabra en los creyentes de Tesalónica más
temprano en su carta. Aquí presentamos algunos de ellos. “Acordándonos sin
cesar delante del Dios y Padre nuestro de la obra de vuestra fe, del trabajo de
vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor
Jesucristo” (1 Tesalonicenses 1:3). Y otra vez: “Pues nuestro evangelio no
llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu
Santo y en plena certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por
amor de vosotros” (1 Tesalonicenses 1:5). También: “Recibiendo la palabra en
medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Tesalonicenses
1:6b). Y finalmente: “Partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del
Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe
en Dios se ha extendido, de modo que nosotros no tenemos necesidad de hablar
nada; porque ellos mismos cuentan de nosotros la manera en que nos recibisteis,
y cómo os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y
verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos,
a Jesús, quien nos libra de la ira venidera” (1 Tesalonicenses 1:8b-10). Aquí
debo insertar el Artículo 1 de la confesión que se propone, “La palabra eterna,
Una confesión luterana para el siglo 21”. Se redactó sobre la base de los
ensayos que fueron presentados en la convención de 1993 de la CELC, y será
presentada para ser adoptada en esta conferencia. Es nuestra clara convicción
que sólo el Espíritu Santo nos puede unir en la fe, y que su palabra eterna es
la única fuente de tal unidad.
Ahora consideremos el pasaje paralelo de la segunda carta de San Pablo
a la misma congregación: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios
respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido
desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y
la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar
la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos, estad firmes, y
retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra”
(2 Tesalonicenses 2:13-15). Note cómo comienzan las dos. “Nosotros debemos dar
siempre gracias a Dios.” Pablo comienza tantas oraciones con estas palabras que
casi las pasamos inadvertidas y las brincamos. No son palabras vacías, más bien
son la expresión de Pablo de lo que siente en su corazón, la gratitud a Dios el
Espíritu Santo por la unidad de la fe que sólo Dios puede dar. Note también que
atribuye totalmente a Dios el dar la fe y la unidad de la fe. Dice: “De que
Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la
santificación por el Espíritu.” Qué asombroso el misterio que nos confronta
cada vez que consideramos como creyentes la verdad de que nuestro Dios nos
escogió desde antes de la fundación del mundo. ¿Cómo es posible que comencemos
a dar gracias sin también notar que Pablo nos anima: “Retened la doctrina que
habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra.”
Ninguna discusión de la unidad de la fe sería completa sin también
reflexionar sobre estas palabras de Jesús que él habló en oración a su Padre
celestial: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste;
tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra” (Juan 17:6). Luego dijo,
preparándose para su gran sacrificio: “Y ya no estoy en el mundo; mas éstos
están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos
en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11). Finalmente,
mirando el futuro a través de los siglos, agregó estas palabras que se dirigen
a nosotros que estamos reunidos aquí en Winter Haven, Florida hoy: “Mas no
ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en
ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me
enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como
nosotros somos uno” (Juan 17:20-22). Se podría decir tanto más acerca de la
verdad gloriosa de que es solamente por el poder misericordioso del Espíritu
Santo que estamos unidos en la fe, pero es tiempo para seguir con el hecho
igualmente glorioso de que es solamente por la obra del Espíritu que se nos
preserva esta santísima fe.
II. Sólo el Espíritu nos
preserva en la unidad de la fe.
Nuestro Señor no estaba solo en pedir la unidad de su iglesia. Pablo y
Pedro también lo hicieron en muchas ocasiones. Casi no es necesario repetir que
cada vez que oramos el Padrenuestro, nos unimos con la multitud que busca que
el nombre de Dios sea santificado, que su reino venga a nosotros y a otros, y
que se haga su voluntad misericordiosa en todo lo que pensamos, decimos y
hacemos. No es solamente una casualidad que éstas son las primeras tres
peticiones. A menos que se enseñe y se practique la palabra de Dios en toda su
pureza, no puede haber unidad en la iglesia de Cristo. Tampoco puede venir su
reino a menos que “el Padre celestial nos da su Espíritu Santo, para que, por
su gracia, creamos su santa palabra y llevemos una vida de piedad, tanto aquí
en el mundo como allá en el otro, eternamente” (Catecismo Menor, Padrenuestro,
Segunda Petición, 8). La tercera petición subraya la misma verdad en la
siguiente forma: “Así también se hace la voluntad de Dios, cuando él nos
fortalece y nos mantiene firmes en su palabra y en la fe hasta el fin de
nuestros días.”
Primero permítanme conducirlos a un lugar en la Escritura que comienza
con la palabra como el fundamento y desde allí procede a una oración que Dios
no sólo diera sino también preservara la unidad de la fe entre los creyentes.
“Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron,
a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos
esperanza. Pero el Dios de la paciencia y de la consolación os dé entre
vosotros un mismo sentir según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz,
glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, recibíos
los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios”
(Romanos 15:4-7). La fórmula en verdad es muy sencilla. (1) Comiencen con la
premisa de que todo en la palabra de Dios está escrito para enseñarnos. (2)
Pidan a Dios dar un espíritu de unidad para que con una boca y una mente lo
glorifiquemos al seguir a Cristo Jesús. (3) Acepten unos a otros, recordando
siempre cómo Jesús aceptó a cada uno de nosotros, criaturas perdidas y condenadas,
quien con paciencia nos guía y nos enseña todo lo que sabemos acerca del único
verdadero Dios. (4) La meta constante y única es presentar alabanza a Dios.
Jesús también nos da una fórmula sencilla para preservar la unidad que
Dios nos ha dado como creyentes. Dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos;
el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de
mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Desafortunadamente, cuando hay amenaza a la
unidad en la iglesia, a veces se reemplaza la fórmula de Pablo y Jesús con
estrategias humanas. No es posible mantener la unidad en la iglesia poniéndose
de acuerdo en estar en desacuerdo. Tampoco es posible mantenerla por elegir la
plancha “correcta” de candidatos, que luego podrán restaurar la unidad
persuadiendo con la autoridad de su oficio. Preservar la unidad de la fe es la
obra del Espíritu a través de la palabra, no el resultado de maniobras y
maquinaciones humanas. San Pablo tal vez querría agregar estas palabras en este
punto: “Derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo” (Romanos 10:5). Y para que esto suceda, también es necesario dar
atención a lo siguiente: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también
en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a
Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo” etc.
(Filipenses 2:5-7a). Sólo cuándo y dónde el Espíritu da la unidad de corazón y
boca se puede preservar y fortalecer esa unidad.
Pablo subraya esta verdad también en otro contexto: “Así que, hermanos,
cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con
excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros
cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre vosotros
con debilidad, y mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue
con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los
hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:1-5). Corinto fue un pozo de
aguas servidas a semejanza de muchas ciudades norteamericanas hoy en día.
Además, los nuevos creyentes en esa congregación todavía eran muy débiles,
inclinados a apegarse a una personalidad, negligentes de la disciplina,
“dormidos” en cuanto a un asunto tan importante como la Santa Cena. ¡No
sorprende que Pablo haya temblado! Pero no recurrió a “palabras persuasivas de
humana sabiduría”, aunque las poseía en abundancia como un don de nuestro Dios
que da todos los talentos y las habilidades a la gente. Al contrario, Pablo
predicó a “Cristo crucificado”, y su mensaje y su predicación fueron
“demostración del Espíritu y de poder”. ¡Qué testimonio! ¡Qué gran ejemplo para
considerar e imitar!
La iglesia de Cristo enfrenta amenazas a la unidad de la fe en cada
generación. Satanás no soporta que el evangelio marche a la victoria sin hacer
todo lo que esté a su alcance para obstruir el plan glorioso de Dios. Estas
amenazas toman muchas formas, como veremos al repasar varias de ellas en las
páginas de la Escritura. Estos ejemplos nos pueden dar mucha instrucción en
nuestra turno en la historia para asegurar que bajo la gracia de Dios
preservemos el don de la unidad con la cual nos ha bendecido.
A veces la unidad es amenazada con algo tan sencillo como una falta
inocente de entendimiento, y esto puede incluir algo que es fundamental para
nuestra fe y doctrina. Por ejemplo: “Llegó entonces a Efeso un judío llamado
Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras.
Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu
fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente
conocía el bautismo de Juan” (Hechos 18:24-25). Qué altas calificaciones
recibió Apolos bajo la inspiración del Espíritu Santo. Fue un hombre docto y
habló con gran fervor al enseñar diligentemente acerca de Jesús. Sólo había un
problema. Sucedió que durante su preparación o no se había hablado del asunto
del bautismo, o no se había enseñado cabalmente. El único bautismo que conocía
era el que Juan el Bautista, el cual Pablo más tarde describió como un
“bautismo de arrepentimiento” (Hechos 19:4a). ¿Qué se debía hacer para corregir
el malentendido, o tal vez lo que se describe mejor como una falta de
entendimiento de parte de Apolos? “Pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le
tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios” (Hechos
18:26). ¡Qué hermosa solución! En privado en el hogar de estos creyentes se
resolvió el asunto, y, estoy seguro, Apolos estaba agradecido. ¡Qué bueno sería
que todas las diferencias, dificultades y amenazas a la unidad se pudieran
resolver tan fácilmente!
A veces se requiere un grupo más grande para clarificar un asunto.
“Pero algunos de la secta de los fariseos, que habían creído, se levantaron
diciendo: Es necesario circuncidarlos, y mandarles que guarden la ley de
Moisés” (Hechos 15:5). ¿Cómo se trató este asunto? “Se dispuso que subiesen
Pablo y Bernabé a Jerusalén, y algunos otros de ellos, a los apóstoles y a los
ancianos, para tratar esta cuestión” (Hechos 15:2b). ¿Qué sucedió? “Y se
reunieron los apóstoles y los ancianos para conocer de este asunto. Y después
de mucha discusión, Pedro se levantó y les dijo: Varones hermanos, vosotros
sabéis cómo ya hace algún tiempo que Dios escogió que los gentiles oyesen por
mi boca la palabra del evangelio y creyesen. Y Dios, que conoce los corazones,
les dio testimonio, dándoles el Espíritu Santo lo mismo que a nosotros; y
ninguna diferencia hizo entre nosotros y ellos, purificando por la fe sus
corazones… Antes creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos, de
igual modo que ellos” (Hechos 15:6-9,11). Luego Jacobo se expresó: “Jacobo
respondió diciendo: Varones hermanos, oídme. Simón ha contado cómo Dios visitó
por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre”
(Hechos 15:13,14). Luego verificó esto citando de Amós 9:11,12. Y finalmente se
nos dice: “Entonces pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la
iglesia, elegir de entre ellos varones y enviarlos a Antioquía con Pablo y
Bernabé: a Judas que tenía por sobrenombre Barsabás, y a Silas, varones
principales entre los hermanos; y escribir por conducto de ellos” (Hechos
15:22,23a). La carta también está incluida en el registro sagrado. (Hechos
15:24-29).
Vale la pena notar varias lecciones de este intercambio. Primero, se
confrontó la situación, no se puso bajo el tapete. Segundo, escogieron líderes
que eran capaces y bien dotados, llenos del Espíritu, para encabezar la
delegación. Tercero, discutieron abiertamente el asunto, esperando que los de
mayor experiencia y conocimiento guiaran esa discusión. Cuarto, formularon una
respuesta la cual respaldaron con las Escrituras. Y finalmente, no sólo
enviaron una delegación de vuelta a Antioquia, sino pusieron su respuesta en
forma escrita para que todos pudieran beneficiarse de ella. ¡Qué buen
procedimiento para preservar la unidad de la fe!
Desafortunadamente, no toda amenaza a la unidad tiene el mismo
resultado como las dos que vimos arriba. Las Escrituras proveen abundante
instrucción también para esas amenazas que confrontan la iglesia y que no
llegan a una resolución armoniosa. Por ejemplo, la palabra de Dios nos dice:
“Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene
a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo, ése sí tiene al Padre y al
Hijo. Si alguno viene a vosotros, y no trae esta doctrina, no lo recibáis en
casa, ni le digáis: ¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa
en sus malas obras”. (2 Juan 9-11). Las tres epístolas de Juan están llenas de
instrucciones sobre preservar la unidad de la fe en base a la verdad bíblica.
Pablo agrega la siguiente perspectiva, hablando del “inicuo cuyo advenimiento
es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos, y con
todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el
amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso,
para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no
creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia” (2
Tesalonicenses 2:9-12). Y a Timoteo Pablo le dijo: “Pero el Espíritu dice
claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe,
escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía
de mentirosos que [tienen] cauterizada la conciencia” (1 Timoteo 4:1,2). Gran
número de otras advertencias se podrían agregar a esta lista de amenazas a la
unidad de la iglesia, pero éstas servirán para alertarnos a las fuerzas del mal
que están activamente buscando destruir la unidad de la fe como agentes de
Satanás en toda época de la historia de la iglesia. Da escalofríos pensar en
las palabras: “Dios les envía un poder engañoso” y “que sean condenados todos
los que no creyeron a la verdad”, sin embargo nuestro Dios nos ha advertido que
estas cosas sucederán.
¿Qué debemos hacer, entonces, cuando estas cosas levantan sus cabezas
repugnantes durante nuestro tiempo de responsabilidad en la iglesia de Cristo?
Oímos de un individuo que fue encarcelado debido a su lealtad absoluta a Cristo
y la palabra de Dios: “Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es
digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y
mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos
en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:1-3). En
otra parte Pablo agregó: “Orando también al mismo tiempo por nosotros, para que
el Señor nos abra puerta para la palabra, a fin de dar a conocer el misterio de
Cristo, por el cual también estoy preso, para que lo manifieste como debo
hablar. Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo. Sea
vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo
debéis responder a cada uno” (Colosenses 4:3-6). Y Pedro, a quien le costó
tiempo aprender esta verdad, también agrega: “Sino santificad a Dios el Señor
en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con
mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que
hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de
vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena
conducta en Cristo” (1 Pedro 3:15,16). Finalmente, nuestro Dios también dice lo
siguiente: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que
sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti
mismo, no sea que tú también seas tentado. Sobrellevad los unos las cargas de
los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:1,2).
Contra este fondo, ¿qué debemos hacer cuando enfrentamos a los que
persisten en socavar la autoridad de la Escritura y se extravían de las claras
doctrinas de la santa palabra de Dios? Nuestro Dios no nos falla. Su dirección
es clara: “Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y
tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os
apartéis de ellos. Porque tales personas no sirven a nuestro Señor Jesucristo,
sino a sus propios vientres, y con suaves palabras y lisonjas engañan los
corazones de los ingenuos” (Romanos 16:17-18). En otro contexto Pablo
parafrasea Isaías 52:11 cuando dice a los corintios: “Por lo cual, Salid de en
medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os
recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas,
dice el Señor Todopoderoso. Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas,
limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la
santidad en el temor de Dios” (2 Corintios 6:17 - 7:1). Siempre ha habido los que
alegan que estos versículos solamente se aplican a las situaciones que
prevalecían en los días de Pablo en las iglesias en Roma y Corinto. Pero la
palabra habla con claridad, y presenta un principio general, atemporal y
universal, que debe guiar la iglesia de Cristo hasta que él vuelva en gloria.
Siempre debemos mantener la vigilia contra cualquiera que persistiera en
estorbar la unidad de la iglesia al causar divisiones y poner obstáculos en
nuestro camino que son contrarios a la doctrina que hemos aprendido. Si
viéramos esto suceder, y a pesar de ello continuáramos en practicar el
compañerismo con los que persisten en estas actividades, nuestras propias
acciones serían motivo de división y ofensa. Lo que es peor, pasar por alto
este principio, o rehusar aplicarlo, pone en peligro nuestra propia comunión
con Dios. ¡El Espíritu Santo nos dio nuestra unidad en la fe, y usa este
principio para preservarla!
Pensamientos finales
Apenas había cumplido el tercer año del programa de preparación de
obreros del Sínodo Evangélico Luterano de Wisconsin que tiene una duración de
ocho años, cuando en su convención el sínodo rompió el compañerismo con la
Iglesia Luterana – Sínodo de Missouri. Esto, a la vez, condujo a la disolución
de la antigua Conferencia Sinodal, que por años había sido la herramienta del
Espíritu Santo para promover y preservar la unidad de la fe. Mis guías ya para
entonces hablaban con frecuencia y entusiasmo de la necesidad de una nueva
Conferencia Sinodal que hiciera lo mismo por los que aún estaban en
compañerismo con nosotros, y con números crecientes de iglesias nacionales
alrededor del mundo que se maduraban bajo la guía y el don del Espíritu Santo.
Eventualmente esta conferencia, la Conferencia Evangélica Luterana Confesional,
fue la respuesta de Dios a ese deseo de promover, fortalecer y preservar la
unidad que Dios nos ha dado.
Reflexionen conmigo un momento más sobre lo que habría sido la
conformación de esta conferencia en 1961. Tal vez haya habido unos cuantos
apaches allí. Tal vez algunos de Zambia podrían haber hecho el viaje, pero
nadie de Malawi porque entramos en ese campo en 1963. Es posible que haya
habido representantes de Japón. Representantes de Alemania hubieran estado
presentes. La invitación a entrar en Nigeria aún no había llegado, ni tampoco
la invitación a Camerún. Hong Kong no hizo contacto con nosotros hasta un año
después, y México pidió ayuda un año más tarde aún. Todavía no estábamos en
Puerto Rico, y Colombia comenzó doce años después de eso. Taiwán e Indonesia
comenzarían poco después, al igual como Brasil. Y más recientemente, considera
Rusia, Bulgaria, Albania, la República Dominicana, Cuba, Tailandia y la India.
Mientras no todas estas iglesias tienen representación aquí todavía (y pido que
los hermanos del Sínodo Evangélico Luterano también den información sobre sus
campos), ¿no podemos orar por el día en que esta conferencia tendrá
representantes no sólo de los que se han nombrado aquí, sino también de muchos
otros también? Pido que el Espíritu Santo que nos ha unido en la fe siga
preservándonos en ese don especial de su gracia, para que juntos proclamemos su
palabra salvadora a muchos otros, hasta aquel momento glorioso cuando todos
tendremos el privilegio de unirnos a la multitud alrededor de su trono “de todas
naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en la
presencia del Cordero” (Apocalipsis 7:9b). Juntos entonces cantaremos
eternamente: “La salvación pertenece a nuestro Dios que está sentado en el
trono, y al Cordero” (Apocalipsis 7:10). Luego también se oirá el eco: “Amén.
La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el
poder y la fortaleza, sean a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén”
(Apocalipsis 9:12).
Respetuosamente,
William A Meier
Presidente, Junta de Misiones Mundiales, Sínodo Ev. Luterano de
Wisconsin.
Reacción al ensayo “Ven, Espíritu Santo, Dios y Señor, Preserva
nuestra unidad de la fe”
Quisiera aprovechar esta oportunidad para agradecer al pastor Meier su
excelente ensayo sobre el asunto “Ven Espíritu Santo, Dios y Señor – Preserva
nuestra unidad de la fe”. Como fue el último ensayista, se le ocurrió el
pensamiento de que muchas de las ideas que él expresara en su ensayo también se
habrían presentado en los ensayos anteriores al suyo. Sin embargo, como los
demás ensayistas, logró seguir enfocado en los conceptos específicos que fueron
sugeridos en el tema que le fue asignado. Su oración de que se le viera como el
apóstol Pablo “servidores de Cristo, y administradores de los misterios de
Dios” (1 Corintios 4:1) seguramente fue respondida en mi corazón y mente. Nos
proveyó una abundancia de pasajes bíblicos que son apropiados a su materia, así
que en primer lugar y principalmente permitió que la Escritura hablara. También
sacó de los pasajes citados algunos pensamientos dignos que estimulan el
pensamiento.
De varias maneras este tema final: “Ven Espíritu Santo, Dios y Señor –
Preserva nuestra unidad de la fe” da una conclusión apropiada a los muchos
excelentes ensayos que ya se han dado acerca del Espíritu Santo, una conclusión
que es especialmente pertinente a nuestra conferencia. Todos los cuerpos
eclesiásticos que están representados aquí han contendido por la fe y por la
verdad de la palabra de Dios en su propio modo en los respectivos países de
donde proceden. Hay un vínculo especial que existe entre los que tienen luchas
similares por el reino de Dios. La unidad que tenemos en la CELC, sin embargo,
se basa en un fundamento aún más sólido. Sobretodo, tenemos la maravillosa armonía
que existe entre hermanos que comparten una confesión común basada en la
palabra de Dios. Esto es producto del Espíritu Santo. El don de la unidad que
da el Espíritu Santo es uno de los grandes gozos que tenemos en la Conferencia
Evangélico Luterano Confesional. Qué el que nos la dio nos preserve en ella
como este ensayo lo proclama.
El Pastor Meier indica con propiedad que lo que destruye la armonía y
la unidad, primero entre el hombre y Dios y luego entre el hombre y su prójimo,
es el pecado. La falta de armonía y el conflicto ha sido la triste historia del
mundo desde la destrucción de la paz en el Huerto de Edén hasta los eventos
horripilantes de Littleton, Colorado que han informado las noticias recientes.
Todo lo que tenemos que hacer es mirar qué sucede cuando la unidad y la armonía
están ausentes para entender por qué la unidad es una situación deseada entre
nosotros. La entrada del pecado en la iglesia en sus variadas formas tales como
el orgullo, el gloriarse en uno mismo, y la falsa doctrina han desgarrado a
muchas iglesias y ha puesto hermano
contra hermano. Lo que es más terrible, el error en los asuntos de fe puede
conducir a la eterna destrucción de las almas. Solamente cuando la fe de
individuos e iglesias descansa sobre el fundamento sólido de la Escritura, la
obra expiatoria de Cristo y la gracia de Dios, prevalecen la paz y la armonía.
Pero cuando las iglesias no están preocupadas con las batallas frontales contra
el error interno, están más libres para dar su atención a la gran misión que
Cristo les ha dado, de hacer discípulos a la gente de todas las naciones en un
espíritu de unidad y confianza. Por tanto, la oración para que el Espíritu
preserve nuestra unidad de la fe siempre es necesaria.
El ensayista hace muy claro que esa unidad no la ha creado el hombre.
Mediante numerosos pasajes de la Escritura afirmó que el mismo Espíritu que
crea y preserva la fe por los medios de gracia en los individuos, también crea
y preserva la fe dentro de las iglesias y entre ellas. Otra vez, el ensayo
aclara que no se logra ni se preserva la unidad de manera artificial por
estrategias humanas, tales como acordar estar en desacuerdo, elegir los líderes
correctos, o por el poder de la razón humana. Más bien, la unidad se puede
alcanzar y preservar solamente cuando el Espíritu Santo, obrando por la palabra
de Dios, crea y sostiene una fe que está dispuesta a sujetarse a aquella
palabra, tal como Jesús lo dice: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra,
seréis verdaderamente mis discípulos” (Juan 8:31). La unidad está presente
cuando la palabra inspirada de Dios es la última autoridad para todos los
asuntos de la doctrina y la práctica, y cuando se sigue lo que ella enseña.
Sin embargo en la búsqueda de la unidad en base a la palabra de Dios,
agradezco la sensibilidad que reveló el ensayo del Pastor Meier. Se hicieron
con cuidado distinciones importantes. La distinción entre un asunto de
ignorancia que se podía tratar en privado como el caso de Apolos, y un asunto
que afectó el bienestar de la iglesia tal como las misiones a los gentiles que
requerían un debate más público. La distinción de que los asuntos públicos no
solamente tenían que decidirse en el forum correcto que consistía de hombres
dotados que estaban llenos del Espíritu, sino que cuando finalmente se hizo una
decisión de base de la palabra de Dios, se publicó en toda la iglesia para que
todos entendieran. Luego había una distinción al afirmar que cuando son
confrontados con el error, el pueblo de Dios todavía debe tratar con los que
pueden estar débiles en la fe en un espíritu de amor, paciencia y humildad, al
mismo tiempo que tomen pasos firmes para distanciarse de los que se revelen
como erroristas persistentes.
Finalmente me agradó la conclusión del ensayista de que la unidad que
compartimos en nuestra confesión común no sólo nos fortalece en nuestra
determinación a adherirnos firmemente a la palabra de Dios, sino al ver el
crecimiento de nuestra conferencia, se fortalece nuestra determinación de
presentar el mensaje vivificante a otros. Qué el Espíritu potente de Dios,
obrando a través de palabra y sacramentos, nos capacite para ver aquel día
maravilloso cuando la gente de toda nación, tribu, lengua y pueblo estén unidos
en la perfecta unidad del cielo.
Respetuosamente,
Rev. Daniel Koelpin