He aquí tu Rey viene a ti, manso
(Mateo 21:5)
Hay un rey y Señor que es Rey de reyes y Señor de señores. Es Jesucristo, acerca de quien
Dios dice: "¡Yo he instalado a mi rey en Sion, mi monte santo!" (Salmo 2:6). A él "Dios
lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de
Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y
toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor." (Filipenses 2:9-11)
Este rey viene a ti, así como eres de pecador. Llega a ti ahora, cuando lees u oyes esta devoción,
porque siempre está presente en donde está su palabra, y esa palabra se te presenta a ti ahora.
Y viene a ti manso, no en juicio o para condenarte, sino más bien para perdonarte tus pecados para que puedas
ser el hijo querido de Dios y gozar eternamente de la bienaventuranza del cielo. "He aquí", dice
él, "yo estoy a la puerta y llamo" (Apocalipsis 3:20).
Presta atención a su voz y no cierres tu corazón contra él, hombre mortal. Quienquiera que
seas, viene a ti porque quiere ser tu Salvador. Llega a ti que conoces el consuelo que puede dar la verdadera fe.
Por eso, con gozo lo saludarás y lo recibirás porque sabes que lo necesitas a él en cada paso
del camino de la vida. Viene a ti aun cuando tu fe sea débil y puedes estar preguntándote si él
todavía quisiera tenerte como uno de los suyos. En verdad, te quiere, no dudes eso ni por un segundo. Sí,
y viene a ti que tal vez te hayas apartado de él para servir al pecado. Aun a ti con misericordia quisiera
atraerte, porque vino a este mundo para buscar y salvar a los pecadores. Entonces, quienquiera que seas, dobla
las manos para pedir:
Redentor precioso, ven:
Tú, del mundo la esperanza;
Mi rescate y sumo bien,
Ven, en ti mi fe descansa.
Tu hermosura singular,
Cristo, espero contemplar. (Culto Cristiano 5:1)
De ellos son los patriarcas; y de ellos según la carne proviene el Cristo, quien es Dios sobre todas
las cosas, bendito por los siglos. Amén. (Romanos 9:5)
¿Quién es este rey a quien Dios ha instalado en Sion y delante de quien toda rodilla debe doblarse?
¿Quién es aquél de quien dicen las Escrituras: "He aquí tu Rey viene a ti, manso"?
¿Quién es el que quisiera que fueras suyo; rescatarte de la culpa y la condenación que resultaban
de tu pecado; y quiere que goces para siempre de su felicidad? ¿Quién es Jesucristo?
Nació en Belén de Judea hace dos mil años, como un descendiente directo del Rey David que
vivió mil años antes de él, y quien a la vez fue un descendiente de Abraham, Isaac y Jacob,
los antepasados del pueblo judío, de modo que en cuanto a raza, era judío. En este pueblo se traza
la genealogía humana de Cristo. Esto se refiere a la naturaleza humana de Jesús. En términos
de su naturaleza humana, Jesucristo es judío. Sin embargo, además de su naturaleza humana, Cristo
tiene también una naturaleza divina. No es solamente un hombre, sino como dice nuestro texto: "Dios
sobre todas las cosas, bendito por los siglos."
Es cierto, esto es algo único y maravilloso. Pero, como ves, es lo que enseña la Biblia no sólo
la Epístola a los Romanos, sino todas las Escrituras de ambos el Antiguo como el Nuevo Testamento. Además,
ha sido la confesión de toda la cristiandad desde el principio: "Creo en Jesucristo, su único
Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de la Virgen María."
Lutero también confesó esto en su explicación del Segundo Artículo del Credo Apostólico:
"Creo que Jesucristo, verdadero Dios, engendrado del Padre en la eternidad, y también verdadero hombre,
nacido de la Virgen María, es mi Señor."
Hay solamente un Dios, una esencia divina. En este único Dios, sin embargo, hay tres personas distintas,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. ¡El Hijo se hizo hombre para buscarte y salvarte, oh hombre
mortal! Tienes que buscarlo en donde puede ser hallado, en su palabra, en la Biblia. Allí tu fe recibirá
seguridad.
Loado sé, Cristo Jesús
Pues naciste hombre Tú
De una Virgen, cierto es;
Lo goza el coro de ángeles.
Del Padre el Hijo único
En un pesebre nació;
La carne y sangre de Belén
Contienen nuestro eterno bien.
Todo nos lo hizo su favor,
Mostrando su gran amor.
Mil gracias dé la Cristiandad,
Y goce por la eternidad. (Culto Cristiano 423:1,2,7)
Pero cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,
para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.
(Gálatas 4:4,5)
¿Qué significan las palabras "bajo la ley"? La referencia aquí es a la ley de Dios
como se formula en los Diez Mandamientos que memorizaste cuando eras niño. Y estás bajo esta ley
porque el que la promulgó fue Dios, el que te hizo. Tiene un significado aterrador que tú y todos
los seres humanos estén bajo esa ley, porque Dios exige que todos los hombres guarden perfectamente su ley.
Además, como eres pecador, estás consciente de que no has guardado la ley de Dios; de hecho, que
eres incapaz de guardarla como él te manda hacerlo. Esto quiere decir que esta misma ley te condena ahora
y para siempre. No importa lo que hagas, no puedes personalmente lograr ningún cambio en esa situación.
¡Pero Dios sí lo puede hacer! Porque cuando vino la plenitud del tiempo, el tiempo que el Dios todo
sabio había fijado en la eternidad, envió al mundo a su Hijo unigénito, haciendo que nazca
de una mujer, la Virgen María, y lo puso bajo la ley divina en la misma forma en que tú y yo y todos
los hombre lo estamos. Debería guardar a la perfección esa ley, algo de que sólo él
era capaz y que efectivamente hizo. Sin embargo, estaba bajo la condenación y la maldición de la
ley. ¿Por qué? Porque como el Sustituto y Campeón de la humanidad pecaminosa, pagó
nuestra deuda, sufrió nuestro castigo, para que nosotros otra vez gozáramos los derechos plenos de
los hijos de Dios. "El fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo que
nos trajo paz fue sobre él, y por sus heridas fuimos nosotros sanados." (Isaías 53:5). Él
es "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo." (Juan 1:29). "Cristo nos redimió de
la maldición de la ley al hacerse maldición por nosotros." (Gálatas 3:13).
Jesucristo lo hizo por ti. ¿No aceptarás con gozo este sacrificio en tu beneficio? Si es así,
ya no estás bajo la ley, sino te has desquitado de ella y eres un hijo querido de Dios mismo.
Oíd la voz del tierno Niño
Celestial. Al mortal
Dice con cariño:
¡Los dolores deja, hermano,
A mí ven, Que tu bien
Todo está en mi mano! (Culto Cristiano 25:2)
Abre bien tu boca, y la llenaré. (Salmo 81:10)
Los pichones se morirían de hambre si las aves adultas no buscaran comida para ellos y los alimentaran.
Hemos visto a los pajaritos esperando con paciencia para que volvieran sus padres, y luego, ya impacientes, estirando
el cuello con sus picos abiertos para recibir la comida que se les ofrece. Las aves adultas no se cansan de buscar
comida, ni pierden el ánimo por alimentar los pichones.
Querido cristiano, de manera semejante Jesucristo, tu rey, el potente Hijo de Dios, quisiera alimentarte. Él,
que con su vida perfecta y su amargo sufrimiento y muerte te redimió para que ya no estuvieras bajo la maldición
de la ley, viene a ti una y otra vez, manso y preocupándose por esa nueva vida en ti, y con el deseo de
alimentarla y preservarla. ¿Qué es lo que él ofrece y da? En primer lugar, el perdón
de todos tus pecados a diario y abundantemente, de modo que ningún pecado pondrá en peligro tu
salvación. Al lado del perdón, hay la adopción en la familia de Dios, la seguridad de que
eres el hijo querido de Dios y un heredero del cielo. Con su palabra y en ella también te da el Espíritu
Santo, quien te capacita para reconocer a Jesús como tu Salvador y confiar en él, y para aceptar
con gratitud sus dones y gozarte en ellos. Tu Salvador viene a ti con gentileza y acompañado por su misericordia
y fidelidad, para guiarte durante esta vida terrenal para que no pierdas el premio mayor, la salvación de
tu alma. Sí, en esta vida tu Redentor te permite experimentar el amor y la ayuda que necesitas y de los
cuales puedes depender en tiempos de tribulación. Finalmente, cuando llegue la hora de tu muerte, él
estará allí para llevar tu alma al paraíso. Luego, en el día del juicio, resucitará
tu cuerpo del polvo y lo glorificará, dándote la plenitud de la vida y la felicidad eterna.
Te pregunto, ¿permitirás que los pichones en el nido te avergüencen con sus picos abiertos para
recibir el alimento que perece? ¿Cuando tu Salvador viene para ofrecerte comida celestial, la vas a rechazar?
¡No lo hagas! Abre completamente tu boca y deja que él la llene, para que con fe y confianza tu corazón
se llene de alabanza.
En cualquier lugar donde yo haga recordar mi nombre vendré a ti y te bendeciré. (Exodo 20:24)
En las meditaciones recientes, querido cristiano, se te ha dicho que Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, te libró
de la maldición de la ley por el hecho de que él, en tu lugar, se sujetó a esa ley. También
se te ha dicho que este mismo Jesús todavía viene a ti con gentileza para ofrecerte el perdón
de los pecados y todo lo que necesitas para tu eterna salvación. Tal vez se te ocurra el pensamiento: "¿En
dónde está? ¿Y cómo vendrá a mí? ¿Cómo puedo estar seguro
de que él está presente y que me da sus dones?" Hay una respuesta a estas preguntas en unas
palabras de Dios que él habló en la antigüedad. En el libro de Éxodo leemos: "En
cualquier lugar donde yo haga recordar mi nombre vendré a ti y te bendeciré."
Quisiera comentar sobre este versículo. Sabes que después de que Jesús había logrado
la redención del hombre, resucitó de entre los muertos al tercer día, ascendió al cielo,
y ahora está sentado a la diestra de la gloria de su Padre. Sin embargo, esto no quiere decir que él
esté lejos de nosotros. ¿No es cierto que dijo a sus primeros discípulos, "He aquí,
yo estaré con vosotros para siempre"? ¿Y en otra ocasión: "Porque donde dos o tres
están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."? Sí, como es Dios,
de una manera incomprensible, realmente está presente. En dondequiera que él hace que se lea o se
escucha su palabra, así dando honra a su nombre; en cualquier sitio que se usen sus sacramentos, el bautismo
y la santa cena, allí él también está presente, y viene a los que participan de su
palabra y sus sacramentos. "En cualquier lugar donde yo haga recordar mi nombre vendré a ti y te bendeciré",
dice él. Y también te dará todo lo que te promete en esa palabra, en el bautismo y en la santa
cena. Recuerda, sus promesas son puras bendiciones.
Acepta con confianza y gozo lo que él te ofrece cuando viene a ti en palabra y sacramento. No te desilusionarás,
porque puedes depender totalmente de él y de sus dones.
Sacándolos afuera, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron:
Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa. (Hechos 16:30,31)
Las personas que desean ser salvos con frecuencia preguntan: "Cuando Jesús viene a mí y me da
todo lo que necesito para mi salvación, ¿qué es lo que yo, de mi parte, tengo que hacer para
ser salvo?"
Consideremos esa pregunta. Dime, querido lector, ¿qué es lo que hace una oveja perdida cuando el
pastor la busca y la encuentra y la lleva a casa sobre sus hombros? ¿O prefieres una comparación
que tiene que ver con un ser humano? ¿Qué hizo el hombre que había caído entre ladrones
y lo dejaron medio muerto por el camino cuando el buen samaritano llegó, vendó sus heridas, lo llevó
a un mesón e hizo arreglos para su cuidado? Dime, ¿qué es lo que hizo? De hecho, ¿qué
es lo que podía hacer? No hay actividad de su parte. El buen samaritano se ocupa de todo.
Creo que ahora reconoces que no hay nada que puedes hacer para tu salvación. Gracias a Dios, el Buen Samaritano,
Cristo, hace todo. Desespérate en cuanto a tus propios esfuerzos y depende completamente de tu Salvador.
¡Es lo que debes hacer en este asunto importantísimo! Oíste al carcelero preguntar con temor
y desesperación, "Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?" Y sabes lo que
respondieron Pablo y Silas: "Cree en el Señor Jesús y serás salvo, tú y tu casa."
Es como decir: "Tú no puedes hacer nada por ti mismo, pero confía en el Señor Jesús
para que él lo haga." Esto está de acuerdo con lo que dijo Jesús mismo a Nicodemo: "Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree no se pierda, mas tenga vida eterna." (Juan 3:16). Toda la Escritura contiene el mismo mensaje de una
forma u otra. Porque el Señor Jesús viene a ti y te trae y ofrece todo lo que necesitas para tu salvación,
confía en él y vivirás para alabarlo. De hecho, entre más malvado has sido, entre más
desesperada es tu condición, tanta más razón hay para que confíes en él y sólo
en él que vino para buscar y salvar lo que se había perdido. Ya estás reconciliado con Dios
en cuanto a él le concierne, porque su Hijo con su vida santa y su sufrimiento y muerte ha expiado el pecado
del mundo entero, y eso incluye tu pecado, y quiere salvarte. ¿Huirás de él para tratar de
salvarte tú mismo? ¡No lo hagas! Más bien pídele que te ayude con su Espíritu
y palabra para que tu corazón no caiga en el error, sino que busque todo su auxilio en la gracia de Jesucristo.
Ahora, hijitos, permaneced en él para que, cuando aparezca, tengamos confianza y no nos avergoncemos
delante de él, en su venida. (1 Juan 2 28)
"He aquí, tu Rey viene a ti, manso". Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de la Virgen, quien te
ha redimido de la maldición de la ley cuando fue hecho maldición en tu lugar, viene a ti en su palabra
y en los sacramentos, trayendo y dándote todo lo que necesitas para ser salvo. Y no hay nada que tengas
que hacer más que recibirlo a él y sus dones en fe y confiar en él.
"Ahora, hijitos," dice el anciano apóstol Juan, "permaneced en él para que, cuando
aparezca, tengamos confianza y no nos avergoncemos delante de él, en su venida." Sí, el Señor
Jesús vendrá otra vez, y será visible a todo ojo, para juzgar a los vivos y los muertos. Todo
el que, o al final de su vida o al final del mundo, se encuentra con fe en él, experimentará entonces
gran gozo. Pero todo el que no ha permanecido en la fe en él, o que ha abandonado la fe, será avergonzado
cuando él venga. ¡Por tanto, hijitos, permaneced en él! Él mismo nos dice: "Si
vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos".
Mientras vivamos en esta tierra estamos en peligro de perder a Jesús, o lo que realmente quiere decir esto,
"perder de vista a él, perder la fe en él". Esto es porque nuestro corazón es perverso
y malvado y en todo tiempo propenso a seguir los caminos que él mismo escoja. Además, el mundo incrédulo
con sus tentaciones y amenazas quisiera que siguiéramos el camino ancho que conduce a la destrucción.
Y no se debe olvidar que hay un antiguo enemigo maligno, Satanás, que busca atraparnos con sus innumerables
engaños y atracciones. Por tanto, hijitos, permanezcan en él, es decir, sigan confiando en él,
su Salvador, y sigan leyendo y oyendo su palabra.
Para que sus ovejas, sus creyentes, no perezcan en el camino de la vida, ni sean arrebatadas de su mano, sino lleguen
con seguridad al hogar celestial, el Señor Jesucristo mismo las guardará. Él mismo ha prometido
hacer precisamente eso: "Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará
de mi mano." (Juan 10:28). Pueden confiar en eso. También pueden pedir que lo haga, porque él
lo ha prometido. Y luego, en su poder, bajo su protección y con su mano sosteniéndoles, pueden con
valentía hacer batalla contra sus propias inclinaciones pecaminosas, contra un mundo que guarda hostilidad
contra Cristo, y, de hecho, también contra el diablo. En la palabra de Dios están disponibles sus
armas espirituales, y con el Campeón de Dios conquistarán. Así que, tomen la espada del Espíritu
que es la palabra de Dios (Efesios 6: 17). ¡Hijitos, permaneced en él, vuestro Redentor!
Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi
yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso
para vuestras almas. Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga. (Mateo 11:28-30)
Jesús es quien habla. Y no ha cambiado de opinión desde que primero habló estas palabras.
Se dirigen a todos los seres humanos. Extiende sus brazos y quiere reunirnos alrededor de su persona así
como la gallina recoge sus polluelos debajo de sus alas.
"Venid a mí", dice, sin excluir a nadie, y mucho menos a ti que ahora escuchas estas palabras.
"Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados". Todos estamos cargados con el
pecado y sus consecuencias, la miseria que causa en nuestras vidas y las de los demás, y con la muerte,
que es la paga del pecado, y con la amenaza de la condenación. También estamos cansados mientras
tratamos de enfrentarnos con el pecado con nuestras propias fuerzas y no nos volvemos a Jesús. Como fracasamos,
o cerramos los ojos al pecado y ponemos nuestros corazones en las cosas del mundo que finalmente no satisfacen,
o cargados con nuestros pecados, tratamos de hacer algo con nuestras propias fuerzas, sólo para darnos cuenta
de que es imposible. Así que no sorprende que el pecado sea una carga fatigosa. Por esta razón Jesús
ofrece levantar esta carga de nosotros. Si prestamos atención a su llamamiento y venimos a él en
fe, hallaremos descanso para nuestras almas porque él perdona nuestros pecados, da descanso a nuestras conciencias,
y finalmente nos llevará para estar con él para siempre.
Ah, pero también dice: "¡Llevad mi yugo sobre vosotros!" ¿Otra carga? No resistas
ese yugo, su yugo. El yugo de Cristo no es otra cosa sino vivir bajo él en su reino y servirlo, aprendiendo
de él cómo servirlo y llevar voluntariamente y con paciencia la cruz que él nos impone para
nuestro propio beneficio. No te asustes por este futuro, porque Cristo no es un capataz duro y altivo; es manso
y humilde de corazón. Es tu amigo, con trato amable y benigno, que se ríe contigo y llora contigo.
Precisamente bajo su yugo, en el reino y el servicio de Cristo hallarás descanso para tu alma, mientras
no hay descanso verdadero en ningún otro lugar, ni aquí en el tiempo ni en la eternidad. Cristo promete:
"Porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga". Los cristianos que creen esto lo sirven y llevan
su cruz porque saben que su meta segura es la vida eterna.
Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores.
(1 Timoteo 1:15)
Cuando Jesucristo dice: "Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados", está
dirigiendo estas palabras especialmente a los que están atribulados a causa de sus pecados. De hecho, el
pecado es la carga más pesada que puedes llevar porque toda otra carga que el hombre tenga que soportar
en la tiempo o en la eternidad de alguna forma u otra es el resultado y la paga del pecado. Jesucristo no sería
un Salvador verdadero si solamente quitara los resultados temporales de nuestro pecado, pero no su culpa. Él
desea quitar la carga fatigosa del pecado; quiere salvar a los pecadores. Con este fin entró en el mundo
como él mismo afirma.
Su amargo sufrimiento y muerte es la mejor prueba de que es así porque en la cruz él llevó
la carga de los pecados del mundo en lugar de la humanidad. Durante su permanencia en esta tierra sus palabras
y acciones daban evidencia de esto. Sólo un ejemplo entre muchos: A Mateo, uno de la clase de los cobradores
de impuestos que con sobrada razón tenían mala reputación, Jesús le dijo: "¡Sígueme!"
Y en esa cena en la casa de Mateo a la cual fueron invitados Jesús y sus discípulos, estaban presentes
muchos cobradores de impuestos y mucha gente de mala reputación. Cuando los fariseos se dieron cuenta de
la situación, protestaron a los discípulos de Jesús diciendo: "¿Por qué
come vuestro Maestro con los publicanos y pecadores? Al oír esto, Jesús les dijo: Los sanos no tienen
necesidad de médico, sino los enfermos." Aquí es bien evidente que Jesús invita a los
pecadores a venir a él y los busca amistosamente para salvarlos de ellos mismos y su pecado por el cual
tendrán que responder en el día del juicio si no aceptan la oferta de Dios de perdonarlos.
Sí, querido amigo, Jesús te llama a ti, así como eres de pecador, y te busca con las mejores
intenciones. No imagines que porque no has sido designado un pecador notorio como los cobradores de impuestos de
los días de Jesús no necesitas a un Salvador. Tal vez por la gracia de Dios no has cometido pecados
groseros. Pero es seguro que ignoras la verdadera condición de tu corazón si imaginas que no tienes
necesidad de un Salvador. Por otro lado, si has sido denominado un caso perdido y has pecado repetidamente contra
Dios y tu conciencia, no pienses en ningún momento que la invitación de Jesús a que vengas
a él no sea para ti, que no te esté buscando. No llama a los justos, sino a los pecadores al arrepentimiento.
Pagó por tus pecados junto con los del mundo entero. Acepta ese pago.
Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores. (Isaías
53:4a)
Como notamos ayer, cuando Jesucristo dice: "Venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados,
y yo os haré descansar," piensa principalmente en la carga del pecado. Quiere quitarla de nosotros
y darnos descanso para nuestras almas. Pero hay otras cargas que nos oprimen y nos cansan: la enfermedad, problemas
de toda clase, la muerte y el juicio final de Dios. Todos éstos de alguna forma u otra son consecuencias
del pecado. Si Jesucristo nos quita el pecado, también seguramente quiere hacer algo para aliviar sus consecuencias.
Esto quiere decir que podemos acudir a él también con estas cargas buscando alivio.
Consideremos hoy la enfermedad y el dolor. Son castigos por el pecado; son una parte de la muerte que es la paga
del pecado (Rom. 6:23). Cristo no solamente llevó por nosotros nuestros pecados, sino también el
castigo de ellos. "El castigo de nuestra paz fue sobre él," como profetizó Isaías.
Y en el versículo anterior el mismo profeta dice: "Ciertamente llevó él nuestras enfermedades,
y sufrió nuestros dolores." ¿Cómo puedes dudar en venir a Jesús con la carga de
tu enfermedad y dolor para buscar alivio cuando tu Salvador también ha llevado esta carga por ti?
Y ahora se te viene a la mente: ¿Quitará de inmediato esta enfermedad, o me dará el alivio
en alguna otra forma? Toma a pecho lo que vas a escuchar ahora.
Si vienes a Jesús con fe como un pobre pecador, en el momento te perdona todos tus pecados, te hace un querido
hijo de Dios y un heredero del cielo. Tratando de tu enfermedad y dolores, ya no son un castigo y una señal
de la ira de Dios, sino son una disciplina saludable y correcciones que la mano misericordiosa y fiel de tu Salvador
te distribuye para tu bien eterno. Así que no está actuando como un juez severo y airado, sino como
un médico misericordioso y amistoso, que te envía la medida necesaria de enfermedad y dolor para
que estés preparado para una vida con él en el cielo. Al corregir y disciplinarte así actúa
con simpatía y amor como una madre querida lo haría con un hijo querido que sufre. Mediante su Espíritu,
te asegura que esto es así en su palabra para que, consolado, puedas confiar en él para sostenerte
en medio de todo. Promete no imponerte un peso mayor del que puedas soportar, y toda carga que se te impone, te
ayudará a sobrellevarla. En el tiempo que él escoja, restaurará tu salud, o lo hará
a la perfección y eternamente cuando estés con él en la casa del Padre.
Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.
(Mateo 16:24)
Si tienes algún problema o angustia, querido cristiano, seguramente es para ti la invitación de Jesús
para que vayan a él todos los que están cargados y cansados para recibir alivio. Acude a él
y confía en la promesa de su palabra, y experimentarás su fidelidad y consuelo.
Pero no imagines que te está prometiendo una vida fácil y buena en esta tierra. Ésta está
reservada para los seguidores de Cristo que están en el cielo. Para la vida terrenal se aplican las palabras
de Cristo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz,
y sígame." Quiere decir que si deseas ser cristiano y hallar tu salvación en Cristo, tu viaje
a través de la vida será el camino de la cruz, puntuado con el dolor. Tienes que conformarte con
esto lo cual requerirá "negarte a ti mismo". Tu carne o naturaleza pecaminosa que es contraria
a todo sufrimiento que Dios te envía tiene que ser silenciada, y debes aceptar todo "mal" que
tu Padre celestial te imponga. Será posible si mantienes tus ojos en la vida del Salvador en esta tierra
y lo sigues. Pablo y Bernabé dan testimonio al hecho de que "es necesario que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios." (Hechos 14:22). Recuerda, querido cristiano, que tu viaje a través
de la vida a tu hogar celestial te conduce a través de un mundo pecaminoso. Aquí el diablo, el príncipe
de este mundo, guarda hostilidad a los cristianos porque son los seguidores de Cristo. Y los hombres que sirven
al diablo no son menos hostiles. Además, los cristianos tienen un enemigo alojado en su propio cuerpo, su
corazón pecaminoso, que siempre con la menor provocación está listo para tomar el camino ancho
que lleva a la destrucción. Cristo hace que los suyos encuentren tribulación y dificultades en esta
vida especialmente por causa de este enemigo que está adentro, para que sea combatido y sometido. Es cierto,
como leemos en Hebreos 12:11: "Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino
de tristeza." Sin embargo, la cruz y la dificultad son necesarias.
¿Pero si es así, en dónde está el descanso que se me prometió?
Tu Salvador, que sacrificó por ti su santa vida por tus pecados, se encargará de que puedas llevar
tu cruz y hará que te beneficie. Está listo para consolarte y fortalecerte con las promesas que están
escritas en su palabra. Recuerda, él es quien está a cargo de esa cruz en todo tiempo, y al leer
y confiar en esa palabra, el Consolador, el Espíritu Santo, la acompaña. Así como el aire
te rodea todo el tiempo y sostiene tu vida, así, en una medida aún mayor, la gracia de Dios y su
Espíritu vivificante te rodean siempre. Esto quiere decir que todo lo que encuentres, sea cual fuere su
origen, primero tiene que penetrar esta gracia de Dios y al hacerlo será transformado en bendición
y servirá para tu bienestar eterno (Romanos 8:28). Dios te lo asegura; nunca lo olvides. Entre más
que lo pienses, más hallarás alivio y consuelo bajo la cruz que Dios te impone; estarás más
dispuesto de tomar el yugo de Cristo y la cruz y con fe seguirlo.
Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.
(Juan 11:25)
Tarde o temprano, pero en un momento que te es desconocido, oh hombre mortal, te sobrevendrá la muerte.
Entonces tienes que abandonar permanentemente este mundo y todo lo que te ha sido de valor aquí. Tu cuerpo
quedará aquí, pero sólo por un tiempo mientras se pudre y se convierte en polvo. ¿Y
tu alma? ¿Qué es tu alma y qué le sucederá? ¿Hay alguien entre los sabios de
esta tierra que puede responder estas preguntas? De seguro, la muerte y el morir no son cosas sin importancia.
La muerte, la paga del pecado de la humanidad, seguramente es una carga pesada para soportar.
Pero sabes lo que dice Cristo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo
os haré descansar." Sí, aun cuando nos estemos muriendo nos ofrece alivio y descanso. Sin embargo,
tienes que confiar en su palabra así como lo hizo el oficial del rey en el Evangelio de Juan (4:49). Confiando
en su palabra, tienes que partir de esta vida sin pensarlo dos veces y experimentarás el descanso y la vida
sin fin que él promete.
Miremos una vez más la promesa: "El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá."
Creer en él quiere decir creer que él es tu Salvador que fue castigado por tus pecados en la cruz
del Calvario. Y cuando venga la muerte para terminar tu vida, debido al sacrificio de Cristo en beneficio tuyo
puedes decir con confianza: Sin embargo viviré porque esto es lo que prometió mi Salvador. De hecho,
aunque tu cuerpo se muera, tu alma seguirá viva. Sabemos que es así porque Jesús dice en Mateo
10:28: "Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a
aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno."
Hubo un cristiano creyente llamado Esteban. Sus compatriotas judíos lo mataron a pedradas debido a su fe
en Jesús. Cuando las muchas piedras aplastaron su cuerpo y se le acababa su vida, clamó al Señor
en la fortaleza del Espíritu Santo y dijo: "Señor Jesús, recibe mi espíritu."
De la misma forma el Señor Jesús recibirá tu espíritu cuando mueras. Seguramente
esto es algo que aguardar con anticipación.
Por esta causa San Pablo escribe a los Filipenses: "teniendo deseo de partir y estar con Cristo" (1:23).
Ves, no existe ninguna razón por la cual el cristiano debe temer la muerte. Si crees en Cristo y se hacen
siempre más pesadas las cargas de la vida, tú también desearás partir de esta vida
para estar con Cristo y como Pablo podrás decir: "lo cual es muchísimo mejor."
¿Qué dijo Jesús al ladrón que estaba en la cruz a su lado? "De cierto te digo
que hoy estarás conmigo en el paraíso." Sí, en el mismo día en que mueras, estarás
con Jesús en el Paraíso.
En Apocalipsis 14:13, Juan escribe: "Oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados
de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor." "De aquí en adelante",
desde el momento mismo de tu muerte, gozarás la bienaventuranza del cielo si mueres en el Señor,
lo cual significa, creyendo que él es tu Salvador.
Dime, ¿no es un alivio y consuelo en medio de la muerte? Piensa: vas a vivir, no a morir, vivir para siempre.
Jesús dará la bienvenida a tu espíritu en el paraíso, en donde gozarás de la
felicidad eterna. Seguramente esto es un gran consuelo frente a la muerte. Olvida todas las preguntas inútiles
acerca de cómo será nuestra condición después de la muerte, las cuales ningún
hombre puede contestar y que Dios tampoco responde en su palabra. Confórmate con lo que tu Salvador te dice,
y cuando experimentes lo que él te promete, ya no habrá más preguntas, solamente gozo sin
fin.
De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no
vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24)
Bajo la carga de nuestros pecados, en la enfermedad y el dolor, en la angustia y la tribulación y seguramente
cuando nos muramos, debemos acudir a Jesús con fe porque él quiere darnos alivio y descanso. Hemos
notado esto en toda la semana. Pero queda una cosa más que debemos considerar, y si podemos recibir una
garantía consoladora de Jesús en cuanto a esto, todo está bien. ¿Te preguntas qué
es? ¡El día del juicio!
Dios ha establecido un día, que ni los ángeles ni los hombres conocen, el último día
del tiempo, el día del juicio. En ese día el Señor Jesús, con gran poder y gloria,
en compañía de todos los santos ángeles, descenderá visiblemente desde el cielo. Todos
los que han muerto resucitarán y el cielo y la tierra pasarán. Luego todos los hombres serán
conducidos al trono de juicio de Jesús para que cada uno reciba lo que ha hecho en su cuerpo, sea bueno
o malo (2 Corintios 5:10). Todo aquel que se halle culpable tendrá que salir al tormento eterno; los que
son absueltos pasarán a la vida eterna. ¿Cuál será tu destino?
Escucha las palabras del Señor Jesús una vez más: "De cierto, de cierto os digo: El que
oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas
ha pasado de muerte a vida." Aún ahora, seguramente tienes la vida eterna si oyes y crees lo que dice
Jesús. ¿Cuál palabra de Jesús? Su palabra acerca de la redención que ha obtenido
para ti y para toda la humanidad, el perdón de los pecados y la vida eterna que él ofrece con tanta
bondad. Si crees en ese mensaje de salvación, el cual él junto con su Padre celestial promete y te
extiende, entonces son perdonados tus pecados en verdad y la vida eterna seguramente es tuya. Y recuerda que sigue
para decir: "y no vendrá a condenación." ¿Comprendes? No hay ninguna condenación
para ti. ¿Cómo podrías ser condenado si tus pecados son perdonados? Y si la vida eterna ya
es el don de Dios para ti ahora, ésta no puede estar en peligro en el juicio final. Amigo, si has recibido
la redención y la gracia de Jesucristo, si confías en él para eso, luego "has pasado
de muerte a vida". Y en el día del juicio y ante el trono de juicio de Cristo ese hecho será
abiertamente declarado para que todos lo vean. Jesús te lo asegura para que no tengas por qué temer
el juicio final.
Querido cristiano, quédate con esa misericordiosa promesa de tu Señor. Luego cuando llegue tu hora
final puedes dejar la vida terrestre con gozo. Tu Salvador guardará con seguridad tu alma en el paraíso
y en un instante porque el cielo no está sujeto al tiempo, tampoco hay aburrimiento alguno allí
serás resucitado, tu cuerpo transfigurado para ser celestial. No habrá temor del juicio final
eso será el destino de los incrédulos. Tú, junto con Jesús, sus santos ángeles
y todos los elegidos, entrarás en la vida eterna. Allí toda carga será quitada y siempre estarás
con el Señor.
E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad. (Marcos 9:24)
Querido lector, queremos hablar de un asunto muy serio. Por favor presta toda tu atención.
Has oído que el Señor viene a ti manso, te llama con amor, te ofrece libremente los dones eternos,
sin el menor pago. Dice a ti, un pecador pobre, miserable, perdido y condenado: "Te redimí, ven a mí
y te daré descanso." ¿Y cuál es tu respuesta?
Sí, tienes que dar una respuesta, firme, clara y decisiva. Tiene que ser sincera y no debes dudar. No debes
posponer la respuesta. Recuerda, no puedes servir a dos amos, al pecado y a Jesús. ¿Cual será
tu respuesta? ¿Estás listo a decir: "Voy, Señor Jesús"?
¿Sabes lo que significa venir a Jesús? Significa creer en él, confiar en él, hacer
lo que dice. Significa que con tal fe y confianza te aferras a él y lo sigues sin desviarte. Eso significa
venir a Jesús. ¿Quieres venir a Jesús? Considera bien el asunto, porque tu salvación
depende de él.
Es cierto, por tu propia razón y fortaleza no puedes creer en Jesucristo ni llegar a él. Tu condición
de pecador, que afecta tu corazón, tus sentimientos, tu mente y tu voluntad hace que esto sea imposible
para ti. ¿Cómo puedes tú, o cualquier otro pobre mortal, por tu propia cuenta creer en él
que de manera maravillosa sobrepasa toda comprensión y produce maravillas? Pero no te desesperes. El viene
para ayudarte. Aquí también hace una maravilla. Mediante su evangelio llega a ti, se te revela; te
llama y mediante ese llamamiento abre tu oído sordo y tu corazón muerto. Te da sus dones abriendo
los ojos de tu entendimiento. En resumen, mediante su Espíritu Santo te mueve para que digas con fe: "¡Vengo,
Señor Jesús!" Es cierto, puedes resistirlo con tu voluntad, no obstante, también es cierto
que él hace todas estas invitaciones. ¿Estás listo para recibirlo, confiar en él, seguirlo?
Recuerda, debido a la corrupción pecaminosa de tu corazón tu fe siempre está débil
y sujeta a dudas. Pero recuerda también esto, que tienes el privilegio de clamar con el padre que se menciona
en nuestro texto: "Creo; ayuda mi incredulidad."
Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas
son las que dan testimonio de mí. (Juan 5:39)
Sólo hay una manera de llegar a la fe en Jesús y llegar a ser más feliz y confirmado en esa
fe, verlo y escucharlo en las páginas de la Sagrada Escritura.
En sus escritos, los evangelistas y apóstoles describen a Jesús, inspirados por el Espíritu
Santo. Así su retrato es absolutamente fiel. Hablan de su nacimiento, su vida, su conversación, su
sufrimiento, muerte y resurrección. Y el mismo Espíritu Santo que los hizo retratar a Jesús
en la Biblia, usa ese retrato para ponerlo en nuestros corazones para que allí viva por la fe.
Pero no solamente lo vieron los evangelistas y los apóstoles que vivían con Jesús, sino también
los profetas que vivieron cientos de años antes de su venida a esta tierra testifican de Jesús en
sus escritos.
¿Cuáles profetas? Por supuesto, sabes que Dios escogió los descendientes de Abraham, Isaac,
Jacob y los doce hijos de él, que también se llama Israel, en otras palabras, al pueblo judío,
en preferencia a todas las otras razas en la tierra, les encomendó su palabra, e hizo que Cristo se encarnara
entre ellos. A través de sus profetas que les dio su palabra, hombres a quienes llenó con el Espíritu
Santo de modo que hablaron y escribieron no porque su propia voluntad los movía, sino impulsados por el
mismo Espíritu escribieron conforme a lo que él les inspiraba. Y estos profetas, cuyos escritos
todavía poseemos en un libro de considerable tamaño que se llama el Antiguo Testamento, testifican
de Jesús. Indicaron que vendría, quién sería, cuándo vendría y qué
haría. Además, su testimonio profético acerca de Jesús es tan detallado, preciso y
claro que el cristiano que lo lee se llena de admiración, asombro y devoción y su fe en Cristo se
fortalece grandemente. Lo que fue profetizado durante un período que comienza mil quinientos años
antes de su nacimiento y se extiende a cuatrocientos años antes de su llegada seguramente debe consolarnos
y fortalecer nuestra fe.
Esta semana tenemos la intención de considerar algunas de las profecías principales en el Antiguo
Testamento acerca de Cristo, como él mismo indicó que debemos hacer. ¿No es cierto que nos
dijo: "Escudriñad las Escrituras
ellas son las que dan testimonio de mí"? Seguramente
esto nos moverá a alabar y ensalzar al Señor, quien ha cumplido todas estas profecías.
Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá
en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar. (Génesis 3:15)
En preparación para considerar las profecías del Antiguo Testamento acerca de Cristo, primero dirigiremos
nuestra atención a una profecía que de hecho dice que un Redentor vendrá para una humanidad
que había caído en el pecado y estaba sujeta a la muerte.
Las primeras profecías en el Antiguo Testamento se encuentran en Génesis, pero no fueron escritas
por Moisés, aunque él las preservó por la inspiración del Espíritu Santo.
Los padres de la raza humana cedieron a la tentación del diablo que se había disfrazado como una
serpiente en el paraíso. En consecuencia, ellos mismos junto con todos sus descendientes se involucraron
en el pecado resultando en la destrucción temporal y eterna. Entonces el Señor vino a ellos, confrontándolos
con su transgresión y sus terribles consecuencias. Pero eso no fue todo. También por su misericordia
les dio la promesa de un Redentor. Mientras escuchaban Adán y Eva, Dios habló al diablo las palabras
que siguen: "Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta
te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar." Es como si dijera: "Diablo,
por ahora has conquistado, pero no es tuya la victoria final. ¡Espera! Ahora voy a poner enemistad, guerra
espiritual, entre ti y la mujer, entre los que te siguen a ti y la descendencia de ella. Con el tiempo, uno de
sus descendientes vendrá y te involucrará en una batalla final y finalmente te herirá, terminando
finalmente con tu poder y dominio, a la vez que tú, a la manera de una víbora, atacarás su
talón sin poder vencerlo." Esa Simiente de la mujer es el Señor Jesucristo, el eterno Hijo de
Dios, que nacería de una mujer y nos redimiría. Adán y Eva creyeron esto, y cuando Eva dio
a luz a Caín, suponiendo que era ese Redentor, exclamó: "He obtenido un hombre, el Señor"
(Génesis 4:1, traducción de Lutero). Resultó que estaba equivocada, pero Adán y Eva
transmitieron la promesa de un Redentor a sus descendientes. Así Lamec, cuando nació Noé,
su hijo, exclamó: "Este nos aliviará de nuestras obras y del trabajo de nuestras manos, a causa
de la tierra que Jehová maldijo." Aunque Lamec creyó la promesa del Señor, él
también estaba equivocado en cuanto a quién era la persona. Pero gracias a Dios, nosotros no estamos
equivocados cuando cantamos:
Cantad, cantad, mortales,
Que Cristo ya nació;
Y por salvar las almas,
Humilde se encarnó;
Por su bondad tan pura,
Él en la cruz murió;
Ya libres Él os hizo,
De ruina Él os sacó. (CC 14:1)
En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra. (Génesis 22:18)
Por mil quinientos años la palabra que se habló en el paraíso acerca de la Simiente de la
mujer que aplastaría la cabeza de la serpiente consolaba a los creyentes e iluminó su camino. Y Adán,
Set, Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc, Matusalén, Lamec y Noé, cada uno de los
cuales vivió cientos de años, algo que parece increíble hoy, fueron los principales en anunciar
este mensaje entre la raza de sus tiempos que crecía rápidamente. Pero entre más tiempo pasó,
menos atención se prestó al Redentor que vendría. Finalmente la mayoría pensaba que
era una fábula necia. Cuando estaba completa la apostasía de la palabra de gracia de Dios, y sólo
Noé y su familia creían, Dios envió el gran diluvio y sólo la familia de Noé,
ocho personas, sobrevivieron.
Pero con el tiempo los descendientes de Noé tampoco seguían como creyentes.
Entonces Dios escogió a Abraham, quien debería ser el progenitor del pueblo escogido de Dios, los
judíos. Esto pasó casi 2000 años antes del nacimiento de Cristo. Dios tuvo la intención
de preservar su palabra revelada por medio de este pueblo, y hacer que naciera entre ellos su Redentor que salvaría
a todas las naciones y sus habitantes de la maldición del pecado y les proporcionaría una bendición
eterna. Esto se expresa en las palabras de Dios a Abraham: "En tu simiente serán benditas todas las
naciones de la tierra." Esto quiere decir que la Simiente de la mujer que fue prometida en el paraíso,
sería un descendiente de Abraham. Dios repitió la misma promesa al hijo y nieto de Abraham, a Isaac
y Jacob. Entre los doce hijos de éste, fue Judá quien heredaría esta promesa. "Judá,
te alabarán tus hermanos;
No será quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus
pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán los pueblos" (Génesis 49:8-10). Ésta
es una elaboración más detallada de la promesa del Salvador que un Dios de misericordia dio inmediatamente
después de que el hombre cayó en el pecado. Sí, querido lector, los creyentes en los primeros
tiempos deseaban el mismo Salvador que nosotros. Con anhelo esperaban su venida y podemos cantar:
Aquel rosal lejano
Al fin la rosa dio,
Que un amoroso arcano
Al hombre prometió.
Venid a ver, venid,
La flor del soberano
Linaje de David.
Con júbilo el pasado
Predijo el sin igual
Portento, al hombre dado
Por madre virginal.
Cantemos hoy también
Al niño deseado,
Sonrisa de Belén. (CC 13:1,2)
Aconteció aquella noche, que vino palabra de Jehová a Natán, diciendo: Ve y di a mi siervo
David: Cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti
a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará
casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. (2 Samuel 7:4,5,12,13)
David, a quien el profeta Natán dirigió esta palabra del Señor, vivió mil años
después de Abraham, fue el progenitor de la raza judía, y era rey en Israel. Dios le dijo que después
de su muerte le levantaría una simiente y que establecería para siempre el trono de ese descendiente.
Esta simiente o descendiente de David, que sería un rey eterno, no es otro sino Jesucristo.
Así entendía la profecía David también, porque leemos: "Y entró el rey
David y se puso delante de Jehová, y dijo: Señor Jehová, ¿quién soy yo, y qué
es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto, Señor
Jehová, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por venir. ¿Es así como
procede el hombre, Señor Jehová? ¿Y qué más puede añadir David hablando
contigo? Pues tú conoces a tu siervo, Señor Jehová" (2 Samuel 18-20). En muchos de sus
salmos David, por inspiración del Espíritu Santo, profetizó acerca del Mesías que sería
su hijo, lo cual fue confirmado también por los profetas.
Isaías, hablando del futuro como si estuviera presente, dice: "Porque un niño nos es nacido,
hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre
el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora
y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto" (Isaías 9:6,7).
Y escucha lo que dice Jeremías: "He aquí que vienen días, dice Jehová, en que
levantaré a David renuevo justo, y reinará como Rey, el cual será dichoso, y hará juicio
y justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel habitará confiado; y
este será su nombre con el cual le llamarán: Jehová, justicia nuestra" (Jeremías
23:5,6). Además Ezequiel: "Mi siervo David será rey sobre ellos, y todos ellos tendrán
un solo pastor" (Ezequiel 37:24).
Por esta razón entre el pueblo judío el Mesías o el Cristo prometido fue generalmente conocido
como "el Hijo de David", como seguramente has leído en el Nuevo Testamento.
Así después del tiempo de Eva, Abraham recibió la promesa, y después de él,
Judá, y luego David. Y han pasado muchos cientos de años desde el día en que se cumplió
esa promesa y nació en Belén aquel prometido Hijo de David a quien los patriarcas y profetas esperaban
por tanto tiempo.
!Sabéis distinguir el aspecto del cielo, ¡mas las señales de los tiempos no podéis!
(Mateo 16:3)
En cierta ocasión Jesús usó estas palabras para reprender a los fariseos y a los saduceos
porque exigieron que probara mediante una señal especial que era el Mesías prometido. Tal vez nos
preguntamos por qué esta exigencia merecía una reprensión. Por la sencilla razón de
que los profetas con anterioridad habían predicho las señales por las que se podía identificar
al Mesías, y porque estas señales se estaban cumpliendo ante sus ojos.
Miremos algunas de esas señales. Jacob cuando se estaba muriendo profetizó: "No será
quitado el cetro de Judá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que venga Siloh; y a él se congregarán
los pueblos" (Génesis 49:10). Como los romanos entonces gobernaban la tierra, y los gobernantes judíos
dependían totalmente de ellos, era el tiempo para que el Cristo viniera.
El profeta Isaías profetizó que el Cristo o el Mesías no aparecería en esplendor real,
sino sería más bien pobre e insignificante y aparecería en un tiempo en el cual los descendientes
de David ya no gobernarían. En su capítulo 53 leemos: "Subirá cual renuevo delante de
él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo
para que le deseemos." Y cuando Jesús nació los descendientes de David realmente eran pobres
e insignificantes.
El magnífico templo que Salomón había edificado era el orgullo del pueblo judío, pero
Nabucodonosor, el rey de Babilonia, lo había destruido. Después se construyó otro templo,
aunque no era tan espléndido como el primero, por lo cual los que habían visto el primero templo
lloraron al verlo. Sin embargo, el profeta Hageo los consoló diciéndoles: "La gloria postrera
de esta casa será mayor que la primera", porque Cristo, el Deseado de todas las naciones entraría
en ese templo. Lo hizo, y lo llamó la casa de su Padre.
En el capítulo 40 el profeta Isaías predijo: "Voz que clama en el desierto: Preparad camino
a Jehová; enderezad calzada en la soledad a nuestro Dios." El profeta Malaquías, el último
de los profetas del Antiguo Testamento, escribió: "He aquí, yo envío mi mensajero, el
cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor
a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros" (Malaquías
3:1). Y en el cuarto capítulo, versículo 5: "He aquí, yo os envío el profeta Elías,
antes que venga el día de Jehová, grande y terrible." Bueno, en el tiempo en que estos líderes
judíos exigían de Jesús una señal especial, Juan el Bautista había entrado en
su misión en la tierra judía. Habían pasado 400 años desde que se había quedado
en silencio la voz de la profecía. Juan fue un profeta en el espíritu y el poder de Elías
y se reunieron grandes multitudes para escucharlo. Predicó el arrepentimiento y proclamó para que
todos oyeran que el Salvador-Mesías estaba entre ellos cuando dijo: "He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo" (Juan 1:29). Así que el tiempo para que apareciera el Salvador había
llegado y Jesús, poderoso en palabra y obra, fue ese Salvador y el Mesías prometido. ¿Hubo
en verdad la necesidad de otra señal adicional?
Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis
del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. El les dijo: ¿Pues cómo David
en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate
a mi derecha, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si David le llama Señor, ¿cómo
es su hijo? Y nadie le podía responder palabra; ni osó alguno desde aquel día preguntarle
más. (Mateo 22:41-46)
Los profetas del Antiguo Testamento también dan una respuesta precisa a la pregunta: ¿Quién
será el Mesías prometido?
En primer lugar, aprendemos de sus profecías que el Mesías sería un ser humano. Debería
ser la simiente o descendiente de una mujer, de Abraham, de Judá y de David. Como hijo del último,
debería nacer en el pueblo natal de David, Belén. El profeta Miqueas escribió: "Pero
tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá
el que será Señor en Israel" (5:2). Además, el Mesías debería nacer de
una virgen, como lo predijo Isaías: "Por tanto, el Señor mismo os dará señal:
He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel"
(7:14). Todos ellos indican que Cristo el Redentor sería un ser humano. Los fariseos también compartían
esta opinión, porque a las preguntas de Jesús: "¿Qué pensáis del Cristo?
¿De quién es hijo?" respondieron con "De David".
No obstante su respuesta era correcta, no era completa. Por eso el Señor les hizo una segunda pregunta:
"¿Pues cómo David en el Espíritu le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor
a mi Señor: Siéntate a mi derecha, Hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies? Pues si
David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?" En verdad, ¿cómo es posible?
Los profetas también responden esta pregunta. Cuando David recibió la profecía de su gran
Hijo, el profeta le aseguró que su trono estaría establecido para siempre (2 Samuel 7:16). La profecía
que Isaías habló es aún más específica: "Porque un niño nos es nacido,
hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte,
Padre Eterno, Príncipe de Paz
sobre el trono de David y sobre su reino
para siempre" (Isaías
9:6,7). Jeremías escribe acerca de él: "Este será su nombre con el cual le llamarán:
Jehová, justicia nuestra" (Jeremías 23:6). Escucha la profecía de Malaquías: "He
aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá
súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a
quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejércitos" (3:1).
Y en el capítulo 48 de Isaías leemos: "Oyeme, Jacob, y tú, Israel, a quien llamé:
Yo mismo, yo el primero, yo también el postrero. Mi mano fundó también la tierra, y mi mano
derecha midió los cielos con el palmo; al llamarlos yo, comparecieron juntamente
Acercaos a mí,
oíd esto: desde el principio no hablé en secreto; desde que eso se hizo, allí estaba yo; y
ahora me envió Jehová el Señor, y su Espíritu" (Isaías 48:12,13,16). Aquí
el Cristo venidero designa a sí mismo como el Dios todopoderoso.
Así, como has oído, los profetas dicen que Cristo es verdadero Dios junto con el Señor Jehová
y el Espíritu Santo: pero también dicen que es verdadero hombre, un descendiente de David que nace
de una virgen. Con razón cantamos en la Navidad:
Loado sé, Cristo Jesús,
Pues naciste hombre Tú
De una Virgen, cierto es;
Lo goza el coro de ángeles. Aleluya.
Del Padre el Hijo único
En un pesebre nació:
La carne y sangre de Belén
Contiene nuestro eterno bien. Aleluya.
Al que del mundo nunca fue,
De María en brazos ved:
Es un Niñito tierno, quien
De lo creado es Sostén. Aleluya. (CC 423:1-3)
No diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que
el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz
al pueblo y a los gentiles. (Hechos 26:22,23)
Éstas eran las palabras que el apóstol Pablo habló en presencia de Festo, el gobernador, y
Agripa, el rey de Judea, cuando se le pidió explicar sus enseñanzas acerca de Cristo. Pablo insistía
que todo lo que había enseñado acerca del sufrimiento y la resurrección de Cristo los profetas
ya lo habían predicho. Queremos ver algunas de estas profecías acerca de cómo Cristo lograría
nuestra redención.
Recuerdas que ya en el Huerto de Edén el Señor dijo al diablo, que estaba oculto en la serpiente,
que la Simiente de la mujer aplastaría su cabeza, pero que el diablo a la vez le heriría en el talón
(Génesis 3:15). La profecía prefigura el sufrimiento y la muerte con lo cual Cristo nos salvó
del poder del infierno. Hay un ejemplo de esto en la ofrenda por el pecado que estaba en el centro del culto del
Antiguo Testamento como Dios lo mandó a los Hijos de Israel por medio de Moisés. En un acto simbólico
se pusieron los pecados de los culpables sobre la cabeza de la víctima en el sacrificio. Luego lo mataron
y su sangre fue derramada por el santuario de Dios y así los pecados de los culpables fueron expiados y
Dios fue reconciliado. Prefiguraba la sangre de Jesucristo que nos limpia de todo pecado.
El Hijo de Dios mismo, hablando por boca del profeta Isaías dice: "Jehová el Señor me
abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás. Di mi cuerpo a los heridores,
y mis mejillas a los que me mesaban la barba" (Isaías 50:5,6). Y el mismo Hijo de Dios, hablando en
profecía, dice a través de David en el Salmo 22: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?
Mas yo soy gusano, y no hombre; oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo.
Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová;
líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía.
Como un tiesto se secó
mi vigor, y mi lengua se pegó a mi paladar, y me has puesto en el polvo de la muerte. Porque perros me han
rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos; horadaron mis manos y mis pies. Contar puedo todos mis huesos; entre
tanto, ellos me miran y me observan. Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes."
¿No puedes ver delante de ti al Cristo crucificado en este salmo? ¡Sin embargo fue escrito mil años
antes del evento que describe! Hablaremos más sobre esto mañana.
Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras
lo que de él decían. (Lucas 24:27)
Jesús hizo esto para sus discípulos. Pero ésta no fue la única ocasión; lo hizo
con frecuencia. También a nosotros nos fortalece la fe saber que los profetas del Antiguo Testamento hablaron
de Cristo y escucharon su mensaje. Esta semana tenemos la intención de considerar en los días que
aún quedan hasta la Navidad algunas de las profecías del Antiguo Testamento.
La profecía más impresionante acerca del sufrimiento de Cristo se halla en el capítulo 53
del profeta Isaías. Allí se nos dice acerca del "Siervo" de Jehová, como llama a
Cristo en este lugar: "no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le
deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como
que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios
y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra
paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada
cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante
de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca."
Entonces, en medio de esta oscuridad cae repentinamente un rayo de luz con la profecía de la resurrección
de Cristo: "Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará?"
Pero inmediatamente el profeta vuelve al sufrimiento del Redentor: "Porque fue cortado de la tierra de los
vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas
con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová
quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento."
Y el profeta también nos dice por qué sucedió todo esto: "Cuando haya puesto su vida
en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová
será en su mano prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho;
por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos. Por
tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó
su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado
por los transgresores."
Querido lector, si no supieras que el profeta Isaías, que nació unos 780 años antes del nacimiento
de Cristo, escribió lo dicho, ¿no supondrías que uno de los apóstoles o evangelistas
que había visto todo esto lo había escrito?
También sabes que uno de los discípulos, Judas, fue quien traicionó a Jesús a sus enemigos
por treinta piezas de plata. Luego, con una contrición que nacía de la desesperación, echó
el dinero en el templo y se ahorcó. Los sacerdotes usaron ese dinero para comprar el terreno de un alfarero
para sepultura para los extranjeros. En el capítulo 11 del profeta Zacarías, los versículos
12 y 13, hallarás también a esto profetizado.
¡Qué maravillosa la manera en que Dios hizo que todo lo que efectuara nuestra salvación fuera
previamente profetizado con tanta claridad y luego en la plenitud del tiempo hizo que todas estas profecías
se cumplieran con tanta fidelidad!
A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.
Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; Mi carne también reposará
confiadamente; Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción.
Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre.
(Salmo 16:8-11)
Querido lector, él que habló estas palabras manifiesta una confianza muy fuerte en Dios. Considera
con cuidado lo que dice. Afirma que Dios está a su diestra y por este motivo no sufrirá ningún
daño real. Además, aunque muera, todavía tiene esperanza porque su cuerpo reposará
seguro y Dios no lo abandonará en la muerte; ni siquiera permitirá que la corrupción toque
su cuerpo en el sepulcro; al contrario, la senda de la vida estará abierta y Dios le dará plenitud
de gozo para siempre.
¿Quién puede ser el que tiene una confianza tan inquebrantable en Dios? ¿Será David?
Es cierto, él escribió el salmo del cual se toman estas palabras. Pero ¿podría David
decir que Dios no dejaría que su cuerpo viera corrupción en el sepulcro? ¿Acaso no so pudren
todos los hombres una vez muertos? Durante mil años después de su muerte se conocía la sepultura
de David; en consecuencia el cuerpo de David estaba sujeto a la corrupción.
¿Cómo pudo David expresar tales pensamientos? En primer lugar, David fue un profeta. Además,
sabía que Cristo, el Mesías, el Redentor del mundo, sería su hijo, su descendiente. Así
David, hablando por el Espíritu de la profecía, realmente hablaba de Cristo en este salmo. Indicó
que Cristo no sería abandonado por su Padre celestial ni siquiera en la muerte; que su cuerpo muerto, contrario
a la naturaleza, no se corrompería, sino resucitaría. En realidad, Cristo mismo es quien habla a
través de David en este salmo, y el Espíritu Santo hizo que David expresara estas palabras por escrito.
Las palabras que hemos considerado son en consecuencia una profecía de la resurrección de Cristo.
Si lees Hechos 2:22-23, verás que Pedro también lo dice y cita como prueba este salmo. Y en el capítulo
13 de Hechos (versículos 35-37) Pablo dice lo mismo.
Ves, querido cristiano, no sólo se profetizan en las Escrituras el sufrimiento y la muerte de Cristo en
nuestro lugar, sino también su victoriosa resurrección. Esto es importante, porque como escribió
el apóstol Pablo a los Corintios en su Primera Carta: "Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es
vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron"
(1 Corintios 15:17,18). En verdad, un Salvador muerto, que había sido él mismo conquistado por la
muerte, no nos podría redimir de la muerte. Pero Cristo de hecho ha resucitado de la muerte como él
mismo profetizó hablando por boca de David. Conquistó el pecado, la muerte y el infierno; tenemos
a un Salvador vivo y victorioso. ¡Alabado sea Dios!
Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, tomaste dones para los hombres, y también para los rebeldes.
(Salmo 68:18)
Los profetas predijeron que Cristo sufriría y moriría por nuestros pecados y que resucitaría
victoriosamente de entre los muertos, como ya lo hemos notado. Pero también profetizaron que en nuestro
interés Cristo ascendería al cielo, se sentaría a la diestra de Dios y desde allí nos
enviaría dones que promoverían nuestra salvación. Nuestra intención es considerar esas
profecías hoy.
En nuestro texto David habla al Mesías venidero: "Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad."
Es como decir: "Tú, el Mesías y Dios de Israel, has conquistado y llevado cautivos a los que
nos mantenían cautivos, el pecado, la muerte, el infierno y la condenación; has ascendido al cielo
en triunfo, para allí anunciar tu victoria y recibir la aprobación de Dios Padre sobre ella."
En el mismo sentido leemos en el Salmo 47: "Subió Dios con júbilo, Jehová con sonido
de trompeta. Cantad a Dios, cantad; Cantad a nuestro Rey, cantad."
Otra profecía afirma que Dios no rehusará reconocer la victoria de Cristo sino le dará plena
aprobación. Escucha la profecía de David sobre el asunto: "Jehová dijo a mi Señor:
Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies." (Salmo 110:1). No sólo
exaltará el Padre al Salvador victorioso a una posición de honor en el cielo, sino también
obligará a todos sus enemigos a reconocer su victoria sobre ellos. Confesamos esto en el Credo Apostólico
cuando decimos: "Subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso."
¿Pero qué quiere decir David cuando dice: "Tomaste dones para los hombres"? En nuestra
opinión, David aquí habla principalmente del don del Espíritu Santo, porque los profetas predijeron
que después de la victoria de Cristo el Espíritu Santo sería derramado sobre los creyentes
mediante señales y maravillas visibles. Así Dios, hablando a través del profeta Joel, dice:
"Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán
visiones" (2:28). Y en el capítulo 12 de Zacarías leemos: "Y derramaré sobre la
casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración".
En el capítulo 2 de Hechos tienes un relato del cumplimiento de esta profecía en el día de
Pentecostés. (Otras profecías acerca del don del Espíritu Santo se encuentran en Isaías
32:15; 44:3; Jeremías 31:31-34; Ezequiel 11:19; 36:27; 39:29).
Querido cristiano, el don del Espíritu Santo es un don preciosísimo de Dios, y Cristo nos lo ha procurado,
porque es sólo por medio del Espíritu Santo que creemos en Jesucristo como nuestro Salvador, llegamos
a él en fe y lo servimos; sí, que permanecemos en él y finalmente estaremos con él
para siempre.
En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime,
y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas;
con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces,
diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.
Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
(Isaías 6:1-4)
Aquí se nos dice lo que vio el profeta Isaías en una visión o manifestación especial
de Jehová de los ejércitos. Indaguemos esmeradamente a quién vio Isaías en esa ocasión.
Como proclamaron los serafines, Isaías vio al Señor todopoderosos, el Dios de Israel, de quien leemos
en el Antiguo Testamento en donde nos cuenta sus manifestaciones y revelaciones asombrosas a su pueblo. Él
habló por medio de los profetas; a él lo adoraba Israel; en ocasiones, de manera visible, llenó
el templo y el tabernáculo con una nube, manifestando así su presencia y gloria. Sacó a los
Hijos de Israel de Egipto conduciéndolos a través del desierto hasta introducirlos en la tierra prometida.
Los guiaba mediante una columna de nube de día y una columna de fuego de noche. Habló con Moisés
desde una zarza que ardía pero no se consumía. Fue el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. Noé,
cuando fue rescatado del diluvio, le presentó una ofrenda de acción de gracias; de hecho, habló
con Adán y Eva en el paraíso terrenal. Ahora se manifestó a Isaías.
Si abres tu Biblia en el Evangelio de Juan, allí leerás en el capítulo 12, versículo
41: "Isaías dijo esto cuando vio su gloria [de Jesús], y habló acerca de él."
Nota bien. Juan allí está hablando de Jesucristo y dice que Isaías vio su gloria en esa visión
o manifestación de que habla nuestro texto.
¿Qué significa todo esto? Jesucristo aún no había nacido en el tiempo del profeta Isaías,
y hemos notado que Isaías vio al Dios de Israel. ¿Cómo lo debemos entender?
Querido lector cristiano, Jesucristo es el Dios de Israel, de quien leemos en el Antiguo Testamento. Jesucristo,
el Hijo eterno del Padre eterno, es quien se hizo hombre en la plenitud del tiempo, sufrió y murió
en tu lugar. Juan claramente lo declara en su Evangelio. Pablo hace lo mismo en 1 Corintios 10:4,9: "Y todos
bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca
era Cristo." Y en el versículo 9: "Ni tentemos al Señor, como también algunos de
ellos le tentaron, y perecieron por las serpientes."
En verdad, querido cristiano, tu Señor Jesucristo no tiene que serte desconocido, porque en el Nuevo Testamento
lo ves como un hombre que es verdadero Dios, y en el Antiguo Testamento lo ves como Dios que tiene la intención
de hacerse hombre para sufrir y morir en tu lugar. ¿No es cierto que Jehová habla por el profeta
Isaías y dice: "Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que me mesaban la barba; no escondí
mi rostro de injurias y de esputos"? (Isaías 50:5).
Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá,
y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. (Isaías 7:14)
En estos días inmediatamente antes de la Navidad, queremos considerar dos profecías acerca del nacimiento
de nuestro Señor Jesucristo. Comenzaremos con la que citamos arriba.
Acaz fue el rey de Judá, y su comportamiento desagradó al Señor porque siguió las prácticas
de sus vecinos paganos. Con este motivo el Señor lo entregó en manos de sus enemigos que derrotaron
su ejército y oprimieron su país.
En un tiempo cuando Rezín, rey de Siria, y Peka, rey de Israel, sitiaban a Jerusalén, el Señor
dijo al profeta Isaías: Ve a Acaz y dile que no tema porque Jerusalén no será tomada
Pide
a Jehová una señal de que será así. Pero cuando Isaías le dijo esto, el rey
con incredulidad fingió humildad y respondió: "No pediré, y no tentaré a Jehová."
Isaías respondió: "Oíd ahora, casa de David. ¿Os es poco el ser molestos a los
hombres, sino que también lo seáis a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará señal:
He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel
Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú
temes será abandonada." En vez de confiar en el Señor, Acaz acudió al rey de Asiria para
ayuda. Con este motivo el profeta le dijo: "Jehová hará venir sobre ti, sobre tu pueblo y sobre
la casa de tu padre, días cuales nunca vinieron desde el día que Efraín se apartó de
Judá, esto es, al rey de Asiria."
¿Cómo debemos entender esta profecía? Al hablar al rey incrédulo Acaz del nacimiento
prometido del gran descendiente de David, Emanuel, una promesa de que ningún creyente israelita dudaba,
Isaías avergonzó al rey que buscaba ayuda de los hombres más bien que de Dios. En efecto estaba
diciendo: "Acaz, ¿Cómo es que todos los creyentes israelitas esperan ayuda del Mesías,
quien nacerá de una virgen, un descendiente de la familia de David, tu antepasado, mirando a él para
liberarlos de todo mal de cuerpo y alma, y tú no crees que el Señor ahora puede liberarte de la mano
de tus enemigos?"
Querido cristiano, nuestro Emanuel, Jesucristo, nació en cumplimiento de esta profecía y ha demostrado
que él es nuestro Redentor y Auxilio. Apreciemos siempre esa promesa de la gracia de Dios en aquel que nació
de una virgen, para esta vida presente y especialmente en la hora de nuestra muerte. El que no escatimó
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, cómo no nos dará juntamente con
él todas las cosas en su misericordia todo lo que promueva nuestra salvación?
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará
su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y
la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo
en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará
esto. (Isaías 9:6,7)
Isaías, impulsado por el Espíritu Santo para profetizar, habla de la luz en medio de las tinieblas,
de gozo donde hay tristeza, de libertad después de esclavitud, y atribuye todo esto a un niño, un
hijo que nace para gobernar sobre el trono de David.
Este niño que nace para nosotros, este hijo que nos es dado, es nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Trae luz a este mundo oscuro de pecado y muerte, gozo a las conciencias que estén tristes, libertad de la
ley de Dios que exige y condena.
El niño tiene el gobierno sobre sus hombros; su bendita autoridad y reinado sobre nosotros ha sido aprobado
por Dios y confirmado por él. Él es nuestro verdadero príncipe y rey.
Su nombre, que indica su carácter y habilidad, es Admirable. En él, Dios, al nacer de una virgen,
se hizo hombre. Con sus milagros Jesucristo dio prueba de que es el Hijo de Dios y el Mesías prometido.
De un modo admirable nos redimió con su sufrimiento y muerte, su resurrección y ascensión
como nuestro Substituto. También se llama Consejero. Es la personificación de la sabiduría
eterna que desde la eternidad estuvo con el Padre en comunión con el Espíritu Santo, tomando consejo
con ambos tocante a nuestra salvación. Con el tiempo, él mismo llevó a cabo con éxito
este consejo. Todavía te tiene a ti, querido cristiano, en sus planes y en su cuidado. Aférrate a
él y su palabra y te conducirá al hogar paternal que está arriba.
También se la caracteriza como Dios fuerte, porque con él no hay nada imposible y estamos bajo su
protección. Padre eterno es otro de sus nombres, porque él, junto con su Padre y el Espíritu
Santo, es desde la eternidad y hasta la eternidad; es el Creador de todo lo que existe. Y, en vista de su obra
expiatoria y sacrificio, Dios es nuestro Padre amante y nosotros sus queridos hijos. También lleva el título
de Príncipe de paz. Estableció la paz entre Dios y los hombres. Dios ya da esta paz a sus hijos creyentes
durante sus vidas terrenales y revela su condición eterna de plena bienaventuranza cuando, en comunión
con todos los elegidos de Dios, nos encontraremos en el reino de gloria.
Este niño es el Hijo prometido de David, quien ejerce un gobierno justo y eterno, un reino feliz en el cual
todos sus creyentes participarán eternamente.