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El Espíritu Santo da dones a su iglesia

 

Rev. David Haeuser

Sínodo Evangélico Luterano del Perú

 

Tal vez el tema de los dones espirituales ha recibido más atención detallada en las últimas décadas que nunca antes en la historia de la iglesia luterana. La razón puede ser el reto del movimiento pentecostal o carismático, pero una comparación con escritos y tratados dogmáticos anteriores demostrará que con frecuencia no era un tópico que se trataba separadamente, o que apenas se mencionaba. Por ejemplo, en una conferencia libre en el año 1972 se presentó una serie de cinco ensayos, después publicados en un libro, God the Holy Spirit Acts [Dios el Espíritu Santo está Activo], pero no había ningún ensayo dedicado al asunto de los dones del Espíritu, y una lectura rápida no reveló ninguna discusión detallada del asunto. Pieper no tiene una sección especial dedicada al asunto en su Dogmatics [Dogmática] tampoco, al igual que Hoenecke hasta donde se puede ver de un repaso rápido de su Tabla de Contenido. Esto no quiere decir que nunca se haya tocado el asunto, ni que no haya secciones que profundizan en el tema de los dones espirituales, pero en estos documentos no reciben la prominencia que ha llegado a ser común en las últimas décadas.

 

Probablemente esta situación sobre todo ha llevado a la acusación de que no se ha dado la debida atención a los dones espirituales en la Iglesia Evangélica Luterana, y que ha llevado al reto especial que nos presenta el movimiento carismático en nuestro tiempo. Sin embargo, me da gusto informar que no estamos tan pobres en recursos para apreciar y evaluar de manera correcta los dones del Espíritu Santo como a primera vista podría suponerse. Lutero, Walther y Pieper todos discuten movimientos emparentados, desde los anabaptistas a los metodistas, e inclusive hasta cierto punto los reformados clásicos, y los comentarios que dirigieron contra tales movimientos todavía nos dan muchas claves para entender bien la verdadera doctrina de los dones espirituales, y una reacción a la doctrina falsa auspiciada por el movimiento pentecostal-carismático.

 

El don más grande del Espíritu Santo

 

En el día de Pentecostés, después que el Espíritu Santo había venido sobre los discípulos con manifestaciones especiales, y les había dado la habilidad de hablar en otros idiomas “las maravillas de Dios”, Pedro predicó un sermón potente. Al final del sermón la reacción de la gente fue que “se compungieron de corazón, y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos?” (Hechos 2:37). La respuesta de Pedro nos lleva al meollo de nuestro asunto: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.” La frase, “el don del Espíritu Santo”, se puede tomar de dos maneras. O es el gran don de la fe, el medio de apropiar a Cristo y el perdón de los pecados, o es el Espíritu Santo mismo, “el don que es el Espíritu Santo”, que viene a los bautizados en el bautismo y obra el arrepentimiento y la fe, así dando el perdón de los pecados. La segunda alternativa es más probable. Vemos aquí que Pedro liga la recepción del Espíritu Santo mismo, con todos sus dones y gracias, con el sacramento del bautismo cristiano. Esto también es el resultado del estudio del erudito presbiteriano, F. Dale Bruner, quien afirma: “Nuestro texto nos enseña que desde el evento de Pentecostés el bautismo cristiano llega a ser el locus de la recepción del Espíritu en respuesta a la presión del Espíritu en la predicación. Desde ahora, el bautismo es el Pentecostés. … El contenido es el libre don de Dios el Espíritu Santo. Y después de Pentecostés se ofrece este don, como aquí, con el perdón, en el humilde rito del bautismo. El bautismo llega a ser el bautismo del Espíritu Santo. Pedro en Hechos 2:38 no ofrece ninguna otra definición.”[1] El día de Pentecostés se predicó la palabra de Cristo, se administró el sacramento del bautismo, y se formó una congregación cristiana vital. Todo el que recibió el bautismo en ese día, conforme a la promesa de Pedro, recibió el don del Espíritu Santo, y al mismo tiempo recibió la fe salvadora y el perdón de los pecados.

 

Los medios para adquirir los frutos y dones del Espíritu Santo

 

 

Afirmamos que el Espíritu Santo mismo con su gracia, sus dones y su obra potente está disponible solamente en los medios de gracia, el evangelio en palabra y sacramento. Comentando sobre lo que Lutero escribió en nuestras confesiones: “Por eso debemos y tenemos que perseverar con insistencia en que Dios sólo quiere relacionarse con nosotros los hombres mediante su palabra externa y por los sacramentos únicamente. Todo lo que se diga jactanciosamente del espíritu sin tal palabra y sacramentos, es del diablo,”[2] Walther comenta: “Nota bien lo que dice aquí nuestra iglesia. Todo lo que una persona insiste en que ha logrado en el asunto de la gracia aparte de la palabra y los sacramentos es del diablo, porque es él que se lo ha dado. Tal persona tiene a un Dios falso, un Cristo falso, una gracia falsa. De modo que si los entusiastas se adhirieran a sus principios fundamentales hasta su muerte, ni uno de ellos podría salvarse, porque siempre dicen que si quieres recibir la gracia tienes que orar hasta que sientas que has sido llenada con ella. Pero porque Dios tiene a los suyos también entre esta gente, tales ideas fabricadas en casa se hacen a un lado, especialmente en la hora de la aflicción, tal vez no hasta en la hora de la muerte. Entonces piensan en este o aquel pasaje hermoso y se aferran a esa roca y se salvan aunque sea en la hora de la muerte. Ésta es la única manera en que se pueden salvar. Todo el que quiere encontrar la gracia en otra parte que solamente en la palabra y los sacramentos ve sólo una aparición, y no la gracia misma.”[3]

 

Pieper insiste en lo mismo, y menciona específicamente los dones del Espíritu Santo. “Pero la remisión de los pecados por causa de Cristo y la fe en esta remisión, la regeneración para la vida espiritual y todos los dones espirituales que están ligados con ella, Dios la dará únicamente a través de los medios de gracia que él ha ordenado, la palabra del evangelio y los sacramentos.”[4]

 

También cita a Lutero: “Dios ha establecido este orden en cuanto a su Espíritu Santo, que ordinariamente debe venir mediante la palabra. Cristo mismo lo dice en este lugar. … No quiere que corras aquí y allá para buscar o imaginar un ‘Espíritu’ de modo que podrías decir: lo he recibido mediante la ‘voz interna’ [Einsprechen] del Espíritu Santo. Cristo no aceptará tal voz interna, sino nos obliga solamente a su palabra; no quiere que se separe el Espíritu de su palabra. Así que, si oyes a alguien jactarse de que recibió algo por inspiración o por la voz interna del Espíritu Santo, y no está allí la palabra de Dios, sea lo que fuera, declara que es el odioso diablo.”[5]

 

Veremos más adelante en este estudio lo que enseñan los pentecostales y los carismáticos acerca de la manera en la cual el Espíritu Santo y sus dones llegan a los hombres. Por el momento esto bastará, ya que este tema habrá sido presentado adecuadamente por el Pastor Chinyama en el tercer ensayo. Para nuestro propósito, es suficiente insistir en que así como el Espíritu Santo usa los medios de gracia para iniciar y fortalecer la fe, estos mismos medios de gracia son los que usa para producir el fruto del Espíritu en aquellos que han sido llevados a la fe por él, y darles sus dones.

 

Los frutos del Espíritu

 

En Gálatas capítulo 5 Pablo habla primero de “las obras de la carne”, y luego del “fruto del Espíritu.” “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.” (Gálatas 5:22). El primer término es amor, y abarca todos los términos que siguen. Todos los cristianos reciben una nueva naturaleza que se caracteriza por estos frutos atractivos. Es significante que cuando Pablo habla de los dones individuales del Espíritu, generalmente insiste en que se deben ejercer con amor, hasta el punto de decir que son totalmente sin valor si no se acompañan por el amor.

 

Sin embargo, Pablo no retrata a los cristianos como llegando a la perfección en cuanto a los frutos del Espíritu en esta vida, sino les recuerda que también tienen una naturaleza pecaminosa, de modo que “el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis.” (Gálatas 5:17). Con ese motivo Pablo nos recuerda y exhorta: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” La presencia de conflicto, debilidad, dificultad en llevar una vida cristiana tan bien como quisiéramos, no es evidencia de la falta del Espíritu Santo, o de que no ha venido todavía en su plenitud. Más bien este mismo conflicto es evidencia de la presencia del Espíritu, y es a través de este conflicto, cuando somos fortalecidos y animados por los medios de gracia, que los frutos del Espíritu se expresan.

 

Estos frutos generales del Espíritu, sin embargo, que deben ser comunes para todos los cristianos, no son los que usualmente tenemos en mente cuando hablamos de los dones del Espíritu. Más bien, los dones espirituales son los dotes especiales, diferentes en el caso de cada cristiano, que el Espíritu Santo da para la edificación de la iglesia de Cristo.

 

Santos adiestrados por el Espíritu para llevar a cabo su obra

 

En Efesios 4 Cristo se presenta como un rey triunfante, ascendido al cielo después de un descenso a la tierra en el cual triunfó sobre todo poder opositor. Los enemigos que conquistó fueron los nuestros, el pecado, la muerte, Satanás, el infierno. Por esa razón fue posible que “dio dones a los hombres.” (v. 8). Otro término es usado en el versículo 7: “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo.” Puesto que la gracia ha sido repartida o dada (ejdovqh) conforme a la medida del don de Cristo (kata; to; mevtron th`" dwrea`" tou` Cristou`), ésta no es la actitud favorable en el corazón de Dios que es el significado fundamental de la palabra cavri", sino más bien un resultado concreto de la gracia.[6] En el caso de Pablo, fue su oficio apostólico. Pero no fue el único que recibió dones de Cristo. Entre los dones que el Cristo exaltado dio a la iglesia estaban individuos con los dones para desempeñar diferentes aspectos del oficio del santo ministerio. “Pero a cada uno de nosotros fue dada”. “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (v. 11). Un lugar especial entre los dones que el Cristo resucitado ha dado a su iglesia es ocupado por las diferentes formas del ministerio de la palabra. Algunas de esas formas eran temporales, que se dieron solamente en los años de formación de la iglesia. Ya no tenemos apóstoles en el mismo sentido; tampoco necesitamos más que esos apóstoles originales que junto con los profetas son mencionados en Efesios 2:19 como los que proveen el fundamento de la iglesia del Nuevo Testamento. (Creo que el término profetas en esta referencia se refiere a los profetas del Antiguo Testamento). Cristo mismo concede a la iglesia ministros de la palabra como sus dones, y la iglesia debe recibir el ministerio de la palabra con toda gratitud y aprecio. El que llama, también adiestra para el servicio para el cual llama. “No que seamos competentes por nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra competencia proviene de Dios” (2 Corintios 3:5).

 

Se podría preguntar, ¿por qué estamos discutiendo un pasaje que trata de dones del Cristo exaltado, cuando nuestro tema es los dones del Espíritu Santo. La razón es que los mismos dones son atribuidos al Espíritu Santo en otros pasajes de la Escritura. En 1 Corintios 12, por ejemplo, cuando se mencionan los dones espirituales, se mencionan las tres personas divinas como su origen: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo” (1 Cor. 12:4-6). Y Pablo habla a pastores y maestros, los ancianos de la iglesia de Efeso, y les recuerda que el Espíritu Santo les ha hecho obispos para pastorear el rebaño de Dios. (Hechos 20:28).

 

Crisóstomo comenta sobre esto en sus Homilías sobre Gálatas: “Pero que [el apostolado] no le fue confiado por los hombres, Lucas declara en las palabras: ‘Ministrando éstos al Señor, y ayunando, dijo el Espíritu Santo: Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado.’ (Hechos 13:2). Este pasaje manifiesta que el poder del Hijo y del Espíritu es uno, porque siendo comisionado por el Espíritu, dice que fue comisionado por Cristo. Esto aparece en otro lugar, de su atribución de las cosas de Dios al Espíritu, en las palabras que dirige a los ancianos en Mileto: ‘Mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos.’ (Hechos 20:28). En otra Epístola dice: ‘Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros.’ (1 Corintios 12:28) Así atribuye indiscriminadamente las cosas del Espíritu a Dios, y las cosas de Dios al Espíritu.”[7]

 

Sin embargo, también es importante que notemos el propósito por el cual Dios ha dado hombres dotados a la iglesia para el ministerio público de la palabra. No es para que sean los únicos con dones o con una tarea en la iglesia, sino más bien, “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efesios 4:12-13). Algunos, tales como Stoeckhardt y Hodge, consideran el segundo elemento del versículo 12 como una actividad aparte, y así interpretan la frase como diciendo que los hombres que fueron dados deben ejercerse en la obra del ministerio, es decir, cumplir los deberes de su ministerio público. “Han sido nombrados para ‘la obra de ministrar,’ o ‘para ocuparse en servir,’ y este ministrar es ‘edificar el cuerpo de Cristo,’ de la iglesia; por lo cual consiste de predicar y enseñar.”[8] Otros, como Lenski y Markus Barth, interpretan como lo traduce la NVI, “a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio.” La segunda interpretación parece preferible. Así como todos los miembros reciben dones del Espíritu Santo, todos deben ejercer esos dones para la edificación de la iglesia. Sin embargo, estas obras de servicio no deben confundirse con la obra pública del ministerio al cual algunos han sido llamados. Para los que tienen los dones particulares de hablar palabras que animan y edifican la iglesia, su actividad sería más acorde con la “conversación y consolación mutua entre los hermanos”[9], las cuales incluirían todos los usos privados de las llaves. El resultado será que “ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.” Cada miembro del cuerpo tendrá algo que hacer para que el cuerpo alcance su meta. El ministerio público tiene como una de sus funciones preparar y animar a todos los miembros del cuerpo para usar aquellos dones que el Espíritu Santo les ha dado para el bien común.

 

Mientras el pasaje de Efesios habla de los hombres dotados como un don especial de Cristo a la iglesia, Romanos 12 tiene un alcance más amplio. No habla solamente del ministerio público de la palabra, sino también de muchos otros servicios que se incluirían en el servicio al que se refiere Efesios 4:12.

 

Usemos nuestros dones variados conforme a la medida de fe y el don que nos fue dado

 

“De manera que, teniendo diferentes dones, según la gracia que nos es dada, si el de profecía, úsese conforme a la medida de la fe; o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con liberalidad; el que preside, con solicitud; el que hace misericordia, con alegría.” (Romanos 12:6-8).

 

En este pasaje solamente el primer término tiene una conexión directa con el ministerio de la palabra. Algunos de los demás pueden reflejar oficios en la iglesia, pero otros parecen indicar las innumerables oportunidades que Dios da a los miembros de la congregación a los cuales da dones especiales para servir en esas variadas funciones. Cuando recordamos el propósito por el cual Dios da los dones, para edificar y beneficiar el cuerpo, no para el orgullo personal, cada cristiano debe usar de manera activa los dones que se le han confiado.

 

Los que pueden encontrar especial satisfacción en las innumerables clases de servicio que son necesarias tanto dentro y fuera de la congregación deben utilizar activamente su don y sus oportunidades. “Si de servicio, en servir.” En la última congregación a la cual serví en los Estados Unidos, había flores en el altar cada domingo. Por meses ni siquiera sabía cómo llegaban a estar allí. Un miembro muy amable y humilde de la congregación sin más se preocupaba de asegurar que estuvieran allí, sin jamás llamar la atención a sí misma. Y eso es típico del don de servir cuando se usa en la forma en que Dios quiere. Se mencionaron a los pastores-maestros en el pasaje de Efesios. Pero parece que este pasaje en Romanos es más amplio, y que incluye a muchos miembros que tengan el don especial de poder enseñar a otros. Ese don también se debe ejercer, sea a nivel de la congregación, como nuestros profesores de Escuela Dominical y de la Escuela Bíblica de Vacaciones, o en el de la familia, y cuando haya la oportunidad de enseñar a otros que no conocen la palabra que estén en su círculo de influencia lo que ella dice acerca del pecado y la salvación. No sólo serán variados los dones, sino la aptitud para enseñar diferentes edades o enseñar material de diferente complejidad. Pablo dice que sea cual fuera el nivel de su habilidad, si Dios nos ha dado este don, debemos usarlo en ese nivel para el bien del cuerpo.

 

Es evidente que muchos aparte de los trabajadores llamados en la congregación tendrán el don de hallar precisamente las palabras adecuadas para animar a los que sufran y estén desanimados. Este don también debe ser ejercido, para que no falte nada al cuerpo. Todos los cristianos tienen la responsabilidad de dar de sus propios medios para la comunicación del evangelio y para aliviar el sufrimiento humano. Pero en este pasaje Pablo implica que Dios da a ciertos individuos un don especial de encontrar gozo en dar de manera generosa para sostener su iglesia o para otras necesidades. No se debe resistir, sino ejercer este don. Aquí es seguro que no tratamos de un don que se podría imaginar que fuera limitado solamente a los ministros públicos.

 

También se menciona el liderazgo. Toda organización tiene necesidad de líderes, y la iglesia no es la excepción. Pero sus necesidades son diferentes de las de una organización mundana. La iglesia necesita a gente a la cual Dios ha dado la habilidad de guiar por el ejemplo, por inspiración, y sobre todo para la gloria de Dios y el beneficio de su pueblo, no para la gloria propia o siquiera para la gloria y éxito de la organización como tal. Cuando Dios suple tales líderes consagrados no deben ser despreciados ni subestimados. Tampoco deben los que han recibido el don de contribuir a sus hermanos de esta forma rechazar las posiciones de liderazgo en la congregación y sus organizaciones. Este don también debe usarse.

 

Pablo finaliza la lista con “hacer misericordia”. Pero aquí Pablo no solamente menciona que se debe ejercer el don, sino prescribe la manera en que debe usarse, “con alegría”. Otra señora muy querida de mi anterior congregación podría ser el ejemplar de este don. Siempre que veía alguna necesidad, trataba de ayudar en cualquier forma que podía, siempre con alegría, nunca con renuencia. No es que tenía grandes recursos; lo que tenía era un corazón grande que el Espíritu Santo le había dado. Volviendo al pasaje de Efesios, una de las responsabilidades de los ministros públicos de la palabra que Dios ha dado a la iglesia es animar y adiestrar a los miembros del cuerpo a encontrar aquellas áreas en las cuales el Espíritu Santo les ha dado dones por los cuales el cuerpo puede ser edificado, no con presión legalista, sino enseñando y animando a usar con fidelidad las oportunidades de servir que se presenten. Pedro también escribe una exhortación similar al de San Pablo: “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. Si alguno habla, hable conforme a las palabras de Dios; si alguno ministra, ministre conforme al poder que Dios da, para que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (1 Pedro 4:10-11).

 

El problema en Corinto

 

La congregación de Corinto parece haber tenido los dones del Espíritu Santo en especial abundancia. Lo que debería haber sido una gran bendición para la congregación, sin embargo, se convirtió en un serio problema. Por supuesto, los dones mismos no fueron el problema, sino la manera en que los evaluaron y los usaron.

 

Hay un motivo por el cual hemos dejado al último este capítulo. En los círculos pentecostales los capítulos 12 al 14 de 1 Corintios reciben casi toda la atención. Bruner escribe: “El pentecostal pone inusual énfasis sobre los dones del Espíritu y particularmente sobre los dones que se discuten en 1 Corintios 12 a 14.”[10] También dice: “… en la vida del movimiento pentecostal, hasta donde hemos podido observar, no parece haber ninguna práctica deliberada o extensa de los dones que no sean impresionantes per se. Por tanto, si se puede decir que el pentecostalismo resalta los dones espirituales, sería más preciso decir que enfatiza los dones espirituales extraordinarios. Porque no hay ningún énfasis serio en el movimiento pentecostal en los dones que se asocian con (para usar sólo una lista del Nuevo Testamento) la sabiduría, el conocimiento o la fe, todos los cuales son dones algo intangibles. La preocupación especial del pentecostalismo es los dones más llamativos.”[11] Precisamente porque Pablo en Corintios trata, no de una exhortación general, sino del intento de resolver un problema, podemos recibir una imagen distorsionada de la enseñanza bíblica sobre los dones espirituales si damos la primera y principal atención a los pasajes de 1 Corintios. Esto se puede ilustrar con el argumento de algunos pentecostales de que las lenguas deben recibir el mayor valor, porque de otro modo Pablo no habría gastado tanto esfuerzo en discutirlas en 1 Corintios 14.[12]

 

Al examinar el trato de Pablo de los dones en 1 Corintios 12, encontramos varios énfasis que hemos visto antes. Habla de su diversidad: “hay diversidad de dones … hay diversidad de ministerios … hay diversidad de operaciones” (v. 4). Más tarde, mediante una serie de preguntas retóricas, refuerza este principio de la variedad. “¿Son todos apóstoles? ¿son todos profetas? ¿todos maestros? ¿hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿hablan todos lenguas? ¿interpretan todos?” (v. 29-30).

 

Un segundo énfasis que también se puede encontrar en Efesios, y más explícitamente en Romanos (12:4-5) es la comparación con un cuerpo. Del mismo modo que en el cuerpo físico ningún miembro trabaja en contra de los demás miembros del cuerpo, sino más bien todos se ayudan y se apoyan unos a otros con sus funciones particulares, así en el cuerpo espiritual de Cristo, la iglesia, todos los dones deben usarse para el bien del cuerpo, más bien que para fines egoístas que harían daño al cuerpo. Aquí en 1 Corintios 12 Pablo escribe: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo. Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu. Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. … Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Pero ahora son muchos los miembros, pero el cuerpo es uno solo. … Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo, y miembros cada uno en particular.”

 

Aunque la iniciativa del Señor en determinar la distribución de los dones entre los miembros de la congregación fue implícita en los otros pasajes que tratan de los dones espirituales, en 1 Corintios 12 la voluntad soberana del Espíritu en determinar quién recibiría cuál don es explícita y enfática. Después de mencionar la palabra de sabiduría, la palabra de conocimiento, fe, dones de sanidades, poderes milagrosos, profecía, discernimiento de espíritus, diferentes clases de lenguas e interpretación de lenguas, Pablo escribe: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.” (v. 11).

 

Todos son dones del mismo Espíritu (v. 4,7,8,9,11). Es posible que la expresión que se traduce con “dones espirituales” en el versículo 1 podría traducirse con “gente espiritual”. tw`n pneumatikw`n podría ser masculino o neutro. Si los corintios que hablaban en lenguas usaban este término para referirse a sí mismos, es posible que Pablo sutilmente cambió el énfasis cuando escogió la palabra cavrisma en el versículo 4, para dar énfasis no a una posición o cualidad supuestamente superior de las personas que tenían dones particulares, sino al hecho de que todos en realidad eran dones, provistos puramente por gracia, no en respuesta a ningún mérito o dignidad de parte de los que los recibieron. Sería, luego, una manera magistral de desinflar el globo del orgullo y egoísmo que parecía afligir a los corintios que hablaban en lenguas.

 

El otro énfasis especial de 1 Corintios 12 es el propósito de los dones. “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho.” (v. 7). Los dones del Espíritu no tienen el propósito de traer gloria personal o proveer ocasión para jactarse ni motivos de envidia o para despreciar a los que hayan recibido dones “menores”. Todos deben usarse para el bien común. Sin embargo, hay cierta jerarquía en los dones espirituales. Los que más se deben desear son los que mejor sirven el bien común, que sirven especialmente para la edificación de la iglesia (v. 31; 14:1-5). Así Pablo enumera algunos de los dones en el versículo 28: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas.” Algunos arguyen que el orden no indica el nivel de estimación que Pablo los daba, pero en vista de la discusión en el capítulo 14 y el problema de sobrevalorar las lenguas en Corinto,  parece ineludible la conclusión de que cuando Pablo comienza con “primero”, “segundo”, “tercero”, está estableciendo una escala de valores basado en el criterio de su contribución a la edificación de la iglesia.

 

El capítulo 13 de 1 Corintios tiene una relación íntima con los capítulos 12 y 14. Puesto que todos los dones espirituales no se han dado para uso egoísta, sino para beneficiar a los demás, para edificar el cuerpo, Pablo recuerda a los corintios que a menos que el amor, ese rey de los frutos del Espíritu, predomine y motive toda práctica de los dones espirituales, llegan a ser sin valor. Así Pablo termina 1 Corintios 12 con las palabras: “Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente.” Ese camino más excelente es el del amor. Se nos recuerda que el amor no busca lo suyo (v. 5), que no importa cuál sea el don espiritual, en contraste con la fe, la esperanza y el amor, es temporal, y por tanto limitado. “Las profecías se acabarán, y cesarán las lenguas, y la ciencia acabará” (v. 8). Después de su himno magnífico sobre el amor cristiano desinteresado, Pablo comienza su capítulo 14 con “Seguid el amor; y procurad los dones espirituales”. Sin embargo, no cualquier don, sino, para corregir de manera gentil la especialización corintia en los dones más llamativos, pero al mismo tiempo menos útiles, los exhorta: “pero sobre todo que profeticéis.”

 

¿Por qué sugiere Pablo que busquen especialmente el don de profecía (tal vez un don que Dios dio a algunos en ese tiempo mediante el cual les dio revelaciones especiales de su palabra y voluntad para hablar en la congregación tanto como en otras situaciones, véanse Apocalipsis 1:3; 10:11; 19:10; 22:7; Hechos 21:10-11; al igual como los versículos 29-32 de este capítulo)?[13] Es porque hablan con palabras claras e inteligibles y así edifican la congregación. “Pero el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación. El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia.” (v. 3,4). Porque el propósito de los dones espirituales es la edificación de la iglesia, la contribución al cuerpo, Pablo puede decir: “Así que, quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas, pero más que profetizaseis; porque mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación.” (v. 5).

 

 Pablo refuerza esto haciendo un contraste entre el efecto de las lenguas y el de la profecía sobre un extraño que entre en el culto. “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros.” (v. 23-25). En realidad, la congregación misma sufrirá si todos insisten en hablar en lenguas y no hay profecía. “Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?” (v. 6). Así Pablo puede escribir: “Así también vosotros; pues que anheláis dones espirituales, procurad abundar en ellos para edificación de la iglesia.” (v. 12). Después de regular el ejercicio publico tanto de lenguas y de profecía (no se debe hablar en lenguas a menos que haya un intérprete, no deben hacerlo más de dos o tres personas, y no deben hablar más de dos o tres profetas) Pablo finaliza la sección: “Así que, hermanos, procurad profetizar, y no impidáis el hablar lenguas; pero hágase todo decentemente y con orden.” (v. 39-40).

 

¿Qué fueron las lenguas de 1 Corintios 12 y 14? La mayoría de los eruditos contemporáneos las consideran un habla en éxtasis, que no necesariamente implique lenguas humanas ordinarias. Un libro las define: “La glosolalia aparece, pues, como una forma del fenómeno del hablar extático que es propia del cristianismo primitivo, un fenómeno que —como vemos por la historia de las religiones— se hallaba muy difundida y que tenía sus antecedentes en el judaísmo de la época del NT. Contaba con su propia terminología y, como hemos de ver aún poseía una situación original propia, acorde con la experiencia del Espíritu habida en el cristianismo primitivo y con su conciencia escatológica, y poseía también una interpretación propia, derivada de esa situación.”[14] Hodge, sin embargo, presenta un caso convincente en favor de verlas como lenguas que el hablante no había aprendido, pero a la vez eran verdaderas lenguas humanas como las que los discípulos hablaban en Pentecostés, aunque confiesa que ninguna teoría responde a todas las dificultades que algunos de los pasajes presentan. Los que las consideran habla extática suelen hacer referencia a 1 Corintios 13:1, en donde Pablo habla de las lenguas de hombres y de ángeles. Pero parece que Pablo está usando hipérbole aquí, así como cuando habla de él mismo o un ángel del cielo predicando otro evangelio. Ese pasaje no implica que ningún ángel del cielo realmente predicará otro evangelio, y no es probable que 1 Corintios 13 trate de hablar en lenguas de ángeles como algo que realmente ocurría en Corinto tampoco. Crisóstomo nos recuerda: “Todo el pasaje es muy oscuro; pero la oscuridad resulta de nuestra ignorancia de los hechos descritos, los cuales, aunque conocidos para los a quienes el apóstol escribió, han dejado de ocurrir.”[15]

 

La cita de Crisóstomo sugiere otra pregunta. ¿Desaparecieron las lenguas, o todavía están presentes o han vuelto a estar presentes en la iglesia hoy? Si de hecho desaparecieron, no hay mucha necesidad de indagar muy a fondo en cuanto a su naturaleza precisa. Y la evidencia histórica, como lo demuestra la cita de Crisóstomo en el siglo cuatro, es que sí desaparecieron. Sólo en grupos marginales y herejes, tales como el montanismo, había una práctica extensiva de lo que fueron representados como dones milagrosos especiales que funcionaban como señales después del período post-apostólico inmediato.

 

Algunos, de hecho, han tratado de demostrar exegéticamente que las lenguas tenían que cesar cuando se completó el canon del Nuevo Testamento. Un ejemplo es Douglas Judisch en su libro: An Evaluation of Claims to the Charismatic Gifts [Una evaluación de la insistencia de que poseen los dones carismáticos]. Judisch afirma: “La tesis de este estudio, sin embargo, es que es contrario a la palabra de Dios afirmar que haya dones proféticos en la era post-apostólica. … El movimiento carismático, por supuesto, nos advierte que no debemos limitar al Espíritu Santo de esta forma. La verdad del asunto, sin embargo, es que tenemos que reconocer y respetar los límites que el Espíritu Santo ha impuesto sobre sí mismo. De hecho, limitamos al Espíritu si insistimos que él actúe de la misma forma en toda época—si decimos que, porque dio poderes milagrosos a los hombres en los tiempos bíblicos, tiene que dar poderes milagrosos a nosotros hoy también.” Particularmente arguye de base de la frase “mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.” (1 Cor. 13:10). Alega que la “perfección” o “la cosa perfecta” es la revelación completada de Dios en la Sagrada Escritura, y que por tanto las Escrituras mismas han declarado que los dones proféticos tienen que cesar con el pasar de la época apostólica.

 

La interpretación de Judisch, aunque es posible, no parece lo suficientemente bien establecida para hacer de esto una sedes doctrinae para la cesación de las lenguas, sin embargo. Me parece que Joel Gerlach nos ofrece un criterio mejor para evaluar los reclamos de que han continuado los dones especiales milagrosos, y particularmente el don de lenguas. El Prof. Gerlach escribe: “Esto presenta una exégesis interesante consistente con la manera de interpretar los episodios de hablar en lenguas en Hechos de parte de estos intérpretes. También simplifica la solución del problema de las lenguas hoy para los que aceptan esa exégesis. Para nosotros, sin embargo, parece forzar al texto a decir algo que Pablo no dice explícitamente. Que las lenguas cesarán — sí, efectivamente. Que las lenguas cesarán antes de hacerse inútiles la profecía y el conocimiento — no, no definitivamente. En el contexto el propósito de Pablo es solamente establecer la supremacía del amor sobre todo lo demás (véanse versículos 8 y 13 en particular). Tenemos que tener cuidado de no hacer a Pablo decir más de lo que fue su intención. Además, una evaluación del movimiento de las lenguas hoy es posible sin recurrir a este pasaje particular.”[16]

 

El Prof. Gerlach añade un poco más adelante en su artículo: “Nuestra base para juzgar con juicio recto es todo el consejo de Dios. Así, si alguien viene a mí y dice que tiene el don de lenguas, la cosa importante para mí no es escuchar una demostración para poder determinar si es del Espíritu o no. Quiero saber cómo esa persona entiende y confiesa el evangelio. Si alguien viene a mí y no trae “esta doctrina”, entonces no debo recibirlo en mi casa ni decirle “Bienvenido” (2 Juan 10). En tal caso no hay ninguna necesidad de determinar si su habla extática es del Espíritu o no. Su doctrina con seguridad no es de él.

 

“Por otro lado, si alguien viene a mí (como en un caso que conozco) y afirma tener el don de lenguas, y confiesa conmigo toda la doctrina del evangelio, entonces voy a extender la mano derecha del compañerismo a tal persona. En cuanto a las lenguas, tal vez todavía no estaré seguro si es algo del Espíritu o no. No estoy seguro que lo sea, pero tampoco puedo estar seguro que no lo sea. Sencillamente evitaré juzgar. A la vez, aconsejaré a esa persona acerca de las restricciones que San Pablo impone sobre el uso de este don en la iglesia. Lo usará en privado, no en público sin un intérprete. Y si es lengua extática, más bien que lenguaje genuino, no habrá disponible ningún intérprete. No animará a otros a buscar el don porque los cristianos deben desear la profecía más bien que las lenguas, y porque en todos los casos auténticos no fue dado a individuos que lo buscaban ni siquiera lo estaban esperando. También le advertiré contra el abuso del don como en el caso de los corintios para que no se ‘infle’ como muchos de ellos.”[17]

 

Un examen de las posiciones pentecostales y carismáticos sobre los dones del Espíritu

 

Siguiendo el consejo del Prof. Gerlach de que la verdadera base para juzgar a los que dicen poseer el don de lenguas y otros dones especiales carismáticos es examinar su doctrina, daremos un breve vistazo a algunas de las doctrinas de los que especialmente promueven el don de lenguas en nuestro día, los pentecostales y carismáticos.

 

Cuando ponemos a prueba la doctrina del movimiento pentecostal/carismático, se encontrará que tiene muchas faltas. Tal vez una de las más obvias es la insistencia pentecostal de que todos los cristianos deben hablar en lenguas. La obvia respuesta a la pregunta retórica en 1 Cor. 12:30, “¿hablan todos lenguas?”, es que no, a menos que también se quiera sostener que también todos deben ser apóstoles. Los pentecostales tienen varias maneras de tratar de escapar la fuerza de este pasaje, algunos insistiendo en que hay una distinción entre hablar en lenguas como la evidencia inicial del bautismo en el Espíritu Santo, y el don de lenguas en Corinto,[18] mientras otros dicen que Pablo habla allí solamente del uso público del don, mientras todos deben hacerlo en privado.[19]

 

Otro problema obvio es que Pablo no dice a los corintios que todos deben hablar en lenguas, sino más bien que deben buscar “sobre todo que profeticéis” (1 Cor. 14:1), “pero más que profetizaseis” (v. 5). El énfasis exagerado que los pentecostales dan a las lenguas y a lo llamativo en general contradice todo el trato de Pablo del asunto en 1 Corintios 12 - 14.

 

Un problema mucho mayor, sin embargo, es lo que hace la doctrina pentecostal a la doctrina de gracia sola, fe sola y Escritura sola, al igual que al bautismo como un medio de gracia.

 

En cuanto a la gracia sola, Bruner describe la doctrina pentecostal como deficiente en varios respectos. “La gracia, según Pablo, es la condición para que el creyente domine el pecado. La tragedia del pentecostalismo, por otro lado, es que hace el dominar lo que él considera pecado la condición para recibir la gracia del Espíritu Santo. La gracia misma, o el perdón de los pecados, en el pentecostalismo parece hacer un papel solamente en la conversión del cristiano, raras veces aparece en otras discusiones, y así prácticamente deja de ser el centro, acompañamiento y determinante de toda la vida cristiana. La inversión de la secuencia apostólica de gracia, luego obediencia, es el fundamento del error pentecostal.”[20]

 

El pentecostalismo, junto con el movimiento carismático, enseña que es necesario que haya una segunda gran experiencia de crisis después de la conversión y que la plena venida del Espíritu Santo tiene que esperar ese evento. Esta venida depende del cumplimiento de parte del cristiano de varias condiciones. Según el pensamiento general pentecostal, el creyente tiene que pasar por varias etapas antes de ser elegible para la recepción del Espíritu Santo en su plenitud.

 

Podemos ver algo de esto ilustrado en el ejemplo que cita Bruner de una exégesis pentecostal de Hechos 2:28. Donald Gee, un escritor pentecostal, dice Bruner, encuentra “tres condiciones específicas para el bautismo en el Espíritu Santo: arrepentimiento, bautismo y recepción. Es importante que notemos cómo se definen estos términos en la exposición para entender el mundo del pensamiento pentecostal.” Tiene que arrepentirse, es decir, abandonar todo pecado, luego tiene que ser bautizado en agua, un acto público simbólico que incluye más que el rito bautismal, sino más bien “se aplica a la obediencia general en todo. Quiere decir acciones que dan testimonio ante todos de que has aceptado la posición del discípulo. Nota particularmente que es bautismo para ‘la remisión de los pecados.’ Es inútil esperar que el Espíritu Santo entre y te llene hasta que tu corazón esté limpio.” Bruner nota: “Se puede observar aquí que el bautismo recibe una interpretación muy práctica y activa. El bautismo significa, como resalta Gee, ‘acciones’, las acciones del creyente — ‘acciones que dan testimonio ante todos de que has aceptado la posición del discípulo.’ O como los pentecostales usualmente lo expresan, el bautismo significa la obediencia. La obediencia es el complemento al arrepentimiento y su cumplimiento, porque el arrepentimiento es esencialmente negativo. En la exégesis pentecostal la obediencia como una condición para el bautismo espiritual significa, específicamente como Gee explicó arriba, actividad dirigida hacia el remover de todo el pecado que queda mediante la sangre de Cristo a que se ha comprometido, hacia lo que se llama ‘la limpieza de corazón’, para que el Espíritu Santo pueda tener una morada digna en el creyente.”[21]

 

Aunque los escritores pentecostales tales como Gee siguen para hablar de la fe en tercer lugar, y hasta pueden decir que “‘recibimos la promesa del Espíritu mediante la fe.’ Gálatas 3:14, — A fin de cuentas, no puede haber otra manera”,  — es importante notar lo que los pentecostales entienden con fe en este contexto. Porque la fe no es la sencilla confianza en la promesa divina, sino más bien lo que finalmente puedo hacer después de que he cumplido todas las demás condiciones para recibir el Espíritu Santo. Principal entre esas condiciones es la separación del pecado, o la obediencia. “El pecado es algo que, con la ayuda de Cristo, el cristiano debe, de hecho tiene que, remover antes de poder recibir el pleno don del Espíritu Santo. La obediencia tiene como su principal tarea quitar el pecado. Porque ‘puedes recibir el Espíritu Santo, pero no con el pecado en tu corazón’ (Conn [un escritor pentecostal]).”[22] El creyente, sin tener la plena presencia del Espíritu Santo, podemos notar, tiene que purificar su corazón del pecado, para que pueda entrar el Espíritu Santo. Bruner hace el comentario apropiado de que “del creyente se requiere nada menos que el logro supremo — remover el pecado — y esto antes de recibir el don supremo divino, el pleno don del Espíritu Santo. Sin estar llenado del Espíritu Santo los hombres reciben la tarea hercúlea de quitar todo pecado conocido — para, al fin, obtener este Espíritu pleno. Pero si los hombres pueden hacer todo esto sin el pleno Espíritu, ¿por qué es necesario?”[23]

 

Cuando el cristiano ha logrado esto, luego puede creer. “La obediencia facilita la fe. Por esta razón se notará que no es infrecuente poner la fe al final de las listas pentecostales. Porque cuando se han cumplido las necesarias obediencias, luego se puede creer que Dios cumplirá su promesa.” [24] Bruner cita a un escritor pentecostal: “Si, al escudriñar tu corazón encuentras que estás verdaderamente sumiso a la voluntad revelada de Dios y en armonía con tu prójimo …, luego será fácil que ejerzas esa fe sencilla en el Señor que traerá una rápida respuesta de él.”[25] Como Bruner resume el concepto pentecostal de la fe: “La fe para el pentecostal significa andar todo el camino con Cristo; estar totalmente entregado. Así la primera fe normalmente no es suficiente para el don del Espíritu, debido no sólo a su objeto o dirección inadecuado (Cristo y no el Espíritu mismo) sino también, y de igual importancia, debido a su contenido o sustancia insuficiente. La fe pentecostal, como su obediencia, normalmente no es efectiva a menos que pueda acercarse a la totalidad. La obediencia total con la fe total en adición debe conceder el bautismo total en el Espíritu Santo.”[26]

 

El contraste entre esto y la doctrina bíblica de que el Espíritu Santo es recibido solamente por la gracia, mediante el bautismo y la promesa del evangelio, debe ser evidente. El bautismo se convierte en la obediencia del hombre. Toda la actividad del Espíritu se ha quitado de él. No sorprende que los pentecostales luego tienen que buscar otra etapa cuando el Espíritu finalmente venga a ellos, mediante lo que Bruner llama el verdadero sacramento pentecostal, el hablar en lenguas. Lo que es un don en las Escrituras se convierte en premio en la doctrina pentecostal. Nuestras confesiones rechazan “la doctrina de los sinergistas, quienes aseveran que en asuntos espirituales, el hombre no está absolutamente muerto a lo bueno sino malamente herido y medio muerto. Por consiguiente, aunque el libre albedrío es demasiado débil para dar el primer paso y por su propio poder convertirse a Dios y obedecer de corazón la ley de Dios, no obstante, cuando el Espíritu Santo da el primer paso y nos llama por el evangelio y nos ofrece su gracia, el perdón de los pecados y la salvación eterna, entonces el libre albedrío, de su propio poder natural, puede acercarse a Dios y hasta cierto punto, aunque débilmente, hacer algo, ayudar y cooperar para obtener la conversión; también puede hacerse apto para la gracia, buscarla con diligencia, recibirla y aceptarla, y creer el evangelio; también puede cooperar con el Espíritu Santo en la continuación y el mantenimiento de esta obra.”[27] También, “como por la fe recibimos el Espíritu Santo, sigue [no precede] necesariamente el cumplimiento de la ley, y así crecen poco a poco el amor, la paciencia, la castidad y otros dones del Espíritu.”[28]

 

La doctrina pentecostal de las condiciones para la recepción plena del Espíritu Santo finalmente tiende a subvertir la misma sustancia del evangelio. Bruner indica esto otra vez llamando la atención a la doctrina pentecostal de los absolutos. “Pero una diferencia separa los dos caminos religiosos clásicos — los caminos, respectivamente, de la ley y el evangelio, al Espíritu y del Espíritu — y esta diferencia se puede descubrir observando en dónde ponen los absolutos. El camino de la ley pone los absolutos en los hombres; el del evangelio pone los absolutos en el Mesías. La necesidad de que se cumplan las exigencias justas de la ley es una preocupación central del evangelio. Pero el evangelio quita la carga de dar un cumplimiento cabal de la espalda del creyente y la pone en la cruz de Cristo, y podemos decir que esto es lo que lo hace evangelio.”[29]

 

Bruner concluye con una evaluación devastadora de lo que realmente está en juego en la insistencia de los pentecostales en un bautismo en el Espíritu Santo posterior con su evidencia inicial de hablar en lenguas. “Pero se tiene que decir algo más grave acerca de la evidencia pentecostal. Tal evidencia no es solamente una idiosincrasia benigna de que se puede sonreír de su ingenuidad y pasarlo por alto. Porque puesto que se requiere esta evidencia de los cristianos además de la fe antes de que puedan tener a Dios en su plenitud, amenaza con remover al pentecostalismo de la esfera de la fe cristiana. La evidencia pentecostal lleva las características de la exigencia de la circuncisión en la iglesia primitiva (véase Gál. Passim; Hechos 15). Y Pablo no consideró ésta ni ninguna adición a la fe como benigna.”[30] Así puede decir, y estamos de acuerdo con su juicio, que “el problema del pentecostalismo no es que los pentecostales toman demasiado en serio o literalmente la Biblia, sino que el pentecostalismo por regla general no toma lo suficientemente en serio aquello que la Biblia existe para enseñar — su mensaje y raison d ’être, el evangelio. La convicción pentecostal, en las palabras de Hollenweger, que ‘tenemos que cumplir toda la Escritura’ … es precisamente el mensaje de la ley (véase Gál. 3:10-13 …) con el cual Pablo pone en contraste el mensaje del evangelio. El entendimiento falso pentecostal de la Biblia, en nuestra opinión, en su nivel más profundo fluye de un concepto falso del evangelio, no de no entender con menos literalidad la Biblia.”[31]

 

Éstas son solamente algunas de las áreas en que el pentecostalismo se puede poner ante el tribunal de la Escritura y ser hallado en grave error que destruye las almas. Por supuesto, si creyéramos a los pentecostales, no tendríamos ninguna razón para hablar de los dones del Espíritu, porque se pueden obtener solamente después de que hemos ganado el llamado don del bautismo en el Espíritu Santo cumpliendo con todas las condiciones y hablando en lenguas. ¡Dios nos preserve de esta perversión de una preciosa doctrina de la Sagrada Escritura!

 

¿En dónde recibimos al Espíritu junto con todos sus dones y gracias? Permitiremos a Lutero recordarnos una vez más: “Porque lo que el Espíritu Santo obra en nosotros, nosotros también lo conocemos y enseñamos, gracias a Dios, aún más y mejor que ellos. Pero no debemos permitir que así sea arrancado del bautismo y el sacramento y mandado a pararse en un rincón vacío, como ellos miran al espacio buscando al Espíritu y buscando revelaciones privadas aparte de la palabra y el orden de Dios. Porque sabemos que él quiere estar activo en nosotros por medio de la misma palabra y sacramento y no de ninguna otra forma. Por esta razón no hay necesidad de buscar más allá para el Espíritu si tenemos este sacramento del bautismo, porque oímos de la palabra e institución de Cristo que el nombre del Espíritu Santo, tanto como del Padre y del Hijo, es decir, el nombre de toda la Majestad divina, está presente allí. Pero, puesto que el nombre y la palabra de Dios está presente allí, no lo debes considerar sólo y simplemente agua, que no logra más que el agua que se usa para bañarse, sino lo debes considerar un agua que nos lava de nuestros pecados y que la Escritura llama un lavamiento de regeneración, por la cual nacemos de nuevo para vida eterna.”[32]

 

Dios nos conceda, mediante sus medios de gracia que él ha designado, una medida abundante de los dones del Espíritu Santo, hombres dotados para guiar nuestras congregaciones, gente dotada para servir unos a otros en el amor, y la verdadera edificación del cuerpo de Cristo mediante la aplicación abundante de los dones del Espíritu. Seamos renovados día a día por la gracia del Espíritu Santo, y que sus dones alcancen siempre a más personas por la predicación del evangelio de la gracia del perdón de los pecados por medio de Cristo. Y que seamos preservados de todas las perversiones de los dones del Espíritu que quisieran convertir los charismata, dones de gracia, en premios por el esfuerzo humano, que llevan al orgullo espiritual y a clasificar a los cristianos verdaderos como carnales e inferiores porque no pueden probar con las lenguas que poseen al Espíritu Santo. Sigamos viendo la evidencia del Espíritu Santo y sus dones en donde realmente los podemos encontrar, en la predicación de su palabra, y en los frutos preciosos de la fe, incluyendo el uso fiel de los dones no tan llamativos del Espíritu Santo en el camino diario de lucha contra el pecado que es la tarea diaria del cristiano. Recordemos que el Espíritu Santo ha sido dado para el conflicto; no es el premio por haber ganado el conflicto por nosotros mismos.

 

¡Ven, Santo Espíritu, Señor,

Infunde de tu gracia el don

En mente y corazón del fiel,

Tu amor celoso enciende en él! (CC 438:1)

 

David Haeuser

Misión del Sínodo Evangélico Luterano en el Perú

Lima, Peru

 


Reacción al Ensayo: “El Espíritu Santo da dones espirituales a su iglesia”

 

Ésta fue una presentación bien escrita, bien balanceada sobre un asunto con que tenemos que luchar en dondequiera en el mundo en que estamos trabajando. En el mundo entero, con su énfasis en los dones extraordinarios del Espíritu, crecen las iglesias pentecostales con más rapidez que cualquier otra denominación. Tenemos que conocer bien lo que dicen las Escrituras y lo que no dicen acerca de los dones espirituales. No queremos errar dejando de reconocer, apreciar y utilizar los varios dones que el Espíritu Santo da a la iglesia de Cristo. Tampoco queremos errar esperando más dones que los que el Espíritu promete.

 

El pastor Haeuser comienza su ensayo de manera correcta diferenciando entre el don del Espíritu que es el Espíritu mismo y la fe que él engendra, y los dones del Espíritu. También distingue entre los “frutos” (tal vez mejor fruto, singular en griego), del Espíritu que se dan a todos los cristianos, y los dones del Espíritu que se dan en cantidades y combinaciones distintos a diferentes cristianos.

 

De importancia clave es la contención del ensayista, que respalda con la Escritura y las confesiones, de que “así como el Espíritu Santo utiliza los medios de gracia para iniciar y fortalecer la fe, esos mismos medios de gracia son sus medios de producir el fruto del Espíritu en los que han sido conducidos a la fe por él y al darle sus dones” (página 4). Los dones espirituales son precisamente eso— charismata, dones de un Dios de misericordia. No hay una manera de recibir el don del Espíritu, es decir, el arrepentimiento y la fe obrada por el evangelio, y otro de recibir dones del Espíritu, es decir, la obediencia.

 

El ensayista indica correctamente que algunos dones que el Señor da a la iglesia están en la forma de personas—apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Estoy de acuerdo con él de que la traducción de Efesios 2:12 en la NIV es correcta: “a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio”. La traducción de Lutero también es así: “dasz die Heiligen zugerichtet werden zum Werk des Amts.”

 

Estoy de acuerdo con el pastor Haeuser que, aunque el pasaje de Efesios 4 habla de hombres dotados a los cuales la iglesia llama para servir en el ministerio de la palabra, Romanos 12:1-8 y 1 Corintios 12:1-11 “reflejan las innumerables oportunidades que Dios da a miembros de la congregación a los cuales él equipa con dones especiales para servir.” El pastor no querrá acumular todas las oportunidades de servir para él mismo. Más bien animará a todos los miembros de su congregación a servir conforme a sus dones. “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10-11). Dicho sea de paso, he hallado útil pensar en dos “12” y dos “4” para recordar en dónde las Escrituras nos hablan del asunto de los dones espirituales: Romanos 12 y 1 Corintios 12, y Efesios 4 y 1 Pedro 4.

 

El pastor Haeuser justificadamente dedicó casi la mitad de su ensayo a un estudio de 1 Corintios 12-14 porque “en los círculos pentecostales [estos] capítulos … reciben casi toda la atención” (p. 8), en particular aquellas secciones que hablan de los dones extraordinarios del Espíritu, por ejemplo, hablar en lenguas y la profecía.

 

En cuanto al don de la profecía, estoy de acuerdo con la interpretación del ensayista de que “probablemente fue un don que Dios dio a algunos en ese tiempo mediante el cual les dio revelaciones de su palabra y voluntad para hablar en la congregación tanto como en otras situaciones.” El pastor Haeuser también claramente presenta la preeminencia que las Escrituras dan a la profecía en preferencia a hablar en lenguas.

 

En cuanto al don de hablar en lenguas, el escritor parece respaldar la interpretación de que las lenguas en todos los casos fueron idiomas genuinos, como en Pentecostés. En base a mi estudio del asunto, ésta es la interpretación que presenta menos dificultades, puesto que asigna un significado en todas partes a la palabra glosolalia.

 

Sobre la cuestión de la duración de los dones extraordinarios del Espíritu, el pastor Haeuser respalda la conclusión de Joel Gerlach de que, más bien que tratar de determinar exactamente cuándo las “profecías se acabarán” y “cesarán las lenguas” (1 Corintios 13:8), “la verdadera base para juzgar a los que afirman poseer el don de lenguas y otros dones carismáticos especiales es examinar su doctrina” (p. 13). En este respecto los pentecostales y los carismáticos, que mantienen que la obediencia es la condición para recibir la plenitud del Espíritu, se quedan muy atrás, como también en su insistencia de que dones tales como las lenguas y la profecía son necesarios, además de la fe, para que uno tenga al Espíritu en su plenitud. Este Espíritu da diferentes dones a diferentes personas y cada don se recibe totalmente por la gracia.

 

Tal vez habría sido apropiada una discusión de los dones de milagros y sanaciones en vista de la importancia que muchos dan a ellos hoy.

 

Para cerrar, repetimos unas cuantas de las palabras finales del pastor Haeuser, porque dan un buen resumen tanto de las bendiciones de los dones espirituales y los errores que tenemos que evitar.

Dios nos conceda, mediante los medios de gracia que él ha designado, una medida abundante de los dones del Espíritu Santo, hombres dotados para guiar nuestras congregaciones, gente dotada para servir unos a otros en el amor, y la verdadera edificación del cuerpo de Cristo mediante la aplicación abundante de los dones del Espíritu…  Y que seamos preservados de todas las perversiones de los dones del Espíritu que quisieran convertir los charismata, dones de gracia, en premios por el esfuerzo humano… Recordemos que el Espíritu Santo ha sido dado para el conflicto; no es el premio por haber ganado el conflicto por nosotros mismos.

 

Conferencia Evangélica Luterana Confesional

Tercera convención trienal

Winter Haven, Florida

20-22 de abril de 1999

 

David J. Valleskey

 

 



[1]  Frederick Dale Bruner, A Theology of the Holy Spirit, Grand Rapids:Eerdmans. pp. 186-189.

[2] Libro de Concordia. SA III, Art. VIII, par. 10, p. 325.

[3] C.F.W. Walther, Convention Essays, St. Louis:Concordia. p. 137.

[4] Francis Pieper, Christian Dogmatics, St. Louis:Condordia. Vol. III, p. 134.

[5] Ibid., P. 186. Quoted from St. L. VII:2389. 2388.

[6] Bauer Arndt Gingrich Danker, A Greek-English Lexicon of the New Testament and Other Early Christian Literature : En línea, obtenible de Logos Bible Software. El significado número 4 para cavri" es “de efectos excepcionales producidos por la gracia divina, más allá de los que los cristianos usualmente experimentan.”

[7] Chrysostom, Commentary on the Epistle of St. Paul to the Galatians, Nicene and Post-Nicene Fathers. Vol. 13, p. 18. En línea, disponible de Ages Software, Albany, Oregon

[8] Georg Stoeckhardt, Commentary on St. Paul’s Epistle to the Ephesians, St. Louis:Concordia. p. 201.

[9] Artículos de Esmalcalda, Parte III, Sección IV, p. 321.

[10] Bruner, A Theology of the Holy Spirit, p. 130.

[11] Ibid., p. 138-139.

[12] Ibid., p. 146-147.

[13] Lenski interpreta los profetas de este capítulo de otra manera. Los ve como cualesquiera que tengan el don de comunicar el evangelio para la edificación de la congregación, aunque cree que también hay un don de profecía en un sentido más estricto, como el que ejerció Agabo en el pasaje de Hechos 21. Sin embargo, no me parece que el punto de vista de Lenski realmente trata justamente con todos los datos en este capítulo.

[14] Artículo por F. Dausenburg en Horst Balz and Gerhard Schneider, Diccionario Exegético del Nuevo Testamento, Salamanca:Sígueme.

[15] Citado en Hodge, Commentary on 1 Corinthians, En Línea, obtenible de Ages Software, Albany Oregon. p. 297

[16] Joel Gerlach, Glossolalia, WLQ Vol. 70. No. 4, 1973, p. 246.

[17] Ibid., p. 249.

[18] Véase Bruner, Theology of the Holy Spirit p. 144.

[19] Ibid., p. 146.

[20] Ibid., p. 233.

[21] Ibid., p. 91.

[22] Ibid., p. 93-94.

[23] Ibid., p. 235.

[24]  Ibid., p. 111.

[25] Ibid.

[26] Ibid., p. 110-111.

[27] SD. Art. II, Par. 77. P. 578-579.

[28] Apol. Art. XX, par. 15. P. 223.

[29] Bruner, p. 230.

[30] Ibid., p. 281-282.

[31] Ibid., p. 173, fn 19.

[32] Pieper, Vol. III, p. 273. Citado de la edición St. Louis de las obras de Martín Lutero, X:2060ff.