EL SEGUNDO ARTÍCULO
“Y en Jesucristo.”
Introducción. Llegamos a tratar el segundo artículo, que es el verdadero centro de la segunda parte principal, y de todo el catecismo. Contiene las verdades más importantes de la doctrina cristiana, que distinguen nuestra fe cristiana de todas las religiones del mundo. El segundo artículo trata de la segunda Persona de la divinidad, Jesucristo. (“Aquí aprendemos a conocer la segunda persona de la divinidad, para que veamos lo que, aparte de los bienes temporales antes enumerados, tenemos de Dios, esto es, cómo se ha derramado enteramente y no ha retenido nada que no nos diera.” Catecismo Mayor, Credo, #26.)
Nos muestra cómo Jesucristo llegó a ser nuestro Señor. (“Si ahora se pregunta: ¿Qué crees tú en el segundo artículo sobre Jesucristo? Responde muy brevemente: Creo que Jesucristo, verdadero Hijo de Dios ha llegado a ser mi Señor. ¿Y qué significa que ha llegado a ser tu Señor? Significa que me ha redimido del pecado, del diablo, de la muerte y de toda desdicha.” Catecismo Mayor, Credo, #27. El artículo, luego, contiene dos partes, quién es Jesucristo y cómo ha llegado a ser nuestro Señor, por medio de la redención. Antes de entrar en más detalle, primero queremos ver qué tan íntimamente está conectado el segundo con el primer artículo, y cuáles son los nombres que se dan a nuestro Señor.
1. La conexión del segundo con el primer artículo.
a. El segundo artículo comienza así: “Y en Jesucristo.” La pequeña palabra “y” demuestra que el segundo artículo está ligado con el primero. Aquí tenemos que ampliar algo del primer artículo, la palabra: “Creo”. No creo solamente en Dios Padre, sino también en Jesucristo. Es muy consolador el hecho de que el segundo artículo sigue al primero. Si no tuviéramos al Señor Jesucristo, todos los beneficios del primer artículo no nos podrían ayudar.
b. Hemos oído en el primer artículo de los gloriosos beneficios de Dios. Nos ha creado, nos preserva, y gobierna el mundo entero para nuestro bien, de modo que ningún daño pueda realmente acontecernos. Dios ha hecho al hombre según su imagen. El hombre en su creación estuvo en un estado glorioso — Pero también hemos oído que su condición ya no es así. El diablo lo ha tentado a pecar, y así ha perdido la imagen de Dios y está bajo el dominio del pecado, del diablo y de la muerte. De esa triste condición los humanos no pudimos escaparnos. Así parecía que la obra de Dios estaba frustrada.
c. Pero ahora el segundo artículo sigue al primero. Trata de la redención de esta triste condición. Dios nos ha redimido, o sea, nos ha librado del dominio del pecado, del diablo y de la muerte, otra vez se ha hecho nuestro Señor que nos da la vida y toda bendición. El segundo artículo describe esta obra de Dios la cual es mucho más gloriosa que la obra de la creación. (También Lutero en su Catecismo Mayor expresa el mismo pensamiento en la transición del primero al segundo artículo. Escribe: “En efecto, después de haber sido nosotros creados y una vez que habíamos recibido diversos beneficios de Dios, el Padre, vino el diablo y nos llevó a desobedecer, al pecado, a la muerte y a todas las desdichas, de modo que nos quedamos bajo la ira de Dios y privados de su gracia, condenados a la perdición eterna, tal como nosotros mismos lo habíamos merecido en justo pago a nuestras obras. Y nos faltó todo consejo, auxilio y consuelo hasta que el Hijo único y eterno de Dios se compadeció de nuestra calamidad y miseria con su insondable bondad y descendió de los cielos para socorrernos. Y, entonces, todos aquellos tiranos y carceleros fueron ahuyentados, y en su lugar vino Jesucristo, un Señor de vida y justicia, de todos los bienes y la salvación” etc. Catecismo Mayor, Credo, #28,29).
2. Pongamos atención a los nombres que lleva nuestro Señor, quien ha llevado a cabo esta obra de la redención. Pregunta 114, 115.
Confesamos: “Y en Jesucristo”. Allí se dan a nuestro Señor dos nombres.
a. Se llama Jesús: Nuestro Señor recibió este nombre de Dios, Mateo 1:2, y lo lleva en obra y en verdad. El ángel reveló por qué el Señor debería de llevar este nombre. Él salvaría a la gente de sus pecados. Jesús quiere decir Salvador. En otro lugar se nos expresa con más precisión por qué el Señor lleva el nombre Jesús. Hechos 4:12. En él, en su nombre, hay salvación. Porque Jesús quiere decir Salvador, en su nombre hay salvación. Y solamente en él hay salvación; no hay otro nombre dado a los hombres en que podamos ser salvos. Es el único Salvador, el único que nos puede salvar. Su nombre es dado a los hombres, o sea a todos los hombres, de modo que es el único Salvador de todos los hombres. El Señor se llama Jesús porque él es el único Salvador para todos los humanos.
b. El Señor Jesús también se llama Cristo, que es lo mismo que Mesías, un nombre que se usa con frecuencia en el Antiguo Testamento. El Cristo o el Mesías en castellano quiere decir el ungido. — ¿Por qué se llama así al Señor Jesús? Porque fue profetizado en el Antiguo Testamento que el Mesías sería ungido. Salmo 45:8. Con el “óleo de alegría” se entiende el Espíritu Santo. El Mesías debería de ser ungido con el Espíritu Santo. Vemos en el Nuevo Testamento que eso realmente se cumplió en Jesús de Nazaret. Hechos 10:38. El Salmo 45:8 nos dice además del Mesías que es ungido más que a sus “compañeros”. También otras personas fueron ungidas en el Antiguo Testamento. Eliseo, por ejemplo, fue ungido para ser profeta (1 Reyes 19:16), Aarón para ser sumo sacerdote, David para ser rey. También nuestro Salvador es ungido para ser nuestro Profeta, Sumo Sacerdote y Rey. Cristo es ungido más que sus compañeros porque ha recibido el Espíritu Santo en una medida más abundante que los demás, de hecho, sin medida. Luego el Señor Jesús se llama “Cristo” porque él fue ungido sin medida por el Espíritu Santo para ser nuestro Profeta, Sumo Sacerdote y Rey. — (Este nombre de Cristo realmente es un nombre de oficio, o sea, señala cuál es el oficio que lleva el Señor. Por eso cuando tratemos de los oficios de Cristo veremos más ampliamente este nombre.)
I. De la Persona del Redentor.
“Creo que Jesucristo, verdadero
Dios, engendrado del Padre en la eternidad”.
Introducción. Hemos oído que en el segundo artículo tenemos que tratar dos partes. Tratamos primero de la Persona de Jesucristo, o sea, aprenderemos quién es él, y segundo, de su oficio y obra, es decir, aprenderemos lo que Jesucristo ha hecho y hará por nosotros para salvarnos de nuestros pecados.
Las palabras “Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de la virgen María” hablan de la Persona de nuestro Redentor. Y Lutero las explica de esta forma: “Creo que Jesucristo... es mi Señor.” En primer lugar vamos a considerar las palabras: “Y en Jesucristo, su único hijo”.
1. ¿Qué confesamos con estas palabras? Decimos: “Y en Jesucristo”. En cuanto a eso, tenemos que ampliar lo que dijimos en conexión con el primer artículo: “Creo”. Creemos en Jesucristo. Así como creemos en Dios Padre, creemos también en Jesucristo. Jesucristo luego está en el mismo nivel con el Padre. Así como el Padre es Dios, también el Señor Jesucristo es Dios, junto con el Padre y el Espíritu Santo. Al confesar: “Creo en Jesucristo”, entonces, confesamos que Jesucristo es el verdadero Dios. (Lutero: “Así tenemos la primera parte de este artículo, de la divinidad de Cristo, que lo demuestra no solamente la palabra, único hijo, sino también la primera palabra, creo. Porque a quien yo debo decir: Creo, y pongo mi confianza de corazón en ti, tiene que ser mi Dios; ya que el corazón del hombre no debe confiar y edificarse en nada sino solamente en Dios.” Edición de St. Louis, Tom. X, número 97, 98). — Luego agregamos: “su único Hijo.” La palabra “su” tiene referencia a Dios Padre. Cristo es Hijo de Dios Padre, y de hecho su único Hijo, porque en este sentido Dios solamente tiene un Hijo. Es cierto que todos los cristianos son hijos de Dios. Él nos ha recibido como sus hijos por causa de Cristo. Pero Cristo es el Hijo de Dios en un sentido totalmente diferente. Él es “engendrado del Padre”. Así como el hijo recibe su naturaleza de su padre, Cristo también tiene la naturaleza de Dios, él es verdadero Dios. Y de hecho es engendrado del Padre en la eternidad. Cristo es el mismo verdadero y eterno Dios como el Padre, que tiene la misma eternidad, gloria y majestad del Padre, y sin embargo como Hijo es una Persona distinta de Dios Padre. Confesamos con las palabras: “Creo en Jesucristo, su único Hijo”, que nuestro Señor Jesucristo es verdadero Dios, engendrado del Padre en la eternidad, la segunda Persona de la divinidad.
Tenemos que mantenernos firmes en esta confesión. Ahora hay muchos, aún entre los que se llaman cristianos, que no creen que Jesucristo sea real y verdaderamente Dios. Pero podemos con confianza permanecer en esta nuestra confesión, porque se ha tomado de la Sagrada Escritura, de la palabra de Dios. Vamos a fundarnos sobre esto.
2. ¿Por qué creemos que Jesucristo es verdadero Dios? Pregunta 117.
Los cristianos tomamos todos los artículos de nuestra fe de la Sagrada Escritura, porque es la palabra de Dios. Lo que ella nos dice es ciertamente la verdad. Veamos lo que dice la palabra de Dios acerca de Jesucristo.
a. Primero leamos 1 Juan 5:20. Allí afirma clara e inequívocamente que Jesucristo es el verdadero Dios. Lo mismo nos demuestra Romanos 9:5, en donde Cristo es llamado “Dios sobre todas las cosas”, el Dios supremo. Después de la resurrección Tomás lo llama su Dios, y el Señor acepta esta honra, Juan 20:28. Según Jeremías 23:6 su nombre es: Jehová, justicia nuestra. Así toda la Sagrada Escritura afirma que Cristo es el verdadero Dios. Y también le atribuye más nombres divinos. Confesamos que Cristo es el único Hijo de Dios. Eso también lo dice la Biblia. En el Salmo 2:7, Dios llama al Mesías su Hijo, a quien hoy, es decir, desde la eternidad, ha engendrado. Cristo es el Hijo eterno de Dios. La Escritura lo llama el Hijo unigénito de Dios, Juan 3:16, quien es engendrado de la esencia del Padre. Por eso se llama el propio Hijo de Dios. Romanos 8:32. Un hijo verdadero lleva la esencia de su padre en sí. Como Hijo eterno, unigénito, propio de Dios, Cristo es verdadero Dios. La Sagrada Escritura llama a Cristo Dios. Le da nombres divinos. En primer lugar, entonces, creemos que Cristo es verdadero Dios porque la Escritura le da nombres divinos.
b. Pero la palabra de Dios nos dice todavía más acerca de nuestro Salvador. Lo describe también según su esencia, tal como es. Juan 1:1-2. El Verbo, del que aquí se habla, es Jesucristo (versículo 14). De esta Palabra se nos dice que era en el principio. Cristo estaba allí en el tiempo en que el mundo y todas las cosas creadas tenían su comienzo. Cristo no es creado, en consecuencia es eterno. No tiene principio. Y asimismo no tiene fin. El está en la eternidad, es eterno. Y es siempre el mismo desde la eternidad y hasta la eternidad. Toda cosa creada cambia. Cristo es incambiable. — El Señor mismo dice que él tiene todo poder en el cielo y en la tierra. Mateo 28:18. Por lo tanto es todopoderoso. — En una ocasión cuando Natanael vino a Jesús, el Señor le dijo lo que estaba pensando (Juan 1:47). Jesús sabía lo que había en la mente de los hombres. Así también Pedro nos dice que el Señor sabe todas las cosas, Juan 21:27; es omnisciente. — El Señor promete a sus creyentes que él estará con ellos todos los días. Mateo 28:20. Si puede estar en todas partes al mismo tiempo, entonces también es omnipresente. Así la Escritura nos describe a nuestro Señor Jesucristo: eterno, incambiable, todopoderoso, omnisciente, omnipresente. Pero todos esos son atributos divinos, que solamente Dios puede tener. Cristo es eterno, incambiable, etc., por lo cual es el verdadero Dios. Así en segundo lugar creemos que Cristo es verdadero Dios porque la Escritura le da atributos divinos.
c. Cuando el Señor Jesucristo vivía aquí en la tierra, frecuentemente por medio de sus obras probó que es el verdadero Dios. Los discípulos vieron su gloria, como la del unigénito del Padre (Juan 1:14.) Ha hecho grandes milagros, sanó a enfermos, resucitó a muertos, Juan 11:38-44. Es cierto que también los apóstoles y los profetas habían hecho tales milagros. Pero Cristo los realizó con su propio poder, como especialmente lo demuestra la resurrección del joven de Naín (Lucas 7:14). Sobretodo, él ha demostrado que es Dios al despertar de la muerte; resucitó por su propio poder (Romanos 1:4). — Además, el Señor Jesucristo también ha demostrado que es el Señor de toda la naturaleza. Convirtió agua en vino, Juan 2:1-11; el viento y el mar lo obedecieron, Lucas 8:22-25; caminó en el mar así como en tierra firme (Mateo 14:22, 23.) Y Cristo realmente es el Señor de todas las cosas, el cual las ha creado. La Escritura nos dice que Cristo ha creado. Juan 1:3. Por medio del Verbo, Cristo, fueron hechas todas las cosas. Y así como ha creado todo, también lo preserva. Cristo sustenta todas las cosas con la palabra de su poder. Hebreos 1:3. — El Señor aquí en la tierra perdonó el pecado bajo su propia autoridad. Mateo 9:6. Demostró que tiene este poder por medio de un milagro, Mateo 9:1-8. Y finalmente nos dice la Escritura que el Señor Jesucristo juzgará a todos los hombres en el último juicio, que el Padre le ha dado este poder, Juan 5:27. Ésas son las obras que Cristo hace, como la palabra de Dios nos las describe. Son obras divinas, y solamente Dios puede hacerlas. En tercer lugar creemos que Cristo es verdadero Dios porque la Escritura le atribuye obras divinas.
d. Todavía la palabra de Dios nos dice algo de Cristo por lo cual podemos ver que él es verdadero Dios. Juan 5:23. Allí nos dice el Señor mismo que todos deben honrar al Hijo así como honran al Padre. El Hijo así debe recibir la misma honra como el Padre. De hecho, el que no honra al Hijo tampoco honra al Padre. El que no reconoce al Hijo como el verdadero Dios, tampoco tiene al Padre como su Dios. La Escritura luego atribuye al Señor Jesucristo la verdadera gloria divina, la cual consiste en que adoremos a Dios. Eso es algo que Dios ha reservado solamente para sí mismo. (Mateo 4:10). Y la Escritura dice de Cristo que también todos los ángeles lo adoran. Hebreos 1:6. Pero Dios no dará su gloria a ningún otro. (Isaías 42:8.) Si debemos adorar al Hijo, él tiene que ser el verdadero Dios. Finalmente creemos que Cristo es verdadero Dios porque la Escritura le atribuye gloria divina.
CONCLUSIÓN: Todo eso nos demuestra que tenemos razón y estamos de acuerdo con la Escritura cuando decimos: “Creo que Jesucristo, verdadero Dios, engendrado del Padre en la eternidad”. Por la gracia de Dios nos quedaremos con esta buena confesión y no permitiremos que por ningún engaño de la razón o ningún falso profeta caigamos en el error. De esto depende la salvación de nuestras almas.
“Y también verdadero hombre,
nacido de la virgen María”.
Introducción. Además confesamos en el segundo artículo acerca de nuestro Señor Jesucristo: “Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de la virgen María”. Cristo, luego, también nació en el tiempo de una madre humana, y es verdadero hombre. Por eso Lutero nos dice en su explicación: “Y también verdadero hombre, nacido de la virgen María”. Luego confesamos que Cristo no es solamente el verdadero Dios, sino también verdadero hombre. Y también esto lo confesamos conforme a la Escritura. Pregunta 118.
1. Confesamos que Jesucristo es nacido de la virgen María. El Hijo de Dios nació de una mujer (Gálatas 4:4), haciéndose verdadero hombre. Nació como nosotros. Así la Escritura también expresamente lo llama un hombre. 1 Timoteo 2:5. Creemos que Cristo es un verdadero hombre porque la Escritura explícitamente lo llama así.
2. Pero la Sagrada Escritura no sólo llama a Cristo un hombre, también lo describe como tal. En el primer artículo en donde hablamos de nuestra creación, decimos que Dios nos ha dado “cuerpo y alma”. Éstas son las partes que componen al hombre. El que tiene cuerpo y alma humanos es un verdadero hombre, y Cristo tenía estos dos componentes del hombre. Él mismo habla de su cuerpo. Lucas 24:39. Aún después de su resurrección, él tenía manos y pies, carne y hueso, un verdadero cuerpo natural. (Compare también Hebreos 2:14.) El Señor también habla de su alma. En el huerto de Getsemaní, se queja de que su alma está muy atribulada hasta la muerte. Mateo 26:38. Así, en segundo lugar creemos que Cristo es un verdadero hombre porque la Escritura le atribuye las partes esenciales de un ser humano.
3. La Escritura también lo describe como un verdadero hombre. El Señor fue como otros hombres y tenía la apariencia de ellos. Nació y creció como ellos. Creció en edad, en sabiduría y en favor con Dios y los hombres (Lucas 2:52.) Andaba en la tierra judía y enseñaba y predicaba. Tenía hambre, Mateo 4:2, y sed, (Juan 4:7). Comió, bebió, se cansó (Juan 4:6) y durmió, Marcos 4:38. Lloraba y se entristecía. Sufrió y realmente murió como los demás hombres (Lucas 23:46.) Así en todas maneras se ha manifestado como tal. (Lucas 23:46) En todo fue hecho semejante a sus hermanos, excepto que no tuvo pecado. Finalmente, creemos que Jesucristo es un verdadero hombre porque la Escritura le atribuye las características humanas.
CONCLUSIÓN: Así confesamos, según la Sagrada Escritura, que Cristo es un verdadero hombre, nacido de la virgen María. También tenemos que quedarnos con esta verdad. Nuestra salvación también depende de esto, que Jesucristo, nuestro Salvador, es verdadero hombre.
“Es mi Señor”
Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Ya hemos aprendido esto acerca de la Persona de Cristo en nuestro catecismo. Pero además de decir que Cristo es Dios y hombre, decimos que él es mi Señor. Esas palabras también nos indican algo importante acerca de la Persona de Jesucristo, o sea, que la divinidad y humanidad en Cristo están unidas en una Persona.
1. Veamos cómo se debe entender esta unión personal. Pregunta 119.
a. Hemos visto que Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. La Sagrada Escritura lo llama Dios y también hombre. Y de él decimos que es mi Señor. No confesamos dos señores y dos Cristos, de los cuales uno es Dios y el otro es un hombre. Según la Escritura la situación es muy diferente. En Romanos 9:5 se nos dice que Cristo, según la carne, vino de los israelitas, de los padres. Tenía padres o antepasados humanos, es un verdadero hombre; pero al mismo tiempo es Dios sobre todas las cosas, el Dios todopoderoso. Cristo es Dios y hombre en una Persona, él es el verdadero Dios-hombre. Así en Cristo hay dos naturalezas, la divina y la humana; pero no son dos personas, dos Cristos, sino solamente una Persona. Estas dos naturalezas en Cristo están unidas en una Persona. Por eso llamamos a esa unión la unión personal. La divinidad y la humanidad están unidas en Cristo, de modo que solamente hay una Persona, un Cristo, que es Dios y hombre y así permanece en toda la eternidad.
b. La Sagrada Escritura nos dice mucho acerca de esta unión personal de las dos naturalezas en Cristo. En primer lugar cómo se formó. Veamos más detalladamente Juan 1:14. El Verbo de quien aquí se habla es Dios mismo (v. 1), la segunda Persona de la divinidad, el Hijo de Dios. Este Verbo se hizo carne. Con carne se entiende aquí la humanidad, la naturaleza humana. El Hijo de Dios también se hizo hombre. Él ha tomado la naturaleza humana en su Persona. Se formó esta unión personal de esta manera: el Hijo de Dios ha recibido en su Persona la naturaleza humana. Lo mismo nos dice también el pasaje siguiente, 1 Timoteo 3:16. En Cristo Dios y hombre se unen en una Persona.
c. La Escritura además nos dice cuan íntimamente están unidas las dos naturalezas en la Persona de Cristo. Miremos Isaías 9:6. Allí se habla del Mesías, de Jesucristo, y nos dice que un niño nos es nacido. Se nos describe conforme a su naturaleza humana, y luego dice que él se llamará y será admirable, etc. El Dios fuerte, el Padre eterno, el Príncipe de paz es Cristo, pero según su naturaleza divina. Estos nombres son propios de la naturaleza divina, y sin embargo se dice esto del hombre Cristo Jesús. En Mateo 28:18 dice Cristo que toda potestad, o sea, el atributo divino de tener todo poder le es dado a él. Según su divinidad Cristo es todopoderoso desde la eternidad. Pero le es dada toda potestad según su naturaleza humana. De la misma forma se le atribuye al hombre Jesús la omnipresencia, Mateo 28:20. Tan íntima es esta unión, que la humanidad de Cristo comparte atributos divinos, participa en lo que es propio de la divinidad. Y todavía más. En Colosenses 2:9 el apóstol nos dice que en Cristo habitó la plenitud de la divinidad corporalmente. Tener un cuerpo no es un atributo de Dios. porque él es espíritu, sino es un atributo de la naturaleza humana. Lo que es propio de la naturaleza humana aquí se atribuye a la divinidad. Asimismo 1 Juan 1:7 atribuye sangre al Hijo de Dios. Pero Cristo tiene sangre según su naturaleza humana. Sin embargo, este hombre Cristo Jesús es al mismo tiempo el verdadero Hijo de Dios, y por eso con razón hablamos de la sangre del Hijo de Dios. En Hechos 3:15 se nos informa que los judíos habían matado al Príncipe de la vida, el cual es Cristo según su naturaleza divina. Y de él se nos dice que lo crucificaron. Según su divinidad Cristo no puede sufrir y morir. El murió según su humanidad, pero este hombre a quien crucificaron es también Dios, el Príncipe de la vida, y así decimos con razón que al Príncipe de vida lo mataron. Dios mismo sufrió y murió. También la divinidad comparte lo que es propio de la naturaleza humana en Cristo, lo que ella hace y sufre. Tan íntima es la unión personal que en esta Persona las dos naturalezas participan de los atributos de la otra.
d. Demos otro vistazo a 1 Timoteo 3:16. Es un gran misterio que Dios fue manifestado en carne. Ningún hombre puede comprender con su razón cómo es posible que Dios mismo se haga hombre, que reciba nuestra naturaleza humana en su Persona. Pero sometemos nuestra razón a la palabra de Dios y creemos lo que Dios aquí clara e inequívocamente nos dice. Porque éste es el misterio de la piedad, por medio del cual seremos salvos en Dios, sobre el cual se fundamenta nuestra salvación. Para nosotros es necesario que Cristo, nuestro Redentor, sea Dios y hombre.
2. Además vemos qué necesario es para nosotros que nuestro Redentor sea Dios y hombre. Preguntas 120, 121.
En Mateo 18:11 leemos que Jesucristo vino para salvar a los que nos habíamos perdido. El Hijo de Dios se hizo hombre para ser nuestro Redentor. Y fue necesario que el Hijo de Dios se hiciera hombre para llevar a cabo esta obra. Solamente uno que es Dios y hombre en una Persona nos pudo redimir a los hombres perdidos de nuestra miseria.
a. Nuestro Redentor tenía que ser verdadero hombre. Dios había dado a los humanos la ley que teníamos que cumplir y así vivir. Sin embargo no cumplimos la ley y así llegamos a estar bajo la ira de Dios y merecimos su castigo. Si debíamos ser redimidos de eso, alguien más tenía que cumplir la ley en nuestro lugar. Cristo quiso hacer eso por nosotros como nuestro substituto. Pero Dios exigió a los hombres el cumplimiento de la ley, de modo que un hombre tenía que guardarla en nuestro lugar. Nuestro Redentor tenía que ser verdadero hombre para que como tal pudiera ser el substituto de los hombres en cumplir la ley.
El pasaje Hebreos 2:14 da otra razón. El Hijo de Dios tomó carne y sangre, se hizo hombre, para destruir, por medio de la muerte, al que tenía el imperio de la muerte. Los humanos habíamos pecado y estábamos bajo el poder del diablo, habíamos merecido el castigo, la muerte, y para ser redimidos, alguien tenía que entrar en nuestro lugar como nuestro substituto, sufrir el castigo que habíamos merecido. Pero eso solamente podía suceder si nuestro Redentor sufriera y muriera. Dios no puede sufrir y morir según su divinidad. Así nuestro Redentor tenía que ser verdadero hombre para que como nuestro substituto pudiera sufrir y morir por nuestros pecados.
b. Cristo como nuestro Redentor también tenía que ser verdadero Dios. En el Salmo 49:8-9 se nos dice que nadie puede redimir a su hermano, que uno que es solamente un hombre no puede reconciliarnos con Dios. Para él esta obra es demasiado grande y difícil. Si Cristo, nuestro Redentor, fuera solamente un hombre, nunca podría habernos redimido. ¿Por qué no? Nuestro Redentor tenía que cumplir la ley en lugar de todos los hombres. Nadie que es solamente hombre puede hacerlo. Aun un hombre santo, sin pecado, podría cumplir la ley solamente para sí mismo, no en lugar de todos los hombres. Uno que fuera solamente hombre jamás hubiera podido expiar la ira de Dios. Pero Dios sí puede hacerlo. Dios no fue obligado a cumplir la ley, de modo que él podía hacerlo como substituto de otros, en lugar de los hombres. — Los humanos estábamos bajo el poder del pecado, del diablo y de la muerte. Tuvimos que ser redimidos de este poder. Estos enemigos son demasiado fuertes para ser vencidos por uno que fuera solamente hombre. Todos los hombres por naturaleza estaban en su poder. Solamente Dios puede hacer eso. (Lucas 11:21-22.) Nuestro Redentor tenía que ser verdadero Dios para que pudiera quitar, expiar la ira de Dios y el pecado, y para que pudiera vencer la muerte y el diablo.
CONCLUSIÓN: Por eso debemos creer firmemente que Cristo nuestro Redentor es verdadero Dios y verdadero Hombre. La vida y la salvación de nosotros los humanos depende de esta doctrina.
II. Del oficio y la obra de nuestro
Redentor.
“Y en Jesucristo...nuestro Señor.”
A. Cristo nuestro Profeta.
Introducción. Hemos hablado hasta ahora de la Persona de nuestro Redentor. Hemos visto que él es una persona única, verdadero Dios y verdadero hombre. Y este Dios-hombre ejerce aún ahora entre nosotros también un oficio completamente único; hace una obra única. Confesamos que creemos en Jesucristo nuestro Señor; que este Dios y hombre es mi Señor. Su obra consiste en que él es nuestro Señor y nosotros seremos sus súbditos en su reino. Este oficio y esta obra ya se expresan en los nombres que lleva. Se llama y es Jesús, o sea, Salvador. Su oficio es salvar, rescatarnos de nuestros pecados y de todos nuestros enemigos. Pero especialmente el nombre “Cristo” demuestra su oficio. Él es Cristo, el que fue ungido sin medida por el Espíritu Santo para ser nuestro Profeta, Sumo Sacerdote y Rey. Para ser nuestro Señor, luego, Cristo lleva un oficio triple. En primer lugar vemos su oficio profético; tratamos de Cristo como nuestro Profeta. Pregunta 123.
1. Primero preguntamos cómo Cristo es nuestro Profeta.
a. Cuando el Señor resucitó al joven de Naín (Lucas 7:16) y alimentó a los cinco mil hombres en el desierto (Juan 6:14), la gente reconoció a Cristo como el gran Profeta que debería de entrar en el mundo. Y la gente tenía la razón en reconocerlo como tal. ¿Qué es un profeta? En el Antiguo Testamento oímos mucho de los profetas. Eran hombres santos, enviados por Dios para proclamar al pueblo la palabra y la voluntad de Dios. Dios les dio su palabra, y ellos la proclamaron al pueblo, o la revelaron. Él envió muchos de estos profetas a su pueblo. Todos éstos fueron al mismo tiempo precursores de Cristo, el verdadero Profeta. Como tal ya fue prometido en el Antiguo Testamento. Deuteronomio 18:15. El Nuevo Testamento nos declara que Jesús es este Profeta, Mateo 17:5. Dios nos ha mandado que debemos oír a Jesucristo. Él luego es nuestro Profeta. Dios quiere que oigamos su palabra y la obedezcamos.
b. Cristo es nuestro Profeta. El oficio de un profeta es proclamar la palabra y la voluntad de Dios, y Cristo lo hizo. Juan 1:18. Dios dio su palabra a los profetas del Antiguo Testamento. Ningún hombre ha visto a Dios. Cristo es el verdadero Profeta, el Hijo unigénito de Dios, quien está en el seno del Padre. Lo que Cristo, como el Hijo unigénito de Dios, ha visto y oído en el seno de su Padre es lo que él nos ha proclamado o revelado. — ¿Y qué fue eso? Los profetas pronosticaron principalmente acerca de Cristo. Así Cristo fundamentalmente predicó acerca de sí mismo. Encontramos un breve resumen de toda la predicación de Cristo en Juan 3:16. Cristo nos ha revelado que él es el Hijo unigénito de Dios, que el Padre ha dado para que todos los que en él crean no se pierdan. Ha predicado diciendo que ha venido para salvar lo que se había perdido (Mateo 18:11.) Nos ha revelado que es el Redentor nuestro y del mundo entero (Mateo 11:28). El oficio profético de Cristo, luego, consiste en que él se ha revelado a sí mismo como el Redentor del mundo.
2. Además vemos cómo Cristo ha ejercido su oficio como Profeta.
a. Cristo mismo en los días de su carne aquí en el mundo, en la tierra judía, personalmente enseñó y predicó. Pensemos solamente por ejemplo en su Sermón del Monte, en sus parábolas, en tantos discursos que el evangelista Juan especialmente nos relata. Así Cristo ha ejercido su oficio en su propia persona, especialmente por medio de su palabra y su predicación. — Pero no es solamente así, sino también a través de sus obras, especialmente sus milagros y señales, de los cuales hizo muchos (Hechos 10:38). Precisamente por ellos Cristo ha probado que es el Hijo de Dios, el verdadero Dios y el Redentor del mundo entero. (Mateo 11:5; Isaías 35:5.) Así Cristo en primer lugar ejerció en su propia persona su oficio profético por medio de palabras y obras.
b. Pero Cristo todavía es nuestro Profeta y lo será hasta el último día. Sigue revelándose a los hombres como el Hijo de Dios y el Redentor del mundo. Lucas 10:16 nos muestra la manera en que lo hace. El Señor aquí habla a sus apóstoles. Dice que los que escuchan la predicación de ellos, lo oyen a él. El Señor habla y predica también por medio de sus apóstoles. Les ha enseñado que deben anunciar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15). Tantas veces que se predica el evangelio, el Señor nos habla por medio de éste. El Señor ejerce su oficio profético por medio de la predicación del evangelio. El evangelio es las buenas nuevas de la gracia de Dios en Cristo Jesús. (Pregunta 82). Nos predica acerca de Cristo que él, el unigénito Hijo de Dios, ha ganado para nosotros la gracia de Dios, que nos ha redimido. Así Cristo ejerce su oficio profético ahora entre nosotros al seguir siempre revelándose en la predicación del evangelio como el Hijo de Dios y el Redentor del mundo. ¡Qué importante es, entonces, que nosotros diligentemente oigamos y aprendamos la predicación del evangelio! Allí oímos a nuestro Salvador y Redentor, al Hijo de Dios mismo. Si rechazamos esta predicación, rechazamos no solamente a los hombres y la palabra de los hombres, sino a Dios mismo y a su palabra. Lucas 10:16.
B. Cristo, nuestro Sumo Sacerdote.
Introducción. Nuestro Redentor se llama Cristo. Él es ungido, como sus compañeros en el Antiguo Testamento, en primer lugar para ser nuestro Profeta, pero luego también para ser el Sumo Sacerdote. Para ser “mi Señor”, él también tenía que ejercer este oficio de Sumo Sacerdote. Tratamos de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote.
1. Consideremos lo que Cristo ha hecho para nosotros como nuestro Sumo Sacerdote. Pregunta 124a.
a. Cristo es nuestro Sumo Sacerdote. En el Antiguo Testamento Dios había dado al pueblo de Israel sacerdotes. A la cabeza de ellos estaba el sumo sacerdote. El primer sumo sacerdote fue Aarón, a quien Moisés había ungido para su oficio. Todos estos sacerdotes, especialmente el sumo sacerdote, fueron imágenes de Cristo. Cristo es el verdadero Sumo Sacerdote. Hebreos 7:26. El oficio principal del sumo sacerdote era entrar en el gran día de la expiación al lugar santísimo del templo con la sangre de un cabrito y derramarla sobre el expiatorio del cofre del pacto y así reconciliar al pueblo con Dios. (Los puntos principales del gran sacrificio de la expiación se deben contar brevemente aquí en la medida que sea necesaria para la comprensión.) Todo eso fue un tipo de nuestro verdadero Sumo Sacerdote, que es Cristo y cuyo oficio consiste en reconciliarnos con Dios.
b. Cristo nos ha reconciliado con Dios. Hemos ofendido a Dios con nuestros pecados, y al quebrantar su ley. Para reconciliarnos con él, la ley tenía que cumplirse. Cristo como nuestro Sumo Sacerdote la cumplió en nuestro lugar. Gálatas 4:4-5 especialmente nos demuestra esto. Dios envió a su Hijo, quien fue hecho bajo la ley. Todos los humanos por naturaleza estamos bajo la ley. Todos tenemos el deber de guardarla. Cristo fue hecho bajo la ley. Como es el Hijo de Dios, no tenía el deber de guardarla para sí mismo. Pero fue hecho bajo la ley, voluntariamente asumió la obligación de cumplirla. En Hebreos 7:26 leemos que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, fue “santo, inocente, sin mancha,” sin pecado. Cristo realmente guardó la ley, y lo hizo perfectamente. — Veamos otra vez Gálatas 4:4-5. Allí también se nos dice por qué: fue para redimirnos de la maldición de la ley, para que nosotros fuéramos hijos de Dios. La ha guardado como nuestro Sumo Sacerdote para reconciliarnos con Dios. Lo hizo por nosotros y en nuestro lugar. Nosotros ya no tuvimos que cumplirla. Si otro ha pagado mi deuda, yo no la tengo que pagar otra vez. En segundo lugar, el oficio sumo sacerdotal de Cristo consiste en que él ha cumplido perfectamente la ley por nosotros.
c. Como nuestro Sumo Sacerdote Cristo nos ha reconciliado con Dios. Esto abarca más que solamente el cumplimiento de la ley. Nosotros los humanos quebrantamos los mandamientos de Dios y con eso lo habíamos ofendido. Pero Dios amenaza a los que no cumplen su ley con el castigo, la muerte. (Génesis 2:17). Los humanos teníamos que sufrir este castigo, o alguien más tenía que hacerlo por nosotros. En el Antiguo Testamento el Sumo Sacerdote tenía que ofrecer animales por el pecado y éstos debían de morir en lugar de los hombres que merecían la muerte. Estos sacrificios fueron “tipos” o imágenes anticipadas de Cristo. Cristo ha presentado el verdadero sacrificio para reconciliarnos con Dios, como lo muestra Hebreos 7:27. Él se ha ofrecido a sí mismo. Cristo es el Sumo Sacerdote, pero es al mismo tiempo el Cordero que es ofrecido a Dios (Juan 1:29.) — ¿Cómo se ha sacrificado Cristo? 1 Pedro 2:24. Él se ha ofrecido por medio de su amargo sufrimiento y muerte en la cruz. — ¿Y por qué lo hizo? Fue sacrificado por nuestros pecados, a pesar de que fue santo y sin pecado, y por lo tanto no mereció la muerte. Sin embargo, por medio de su sufrimiento y muerte llevó el castigo que nosotros merecíamos. Sufrió la muerte en nuestro lugar; su sufrimiento y muerte lo padeció como nuestro substituto, por nosotros. — Y este sacrificio de Cristo es el verdadero sacrificio. Hebreos 7:26-27. Porque fue santo, inocente, etc., no le era necesario, como los sacerdotes del Antiguo Testamento, presentar un sacrificio por su propio pecado. Su sacrificio vale por el pecado del pueblo. Este Sumo Sacerdote es “más sublime que los cielos”, es el verdadero Dios. Su sacrificio, luego, tiene un valor infinito. Vale por todos los hombres. Quita el pecado de todos los hombres, y lo hizo una vez para siempre. Este sacrificio vale para todos los tiempos, por toda la eternidad. Por medio de su sufrimiento y muerte, Cristo ha llevado el pecado de todos y nos ha reconciliado con Dios para siempre. El oficio sumo sacerdotal de Cristo además consiste en que él se ha sacrificado a sí mismo por nosotros.
2. Además vemos lo que Cristo como nuestro Sumo Sacerdote sigue haciendo por nosotros. Pregunta 124b.
Cristo, como nuestro Sumo Sacerdote, por medio de su obediencia y su sacrificio de una vez y para siempre, ha reconciliado al mundo con Dios; sin embargo Cristo sigue siendo nuestro Sumo Sacerdote. Los sumos sacerdotes del Antiguo Testamento tenían que representar al pueblo ante Dios. Estaban entre Dios y el pueblo y oraban por el pueblo. (Compare por ejemplo Números 16:46-48.) Cristo es nuestro Sumo Sacerdote, el cual, después de su sufrimiento y muerte, ha ido al cielo y está sentado a la diestra de Dios. Pero también delante de Dios ejerce su oficio de Sumo Sacerdote. 1 Juan 2:1-2. Él es nuestro abogado con el Padre, habla o pide por nosotros, sus cristianos. Cristo ya oraba por los suyos cuando moraba visiblemente en la tierra. Pensemos solamente en su oración sumo sacerdotal, Juan 17. Así todavía pide el Señor por nosotros. ¿Y qué es lo que pide? “Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre”, dice. Cristo pide a su Padre celestial el perdón de nuestros pecados. Y su oración es poderosa. Él es la propiciación por nuestros pecados. Cristo presenta su mérito delante de Dios, y le pide que no tome en cuenta los pecados que todavía cometemos diariamente. Pide también que Dios preserve la fe, así como a Pedro, también a nosotros (Lucas 22:32). — Pero el Señor no pide solamente por los suyos, sino también por el mundo entero. Él es la propiciación por el pecado de todo el mundo. El Señor especialmente demuestra esto en una parábola. (Lucas 13:6-9). Cristo todavía sigue pidiendo a su Padre celestial que aparte el castigo de los pecadores, que tenga paciencia con ellos, que les dé tiempo para el arrepentimiento. Así, Cristo todavía ejerce su oficio como Sumo Sacerdote al seguir presentándose delante de su Padre celestial para orar por nosotros.
C. Cristo, nuestro Rey.
Introducción. Creemos en Jesucristo. Cristo es ungido para ser nuestro Profeta y Sumo Sacerdote. Pero en el Antiguo Testamento también fueron ungidos los reyes, y Cristo también es ungido para ser mi Señor y mi Rey. Cristo mismo confesó que es un rey delante de Poncio Pilatos. Juan 18:37. Y hay testimonio de esto también en muchos otros lugares en la Sagrada Escritura. ¿Qué es lo que hace Cristo ahora como nuestro Rey? ¿En qué consiste su oficio de Rey? Pregunta 125.
1. Cristo es nuestro Rey, cuyo oficio consiste en gobernar o reinar. El oficio de Cristo como Rey consiste en que él reina y gobierna sobre un reino.
a. Cristo describe su reino sobre el cual gobierna en Mateo 28:18. Él tiene poder en el cielo y la tierra. Con eso se debe entender todo lo que es creado, toda criatura; los ángeles, los hombres, aun los impíos, el mismo diablo, también las cosas que no tienen vida. Todo tiene que estar sujeto a él. (Compare Mateo 11:27; Filipenses 2:10.) Cristo gobierna como Rey sobre toda criatura.
b. Cristo tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra, Mateo 28:18; es el Dios todopoderoso. Cristo gobierna el mundo entero, el cielo y la tierra, con todo poder. Nada puede contradecir su voluntad todopoderosa. El Señor ha probado frecuentemente en sus milagros que gobierna con absoluto poder sobre toda criatura, y todo tiene que estarle sujeto. (Véase especialmente Mateo 8:23-24; 14:22-23; Juan 18:6.) Y a esto lo llamamos su reino de poder, porque él gobierna poderosamente sobre toda criatura.
Es muy consolador para nosotros que Cristo, como el todopoderoso Dios, gobierna sobre todas las cosas, porque él es nuestro Rey, que especialmente gobierna sobre nosotros, sus creyentes y hace que todo sea para nuestro beneficio.
2. Pero Cristo también tiene otro reino muy especial.
a. En Juan 18:37 Cristo dice que él es el Rey de la verdad, y añade que los que son de la verdad oyen su voz, o sea, se sujetan a él, y creen la verdad, la palabra de Cristo. Los creyentes cristianos son sus súbditos, los cuales forman su reino en un sentido especial y a todos ellos se les llama la iglesia de Cristo. Éste es el reino de Cristo: su iglesia cristiana.
b. Cristo gobierna como Rey sobre su iglesia. Mateo 21:5. Viene a la hija de Sión, es decir a su iglesia, manso, lo cual quiere decir, con gracia. Ya que Cristo gobierna su iglesia con gracia, la llamamos su reino de gracia. Cristo, nuestro Rey, enseña la verdad. Juan 18:37. Los que son de la verdad oyen su voz. La verdad se encuentra en la palabra de Dios, y por medio de ella, su evangelio, gobierna a su iglesia. A través de su evangelio Cristo nos regala todo lo que él ha ganado con su vida y muerte, el perdón de los pecados, la justicia delante de Dios, la vida y la salvación. — Cristo gobierna su iglesia en gracia, por medio de su palabra. Luego su reino no es de este mundo (Juan 18:36), sino espiritual. El Señor reina por medio de su palabra en los corazones de los hombres (Lucas 17:20-21).
c. Un rey debe proteger a su reino de los enemigos. La meta del gobierno de Cristo sobre su iglesia es guardarla de sus enemigos. El reino de gracia de Cristo, la iglesia, tiene enemigos potentes. El diablo y el mundo quieren destruirnos. Y el reino de Cristo es un pequeño rebaño de cristianos débiles que todavía llevan consigo su carne malvada (Lucas 12:32). Sin embargo no deben temer, porque el Señor los cuida. (Se puede aquí dar ejemplos del libro de los Hechos.) El oficio de Rey de Cristo es principalmente gobernar y proteger a su iglesia.
3. El último reino de Cristo es el de gloria.
a. El Señor protege como Rey a su reino, su iglesia. No será destruida, sino que permanecerá hasta el día final. Pero aquí los cristianos todavía tienen que sufrir mucho. 2 Timoteo 4:18. Si el Señor nos va a redimir de todo mal, todavía tenemos el mal. Aquí en la tierra el reino de Cristo es un reino de la cruz.
Pero no siempre será así. Llegará el momento en que el Señor redimirá a los suyos de todo mal. 2 Timoteo 4:18. Lo hará cuando venga en el día final para llevarlos a su reino celestial. El Señor ya tiene un reino en el cielo, en donde no hay ningún mal, ningún dolor, sino pura salvación y gloria. Cristo lleva a su iglesia a esta gloria. En este reino todos son bienaventurados, toda gloria se le dará a Cristo, 2 Timoteo 4:18; por eso lo llamamos su reino de gloria. A Cristo le pertenece la gloria desde la eternidad hasta siempre. Cristo es un Rey eterno. Su reino de gloria permanecerá en toda la eternidad. Finalmente el oficio de Cristo como Rey es llevar a su iglesia, a sus creyentes, a la gloria.
CONCLUSION: Como nuestro Profeta, Sumo Sacerdote y Rey, Cristo es nuestro Redentor. Como nuestro Profeta se nos revela como nuestro Redentor, como nuestro Sumo Sacerdote lleva a cabo su obra, y como Rey comparte con nosotros lo que ha ganado, y nos lleva a su reino en el cielo. Así Cristo es nuestro Señor.
“Que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de la virgen María, padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado.”
Introducción. Hasta ahora hemos tratado de las palabras del segundo artículo que dicen: “Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor”, y hemos aprendido de ellas que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre y como tal es nuestro Dios, nuestro Señor, nuestro Profeta, nuestro Sumo Sacerdote y Rey. Ahora confesamos “que fue concebido por obra del Espíritu Santo, nació de la virgen María; padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto y sepultado.” Con estas palabras el segundo artículo brevemente nos relata lo que hizo Jesucristo por nosotros cuando estaba aquí en la tierra para cumplir su obra y redimirnos. Cuando estudiemos en más detalle estas palabras, reconoceremos que Cristo en estas cosas se humilló profundamente. Por tanto hablamos de un estado de humillación en la vida de nuestro Salvador.
1. En primer lugar vemos con cuáles palabras el segundo artículo nos describe este estado de Cristo. Preguntas 127-132.
a. Confesamos acerca de Jesucristo nuestro Señor que fue concebido por obra del Espíritu Santo, y nació de la virgen María; entró en este mundo como un bebé humano. Isaías 9:6. Pero su concepción y nacimiento fueron únicos. Fue concebido por el Espíritu Santo y luego nació de la virgen María. Vemos lo que significa esto en Lucas 1:35. El ángel Gabriel habló estas palabras a la virgen María. Le prometió que el Espíritu Santo vendría sobre ella y el poder del altísimo la cubriría con su sombra, así que Jesús nacería por el poder de Dios. Por medio del Espíritu Santo, por medio de su poder y su obra maravillosa, María como virgen llegó ser la madre de Jesús. Nosotros los humanos somos engendrados de una simiente pecaminosa, somos concebidos y nacidos en pecado. (Salmo 51:7). Cristo es concebido por obra del Espíritu Santo, por tanto él es el santo ser, el Hijo de Dios. Por medio de su concepción y nacimiento sin pecado él ha santificado nuestra concepción y nacimiento pecaminoso. — Nació de la virgen María. En cuanto a las circunstancias en las que él nació la Escritura nos da una descripción en Lucas 2:1-14. Vemos allí que Cristo nació en gran pobreza.
b. Además confesamos que Jesucristo, nuestro Salvador, sufrió. Nuestra confesión brevemente describe toda la vida de nuestro Salvador mientras él andaba visiblemente en la tierra como sufrimiento. Al poco tiempo después de su nacimiento fue perseguido por Herodes y tuvo que huir. (Mateo 2.) Luego creció en la casa de su padrastro el pobre carpintero, y creció allí en edad, en sabiduría y gracia con Dios y con los hombres. (Lucas 2:40,51,52.) Aún después el Señor fue muy pobre, Mateo 8:20. Cuando viajaba, enseñaba y predicaba, fue rechazado y perseguido por el pueblo, especialmente por los poderosos y prominentes.
c. Toda la vida del Señor fue un sufrimiento. Pero especialmente sufrió bajo Poncio Pilatos. Lo llevaron prisionero, lo condujeron a la muerte y finalmente fue crucificado como un criminal y ejecutado en el madero de la cruz. En su gran sufrimiento y en su crucifixión el Señor soportó tormentos indecibles en cuerpo y alma. (Se debe introducir la evidencia brevemente de la historia de la Pasión.) Y cuando murió, su cadáver fue sepultado y estuvo dentro del sepulcro hasta el tercer día. Cuando los humanos morimos, nuestro cuerpo se pudre en el sepulcro. Cristo en el sepulcro no vio la corrupción. Salmo 16:10. Así brevemente describe nuestra confesión la vida de nuestro Salvador hasta su sepultura y con esto su estado de humillación.
2. Ahora vemos en qué consistió la humillación de Cristo. Pregunta 127.
a. Ya hemos visto que nuestro Redentor aquí en este mundo llevaba una vida pobre, humilde. Pero vemos también algo más. Juan nos dice que ellos, sus discípulos, también han visto su gloria divina (Juan 1:14), que se manifestó ya en su nacimiento en pobreza. Todo el cielo se conmovió. Fue concebido sin pecado y no cometió ningún pecado después. Cristo además ha hecho muchos milagros y señales gloriosas (por ejemplo Juan 2:11; 11:40; 18:6) y con eso ha probado que es todopoderoso y omnisciente. Cristo, mientras estaba aquí en la tierra, tenía atributos divinos y los usaba cuando ya era hombre. El hombre Jesucristo fue omnisciente, todopoderoso, etc. Su naturaleza humana participaba de los atributos divinos, o como también podemos decir, de la majestad divina. Por eso también el apóstol dice en Filipenses 2:6-8 acerca de Cristo que él estaba en la forma de Dios, que era igual a Dios.
b. A Cristo según su naturaleza humana se le impartió la majestad divina. No hizo a un lado su majestad divina aquí en la tierra, sino la retuvo y también la usó en sus milagros. Si hubiera usado siempre y completamente este poder, podría haberse manifestado siempre como el Dios todopoderoso, omnisciente. Pero no lo hizo. No estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, Filipenses 2:6-8. El Señor no exhibió su majestad y gloria divina, como los conquistadores lo hacen con su botín, sino la ocultó; hizo a un lado el ejercicio de esta majestad divina y tomó la forma del siervo. Se manifestó en la misma condición como otros hombres. Vivió y anduvo aquí en la tierra como otro hombre común y corriente. De hecho, no como uno rico y prominente, sino como un siervo en la pobreza y en humildad. Se humilló en tal medida que sufrió y murió la muerte de un criminal en la cruz. El Señor durante todo ese tiempo tenía su majestad divina mientras estaba aquí en la tierra, pero no la usaba siempre y plenamente. El estado de la humillación consistió en que Cristo no siempre usó la majestad divina que le fue comunicada a su naturaleza humana ni tampoco la usó plenamente, se hizo un hombre pobre y humilde.
CONCLUSIÓN: De esta gran humillación del Señor vemos su profunda mansedumbre, su gran amor para con nosotros los pecadores. Eso debe ser un ejemplo para nosotros. Debemos tener esta actitud que estaba en Cristo Jesús. Filipenses 2:5.
“Es mi Señor... para que yo sea suyo.”
Introducción: Hemos hablado del estado de humillación. Cristo, el Hijo de Dios, se humilló a sí mismo. No lo hizo porque tenía que hacerlo, sino porque lo quiso hacer, motivado por su gran amor para con nosotros. Por medio de su humillación quiso llevar a cabo su obra, redimirnos de todos nuestros enemigos. Lutero nos describe en una forma muy preciosa en su explicación de estas palabras la obra que Cristo cumplió en su estado de humillación, y con esto nos demuestra por qué Cristo se ha humillado. Tratamos más ampliamente esa explicación.
1. Nuestro catecismo nos muestra a quién redimió Cristo. Pregunta 140.
a. Nuestro catecismo contesta: “Creo que me ha redimido a mí, hombre perdido y condenado.” Así era por naturaleza la condición de los humanos. Sin Cristo estamos perdidos y condenados. Nuestro Señor Jesucristo mismo nos muestra en la parábola de la oveja perdida lo que significa el estar perdidos. (Lucas 15. También se puede aplicar, naturalmente, la parábola del hijo pródigo.) La oveja estaba perdida, se había separado de su buen pastor y del rebaño y ahora se desviaba por el desierto, y no pudo por sí misma encontrar el camino de regreso. Lo mismo nos pasa a nosotros sin Cristo: estamos perdidos. Dios nos creó según su imagen, para la comunión con él. Pero nosotros los humanos nos caímos en el pecado. Por medio del pecado los hombres se han apartado de Dios, se han separado de su comunión. Ahora son impíos, apartados de Dios y de su salvación, y los hombres no pueden ayudarse a sí mismos para escapar de esta miserable situación, ni pueden por sí mismos regresar a Dios. Están perdidos. — Pero también confesamos que somos hombres condenados. Dios amenazó el castigo de la muerte eterna para el pecado (Génesis 2:17.) Por medio del pecado hemos sido sujetados a la muerte, la cual también se llama condenación eterna. Por medio del pecado somos rechazados por Dios, ya está pronunciado sobre nosotros el juicio de la condenación. Así por naturaleza pertenecemos al reino del diablo, y estamos bajo su poder. El hecho de que los humanos estamos perdidos y condenados significa que por medio del pecado estamos separados y apartados de Dios y con eso hemos caído en la muerte eterna, la eterna condenación y también en el poder del diablo; y no pudimos rescatarnos a nosotros mismos de esta triste condición.
b. Confesamos que Cristo me ha redimido a mí, hombre perdido y condenado. Lo principal es que yo personalmente crea que Cristo me ha redimido a mí, y así apropie lo que Cristo ha hecho por mí. Pero todo hombre tiene que confesar que está perdido y condenado. Todos los hombres sin excepción por naturaleza estaban en la misma triste situación (Romanos 3:23). Y Cristo vino para salvar lo que se había perdido. Mateo 18:11. Todo lo que estaba perdido, Cristo lo quiere salvar. Si todos los hombres están perdidos, Cristo también ha redimido a todos sin excepción. Eso nos lo repite constantemente la Sagrada Escritura. Juan 1:29. Como el Cordero de Dios, quita el pecado del mundo, de todos los humanos. 1 Juan 2:2. Él es la propiciación, no solamente por los nuestros, sino por los pecados de todo el mundo. 2 Pedro 2:1. El Señor ha redimido hasta a los que lo han negado, que echan de sí su mérito. El que todavía es condenado, lo es por su propia culpa. A la pregunta ¿a quién ha redimido Cristo? contestamos: A mí y a todos los hombres perdidos y condenados.
2. Nuestro catecismo además nos dice de qué cosas Cristo nos redimió a mí y a todos los humanos. Pregunta 134.
Cristo nos ha redimido. Redimir significa libertar. Él nos ha libertado, lo cual implica que estábamos encarcelados y encadenados. Como hombres perdidos y condenados, éramos cautivos de nuestros pecados, de la muerte y del poder del diablo. Cristo nos ha libertado de estos enemigos que nos tenían encarcelados. Vemos ahora en particular hasta qué punto Cristo nos redimió de estos adversarios.
a. Él nos redimió de todos los pecados. Pregunta 135. Podemos ver hasta qué punto Cristo nos redimió del pecado al ver la parábola del siervo infiel. (Mateo 18:23,24). Los humanos somos siervos de Dios y como tales le debíamos la obediencia, debíamos guardar sus mandamientos, lo cual, sin embargo, no lo hicimos. Así quedó esta deuda. El pecado trae una deuda con Dios, que es tan grande que no la podemos pagar, pero Cristo nos redimió de ella. Pagó nuestra deuda al cumplir la ley por nosotros. — A causa de su deuda su señor quiso vender a ese siervo junto con todo lo que tenía. La deuda trae castigo; anuncia la maldición de Dios sobre todo el que no guarde la ley. Cristo nos redimió de esta maldición de Dios que vino a nosotros a causa del pecado, Gálatas 3:13. Él, por medio de su sufrimiento y muerte, fue hecho maldición por nosotros, y con eso ha sufrido el castigo que nosotros debíamos sufrir. (Isaías 53:5b.) Ahora este castigo del pecado ya no se aplica a nosotros. — El Señor Jesucristo en una ocasión dijo que el que comete pecado es siervo del pecado (Juan 8:34), y nosotros por naturaleza lo somos. El pecado tenía dominio sobre nosotros. También de este dominio del pecado Cristo nos ha libertado. 1 Pedro 1:18,19. Se nos redimió de la vana manera de vivir que recibimos de nuestros padres. Como cristianos redimidos ya no somos siervos del pecado, ya no tenemos la necesidad de servirlo, sino podemos resistirlo. De esta manera Cristo nos redimió de nuestros pecados, nos libertó de nuestra culpa, del castigo y del dominio de todos nuestros pecados. Hizo expiación por todos los pecados, los grandes y los pequeños, los que estaban en secreto y los evidentes. No hay ningún pecado tan grande y tan serio que Cristo no nos haya redimido de él. — Eso es lo que expone nuestro catecismo. Esto es lo primero y más importante, que somos libres de nuestros pecados. De eso sigue también lo siguiente.
b. Cristo nos redimió de la muerte. Pregunta 136.
Esto es el resultado que sigue del hecho de que Cristo nos redimió de nuestros pecados. Si somos libres de todo pecado, también lo somos de la muerte, porque ésta entró al mundo por el pecado. La muerte es la paga del pecado. (Génesis 2:17; Romanos 6:23) Porque somos pecadores tenemos que morir, sufrir la muerte temporal. Se tienen que separar cuerpo y alma; pero a causa del pecado estamos también separados de Dios. La Escritura llama esta separación de nuestra alma de Dios la muerte eterna. Por medio del pecado la muerte temporal y la eterna se apoderaron de nosotros. Hebreos 2:14,15. Tenemos que temer la muerte, y estamos sujetos a servidumbre por este temor durante toda la vida. Pero Cristo vino y redimió a los que tenían temor de la muerte. Quitó todo el pecado, y todo su castigo; eliminó la muerte, también la temporal. Es cierto que los cristianos morimos, pero fuimos redimidos del temor de la muerte. No tenemos ya que temer la muerte temporal. ¿Por qué no? La muerte temporal da miedo al hombre porque luego viene la muerte eterna, la eterna condenación. Cristo quitó nuestros pecados y así el poder de la muerte eterna. 2 Timoteo 1:10. Trajo a luz la vida y la inmortalidad, la vida eterna. El que confía en la redención de Cristo ya no será condenado, sino vivirá eternamente. Por eso ahora no tenemos que temer tampoco la muerte temporal. Ésta ya no lleva a los cristianos a la muerte eterna, a la condenación, sino es la entrada a la vida eterna. La muerte ya es solamente un sueño, del cual Cristo nos despertará para la vida eterna. (Filipenses 1:21). Cristo sufrió el horror de la muerte por nosotros y así nos libró de ella. Así Cristo nos redimió de la muerte en este sentido, que ya no tenemos que temer la muerte temporal porque la muerte eterna ya no tiene ningún poder sobre nosotros.
c. Cristo nos ha redimido del poder del diablo. Pregunta 137. Nuestros primeros padres estuvieron sujetos a la voluntad de la serpiente, del diablo. Así por medio del pecado llegaron ellos y todos los humanos a estar bajo el poder de Satanás. Lo sirven y tienen que servirlo. Por medio del pecado el diablo recibió el derecho de acusar a los hombres ante Dios y llevarlos al infierno como su posesión. — Cristo nos ha librado del poder del diablo. Eso fue prometido ya en ocasión de la caída en el pecado, cuando Dios profetizó que la simiente de la mujer heriría a la serpiente en la cabeza. Génesis 3:15. Y Cristo efectivamente vino para destruir las obras del diablo. 1 Juan 3:8. Tomó carne y sangre para que pudiera quitar la autoridad a aquel que tenía el poder de la muerte, el diablo, Hebreos 2:14,15. — Y Cristo llevó a cabo esta obra. Venció al diablo. Por medio del pecado el diablo tenía poder y autoridad sobre nosotros. Cristo expió y quitó todos nuestros pecados, así que somos redimidos del poder del diablo. Éste ya no tiene derecho a acusarnos ante Dios. — Es cierto que el diablo todavía nos tienta y quiere llevarnos a pecar. Pero Cristo destruyó su obra. 1 Juan 3:8. Ya no tenemos la obligación de servir a Satanás y a su voluntad, sino en el poder de Cristo podemos resistir sus tentaciones. La victoria de Cristo nos da el poder de obtener el triunfo sobre el diablo. Cristo nos redimió del poder del diablo de modo que él ya no nos puede acusar y nosotros podemos resistir y obtener la victoria en las tentaciones.
La obra de la redención es grande y gloriosa. Por ella somos libres de nuestros enemigos poderosos y terribles. ¿Cómo llevó a cabo Cristo esta obra? De esto oiremos más.
3. Nuestro catecismo además nos dice con qué Cristo nos ha redimido. Pregunta 138.
a. Nuestro catecismo no solamente dice que Cristo, mi Señor, me redimió de todo pecado, de la muerte y del poder del diablo, sino también nos dice que Cristo me rescató. El apóstol Pablo una vez dijo a los cristianos, “habéis sido comprados por precio.” (1 Corintios 6:20). Se compra algo cuando uno paga por ello. Cuesta comprar algo. Lo mismo fue el caso aquí: Cristo nos redimió, y al hacerlo pagó un precio sumamente alto para rescatarnos.
b. ¿Cuál es el precio que Cristo pagó para redimirnos? Nos compró “No con oro ni plata”. Nuestro catecismo tomó estas palabras de 1 Pedro 1:18,19. Allí también tiene la palabra “corruptible”. La plata y el oro son bienes corruptibles, de esta tierra. Es cierto que éstos están entre los bienes que el mundo aprecia más. Pero hay bienes más preciosos en esta tierra, que sin embargo al fin se corrompen y no pueden pagar la redención. No, los altos y eternos bienes, tales como el perdón de los pecados, etc., no se pueden comprar. Costó al Señor mucho para redimirnos. (Isaías 43:24b). — Él nos redimió “con su santa y preciosa sangre y con su inocente pasión y muerte”. Eso es lo que el catecismo nombra como el precio que Cristo dio y pagó para nuestro rescate. Es cierto que todo lo que Cristo hizo y sufrió en la tierra sirvió para nuestra redención. Pero estas cosas nos muestran qué tan grande fue el precio que se pagó para comprarnos; Cristo tuvo que rescatarnos con su sangre, con su sufrimiento y muerte. Ningún otro precio hubiera sido suficiente. Él ha derramado su sangre por nosotros. Y su sangre realmente es un precio sumamente valioso: Es santa, o sea, la sangre de un individuo que no tuvo pecado. Cristo, el santo, derramó por nosotros su sangre: Es preciosa, 1 Juan 1:7. No es la de un hombre cualquiera, es la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, que nos limpia de todo pecado. Realmente es el precio más alto que Cristo pudo haber pagado. Y Lutero sigue exponiendo la manera en que Cristo ha dado su sangre divina por nosotros cuando escribe: “Con su inocente pasión y muerte”. Cristo dio su sangre como el precio para nuestra redención cuando sufrió y murió, se dio a sí mismo, su vida, por nosotros hasta la muerte. Este precio nuestro Redentor pagó por nosotros.
c. ¿Y en qué medida, luego, es la sangre de Cristo, su sufrimiento y muerte, el precio de rescate para nuestros pecados? Es, como nuestro catecismo dice, un inocente sufrimiento y muerte que Cristo pagó. Él sufrió inocentemente. No mereció sufrir y morir, tampoco lo merecía ante Dios. No cometió ningún pecado, así que no estuvo sujeto a la muerte. Pero sufrió la muerte de otros, su sufrimiento y muerte los padeció como un substituto. Somos redimidos por la sangre de Cristo, “como de un Cordero sin mancha y sin contaminación”. 1 Pedro 1:18, 19. Se entregó en sacrificio como el Cordero de Dios, y lo hizo por nosotros; se puso en nuestro lugar, sufrió y murió por nosotros. 2 Corintios 5:21. Dios hizo a aquel que no cometió pecado, nuestro inocente Salvador, a ser pecado por nosotros. Puso sobre él todos nuestros pecados y se los atribuyó, y a causa de ellos sufrió y murió. Isaías 53:4,5. Nosotros merecíamos el castigo por nuestros pecados, pero Cristo fue quien lo sufrió. Así Cristo hizo satisfacción por nosotros y pagó lo que nosotros debíamos. Ya que Cristo ha hecho satisfacción por nuestros pecados, somos ahora redimidos de todo pecado y con esto también de la muerte y del poder del diablo.
4. Finalmente, de acuerdo con nuestro catecismo todavía queremos dar atención al propósito por el cual Cristo nos ha redimido.
a. Cristo nos compró. Lo que compro, ya me pertenece a mí, no a la persona de quien lo he comprado. El catecismo todavía pone esta expresión: Él me ha librado de todo pecado, de la muerte y del poder del diablo. Hubo una lucha. Para redimirnos Cristo tuvo que luchar contra nuestros enemigos: el diablo, la muerte y el pecado, cosa que hizo con su amargo sufrimiento y muerte. En esta lucha, derramó su sangre, su vida. Pero también obtuvo la victoria, nos libró y así nos ganó del pecado, de la muerte y del diablo. Antes estábamos bajo el poder del pecado, la muerte y el diablo y pertenecíamos a estos enemigos. Ahora somos librados de ellos. Ya no tienen más poder y autoridad sobre nosotros.
b. Ahora pertenecemos a Aquel que nos compró, que obtuvo la victoria. Él es en verdad nuestro Señor. Apocalipsis 5:9. Nos compró para Dios con su propia sangre. Ya le pertenecemos a él como su propia posesión. Isaías 53:11. Cristo nos redimió para que él sea nuestro Señor y nosotros seamos suyos.
CONCLUSIÓN: Costó mucho a nuestro Salvador redimirnos de nuestros enemigos para que nosotros fuéramos suyos. Por tanto debemos dar las gracias a nuestro Señor con todo nuestro corazón. Y la mejor gratitud es poner toda nuestra confianza en este Señor y en su obra en la vida y en la muerte.
“Descendió a los infiernos.”
Introducción: Las partes que hasta ahora hemos tratado del segundo artículo describen para nosotros la condición de la humillación de nuestro Salvador y la obra que él llevó a cabo en su humillación, la de nuestra redención. Ahora además confesamos acerca de nuestro Salvador: “Descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso; y desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos.” Estas partes ya no nos muestran a nuestro Salvador en la degradación y la bajeza, sino como él que es victorioso sobre sus enemigos en la exaltación y la gloria. Después de la humillación de Cristo sigue su exaltación. Así distinguimos dos estados en la vida de nuestro Redentor: el estado de humillación y el de la exaltación. Pero antes de entrar en los pasos individuales de la exaltación de Cristo nos preguntamos:
1. ¿Qué es el estado de la exaltación? Pregunta 141.
a. El apóstol Pablo nos describe el estado de la exaltación en Filipenses 2:9-11: “Por lo tanto”, porque Cristo en su profundo amor y paciencia para con nosotros se humilló, “Dios también lo exaltó.” Así Cristo, después de su muerte y sepultura, dejó a un lado su humillación. Dios lo exaltó. Cristo, después de su sepultura, entra en el estado de la exaltación.
b. Hemos aprendido que la humillación de Cristo consistió en que él no siempre ni plenamente usó la majestad divina que se impartió a su naturaleza humana. Ahora se cambia esta situación. Cristo dejó su humillación. Ahora utiliza siempre y plenamente la divina majestad que se impartió precisamente a su naturaleza humana. Cristo, el Dios-hombre, se manifiesta y se muestra siempre como el todopoderoso, omnisciente, omnipresente Dios. Dios le dio un nombre que es sobre todo nombre. Todas las criaturas, los ángeles, los hombres, también los impíos, el diablo, tienen que reconocerlo como su Señor y Dios. Es cierto que esto no es todavía tan claro, pero en el día del juicio será plenamente evidente, cuando el Señor vuelva en toda su gloria.
Como el Salvador exaltado Cristo ahora es nuestro Señor y Rey, que guarda y protege su iglesia, y la admite finalmente a la gloria. En el estado de exaltación de Cristo distinguimos cinco pasos, que tenemos que mirar ahora individualmente. Así hablamos:
2. Del descenso de Cristo nuestro Salvador al infierno. Pregunta 143.
Toda rodilla tiene que doblarse ante Cristo, nuestro Salvador, también las rodillas de aquellos que están bajo la tierra y los espíritus malos tienen que reconocerlo como su Señor. Veamos lo que dice la Sagrada Escritura del descenso de Cristo al infierno.
a. 1 Pedro 3:18,19 habla explícitamente del descenso de Cristo al infierno. Allí nos dice que Cristo murió en la carne, o sea, según su naturaleza humana, pero no se quedó en la muerte, sino fue vivificado en espíritu. Por medio de su naturaleza divina, él otra vez es vivificado. En el espíritu, en el poder de su divinidad, luego entró en la cárcel. Con esta cárcel se debe entender el infierno. Después que el Señor Jesucristo otra vez fue vivificado, pero antes de su resurrección, fue al infierno.
b. ¿Para qué entró Cristo al infierno? Predicó a los espíritus condenados y los demonios. ¿Y qué es lo que Cristo les predicó? Hay muchos que enseñan que él entró en el infierno para predicar el evangelio una vez más a aquellos que habían muerto antes de que Cristo se hiciera hombre, para que él los pudiera recibir y salvar. Pero eso es contrario a la Sagrada Escritura, que nos enseña que el tiempo de gracia es aquí en esta tierra, que se decide aquí si somos salvos o no. Podemos ver en Colosenses 2:15 lo que Cristo proclamó a los espíritus encarcelados. Los principados y las potestades de los que aquí se habla son los ángeles malos, los demonios. A ellos Cristo los despojó, les quitó su poder y autoridad por medio de su sufrimiento y muerte. Y luego los exhibió públicamente, demostró su triunfo sobre ellos. Triunfó públicamente, se presentó en el infierno como el conquistador, demostró que el poder del infierno fue destruido y que obtuvo la victoria sobre sus enemigos infernales. La proclamación de Cristo fue que él demostró a los espíritus encarcelados que había obtenido la victoria sobre la muerte, el diablo y el infierno.
c. Tampoco ha entrado Cristo en el infierno, como muchos enseñan, para sufrir allí las penas del infierno. Eso lo hizo en la cruz. Cuando sufrió la muerte, su obra de redención para nosotros ya se había consumado (Juan 19:30.) El descenso al infierno no pertenece al estado de humillación, sino a su exaltación. Consiste en que el Señor se exhibió como vencedor del infierno y como el que ha triunfado sobre todos sus enemigos infernales.
También confesamos acerca de nuestro Salvador que al tercer día resucitó de entre los muertos. Este es el segundo paso de su exaltación. Su resurrección es sumamente importante y consoladora para nosotros. Sobre ella descansa toda nuestra fe y toda nuestra esperanza.
1. Veamos lo que la Sagrada Escritura nos enseña acerca de la resurrección de Cristo. Pregunta 144.
a. Ya en el Antiguo Testamento se profetizó que Cristo no se quedaría en la muerte, sino resucitaría (Salmo 16:10; Hechos 2:25-27). El cuerpo de Cristo no debería corromperse en el sepulcro, más bien cuerpo y alma otra vez serían reunidos. Y los evangelios también nos cuentan que Cristo otra vez salió vivo del sepulcro, lo cual sucedió al tercer día después de su muerte, en la mañana del domingo — El Señor Jesucristo resucitó en su cuerpo. (Lucas 24:39.) Tenía el mismo cuerpo de antes. Sus discípulos lo reconocieron cuando se les apareció. Tenía las marcas de los clavos en sus manos y en sus pies (Juan 20:27), sin embargo su cuerpo ahora estaba transformado. El Señor pudo pasar por las puertas cerradas, aparecer y desaparecerse repentinamente. Ya no estaba sujeto a las limitaciones del espacio y del tiempo. El cuerpo que el Señor trajo del sepulcro fue transfigurado (Filipenses 3:21.) Por medio de su resurrección el Señor dio prueba de que él es más fuerte que la muerte, porque ésta no lo pudo retener. El Señor resucitó victorioso, como el vencedor de todos sus enemigos. Lo que la Escritura nos enseña acerca de la resurrección de Cristo es que el Señor salió victorioso del sepulcro al tercer día con un cuerpo transfigurado.
b. La Escritura nos asegura este hecho. Es cierto que nadie vio cuando el Señor resucitó, pero el Señor se mostró vivo a sus discípulos, y lo hizo en las maneras más diversas. (Aquí sería bueno hacer referencia a las varias manifestaciones del Señor según los Evangelios y según 1 Corintios 15, y mostrar cómo los discípulos que habían estado llenos de dudas fueron convencidos de que el Señor otra vez vivía.) Los discípulos, que podían, querían y tenían que decir la verdad, nos dan testimonio en sus escritos como testigos oculares y de oído, que el Señor resucitó. — Pero también los mismos enemigos del Señor fueron convencidos de su resurrección, aunque no querían aceptarlo (Mateo 28:1-15. Las órdenes del supremo consejo judío después de Pentecostés contra la predicación de los discípulos acerca de la resurrección de Cristo.) Así nosotros también estamos completamente convencidos por medio de la Sagrada Escritura de que Cristo resucitó y de que vive, y eso es muy importante, porque hay todavía muchos, aun algunos que todavía quieren ser reconocidos como cristianos, que niegan la resurrección del cuerpo de Cristo.
2. En segundo lugar veamos qué consoladora es para nosotros la resurrección de Cristo. Pregunta 145.
No es suficiente que creamos y tengamos por cierto que Cristo haya resucitado, sino lo principal es que sepamos y creamos que todo eso sucedió por nosotros, y que sepamos qué provecho y consuelo tenemos de este hecho. De eso tampoco nos deja en duda la palabra de Dios.
a. Veamos Romanos 1:4. Allí se nos dice que a Cristo se le declaró el Hijo de Dios, y eso por su resurrección. Es cierto que Cristo había demostrado antes ser el Hijo de Dios mediante su doctrina y sus milagros, pero por medio de su resurrección fue declarado “Hijo de Dios con poder,” o sea, abiertamente, delante de todo el mundo. ¿Cómo demostró esto el Señor Jesucristo por medio de su resurrección? La Escritura nos da testimonio de que Cristo resucitó por su propio poder. Juan 2:19. Él mismo volvió a edificar el templo de su cuerpo. El Señor Jesucristo por su propio poder quebrantó las ataduras de la muerte y demostró ser más fuerte que la muerte, y más fuerte que el pecado y el diablo. Pero un hombre cualquiera no puede vencer a estos potentes adversarios. Sólo Dios lo puede hacer. Si Cristo resucitó por su propio poder, demostró con esto que es Dios, que es el Hijo de Dios. — Todavía más, Cristo frecuentemente profetizó su resurrección. Juan 2:19 (Lucas 18:33.) Si Cristo no hubiera resucitado, habría sido un falso profeta, y no podríamos poner ninguna fe ni confianza en lo que él enseñó. Pero Cristo resucitó y dio prueba de que es un verdadero Profeta, que su doctrina es verdadera. El significado verdadero de la resurrección de Cristo es que él demostró ser el Hijo de Dios y que su doctrina es verdadera.
b. Otro significado sumamente consolador de la resurrección se nos enseña en Romanos 4:25. Allí están íntimamente unidos la muerte y la resurrección del Cristo que fue entregado por nuestros pecados. Él sufrió y murió por nuestros pecados. Cristo es el Cordero de Dios (Juan 1:29). Entregó su vida como sacrificio para reconciliar a nosotros y al mundo entero con Dios. La muerte de Cristo es un sacrificio para reconciliar al mundo con Dios. ¿Cómo serían las cosas si Cristo no hubiera resucitado? 1 Corintios 15:17. Si Cristo hubiera quedado en la tumba, la muerte habría sido más fuerte que él. Cristo no la hubiera vencido, tampoco hubiera hecho satisfacción por nuestros pecados. Dios no habría aceptado su sacrificio. Nuestra fe sería vana; estaríamos aún en nuestros pecados. — Pero Cristo resucitó, Dios lo despertó, Romanos 4:25. Dios reconoció a este Jesús y su obra. Con esto dio prueba de que el sacrificio de su Hijo por nuestros pecados fue aceptado. Por medio de la resurrección de Cristo Dios declaró que él está reconciliado con el mundo entero. Así Cristo fue resucitado para nuestra justificación. En la resurrección de Cristo, Dios ya declaró justa a toda la humanidad, ha perdonado todos sus pecados. Nosotros ahora debemos solamente apropiarnos de esto en la fe. Entonces tenemos el perdón de los pecados y la justicia. Otro significado de la resurrección de Cristo, entonces, es que nos da prueba de que Dios Padre aceptó el sacrificio de su Hijo para la reconciliación del mundo.
c. La resurrección de Cristo todavía tiene otro gran significado para nuestra esperanza. Cristo frecuentemente prometió a los cristianos, a los creyentes, la vida verdadera, la vida eterna. Juan 14:19; 11:25,26. Nuestra esperanza cristiana es que no nos quedaremos en la muerte, sino que resucitaremos para la vida eterna. ¿Qué habría pasado si Cristo no hubiera resucitado? 1 Corintios 15:18. Entonces no hubiera podido cumplir su promesa. La muerte sería más fuerte que él. Un Salvador que no puede librarse a sí mismo de la muerte tampoco a nosotros puede librar, de modo que nuestra esperanza sería vana. — Pero Cristo resucitó (1 Corintios 15:20), y con eso ha dado prueba de que venció la muerte también para nosotros. Vive, y así nosotros también viviremos, Juan 14:19. Probó que es la resurrección y la vida, Juan 11:25,26. Así él puede cumplir, y seguramente cumplirá fielmente, su promesa de que nosotros también viviremos aunque muramos. Después de morir, Cristo nos despertará para la vida eterna.
CONCLUSIÓN: La resurrección de Cristo es del más grande significado para nuestra fe. Nuestro Salvador vive, puede rescatarnos de la miseria a causa de nuestros pecados y llevarnos al cielo. Regocijémonos y consolémonos con esto siempre.
“Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso.”
Introducción: Después de su resurrección, el Señor duró todavía cuarenta días en la tierra. Apareció a los discípulos y les aseguró de su resurrección y hablaba con ellos acerca del reino de Dios. (Hechos 1:3.) Les dio sus últimos mandatos y luego entró al cielo.
1. Oigamos lo que nos dice la Escritura acerca de la ascensión de Cristo. Pregunta 146.
a. El hecho de que el Señor no debía y no quería siempre quedarse aquí en la tierra ya fue profetizado en el Antiguo Testamento, Salmo 68:19. Y así sucedió. Cuarenta días después de su resurrección, Cristo llevó a sus discípulos al monte de los Olivos y fue alzado al cielo delante de sus ojos hasta que una nube lo ocultó de ellos. (Hechos 1.) Cristo según su naturaleza humana visiblemente fue a las alturas.
b. Dice el Credo que el Señor subió al cielo “y está sentado a la diestra de Dios”. (Marcos 16:19). Al subir al cielo también subió a Dios. Así Cristo mismo dijo a sus discípulos que él iba a su Padre (Juan 16:28.) Por medio de su ascensión Cristo vino a su Padre. Dijo a sus discípulos que tenía que entrar en su sufrimiento y después entrar en su gloria (Lucas 24:26). Eso sucedió con su ascensión. Allí Cristo entró en la gloria de su Padre. No debemos entender que el cielo es como un espacio en el que Cristo está encerrado según su humanidad. Cristo subió por encima de todos los cielos, Efesios 4:10. El Salvador que subió al cielo ahora llena todo el cielo y la tierra con su presencia.
c. Pero Cristo subió al cielo para nuestro bien. Salmo 68:19. Con su ascensión, como el que había triunfado sobre sus enemigos, recibió dones para nosotros los humanos, y el Salvador exaltado los comparte con nosotros. Juan 12:26. Nosotros, sus siervos, sus creyentes también entraremos en donde está Cristo. Él está en el cielo con el Padre. También a nosotros nos llevará allí, él entró primero en el cielo, y así nos ha abierto el cielo y preparado un lugar para nosotros. Nuestra esperanza de entrar en el cielo se funda en la ascensión de Cristo. Nuestra verdadera patria ahora está en el cielo donde está Cristo. Y así siempre debemos apartar nuestro corazón de la tierra y llevarlo al cielo. La Escritura nos enseña acerca de la ascensión de Cristo que él visiblemente subió a lo alto y entró en la gloria de su Padre para prepararnos un lugar allí.
Ya hemos oído que al entrar Cristo en el cielo se sentó a la diestra de Dios. También confesamos en el segundo artículo: “y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso”.
2. Ahora aprendemos lo que quieren decir las Escrituras con sentarse a la diestra de Dios. Pregunta 147.
a. Cristo está sentado a la diestra de Dios. ¿Qué es la diestra o la mano derecha de Dios? Ésa es una expresión figurada. Dios es espíritu, que no tiene cuerpo y por tanto no tiene una mano derecha como la tenemos nosotros. Pero luego, ¿qué querrá decir esta expresión figurada? Eso se nos indica en que nuestra confesión también dice: “del Padre todopoderoso”. La diestra de Dios es su poder. Así dice Dios que su mano fundó la tierra y su mano derecha los cielos. (Isaías 48:13.) Significa que con su poder ilimitado Dios creó el cielo y la tierra y los sostiene. (Compare también Salmo 67:11). Cristo también habla de la diestra del poder de Dios (Mateo 26:64.) Lo que la Sagrada Escritura quiere decir con la diestra de Dios no es otra cosa que el gran poder de Dios, su majestad. Como nosotros generalmente hacemos nuestras obras con la mano derecha, Dios hace todo según su gran poder y majestad. La diestra de Dios es el poder y la majestad de Dios.
b. Cristo está sentado a la diestra de Dios. Esto significa que Cristo participa de este divino poder y majestad. Entró en el cielo como el Dios-hombre. Según su naturaleza humana, Cristo ahora está sentado a la diestra de Dios. Ya en el momento en que fue concebido se le dio todo poder en el cielo y en la tierra. Pero no siempre usó plenamente este poder divino según su naturaleza humana en su estado de humillación. Sin embargo, ahora Cristo utiliza plenamente este poder divino según su naturaleza humana. — Cristo está sentado a la diestra de Dios. También en eso hay una figura. Se piensa del trono del rey, en el cual Cristo también se sienta. Cristo ahora como hombre entró en su gobierno real. Gobierna y llena todas las cosas, Efesios 1:20, y eso con poder y majestad divinos. Eso es lo que significa sentarse a la diestra de Dios.
c. En Efesios 1:22,23 se nos dice que Dios puso a Cristo como cabeza de su iglesia. Como el exaltado Salvador y Rey todopoderoso que gobierna y llena todo en el cielo y en la tierra, Cristo es especialmente la cabeza de su iglesia, sobre la cual reina como su reino de gracia. Él gobierna hasta que sean puestos sus enemigos por estrado de sus pies, Salmo 110:1, y tengan que reconocer su reino y gobierno, y así llevará a su iglesia a la gloria y gobernará eternamente sobre su reino de gloria. El sentarse a la diestra de Dios significa que según su naturaleza humana Cristo gobierna todo con poder y majestad divinos. Y llena todo, pero especialmente reina y gobierna a su iglesia como su cabeza, o como lo dice nuestro catecismo: “Vive y reina eternamente.”
CONCLUSIÓN: Es sumamente consolador que tenemos a un Rey y Salvador todopoderoso y exaltado. Ningún enemigo puede arrancarnos de su mano todopoderosa.
“Y desde allí ha de venir a
juzgar a los vivos y a los muertos.”
Introducción: Cristo está sentado a la diestra de Dios, en el trono de su gloria, y gobierna sobre todo. Pero su gloria está todavía escondida. Él permite todavía a sus enemigos atacar y luchar contra su iglesia. Sin embargo, llegará el día en que será totalmente diferente. Todos sus enemigos serán puestos por estrado de sus pies; entonces revelará su poder delante de todo el mundo. Esto pasará cuando el Señor vuelva para juzgar a los vivos y a los muertos, lo cual será el último paso de su exaltación. Pregunta 148.
1. La Sagrada Escritura nos dice cómo Cristo vendrá otra vez. Cuando el Señor subió al cielo, los dos ángeles aseguraron a los discípulos que Cristo volvería. Hechos 1:11. Así como lo habían visto ir al cielo, vendría otra vez. El Señor en ese día aparecerá visiblemente aquí en la tierra otra vez. Todos los hombres lo verán venir en las nubes del cielo (Lucas 21:27), y esa venida será, como también dice ese pasaje, en gran poder y gloria. La primera vez que el Señor Jesucristo apareció en la tierra, vino en gran pobreza y humildad; cuando vuelva, aparecerá en gran poder y gloria. El mundo entero lo verá como el Rey todopoderoso, rodeado de sus huestes celestiales, de las multitudes de los santos ángeles (Mateo 16:27.) Entonces toda lengua tendrá que confesar que Jesucristo es el Señor. (Filipenses 2:11). La Escritura dice de la venida del Señor que él vendrá visible y gloriosamente.
2. Pero la Sagrada Escritura también nos dice por qué Cristo volverá.
Él viene, como dice nuestro catecismo, para juzgar a los vivos y a los muertos. Cristo viene para el último gran juicio del mundo. El Señor nos describe este juicio en gran detalle en Mateo 25:31-46. Allí oímos:
a. quién será el juez en ese juicio. Será el Hijo del hombre, Mateo 25:31, Cristo mismo, quien se sentará en el trono de su gloria y juzgará a la gente. El juez es el Hijo del hombre. También como hombre Dios ha dado a Cristo el poder para llevar a cabo el juicio (Juan 5:27.) Dios lo ha ordenado para ser el juez de los vivos y los muertos. Hechos 10:42. Todos tendremos que comparecer ante el trono del juicio de Cristo, 2 Corintios 5:10.
b. El Señor además nos dice en este pasaje quiénes serán juzgados. Serán reunidos delante de él todas las naciones. Por eso confesamos que Cristo juzgará a los vivos y a los muertos. Los vivos son los que aún vivan cuando venga el Señor. Los muertos son aquellos que ya habrán muerto antes del día final, pero a quienes el Señor despertará. Dios juzgará al mundo entero. Hechos 17:31. Todos los humanos sin excepción tienen que comparecerse ante el tribunal de Cristo, 2 Corintios 5:10. Nadie, sin importar que tan grande y poderoso sea, podrá esconderse de él.
c. Y ahora además Cristo nos describe cómo procederá en el juicio. Cuando todos los hombres sean reunidos ante el tribunal de Cristo, entonces Cristo separará unos de otros, como el pastor separa entre ovejas y cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda. Mateo 25:32, 33. Con las ovejas el Señor quiere decir los cristianos creyentes. A ellos los toma el Señor y les da el reino, la vida eterna. A los cabritos, los incrédulos, el Señor los echa en el fuego. Eso es el resultado en este juicio. El que cree en Jesucristo estará firme; el que no cree será rechazado. Y el Señor luego da prueba de que su juicio fue un juicio recto. Las buenas obras que los cristianos habían hecho por su gratitud a Cristo demuestran que ellos tenían la verdadera fe. Las malas obras de los incrédulos muestran su incredulidad. Así cada uno recibirá según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. 2 Corintios 5:10.
d. El Señor finalmente nos muestra cómo será el día del juicio. Todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo, 2 Corintios 5:10, en el que todo será revelado; también los secretos saldrán a luz. Así Dios revelará no solamente nuestras obras sino también todas nuestras palabras (Mateo 12:36), sí, hasta todos nuestros pensamientos. El Señor revelará los designios del corazón. (1 Corintios 4:5). ¡Debemos huir de toda mala obra, palabra y pensamiento, aunque puedan quedarse escondidos todavía aquí! — Además la Escritura dice que Dios juzgará a la tierra con justicia, Hechos 17:31. Su juicio será recto. Dios ve hasta lo profundo del corazón. Allí ninguno podrá adornar o disculpar sus obras malas. Nadie puede engañar a Dios. — El Señor pronunciará como veredicto para sus ovejas, la vida eterna; para los incrédulos, el fuego eterno. Lo que dice el Señor perdurará toda la eternidad. Mateo 25:46. La sentencia que Dios da allí no podrá ser anulada ni modificada. Este juicio decide todo, hasta el destino eterno. Por eso es tan importante que prevalezcamos en este juicio. — El Señor dice en su palabra que nos juzgará en el último día, Juan 12:48, y también cómo lo hará: El que creyere y fuere bautizado será salvo; el que no creyere será condenado. (Marcos 16:16). Su palabra es la norma según la cual juzgará. Así no tendremos ninguna excusa en el día del juicio. El Señor viene para juzgar al mundo entero según su palabra y con justicia.
3. La Sagrada Escritura también nos dice algo acerca de cuándo vendrá el Señor para el último juicio.
a. Dios estableció un día determinado en que juzgará al mundo. Hechos 17:31. Ese será el día del Señor, cuando serán destruidos cielo y tierra. 2 Pedro 3:10. El día del juicio es también el último día del mundo, el día final. En ese día el Señor vendrá para el juicio. Pero no sabemos cuándo será el día; ningún hombre puede encontrar la respuesta a eso. Marcos 13:32. Ni los ángeles lo saben, ni el mismo Cristo en su humillación lo sabía según su naturaleza humana. No debemos tratar de averiguar el día ni la hora.
b. Pero Dios nos reveló en su palabra dos cosas importantes en conexión con este día. Una de éstas es que el día del Señor vendrá repentinamente. 2 Pedro 3:10. Así como el ladrón en la noche viene inesperadamente, también el Señor aparecerá de repente, sin que nadie se haya dado cuenta. El Señor también dice que el día está cerca. 1 Pedro 4:7. Podría venir en cualquier instante. También nos ha dicho que muchas señales precederán ese día, para que los creyentes se fijen en que el día se acerca. El Señor ha profetizado estas señales para nosotros en su palabra. (Aquí se podría brevemente repasar las principales señales de los últimos tiempos según Mateo 24.) Estas señales que deben preceder el día final siempre siguen cumpliéndose en mayor grado. En cualquier instante podría llegar el día final. Así es necesario que siempre estemos preparados. No debemos ocupar nuestros corazones con borracheras y preocupaciones por el sustento, sino debemos vigilar y orar en la fe. (Lucas 21:34-36; Mateo 25:1-13; Lucas 12:37-48.) Si el Señor nos encuentra despiertos, podemos salir para recibirlo. Entonces con él vendrá nuestra última y plena redención.
“Para que yo sea suyo y viva bajo él en su reino, y le sirva en justicia, inocencia y bienaventuranza eternas, así como él resucitó de los muertos y vive y reina eternamente. Esto es ciertamente la verdad.”
Introducción: Hemos hablado, usando el segundo artículo, de los pasos individuales de la exaltación de Cristo. Ahora pongamos atención a las últimas palabras de la explicación de Lutero: “Para que yo sea suyo”, etc. Estas palabras nos llevan la atención al precioso fruto de la exaltación de Cristo y al mismo tiempo al fruto y al propósito final de toda su obra de la redención. Pregunta 149.
1. “Para que yo sea suyo”. El fruto de la redención de Cristo es que yo sea suyo. Antes pertenecía al diablo, a la muerte y el pecado. Ellos fueron mis señores. Ahora Cristo me ha redimido de mis enemigos. Lucas 1:74. El pecado, la muerte y el diablo ya no tienen más derecho sobre mí. Cristo me ha rescatado y librado, y así soy suyo, le pertenezco a él. Él es mi Señor. Eso es un fruto preciosísimo de la obra de la redención de Cristo. ¿Qué es lo que sigue entonces del hecho de que yo pertenezco a Cristo?
2. “Y viva bajo él en su reino.” Por naturaleza estábamos en el reino del pecado y del diablo. Pero ahora Cristo nos ha redimido de nuestros enemigos, así que somos rescatados del reino del diablo y hemos entrado en el reino de Jesús. Vivimos “bajo él.” Él es nuestro Rey y nosotros sus súbditos. Como tal nos protege y gobierna. Y ya conocemos bien este reino en el que estamos, el cual es su reino de gracia, su iglesia cristiana. Allí Cristo nos gobierna con su gracia, nos protege contra nuestros enemigos y nos guía hasta entrar en su reino de gloria. — Y en este reino debemos vivir. El fruto de su redención es que aunque por naturaleza estábamos muertos, estábamos bajo el poder de la muerte espiritual y eterna, ahora Cristo nos ha ganado la vida. Ya en este mundo debemos vivir espiritualmente delante de Dios y finalmente recibir la vida eterna. — Pero ya no debemos vivir para nosotros mismos, para nuestra carne, para el pecado, sino Cristo nos ha redimido para que vivimos para él, 2 Corintios 5:15, para que le sirvamos con toda nuestra vida. Y eso lo hago,
3. “Cuando le sirvo con justicia, inocencia y bienaventuranza eternas”. Cristo nos ha redimido de nuestros enemigos para que le sirvamos sin temor durante toda nuestra vida. Lucas 1:74,75. Éste es el fruto de la redención. Antes tuvimos que seguir el pecado. Fuimos miserables esclavos del diablo, y no pudimos librarnos de su servicio. Cristo ahora nos ha librado y por medio de su redención hemos recibido el poder y el deber de servirle a él, nuestro Señor y Rey. — Y este servicio que ofrecemos a Cristo en su reino es un oficio glorioso; le servimos “en justicia”. Esta justicia no es nuestra, que nosotros hayamos obrado, sino que Cristo la ganó para nosotros y nos la regala. Nuestra justicia consiste en que Cristo ha cumplido la ley en nuestro lugar y ha expiado todos nuestros pecados, y que Dios por causa de Cristo nos perdona los pecados. Y esta justicia es completamente perfecta, sin mancha ni contaminación, es una santidad y justicia que agrada a Dios. Lucas 1:75. Y así le servimos también en “inocencia”. Somos ahora libres de culpa. Cristo ha pagado por nuestra culpa con su obra de la redención. Es cierto que en el servicio de nuestro Salvador todavía cometemos pecados, debido a la debilidad de nuestra carne; sin embargo somos inocentes ante Dios. Por causa de Cristo él ya no cuenta los pecados contra nosotros, sino los perdona diaria y abundantemente. Así estamos delante de él sin ninguna culpa, en perfecta inocencia. — Y servimos a nuestro Señor también en “bienaventuranza”. Servir a Dios en santidad y en justicia es ser bienaventurado, y así lo somos aquí en el servicio de Dios, nuestro Señor. Es cierto que los redimidos del Señor aquí en la tierra frecuentemente tienen que sufrir por el pecado, el mundo y el diablo más que los hijos de este mundo; sin embargo son bienaventurados, porque tienen el perdón de los pecados, tienen a un Dios misericordioso y todo lo que sea contrario tiene que servirles para su bien. — Y ésta es una justicia, inocencia y bienaventuranza eterna, que obtenemos en el reino de Cristo, en su servicio. Los cristianos entraremos en el reino de gloria. Allí será completamente evidente nuestra justicia, inocencia y bienaventuranza y no habrá quien lo contradiga. Los gloriosos bienes que tenemos y gozamos como fruto de la obra de redención de Cristo en su reino son la eterna justicia, inocencia y bienaventuranza.
4. Finalmente se nos dice en nuestro catecismo: “Así como él resucitó de entre los muertos, vive y reina eternamente”. “Así” aquí quiere decir tan cierto que es que Cristo ha resucitado, vive y reina, así de seguro es que nosotros viviremos bajo él en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza. Él ha resucitado de los muertos y por medio de su resurrección venció a nuestros enemigos, de modo que nosotros realmente tenemos justicia, inocencia y bienaventuranza delante de Dios. Ha resucitado y vive y está con nosotros todos los días como nuestro Salvador vivo. Él también reina; subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios, y reina en toda la eternidad. Es nuestro Rey todopoderoso, eterno, quien nos gobierna y nos protege. Así nuestros enemigos no nos pueden hacer daño. Ningún enemigo nos puede alejar de su protección. Así estamos seguros de que por medio de él tenemos eterna justicia, inocencia y bienaventuranza, que él ciertamente nos llevará a la vida eterna.
Éstos son los benditos frutos de la obra de la redención de Cristo. El que se consuela con su mérito cierta y verdaderamente tiene todos estos frutos, él es posesión de Cristo, que está en su reino y vive bajo él y le sirve en eterna justicia, inocencia y bienaventuranza. Creamos luego en Cristo. De la manera en que llegamos a la fe en nuestro Salvador lo veremos en el tercer artículo de nuestro Credo.
CONCLUSIÓN: Cerramos también este artículo otra vez con las palabras: “Esto es ciertamente la verdad.” No hay ninguna duda. Puedo depender en la vida y en la muerte de que Cristo también me ha redimido a mí y es mi Señor, y que en él yo tengo justicia, vida y bienaventuranza.