EL TERCER ARTÍCULO
“Creo en el Espíritu Santo”
Introducción: En el segundo artículo hemos confesado: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor.” “Creo que Jesucristo es mi Señor.” ¿Cómo hemos llegado a esta fe? No por nosotros mismos, por nuestro propio poder — nadie lo puede hacer. Más bien, debemos también esto solamente a Dios. Y en la Escritura se atribuye esta obra especialmente al Espíritu Santo, la tercera Persona de la divinidad. Así en el tercer artículo de nuestro Credo tratamos del Espíritu Santo y su obra, traernos a la fe en Cristo y preservarnos en ella y por medio de esta fe finalmente llevarnos a la vida eterna. Comenzamos nuestro artículo con las palabras: “Creo en el Espíritu Santo.” Y así en primer lugar tenemos que tratar de la Persona del Espíritu Santo. Pregunta 154.
1. En el tercer artículo confesamos: “Creo en el Espíritu Santo.” Creer en alguien significa lo mismo que poner la confianza en alguien, y según nuestro Catecismo, la ponemos en el Espíritu Santo. Pero debemos poner nuestra confianza solamente en el verdadero Dios. Si confiamos en cualquier cosa aparte de Dios, pecamos contra el primer mandamiento y cometemos idolatría. Luego cuando decimos: “Creo en el Espíritu Santo”, confesamos que el Espíritu Santo es verdadero Dios. Y lo hacemos con razón, porque nuestra confesión tiene un buen fundamento en la palabra de Dios. La Sagrada Escritura nos dice en muchos lugares que el Espíritu Santo es Dios.
a. Veamos 1 Corintios 3:16. Allí se dice de los cristianos que son el templo de Dios, y eso, porque el Espíritu de Dios, o sea, el Espíritu Santo, mora en ellos. Si es así, allí el Espíritu Santo explícitamente es llamado Dios. Una vez cuando Ananías cometió su grave pecado, Pedro lo acusó con palabras serias de haber mentido al Espíritu Santo, y agrega, que no lo hizo a los hombres, sino a Dios. Hechos 5:3-4. Luego el Espíritu Santo tiene que ser Dios. Creemos y confesamos que el Espíritu Santo es Dios porque la Escritura explícitamente lo llama Dios.
b. Ustedes conocen la historia de la creación. Allí se nos dice que el Espíritu de Dios, o sea, el Espíritu Santo, se movía sobre la faz de las aguas. (Génesis 1:2). El Espíritu Santo también estuvo activo en la creación, él ha creado. Eso también se confirma en el Salmo 33:6. Dios hizo todo su ejército, o sea todo este mundo, por el aliento de su boca, por medio del Espíritu Santo. Pero crear es una obra divina, que solamente Dios puede hacer. Han aprendido en su catecismo que Dios nos salvó “por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.” (Tito 3:5). El Espíritu Santo nos ha regenerado y renovado a los hombres que estábamos muertos en pecados. Otra vez, solamente Dios puede hacer eso. Creemos y confesamos que el Espíritu es Dios porque la Escritura le atribuye obras divinas.
c. La Sagrada Escritura también nos describe al Espíritu Santo como el verdadero Dios. En Salmo 139:7-10 se nos dice que no podemos huir del Espíritu Santo. Está al mismo tiempo en el cielo, en el infierno y en el extremo del mar. El Espíritu Santo es omnipresente. En 1 Corintios 2:10 se nos dice que el Espíritu Santo escudriña todas las cosas, aún lo profundo de Dios. Luego el Espíritu Santo sabe todas las cosas, es omnisciente. Pero solamente Dios es omnipresente y omnisciente. Son atributos que solamente pertenecen a él. Luego el Espíritu Santo tiene que ser Dios, y lo creemos y lo confesamos porque la Sagrada Escritura lo describe con atributos divinos.
2. El Espíritu Santo es verdadero Dios. Pero no creemos solamente en el Espíritu Santo, sino igualmente en el Padre y en el Hijo. El Espíritu Santo es verdadero Dios junto con el Padre y el Hijo. Mateo 28:19. Solamente hay un Dios, que se ha revelado en tres Personas. Dios es el Dios trino. El Espíritu Santo es la tercera Persona de la Santa Trinidad. Creemos acerca del Espíritu Santo, luego, conforme a la Escritura, que él es la tercera Persona de la Santa Trinidad, verdadero Dios junto con el Padre y el Hijo.
3. Finalmente veamos los nombres que lleva esta Persona. Pregunta 155. La tercera Persona de la Santa Trinidad lleva muchos nombres en la Sagrada Escritura. Se llama, por ejemplo, nuestro Consolador. (Juan 14:16-17.) El Espíritu Santo nos consuela en toda pena y tribulación; está presente cuando el Señor Jesucristo ya no está visiblemente con nosotros. Se llama el Espíritu de verdad, quien nos guía en toda verdad y nos abre la Escritura. También se llama el Espíritu de Dios, 1 Corintios 3:16, el aliento de su boca, Salmo 33:6, etc. Sobre todo, sin embargo, se llama Espíritu Santo, como lo hace nuestro Credo. ¿Por qué es llamado el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es Dios, y puesto que Dios es sin pecado, es santo. Según su esencia Dios es la eterna santidad misma. Isaías 6:3. El Espíritu Santo es llamado así porque él mismo es santo. Pero también el Padre y el Hijo son santos. ¿Por qué llamamos especialmente a la tercera Persona Espíritu Santo? Este nombre nos señala la obra que el Espíritu Santo hace en nosotros, la santificación. El Espíritu Santo nos santifica. Por eso titulamos el tercer artículo: de la santificación. Enfocamos nuestra atención especialmente a esta obra del Espíritu Santo. (“Mas sólo el Espíritu de Dios recibirá el nombre del Espíritu Santo, es decir, el Espíritu que nos ha santificado y nos sigue santificando. Así como se denomina al Padre: el Creador, y al Hijo: el Redentor, también el Espíritu Santo debe denominársele según su obra, el Santo o el Santificador.” (Catecismo Mayor, Credo, #36.)
“Creo que ni por mi propia
razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y
allegarme a él.”
Introducción: Tenemos que tratar las obras del Espíritu Santo. En su exposición del tercer artículo, Lutero nos describe de esta forma la obra del Espíritu Santo, que él ha hecho en cada cristiano y sigue haciéndola: “Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y allegarme a él; sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones y me ha santificado y guardado mediante la verdadera fe.” Veamos las primeras palabras: “Creo que ni por mi propia razón, ni por mis propias fuerzas soy capaz de creer en Jesucristo, mi Señor, y allegarme a él.” Estas palabras nos dicen especialmente dos cosas: Por una parte, en qué consiste en general esta obra del Espíritu Santo, y luego, cuánto necesitamos esta obra.
1. Primero nuestro catecismo nos enseña en qué consiste esta obra del Espíritu Santo. Pregunta 155b.
a. El tercer artículo trata de la santificación. En esta palabra incluimos toda la obra que el Espíritu Santo ha hecho y sigue haciendo en nosotros los cristianos. La santificación aquí significa hacer santo. La obra del Espíritu Santo es que nos hace santos. (“No podría yo titular mejor este artículo que denominándolo artículo de la santificación, como antes indiqué; porque en él se expresa y presenta el Espíritu Santo y su acción, o sea que nos santifica.” Catecismo Mayor, Credo, #35.) La Escritura claramente nos dice que ésta es la obra del Espíritu Santo. En 1 Corintios 6:11 nos afirma que somos santificados por el Espíritu de nuestro Dios, es decir, por medio del Espíritu Santo.
b. El Espíritu Santo nos santifica ante Dios. En el pasaje 1 Corintios 6:11 esta santificación se describe con más detalle como “lavar” y “justificar”. Somos santos porque somos lavados y justificados, y librados de nuestros pecados. ¿Cómo sucede esto? En 1 Corintios 6:11 se nos dice que somos santificados “en el nombre del Señor Jesús”, por medio de Cristo, por su mérito. La manera en que esto sucede hemos oído en el segundo artículo. Cristo ha guardado la ley en nuestro lugar, y ha expiado y llevado nuestros pecados. Él es nuestra justicia que vale ante Dios. Pero ahora tenemos que apropiarnos a Cristo y su mérito y hacerlo nuestro. Esto, sin embargo, sucede solamente por medio de la fe en él. Tenemos que poner la confianza de nuestros corazones en el hecho de que Cristo también me redimió a mí, que él es mi Redentor. Por medio de la fe hacemos nuestro a Cristo y su justicia. Y así somos justos y santos, libres de pecado. — Así la manera en que el Espíritu Santo ahora nos santifica es traernos a la fe y así hacer nuestro a Cristo y a su salvación. (“Por consiguiente, santificar no es otra cosa que conducir al Señor Jesucristo, con el fin de recibir tales bienes que por nosotros mismos no podríamos alcanzar.” Catecismo Mayor, Credo, #39)
2. Luego vemos qué necesaria es esta obra del Espíritu Santo para nosotros los humanos. Preguntas 156 y 158.
a. La obra de la santificación consiste en que vengamos a Cristo y creamos en él. Sin embargo tenemos que confesar que no podemos hacer esto por nuestras propias fuerzas o razón. No podemos creer en Jesucristo ni allegarnos a él por nuestra propia razón. Hemos oído ya en el primer artículo que la razón es un don que Dios ha dado a nuestra alma, y sobre todo con el fin de que conozcamos a Dios y los asuntos espirituales. Si nuestra razón todavía fuera como Dios la había creado, bien podríamos reconocer por ella a Cristo como nuestro Salvador de base de la palabra de Dios y creer en él. Pero los humanos caímos en el pecado y por lo tanto todos los dones y poderes de nuestro cuerpo y nuestra alma están totalmente corrompidos, y esto incluye también nuestra razón. 1 Corintios 2:14 nos describe nuestra condición como humanos ahora. El hombre natural es el hombre tal como está conformado ahora por naturaleza después de la caída en el pecado. No percibe lo que es del Espíritu Santo o el Espíritu de Dios, es decir, no recibe nada de lo que el Espíritu de Dios nos revela. Ya no puede reconocer a Dios y las cosas espirituales. Tampoco puede conocer por sí mismo a Cristo como su Salvador. Está ciego en todas las cosas espirituales. Esto lo podemos ver bien en la manera como los hombres juzgaban a Cristo cuando él andaba visiblemente en la tierra. Los hombres naturales lo tomaron por un hombre común; solamente los discípulos lo reconocieron como el Cristo, el Hijo de Dios, y eso no por sí mismos, sino porque Dios se lo había revelado (Mateo 16:13 sig.) Sí, cuando el hombre natural oye algo acerca de Dios y las cosas divinas, no solamente no las reconoce por lo que son sino que las considera una necedad. Se ríe y se burla de ellas. Así no podemos por nuestra propia razón allegarnos a Cristo y creer en él, porque estamos ciegos en cosas espirituales. — Pero tampoco podemos por nuestras propias fuerzas creer en Cristo y allegarnos a él como nuestro Señor. En Efesios 2:1 se nos dice que los humanos estamos muertos en delitos y pecados, claro que no físicamente, sino espiritualmente. El hombre que estuviera físicamente muerto no tendría ningún poder ya para hacer nada, ni para ir a ninguna parte, ni para pararse. Así el hombre que está espiritualmente muerto no tiene ningún poder para hacer nada que sea realmente bueno. No tiene poder para venir a Cristo ni creer en él. Y nuestra situación es aún más triste. Romanos 8:7. Los humanos por naturaleza somos carne, nacidos de carne. Tenemos una mente carnal, y así somos enemigos de Dios. Lo aborrecemos, y a todo lo que él quiere de nosotros; amamos lo que Dios no quiere. Nuestra tendencia es totalmente ir hacia lo malo. Así no podemos por nuestras propias fuerzas allegarnos a él porque estamos por naturaleza ciegos espiritualmente, muertos, y somos enemigos de Dios.
b. Si los humanos deberíamos de llegar a la fe y ser salvos, alguien más tenía que obrar eso en nosotros. Y esa persona es precisamente Dios el Espíritu Santo. 1 Corintios 12:3. Sin él nadie puede llamar a Jesús Señor, lo cual hacemos solamente por la fe. Sin el Espíritu Santo nadie puede verdaderamente creer en Jesucristo. El hecho de que tengamos a Cristo y creamos en él se debe únicamente, sí solamente, a la obra del Espíritu Santo. Nosotros no pudimos cooperar en esto. Aquí Dios tuvo que obrar tanto el querer y el hacer, (Filipenses 3:2.) ¡Qué necesaria es para nosotros esta obra del Espíritu Santo! Si el Espíritu Santo no obrara en nosotros, no podríamos venir a Cristo, y así Cristo con todo su mérito en nada nos aprovecharía.
“Sino que el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones.”
Introducción: La obra del Espíritu Santo es santificarnos; nos lleva a la fe en Cristo y así hace nuestra su salvación, y también preservarnos en esta fe en Cristo hasta el fin. Nuestro catecismo ahora describe más en detalle cómo el Espíritu Santo lleva a cabo esta obra. Nos menciona cuatro cosas que el Espíritu Santo ha hecho por nosotros. Las primeras dos son el llamamiento y la iluminación, que están íntimamente ligadas, tanto que en el fundamento son una obra.
1. En primer lugar confesamos que el Espíritu Santo nos ha llamado mediante el evangelio. Pregunta 159.
a. La santificación, que nosotros nos alleguemos a Cristo y creamos en él, es una obra del Espíritu Santo. Solamente él puede obrar esto en nosotros. Pero no lo hace sin medios, sino que utiliza un medio particular. Por eso decimos: “El Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio.” Las palabras “mediante el evangelio” no pertenecen solamente a “llamado”, sino también a las partes siguientes. Todo lo que el Espíritu Santo hace en nosotros lo hace por medio del evangelio. El evangelio es el medio por el cual el Espíritu Santo nos lleva a Cristo. (Rom. 10:17) Ya hemos aprendido qué es el evangelio. Es las buenas noticias de la gracia de Dios en Jesucristo. (Preg. 82) El evangelio nos presenta las buenas noticias de que Cristo nos redimió y nos reconcilió con Dios, que él en Cristo es otra vez nuestro querido Padre. Cuando este evangelio es predicado, cuando lo oímos o leemos, Dios obra por medio de él en nuestros corazones; a través del evangelio obra en nosotros la fe en Cristo. Al evangelio pertenecen también los sacramentos, el santo bautismo y la Santa Cena. También los sacramentos son medios por los cuales el Espíritu Santo obra en nosotros. Estos medios, el evangelio y los sacramentos, se llaman medios de gracia, por los cuales el Espíritu Santo nos lleva a Cristo y nos preserva en la fe. — El Espíritu Santo obra en nosotros solamente a través de estos medios, no sin ellos, como lo enseñan las sectas y los fanáticos. Si el Espíritu Santo va a hacer su obra en nosotros, debemos hacer uso diligente de los medios de gracia, leer y escuchar la palabra de Dios, el evangelio, ir al sacramento. El que rechaza los medios de gracia no llegará a la fe en Cristo, o no permanecerá en ella.
b. Lo primero que el Espíritu Santo ha hecho con nosotros es habernos llamado. Aprendemos en la parábola de Cristo de la gran cena qué es el llamamiento. Lucas 14:16sig. (Se puede utilizar igualmente la parábola de las bodas del hijo del rey, Mat. 22:1 sig.) Dios de igual manera ha preparado para nosotros una gran cena, que es Cristo y su mérito, el perdón de los pecados, la vida y la salvación que él nos ha ganado. Esta cena está lista, todo está preparado para la salvación. Pero los invitados tienen que disfrutarla; tienen que ser invitados. Esto sucede por medio de la predicación del evangelio. Allí se cuenta a los hombres acerca de Cristo y su salvación, se les exhorta a venir y participar. Lucas 14:17. (“En efecto, ni tú ni yo podríamos saber jamás algo de Cristo, ni creer en él, ni recibirlo como ‘nuestro Señor’, si el Espíritu Santo no nos ofreciese estas cosas por la predicación del evangelio y las colocara en nuestro corazón como un don. La obra tuvo lugar y fue realizada, pues Cristo obtuvo y conquistó para nosotros el tesoro con sus padecimientos, su muerte y su resurrección, etc. Mas, si esta obra de Cristo permaneciera oculta y sin que nadie supiera de ella, todo habría sucedido en vano y habría que darlo por perdido. Ahora bien, a fin de evitar que el tesoro quedase sepultado y para que fuese colocado y aprovechado, Dios ha enviado y anunciado su palabra, dándonos con ella el Espíritu Santo, para traernos y adjudicarnos tal tesoro y redención.” Cat. May., Credo, #38). El llamamiento consiste en que Dios permite que se nos predique la salvación en Cristo, y así nos invita a aplicarla a nosotros y recibirla. — Es Dios el Espíritu Santo el que nos llama. El evangelio es la palabra de Dios y por eso es también poder de Dios. En la predicación obra el Espíritu Santo mismo. Su llamamiento no es un llamamiento vacío. El Espíritu Santo, al invitarnos a venir a Cristo, nos da el poder de aceptar el llamamiento, nos hace apropiarnos de Cristo y de su salvación. Él es el que obra en nosotros el allegarnos a Cristo. No podríamos venir por nosotros mismos con nuestras propias fuerzas. El llamamiento de Dios consiste en que el Espíritu Santo por medio del evangelio nos invita a Cristo y su salvación, y por medio de esta invitación nos da el poder de venir; él nos lleva a Cristo.
c. ¿Y qué ha logrado en nosotros el Espíritu Santo al llamarnos y llevarnos a Cristo? El apóstol nos dice en 2 Tim. 1:9: “Dios nos salvó y llamó con llamamiento santo.” Por este medio nos ha salvado y rescatado, mas no “conforme a nuestras obras”. No fueron nuestras obras que motivaron a Dios a llamarnos, puesto que no tuvimos ninguna que ofrecer. Nos ha llamado “según el propósito suyo y la gracia”. Dios ha decidido llamarnos y salvarnos debido a su gracia, sin nuestro mérito. De hecho Dios tomó esta decisión antes de la fundación del mundo. El llamamiento que Dios el Espíritu Santo hizo a nosotros es un llamamiento de gracia.
Pero al llamarnos mediante la palabra, también ha obrado algo más en nosotros. Por eso confesamos que:
2. El Espíritu Santo nos ha iluminado con sus dones. Preg. 160.
a. El Espíritu Santo nos ha llamado y también nos ha iluminado. Lo vemos en 1 Pedro 2:9. El Señor nos sacó de las tinieblas a su luz admirable. Dios nos llamó de las tinieblas. Por naturaleza los seres humanos somos tinieblas. Ya hemos oído que no pudimos por nuestra propia razón allegarnos a Cristo ni creer en él. Nuestra razón, nuestro entendimiento está entenebrecido. Donde todo está oscuro no se puede reconocer nada. Así no pudimos comprender nada de las verdades espirituales. No conocemos por naturaleza a Cristo como nuestro Salvador, no vemos por qué debemos venir a él. Cuando esto se nos dice en la palabra de Dios, parece necedad al hombre natural. — Pero Dios nos ha llamado a su luz admirable. En el hecho de que el Espíritu Santo nos llamó a Cristo, él expulsó las tinieblas naturales de nuestro corazón y puso allí una luz admirable, o en otras palabras, nos iluminó, hizo todo claro en nosotros, para que podamos ver debidamente las cosas espirituales. Nosotros, que antes éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor. (Efesios 5:8.) La iluminación del Espíritu Santo es que nos ha dado el poder para ver correctamente la palabra de Dios y las cosas espirituales, para entenderlas y recibirlas. (“Mediante la palabra de Dios que él mismo revela y enseña, iluminando y encendiendo así los corazones, a fin de que la capten y la acepten, se acojan a ella y en ella permanezcan.” (Catecismo Mayor, Credo, #42) — Vemos por cuál medio el Espíritu Santo nos ilumina en 2 Corintios 4:6. Allí el apóstol Pablo habla de sí mismo y de los demás apóstoles. Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz en la creación, iluminó a los apóstoles, los guió en toda verdad. Dio su palabra en el corazón de ellos, y precisamente con el fin de que a través de ellos, por medio de su palabra y su predicación, ocurriera la iluminación, que también otros hombres fueran iluminados. El Espíritu Santo nos ilumina, pone luz en nuestros corazones, a través de la palabra del apóstol o el evangelio. El evangelio es el medio por el cual el Espíritu Santo ilumina nuestros corazones, para que lo recibamos debidamente. Podemos ver bien la manera en que el Espíritu Santo ilumina por medio del evangelio en la historia del Etíope (Hechos 8:27 y sig.)
b. Pero decimos en nuestro catecismo que el Espíritu Santo me ilumina “con sus dones” los cuales de este modo imparte a nosotros. El evangelio, por medio del cual el Espíritu Santo nos ilumina, es la palabra y el poder de Dios. Por este medio el Espíritu Santo obra en nosotros, y así nos da y regala algo. ¿Y cuáles son estos dones? El Espíritu Santo nos ilumina por medio del evangelio, que es la predicación de Cristo. Cuando el Espíritu Santo nos ilumina, conocemos a Cristo, nuestro Salvador. Y eso no significa solamente saber con el entendimiento quién es Cristo, Dios y hombre, el cual ha venido a los hombres; el Espíritu Santo obra en nosotros un conocimiento vivo de Cristo, de modo que lo recibamos como nuestro Salvador. Obra en nosotros la fe, para que confiemos en él, para que pongamos en él nuestra confianza. Y cuando tenemos un conocimiento vivo y recto de Cristo nuestro Salvador, vemos siempre mejor qué glorioso es el Salvador que tenemos, cuán gloriosos son los bienes que él nos trae: el perdón de los pecados, la vida y la salvación. Así, el Espíritu Santo por medio del evangelio obra para que nos gocemos de corazón en nuestro Salvador y para que él nos consuele en toda nuestra miseria a causa del pecado. Éstos son los dones del Espíritu Santo: el verdadero conocimiento de Cristo, la verdadera fe, el gozo y el consuelo en nuestro Salvador. — Hay que resaltar que éstos son dones del Espíritu Santo. Si los cristianos conocemos debidamente a Cristo, creemos en él de corazón, esto es un don del Espíritu Santo. No es por nuestra obra y esfuerzo, ni mérito nuestro, sino el Espíritu Santo nos lo ha dado. Todo se lo debemos solamente a él. También el que el Espíritu Santo me ha iluminado con sus dones quiere decir: él, por medio del evangelio, ha dado luz a mi entendimiento entenebrecido y me ha hecho luz para que yo reconozca a Jesús como mi Salvador, y para que confíe y crea en él y me goce y consuele en él.
c. Esta obra del Espíritu Santo, que él nos llama mediante el evangelio, ilumina con sus dones, y nos trae a la verdadera fe en Cristo, la Escritura la denomina todavía con muchos otros nombres, como, por ejemplo, la conversión. Jeremías 31:18. Al allegarnos por medio de la fe a Cristo somos verdaderamente convertidos. De este modo damos la espalda a nuestro pecado y nos dirigimos a la gracia de Dios. — La conversión tampoco es obra nuestra. No pudimos cooperar, prepararnos para eso, o dirigirnos hacia ella por nosotros mismos, sino es sola y exclusivamente obra de Dios el Espíritu Santo. Somos convertidos porque el Espíritu Santo obra en nosotros la fe en Jesucristo. —Esta obra en nosotros también se llama nacer de nuevo. (Juan 3:5.) También este nombre nos muestra que ésta es solamente la obra de Dios en nosotros. Así como no hicimos nada para nuestro nacimiento físico, tampoco lo hicimos para nuestro nacimiento espiritual. Dios nos ha hecho nacer de nuevo por medio de su palabra. A través del nuevo nacimiento llegamos a ser nuevas personas que creemos en Cristo y ponemos nuestra confianza en él.
CONCLUSIÓN: El hecho de que hemos venido a Cristo en fe y nos hemos hecho cristianos y ahora tenemos a Cristo, nuestro Salvador con todos sus dones, se debe solamente a la obra del Espíritu Santo. Debemos ahora darle toda gloria por eso y agradecerle desde lo profundo del corazón.
“El Espíritu Santo me ha santificado mediante la verdadera fe.”
Introducción: El Espíritu Santo me ha llamado e iluminado, y con esto me trajo a Cristo e hizo mía toda su salvación. Pero la obra del Espíritu Santo todavía no se ha terminado allí. Ha hecho todavía más conmigo. Confesamos luego, que el Espíritu Santo me ha santificado mediante la verdadera fe. Vemos, luego, qué clase de obra del Espíritu Santo es ésta, en qué consiste la santificación. Pregunta 161.
1. Confesamos que el Espíritu Santo me ha santificado. Ya hemos oído frecuentemente en conexión con el tercer artículo la palabra “santificar” y “santificación”. El título mismo del tercer artículo dice: “de la santificación.” Hasta ahora hemos entendido con la santificación toda la obra del Espíritu que él ha hecho en nosotros los hombres, desde traernos a Cristo y guardarnos en la fe en él y finalmente darnos la eterna salvación. Aquí hablamos de la santificación en otro sentido. No hablamos de toda la obra del Espíritu Santo, sino de una parte de ella, aquella que hace el Espíritu Santo en los cristianos cuando ya estamos en la fe. Aquí hablamos, entonces, de la santificación en un sentido especial.
2. Decimos que el Espíritu Santo nos ha santificado “mediante la verdadera fe”. Aquél a quien el Espíritu Santo ha llamado e iluminado tiene la verdadera fe que salva. Cree en Jesucristo y es un amado hijo de Dios. Pero Dios ahora desea que los que tenemos la verdadera fe seamos santificados, 1 Tesalonicenses 4:3, que de hecho siempre nos libremos más y más del pecado y nos apartemos de él. Por nosotros mismos y por nuestras propias fuerzas no podemos hacerlo. Así el Espíritu Santo nos sigue santificando en la verdadera fe. — El apóstol Pablo una vez dijo: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Si estamos en Cristo por medio de la verdadera fe en él, somos una nueva criatura. Por medio de la fe sucede también un gran cambio en el hombre. Es otra criatura, otro hombre, todo es nuevo en él. Además dice la Escritura que Dios limpia nuestro corazón por medio de la fe (Hechos 15:9), y hace que nuestro corazón sea puro y nuevo. Sabemos por los diez mandamientos cuál es la inclinación de nuestro corazón por naturaleza. Es malo, está lleno de malos deseos e inclinado a toda clase de pecado y ama lo que desagrada a Dios. Así nuestro corazón por naturaleza odia a Dios y todo el bien que él quiere. Por medio de la fe el Espíritu Santo limpia el corazón del hombre. Llega a ser diferente. Cuando el hombre está en la verdadera fe, odia el pecado y todo mal. Y así el cristiano comienza a amar lo que antes odiaba. Empieza a amar a Dios y su palabra, y a su prójimo. Quiere lo que Dios desea de él, el verdadero bien. La santificación consiste, no en que el hombre deje este o aquel pecado extremo, o haga una u otra obra particular — también un hombre que no es convertido puede hacer todo esto, — sino en que reciba un corazón totalmente nuevo, que ama a Dios y su palabra. El que el Espíritu Santo nos santifique en la verdadera fe significa que él renueva nuestro corazón por medio de la fe.
3. El Espíritu Santo ha renovado el corazón del cristiano. Pero con esto no queremos decir que ahora el cristiano está completamente limpio y libre del pecado. También el cristiano siempre tiene que pedir que Dios cree en él un corazón limpio. (Salmo 51:12). Todavía mantiene bastante de la vieja naturaleza pecaminosa en él que la Escritura denomina carne. En nuestra carne no mora el bien. Ésta siempre desea solamente lo malo y lucha contra el Espíritu Santo. Quiere otra vez obtener el dominio para el pecado. Además, tenemos todavía otros enemigos que quisieran apartarnos de Cristo y entregarnos otra vez al pecado y a toda clase de mal. Éstos son el diablo y el mundo. La santificación consiste en esto, que los cristianos luchen contra estos enemigos, que no sigan a ellos ni a sus tentaciones, sino los venzan y obtengan la victoria sobre ellos. — Esta lucha es feroz y constante, dura mientras el cristiano esté en esta vida. Por nosotros mismos no podemos mantenernos en esta lucha. En la batalla de los cristianos contra el diablo, el mundo y su carne, contra todo mal que está dentro y fuera de ellos, el Espíritu Santo da a los cristianos el poder para vencer a estos enemigos. El que el Espíritu Santo nos santifica mediante la verdadera fe significa que él nos da por medio de la fe el poder con el que vencemos al diablo, el mundo y la carne.
4. El Espíritu Santo renueva nuestro corazón, para que amemos el bien y aborrezcamos lo malo. Pero si nuestro corazón está renovado, eso se manifestará en nuestra vida y conducta externa. El que ama de corazón a Dios y el bien, también andará en la manera en que Dios desea, tendrá una conducta piadosa. En esto consiste nuestra santificación, en una conducta conforme a la palabra de Dios. Él nos ha convertido para que andemos en buenas obras. Efesios 2:10. Nos ha creado de nuevo en Cristo Jesús por medio de la conversión para que hagamos las buenas obras que él ha preparado para que andemos en ellas. En esto consiste nuestra santificación. Tampoco pudimos hacer esto por nosotros mismos, sino es Dios el Espíritu Santo el que obra en nosotros para santificarnos. Así, finalmente, su obra consiste en que el Espíritu Santo nos da a los cristianos poder para andar en una conducta piadosa y realizar buenas obras.
5. Los cristianos debemos andar en buenas obras. Pero entonces es necesario e importante que sepamos cuáles son las buenas obras ante Dios. Pregunta 162. Los hijos de este mundo y también muchos cristianos tienen muchas obras por buenas que no lo son ante Dios, y además no consideran muchas de ellas como buenas obras que Dios tiene por tales. Solamente la Biblia nos puede dar aquí una instrucción correcta.
a. En la historia que nos cuenta Marcos 14:3-9 podemos ver bien lo que es una buena obra. Allí se nos relata que una mujer ungió al Señor, y él mismo da testimonio de que ella ha hecho una buena obra, versículo 6. María, quien hizo esa buena obra (Juan 12:3), fue una seguidora del Señor Jesús. Su deseo y gozo era sentarse a los pies de Jesús y oír su palabra. Lucas 10:38- 42. Ella creía en su Señor Jesucristo. Hizo esta obra motivada por su fe. Las buenas obras son aquellas que fluyen de la verdadera fe en Cristo, y solamente somos santificados por esa fe. Únicamente los cristianos creyentes pueden hacer buenas obras. El Señor lo dice explícitamente. Juan 15:5. Cristo se compara en este contexto con una vid y sus verdaderos discípulos con pámpanos o ramas en esta vid. Una rama sólo puede llevar fruto si queda en la vid. Si está cortada, se seca, y no produce ningún fruto. Solamente cuando los cristianos nos quedamos en la fe podemos llevar el fruto de las buenas obras. Sin Cristo no podemos hacer nada. Los incrédulos y los que no son convertidos no pueden hacer buenas obras. Es cierto que muchas de sus obras ante los hombres parecen buenas, pero ante Dios no tienen valor. Son pecado. El árbol malo sólo puede producir fruto malo. Una buena obra es la que se hace por la fe en Cristo. Es cierto que estas obras todavía no son perfectas, pero por medio de la fe el hombre es hecho un querido hijo de Dios. Por causa de Cristo Dios se apiada de la persona creyente, y luego también de su obra. Los creyentes por la fe siempre se apropian de nuevo la justicia de Cristo y de este modo cubren la imperfección de sus obras. De tal manera que una buena obra es la que hace un hijo de Dios en la fe.
b. Sólo lo que fluye de la fe es una buena obra ante Dios; pero también todo lo que el cristiano hace por la fe agrada a Dios. En Marcos 12:41-44, el Señor alaba como una buena obra la ofrenda de una moneda pequeña que dio la viuda. Ante el mundo había hecho una obra sin importancia. También la obra más pequeña cuando fluye de la fe es una buena obra. No debemos considerar solamente las que tienen una apariencia grande y especial — una buena obra es todo lo que el cristiano hace por la fe, por ejemplo, cuando desempeña con fidelidad lo que su vocación exige. Una buena obra ante Dios es todo lo que el hijo de Dios hace por la fe.
c. Cuando hablamos de las buenas obras, en primer lugar pensamos en algo que se hace. Pero el cristiano también puede hacer buenas obras con palabras. Cuando Jonatán habló a favor de David con su padre Saúl, hizo una buena obra. Además, todo lo que el cristiano piensa motivado por la fe es una buena obra. Una buena obra es todo lo que el hijo de Dios hace, habla o piensa debido a su fe en el Salvador.
d. Sólo Dios nos puede decir cuáles son las obras que él quiere que hagamos. Él es el Señor y nosotros sus siervos. Y Dios efectivamente nos ha declarado cuáles obras le agradan en los diez mandamientos, en donde Dios nos muestra qué debemos hacer y dejar de hacer. Cuando hablamos, pensamos y tratamos según los diez mandamientos, entonces hacemos buenas obras. Toda obra escogida por uno mismo, por la cual pensamos servir a Dios, como por ejemplo entrar a un monasterio, practicar ayunos, etc., como sucede en la iglesia romana, no son buenas. En vano sirven al Señor con los mandamientos de hombres Mateo 15:9. Una buena obra es todo lo que el hijo de Dios hace, habla o piensa conforme a los mandamientos de Dios.
e. Todavía hay algo a que tenemos que dirigir nuestra atención. El apóstol nos dice que todo lo que hagamos, aún comer y beber, lo hagamos para la gloria de Dios. 1 Corintios 10:31. Sólo las obras que hacemos para honrar a Dios son buenas. Así como los hijos honran a su padre cuando llevan una vida honorable, debemos dejar brillar nuestra luz delante de los hombres, para que vean nuestras buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre en el cielo. (Mateo 5:16). Y finalmente nos dice la Sagrada Escritura que debemos ayudarnos unos a otros con los dones que hemos recibido, 1 Pedro 4:10, y hacer todo para el servicio del prójimo. Solamente son buenas obras las que hacemos con el objeto de ayudar y hacer el bien al prójimo. Éstas tienen que venir del amor hacia Dios y al prójimo. No son buenas las que uno hace para ser visto por la gente, para buscar la gloria, o para que nos paguen otra vez, recibir un premio, merecer con ellas el cielo, etc. Ante Dios, una buena obra es todo lo que el hijo de Dios hace en fe según los diez mandamientos, para la gloria de Dios y para el servicio del prójimo.
En conclusión, recordemos que el Espíritu Santo también obra en nosotros la santificación sólo mediante el evangelio. Si debemos crecer en ella, no debemos menospreciar los medios de gracia, sino usarlos diligentemente.
“El Espíritu Santo me ha
guardado mediante la verdadera fe.”
Introducción: Confesamos en nuestro catecismo que el Espíritu Santo ha hecho todavía otra obra en nosotros: Nos ha guardado en la fe. Esto también es de evidente importancia.
1. Veamos en qué consiste esta obra del Espíritu Santo. Pregunta 164.
a. Así confiesa el cristiano: El Espíritu Santo me ha guardado, me ha conservado en la verdadera fe en Cristo. Con eso el cristiano está diciendo: El hecho de que todavía estoy en la verdadera fe, que confío en Cristo y su mérito, se debe a que el Espíritu Santo ha obrado esto en mí. También esta obra es muy necesaria. El Espíritu Santo nos ha traído a la fe. Pero no es suficiente para la salvación el que hayamos llegado a la fe. Tenemos que permanecer también en la verdadera fe hasta el fin. Solamente entonces seremos salvos. (Mateo 24:13.) ¿Pero podemos hacerlo por nosotros mismos, una vez que el Espíritu Santo nos ha traído a la fe? El que depende de su propio poder, pronto pierde su fe. Podemos pensar en Pedro, quien vergonzosamente negó al Señor al confiar en sí mismo. Hemos oído que todavía tenemos nuestra carne que siempre quiere lo malo, que tenemos poderosos enemigos que quieren robarnos la fe, el diablo, que anda alrededor como un león rugiente (1 Pedro 5:8), y el mundo. Nuestros enemigos son poderosos, y nosotros muy débiles para poder resistirlos. Si tuviéramos que conservarnos nosotros mismos, pronto perderíamos la fe.
b. Pero el Espíritu Santo es el que nos protege. Dios nos lo ha prometido en su palabra. Filipenses 1:6. Debemos tener la segura confianza de que él que ha comenzado en nosotros la buena obra de la fe en Cristo, también la llevará a la perfección, y lo hará hasta el día de Jesucristo, o sea, hasta el día final cuando venga de nuevo el Señor para el juicio. Nos preserva en la fe hasta el fin. No por nuestra fuerza, sino por el poder de Dios seremos guardados mediante la fe para la salvación. 1 Pedro 1:5.
c. El evangelio es el medio por el cual el Espíritu Santo nos guarda en la fe, enseñándonos y guiándonos en toda verdad, revelándonos a Cristo. (Juan 16:13-14.) Mediante la palabra del Espíritu Santo conocemos mejor y más plenamente a Cristo y su gracia, y así nos guarda en la verdadera fe contra toda falsa doctrina. El es nuestro Consolador y Abogado (Juan 16:7), que está con nosotros en toda necesidad, nos da poder contra todas las tentaciones y pruebas de nuestros enemigos y así nos guarda en la verdadera fe contra todos ellos. — Pero si el Espíritu Santo va a llevar a cabo su obra en nosotros, debemos utilizar diligentemente también este medio, la palabra de Dios, el evangelio, y leer, oír y aprenderlo con diligencia.
El Espíritu Santo es el que nos guarda en la fe hasta el fin. Él nos guarda y nos lleva a la salvación. La obra de la conversión y de salvar al pobre pecador, luego, es totalmente, de principio a fin, la obra del Espíritu Santo, una obra de la gracia de Dios. Aquí los hombres no podemos atribuir nada a nosotros mismos, a nuestras obras. Toda la gloria y todo honor, y todas las acciones de gracias pertenecen solamente a Dios. Sin embargo, no todos serán salvos. ¿Por qué será esto?
2. Luego vemos por qué no todos los hombres serán salvos. Pregunta 166, 167.
Confesamos en el tercer artículo que el Espíritu Santo me ha llamado, iluminado, santificado y guardado. Es especialmente porque el Espíritu Santo ha hecho esto en mí y seguirá haciéndolo hasta el fin que creo o confío personalmente. Cada individuo tiene que creer si va a ser salvo. Pero con eso no queremos decir que solamente yo he experimentado esta obra del Espíritu Santo en mi corazón. Cada cristiano tiene que confesar lo mismo. Seguimos diciendo en el tercer artículo que el Espíritu Santo llama, congrega, ilumina, santifica y guarda en la verdadera fe en Jesucristo a toda la cristiandad en la tierra. Dondequiera que haya en la tierra un verdadero cristiano, él ha experimentado esta obra del Espíritu Santo. Pero cuando miramos alrededor, vemos que no todos los hombres son cristianos ni se salvan, ni siquiera todos los que oyen la palabra de Dios. La Sagrada Escritura nos dice más bien que muy pocos se salvarán. ¿Por qué?
a. Contestamos con la Escritura: eso no viene de Dios como si él no quisiera la salvación de todos los hombres. Al contrario, la Biblia nos dice que Dios quiere salvarlos a todos sin excepción. 1 Timoteo 2:4. El Señor no quiere que ninguno perezca. 2 Pedro 3:9. Y Dios real y seriamente quiere esto. Por eso jura por sí mismo que él no tiene ningún placer en la muerte de los impíos. Ezequiel 33:11. — Y Dios también ha demostrado que quiere seriamente que todos los hombres sean salvos. Ha mandado a su Hijo Jesucristo a este mundo, y esto para todos los hombres. (Juan 3:16.) Cristo ha llevado los pecados de todos (1 Juan 2:1-2; Juan 1:29), también ha comprado a los que no serán salvos (2 Pedro 2:1). — Dios también ha mandado que estas alegres noticias de Cristo, el evangelio, sean predicadas a todos los hombres. (Marcos 16:15-16.) Por medio de esta predicación el Espíritu Santo llama a todos los que oyen la palabra, y quiere hacer su obra en ellos. Mateo 22:14. Así Dios hace todo para salvar a los hombres. No es su culpa si los hombres se pierden. Es contrario a la palabra de Dios cuando la iglesia reformada enseña que Dios no quiere salvar a todos los hombres.
b. Pero, ¿por qué no todos los hombres serán salvos, cuando Dios tan seriamente quiere salvarlos y ha hecho todo para su salvación? Esto nos lo dice con toda claridad Mateo 23:37. Allí el Señor se queja, lamenta sobre Jerusalén, y testifica que él había hecho todo para esta ciudad, para este pueblo. Pero los habitantes de Jerusalén no habían querido. Por eso tanta gente no será salva, porque no quiere. Muchos no oyen ni utilizan la palabra de Dios. O cuando lo hacen, tercamente se oponen a la obra del Espíritu Santo, Hechos 7:51. Otros, si han llegado a la fe, caen otra vez, como Judas, y prefieren el mundo. Por su propia culpa van a la perdición. — Por un lado, el que una persona se convierta y se salve se debe sólo a la gracia de Dios. El hombre no ha hecho absolutamente nada. Sin embargo, por otro lado, únicamente por la culpa del hombre éste se pierde. No quería convertirse. Es cierto que no podemos comprender cómo estas cosas puedan armonizarse, pero tenemos que mantener firmes ambas cosas, porque es lo que dice la Sagrada Escritura. Oseas 13:9.
CONCLUSIÓN: Así hemos tratado la obra que el Espíritu Santo hace en cada alma individual para hacerla salva, y por motivo de la cual se llama el Espíritu Santo. Cuando afirmamos: “Creo en el Espíritu Santo”, queremos decir: pongo mi confianza en que Dios el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado con sus dones, me ha santificado y guardado en la verdadera fe. (“Así, pues, aprende a entender este artículo de la manera más clara posible. Si se pregunta: ¿qué quieres decir con las palabras: Creo en el Espíritu Santo?, puedes responder: Creo que el Espíritu Santo me santifica, como su nombre ya indica.” (Catecismo Mayor, Credo, # 40)
“Creo en la santa iglesia cristiana, la comunión de los santos.”
Introducción: Hemos hablado de la obra que el Espíritu Santo ha hecho en mí. Pero lo que en su gracia ha hecho a mí, también lo hizo a muchas otras personas, a todos aquellos que son verdaderos cristianos. Incluimos a todos los cristianos ahora bajo el nombre: La iglesia cristiana. Por eso el tercer artículo sigue diciendo: “Creo en la santa iglesia cristiana, la comunión de los santos”, y Lutero interpreta estas palabras de esta forma: “Del mismo modo que él llama, congrega, ilumina y santifica a toda la cristiandad en la tierra y en Jesucristo la conserva en la única y verdadera fe.” Ahora tenemos que hablar más acerca de la santa iglesia cristiana.
1. Aprendemos de nuestro catecismo qué es la iglesia. Pregunta 168.
a. Decimos que creemos en la iglesia. Con la palabra “iglesia” entendemos comúnmente los edificios en los cuales los cristianos nos acostumbramos congregarnos para el culto. Esto no es lo que significa aquí cuando decimos: Creo en la iglesia. Nuestro catecismo mismo nos explica la palabra cuando agrega: “la comunión de los santos”. La palabra “iglesia” aquí significa lo mismo que congregación. — ¿Pero qué es ésta? Hablamos de congregaciones tales como la Santa Cruz, la Santa Trinidad, de esta y aquella congregación, con lo cual entendemos un número mayor o menor de gente que ha llamado a un pastor y escucha junta la palabra de Dios. Toda esta gente en su totalidad forma una congregación, una asamblea. Y se llaman una comunión, porque tienen muchos bienes y muchos deberes en común. Una congregación o comunión es una asamblea cuyos miembros tienen mucho en común.
b. ¿Qué clase de gente forma esta comunión que llamamos la santa iglesia cristiana? El tercer artículo llama la iglesia la comunión de los santos, porque está conformada de santos. Podemos fácilmente entender quiénes son estos santos de lo que ya hemos aprendido en el tercer artículo. La obra del Espíritu Santo es hacer santos. Todos aquellos en quienes el Espíritu Santo ha llevado a cabo su obra, a quienes él ha llamado mediante el evangelio y ha iluminado y sigue santificándolos y los guarda en la verdadera fe, toda esta gente son los santos. El Espíritu Santo congrega a todos ellos en la iglesia cristiana. —Hace a pobres pecadores santos al traerlos a la fe en Cristo y darles la justicia de Cristo. Los santos son los verdaderos cristianos, los cuales forman esta comunión. La iglesia luego es la asamblea de todos ellos, o de toda la cristiandad en la tierra, como lo dice Lutero. Un hombre se hace un cristiano por medio de la fe en Cristo. Los santos son los creyentes. Así la iglesia es la comunión o la totalidad de todos los creyentes. Llamamos a la iglesia toda la cristiandad en la tierra. Con eso no entendemos la totalidad de los creyentes en nuestra ciudad o en otra o en un país, sino todos los cristianos en el mundo entero. Todos juntos forman la iglesia. Todos los creyentes pertenecen a ella. — La iglesia es la totalidad de los creyentes. El que no es un cristiano, que no ha sido llevado a la fe en Cristo por el Espíritu Santo, tampoco es miembro de esta iglesia. Solamente los creyentes pertenecen a ella. Así ésta es la iglesia: la comunión de los santos, o toda la cristiandad en la tierra, es decir, es la totalidad de los creyentes. — El hecho de que todos los cristianos en la tierra, aunque estén todavía esparcidos, forman una comunión lo dice la palabra de Dios. Especialmente Efesios 2:19-22 habla de la iglesia. Allí se dice que los cristianos son conciudadanos de los santos, y forman una ciudad, una totalidad o comunión, que es la de los santos. Además son miembros de la familia de Dios. Forman una gran familia, en la cual Dios es el Padre, y todos los cristianos son hermanos y hermanas. Todos están íntimamente ligados. Finalmente el apóstol compara la iglesia con un templo santo, que está edificado sobre el fundamento de los apóstoles y profetas. Los cristianos están tan íntimamente unidos como las piedras de un edificio.
c. Nuestro catecismo dice acerca de la iglesia, o de toda la cristiandad en la tierra, que el Espíritu Santo la llama, congrega, ilumina, santifica y conserva. Así es el Espíritu Santo que edifica esta iglesia, que reúne esta comunión. Lo hace por medio de la predicación del evangelio. Comenzó esta obra en la primera fiesta de Pentecostés, cuando Pedro, lleno del Espíritu Santo, hizo su primera predicación y tres mil almas fueron agregadas a la iglesia del Señor. Hechos 2. Desde ese tiempo la predicación del evangelio se ha extendido en el mundo entero. De esta manera el Espíritu Santo llama a los hombres a Cristo, los ilumina y los lleva a la fe, los une a Cristo por medio de la fe de la manera más íntima y así congrega su iglesia y la santifica y la conserva con Cristo en la única verdadera fe, y finalmente la lleva a la vida eterna. (“Creo que existe en la tierra un santo grupo reducido y una santa comunidad que se compone de puros santos bajo una cabeza única que es Cristo, convocada por el Espíritu Santo, en una misma fe, en el mismo sentido, y en la misma comprensión, con diferentes dones, pero estando unánimes en el amor sin sectas, ni división... Por lo tanto, el Espíritu Santo permanecerá con la santa comunidad o cristiandad hasta el día del juicio final, por la cual nos buscará, y se servirá de ella para dirigir y practicar la palabra, mediante la cual hace y multiplica la santificación, de modo que la cristiandad crezca y se fortalezca diariamente en la fe y sus frutos que él produce.” (Catecismo Mayor, Credo, # 51, 53.)
2. Además oímos cuáles son las características de esta iglesia. Pregunta 169-172.
a. Confesamos acerca de la iglesia cristiana que creemos en ella. Creemos que hay una santa iglesia cristiana. — Tenemos que creer. No podemos ver esta santa iglesia cristiana, la totalidad de los creyentes. La iglesia de Cristo es invisible. Lucas 17:20-21. El reino de Dios es la iglesia. Este reino de Dios está dentro de los corazones de los hombres. Solamente los cristianos creyentes pertenecen a la iglesia. Pero la fe es algo que está en el corazón. Solamente Dios puede ver el corazón, sólo él conoce a los suyos. 2 Timoteo 2:19. Él también conoce su iglesia. Para él es visible. Los humanos no podemos ver dentro del corazón de nadie. Podemos ser engañados por una apariencia cristiana. No podemos estar absolutamente seguros si alguien cree. Así no podemos saber con certeza quién pertenece a la santa iglesia cristiana. Para nosotros la iglesia es invisible. Solamente en el día final será revelada por Dios.
La iglesia de Cristo es un reino invisible. Sin embargo, creemos que siempre existe en la tierra. Y no es solamente una opinión humana sino una creencia absolutamente cierta, que está fundada en la Escritura. Cristo nos ha prometido que ni las puertas del infierno pueden prevalecer contra su iglesia. Mateo 16:18. La iglesia de Cristo, conforme a esta promesa, permanecerá en la tierra hasta el día final. Es cierto que ha habido tiempos, y todavía hay lugares, en donde la iglesia de Cristo está muy presionada por sus enemigos. Un ejemplo es 1 Reyes 19:8-18. Sin embargo, podemos estar seguros de que la iglesia permanece aún en medio de la mayor aflicción. El Espíritu Santo, por medio de la predicación del evangelio, siempre sigue haciendo nuevos miembros de ella. Por tanto confesamos: Yo creo en la iglesia, porque la iglesia es invisible, y porque estamos seguros al mismo tiempo de base de la Escritura, que el Espíritu Santo siempre reúne y conserva su iglesia.
b. Además decimos: Creo en una iglesia. Estoy seguro que solamente hay una. Hemos aprendido que todos los cristianos creyentes, en dondequiera que estén, toda la cristiandad de la tierra, pertenecen a esta iglesia. Luego ésta puede ser solamente una y sus miembros están estrecha e íntimamente unidos unos con otros. Efesios 4:3-6. Forman un cuerpo espiritual del Señor, del cual Cristo mismo es la cabeza. Tienen solamente un Señor, una fe, un bautismo, un Dios. Como miembros de un cuerpo, sin embargo, los cristianos deben esforzarse por mantener entre ellos la unidad en el vínculo de la paz. Confesamos que hay una iglesia porque todos los creyentes forman un cuerpo espiritual, del cual la única cabeza es Cristo.
c. Además decimos: Creo en una santa iglesia. Ella es la comunión o comunidad de los santos. Seguramente no debemos entender con “los santos” gente que esté sin pecado. De otro modo no habría ninguna iglesia en la tierra. La iglesia es santificada por medio de Cristo. Efesios 5:25-27. Él la ha santificado al entregarse por ella. Por medio de su muerte ha ganado para ella el perdón de los pecados. Dios ha dado y ofrecido este mérito, esta justicia de Cristo, por el lavamiento del agua por la palabra, por medio del santo bautismo y del evangelio, y los creyentes se han aferrado y apropiado de ella por la fe. La iglesia se llama santa porque los creyentes son santificados por medio de la fe en Cristo. — El Espíritu Santo santifica a los cristianos en la verdadera fe, produce en ellos buenas obras. Los creyentes sirven a Dios con obras santas. La iglesia también se llama santa porque sus miembros sirven a Dios con obras santas.
d. Creemos en una santa iglesia cristiana. La razón por la cual la llamamos cristiana se puede definir de base de 1 Corintios 3:11. Cristo es el fundamento de la iglesia. Está edificada sobre él. Nadie puede poner otro fundamento. El es el único. Por eso el apóstol también dice que la iglesia está edificada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, y que Cristo es la principal piedra del ángulo. Efesios 2:19-22. El fundamento de los apóstoles y los profetas es la palabra que ellos hablaron y escribieron guiados por el Espíritu Santo, la palabra de Dios, el evangelio. Por medio de esta palabra los hombres se hacen cristianos; la iglesia se edifica por medio de la predicación del evangelio. El verdadero contenido del evangelio es Cristo, su sufrimiento y muerte como nuestro substituto. Así Cristo es el único fundamento sobre el cual está fundada la iglesia, y por eso se llama la iglesia cristiana.
3. Además oímos en dónde se encuentra la santa iglesia cristiana. Pregunta 173, 174.
a. La iglesia cristiana es, como hemos aprendido, invisible. Sin embargo, está en el mundo y sabemos en dónde encontrarla. Tampoco podemos ver, por ejemplo, el viento, pero cuando las hojas se mueven en las ramas, sabemos que sopla. Reconocemos la presencia de éste por sus efectos. Así hay indicios por los cuales podemos saber en dónde está la iglesia. ¿Cuál es este indicio? Sabemos que los miembros de la iglesia son los creyentes. Una persona se hace miembro de la iglesia por medio de la fe en Cristo. La iglesia solamente está presente en donde hay cristianos creyentes. Pero solamente el Espíritu Santo obra la fe en nosotros, y lo hace por medio de la palabra divina, el evangelio. En donde no está la palabra de Dios, el evangelio, donde no se utiliza, se lee, se oye, ni se predica el evangelio, ningún hombre puede llegar a la fe, no hay creyentes, no hay iglesia. Así la iglesia cristiana se encuentra solamente en donde se lee y se oye la palabra, en donde se usa el evangelio.
b. En donde no está el evangelio, tampoco se encuentra la iglesia. ¿Pero cuál es la situación en donde se predica el evangelio? Allí el Espíritu Santo obra por medio de él. Por la predicación del evangelio el Espíritu Santo trae a los hombres a la fe en Cristo. Y eso siempre sucede cuando se utiliza el evangelio. Tenemos la promesa de Dios en cuanto a esto. Isaías 55:10,11. La lluvia y la nieve no caen del cielo en vano, sino hacen germinar y producir la tierra. Así es también con la palabra de Dios: según su promesa no será predicada en vano. No se queda sin fruto. En donde se predica el evangelio, algunos hombres a través de estas palabras llegan a creer en Cristo, allí habrá creyentes, estará presente la iglesia cristiana. Así la predicación del evangelio es la segura marca de que allí se encuentra la iglesia. La iglesia de Cristo en todo caso existe solamente en donde el evangelio de Cristo se predica, pero al mismo tiempo seguramente se encuentra allí.
c. Por medio del evangelio el Espíritu Santo trae a los hombres a la fe en Cristo y los hace miembros de la verdadera iglesia y los conserva en ella. Por eso también Dios ha mandado a sus creyentes que en dondequiera que se encuentren algunos cristianos, que confiesan su fe en Cristo, deben reunirse y preocuparse de que se predique públicamente la palabra de Dios y que sea escuchada por la gente. Los cristianos de cierto lugar y sus alrededores se reúnen para oír la predicación de la palabra divina . Y esta asamblea que vive en determinado lugar, que se reúne para confesar su fe en Cristo y establece la predicación de la palabra divina, la Sagrada Escritura también la llama una congregación o iglesia. Así se habla de las iglesias en Corinto, en Efeso, etc. Con eso quiere decir todos los que en Efeso confesaban la fe en Cristo y celebraban cultos con la predicación de la palabra. De igual manera, todavía hay muchas de tales congregaciones e iglesias. La gente que se adhiere a la palabra de Dios puede distinguirse de otra gente; se puede ver quiénes son los que confiesan a Cristo. Así hablamos de iglesias o congregaciones visibles. Con una iglesia visible entendemos la totalidad de los que confiesan su fe cristiana y se adhieren a la palabra de Dios. — Cuando vemos estas comunidades eclesiásticas externas, la experiencia diaria nos enseña que desafortunadamente no todos aquellos que se adhieren a la palabra de Dios son verdaderos cristianos creyentes. Hay muchos entre ellos que solamente se relacionan o se presentan externamente como cristianos y sin embargo no tienen la verdadera fe. A tales personas las llamamos hipócritas. De manera que la iglesia de Cristo externamente en este mundo se presenta de tal forma, que en las congregaciones visibles, al lado de los verdaderos cristianos siempre se encuentran también hipócritas. La palabra de Dios también nos enseña esto. Especialmente el Señor Jesucristo nos lo muestra por medio de muchas parábolas, así por ejemplo Mateo 13:47-48. Estos hipócritas realmente no pertenecen a la iglesia, la cual consiste solamente de los cristianos que realmente creen, pero están entre el número de aquellos que se adhieren a la palabra de Dios, y por causa de los verdaderos creyentes tal agrupación se llama y es una iglesia.
d. Hemos aprendido que solamente hay una santa iglesia cristiana. Pero la iglesia no se presenta con esta apariencia. Cuando miramos la totalidad de los que externamente se adhieren a la palabra de Dios, vemos que está dividida en muchas comuniones eclesiásticas. (Aquí se pueden mencionar las principales confesiones.) En todas estas comunidades todavía hay algunas partes esenciales de la palabra de Dios, todavía existe el verdadero bautismo, por tanto en todas estas comunidades existen todavía verdaderos cristianos creyentes. Por eso llamamos a todas ellas iglesias. Sin embargo, no todas estas comunidades eclesiásticas son iguales. Tenemos que preguntarnos cuál será la verdadera iglesia visible. También acerca de esto la palabra de Dios no nos deja en duda. El Señor dio a sus discípulos la comisión de enseñar a las naciones todo lo que él les ha mandado. Por lo tanto los cristianos no deben enseñar solamente algunas partes de lo que el Señor ha dicho en su palabra, y predicar además de eso doctrinas humanas y sabiduría humana, sino deben enseñar sólo lo que el Señor ha mandado, y al mismo tiempo todo lo que él ha ordenado. Solamente en la palabra de Dios encontramos lo que el Señor ha mandado. Únicamente aquélla es la verdadera iglesia visible que proclama solamente la palabra de Dios, y al mismo tiempo toda la palabra de Dios. Así que la verdadera iglesia visible es la totalidad de los que tienen en su pureza las doctrinas de la palabra de Dios en todas sus partes. — A la palabra de Dios pertenecen también los sacramentos, el bautismo y la Santa Cena. También en conexión con los sacramentos la iglesia debe enseñar todo. Debe celebrarlos en la forma en que Cristo los instituyó. La verdadera iglesia visible es aquella en la cual los sacramentos se celebran conforme a la institución de Cristo. Nuestra iglesia evangélica luterana es una iglesia de esta clase. (Aquí se podría introducir una breve presentación en la cual se señalaría la manera en que las principales comunidades eclesiásticas se han apartado de la palabra de Dios.)
4. Hemos tratado la doctrina de la iglesia, pero ahora tenemos que utilizar correctamente esta doctrina. Por eso preguntamos ahora: ¿Cómo utilizamos correctamente la doctrina de la iglesia? Pregunta 175.
a. Hemos aprendido que hay solamente una santa iglesia cristiana, la comunión de los santos. Sólo los creyentes, pero al mismo tiempo todos los creyentes, pertenecen a ella. Únicamente seremos salvos mediante la verdadera fe en Cristo. Por lo tanto, sólo serán salvos aquellos que por medio de la fe pertenecen a la iglesia invisible y son sus miembros. Fuera de esta iglesia no hay salvación. Si queremos ser salvos, debemos con toda diligencia dar atención o preocuparnos de ser miembros de la iglesia invisible. Pero no nos ayudará en nada que en un tiempo hayamos sido miembros de esta iglesia, si más tarde nos apartamos de ella. También debemos cuidar para que permanezcamos siendo miembros de la iglesia invisible. Quedaremos como tales solamente por medio de la fe en Cristo. Por eso el apóstol nos amonesta a probarnos a nosotros mismos para ver si estamos en la fe. 2 Corintios 13:5. Si estamos en la fe en Cristo, somos miembros también de la iglesia invisible. Utilizamos correctamente la doctrina de la iglesia cuando sobre todo nos preocupamos por ser y seguir siendo miembros de la iglesia invisible.
b. Por lo tanto es esencial que estemos en la verdadera fe para así ser miembros de la iglesia invisible. La fe no es nuestra propia obra, sino del Espíritu Santo, que crea la fe en nosotros solamente por medio de la palabra de Dios. Si se nos quita la palabra de Dios, la fe tendrá que desaparecer; si se falsifica la palabra, la fe estará en peligro y será amenazada. Si queremos permanecer en la fe, tenemos que preocuparnos sobre todo por guardar la palabra del Señor en una forma pura y sana. La palabra de Dios será enseñada en su pureza solamente en una verdadera iglesia visible. Si queremos seguir siendo miembros de la iglesia invisible, debemos dar atención a que también pertenezcamos a una verdadera iglesia visible, tal como la iglesia evangélica luterana, porque confiesa la palabra en su pureza. El Señor explícitamente nos ha mandado esto. Juan 8:31-32. Seremos sus verdaderos discípulos si guardamos o permanecemos en su palabra. Encontramos su palabra en la Escritura. Solamente si nos quedamos con la verdadera doctrina de la Escritura seremos verdaderos discípulos de Cristo. — Debemos adherirnos a la verdadera iglesia visible. ¿Cómo hacemos esto? Al oír en esta iglesia la palabra de Dios, y utilizar los sacramentos. — Dios ha establecido la ordenanza de que los que predican el evangelio deben ser sostenidos en sus necesidades de la vida diaria por los que son instruidos por ellos. 1 Corintios 9:14. Nos adherimos a la verdadera iglesia visible cuando con nuestros medios materiales según nuestras posibilidades sostenemos el oficio de la predicación en nuestro medio, cuando según nuestras fuerzas apoyamos el establecimiento de esta institución. Cristo ha mandado a sus discípulos que su palabra se predique y su iglesia se extienda en el mundo entero. Mateo 28:29. Nos adherimos a la verdadera iglesia visible cuando ayudamos según nuestras posibilidades para su extensión.
c. Para que nos quedemos como miembros de la verdadera iglesia invisible, debemos pertenecer a una verdadera iglesia visible, y por tanto apartarnos de toda iglesia falsa. En estas iglesias la palabra de Dios no se proclama puramente en todas sus partes, y eso pone en peligro nuestra fe. Por eso nos advierte el Señor tan seriamente contra todo falso profeta e iglesia. Mateo 7:15, 1 Juan 4:1; Romanos 16:17. — Debemos evitar las iglesias que enseñan falsa doctrina, no escuchar en ellas la palabra de Dios ni participar en sus sacramentos, no cooperar para mantenerlas y extenderlas.
“Creo en el perdón de los
pecados.”
Introducción: Ya hemos aprendido en el tercer artículo lo que el Espíritu Santo ha hecho y sigue haciendo en cada cristiano individual para llevarlo a la fe en Cristo y hacerlo salvo. Además hemos oído que el Espíritu Santo también reúne a los cristianos en la comunión de los santos, en la verdadera iglesia cristiana. Ahora el tercer artículo además dice cuáles son los beneficios que el Espíritu Santo distribuye en la cristiandad, en su congregación e iglesia. Se nombran tres beneficios. Aquí en la tierra el Espíritu Santo regala a los creyentes el perdón de los pecados y por medio de la resurrección de la carne nos lleva a la perfección de la vida eterna. Seguimos para hablar del perdón de los pecados.
1. Decimos en nuestro Credo: “Creo en el perdón de los pecados”, y Lutero interpreta estas palabras en esta forma: “En esta cristiandad él nos perdona todos los pecados a mí y a todos los fieles diariamente con gran misericordia.” ¿Por qué decimos: “Creo en el perdón de los pecados”? Pregunta 176.
a. Los humanos somos todos pecadores sin excepción. Hemos violado los mandamientos de Dios. Pero Dios se ofende con el pecado. Como pecadores no podemos estar en pie delante de él. Si queremos estar en presencia de Dios, tenemos que estar liberados de nuestros pecados, sin embargo nosotros mismos no podemos hacer satisfacción por nuestros pecados. No podemos pagar la deuda que le debemos a Dios. (Mateo 18:23,24). Si él tomara en cuenta nuestros pecados, no podríamos mantenernos delante de él, Salmo 130:3, estaríamos perdidos. Si vamos a estar libres de ellos, tienen que ser perdonados. — Y Dios es el que tiene que hacerlo. Marcos 2:l7. Hemos pecado contra él, hemos violado sus mandatos, es a él a quien debemos el cumplimiento de ellos, así que solamente Dios puede perdonar los pecados y quitar la culpa.
b. Y ahora confesamos que creemos en el perdón de los pecados, que Dios los perdona. Lo creemos. Pero no es una mera opinión humana, una esperanza incierta, sino una confianza segura. Nuestra fe se basa en la Escritura. Ésta nos asegura que Dios con abundancia y a diario nos perdona todos nuestros pecados. Lo dice expresamente el Salmo 130:4. Y Dios nos perdona todos los pecados, como nos asegura el Salmo 103:2-3. Eso vale sean grandes o pequeños, sean pecados en pensamiento, palabra u obra; no hay ningún pecado demasiado grande para que Dios no quiera perdonarlo. — Y lo hace diariamente. Desafortunadamente pecamos cada día y merecemos sólo el castigo. Pero a diario, tan frecuentemente como se lo pidamos, Dios nos da de nuevo el perdón de los pecados. No se cansa de hacerlo, sino perdona los pecados en abundancia. Es necesario para nosotros que sea así, porque diariamente pecamos mucho. Ni nos damos cuenta de tantas veces que caemos. Así Dios es abundante en perdonar, cancelando toda nuestra gran culpa. (Mateo 18:23 y 24.) — Y hace esto en la cristiandad. Recibimos el perdón de los pecados solamente por medio de la palabra de Dios. Sólo en el evangelio se nos dice que Dios nos perdonará nuestros pecados. La palabra de Dios, el evangelio, sin embargo, se proclama solamente en la cristiandad, en la iglesia. Por lo tanto, únicamente en la cristiandad tenemos el perdón de los pecados. “A continuación, creemos que en la cristiandad tenemos la remisión de pecados, lo que ocurre mediante los santos sacramentos, y la absolución, así como mediante múltiples palabras consolatorias de todo el evangelio… Por esta razón, en la cristiandad ha sido todo ordenado, de manera que se busque cada día pura y simplemente la remisión de pecados por la palabra y los signos para consolar y animar nuestra conciencia mientras vivamos. Así el Espíritu Santo obra de modo que, aunque tengamos pecado, no nos puede dañar, porque estamos en la cristiandad, donde no hay sino remisión de pecados, bajo dos formas: Dios nos perdona y nosotros nos perdonamos mutuamente, nos soportamos y auxiliamos. Sin embargo, fuera de la cristiandad, donde no existe el evangelio tampoco hay perdón alguno, lo mismo que no puede haber santificación.” (Catecismo Mayor, Credo, # 54, 55, 56.) Los cristianos también diariamente debemos alabar y loar a Dios por este gran don que nos regala todos los días en la cristiandad, Salmo 103:2-3, y ciertamente también en esta forma, que ahora sencillamente tengamos a Dios en reverencia y siempre guardemos con más fidelidad sus mandatos, Salmo 130:4 (“Para que seas reverenciado”).
2. Todavía tenemos que aprender más acerca de este gran don de gracia, el perdón de los pecados. Así que preguntamos: ¿Qué significa que Dios perdona los pecados? Preguntas 176-179.
a. Aprendemos lo que significa especialmente en la parábola del Señor acerca del siervo malvado. (Mateo 18:23,24). Estamos en la misma posición ante Dios como este siervo malo. Tenemos una gran deuda contra nosotros que no podemos pagar. Hemos merecido con esto el castigo, la condenación; y el juicio está decretado. Pero el siervo pide paciencia a su señor, el cual le quita al siervo malvado el castigo y también la gran deuda que no pudo pagar. De igual modo Dios perdona los pecados. Nos quita el merecido castigo y cancela toda nuestra deuda. Ya no nos ve como pecadores. Si Dios tomara en cuenta nuestros pecados no podríamos mantenernos delante de él. Salmo 130:3. El que los perdone significa que no toma en cuenta nuestros pecados contra nosotros. — El que no tiene pecado es justo. Si Dios ya no los toma en cuenta, nos declara justos ante él, sin pecado a sus ojos. Son dos formas de decir la misma cosa, decir que Dios no toma en cuenta contra nosotros los pecados, o que Dios nos declara justos. Al perdonarnos nuestros pecados, nos declara justos, nos justifica. Y si Dios nos declara justos, nadie más puede acusarnos. Romanos 8:33. Comúnmente llamamos a este trato de Dios la justificación.
b. Cuando, en la parábola que hemos visto, el amo perdonó al siervo su culpa y le quitó el castigo, no tomó en cuenta algún mérito de parte de su siervo. Fue puramente la bondad del amo, la simpatía que tenía con el pobre hombre. Cuando Dios nos perdona nuestros pecados y nos declara justos, esto no se debe a nuestra obra y mérito — puesto que no tenemos ningún mérito para exhibir ante Dios — sino solamente a su misericordia o gracia. Tenemos el perdón de los pecados conforme a las riquezas de su gracia. Efesios 1:7. Somos justificados sin nuestro mérito de base de su gracia. (Romanos 3:24). Somos justificados solamente por la gracia.
c. Dios en su gracia nos perdona los pecados. Sin embargo todavía es santo. Tiene que castigar el pecado. ¿Cómo puede Dios perdonar los pecados? Eso lo vemos en 2 Corintios 5:19. Dios en Cristo ha reconciliado consigo al mundo. Ha enviado a su Hijo Jesucristo al mundo y lo ha hecho hombre. Hizo a este hombre Jesucristo, que no conoció pecado, a ser pecado, 2 Corintios 5:21. Puso sobre él todo nuestro pecado y lo castigó con su sufrimiento y muerte. Cristo hizo y sufrió todo lo que a nosotros nos tocaba. Ya que él lo ha hecho y así nos ha redimido por medio de su sangre, Dios ya no toma en cuenta al mundo su pecado. 2 Corintios 5:19. A los pecadores les atribuye más bien la justicia de Cristo. En él somos hechos justicia de Dios. 2 Corintios 5:21. Así en Cristo tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de los pecados. Efesios 1:7. Delante de Dios somos justos por medio de la redención que cumplió Jesucristo (Romanos 3:24). Así somos justos ante Dios solamente por causa de Cristo.
d. Cristo ganó para nosotros el perdón de los pecados, la justicia. ¿Pero cómo recibimos este gran beneficio? Nuestro catecismo dice que Dios nos perdona todos los pecados a mí y a todos los fieles. Los fieles o creyentes son los que reciben el perdón de los pecados por medio de la fe. — Con eso no decimos que Cristo ganó el perdón de los pecados solamente para los creyentes. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo. 2 Corintios 5:19. Cristo ha llevado los pecados del mundo y ha ganado el perdón para todos. Dios considera al mundo entero sin pecado, ya ha declarado al mundo entero justo por medio de la resurrección de Cristo. Este gran tesoro del perdón de los pecados está disponible para toda la humanidad. Y Dios ha establecido entre nosotros la palabra de la reconciliación, 2 Corintios 5:19, que es el evangelio. En el evangelio Dios distribuye el gran tesoro del perdón. Cuantas veces se predique el evangelio de Jesucristo y de su obra y sufrimiento, tantas veces este tesoro, el perdón de los pecados, por este medio se ofrece a todos los que lo oyen. Todos pueden recibir el perdón de los pecados. Pero si alguien va a poseer un tesoro que se le ofrece, tiene que aceptarlo. Si realmente queremos participar en el perdón de los pecados, tenemos que aceptarlo. Y eso sucede solamente cuando creemos que Cristo ha ganado el perdón de los pecados para nosotros y que Dios en su gracia nos da este perdón. Así fue con el pobre publicano, Lucas 18:9-14. Cuando él dependió en fe de la gracia de Dios, fue a su casa justificado. Igual fue el caso con Abraham. Creyó la promesa de Cristo, de su simiente, y su fe le fue contada por justicia. Por lo tanto no somos justificados por medio de nuestra obra o esfuerzo, sino solamente por medio de la fe en aquel que justifica a los impíos, Romanos 4:5, por medio de la fe en Cristo.
Esto es lo que nuestra iglesia confiesa en base a la Escritura acerca del perdón de los pecados o la justificación. Recibimos el perdón de los pecados y somos justos ante Dios no en base de nuestras obras, sino por gracia, por causa de Cristo, por medio de la fe. Enseñamos así especialmente en oposición a la iglesia romana, que maldice esta preciosa doctrina.
3. Preguntamos además si el creyente puede estar seguro del perdón de sus pecados, y con eso también seguro de su eterna salvación. Pregunta 180.
a. Hay una gran comunión eclesiástica que dice que un cristiano no puede, y no debe estar seguro del perdón de sus pecados y de su eterna salvación. Dicen que es atrevido e impío si un cristiano tiene esta certeza. Más bien debe pasar toda su vida preguntándose si tiene el perdón de los pecados y si será salvo. Otra vez esta comunión es la Iglesia Católica Romana.
b. Nuestra iglesia enseña de una manera muy distinta. Confesamos: Creo que Dios me perdona todos los pecados diariamente con gran misericordia. Y esta fe no es una opinión humana engañosa, sino una confianza segura y firme. Nuestra fe en el perdón de los pecados se basa no en nuestro esfuerzo y nuestras obras sino en la palabra de Dios. Dios nos ha prometido en su palabra que él perdonará todos los pecados a cada individuo que cree en Cristo, por gracia, por causa de Cristo. Dios es fiel, y lo que él promete lo cumple. (Salmo 33:4.) Ya que Dios lo ha prometido y su promesa está firme, puedo y debo estar seguro de que también yo tengo el perdón de los pecados. — Y la palabra de Dios nos dice aún más. Nos dice y promete que Dios también perfeccionará en nosotros la buena obra hasta el fin. (Filipenses 1:6.) También esta promesa es segura. Fundándonos en esta promesa podemos y debemos estar seguros de nuestra salvación y decir con el apóstol que Dios guardará nuestro depósito, 2 Timoteo 1:12, que nada puede separarnos del amor de Dios, Romanos 8:38-39. El cristiano que duda del perdón de sus pecados y de su salvación, duda de la palabra y la fidelidad de Dios.
CONCLUSIÓN: Pregunta 181. Hemos tratado de la doctrina de la justificación. Sobre todo tenemos que mantenernos firmes en esta doctrina. Es el artículo principal de la religión cristiana. Es el punto de división entre el cristianismo y toda religión falsa. Por medio de esta doctrina se da a Dios toda gloria y a los pobres pecadores se da un firme y seguro consuelo.
“Creo en la resurrección de la carne.”
Introducción: “Sin embargo, entre tanto, ya que ha comenzado la santificación y aumenta a diario, esperamos que nuestra carne sea matada y sepultada con toda su suciedad, resurja gloriosa y resucite para una santidad total y completa en una nueva vida eterna. Porque actualmente sólo en parte somos puros y santos, de modo que el Espíritu Santo siempre tiene que influir en nosotros por la palabra y distribuirnos diariamente el perdón de los pecados, hasta aquella vida en que ya no habrá más perdón, sino hombres enteramente puros y santos, llenos de piedad y de justicia, sacados y libertados del pecado, la muerte y toda desdicha, en cuerpo nuevo, inmortal y transfigurado. Mira, todo esto debe ser la acción y la obra del Espíritu Santo. En este mundo él comienza la santificación y la hace crecer diariamente por dos medios: la iglesia cristiana y el perdón de los pecados. Mas cuando nuestra carne se pudra, el Espíritu Santo la acabará en un momento y la mantendrá eternamente gracias a los dos últimos medios.” (Catecismo Mayor, Credo, #57-59.) Por tanto confesamos además: “Creo en la resurrección de la carne.”
1. ¿Qué es lo que confesamos con las palabras: “Creo en la resurrección de la carne”? Pregunta 182.
a. Creemos en la resurrección de la carne. Nuestro catecismo interpreta estas palabras así: “Y en el postrer día me resucitará a mí y a todos los muertos.” Con la resurrección de la carne entendemos que Dios algún día despertará al hombre, o sea, lo traerá a la vida otra vez. — Hablamos de la resurrección de la carne. La carne es nuestro cuerpo. Es especialmente nuestro cuerpo el que volverá a vivir. Nuestra alma es inmortal, nuestro cuerpo se muere y será sepultado y se pudrirá en el sepulcro. Pero Dios hará vivir de nuevo este cuerpo. Será el mismo que tuvimos aquí, que experimentó la muerte y el sepulcro, que se levantará otra vez y vivirá. En nuestra carne veremos a Dios, nuestros ojos lo verán. Job 19:25-27.
b. Decimos que creemos que hay una resurrección. No la podemos comprender y recibir con nuestra razón. De hecho, casi no hay artículo de la fe cristiana que parezca tan necio a nuestra razón como éste, que nuestros cuerpos, que se han deshecho, o tal vez se quemaron o las fieras las comieron, vuelvan a vivir. Desde hace tiempo los incrédulos e impíos se burlan principalmente de esta doctrina. Incluso en el tiempo de Cristo los saduceos no aceptaron la resurrección de los muertos (Mateo 22:23; Hechos 23:8.) Algunos de los gentiles comenzaron a burlarse cuando oyeron a Pablo en Atenas hablar de la resurrección de los muertos. (Hechos 17:32.) Sucede lo mismo en nuestros días. (Se puede tomar ocasión aquí para referirse a la costumbre de incinerar el cuerpo de parte de los incrédulos modernos, que sobre todo lo hacen para protestar contra la esperanza cristiana de la resurrección.) — Pero aunque no podemos comprender con nuestra razón cómo es posible que nuestro cuerpo vuelva a vivir, sin embargo lo creemos firme y confiadamente: “La carne volverá a vivir.” Creemos en nuestra resurrección en base a la Escritura. La palabra de Dios nos dice que el Señor algún día despertará a todos los muertos, los resucitará. Juan 5:28; Daniel 2:12. — Y él que nos dice esto es el Dios todopoderoso. Nada es imposible para él; puede hacer mucho más de lo que nosotros sabemos y entendemos. El Señor Jesucristo resucitó a muertos cuando él estaba visiblemente aquí en la tierra. Dio a sus profetas y apóstoles el poder de hacerlo. Y sobre todo el Señor Jesucristo mismo resucitó de los muertos, y con eso ha probado que él es más fuerte que la muerte. Él ahora es hecho primicias de los que durmieron; es decir, la resurrección ha comenzado con su resurrección, la cual nos asegura nuestra resurrección. (1 Corintios 15:20.) Así podemos decir con Job: “Yo sé que mi Redentor vive”, y por eso también agregamos: “Al fin se levantará sobre el polvo.” Con esta fe ninguna burla del mundo puede llevarnos al error.
2. Además vemos en cuáles circunstancias sucederá la resurrección de la carne. Pregunta 183.
a. Nuestro catecismo nos dice que Dios levantará a los muertos en el día final, en el postrer día. La Sagrada Escritura nos lo dice con toda claridad. (Juan 6:40 y 54.) En el día final, cuando el Señor Jesucristo vuelva para el juicio, llegará la hora en que los que han estado en los sepulcros oirán su voz y saldrán vivos. Juan 5:28-29. En ese día resucitarán los muertos, y no habrá un gran número resucitado que reine con Cristo por mil años antes del día final como enseñan los que sueñan con un reinado de Dios de mil años aquí en la tierra.
b. En el día final el Señor me resucitará a mí y a todos los muertos. Lo principal es que cada cristiano dependa con toda seguridad de que el Señor precisamente a él lo despertará para la vida eterna. Pero no solamente a mí, el Señor levantará a todos los muertos. La Escritura también lo dice con toda claridad. Daniel 12:2; Juan 5:28,29. Todos resucitarán, sean jóvenes o viejos, altos o humildes, ricos o pobres, piadosos o impíos.
c. Todos los muertos resucitarán en el día final, inclusive los impíos, pero luego habrá una gran división entre piadosos e impíos, entre creyentes e incrédulos. En Daniel 12:2 dice que algunos resucitarán para la vida eterna, otros para vergüenza y confusión perpetua. Pero con más claridad aún habla Juan 5:28,29. Los que hicieron lo bueno van a la resurrección de la vida, los que hicieron lo malo a la resurrección de la condenación.
a'. Los que han hecho lo bueno son aquellos que están en la fe en su Salvador y han dado prueba de ello mediante sus buenas obras. Ellos van a la resurrección de la vida. Esto se demuestra ya en su cuerpo. El Señor transformará el cuerpo de su humillación. Filipenses 3:21. En la resurrección nuestro cuerpo será similar al cuerpo glorificado de Cristo. Nuestro cuerpo será totalmente libre de toda debilidad, enfermedad, de todo dolor, libre de las limitaciones de espacio y de tiempo. Será un cuerpo glorioso, espiritual e inmortal. (1 Corintios 15:42-44.) También los cuerpos de los cristianos que todavía viven en el día final serán transformados de esta forma. 1 Corintios 15:51-52. Y con sus cuerpos gloriosos y transfigurados los creyentes entonces entrarán en la vida eterna, y en su carne verán a Dios. Job 19:25-27.
b'. Muy diferente será la suerte de aquellos que han hecho lo malo, los incrédulos y los impíos. Ellos irán a la resurrección de la condenación, a la eterna vergüenza y confusión. Con ellos pasará como al hombre rico en el evangelio. Entrarán en el infierno y en el tormento. Lucas 16:23,24. Al que no le temió en la tierra, Dios entonces lo echará con cuerpo y alma en el infierno. Mateo 10:28. En cuerpo y alma experimentará allí dolor, una pena tan grande y horrible que las palabras humanas no son capaces de expresar, que la Escritura compara con el dolor en el fuego y de los gusanos comiéndolo a uno. Isaías 66:24. — Y ya no habrá ningún alivio de este tormento y dolor del infierno. Durarán para siempre. Isaías 66:24. Allá no hay ni un instante de alivio del dolor. Lucas 16:24,25. Lo más horrible del castigo del infierno es que ahí ya no hay ninguna esperanza de redención y alivio. (Proverbios 11:7.) Este castigo de los impíos la Escritura llama la muerte eterna, la eterna condenación.
c'. La Sagrada Escritura también nos dice que hay solamente dos lugares en los cuales el hombre puede entrar después de la muerte, el cielo y el infierno, el lugar de la salvación y el lugar de la condenación. Eso se demuestra especialmente en la parábola del rico y el pobre Lázaro. La Iglesia Católica Romana enseña de un tercer lugar, el llamado purgatorio, en que las almas de los cristianos todavía serían purificadas de sus pecados y tendrían que hacer satisfacción por ellos mediante tormentos horribles. Pero esto es una fábula humana. La Escritura no sabe nada de tal purgatorio. El Señor más bien dice del ladrón que se muere a su lado, que desde ese mismo día estará con él en el paraíso. (Lucas 23:43.) Los muertos que mueren en el Señor son bienaventurados de aquí en adelante. (Apocalipsis 14:13). — Por lo tanto aquí en la tierra hay solamente dos caminos. Uno lleva a la vida, y el otro a la condenación. Mateo 7:13. ¡Huyamos del camino ancho de los impíos, y cuidémonos de quedar en el camino estrecho de la fe y la santificación que lleva al cielo!
“Creo en la vida eterna. Amén.”
Introducción: Los cristianos creyentes resucitarán para la vida eterna. Por eso finalmente confesamos en el tercer artículo que creemos en la vida eterna. Lutero interpreta estas palabras: “y me dará en Cristo, juntamente con todos los creyentes, la vida eterna.”
1. “Creo en la vida eterna,” así lo confesamos. Pregunta 184.
a. Aquí otra vez decimos que creemos en la vida eterna. Según nuestra razón nunca podemos estar seguros si hay una vida eterna, mucho menos podemos conocer cómo será ésta y cómo podemos recibirla. Solamente la Sagrada Escritura nos puede dar seguridad en este asunto. Y lo hace. Nos dice que hay una vida eterna después de la muerte temporal. Juan 10:28 (Mateo 25:46.) En base a la Escritura decimos confiadamente: Creo, estoy seguro, que hay una vida eterna.
b. La palabra de Dios no solamente nos dice que hay una vida eterna, para luego dejar a nuestra imaginación cómo será ésta, sino nos dice cómo será la vida eterna, hasta el punto que se pueda expresar en palabras humanas. ¿Qué nos dice la Sagrada Escritura de la vida eterna?
a'. La Sagrada Escritura nos enseña, y la experiencia diaria lo confirma, que también los cristianos todavía tienen que morir. Es cierto que la muerte para los cristianos ya no es realmente tal. Ya no sienten los verdaderos terrores de la muerte, porque sus pecados les son perdonados. La Escritura llama a su muerte un sueño, un dormir (1 Corintios 15:51.) Sin embargo, los cristianos también tienen que pasar por el valle oscuro de la muerte. Y la muerte temporal consiste en esto, que se dividen el cuerpo y el alma.
b'. La Sagrada Escritura nos enseña que cuando se separa el cuerpo y el alma, el alma del creyente inmediatamente está con Cristo y es bienaventurada. Así el Señor promete al ladrón que estará con él ese mismo día en el paraíso. Lucas 23:43. Los que mueren en el Señor son bienaventurados de aquí en adelante, desde el mismo instante en que se duermen. Apocalipsis 14:13.
c'. En el día final el Señor también despertará los cuerpos de los creyentes, y estarán glorificados. Luego el cuerpo y el alma serán reunidos, y los creyentes entrarán con cuerpo y alma en la vida. La vida eterna consistirá especialmente en esto, que estaremos en presencia de Dios, que estaremos con él y viviremos con él. Veremos a Dios, tal como es él, cara a cara. 1 Juan 3:2. Veremos a nuestro Salvador en su gloria. Juan 17:24. Dios es el sumo bien, es la fuente de toda bendición. Estar con él y vivir con él luego es nuestro mayor gozo y bienaventuranza. Salmo 16:11. — Ciertamente aún aquí en la tierra los cristianos estamos con Dios, unidos con Cristo. Pero aquí todavía estamos cargados del pecado, que nos separa de Dios. Allá el pecado se eliminará por completo. Seremos como él. 1 Juan 2:3. Allí llevaremos la imagen de Dios, con la que fuimos creados, otra vez en la perfección. Seremos perfectamente santos y justos, libres de todo pecado, que todavía se nos adhiere aquí. — Y si nos libramos del pecado, también lo estaremos de todo dolor y de los males de este tiempo. La Escritura dice que Dios enjugará toda lágrima de nuestros ojos (Apocalipsis 21:4.) Dios allí nos quita todo motivo por llorar. Allá se habrá acabado todo el dolor, la pena y la tristeza de esta tierra. Allá habrá solamente gozo y gloria. Salmos 16:11; Romanos 8:18. — Y finalmente allá no habrá muerte que ponga fin a nuestra vida. Ese gozo durará para siempre. Es una vida eterna. — Ésta, luego, consiste en que desde el postrer día en adelante estaremos con Cristo, con cuerpo y alma, y viviremos con él en eterno gozo y gloria. Esta vida eterna es nuestra segura esperanza cristiana eterna y nuestro consuelo en todos los sufrimientos de esta tierra. Romanos 8:18.
2. Creo que Dios me dará a mí junto con todos los creyentes esta vida eterna. Pregunta 185 y 186.
a. La Sagrada Escritura nos dice no solamente que hay una vida eterna y cómo es, sino también quién recibe esta vida eterna. Acerca de eso nuestro catecismo en base a la Escritura dice que Dios dará la vida eterna a los creyentes. La palabra de Dios nos dice con toda claridad que recibiremos la vida eterna por medio de la fe en Cristo. Juan 3:16. Por eso nuestro catecismo nos dice que Dios nos dará la vida eterna en Cristo. La vida eterna no es el premio de nuestras buenas obras; no la hemos merecido. Dios nos la da libremente y sin precio por su gracia, en Cristo. Cristo la ha merecido y ganado para nosotros mediante su sufrimiento y muerte. Y él que ahora cree en Cristo tiene la vida eterna; él que no lo cree no verá la vida. Juan 3:36. El Señor da la vida eterna solamente a sus ovejas. Juan 10:27,28. Pero ellas son las que oyen con fe su voz y la siguen hasta el fin. Es necesario que permanezcamos en la fe hasta la muerte. Mateo 24:13. Por eso decimos: Solamente los creyentes, pero al mismo tiempo todos los creyentes, que perduran en la fe hasta el fin, entrarán en la vida eterna.
b. Dios da a los creyentes la vida eterna, y la da con toda seguridad. Los cristianos creyentes deben, sí, tienen que estar seguros de que también ellos entrarán en la vida eterna. Porque la Sagrada Escritura nos dice en Efesios 1:3-6 que Dios ya desde la eternidad, antes de fundar el mundo, eligió a sus cristianos y los predestinó para ser hijos de Dios y para la vida eterna. Y la decisión de Dios no puede fallar. Tan seguro es que Dios los ha hecho sus hijos por medio de su Espíritu Santo, tan cierto es que también los salvará. Por eso también confesamos que creemos que Dios me dará la vida eterna a mí, precisamente a mí que estoy en la fe. Cada cristiano debe estar seguro por sí mismo que él estará en la vida eterna. Cada cristiano también debe concluir porque la Escritura lo enseña: el Espíritu Santo me ha llamado mediante el evangelio, me ha iluminado y convertido, me ha santificado y guardado mediante la fe, y así sé que me ha elegido desde la eternidad para ser su hijo y para la salvación. A los que antes conoció, también los ha llamado y justificado. Romanos 8:28-38. Si me llamó, me conoció desde la eternidad y me eligió para la salvación. Así también me glorificará y seguramente me dará la vida eterna. Nadie puede arrebatarme de su mano. Por lo tanto nuestra salvación se toma por completo de nuestra mano y se pone totalmente en la mano de Dios, de la cual nadie nos puede arrebatar. Así tenemos un consuelo fuerte, firme.
CONCLUSIÓN: Concluimos los tres artículos con la palabra “Amén”. Lutero nos explica lo que significa Amén en la conclusión de su explicación de cada artículo con las palabras: “Esto es ciertamente la verdad.” Lo que aquí confesamos seguramente es cierto, es más firme que el cielo y la tierra. Porque ésta no es la sabiduría humana, sino la palabra de Dios. Y en ella está nuestra salvación. Dios conceda que nos quedemos con esta fe en vida y muerte, que en todo tiempo, en firme confianza de la fe podamos decir desde el fondo del corazón: “Amén. ¡Esto es ciertamente la verdad!”