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Devociones para la Epifanía

 

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10 de enero

11 de enero

12 de enero

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Domingo de Septuagésima

Lunes de Septuagésima

Martes de Septuagésima

Miércoles de Septuagésima

Jueves de Septuagésima

Viernes de Septuagésima

Sábado de Septuagésima

Domingo de Sexagésima

Lunes de Sexagésima

Martes de Sexagésima

Miércoles de Sexagésima

Jueves de Sexagésima

Viernes de Sexagésima

Sábado de Sexagésima

Domingo de Quincuagésima

Lunes de Quincuagésima

Martes de Quincuagésima

 

 

7 de enero

 

Juan 2:11

Este principio de señales hizo Jesús en Caná de Galilea, y manifestó su gloria; y sus discípulos creyeron en él. (Juan 2:11)

 

Jesús otra vez fue a Galilea. Sin embargo, salió de la ciudad de Nazaret y se estableció en Capernaúm a orillas del lago.

 

Juan en su segundo capítulo informa que hubo una boda en Caná de Galilea y que la madre de Jesús estaba presente. Jesús y sus discípulos también fueron invitados a la boda. — Sucedió algo muy embarazoso; se les acabó el vino. María, la madre de Jesús, le contó a su hijo la situación. Al parecer, con eso quería sugerirle que había llegado la ocasión para probar que era el Mesías haciendo un milagro. ¿Piensas que era apropiado que un simple ser mortal, aunque se trataba de su madre, interfiriera en su misión divina aunque fuera sólo con una sugerencia? ¡Seguro que no! Por eso Jesús la rechazó diciendo: “Querida mujer, ¿por qué me involucras a mí? No ha llegado mi hora”. Su madre no puso objeción. Sin embargo, dijo a los siervos: “Haced todo lo que os diga”.

 

Cerca de allí había seis tinajas de piedra para agua, de la clase que los judíos usaban para lavarse ceremonialmente, con capacidad de 80 a 120 litros cada una. — Jesús dijo a los siervos: “Llenad estas tinajas de agua”. Y las llenaron hasta arriba. Luego les dijo: “Sacad ahora, y llevadlo al maestresala”. Lo hicieron, y el anfitrión probó el agua que se había convertido en vino. No sabía de dónde venía, pero los siervos que lo habían sacado sí sabían. Luego llamó aparte al novio y le dijo: “Todo hombre sirve primero el buen vino, y cuando ya han bebido mucho, entonces el inferior; mas tú has reservado el buen vino hasta ahora”. — Ésta, la primera de sus  señales milagrosas, la hizo Jesús en Caná de Galilea, manifestando su majestad divina que había escondido por tanto tiempo. Juan, uno de los primeros discípulos de Jesús, dice que como resultado de este milagro la fe de los discípulos se fortaleció mucho.

 

Podemos hacer una pausa para preguntarnos qué caracteriza a un milagro. Un milagro es un acontecimiento que se aparta de los procesos ordinarios de la naturaleza. En realidad, un milagro es tal sólo a los ojos humanos, mas en cuanto a Dios se concierne, el milagro no es más milagroso que todo lo que hace. ¿Por qué debe ser más milagroso para el Dios que creó el vino convertir agua en vino? Sólo Dios puede hacer milagros. Él es el Creador y el Preservador de todo lo que existe, y creó conveniente establecer ciertas leyes naturales que continúan los fenómenos naturales que creó. En consecuencia, sólo él puede suspender estas leyes y hacer milagros. Eso hizo Jesús en las bodas de Caná.

 

Con esta acción Jesús claramente reveló que él era aquel cuya venida Moisés y los profetas habían profetizado: el Mesías, el Hijo de Dios, Emanuel, el Admirable, el Consejero, el Dios fuerte, Padre eterno, Jehová justicia nuestra; la Simiente de David cuyo trono se establecería para siempre; el Primero y el Último, que estableció la tierra y cuyas manos contienen los cielos; a quien el Señor Dios y su Espíritu enviaron para ser el Cordero de Dios que llevó el pecado de este mundo.

 

Sus discípulos, que presenciaron este milagro, pusieron su fe en él. ¿Qué tal nosotros? Es cierto, no fuimos testigos oculares de este milagro. Sin embargo, los Evangelios, los informes de los testigos oculares de los muchos milagros son tan confiables, tan llenos del poder del Espíritu Santo, cautivando los corazones y atrayéndolos a Jesús, que es imposible que supongas que no sean verdaderos. Al leerlos, te convencerás de la verdad que hay allí, porque son poder de Dios para salvación. Allí verás la majestad de Jesús y tú también pondrás tu fe en él como lo hicieron los discípulos que vieron e informaron de estas cosas.


 

8 de enero

 

Porque me consumió el celo de tu casa. (Salmo 69:9)

El Mesías, hablando proféticamente por boca de su antepasado David, dijo estas palabras. Hoy queremos considerar cómo se cumplió esta profecía en una ocasión en particular.

Después de la boda de Caná Jesús andaba por esa provincia predicando el evangelio y sanando toda clase de enfermedades. Se acercaba el tiempo de la Pascua y Jesús fue a Jerusalén. Allí en el patio del templo vio a hombres que vendían ganado, ovejas y palomas; y a cambistas sentados en la mesa. Así que hizo un látigo de cuerdas y echó fuera a todos del área del templo, tanto a las ovejas como al ganado; esparció las monedas de los cambistas y volcó las mesas. A los vendedores de palomas les dijo: “Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado”. Sus discípulos recordaron que fue escrito acerca de él: “El celo de tu casa me consume”. Así consideraron lo que acababan de ver como una acción característica del Mesías.

Por otro lado, aquellos judíos que no creían en Jesús le preguntaron: “¿Qué señal nos muestras, ya que haces esto?” Ellos también pensaban que Jesús acababa de hacer algo que sólo el Mesías, el que restauraría todo cuando llegara, podía hacer. Por eso exigieron que Jesús lo certificara mediante una señal. Sin embargo, como no les interesaba la verdad, les dio una señal que demostraría más allá de toda duda que realmente era el Mesías, una señal que ellos, en su incredulidad, serían instrumentos en cumplir. Les dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Los judíos respondieron: “En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás?” Como explicación, Juan agrega: Mas él hablaba del templo de su cuerpo. Después que resucitó de los muertos, sus discípulos recordaron lo que había dicho. Creyeron las Escrituras y las palabras que Jesús había hablado.

Los cristianos y los hijos de Dios son su verdadero templo. Pablo reveló esto a los cristianos en Corinto: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16). En otra ocasión les escribió: “Habitaré y andaré entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo” (2 Corintios 6:16). Se expresa la misma verdad en Efesios 2:19-22; 1 Pedro 2:15; Hebreos 3:6. — El Señor ama a éste, su templo verdadero, y no quiere que se profane con la falsa doctrina ni el servicio del pecado. Por eso Pablo escribió: “Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:17). Dios se enoja mucho con los que causan disensión en la iglesia con el engaño y la doctrina falsa, y si no se arrepienten y lo dejan, esa ira se derramará sobre ellos. Los cristianos siempre debemos recordar que somos el templo de Dios, comprados con la sangre de Cristo y santificados con el Espíritu de Dios que mora en nosotros, y debemos intentar evitar profanar ese templo con falsa doctrina y acciones pecaminosas. Y cuando nuestro querido Salvador limpia su templo con contratiempos y disciplina, debemos humildemente agradecerle esta atención amorosa.


 

9 de enero

Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios. (Juan 3:3)

Como oímos ayer, cuando el Señor Jesús estaba en Jerusalén hizo muchas señales con el resultado de que muchos creyeron en él y lo siguieron. Sin embargo, Jesús no se fiaba de ellos, porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre. (Juan 2:24,25). — Había un hombre fariseo, llamado Nicodemo, miembro del consejo gobernante hebreo. Vino a Jesús de noche, y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él”. — Quería no sólo escuchar a Jesús sino aprender de él.

 

En respuesta Jesús le contestó: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. — Es claro que Jesús estaba diciendo que el ser humano considerado en términos de su propia naturaleza, razón y poderes no está capacitado para el reino de Dios, y no puede discernir ni entenderlo, mucho menos entrar en él. Para esto se necesita un nuevo nacimiento.

 

Nicodemo, usando su razón, se ofendió por este dicho, y de manera casi brusca, preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?”

 

Jesús respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. — Una vez más el Señor Jesús indicó que por naturaleza no somos aptos para el reino de Dios. ¿Dice: “lo que es nacido de la carne, carne es”, no es así? La “carne” designa nuestra naturaleza human corrompida por el pecado. Así el Señor está diciendo que todo el que nace de padres pecadores también tendrá su naturaleza corrompida por el pecado y en consecuencia no es de ningún modo apto para el reino del cielo. De hecho, esta corrupción innata de nuestra naturaleza humana es tan desesperadamente malvada que se requiere un nuevo nacimiento espiritual y santo. Las buenas noticias son que se puede obtener ese nuevo nacimiento. Dios en su gracia y misericordia lo ha hecho posible. Se trata de nacer de nuevo de agua y del Espíritu, del nuevo nacimiento espiritual.

 

Una explicación: Por medio de su palabra Dios ha puesto en el agua del bautismo el perdón de los pecados, la vida y la salvación, todo lo cual Cristo ha ganado para nosotros; además, está en esta institución benéfica de Dios, en el santo bautismo, el Espíritu Santo que crea la confianza y la fe. Todo el que recibe el perdón de los pecados, la vida y la salvación en el bautismo ha nacido de nuevo y ha entrado en el reino de Dios; es hijo de Dios y heredero del cielo, porque en el bautismo está la palabra de Dios, y el Espíritu Santo actúa por medio de su palabra.

 

La situación es igual en cuanto a la palabra de Dios, la Santa Biblia. En conexión a ella Dios también pone a disposición el perdón de los pecados, la vida y la salvación que Cristo obtuvo para la raza human, junto con el Espíritu Santo que crea la fe. Todo el que acepta con fe estos dones preciosos nace de nuevo y ha entrado en el reino de Dios.

 

La palabra y los sacramentos que Dios en su misericordia ha preparado y hace disponible para la salvación de la humanidad se llaman en la iglesia luterana los medios de gracia.

 

Así el Señor Jesús dice a Nicodemo que no debe devanarse los sesos con cosas divinas sino aceptar con fe sencilla las revelaciones y las acciones de Dios. El bautismo estaba a la mano y el Señor Jesús le ofrecía en ese mismo momento la palabra de Dios que era capaz de producir el nuevo nacimiento del que Jesús había estado hablando, el cual abría la puerta al reino de Dios.

 

Jesús siguió con su instrucción sobre el nuevo nacimiento: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:14-16).

 

Aférrate a esta palabra y a tu bautismo, querido cristiano, porque en ellos tienes la seguridad de ese nuevo nacimiento espiritual y de que eres un miembro del reino de Dios.


 

10 de enero

Nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo. (Juan 4:42).

En su viaje desde Judea a Galilea el Señor Jesús tuvo que pasar por Samaria. La gente que vivía en esta región no era de sangre judía pura, sino más bien un pueblo que resultaba de matrimonios entre judíos y paganos. Esto se reflejaba en su religión, y por eso los judíos no se asociaban con ellos. Fue allí en Samaria en donde Jesús entró en la ciudad de Sicar en donde se encontraba el pozo de Jacob. Puesto que Jesús estaba cansado por el viaje se sentó por ese pozo, siendo el mediodía. Sus discípulos entraron en la ciudad para comprar comida y él se quedó solo por el pozo.

En ese momento una mujer de la ciudad llegó allí para sacar agua. Jesús le pidió que le diera de beber. La mujer samaritana se sorprendió y le dijo: “¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer samaritana?” Jesús le respondió: “Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva”. Ella le dijo: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?” — Jesús respondió: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”. — La mujer, como no lo entendía, le dijo, tal vez en broma: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed, ni venga aquí a sacarla”.

Repentina e inesperadamente, Jesús ahora le dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá”. — “No tengo marido”, le dijo ella. — “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido”. — La mujer le dijo: “Señor, me parece que tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar”. — Jesús le declaró: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren”. — La mujer le dijo: “Sé que ha de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando él venga nos declarará todas las cosas”. — Luego Jesús le declaró: “Yo soy, el que habla contigo”.

Mientras tanto volvieron sus discípulos, y la mujer, dejando su jarra por el pozo, volvió a la ciudad y dijo a los pobladores: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho. ¿No será éste el Cristo?” Entonces salieron de la ciudad, y vinieron a él.

Los discípulos, entretanto, lo animaron a comer, pero él les dijo: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis”. — Los discípulos se dijeron: “¿Le habrá traído alguien de comer?” — Pero Jesús les dijo: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe su obra”. — En relación con esto, quería decir que tenía que predicar a la gente de Sicar que se acercaba, aunque sus palabras se aplican a toda su vida terrenal. Por eso ahora dijo: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”.

Muchos de los samaritanos de esa ciudad creyeron en él por el testimonio de la mujer: “Me dijo todo lo que he hecho”. Cuando los samaritanos llegaron a él le animaron a que se quedara con ellos, y se quedó dos días. Por medio de sus palabras muchos más llegaron a creer. Dijeron a la mujer: “Ya no creemos solamente por tu dicho, porque nosotros mismos hemos oído, y sabemos que verdaderamente éste es el Salvador del mundo, el Cristo” (Juan 4).

Tú también, querido lector, debes tener esta convicción. Es bueno que otros te hablen del Salvador, pero su testimonio debe hacerte escudriñar las Escrituras para que se fortalezca más y más tu fe en el Salvador, y para que nunca te avergüences, sino que hasta te animes a confesarlo ante los hombres con palabras y acciones, así como lo hizo la mujer samaritana.


 

11 de enero

Y el hombre creyó la palabra que Jesús le dijo, y se fue. (Juan 4:50)

 

Después de que Jesús se encontró con la mujer samaritana por el pozo de Jacob y los dos días que pasó con los habitantes de su ciudad, salió para Galilea y una vez más visitó Caná en donde había convertido el agua en vino. Allí se le acercó cierto oficial real que tenía a su hijo enfermo en Capernaum, porque había oído que estaba en Caná. Rogó que Jesús viniera para sanar a su hijo que estaba a punto de morirse. Se necesitaban unas seis horas para hacer el viaje a pie de allí a Capernaum.

 

“Si no viereis señales y prodigios, no creeréis”, le dijo Jesús. — En efecto le estaba diciendo: La gente como ustedes no me buscan porque soy el Salvador del mundo, sino sólo como alguien que hace milagros, y si no hiciera el milagro que se me pide, no creerían en mí. — Así estaban las cosas entonces y así siguen hoy.

 

Persistió el oficial real: “desciende antes que mi hijo muera”. Con humildad había aceptado la reprensión de Jesús, pero el pobre padre estaba buscando desesperadamente ayuda para su hijo moribundo.

 

Jesús le dijo: “Ve, tu hijo vive”. Sin embargo, no cumplió con la petición del padre de que lo acompañara; sólo le aseguró que su hijo no moriría. El hombre aceptó como confiable la palabra de Jesús y se fue. La hora era como la una de la tarde. Creyó con tanta firmeza la promesa de Jesús que, como estaba cansado del largo viaje de la mañana, no se apresuró para llegar a la casa sino descansó esa noche, diciéndose, “mi hijo vivirá”.

 

A la mañana siguiente, no lejos de Capernaum, sus siervos lo encontraron con la noticia de que su hijo vivía. Cuando preguntó a qué horas se había mejorado su hijo, le dijeron: “Ayer a las siete le dejó la fiebre”. Entonces el padre reconoció que era la hora cuando Jesús le había dicho: “tu hijo vive”. Así él y toda su familia creyeron.

 

Encontrarás esta historia al final del cuarto capítulo del Evangelio de Juan. De ella podemos aprender qué es la verdadera fe. La fe genuina es creer que Jesucristo es el Salvador del mundo y por tanto tu querido Salvador, y adherirte con firmeza a esta fe durante toda tu vida y también a la hora de tu muerte. Y debes confiar en Jesús aun sin considerar lo que tus ojos vean o la opinión y las emociones de tu corazón pecaminoso. Jesús te dice que Dios te favorece por causa de él y que por eso eres un hijo querido de Dios. Créelo, aunque la evidencia parezca estar en contra y las dudas ataquen tu corazón.

 

Y cuando la muerte se acerque y tu conciencia atribulada piense en tus muchos pecados y Satanás quisiera convencerte de que eres un alma perdida por causa de ellos, entonces especialmente aférrate con fe a la promesa de tu Salvador de que Dios te tendrá misericordia por causa de él, de Jesús. Cree que vivirás aunque mueras. Entonces los mensajeros celestiales te encontrarán cuando te apartas de esta vida y con gozo eterno verás la realidad de lo que has creído.

 

12 de enero

 

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mateo 5:3)

 

Cuando Jesús estaba en Galilea, la gente allí lo recibió con gusto. Enseñó en sus sinagogas, predicó las buenas nuevas del reino y sanó toda dolencia y enfermedad entre la gente. Las noticias de él se extendieron por todas partes, y grandes multitudes lo siguieron. Sin embargo, fue diferente en su pueblo, Nazaret. Allí, en un sábado, entró en la sinagoga conforme a su costumbre, en donde predicó sobre un texto de Isaías. Lucas, en su capítulo 4, informa que “todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca”. El texto de Isaías (61:1-2) describió al Mesías prometido, y cuando se hizo evidente que Jesús estaba aplicando el texto a él mismo, los de su pueblo se preguntaron: “¿No es éste el hijo de José?” Se sintieron ofendidos, convencidos de que ellos conocían su humilde origen. Cuando los reprendió por su incredulidad, se enfurecieron, lo expulsaron de la ciudad y lo llevaron a una peña, en donde intentaron echarlo abajo, mas él pasó por la multitud y salió para Capernaum. Allí, el sábado, comenzó a enseñar a la gente, la cual se maravilló porque su mensaje tenía autoridad.

 

En el capítulo 5 de Lucas leemos: “Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago; y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud.

 

Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar”. Respondiendo Simón, le dijo: “Maestro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; mas en tu palabra echaré la red”. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía. Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían.

 

Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: ‘Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador’. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: ‘No temas; desde ahora serás pescador de hombres’. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron”. A partir de entonces eran sus constantes compañeros y sus discípulos.

 

Querido cristiano, estos hombres después se convirtieron en grandes apóstoles y discípulos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, los instrumentos especiales por los que estableció su iglesia, la cristiandad. Sin embargo, antes de ser apóstoles, fueron sus discípulos, sus constantes compañeros. Tú también eres un discípulo de Jesucristo y tienes la intención de permanecer con él y aprender de él. Así que, toma nota de cómo se hace un discípulo verdadero de Cristo y cómo se mantiene así: se tiene que ser pobre en espíritu y, en cuanto a uno mismo, seguir siendo así. Entonces serás atraído por el evangelio misericordioso y llegarás a Jesús con fe y seguirás con él.

 

Ser pobre en espíritu significa vivir consciente de tus propios pecados, reconocerlos con arrepentimiento, sentir terror al pensar en la majestad y la santidad de Dios así como Pedro y sus compañeros en el texto de hoy. Si es así, pues entonces el Señor Jesús nos consolará con sus palabras de misericordia, diciéndonos no tener miedo porque él nos ha redimido. Nos asegurará que ha perdonado nuestro pecado y que nos apoyará con su Espíritu y nos permitirá servirlo para la salvación de muchas almas más. Junto con las palabras de Jesús, el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo, viene a nosotros, nos consuela, nos hace fieles discípulos de Jesús. Sigue siendo, entonces, pobre en espíritu, querido cristiano, y en ese caso seguirás siendo un discípulo verdadero de Jesús. Los que son orgullosos y que confían en su propia justicia no pueden ser discípulos de Cristo.


 

13 de enero

 

Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. (1 Timoteo 1:15)

 

Hoy queremos hablar de otro hombre que primero se hizo discípulo de Jesús y luego apóstol. Aproximadamente en el mismo tiempo de los acontecimientos que narramos ayer, Jesús vio a un cobrador de impuestos llamado Leví sentado en el banco de los tributos públicos. “Sígueme”, le dijo Jesús, y Leví se levantó, dejó todo y lo siguió. — Sin duda había oído antes del Señor Jesús y lo había visto y lo conmovió mucho, de modo que sintió gran gozo que Jesús lo llamara.

 

Sin embargo, antes que Mateo, también llamado Leví, siguiera permanentemente a Jesús, preparó una gran cena para él en su casa. Un gran número de cobradores de impuestos y otros fueron invitados a ese banquete y cenaban allí con Jesús y sus discípulos. — Podemos estar seguros de que el querido Salvador tenía mucho que decir a estos invitados, y sin duda Mateo tenía esa intención cuando planeó su banquete. Sin embargo, los fariseos y los maestros de la ley, que no creían que Jesús era el Mesías, se quejaron a los discípulos de Jesús diciendo: “¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores?” — Los cobradores de impuestos o publicanos, debido a su conexión con los  romanos que gobernaban a los judíos, no gozaban de popularidad y se clasificaban con los pecadores atrevidos e impenitentes. — El Señor Jesús, que oyó sus comentarios, respondió su pregunta diciendo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lucas 5).

 

Querido cristiano, a Dios le desagrada la gente que lleva una vida decente en público, y que hasta puede ser “buen” miembro de la iglesia, pero que tiene orgullo de su buena reputación en la comunidad y que desprecia a los pecadores, en vez de buscar ganarlos para Jesús. Recuerda, Jesús condenó a los fariseos que dieron diezmos hasta de sus hierbas culinarias, pero pasaron por alto las cosas de más peso de la ley:  la justicia, la misericordia y la fidelidad. A Dios le agrada más la misericordia que el sacrificio, porque es un Dios de misericordia. Qué nadie crea poder servir a este Dios con “buenas obras” a las cuales les falta la misericordia y la piedad, en otras palabras, que sean sin amor. — Qué diferentes son sus enseñanzas de las de los fariseos orgullosos y confiados en su propia justicia. Él es el médico de quienes están enfermos espiritualmente, el Salvador de los pecadores. Con gran piedad y misericordia se acerca al pecador y lo llama al arrepentimiento. Toda su vida en la tierra, todos sus pensamientos, sus acciones, su sufrimiento y muerte tenían sólo una meta: convencer a los pecadores de que Dios estaba reconciliado y de que con misericordia los perdonaría y los recibiría, si tan solo se arrepintieran y vinieran a él. Y cuando el pobre pecador, aunque con una fe débil, clama al Señor Jesús pidiéndole ayuda, él lo recibe con los brazos abiertos. Considera la narrativa de lo que sucedió cuando Mateo fue a Jesús. — Es una palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Valoremos estas palabras de la Escritura porque con frecuencia serán para nosotros un gran consuelo, y que siempre nos guíen en nuestra actitud hacia los demás, sin importar su reputación, que todavía no creen que Jesús también es su Salvador.


 

14 de enero

 

Señor, si quieres ... (Mateo 8:2)

 

Como hay tanta enfermedad en esta pobre tierra, y como la enfermedad va acompañada de tanta miseria y angustia, queremos demostrar usando dos narrativas cuánto se preocupa el Señor por los enfermos y por su angustia.

 

Cuando el Señor Jesús bajó de una montaña en la cual había estado predicando, lo siguió una gran multitud. En el pueblo se le acercó un leproso. La multitud le cedió el paso porque la lepra era una enfermedad contagiosa e incurable. En el tiempo de Jesús no se les permitía a los leprosos estar en compañía de los demás. Cuando este leproso vio a Jesús, se postró y le regó: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Jesús le extendió la mano y le tocó. “Quiero”, le dijo al hombre, “sé limpio”. Inmediatamente se le quitó la lepra. Luego Jesús le dijo: “Mira, no lo digas a nadie; sino ve, muéstrate al sacerdote, y presenta la ofrenda que ordenó Moisés, para testimonio a ellos”. — Los sacerdotes en Israel tenían la responsabilidad de supervisar la salud pública. Además, aquí había un testimonio más de que Jesús es el Mesías.

 

Sucedió otra curación en Capernaum. Un centurión destacado en el lugar tenía un siervo al que apreciaba mucho. Este siervo estaba enfermo y a punto de morir. El centurión oyó acerca de Jesús y envió a varios ancianos de los judíos para pedir que fuera a sanar a su siervo. Cuando llegaron a Jesús le rogaron insistentemente: “Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga”. Así que Jesús los acompañó.

 

No estaba lejos de la casa del centurión cuando éste envió a unos amigos para decirle: “Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero di la palabra, y mi siervo será sano. Porque también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes; y digo a éste: Vé, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace”. — Cuando Jesús oyó esto se maravilló de él, y volvió a la multitud que le seguía y dijo: “Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe”. — Luego los hombres que habían sido enviados volvieron a la casa y encontraron que el siervo estaba sano (Lucas 5 y 7).

 

Querido cristiano, cuando estés enfermo, acude a Jesús primero . Él es quien te puede ayudar. No tienes que ir lejos, porque él ya está a tu lado. Además, te ama. ¿No te ha llamado para ser suyo? Acude a él y dile: “Señor, si quieres ...” — Confiando en el poder de Dios, acude a un médico y toma cualquier medicina que te recete. Luego, espera tranquilo y sométete a la voluntad de Dios. Si decimos “tranquilo” y “espera”, no queremos decir que no debes seguir orando, pero sí queremos destacar que debes someterte a la voluntad de Dios. Él hará lo que sea mejor para tu eterna salvación. ¡Seguramente esto también es tu deseo más ferviente!

 

Sigue orando: “Señor, si quieres ...” Ora con humildad, confesando que no eres digno de su ayuda en vista de tus muchos pecados. Dile que estás dispuesto a soportar cualquier sufrimiento que él envíe y cualquier decisión que él haga, y dile que sea cual fuera su decisión, tu deseo más grande es ser siempre su hijo. Y puesto que eres su querido hijo y el querido Hijo de Dios es tu Señor y Salvador, estás en buenas manos, sin importar  el resultado.


 

15 de enero

 

Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento. (Salmo 23:4)

 

Aquí escuchamos al rey David hablar a su Señor, el Mesías, que en ese tiempo todavía no se había hecho hombre. Cuando David habla del valle de sombra de muerte, piensa en la angustia, el infortunio y la muerte. Sin embargo, aunque tiene que pasar por un valle tan oscuro, ya ha decidido que no temerá, porque, como dice, tú, el Mesías, estás conmigo. — Y tú, un cristiano, un discípulo del Señor Jesucristo, puedes decir lo mismo.

 

Sin embargo, con qué facilidad nos desesperamos cuando llegan las desgracias y el Señor no nos ayuda inmediatamente. Entonces imaginamos que Dios no debe estar consciente de lo que sucede, o que nos ha olvidado. ¿No es así?

 

Queremos usar una hermosa historia de los Evangelios para sentirnos avergonzados por nuestra falta de fe y para que veamos las cosas como debemos.

 

Una tarde Jesús dijo a sus discípulos: “Pasemos al otro lado del lago”. Así entraron en la barca y partieron. Se desencadenó una tempestad en el lago; y se anegaban y peligraban. Jesús estaba en la popa, durmiendo sobre un cabezal. Los discípulos lo despertaron, y le dijeron: “Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?” — Y levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: “Calla, enmudece”. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. — Y les dijo: “¿Cómo no tenéis fe?”  Los hombres entonces temieron mucho, y se decían el uno al otro: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Mateo 8; Marcos 4; Lucas 8).

 

Querido cristiano, ¿no crees que el Salvador siempre está contigo? Lo sabes por la Biblia, y también sabes que él está bien dispuesto hacia ti. Créelo cuando te habla en su palabra. — Si te encuentras en grave peligro y las olas de la desgracia chocan contra ti, ¿debes temer? ¡No debes! Recuerda, tu Salvador todopoderoso y misericordioso está a tu lado. No imagines que no sabe de tu angustia. ¿O supones que esta situación en particular es demasiado grave? ¿Que aún él no puede ayudar? Seguramente no puedes suponer esto. ¿O que no le importas? Sí, aun los cristianos llegan a tener esos pensamientos. ¿No pensaron los discípulos así? ¿Estás diciendo: “Si puede ayudar, ¿por qué no lo hace ahora mismo?” — Por el mismo motivo por el que no ayudó a los discípulos de inmediato, y no impidió que se desatara la tempestad: quiere fortalecer tu fe, quiere que reconozcas que a fin de cuentas él es el único que puede ayudar. Juega contigo, como la madre con su hijito que apenas comienza a caminar. Lo pone contra la pared, se retira un poquito, y lo llama. Por supuesto, quiere ir con su mamá, pero tiene miedo de caerse. Comienza a tambalearse y luego llora. Pero su madre pronto le extiende los brazos y lo coge. Ella repite éste y otros juegos similares con él hasta que aprende a andar. El Salvador trata contigo de una forma similar. No permitirá que sufras daño. En el momento preciso hará que se calmen los vientos de la adversidad y que se sosieguen las olas de la desgracia. Y siempre servirá para tu bien. Y cuando esa última ola te alcance, — cederá a la paz eterna en su presencia para siempre.


 

16 de enero

 

Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados. (Mateo 9:2)

 

En nuestra opinión, una de las historias de curación más hermosas es la del paralítico en Capernaúm. Cuando la gente allí oyó que Jesús había regresado de un viaje de predicación se aglomeraron tantos por el lugar donde se quedaba que no había espacio ni afuera de la puerta. Entonces Jesús les predicó la palabra. Los fariseos y los maestros de la ley que habían llegado de todas las aldeas de Galilea y de Judea y Jerusalén también estaban presentes. Y el poder del Señor estaba presente para sanar a los enfermos. Llegaron ciertos hombres llevando consigo a un paralítico que cuatro de ellos cargaban. Puesto que no podían llegar a Jesús debido a la multitud, abrieron el techo y bajaron la camilla en que se acostaba el paralítico. Vemos en la acción de estos cuatro hombres evidencia tanto de su fe y de su amor. Dios conceda que nosotros siempre actuemos en fe y amor en el caso de nuestros enfermos.

Ahora que el enfermo estaba a los pies de Jesús, ¿le dijo algo a Jesús? No se nos dice nada al respecto. Estaba allí tranquilo mirando al Salvador. Cuando Jesús vio la fe de ellos, dijo al paralítico: “Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados”.

Las palabras de Jesús fueron la respuesta al deseo de la fe que veía en al alma del paralítico, porque se nos dice explícitamente que Jesús vio su fe. Cuando en la enfermedad y la tribulación reflexionamos sobre nuestras vidas y nos hacemos conscientes de nuestros pecados, los cristianos tenemos dos problemas, y no cabe duda en cuanto a qué inquieta más al cristiano, sus pecados o su enfermedad, si ve una conexión directa entre las dos cosas o no. ¡Después de todo, si no se recupera, viene el juicio final! Cuando pensamos en esto podemos ver por qué Jesús resolvió primero lo más importante y dijo: “Hijo; tus pecados te son perdonados”. Siempre busquemos los mejores dones de Jesús primero, creyendo que cualquier otra cosa que nos da junto con ello será lo mejor para nosotros.

Algunos maestros de la ley estaban sentados allí, pensando: “¿Por qué habla este hombre así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? — Jesús también leyó los pensamientos de ellos, y les dijo: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Porque, ¿qué es más fácil, decir: Los pecados te son perdonados, o decir: Levántate y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dice entonces al paralítico): Levántate, toma tu cama, y vete a tu casa”. Y el hombre se levantó y se fue a su casa. Cuando la multitud vio esto, se llenó de admiración; y alabaron a Dios porque había dado esta autoridad a los hombres. Otros dijeron: “Nunca hemos visto nada como esto”.

 

Ahora Jesús ayudó al paralítico también en lo físico, y en presencia de todo el pueblo Jesús había demostrado con este milagro su gloria, gloria como del Unigénito del Padre. Si confiamos en nuestro Salvador recibiremos mucha ayuda temporal de él a través de toda nuestra vida y tendremos sobrada razón para alabarlo; sin embargo, sobretodo lo alabaremos por la paz de corazón y mente que nos trae nuestra fe en él.

 

17 de enero

 

Al que a mí viene, no le echo fuera. (Juan 6:37)

 

Esto lo dijo el Señor Jesús y de hecho es un dicho precioso. No importa cuán profundamente hayas caído en el pecado, si vienes a Jesús para la misericordia y el perdón, no te echará fuera. Al contrario, te recibirá de manera amistosa, perdonará tus pecados y la vida eterna será tuya. Esto es lo que dice, y él cumple su promesa, porque cuando él promete algo es como si ya fuera hecho. Nunca pienses de él de otra manera de lo que su palabra te dice. El acontecimiento que queremos considerar hoy es una prueba de que Jesús no envía a nadie que acude a él con las manos vacías.

 

En alguna parte de Galilea uno de los fariseos invitó a Jesús a cenar con él. Aceptó la invitación y también otros estaban presentes. En todo caso, parece que su anfitrión le había invitado por curiosidad y para que sus invitados tuvieran la oportunidad de ver a este hombre de quien todo el mundo estaba hablando. Sin embargo, para que nadie pudiera suponer que él mismo era su discípulo y creía en él, omitía la cortesía acostumbrada de ofrecer a Jesús agua para que pudiera lavar los pies al entrar en la casa. Tampoco lo saludó con un beso, ni ungió su cabeza con aceite perfumado.

 

Cuando una mujer que había llevado una vida pecaminosa supo que Jesús cenaba en la casa del fariseo se fue allí con una botella de alabastro con perfume. Sin duda había oído la predicación o de Juan el Bautista o de Jesús y se había arrepentido de sus pecados, pero la gente del pueblo todavía la consideraba una persona mala. Puedes imaginar la sensación que causó cuando entró en esa casa en ese momento.

 

En relación a esto debo llamarte la atención al hecho de que en el mundo mediterráneo de ese tiempo la gente no se sentaba a la mesa como nosotros, sino se acostaba en reclinatorios, apoyaba la cabeza con la mano izquierda y sus pies se extendían detrás de ellos. La mujer se paró a los pies de Jesús llorando, y como algunas de sus lágrimas caían sobre los pies de Jesús las enjugaba con su cabello. Besó sus pies y derramó perfume sobre ellos.

 

Cuando el fariseo que había invitado a Jesús vio esto, se dijo: “Si este fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que lo toca, porque es pecadora”. — Jesús, que percibía sus pensamientos, le dijo: “Simón, una cosa tengo que decirte”. — Y él le dijo:

“Di, Maestro”.

 

Entonces Jesús le contó la siguiente parábola: “Un acreedor tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro, cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos lo amará más?” — Respondiendo Simón, dijo: “Pienso que aquel a quien perdonó más”.  — Jesús le dijo: “Rectamente has juzgado”.

 

Luego volvió hacia la mujer y dijo a Simón: “¿Ves esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para mis pies; pero ella ha regado mis pies con lágrimas y los ha secado con sus cabellos. No me diste beso; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; pero ella ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero aquel a quien se le perdona poco, poco ama”.

 

¿Entiendes estas palabras del Señor? — Está diciendo a Simón que esta mujer recibió perdón por sus muchos pecados, y que por esa razón tenía muchísimo amor para con su Salvador. Por otro lado, Simón, que suponía que no tenía pecados, o tan pocos que él mismo podía expiarlos, amaba poco o nada a Jesús, porque pensaba que podía arreglar sus cuentas con Dios sin la ayuda de aquel a quien el Padre había enviado al mundo para poner a los hombres en la debida relación con Dios.

 

Luego Jesús dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. — Los invitados comenzaban a decirse entre sí: “¿Quién es este, que también perdona pecados?” Gracias a Dios nosotros sabemos que hay perdón de los pecados solamente por medio de Jesús. — Jesús luego dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado; ve en paz”. (Lucas 7)

 

Hoy viste que Jesús está dispuesto a perdonar aún a las personas que la sociedad no quiere perdonar. ¿No te sientes contento porque Jesús mismo te da esta promesa?

 

 

 


18 de enero

 

No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y … saldrán. (Juan 5:28-29)

 

¿De quién es la voz que ordenará a los muertos salir de sus sepulcros? — De aquel a quien la muerte no lo pudo mantener sujetado. Él, Jesús, es el Unigénito del Padre. Es el Verbo que era al principio de todas las cosas, que era con el Padre y era Dios, y sin el cual nada de lo que fue creado fue hecho (Juan 3:1-3). — Y en el tiempo aquel Verbo fue hecho carne. El Hijo eterno de Dios se hizo hombre en pobreza y humildad, y redimió a la humanidad de la muerte y del poder del diablo con su sufrimiento y muerte como substituto en la cruz. Al verlo en su pobreza y humildad nadie quiso creer que él era el Poderoso por medio del cual todas las cosas tienen su origen y quien en el día postrero levantará a todos los muertos. Sin embargo, aun en medio de su pobreza y humildad dio evidencia de su divinidad. Sus discípulos vieron esa evidencia, esa gloria, gloria como del Unigénito del Padre, y creyeron en él. Tampoco se quedaron callados acerca de lo que vieron y creyeron, sino lo proclamaron a otros. De hecho, siguen proclamándolo hoy en los escritos del Nuevo Testamento para que los hombres puedan creer que Jesucristo es el verdadero Dios y la vida eterna (1 Juan 5:20).

 

Un día Jesús fue a una ciudad que se llamaba Naín, y sus discípulos y una gran multitud lo acompañaron. Al acercarse a la puerta de la ciudad, estaban sacando a un muerto — el hijo único de una madre que era viuda. Una gran multitud de la ciudad la acompañaba. — En ese tiempo se acostumbraba llevar a los muertos a sus sepulcros en un ataúd abierto, así como aún se hace en Rusia. — Cuando el Señor vio a esta pobre madre, se conmovió de corazón y le dijo: “No llores”. Luego se acercó y tocó el ataúd, y los que lo llevaban se detuvieron. Dijo: “Joven, a ti te digo, levántate”. El que había muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo devolvió a su madre. — La gente que había visto esto se llenó de asombro y alabó a Dios. “Un gran profeta se ha levantado entre nosotros”; y: “Dios ha visitado a su pueblo”. — Estas noticias acerca de Jesús se difundieron por toda Judea y por toda la región alrededor. (Lucas 7)

 

Este acontecimiento muestra muy claramente que nuestro Salvador es el Todopoderoso cuya voz levantará a los muertos. También te restaurará a la vida, querido cristiano, cuando llegue su gran hora, como él lo ha prometido. Para que oigas su voz con regocijo debes creer en él mientras estés todavía en esta vida presente. Aférrate a él porque él es tu Salvador, y cuando venga la muerte, encomienda tu alma a él para guardarla segura, ponla en las manos que fueron clavadas en la cruz por ti. Son poderosas para salvar y se extienden a ti con misericordia en la vida y en la muerte.

 


19 de enero

 

No temas, cree solamente. (Marcos 5:36)

 

Éstas son palabras de Jesús. ¿Qué es lo que no debemos temer? ¿Bajo qué circunstancias no debemos temer? ¡No debemos temer, y punto! Debemos confiar en él bajo cualquier circunstancia. Ésta es una de las lecciones que debemos aprender de la historia de hoy.

 

Jairo fue uno de los que presidían la sinagoga en Capernaúm. Tenía una hija de doce años que estaba gravemente enferma; de hecho estaba a punto de morir. Su padre había oído que Jesús estaba por la orilla del lago. Se apresuró para llegar allí y encontró a Jesús y a sus discípulos en medio de una multitud. Se puso de rodillas delante de Jesús y le rogó: “Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá”. Así que Jesús lo acompañó, y una gran multitud los siguió.

 

En la multitud había una mujer que había padecido de flujo de sangre por doce años. Había sufrido mucho bajo el cuidado de muchos médicos y había gastado todos sus recursos, pero en vez de mejorar, empeoraba. Porque había oído acerca de Jesús, ella también se encontraba entre la multitud. Se acercó por atrás y tocó su manto porque pensaba: “Si tocare tan solamente su manto, seré salva”. Inmediatamente se le quitó el flujo de sangre y sintió en su cuerpo que era libre de su sufrimiento.

 

Al instante Jesús se dio cuenta de que había salido poder de él. Miró a la multitud y preguntó: “¿Quién ha tocado mis vestidos?” — Sus discípulos dijeron: “Ves que la multitud te aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado?” — Pero Jesús seguía mirando alrededor para ver quién lo había hecho, porque quería que la mujer que se había sanado confesara que él le había ayudado. Luego la mujer, como sabía lo que le había pasado, vino y cayó a sus pies y, temblando con temor, le contó toda la verdad. Él le dijo: “Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote”.

 

Mientras aún hablaba, ciertos hombres llegaron de la casa de Jairo, el gobernante de la sinagoga. “Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas más al Maestro?”, dijeron. Sin hacer caso de lo que decían, Jesús dijo al presidente de la sinagoga: “No temas, cree solamente”.

 

Cuando llegó a la casa de Jairo, no permitió que nadie lo siguiera sino sólo Pedro, Jacobo y Juan, el hermano de Jacobo. Allí vio una gran conmoción, la gente lloraba y se lamentaba a gran voz. Entró y les dijo: “¿Por qué alborotáis y lloráis? La niña no está muerta, sino duerme”. Pero se burlaron de él. Después de expulsar a todos, tomó al padre y la madre de la niña y a sus discípulos que estaban con él, y entraron en donde estaba ella. Tomó su mano y le dijo: “Talita cumi”, lo cual quiere decir: “Niña, a ti te digo, levántate.”. La niña se levantó de inmediato y caminaba. Se asombraron completamente. Jesús dio órdenes estrictas de que no dijeran nada a nadie sobre esto y les dijo darle algo que comer. (Marcos 5)

 

Querido cristiano, éste es el mismo Señor que te redimió y que te tiene mucho amor. ¿Entonces por qué debes temer algo? No debes temer la enfermedad porque aun cuando la ciencia médica no puede ayudar, él lo puede hacer, como lo hizo en el caso de la mujer de quien oímos hoy. Y lo hará si él lo considera conveniente. ¡Sólo cree! — Si él decide otra cosa y resulta la muerte, tampoco tienes por qué temer, porque él ha conquistado la muerte, como vemos en su propio caso y en el de la hija de Jairo. Cuando te estés muriendo, invócalo y cree firmemente que en el momento en que mueras, como el ladrón penitente en la cruz, tú también estarás en el paraíso. Así que, sea cual fuera la circunstancia: “No temas, cree solamente”.


 

20 de enero

 

Oh mujer, grande es tu fe. (Mateo 15.28)

 

Con estas palabras Jesús alabó la fe de una mujer gentil. Así no puede haber duda de que usted también puede aprender algo de la fe de esta mujer. ¡Qué Dios bendiga esta intención nuestra!

 

Un día, después de una controversia con los fariseos, Jesús y sus discípulos se retiraron a la región de Tiro y Sidón para descansar un poco allí. Aunque no quería que nadie supiera en dónde estaba, no pudo mantener en secreto su presencia. De hecho, tan pronto como esta mujer había oído de él, como tenía una hija pequeña que estaba poseída por un espíritu maligno, vino y cayó a sus pies. — En nuestra época y en nuestra tierra, en donde la gente se considera demasiado sofisticada para creer en el mundo de los espíritus, el diablo esconde su presencia; sin embargo no faltan acontecimientos viles, aterradores y diabólicos. — Esta mujer era griega, nacida en Siria en la región de Fenicia. Llegó a Jesús clamando: “¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio”. — Ves, querido lector, aunque descendía de paganos, creía que Jesús era el Mesías prometido, el Salvador de este mundo, porque lo llamó “Hijo de David”. Además, puso en él su confianza y por tanto no debemos dudar en llamarla una cristiana creyente.

 

¿La ayudó Jesús? No de inmediato; no le respondió nada. Así sus discípulos se le acercaron y le dijeron: “Despídela, pues da voces tras nosotros”. — Las palabras siguientes de Jesús parecen ser una negación abierta: “No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel”. — Como dijo Jesús también en otras ocasiones, su ministerio terrenal con sus señales y milagros principalmente se dirigía a los judíos, entre quienes, según los profetas, el Mesías debía aparecer. Esto no quería decir que la salvación, que tenía su origen entre los judíos, no se compartiría con todas las naciones. — En realidad, la fe de esta mujer era objeto de una severa prueba. Sin embargo, creyó que Jesús era el Mesías prometido y así llegó y se arrodilló ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!” Como Pedro, ella estaba convencida de que no había otro a quién acudir, de modo que ni aun lo que Jesús dijo enseguida: “No está bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”, apagó su fe. — Algunos de los judíos del tiempo de Jesús consideraban a los gentiles casi como perros, indignos de la misericordia de Dios.

 

Sin embargo, ¿qué dijo esta mujer? “Sí, Señor; pero aun los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos”. No objetó a que los judíos fueran el pueblo escogido y que ellos adoraban al Dios verdadero y que cualesquier dioses que adoraban los paganos no eran dioses. Estaba convencida de que la misericordia de Dios era tan grande que sobraría algo para todos los que acudían a pedirle ayuda.

 

Luego Jesús respondió: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. Fue a la casa y encontró a su hija acostada y ya se había salido el demonio. (Mat. 15; Marcos 7)

 

Sólo queremos agregar una cosa a esta narración. Nuestro Señor Jesús a veces parece tratarnos con tanta indiferencia o dureza como en este caso. En esas ocasiones nuestra fe está sujeta a una dura prueba, pero la única intención de nuestro Señor es fortalecer nuestra fe y hacer que confiemos en él y en su palabra en toda circunstancia y que digamos con Job: “He aquí, aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13.15).

 


21 de enero

 

Efata, es decir: Sé abierto. (Marcos 7:34)

 

Después del encuentro de Jesús con la mujer gentil, salió de la región de Tiro y Sidón. Fue a la orilla oriental del mar de Galilea a la región de Decápolis. Allí algunos le llevaron a un hombre sordo que apenas podía hablar, y le rogaron poner su mano sobre el hombre. El Salvador estaba dispuesto a hacerlo, pero note el procedimiento que usó.

 

Lo primero que hizo Jesús fue apartar al hombre, lejos de la multitud. Hizo esto para que el hombre pudiera poner toda su atención en el Salvador, y así permitir al hombre que recibiera de él no sólo curación de su cuerpo, sino también beneficio espiritual.

 

Luego el Señor puso sus dedos en las orejas del hombre y con su saliva tocó su lengua. Hizo esto para indicar al hombre lo que sucedería y que Jesús mismo era el que haría el milagro. Luego Jesús, usando el arameo, el idioma de la gente común de su tiempo, dijo: “Efata”, lo cual quiere decir: “Sé abierto”. Cuando habló, se abrieron los oídos de la persona, se soltó su lengua y comenzó a hablar con claridad.

 

Jesús les mandó a que no dijeran nada a nadie. Sin embargo, entre más lo decía, más hablaban de ello. La gente se asombró grandemente. Dijeron: “Bien lo ha hecho todo; hace a los sordos oír, y a los mudos hablar” (Marcos 7).

 

Querido cristiano, por naturaleza todos somos sordomudos espiritualmente. Aunque podemos oír el evangelio de Cristo con nuestros oídos, ninguno de nosotros, usando nuestros propios recursos, podemos tomarlo a pecho. Somos incapaces de hacer que nuestras lenguas digan desde el corazón: “Señor Jesús, ten misericordia de mí”. Sabemos que es así por 1 Corintios 2:14: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. Ésta es la condición natural de todos nosotros, y si permanecemos en esta condición estaremos perdidos eternamente porque “el que no creyere será condenado”.

 

Los cristianos creyentes, sin embargo, por la gracia de Dios han sido librados de esa condición. Creemos en el Señor Jesús, es decir, ponemos la confianza en él, y podemos invocar su nombre y ser salvos. Así que, si vemos a una persona, y hay multitudes así, que todavía sea sordomuda espiritualmente, debemos tener la motivación para conducir a esa persona al Señor Jesús y pedirle que él la sane. Éste es nuestro deber cristiano, y nuestro amor hacia nuestro prójimo debe motivarnos a hacerlo. Y Jesús está tan cerca de nosotros como su palabra. Hasta donde sea posible, debemos llevar a tal persona a esa palabra. Jesús luego tratará con él.

 

Tal vez lo lleve aparte, lejos de toda distracción, posiblemente por medio de una enfermedad, o después de una noche agitada y sin poder dormir, y repentinamente se da cuenta de que Jesús trata con él. Luego, cuando a la luz de la ley de Dios reconoce la gravedad de su condición pecaminosa, y oye el mensaje dulce del evangelio de la gracia y la misericordia de Dios que se extiende al pecador penitente por el mérito de Jesús y la redención, se anima y puede comenzar a confiar en Dios en vez de evitarlo. De hecho, es el Espíritu Santo quien efectúa este cambio en él. Luego se le dice la palabra “Efata”, y puede orar a Jesús y alabarlo. De este modo Jesús sana a los sordomudos espirituales. ¡Para que nosotros, quienes hemos recibido la curación espiritual, no nos convirtamos otra vez en sordomudos espirituales, sigamos asociándonos con Jesús y con su palabra.

 

 


22 de enero

 

Yo soy el pan de vida. (Juan 6:35)

 

El Señor hizo sus milagros para que la gente creyera que él era el Hijo de Dios y el Salvador del mundo. Todo el que no reconocía esto y sólo buscaba beneficios temporales no entendió la intención de Jesús. Esto se hace evidente en la siguiente narración.

 

En otra ocasión Jesús cruzó a la otra orilla del mar de Galilea, y lo siguió una gran multitud porque vio las señales milagrosas que había hecho en los enfermos. Cuando Jesús llegó a la tierra y vio la gran multitud, tuvo compasión de ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Así comenzó a enseñarles muchas cosas.

 

Ya era tarde, así que sus discípulos se le acercaron: “El lugar es desierto y la hora ya avanzada. Despide a la multitud para que vayan por las aldeas y compren algo de comer”. — Pero Jesús les dijo: “No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer”. Y preguntó a Felipe: “¿De dónde compraremos pan para que coman estos?” — Le preguntó esto sólo para probarlo, porque él ya sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: “Doscientos denarios de pan no bastarían para que cada uno de ellos tomara un poco”. — Otro de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero ¿qué es esto para tantos?”

 

Jesús ordenó que hicieran a la gente recostarse en grupos de cien y de cincuenta. Tomando los cinco panes y los dos pescados y mirando hacia el cielo, dio las gracias y partió los panes. Luego los dio a sus discípulos para distribuir a la gente. También dividió los dos pescados entre todos. Todos comieron y quedaron satisfechos. Luego dijo a sus discípulos: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada”. Así los recogieron y llenaron doce canastas. El número de los que comieron fue alrededor de 5,000 hombres, sin contar a las mujeres y niños.

 

Después que vio el pueblo la señal milagrosa que hizo Jesús comenzó a decir: “Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo”. Como Jesús sabía que querían llegar y hacerlo rey a la fuerza, se apartó solo a las colinas.

 

A la mañana siguiente él y sus discípulos estaban otra vez en Capernaúm. La multitud que Jesús había alimentado al otro lado del lago había buscado a Jesús y lo había hallado en Capernaúm. Jesús les dijo: “De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis”, y tenía toda la razón.

 

Citaron el ejemplo de Moisés, quien también había alimentado a sus antepasados en forma milagrosa con el maná y exigieron otro milagro de él para probar que era mayor que Moisés. Jesús luego intentó instruirlos en un largo discurso que Juan escribió para nosotros en su capítulo seis. Allí Jesús les dijo, entre otras cosas: “Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y aun así murieron. ... Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguien come de este pan, vivirá para siempre”.

 

Cuando oyeron esto, muchos de sus discípulos murmuraron y dijeron: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oír?” Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no lo seguían. Jesús preguntó a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” — Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.

 

Los milagros del Señor Jesús, que están escritos en la Biblia, no están para que esperes de él milagros y bendiciones temporales, sino más bien para que busques a Jesús porque es el Pan de vida. Debes ver en él a tu Salvador y Redentor que quita tu carga más grande y apremiante, el pecado, que si no se quita te arrastrará al infierno. Además, te da un don sumamente precioso, su justicia, y te hace un heredero del cielo. Búscalo y abrázalo con fe. Si confías en él como tu Señor y Salvador puedes estar seguro de que también él se cuidará de las necesidades menores que tú tengas para esta vida terrenal.

 


23 de enero

 

¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis. (Mat. 14:27)

 

Pronto después de que Jesús había alimentado a la multitud en forma milagrosa, hizo que sus discípulos entraran en una barca y se adelantaran para ir al otro lado, mientas él despedía a la gente. Cuando había terminado se fue solo a las colinas para orar.

 

Los discípulos estaban solos en el barco en el lago, rumbo a Betsaida. Ya estaba oscuro, y un viento fuerte soplaba y las aguas estaban agitadas. Los discípulos se esforzaban en remar porque tenían al viento en contra. La lucha contra la tormenta duró horas y progresaron muy poco.

 

Sin embargo, Jesús conocía su angustia, y aproximadamente por la cuarta vigilia de la noche (entre las 3 y las 6 de la mañana) salió para encontrarlos, caminando sobre el lago. Estaba a punto de pasarlos, pero cuando lo vieron caminando sobre el lago pensaban que era un fantasma. Gritaron porque todos lo vieron y sentían terror. Inmediatamente les habló y dijeron: “¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis”.

 

Pedro contestó: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”. — “Ven”, dijo Jesús. — Ves lo fuerte que había llegado a ser la fe de Pedro. El agua inestable lo sostendría. — Luego Pedro salió de la barca y caminó sobre el agua hacia Jesús. — El mandato de Jesús, “Ven”, en que Pedro confió, hizo que el agua sostuviera a Pedro. — Sin embargo, cuando se dio cuenta del viento y vio que se le acercaba una ola grande, se asustó. Olvidó la palabra de Jesús, su fe se debilitó y comenzó a hundirse. Clamó: “¡Señor, sálvame!” — inmediatamente Jesús extendió su mano y lo sostuvo. Dijo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” — Cuando habían subido a la barca, el viento se calmó. Luego los que estaban en la barca lo adoraron, diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios” (Mateo 14).

 

Con frecuencia enfrentamos dificultades, aun cuando andamos en los caminos en los que el Señor nos manda. La razón es que cuando nos dedicamos a hacerlo, el mundo, el diablo y nuestra carne pecaminosa se nos oponen. Luego estamos angustiados y pensamos que el Señor nos ha abandonado. — Pero ten la seguridad de que él nos mira con amor. Luego cuando llega a nuestro auxilio, frecuentemente es en una forma que no reconocemos; hasta podríamos suponer que es alguna fuerza hostil. Especialmente en un tiempo así debemos buscar apegarnos más firmemente a su palabra y promesas, porque allí se nos promete que él siempre está en control y que todo en la vida tiene que promover el bien eterno de los que aman a Dios. Es la misma palabra que clama a todos sus discípulos: “¡Tened ánimo! Soy yo, no temáis”.

 

Es cierto, a veces, como Pedro, nos atrevemos y aventuramos en nuestra fe poniéndonos en una situación peligrosa. Entonces con qué facilidad nuestra fe se puede  debilitar cuando nos hacemos conscientes de qué tan peligrosa es realmente la situación. Entonces como Pedro podemos encontrarnos retorciéndonos en la desesperación. Humillados, entonces, y conscientes de nuestra debilidad, no debemos esperar ni un momento para clamar: “¡Señor, sálvame!” Y entonces pronto hallaremos ayuda. — La vida cristiana también tiene sus altibajos, pero como los discípulos, repentinamente nos encontramos en la orilla que anhelábamos alcanzar.

 


24 de enero

 

Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. (Mt 5:10)

 

Aunque es cierto que nuestra intención en estas meditaciones es mantener los ojos puestos en Jesús para que el Señor sea transfigurado en nuestros corazones en su oficio como Salvador y Redentor y seamos salvos, sin embargo, no nos equivocamos si hoy miramos al heraldo y precursor de Jesús, Juan el Bautista para ver cómo le fue a él.

 

Juan siempre fue fiel a su Señor, como en verdad fue fiel en su vocación. — Un día, algunos de los discípulos de Juan llegaron a él y le dijeron: “Rabí, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, él también bautiza, y todos van a él”. Amaban a su maestro, y estaban celosos porque la gente estaba abandonando a Juan para seguir a Jesús. — ¿Cómo reaccionó Juan? Dijo: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene a la esposa es el esposo; pero el amigo del esposo, el que está a su lado y lo oye, se goza grandemente de la voz del esposo. Por eso, mi gozo está completo. Es necesario que él crezca, y que yo disminuya” (Jn 3:25-36).

 

Con el tiempo, Herodes el tetrarca (gobernante de la cuarta parte de un país), encarceló a Juan porque le había dicho que era pecado que él había tomado a Herodías, la esposa de su hermano Felipe, y ahora vivía con ella. Como se puede imaginar, Herodías quería eliminar a Juan, pero Herodes tenía miedo de hacerlo porque la gente consideraba a Juan un profeta. De hecho, él mismo sabía que Juan era un hombre justo y a veces le gustaba escuchar a Juan predicar antes de que él condenara su adulterio.

 

Aun mientras estaba en la cárcel Juan permaneció fiel a Jesús. Cuando Juan oyó que Jesús predicaba y bautizaba, envió a dos de sus discípulos que le habían dicho eso a Jesús. Debían preguntarle: “¿Eres tú aquel que había de venir o esperaremos a otro?” Jesús les dirigió a las profecías del Antiguo Testamento acerca del Mesías: Respondiendo Jesús, les dijo: — “Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis. Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”. (Mat. 11). Así Jesús les confirmó que era el Mesías y consoló a Juan.

 

En su cumpleaños, Herodes celebró un banquete para sus altos oficiales y los comandantes militares y ciudadanos prominentes de Galilea. Cuando la hija de Herodías entró y bailó agradó a Herodes y a sus invitados. El rey dijo a la joven: “Pídeme lo que quieras y yo te lo daré”. Y le prometió bajo juramento: “Todo lo que me pidas te daré, hasta la mitad de mi reino”. Ella salió y preguntó a su madre: “¿Qué pediré?” — “La cabeza de Juan el Bautista”, respondió. — La joven corrió al rey con esa petición.

 

El rey se angustió mucho, pero debido a su juramento y sus invitados, no quería rehusar lo que ella había pedido. Así que inmediatamente envió a un verdugo con el mandato de traer la cabeza de Juan el Bautista. El hombre fue y decapitó a Juan en la cárcel y le llevó su cabeza sobre un plato. La presentó a la muchacha y ella la entregó a su madre. — Al oír esto, los discípulos de Juan el Bautista llegaron y llevaron su cuerpo y lo pusieron en una tumba.

 

La conciencia del impío Herodes se turbó, y cuando oyó los informes de Jesús, dijo a sus criados: “Este es Juan el Bautista; ha resucitado de los muertos y por eso actúan en él estos poderes”. — Así terminó Juan el Bautista, aquel predicador de justicia y fiel testigo de Jesús. El mundo lo odió, lo persiguió y lo mató, pero su alma ahora está en el cielo esperando la resurrección de los muertos.

 


25 de enero

 

Sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. (Mat. 16:18)

 

En este versículo, el Señor Jesús nos dice que él establecerá su iglesia, es decir, la cristiandad, el número total de los que realmente creen en él, sobre una roca. Además dice que el mismo infierno no podrá destruir la iglesia a pesar de sus esfuerzos más desesperados. Hoy queremos preguntar qué es esa roca, y también regocijarnos sobre el hecho de que la iglesia tiene un fundamento tan fuerte.

 

Fue en la región de Cesarea Filipos que Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” — Contestaron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o alguno de los profetas”. — Jesús preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”

 

Simón Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. — Jesús respondió: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo, que tú eres Pedro [Pedro quiere decir roca], y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

 

Aquí hacemos una pausa para preguntar qué podría ser esta roca; obviamente no es una roca natural. El Señor Jesús llama a Pedro bienaventurado porque él reconoció que era el Cristo, el Mesías prometido, el Hijo del Dios viviente, y con valentía lo confesó como tal. De hecho, Jesús dio a Simón el nombre de Pedro, que quiere decir “un hombre como una roca” porque reconoció y confesó esto. Luego siguió para decir que sobre la roca según la cual llamó a Pedro “un hombre como una roca” edificaría su iglesia. — Es obvio, entonces, que esta roca es Jesucristo mismo, y Pedro es “un hombre como una roca” porque confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.

 

El Espíritu Santo mismo da testimonio de esto cuando leemos en 1 Corintios 3:11: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. El mismo apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, dice en Efesios 2:20 que los cristianos son “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo”.

 

Así es evidente que Cristo es la roca y que todo el que se edifica sobre él, todo el que reposa en él su fe, que confía en él, que se adhiere a él, también es un Pedro, un “hombre como una roca”, y las puertas del infierno no prevalecerán sobre él. ¿Por qué no? En primer lugar porque en Cristo tiene el perdón de los pecados y goza del favor del Padre celestial, y en segundo lugar Cristo mismo lo protegerá.

 

Tal vez sea conveniente preguntar finalmente cómo se llega a estar “edificado sobre Cristo”. Sucede de la misma forma como sucedió con Pedro quien por la gracia de Dios pudo creer las revelaciones divinas acerca de Cristo. En la Biblia él libremente se ofrece él mismo y su salvación a ti. Si lo aceptas a él y su salvación por la fe, luego tú estás edificado sobre él, perteneces a él y aun las fuerzas del infierno, aunque también te atacarán, no prevalecerán sobre ti.

 

Tienes toda la razón en regocijarte, querido cristiano, de que tú estás “edificado” sobre Cristo, de que por la fe tú eres su querido hijo y seguirás siendo de él, porque su victoria sobre Satanás te pertenece a ti. 

 


26 de enero

 

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre. (Filipenses 2:5-11)

 

Como oímos ayer, los discípulos creían que su Señor era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Sin embargo, su fe todavía era muy débil e insegura. Especialmente estaban en un gran error:  la creencia falsa de que Cristo pronto establecería el reino mesiánico aquí en la tierra y que ellos ocuparían posiciones de gran honor en ese reino.

 

¿Somos nosotros diferentes? ¿No albergamos el deseo de que nuestro Señor nos dé prosperidad terrenal y éxito y de ser gente respetada e importante en su iglesia? Sí, ¿no es una creencia muy extendida el error de que Cristo establecerá un reino milenario de gloria antes del día del juicio? ¡Qué cada uno examine su propio corazón en estos asuntos!

 

Las palabras de la Biblia al comienzo de esta meditación van dirigidas contra estos deseos. Nos dicen que Cristo entró en su gloria en el camino del sufrimiento, y que cada cristiano debe tener la misma actitud. Aquí en la tierra, la humildad y el sufrimiento con Cristo y con sus discípulos es la suerte del cristiano; en el cielo, el honor y la gloria con Cristo y sus discípulos. ¡Así es en el reino de Dios! Esto se ve con claridad en la historia que queremos considerar hoy.

 

Para quitar a sus discípulos el error mencionado anteriormente, Jesús comenzó a explicarles que en Jerusalén tenía que sufrir muchas cosas a manos de los ancianos, los principales sacerdotes y los maestros de la ley; que lo matarían y al tercer día resucitaría. Su intención fue que ellos entendieran correctamente su actividad y su oficio. Había venido a esta tierra para redimir a nosotros los pecadores por medio de su santa y preciosa sangre y su inocente sufrimiento y muerte de todo pecado, de la muerte y del poder del diablo, para que vivamos en eterna bienaventuranza en el cielo después.

 

Podemos ver en el caso de Pedro lo difícil que era para los discípulos entender esto. Cuando Jesús había explicado estas cosas a los discípulos, Pedro apartó a Jesús y comenzó a reconvenirle: “Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca”. Pedro no quería a un Salvador de esta clase. — Jesús volvió a Pedro y le dijo: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.

 

Considere cuánto desagradó la manera de pensar de Pedro a su Señor. Los pensamientos de Pedro sobre el ministerio de Cristo no agradaban a Dios; eran pensamientos humanos, pecaminosos, y el diablo quería usarlos para anular el ministerio y el oficio de Cristo. Sí, el diablo usaba al pobre Pedro para tentar a Jesús.

 

Como nuestro texto resalta para nosotros, nuestros pensamientos deben ser completamente diferentes. Debemos estar conscientes de la carga del pecado y la maldición que lo acompaña que pesa sobre nosotros. El estar consciente de esto nos hará ver con gratitud nuestra salvación en el sufrimiento y la muerte de Cristo en nuestro beneficio. Esto también hará que estemos dispuestos a aceptar nuestra cruz y seguirle hasta que él considere conveniente recibirnos en la bienaventuranza y gloria eternas. Por ese motivo dijo a Pedro en esta ocasión las palabras que se aplican a todos sus discípulos de todos los tiempos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Pero también señala la gloria eterna que dará a los suyos cuando venga otra vez en la gloria de su Padre con sus santos ángeles. (Mateo 16).

 


27 de enero

 

Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. (2 Pedro 1:16-18)

 

En este pasaje Pedro habla de un acontecimiento maravilloso que él mismo vio, y que Mateo, Marcos y Lucas escribieron en sus Evangelios.

 

En aquellos días, cuando comenzó a hablar a sus discípulos acerca de su sufrimiento y muerte, en una ocasión Jesús llevó a Pedro, Santiago y Juan, el hermano de éste, a un monte alto para orar allí. Allí fue transfigurado delante de ellos. Su ropa se hizo resplandeciente, más blanca de lo que nadie en la tierra la podría emblanquecer. ¿Qué significaba esto?

 

Por un breve tiempo, el Señor abandonó la condición humilde que había tomado voluntariamente por amor a la humanidad, a la cual quería redimir mediante su sufrimiento y muerte en su beneficio. En ese momento por un tiempo dejó de lado la forma del siervo y se mostró allí en todo su esplendor divino, que también posee según su naturaleza humana, puesto que él es Dios y hombre en una persona. Esto explica por qué su rostro brillaba como el sol y su ropa resplandecía.

 

¿Por qué sucedió esto? No se nos dice explícitamente. Sin embargo, parece que fue para fortalecer la fe de sus discípulos y prepararlos para una vista muy diferente, la de su más profunda humillación en la cruz.

 

Pero también sucedió algo más. Dos hombres llegaron a Jesús y hablaron con él: Moisés y Elías, que también aparecieron en esplendor y gloria. Hablaron con Jesús acerca de su partida, que estaba a punto de cumplir en Jerusalén. Después de todo, esto era la culminación de su obra en la tierra, la obra para la cual había dejado el cielo. Pedro y sus compañeros tenían mucho sueño. Había demasiada gloria celestial aquí, acontecimientos demasiado asombrosos para que los débiles seres humanos los pudieran soportar. Sin embargo, después de un tiempo estaban completamente despiertos y vieron con claridad a su Señor transfigurado y a los dos hombres parados con él.

 

En el verdadero sentido de la palabra, ésta fue una escena celestial, sin embargo sucedía aquí en la tierra: Jesús en todo su esplendor divino, y esos dos hombres que habían vivido en la tierra muchos siglos antes, cuyo Salvador él había sido, y que habían dado testimonio de su venida, estaban allí corporalmente pero gloriosamente transfigurados. — Sí, amigo, después de esta vida hay otra vida que Jesús tiene en reserva para los suyos. Hay una resurrección del sepulcro, de los muertos, en dondequiera que estén. En esa resurrección Jesús, que por el poder que le capacita para someter todo a su control, transformará nuestros cuerpos humildes para que sean como su cuerpo glorioso (Filip. 3:21). Aquí tenemos evidencia de ello. Que este conocimiento nos fortalezca en toda situación angustiosa y especialmente en la hora de nuestra muerte.

 

Cuando los dos hombres estaban dejando a Jesús, Pedro le dijo: “Maestro, bueno es para nosotros que estemos aquí; y hagamos tres enramadas, una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías”. ¡Pobre Pedro! No sabía lo que decía porque se había asombrado demasiado por lo que había visto, al igual como Santiago y Juan. Mientras hablaba, una nube apareció y los envolvió, y tenían miedo al entrar en la nube. Vino una voz desde la nube que dijo: “Este es mi Hijo amado; a él oíd”. Ésta fue la voz de Dios Padre, que confirmaba y sellaba a su Hijo como el Salvador del mundo, y debemos confiar implícitamente, con fe sencilla, en su palabra. Debe ser la regla y guía de nuestra vida.

 

Cuando los discípulos oyeron estas palabras, cayeron aterrorizados, postrados sobre sus rostros en la tierra. Sin embargo, Jesús, el único Mediador entre el Dios santo y el hombre pecaminoso, vino y los tocó. “Levantaos, y no temáis”, les dijo. Cuando miraron, no vieron a nadie sino solo Jesús. Y tenía la apariencia como siempre lo habían visto, humilde y como el siervo de Dios aquí en la tierra.

 


28 de enero

 

Pero sólo una cosa es necesaria. (Lucas 10:42)

 

Jesús junto con los discípulos emprendió el viaje a Jerusalén para celebrar allí la fiesta de los Tabernáculos. Cuando se acercaron al monte de los Olivos entró en cierta aldea llamada Betania, y allí una mujer llamada Marta le ofreció su casa. Tenía una hermana, María, que también creía en el Señor Jesús y lo quería mucho. Pero note la diferencia en el comportamiento de las dos hermanas cuando Jesús estaba en su casa. María se sentó a los pies de Jesús escuchando lo que él dijo, pero Marta se ocupó de toda la preparación que se tenía que hacer. Ahora que Jesús estaba presente, María había decidido recibir y absorber todas sus palabras. Por otro lado, porque Jesús estaba en su casa, Marta quería ofrecer a Jesús lo mejor que tenía. Felizmente, Jesús mismo indicó cuál era el comportamiento apropiado en esa circunstancia.

 

Marta se molestó por el comportamiento de María, que no le parecía apropiado. Se acercó a Jesús y le preguntó: “Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues, que me ayude”. — Jesús respondió: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada”.

 

Mediante una parábola intentaremos explicar lo que Jesús quería decir. — Si un samaritano amistoso llega a un hombre a quien unos ladrones de carreteras han dejado medio muerto al lado del camino y se detiene con el fin de ayudarlo — ¿Dime, qué se espera de ese pobre hombre? ¿Debe aceptar los servicios del buen samaritano o hacer un esfuerzo heroico para pararse y recibir al samaritano? Por supuesto, la respuesta es tan evidente que la pregunta parece ridícula. ¡Pero espera! Supongamos que el samaritano ahora ha vendado las heridas del pobre, lo ha puesto en su bestia de carga y lo ha llevado a una posada. ¿Ahora se esperaría que el hombre revirtiera la situación y diera la bienvenida a quien lo rescató, o aceptará otros servicios? La respuesta a esta segunda pregunta también es obvia.

 

Como aplicación de esta parábola — los seres humanos estamos en grandes y graves dificultades, física y espiritualmente, temporal y eternamente, y de ningún modo podemos ayudarnos a nosotros mismos, aun cuando pensamos que sí. Jesús vino para ser nuestro Salvador y Redentor, no para que nosotros le sirvamos, sino para servirnos  y dar su vida en rescate por muchos. En verdad, ese gran servicio fue logrado desde hace tiempo — en la cruz, en donde efectuó nuestra redención. En voz alta indicó que su obra redentora se completó. Sin embargo, debemos aceptar esa redención por fe y eso se revelará como una fuente de bendiciones en nuestras vidas. Pero esa fe que nos capacita para aceptar el servicio del Salvador la produce Jesús.

 

Es cierto, no viene visiblemente a nuestros hogares, sino viene a nosotros en su palabra, llamando, congregando e iluminándonos en la verdadera fe y sosteniendo esa fe por medio de su palabra. Entonces, ¿qué es lo primero y más esencial que debemos hacer? ¿Qué es lo necesario? ¿Hacer servicios de amor para él? ¿Él los necesita? ¿No es más bien hacer lo que hizo María — que pasemos tiempo escuchando su palabra y dejando que esa palabra nos sane y fortalezca? Esto es lo único absolutamente esencial si vamos a ser y permanecer discípulos suyos. Después de hacer eso, puede usted estar seguro de que habrá bastante oportunidad para mostrar amor por él y servirlo como veremos a María hacerlo en otra ocasión cuando gustosamente aceptó ese servicio. Además, siempre que servimos a nuestros hermanos en la fe, y realmente a cualquiera que tenga necesidad, servimos a nuestro Salvador. Pero nunca olvides la única cosa necesaria, de otro modo como Marta tal vez no podrás servir con gozo.

 


29 de enero

 

Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. (Marcos 10:14)

 

¿A quién le pertenece el reino de Dios? Nuestra historia lo aclarará. En cierta ocasión las madres traían a sus pequeños hijos a Jesús para que los bendijera. Los discípulos comenzaron a reprenderlas porque pensaban que no deberían molestar a Jesús con los niños pequeños que no podían entender, ya que estaba demasiado ocupado con los adultos que podían entender lo que decía. Cuando Jesús se fijó en  la actitud de los discípulos, se indignó y les dijo: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de Dios. De cierto os digo, que el que no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Luego tomó a los niños en sus brazos, puso sus manos sobre ellos y los bendijo.

 

Aquí Jesús claramente dice que el reino de Dios es de los niños pequeños y de los que lo reciben como los niños pequeños — y sólo de ellos. ¿Cómo debemos entender esto? En primer lugar, no es porque los niños pequeños sean inocentes y no tengan pecado. “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:6). Esto significa que todo el que nace de padres pecaminosos también es pecaminoso y por tanto es por naturaleza un hijo de la ira. El que es así no puede entrar en el reino de los cielos.

 

Sin embargo, la muerte de Jesús redimió a los niños pequeños tanto como a los adultos y ganó para ellos el reino de Dios. Está dispuesto a darles ese reino también. En los tiempos del Antiguo Testamento se hizo por medio de la circuncisión y bajo el Nuevo Testamento por medio del bautismo. Por estos medios les ofrece el perdón de los pecados, la vida eterna y la salvación, y esto les permite entrar en el reino de Dios.

 

¿Te preguntas si los niños pequeños pueden creer? Sí pueden, por el poder bondadoso del Espíritu Santo que les da esa fe obrándola en sus corazones. — Pero, dices, “Si no entienden, ¿cómo pueden creer?” — Amigo, ¿no reconoces que la fe no es asunto del cerebro, sino un milagro divino del corazón que se gana para Cristo? No entendemos cómo sucede esto en los niños pequeños como tampoco en los adultos. Sin embargo, el hecho de que ocurre lo vemos en el caso de Juan el Bautista que fue lleno del Espíritu Santo cuando todavía estaba en el vientre de su madre Elisabet (Luc. 1:15,41,44). Además, cuando los sacerdotes y maestros de la ley oyeron a los niños en el templo alabar a Jesús como el Hijo de David, es decir, como el Mesías, y objetaron, Jesús les recordó el Salmo 8:2: “¿Nunca leísteis: De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la alabanza?” Sin embargo, este hecho se nos graba especialmente en esta historia en donde Jesús mismo dice que el reino de los cielos pertenece a los niños pequeños y cuando se nos dice en otras partes en la Biblia que sólo los creyentes entran en ese reino.

 

Además, este don divino de obrar la fe se recibe en un tiempo cuando su razón humana corrompida por el pecado todavía no es capaz de ofrecer objeciones. En esta forma, venciendo las objeciones de su razón corrompida por el pecado, también los adultos tienen que aceptar y recibir lo que Dios efectúa en ellos por los medios de gracia, la palabra divina y los sacramentos. — Todo el que permite a su razón necia y corrompida por el pecado objetar cuando Dios habla en su palabra impide que pueda recibir los dones de Dios por su incredulidad y queda fuera del reino de Dios. Cuidémonos para que no resistamos a Dios en su misericordiosa invitación a nuestras almas.

 


30 de enero

 

¿Quién es el mayor en el reino de los cielos? (Mateo 18:1)

 

Un día, cuando los discípulos seguían a Jesús en el camino a Capernaum, debatían entre ellos la pregunta que forma nuestro texto. Su celo en eso fue tan grande porque se consideraban los primeros en tener el derecho a este honor y su conversación se convirtió en discusión. Puesto que todavía tenían ideas muy erradas acerca de la naturaleza del reino de Dios, sino duda dijeron muchas cosas necias en su discusión. Cuando llegaron a Capernaúm, Jesús les preguntó de qué habían estado hablando en el camino. Primero guardaron silencio porque tenían vergüenza, pero finalmente confesaban que estaban discutiendo la cuestión de quién sería el mayor en el reino de los cielos.

 

Luego Jesús se sentó, llamó a un niño pequeño y lo puso en medio de ellos. Dijo: “De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos”.

 

Miremos más detalladamente estas palabras de Jesús. Marcos en su capítulo 9 nos dice que Jesús dijo a sus discípulos en esta misma ocasión: “Si alguno quiere ser el primero, será el postrero de todos, y el servidor de todos”. — ¡Palabras extrañas! Sin embargo, así es en el reino de Dios. Es muy diferente de cualquier reino en este mundo. Todo el que quisiera ser primero para Dios y su reino debe quitar completamente de su corazón todo deseo de rango, poder y distinción. Al contrario, pensando en su condición pecaminosa y su indignidad, no puede reclamar ningún honor para sí, sino considerarlo un gran privilegio que Dios está dispuesto a usarlo para ayudar a otros en el camino de la vida y especialmente en el camino al cielo. Él se asemeja más a su Salador que hizo precisamente eso. Tal persona trabaja más duro en el reino de Dios.

 

Sí, querido cristiano, tú también puedes contar como alguien en el reino de Dios, aunque no seas una persona muy importante o docta. Si simplemente sirves a otros porque eso es lo que hizo tu Salvador y quiere que tú hagas como su discípulo, él se complacerá en reconocerte como suyo, aun cuando tu servicio necesariamente es imperfecto.

 


31 de enero

 

Le dijo Jesús: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto? (Juan 11:25,26)

 

Lázaro de Betania, el hermano de María y Marta, estaba enfermo. Así que las dos hermanas enviaron un mensaje a Jesús: “Señor, he aquí el que amas está enfermo”. — Cuando Jesús oyó esto, dijo: “Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella”. — Se quedó dos días más en donde estaba, en Perea, al otro lado del Jordán.

 

Jesús dijo a sus discípulos: “Nuestro amigo Lázaro duerme; mas voy para despertarle”. — Sus discípulos contestaron: “Señor, si duerme, sanará”. — Luego Jesús les dijo claramente: “Lázaro ha muerto; y me alegro por vosotros, de no haber estado allí, para que creáis; mas vamos a él”.

 

Cuando llegaron a Betania Jesús encontró que Lázaro ya había estado en la tumba por cuatro días. Cuando Marta oyó que Jesús venía, salió para encontrarlo. Le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto. Mas también sé ahora que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo dará”. — Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará”. Marta contestó: “Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero”. — Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente. ¿Crees esto?” — “Sí, Señor”, le dijo, “yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo”.

 

Luego volvió a la casa y llamó a su hermana María para llevarla aparte. “El Maestro está aquí y te llama”, le dijo. — María se levantó apresuradamente y fue a Jesús y le dijo: “Señor, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano”. — Cuando Jesús la vio llorando, y los judíos que la habían acompañado llorando también, se estremeció en espíritu y se conmovió. Preguntó: “¿Dónde le pusisteis?”. Dijeron: “Señor, ven y ve”. Jesús les siguió, y él también lloró. Fíjate en que lloró, porque indica que simpatiza con nosotros los pobres seres humanos.

 

El sepulcro era en hueco en una roca o posiblemente una cueva, sellado con una piedra. “Quitad la piedra”, dijo Jesús. — “Señor, hiede ya, porque es de cuatro días”, dijo Marta, la hermana del difunto. — Luego dijo Jesús: “¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?”

 

Así que quitaron la piedra. Luego Jesús miró hacia arriba y dijo: “Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado”. — Luego clamó con voz fuerte: “¡Lázaro, ven fuera!” — Y salió el muerto, sus manos y pies envueltos en tiras de lino, y con una tela alrededor de la cara. — Jesús les dijo: “Desatadle, y dejadle ir”.

 

Muchos de los judíos que habían llegado para visitar a María y que habían visto lo que Jesús hizo pusieron su fe en Jesús. Pero cuando los principales sacerdotes y los fariseos oyeron de esto, convocaron una reunión del Sanedrín. “¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchas señales. Si le dejamos así, todos creerán en él; y vendrán los romanos, y destruirán nuestro lugar santo y nuestra nación”, dijeron. — Luego uno de ellos, Caifás, que era el sumo sacerdote aquel año, habló: “Vosotros no sabéis nada; ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca”. Por la providencia, estas palabras que tenían una mala intención resultaron proféticas. Así que desde aquel día conspiraron para matar a Jesús.

 

Querido cristiano, con este milagro Jesús no sólo demostró que tiene el poder para resucitar a los muertos, sino que verdaderamente es el Cristo, el Mesías prometido, el Hijo de Dios, que vendría a este mundo para redimir a la humanidad. Cristo no sólo es nuestra justicia, sino también nuestra resurrección y vida, porque él es nuestro junto con todo lo que él tiene y es. Si lo consideras como tu Salvador, tendrás la vida eterna y vivirás aunque mueras. De hecho, nunca morirás porque la muerte será tu entrada a la vida eterna. ¿Crees esto?

 


1 de febrero

 

El que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios. (Salmo 50:23)

 

En el viaje de Jesús por Perea a Betania y Jerusalén llegó a cierta aldea. A la entrada del pueblo había diez hombres leprosos que se encontraron con él. Se quedaron a una distancia y clamaron con voz alta: “¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!” — Cuando los vio, dijo: “Id, mostraos a los sacerdotes”. — Los sacerdotes, como ya se ha mencionado, estaban a cargo de la salud pública. Estos hombres deberían mostrarse a los sacerdotes como personas que habían sido sanados de su lepra. Y mientras iban, fueron limpiados. Uno de ellos, cuando se dio cuenta de esto, volvió, alabando a Dios a gran voz. Se echó a los pies de Jesús y le dio gracias por la curación milagrosa, pero también porque lo reconoció como el Mesías prometido. Este hombre era samaritano y hasta este punto en su vida no había sido un miembro de la iglesia de Dios como los otros nueve.

 

Jesús preguntó: “¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están? ¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?” — De hecho, ¿en dónde estaban los nueve? Estaban contentos con el don que habían recibido y no pensaban más en el que lo dio. Ahora que estaban sanos, ya no tenían por qué llamar más a Jesús su Maestro. No pensaban que habría necesidad de recibir más misericordia de él en el futuro. Sin embargo, sufrían de una enfermedad peor que la lepra. Les faltaba la gratitud, y eso es un pecado. Había mil peligros que amenazaban la vida que les quedaba por delante. ¿Realmente no necesitaban la misericordia y piedad de Jesús en los días que venían?

 

No obstante, el samaritano, el extranjero, sí volvió para dar las gracias a Jesús. No fue sólo por buenos modales en su caso: fue el Padre celestial que lo atrajo a su Hijo. Fue el potente jalón de la fe para que buscara otra vez a aquel en cuya ayuda milagrosa reconoció al Salvador. Quería adorar a los pies de aquel cuya misericordia quería poseer siempre. Jesús, reconociendo lo genuino de esta fe le dijo: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Aunque era samaritano y extranjero en Israel, ahora era un hijo querido de Dios por medio de la fe en Jesucristo, poseía el favor de Dios, tenía el perdón de los pecados y fue un heredero de la vida y felicidad eternas.

 

Querido cristiano, estás consciente de lo que el Salvador ha hecho y aún hace por ti. Sigue el ejemplo del samaritano. Ve con frecuencia a Jesús, especialmente cuando hay problemas, ¡pero no sólo cuando hay problemas! Él está tan cerca de ti como su palabra. Allí lo encontrarás. Ve a tu cuarto y cierra la puerta, como él mismo sugiere, y no esperes para arrodillarte y decirle: “Te doy gracias, querido Salvador, por todo lo que ha hecho por mí, un pobre miserable pecador”. Luego puedes estar seguro de que él te dirá las mismas palabras amistosas que habló al samaritano agradecido: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado”. Y experimentarás su misericordia y salvación una y otra vez, porque “el que sacrifica alabanza me honrará; y al que ordenare su camino, le mostraré la salvación de Dios” (Salmo 50:23).

 

2 de febrero

 

Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. (Lucas 19:10)

 

Mientras Jesús estaba en el viaje del cual hablamos ayer, pasó por la ciudad de Jericó. Un hombre llamado Zaqueo vivía allí. Era jefe de los cobradores de impuestos y era rico. Sin embargo, buena parte de su riqueza la había adquirido en forma deshonesta. Este hombre quería ver a Jesús. No fue sólo la curiosidad, sino un anhelo más profundo por Jesús que Dios había creado en el corazón de este hombre. Estuvo entre la multitud que llenó la calle por la cual pasaba Jesús. Como era bajo de estatura, no pudo ver sobre las cabezas de la multitud. Por eso, corrió y subió un árbol de sicómoro para verlo, puesto que Jesús pasaba por ese camino.

 

Cuando Jesús llegó a ese lugar, lo miró y le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”. ¡Qué amable Salvador! Iba a satisfacer lo que anhelaba el corazón de Zaqueo. Realmente, hizo mucho más de lo que Zaqueo esperaba. Qué gozo ha de haber llenado el corazón de este pobre pecador cuando Jesús no sólo le habló tan amistosamente sino también dijo que entraría en su casa. Ahora él mismo tuvo una confirmación de todo lo que había oído acerca de la preocupación de Jesús por los pecadores. Así que se bajó de inmediato y le dio gustosamente la bienvenida.

 

Jesús estaba viajando a Jerusalén para celebrar allí la Pascua. Allí ofrecería el gran sacrificio, presagiado en todos los sacrificios del Antiguo Testamento, el sacrificio de él mismo por los pecados del mundo. Lo acompañaron sus discípulos a quienes había hablado sobre esto y ahora lo seguían, asombrados y temerosos e incapaces de comprenderlo. También una gran multitud de Galilea lo siguió, que se sintió atraída a él porque había visto sus milagros y quería aclamarlo como el Mesías. Sin embargo, cuando esta gente notó cómo trataba con Zaqueo, comenzó a murmurar: “ha entrado a posar con un hombre pecador”.  

 

Sin embargo, si hubieran escuchado tanto a Zaqueo y al Señor Jesús, podrían haber llegado a un entendimiento correcto. Zaqueo hizo una confesión pública de sus pecados pasados y al mismo tiempo dio evidencia de un cambio de corazón. Dijo al Señor: “He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado”. — Jesús le dijo para que todos pudieran oír: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

 

Esta bendita verdad será cierta hasta que el último de los elegidos haya sido conducido a la fe en Jesús. Nosotros también, como Zaqueo, éramos gente perdida hasta que, en el santo bautismo, o después en la vida, el Espíritu Santo obró la fe en nuestro corazón, la fe en el Salvador que pagó por nuestros pecados y que ahora intercede por nosotros, sentado a la diestra del Padre. Y debemos confesar que aun después de que Jesús nos buscó y encontró, todavía pecamos con demasiada frecuencia y no podemos jactarnos de nuestra propia justicia. Sí, nuestra única esperanza para la salvación es la misericordia y justicia de Jesús, nuestro Salvador.

 


3 de febrero

 

Este a los pecadores recibe, y con ellos come. (Lucas 15:2)

 

Después de la historia de Zaqueo que relatamos ayer queremos considerar otra historia que también demuestra el amor de nuestro Salvador por los pecadores. Este amor por los pecadores es muy característico de Jesús.

 

En otra ocasión se reunieron alrededor de Jesús cobradores de impuestos y “pecadores” para escucharlo. Los trató con amabilidad porque él había venido para buscar y salvar lo que se había perdido. Los fariseos y los maestros de la ley, que se consideraban justos, cuando lo notaron se quejaron: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. Esto llevó a Jesús a contar la siguiente parábola: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso; y al llegar a casa, reúne a sus amigos y vecinos, diciéndoles: Gozaos conmigo, porque he encontrado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento.

 

“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende la lámpara, y barre la casa, y busca con diligencia hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas, diciendo: Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente”.

 

Luego Jesús contó otra parábola: “Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros. Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.

 

Y su hijo mayor estaba en el campo; y cuando vino, y llegó cerca de la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro gordo, por haberle recibido bueno y sano. Entonces se enojó, y no quería entrar. Salió por tanto su padre, y le rogaba que entrase. Mas él, respondiendo, dijo al padre: He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. Él entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Mas era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este tu hermano era muerto, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”.

 

Así Jesús da la bienvenida a los pecadores arrepentidos a los que él ha comprado con su preciosa sangre. Los busca para poder encontrarlos. Y cuando vienen, corre hacia ellos y los abraza. Su beso es de perdón y paz cuando llegan a él, pobres y miserables, temblando e invocando su nombre. Así que, nadie los desprecie, sino regocíjese cada cristiano con los ángeles de Dios sobre su regreso a casa. 

 


4 de febrero

 

Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd. (Mateo 17:5)

 

Estas palabras se oyeron desde una nube brillante cuando nuestro Señor se transfiguró. Con ellas Dios Padre indicó que nuestro Salvador Jesucristo también es nuestro único maestro, predicador y profeta, cuyas enseñanzas debemos escuchar y aceptar y de las que no debemos desviarnos en ninguna forma. Como desde la Navidad hemos estado considerando principalmente su vida y actividad, ahora queremos pasar algún tiempo considerando sus palabras y enseñanzas.

 

Un día cuando grandes multitudes de diferentes partes de la Tierra Santa lo seguían, Jesús subió en un monte y se sentó allí. Sus discípulos se reunieron alrededor de él y él comenzó a enseñarles: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. — Llamó bienaventurados a aquellos que reconocían su pobreza espiritual después de hacerse conscientes del hecho de que no tenían ninguna justicia propia que resistiría el escrutinio de un Dios santo, y en consecuencia no tenían cómo salvarse. Sin embargo, el reino de los cielos les pertenecía porque Dios les ofrece el perdón de sus pecados por amor a Jesús y ellos con gratitud aceptan ese perdón. El Padre en su palabra y por medio de su Espíritu Santo les revela a su Hijo, Jesucristo, como el único Salvador y camino al cielo y por la gracia de Dios lo aceptan como tal. ¡En verdad son bienaventurados!

 

Jesús siguió su instrucción y dijo: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. — Ellos son los que han llegado a entender correctamente su condición de pecadores como resultado de conocer la santa ley de Dios. Este reconocimiento les da pena, pero también el Espíritu Santo los consuela cuando él dirige su atención a las promesas del perdón en el evangelio.

 

“Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad”. — Los que no responden a la fuerza con la fuerza, no pagan mal por mal, sino más bien, en una forma tranquila y humilde dependen de Cristo y siguen su ejemplo, que buscan vencer el mal con el bien, conocerán la paz, el amor y la confianza ya en esta vida y serán una influencia benéfica en otras personas.

 

“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”. Significa la justicia que Dios aprueba, porque ellos buscan vencer el pecado en sus miembros para que puedan servir mejor a Dios en su prójimo. Llevan vidas de satisfacción; son consolados por Dios cuando no alcanzan la meta, y serán galardonados y alabados en el juicio.

 

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, — de Dios y de los hombres.

 

“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”, — gente que por la gracia de Dios sinceramente cree en Cristo y lo sirve. Cuando lo hacen, “verán a Dios”, es decir, por fe lo conocerán siempre más plenamente hasta que finalmente en el cielo lo vean cara a cara.

 

“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Los pacificadores, cuyos pensamientos se dedican a vivir pacíficamente y en armonía con sus semejantes, hacen la voluntad del Padre celestial, quien por medio de su Hijo ha establecido la paz entre la humanidad y él mismo, y quiere que sus hijos reflejen esa paz en sus vidas.

 

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia”, porque perseveran en las enseñanzas de Cristo y en servirlo, “porque de ellos es el reino de los cielos”. Nadie les quitará ese reino que es su segura herencia. La gente tratará de quitarlos: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos”. Siempre es así en este mundo pecaminoso; Cristo dice: “así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros” (Mateo 5:1-12).

 


5 de febrero

 

Vosotros sois la sal de la tierra. (Mateo 5:13)

 

Jesús dijo esto a sus discípulos. Se aplican a todo el que es discípulo de Jesús. Así que, los cristianos son la sal de la tierra. ¿Pero qué significa esto realmente?

 

Lo que hace la sal en las comidas de carne, los cristianos deben hacerlo para otras personas. La sal preserva la carne de pudrirse y también resalta el sabor de la carne. En consecuencia, los cristianos deben preservar a otras personas de la destrucción eterna, y también hacer que otras personas sean agradables ante Dios. ¿Pero cómo puede alguien ser llevado a Cristo? — Haciendo que esa persona conozca la palabra, las enseñanzas de Jesús. Deben hacer lo que les corresponde para que se enseñe y predique esta palabra, y deben confesarla en palabra y obra. Ésta es la vocación del cristiano, el propósito por el cual Dios le permite vivir después de que ha llegado a la fe. De este modo funcionan como sal en esta tierra. En verdad, ésta es una vocación elevada y gloriosa.

 

Además, es una vocación con una responsabilidad. ¿No dice el Señor: “si la sal pierde su sabor, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres”? Cuando los cristianos no cumplen con su vocación, cuando ya no dan evidencia de que Cristo es su Salvador; o cuando todavía dicen eso con sus labios, pero sus vidas revelan que es una mentira; o cuando en lugar de la enseñanza de Cristo predican o hacen predicar toda clase de doctrina humana; cuando son un impedimento más bien que una ayuda en señalar a la gente a Cristo, ya no tienen ninguna utilidad en el reino de Dios, ni para otros ni para su propia persona, y Dios los echa fuera. ¡Un destino terrible!

 

En vista de esta responsabilidad, seguramente debemos orar: “Señor Jesús, ¡permite que siempre seamos y permanezcamos verdaderos discípulos tuyos y cumplir nuestro llamamiento como cristianos!”

 

En el mismo versículo Jesús también dice: “Vosotros sois la luz del mundo”. Los cristianos deben iluminar el camino a la vida eterna para que otros lo puedan ver. ¿No sigue para decir: “una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de una vasija, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en casa”? — Una ciudad sobre un monte se puede ver fácilmente desde cualquier dirección y el viajero fácilmente la puede encontrar. De igual forma, la Ciudad de Dios, la cristiandad, o más específicamente, una congregación o grupo cristiano, debe ser claramente reconocible y atractivo en este mundo corrompido de modo que algunos se inclinen a entrar en ella y encuentren la salvación allí. El Salvador también usa la comparación de una luz dentro de una casa. Sería triste si diéramos la apariencia de ser cristianos fuera de nuestras casas pero no dentro de ellas. De hecho, en dondequiera que estemos, nuestra luz, la luz de nuestra fe en Cristo, debe brillar ante los hombres para que vean nuestras buenas obras y alaben a nuestro Padre celestial. — ¿Cuáles son esas buenas obras? No deshonrar el nombre de Cristo, ni esconder nuestro discipulado, sino con palabra y obra honrar su nombre. Así el nombre de Cristo será atractivo para ellos y no algo repudiable, llegarán a confiar en su nombre y alabarán al Padre por haber enviado al Hijo al mundo para salvarlos. Por esta única razón tú y yo todavía estamos en esta tierra después de que hemos llegado a la fe en nuestro Salvador que expió no sólo nuestros pecados, sino los del mundo entero.

 


6 de febrero

 

No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolir, sino a cumplir. (Mateo 5:17)

 

Cristo el Señor, el mismo Hijo de Dios, vino a este mundo para establecer por medio del evangelio un nuevo pacto de gracia con todas las naciones en lugar del antiguo pacto, un pacto que él había hecho sólo con Israel. Sin embargo, querido lector, esto no significa que él rechazó la ley de Moisés y los escritos de los profetas ni que los haya minimizado o, como él lo dice en nuestro texto, que los ha abolido. Más bien, cumplió lo que las Escrituras del Antiguo Testamento profetizaron sobre él y dio un entendimiento completo y correcto de la ley e hizo que el Espíritu Santo la escribiera en el corazón de los cristianos.

 

Ahora sabes por qué sigue después de las palabras de nuestro texto diciendo: “de cierto os digo que antes que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la Ley, hasta que todo se haya cumplido”. De ninguna forma se abrogará la ley de Dios. Cristo ha hecho en nuestro lugar lo que nosotros los pobres pecadores somos incapaces de hacer; enfrentó todo lo que ella exigió de nosotros y la ha confirmado como una regla y guía para que con fe sencilla sus discípulos puedan servir a Dios en formas que son de su agrado. “De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños [según el criterio humano] y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; pero cualquiera que los cumpla y los enseñe, este será llamado grande en el reino de los cielos”.

 

Después de decir estas palabras, nuestro Señor, usando varios ejemplos, se encargó de demostrar que no abolía de ley sino al contrario, la confirmó y enseñaba a sus discípulos a entenderla en forma correcta.

 

Sin duda todos se quedaron sorprendidos cuando dijo: “Os digo que si vuestra justicia no fuera mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Esta gente interpretaba la ley de una manera superficial; enseñaba que se podía salvar si se cumplía la letra de la ley. De ningún modo, dijo Cristo; la ley se tiene que cumplir en su sentido pleno con un corazón totalmente sincero. Y puesto que no hay ningún ser humano capaz de esa perfección, Cristo cumplió la ley en nuestro lugar. Si creemos esto, Dios nos acredita la justicia de Cristo, lo cual significa que se nos consideran como personas que hemos cumplido las exigencias de la ley. Sí, Cristo sufrió y murió en nuestro lugar, llevó el castigo de nuestras transgresiones de la ley divina. Por esta causa Dios declara a todos los que creen en su Hijo absueltos de la culpa y el castigo bajo la ley. — Esto quiere decir que como hijos queridos de Dios, dispuestos a servirlo guardando su santa ley lo mejor que podamos, debemos tratar de guardarla en el sentido pleno en que nuestro Señor la interpreta.

 

Un ejemplo es la interpretación de Cristo del quinto mandamiento: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: “No matarás”, y “cualquiera que mate será culpable de juicio”. — Así se enseñaba el quinto mandamiento. Cristo parte de ese punto y dice. “Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano, será culpable de juicio” — como si hubiera cometido asesinato. “Y cualquiera que diga ‘Necio’ a su hermano, será culpable ante el Concilio; y cualquiera que le diga ‘Fatuo’, [hay que recordar que en la Biblia la necedad es un sinónimo del pecado] quedará expuesto al infierno de fuego” [porque está listo a eliminar a su hermano de recibir la gracia de Dios] (Mateo 5:17-22).

 

Seguramente, cuando oímos la explicación de Cristo de los mandamientos debemos confesar que no somos de ningún modo capaces de guardarlos como Dios quiere. Agradezcamos a Dios porque Cristo los cumplió perfectamente en nuestro lugar, cumpliendo una justicia que es nuestra por la fe.

 


7 de febrero

 

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:48)

 

Estoy seguro, querido lector, que no imaginas que el Señor Jesús exige de nosotros la misma perfección que encontramos en Dios. Sin embargo, presenta la perfección de Dios ante nosotros como un modelo. Dios, nuestro Padre celestial, es perfecto sin el menor defecto o mancha. Nosotros, sus hijos, debemos con toda sinceridad luchar para comprender y guardar la ley de nuestro Padre perfectamente. Esto es lo que dice el Salvador con estas palabras.

 

En la devoción de ayer comenzamos a mostrar cómo Jesús explica el pleno sentido espiritual del Quinto Mandamiento. Hoy agregaremos unas ilustraciones de lo que Cristo quiere decir.

 

Como notamos antes, el Quinto Mandamiento prohíbe que estemos enojados o que guardemos hostilidad contra nuestro hermano y compañero cristiano en cualquier forma, y esto está muy claro en las palabras de Jesús: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces vuelve y presenta tu ofrenda. Ponte de acuerdo pronto con tu adversario, entre tanto que estás con él en el camino, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y seas echado en la cárcel. De cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante” (Mateo 5:23-26).

 

Nota lo que Jesús dice aquí. Si sabes que tu hermano y compañero cristiano tiene razón en quejarse porque lo has insultado, entristecido o dañado de alguna forma, no esperes ni un momento, sino ve rápidamente y reconcíliate con él. Pídele perdón por el mal, y si hay alguna forma de hacer una restitución, hazlo. Recuerda, ningún sacrificio, ninguna oración, ninguna asistencia a la iglesia o a la Santa Cena agradará a Dios hasta que hayas hecho todo que esté en tu poder para resolver el asunto con tu hermano. Y no pospongas ese intento de ser reconciliado. Hoy todavía te encuentras en la tierra de los vivientes con tu hermano. Si te murieras y te encontraras ante el trono de juicio divino, tu hermano sería tu adversario. Serías echado en aquella terrible prisión de que no hay liberación porque se ha acabado el tiempo de gracia. Cristo, a cuya palabra menospreciaste en este asunto, no aparecería en tu defensa, y nunca en toda la eternidad podrías expiar tu culpa.

 

Y si tu hermano y compañero cristiano te ha ofendido no debes estar enojado con él por ello. Más bien, debes ser movido a tener piedad de esta debilidad y pecado en él. Esto no quiere decir que no prestes atención al pecado. Con gentileza y humildad debes llamarle la atención al pecado, y si te pide el perdón, debes de inmediato asegurarle que lo tiene. Recuerda, si la muerte lo sorprendiera en un estado no reconciliado, sería como si tú hubieras sido el ofensor.

 

Tu Salvador te pide esto, querido cristiano, y es lo que exige tu Padre celestial. Sé un hijo querido de Dios y compórtate como tal.

 


8 de febrero

 

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:48)

 

El texto de esta meditación es el mismo de ayer, porque tratamos el mismo asunto: la interpretación correcta y espiritual de la ley, y más específicamente la explicación del Quinto Mandamiento que Cristo proporcionó a sus discípulos.

 

Cristo dijo: “Oísteis que fue dicho: ‘Ojo por ojo y diente por diente’”. — Fue un estatuto civil que Moisés había dado a Israel por mandato de Dios. Los escribas o maestros de la ley y los fariseos se protegían con este estatuto para justificar su odio y deseo de venganza contra sus adversarios. Su doctrina y práctica fue “donde las dan las toman”.

 

Sin embargo, Cristo enseña a sus cristianos que hay una gran diferencia entre el derecho de exigir recompensa que se permite en la ley civil y la actitud cristiana que enseña el cristianismo. Dice: “Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo niegues” (Mateo 5:38-42). Consideraremos y trataremos de entender estas palabras controversiales.

 

Cristo seguramente no dice que el cristiano tiene que permitir que cualquier bribón abuse de él y se aproveche de él. En esas circunstancias el cristiano puede llamar a las autoridades civiles o resistir como mejor pueda. Sin embargo, antes que nada, debemos tener presente que somos cristianos, y por tanto nunca debemos actuar por odio o rencor. Tampoco debemos tomarnos la justicia por la mano. No tenemos autoridad para hacerlo. Debemos preferir sufrir la injusticia en vez de hacer eso. La meta principal del cristiano debe ser conducirse como un hijo del Padre celestial, y no transgredir su ley que prohíbe vengarse y manda tratar con gentileza. ¿No es así? Sin embargo, esto no es una explicación completa de las palabras de Cristo; van más allá de eso.

 

El Señor aquí habla a sus discípulos, los cristianos. Les dice cómo tratarse unos a otros. Si un hermano cristiano olvida quién es y te pega con enejo, debes recordar que los dos son hijos del mismo Padre celestial. Así que no debes usar contra él armas carnales sino espirituales. Dale la otra mejilla; no le vuelvas a pegar, y generalmente, ganarás su favor. — Y si el hermano cristiano está convencido de que tiene el derecho a algo que poseas y olvida hasta tal punto su deber cristiano que piensa llevarte a la corte, no considera tan importantes tus derechos que vayas a pelear por ellos contra un hermano cristiano. Déjalo que lleve tu manto. — Igualmente, mejor camina otra milla, antes que discutir y pelear con él. — Finalmente, si alguien que tiene necesidad te pide dinero, no considera tus posesiones como tuyos, sino dale algo de dinero; y si alguien está en grandes problemas y quiere algo prestado, no se le niegues.

 

En una palabra, ¡no insistas en tus propios derechos! Más bien, cede y permite que prevalezca el amor, especialmente cuando tratas con los hermanos cristianos. Tu gentileza y amor tal vez corrija al hermano que esté en error y le gane. Puesto que esto es lo que Cristo quiere, ciertamente es lo correcto.

 


9 de febrero

 

Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo 5:48)

 

Permite que usemos el versículo bíblico una vez más hoy y pronto verás que es muy apropiado.

 

En Señor siguió instruyendo a sus discípulos: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”. En Levítico 19:18 se nos dice que debemos amar al prójimo, pero en ninguna parte de la Escritura se nos dice que debemos odiar a nuestro enemigo. Ésta fue parte de la levadura de doctrina falsa que los maestros de la ley y los fariseos agregaron a las enseñanzas de la Biblia. Estos hombres limitaron el término “prójimo” a sus amigos y a quienes los trataban con bondad; a ellos se debía amar, como Dios efectivamente había mandado. Sin embargo, por su parte agregaron: a los enemigos se les debía odiar Esto es totalmente contrario a la palabra de Dios como te darás cuenta si consultas Éxodo 23:4-5; Levítico 19:17-18; y Proverbios 25:21, en donde encontramos la clara afirmación de que no debemos odiar a nuestro enemigo sino tratarlo con bondad.

 

Por lo que sigue es evidente que Cristo también enseña eso: “Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os odian y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos y llover sobre justos e injustos. Si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:44-48).

 

Jesús no quiere que se excluyan a nuestros enemigos de su mandato de que amemos al prójimo. Al contrario, específicamente tratándose de nuestros enemigos se debe probar si amamos a nuestro prójimo. Si amas sólo a los que te aman, esto ciertamente no es evidencia de una actitud cristiana. Los que no son cristianos y aun hombres descaradamente malos son capaces de eso. Pero si alguien es nuestro enemigo, nos odia y maldice, hasta nos insulta y persigue, entonces debemos recordar que según las mismas palabras de Jesús esa persona es nuestro prójimo a quien debemos amar. Ésta es la actitud correcta de un cristiano, de un hijo de Dios. ¿No hace lo mismo nuestro Padre celestial? Hace que su sol brille sobre buenos y malos, y envía su lluvia sobre los justos y los injustos. No se excluyen a los que persisten en su maldad; los que desprecian el perdón que Dios libremente ofrece en el nombre de Cristo; ¡ni siquiera los que abiertamente odian a Dios y son sus enemigos declarados! Gozan de beneficios físicos y temporales innumerables. Sí, también hace que el Sol de su gracia celestial brille en sus vidas para que posiblemente caliente y suavice sus corazones fríos de piedra y puedan aceptar también sus bendiciones espirituales. Esto sucede cada vez que oyen, leen y se les recuerda la palabra de Dios. — ¿Debemos nosotros, los hijos de Dios, actuar de otra forma? ¿Debemos odiar a nuestros enemigos? ¡Ni hablar! No, el amor perfecto de Dios debe servir como nuestro modelo. Recordemos su mandamiento y tengamos la intención de amar a nuestros enemigos, bendecir cuando nos maldicen, hacer bien a los que nos odian, para que seamos siempre más como nuestro Padre celestial y seamos usados por él en su obra de misericordia y amor.

 

Sí, nuestro enemigo es nuestro prójimo según la palabra de Cristo. ¿No ha permitido Dios que él esté cerca de nosotros, seguramente para que lo amemos como lo hace el Salvador? Debemos amarlo a él en primer lugar porque en su caso hay mayor peligro de que hagamos caso omiso al mandato de Dios y caigamos en el pecado. ¡Qué Dios en su misericordia nos ayude en esta difícil tarea, porque somos incapaces de hacerlo por nosotros mismos.

 


10 de febrero

 

No os hagáis, pues, semejantes a ellos. (Mateo 6:18)

 

Jesús habló estas palabras a sus discípulos. ¿Se pregunta qué quería decir con “ellos”? Se refiere a los hipócritas, como veremos en un momento.

 

Jesús dice: “Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando, pues, des limosna, no hagas tocar trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mat. 6:1-4).

 

Todo el que da limosna con la esperanza de ser admirado y honrado por hacerlo, en cierto sentido ha recibido algo en cambio por su dinero: la admiración y la alabanza de los hombres. Tiene su recompensa, y no puede esperar que Dios le recompense. — Sin embargo, el que da sus limosnas en secreto en obediencia a la palabra de Dios y por amor a aquel que dio este mandamiento hace una obra de caridad cristiana. El Señor misericordioso recompensará una obra así en el cielo y la revelará ante el mundo entero en el día del juicio como una evidencia de la fe de ese hombre.

 

Nuestro Señor sigue su discurso: “Cuando ores, no seas como los hipócritas, porque ellos aman el orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles para ser vistos por los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público” (Mat. 6:5,6).

 

Hoy no es probable que a alguien se le admire por orar en las esquinas de la calle. Sin embargo, existen grupos donde uno se puede exhibir orando. — De hecho, debe estar muy claro que exhibirse cuando uno ora es una abominación para Dios y un abuso vergonzoso de su nombre. — En la tranquilidad de su cuarto y con las puertas cerradas se puede orar en una forma confiada y sencilla. Y aunque una oración así se hace en secreto, la respuesta estará allí para que tú y posiblemente otros vean cuando el momento de Dios llegue.

 

Jesús además agrega en cuanto a la oración: “Y al orar no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. No os hagáis, pues, semejantes a ellos, porque vuestro Padre sabe de qué cosas tenéis necesidad antes que vosotros le pidáis” (Mat. 6:7,8).

 

Los paganos piensan que la oración es una buena obra y esperan merecer de esta manera el favor de Dios. Así que sólo les parece natural hacer sus oraciones largas y complicadas, o repetirlas constantemente y sin fin. Aun en países cristianos se cuentan los padrenuestros que se dicen en el rosario. — Los hijos de Dios saben que una oración correcta es un ruego sencillo. Saben que no tienen que usar palabras complicadas, porque su Padre celestial sabe lo que necesitan antes que comiencen a orar, pero aun así oran porque Dios quiere que oren, que hablen con él.

 

En este sexto capítulo del Evangelio de Mateo el Señor Jesús da a sus discípulos el Padrenuestro como una oración modelo, por supuesto no con la intención de que los cristianos sólo usen esta oración.

 

En relación con la Quinta Petición de su oración Jesús habla palabras especialmente solemnes: “Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mat. 6:9-15). Estas palabras nos enseñan que sólo podemos orar en forma aceptable si perdonamos a nuestro prójimo que ha pecado contra nosotros así como pedimos a Dios que perdone a nosotros mismos. De hecho, en donde no hay tal perdón fraternal no hay amor; y en donde no hay amor, no hay fe; y en donde no hay fe, no puede haber una oración debida que sea aceptable a Dios.

 

¡Padre celestial, quédate siempre conmigo!

 

 


11 de febrero

 

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que ayunan; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público. (Mateo 6:16-18)

 

Los hijos de Dios desde los tiempos antiguos han considerado el ayuno como una abstención temporal de comer y beber y otras actividades lícitas para poder orar mejor y para realizar otros ejercicios de la devoción cristiana. Y si alguien ayuna de esa forma sencilla y piadosa, seguramente agrada a Dios como muestran las palabras de Jesús antes citadas, aunque Dios no manda explícitamente en ninguna parte que ayunemos.

 

Sin embargo si, como fue el caso entre los judíos y entre algunos cristianos — algo que todavía se practica — se ayuna para obtener méritos con Dios (y especialmente si se practica en una forma hipócrita para hacer que otros crean que uno es especialmente piadoso), ese ayuno es una abominación a Dios.

 

Si tienes la intención de ayunar, amigo cristiano, no lo publiques, sino más bien sigue las instrucciones que Jesús da en nuestro texto con un corazón sencillo y luego Dios se agradará de ti y te bendecirá.

 

Sin embargo, quisiéramos que notaras otra clase de “ayuno” muy cristiana que Cristo explícitamente mandó cuando dijo: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti, pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno”.

 

Por supuesto, éste es lenguaje figurado y se debe entender espiritualmente. Si hay algo que es un tropiezo para ti en cuanto al pecado, abstente de ello, quítalo, no importa cuánto lo aprecies y que lo consideres tan necesario como los ojos o las manos. Para usar otra ilustración: si tu ojo derecho o tu mano tuviera una terrible enfermedad que finalmente podría resultar fatal para todo el cuerpo, seguramente estarías dispuesto a sacrificar ese órgano individual para preservar tu vida. Esto es igualmente cierto en cuanto a la vida espiritual. Si notas que tomar vino o cerveza te lleva a la borrachera, abstente. Si ves que un buen amigo tiene el propósito de destruir tu fe, abandona a ese amigo. Si te das cuenta de que el dinero tiene una gran atracción para ti, lucha contra esa tentación. Si hay algún talento especial que tienes, pero notas que te conduce al pecado, renuncia a ese talento. ¿No es mejor perder vino, amigo, dinero o el uso de un talento que perder a Cristo y la vida que él promete a sus suyos?

 

Éste es el ayuno correcto y cristiano y frecuentemente causa dolor a nuestra naturaleza pecaminosa, pero es provechoso para la vida eterna.

 

12 de febrero

 

No podéis servir a Dios y a las riquezas. (Mateo 6:24)

 

Se puede ser rico y sin embargo servir a Dios en tal forma que el corazón y las manos estén involucrados en ese servicio. Se puede adquirir riqueza y hasta aumentarla y todavía servir a Dios. Sin embargo, no se puede tener el corazón y las manos dedicadas al servicio de las riquezas y todavía servir a Dios. ¿Por qué? — A Dios no le agradará compartir un corazón que se dedica al dinero, las riquezas; tampoco el dios falso, “las riquezas”, aceptará compartir el corazón con Dios. Por una parte, lo que exigen los dos son totalmente diferentes, de hecho, opuestos, de modo que son irreconciliables. En consecuencia, nadie puede servir a estos dos amos. “Odiará al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro”.

 

Jesús dice: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Si consideras el dinero tu tesoro, lo buscas, lo acumulas, entonces tu corazón lo amará y no podrás servir a Dios. Por otro lado, si aprecias mucho los tesoros espirituales, celestiales, cosas como la paz con Dios y un hogar en el cielo, querrás servir a Dios.

 

En esta conexión Jesús usa la siguiente parábola: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es malo, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” Quiere decir que si tu corazón y tus deseos que deben hacerte ver las cosas en la luz correcta y espiritual se opacan con el amor al dinero, entonces cuando se trata de las relaciones de la vida no vas a actuar en una forma que agrada a Dios porque tu “ojo” espiritual, tu corazón, no está puesto en Dios sino en tu dios falso, las riquezas.

 

Sin embargo, querido amigo, no sólo son siervos del dinero los que en forma avara acumulan la riqueza, sino quienes ansiosamente se preocupan porque no lo tienen. Buscan y suspiran por el dinero como un alma creyente suspira por el Dios viviente y lo invoca. Ése es un comportamiento idólatra.

 

Para advertir a sus cristianos en contra de esa confianza idólatra en el dinero, el Señor Jesús en este mismo capítulo seis de Mateo habla las siguientes palabras consoladoras: “Por tanto os digo: No os angustiéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y, sin embargo, vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se angustie, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os angustiáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se quema en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, hombres de poca fe? No os angustiéis, pues, diciendo: “¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?”, porque los gentiles se angustian por todas estas cosas, pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas ellas. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.

Así que no os angustiéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propia preocupación. Basta a cada día su propio mal”.

 

 


13 de febrero 

 

No juzguéis, para que no seáis juzgados. (Mateo 7:1)

 

Hay algunos cristianos que se consideran piadosos y sin embargo desprecian a los demás. No obstante, cuando se trata de su propio pecado, fallas y defectos, están ciegos totalmente, aunque tienen la vista muy penetrante para ver los pecados y las debilidades de los demás. Ellos mismos no pueden hacer nada mal y otros rara vez hacen algo bueno. Si se les llama la atención a una trasgresión seria de ellos mismos, pues fue un descuido o hasta se hizo con las mejores intenciones. Sin embargo, cuando se trata de otro, no se acepta ninguna excusa, y las acciones más admirables de los demás se atribuyen a motivos impuros. Buscan el honor para ellos mismos, pero tan pronto como se alabe a otros, cuestionan que tal alabanza sea justificada y comienzan a criticar. Son orgullosos, llenos de un odioso celo; no son realmente cristianos, sino hipócritas. Sin embargo, con frecuencia se visten con un manto de espiritualidad, especialmente cuando reprochan a alguien por su pecado, pero nunca ofreciendo el verdadero consuelo del evangelio.

 

Jesús llama a ese comportamiento juzgar, porque los hipócritas descritos arriba realmente actúan así porque consideran que juzgar a los demás es su vocación. Recuerda, el Salvador dice: “No juzguéis, para que no seáis juzgados, porque con el juicio con que juzgáis seréis juzgados, y con la medida con que medís se os medirá”. — ¡Ay de esos jueces hipócritas cuando en el juicio final se oyen condenados por el juez justo! 

 

En el mismo capítulo Jesús sigue diciendo: “¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, cuando tienes la viga en el tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”. — En verdad, la arrogancia orgullosa en el ojo malévolo del hipócrita es tal “viga” que lo incapacita para juzgar las acciones de los demás, y sin embargo no puede dejar de juzgar. Como el fariseo en el templo, necesita compararse con un pecador manifiesto para sentirse justo, pero Dios lo condena.

 

Querido lector cristiano, si estás consciente de tus propios pecados y buscas perdón del Salvador, entonces no sólo puedes sino debes amonestar al hermano que está en el error y ayudarlo. Sin embargo, consciente de tu propia naturaleza pecaminosa y consciente de la paciencia y el perdón de tu amante Salvador, seguramente tratarás a tu hermano en una forma amistosa, humilde y misericordiosa.

 

Seguramente hay personas a quienes debes dejar seguir su propio camino. Son aquellas que con desdeño menosprecian la palabra divina y son enemigos manifiestos de ella que sólo blasfeman cuando la oyen. Acerca de ellos dice el Salvador: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos, no sea que las pisoteen y se vuelvan y os despedacen” (Mat. 7:1-6).

 


14 de febrero

 

Pedid, y se os dará. (Mateo 7:7)

 

Querido cristiano, si realmente crees en Jesús, tu Salvador, y lo sigues en su palabra con sencilla obediencia, tendrás tres poderosos enemigos contra los cuales mantendrás una guerra espiritual constante durante toda tu vida. El primero de esos tres enemigos vive dentro de tu propio pecho; es tu pobre corazón pecaminoso que siempre está inclinado a seguir el camino equivocado. Siempre se rebela contra la fe y la confianza que el Espíritu Santo ha implantado en tu corazón, y nunca se satisface con seguir el camino que Cristo indica. ¡Y cómo se enoja si Cristo objeta a uno de sus deseos favoritos! — El segundo enemigo es el mundo donde vives, este mundo pecaminoso e incrédulo. De hecho se desagrada porque no tienes una actitud terrenal y eres seguidor de Jesús. El mundo usará las atracciones y las amenazas para que estés de su lado. — El tercer enemigo es el diablo. Es astuto y tiene gran poder. Está furioso porque ya no estás en su reino, porque ahora formas parte del reino de Cristo. Por eso siempre estará intentando llevarte de nuevo a su reino.

 

Además de estos tres enemigos hay muchas clases de angustias y peligros en tu vida diaria, tanto en el hogar como en otras partes.

 

¿Qué vas a hacer en estas circunstancias? ¿Tienes la intención de pelear estas batallas solo, dependiendo de tus propias fuerzas? Si es así, pronto caerás vencido. ¿O vas a angustiarte y preocuparte?

 

¿Por qué te abrumas con tu carga?

¿Por qué te quejas del dolor?

¿Por qué tú en aflicción amarga

Te olvidas pronto de su amor?

Así acrecientas tu sufrir,

Sin paz y alivio conseguir. (CC 268:2)

 

Cristo, tu Salvador, en quien confías y a quien sigues y cuya palabra es la verdad absoluta dice: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá, porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”. — Seguramente aquí te pide de manera sumamente amistosa hacer algo para tratar con tus problemas y promete misericordiosamente que él hará algo al respecto. En la lucha contra tus tres enemigos y en tiempos de angustia, cuando necesitas ayuda, no debes depender de tus propias fuerzas, tampoco debes angustiarte y preocuparte. Más bien debes pedir ayuda al Padre celestial en el nombre de Jesús, y él te ayudará. Una y otra vez debes buscar su ayuda, tocar, y él te abrirá la puerta, te abrazará y te consolará. ¡Haz esto, querido cristiano, y quédate contento porque tienes ese privilegio!

 

Qué maravillosamente poderosa es una oración dicha en el nombre de Jesús y de una manera sencilla como un niño confiando en el mandato y la promesa de Jesús. Esta oración ahuyenta a Satanás, quita al mundo su poder y fortalece en ti el hombre nuevo. Te dará la victoria en tu lucha, te consolará en la angustia, porque en el tiempo que Dios escoja vendrá la ayuda y el alivio. — Sin embargo, ¡qué renuentes están nuestros corazones para obedecer este mandato de Cristo y para confiar en su promesa! Con el poder de la fe vence a tu corazón que duda, mirando a tu amoroso Salvador. Ve a otra parte cuando estás solo y luego pide, busca y toca. El Padre celestial seguramente no dejará sin cumplirse la promesa de su Hijo.

 

Escucha cómo el Salvador hace firme su mandato de orar y la promesa que liga a ese mandato: “¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?” (Mateo 7:7-11).

 

¿Todavía duda ese pobre corazón tuyo? Oh cristiano, aunque sea débil tu fe, tienes a un Salvador amante. Por tanto, ¡pide, busca y toca! Clama: “¡Creo, ayuda mi incredulidad!” Y Dios te ayudará. Te bendecirá y te dará lo que sea mejor para ti. ¡Y seguramente no deseas que suceda de otro modo!

 

 


15 de febrero

 

Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos, pues esto es la Ley y los Profetas. (Mt 7.12)

 

La segunda tabla de los diez mandamientos de Dios nos enseña cómo debemos conducirnos hacia los demás. Hay siete de estos mandamientos. Pero cada uno de ellos es en realidad un breve resumen de muchos mandamientos y ordenanzas esparcidos en toda la Sagrada Escritura, y que tienen referencia al asunto tratado en el mandamiento particular.

 

En vista de esto, el hijo de Dios tal vez se ponga ansioso y diga: “Todos éstos son mandamientos de mi Dios que deseo guardar, con la ayuda de Dios. ¿Cómo será posible que guarde o siquiera que me acuerde de todos ellos? — Seguramente los hijos sinceros de Dios tendrán esas preocupaciones.

 

Nuestro Señor Jesús llega para ayudarnos en esta situación y da a sus discípulos y por medio de ellos a sus cristianos de toda época un consejero que siempre está con ellos. Este consejero sirve como un predicador incansable de sus mandamientos que no podrá ser silenciado y habla en una forma clara e inequívoca. ¿Quién será? — ¡Nuestro propio corazón y mente! ¿Te sorprende? Escucha una vez más las palabras de Jesús: “Así que todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. ¿No te dicen constantemente tu corazón y tu mente cómo quisiera que otros te tratarán? ¿Hay algún tiempo en que no es así? ¿Sea cual fuera la situación en que te encuentras? Así debes tratar a los demás. “Pues esto es la Ley y los Profetas”, dice Cristo. Es como decir que hay muchos mandatos esparcidos por toda la Biblia acerca de cómo Dios quiere que trates a los demás. ¡En cada caso específico así como quisieras que otros te trataran, así debes tratarlos!

 

¿Estás de acuerdo conmigo de que tienes un consejero y predicador de los mandamientos de Dios contigo todo el tiempo? Está allí para reprenderte siempre que violes uno de los mandamientos de Dios, como si dijera: “¿Quisieras que otro te tratara así? Si no, ¿por qué estás tratando a él así?”

 

Tampoco debes decir: “Si me va a tratar así, le pagaré igual”. No, tú eres un hijo de Dios, tu Padre celestial te ha dado sus mandamientos y tu Salvador dice que debes tratar a otros como quisieras que te trataran a ti. Agradece a tu Salvador porque ha escrito su ley tan claramente en tu corazón, y puesto que eres cristiano y discípulo de Jesús, actúa de acuerdo a ella. ¡Qué tu fiel Señor te ayude en este esfuerzo!

 


16 de febrero

 

Entrad por la puerta angosta, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; pero angosta es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan. (Mateo 7:13,14)

 

Por gracia, sin ningún mérito de nuestra parte, el Señor Jesús nos recibió en su reino a nosotros pobres pecadores. Mucho antes que naciéramos, el expió nuestros pecados, reconciliándonos con Dios, y así procuró para nosotros la justicia y la eterna salvación. Y cuando nacimos en este mundo, él pronto nos trajo el evangelio y por su Espíritu Santo nos revivió a nosotros que estábamos ciegos, sordos y muertos espiritualmente, restaurando nuestra habilidad de oír y nuestra vista, dándonos la fe en él, nuestro Salvador, sin ninguna ayuda de nuestra parte. Así como leemos en Efesios 2:8,9: “porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe”.

 

Sigue diciendo: “pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas”. Nosotros, que por la gracia de Dios hemos sido recibidos en su reino, hemos sido preparados para hacer buenas obras y éstas deben acompañarnos mientras nos adelantamos hacia nuestro hogar celestial. Así como Dios nos ha hecho nuevas criaturas en Cristo Jesús, ahora debemos llevar vidas dignas de ese nombre. Puesto que Dios nos ha dado una nueva voluntad y nuevas fuerzas para las buenas obras, debemos estar ocupados en hacer esas obras. Al hacerlo estaremos sirviendo a Dios. Los hijos de Dios, puesto que están en el camino al cielo, no pueden hacer obras malas, sino deben encontrarse haciendo el bien.

 

Pero precisamente en este respecto encontramos que la puerta del cielo es pequeña y el camino que lleva allí angosto. Porque cuando queremos honrar al nombre que llevamos de cristianos y servir a Dios con obras buenas, el diablo nos presiona mucho, el mundo nos pone obstáculos y nuestro corazón pecaminoso pierde su celo, se cansa, y a menudo tiene miedo. Estas cosas hacen que la puerta parezca pequeña y el camino a la vida parezca angosto. También notamos que poca gente encuentra ese camino y anda en él, y esto nos confunde y nos deprime.

 

Oh cristiano, entra de todos modos por esa puerta pequeña y camina en ese camino angosto. Recuerda que la puerta ancha por la cual pasa la mayoría y el camino ancho por el que se puede andar cumpliendo cualquier capricho que uno quiera y en donde Satanás usualmente no pone mucha presión — ese camino y esa puerta no conduce a la vida, sino al infierno. La Escritura nos dice eso. Por tanto, no busquemos ese camino, sino vayamos resueltamente por el otro.

 

Para fortalecerte en tu viaje por el camino a la vida mencionaremos cuatro cosas que recordar de la palabra de Dios.

 

Primero y lo principal, en el camino angosto Jesús te acompaña. Te ayudará, te librará, te fortalecerá y una y otra vez te dará ánimo y consuelo.

 

Segundo: si en el futuro — y puede suceder más pronto de lo que piensas — el camino angosto queda atrás, entonces te encontrarás en un lugar espacioso en donde ya no estarás confinado ni oprimido. Tú sabes en dónde es eso. Y allí estarás para siempre.

 

Tercero: levanta tus ojos y mira adelante. “Vi una gran multitud, la cual nadie podía contar” (Apo. 7:1-17); una gran procesión que comenzó poco después de que comenzó el mundo y que seguirá hasta el día del juicio, caminando en ese camino angosto que lleva a la vida eterna. ¡Únate a ellos!

 

Cuarto: Ten la seguridad de que en ese camino angosto los hijos de Dios experimentarán la paz. Los impíos no tienen la paz aunque parecen avanzar alegremente en su camino ancho a la destrucción. Y si estuvieras con ellos tampoco tendrías paz. Entra entonces en la puerta pequeña y anda en el camino angosto y Dios estará contigo.

 


17 de febrero

 

Guardaos de los falsos profetas. (Mat. 7:15)

 

Esta amonestación seguramente es necesaria. ¿No ha hecho todo lo posible nuestro Señor Jesús por nuestra salvación, expiando nuestros pecados y reconciliando a su Padre celestial? Además nos ha dado el evangelio en las Escrituras y con el evangelio su Espíritu Santo para que podamos reconocerlo como nuestro único Salvador y creer en él. Nos ha hecho hijos de Dios y herederos de la vida eterna. Ha explicado la ley de Dios para nosotros para que aquí en la tierra podamos guiarnos por ella y llevar una vida digna de hijos de Dios. En fin, Jesucristo ha llegado a ser para nosotros sabiduría de Dios — es decir, nuestra justicia, santidad y redención (1 Cor. 1:30). — Ni pensar entonces en permitir que los falsos profetas, predicadores y maestros, que no enseñan ni predican correctamente su palabra, nos conduzcan al error. Ni siquiera si cambian sólo las enseñanzas divinas que parezcan menores. Recuerda la advertencia de Jesús: “¡Guardaos de los falsos profetas!”

 

Esta advertencia siempre es apropiada porque, como leemos en la Primera Carta de Juan: “muchos falsos profetas han salido por el mundo” (4:1). Y no sólo son los que rechazan atrevida y públicamente a Cristo y su palabra, sino Jesús también advierte en contra de los que vienen disfrazados de ovejas, porque en realidad son lobos feroces. El lobo no es tan peligroso cuando viene como lobo, aullando, porque entonces todas las ovejas huirán al pastor y sus perros. Los profetas más peligrosos son los que vienen en el nombre de Cristo y con gran exhibición de santidad, y mientras insisten que predican su palabra, la falsifican. Con toda su exhibición de piedad, estos profetas, estos predicadores, son lobos feroces que tienen la intención de introducirse en el rebaño de Cristo y destruirlo. Y lo atacan en un punto en donde las ovejas de Cristo realmente deben estar bien preparados y unánimes, en el asunto de la doctrina y la fe. Y por supuesto, finalmente la vida y la práctica están comprendidas en el abandono de la doctrina, o como combinamos las dos cosas hoy cuando decimos “estilo de vida”.

 

Si vamos a tener cuidado de los falsos profetas debemos saber cómo podemos reconocerlos, especialmente cuando vienen a nosotros en el nombre de Cristo. — El Salvador dice: “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que por sus frutos los conoceréis” (Mateo 7:15-20).

 

Examinamos el fruto de un árbol y tal vez hasta lo probamos para determinar si el árbol es bueno. Ahora bien, el fruto de un profeta es su doctrina, sus enseñanzas. Éstas deben examinarse, probarse si realmente son las enseñanzas de Cristo y de la palabra de Dios. Si no, se le debe decir: “Usted es un falso profeta; no voy a tener nada que ver con usted”. Así como no se come el fruto de cualquier árbol o arbusto sin saber sus propiedades, mucho menos debemos aceptar cualquier enseñanza religiosa que se nos presenta sin probarla según la norma de la palabra de Dios. Debemos hacerlo porque nos importa la salvación de nuestra alma y en obediencia a la advertencia de Jesús contra los falsos profetas.

 


18 de febrero

 

No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mateo 7:21)

 

Ésta es la voluntad del Padre celestial: que oigamos y estudiemos su palabra. Por la ley debemos reconocer nuestra condición de pecadores; por el evangelio debemos reconocer a Cristo como nuestro Salvador, encomendarnos a él por la fe y permanecer como sus discípulos adhiriéndonos a sus enseñanzas. Esto quiere decir que lo confesaremos ante los hombres como nuestro Señor y Salvador, y no nos avergonzaremos de él y de sus enseñanzas. Consistentemente trataremos de conformar nuestra vida a su palabra y soportar con paciencia cualquier cruz que él nos imponga con el fin de salvarnos. Nuestra esperanza en medio de esta vida terrenal será el hogar celestial, eterno que él ha prometido a los suyos.

 

A esta voluntad del Padre celestial debemos esforzarnos para estar en conformidad. No sólo debemos decir que Cristo es nuestro Señor y Maestro, sino debemos dar evidencia de que somos sus verdaderos discípulos en palabra y obra. Nuestra fe cristiana no es solamente saber cuáles son las doctrinas cristianas, sino también tener nuestro corazón dedicado a Cristo; entonces el poder de Dios estará evidente en nuestra vida. Es cierto, habrá mucha debilidad y muchos tropiezos cuando caminamos por esa senda, pero por la gracia de Dios resucitaremos y nos fortaleceremos porque, gracias al Espíritu Santo, somos realmente discípulos de Jesucristo; le pertenecemos a él. Pero todo el que no hace las cosas que se mencionaron no entrará en el reino de Dios. El Señor mismo lo dice.

 

Escúchalo: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Entonces les declararé: Nunca os conocí. ¡Apartaos de mí, hacedores de maldad!” Esto quiere decir que grandes predicadores que en nombre de Cristo y por el poder de su palabra hicieron grandes obras, pero que por su parte nunca fueron realmente sus discípulos, para vergüenza serán desenmascarados en aquel día. Tampoco el hecho de que llamarán la atención a sus grandes palabras y obras cambiará el veredicto de Cristo.

 

Jesús sigue: “A cualquiera, pues, que me oye estas palabras y las pone en práctica, lo compararé a un hombre prudente que edificó su casa sobre la roca. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y golpearon contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre la roca. Pero a cualquiera que me oye estas palabras y no las practica, lo compararé a un hombre insensato que edificó su casa sobre la arena. Descendió la lluvia, vinieron ríos, soplaron vientos y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7:21-27).

 

Sí, querido cristiano, en quien la palabra de Cristo no es un poder de Dios, para él tampoco será un poder para preservarlo cuando sea atacada su fe y ciertamente no en el juicio final. ¡Cuídate de no ser un cristiano sólo de nombre, un hipócrita, sino siempre busca ser un cristiano y discípulo fiel de Jesús en palabra y obra.  

 


19 de febrero

 

Para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió. (Juan 5:23)

 

Nuestro versículo bíblico es la división entre la fe y la incredulidad, entre el cristianismo y el paganismo. Todo el que no honra al Hijo, el Señor Jesucristo, como honra al Padre, el Dios todopoderoso, es un incrédulo, un pagano, y en realidad no honra tampoco al Padre, sea cual fuera su reputación aparte de eso. Por otro lado, el que honra al Hijo así como honra al Padre es un cristiano, un creyente. Cristo lo dice y no se puede evadirlo. Si no aceptas sus palabras, estás rechazando a Cristo mismo como un blasfemo. Si aceptas lo que dice Cristo, eres un cristiano.

 

En el mismo capítulo del Evangelio de Juan Cristo expresa el mismo pensamiento varias veces. En el versículo 17 dice. “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”. En efecto dice: “Mi Padre constantemente preserva y gobierna el universo y yo hago lo mismo”. Cristo es el eterno Hijo unigénito del Padre, que se hizo hombre cuando su Padre lo envió al mundo para ser nuestro Salvador. También como hombre tiene el mismo poder y gloria y hace las mismas obras como el Padre.

 

Esto es evidente en el versículo 21: “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida”. Lo hace haciéndolos hijos de Dios, que tienen una nueva vida y naturaleza espiritual.

 

Además leemos en el versículo  22: “Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” y en el versículo 27: “y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre”. Puesto que el Hijo en su humanidad nos ha redimido, por tanto a él, al Hijo del Hombre, se le ha dado el poder de juzgarnos. Dependemos absolutamente de él y por tanto sólo es bueno y recto que lo honremos por lo que es, así como honramos al Padre. De hecho, el Padre sólo nos recibirá en el nombre del Salvador y por amor a él.

 

Jesús habla las siguientes palabras tan consoladoras a todos los que lo honran: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (versículo 24). — La palabra de Cristo es el mensaje de salvación en su nombre. Si creemos esa palabra, somos salvos, tenemos el perdón de los pecados, nueva vida espiritual y eterna salvación. Tal persona está exonerada del juicio, como lo dice Cristo mismo, el juez: “De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (v. 25,26).

 

De hecho: “No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (v. 28,29).  Si hemos hecho bien, creído en él y hemos honrado a quien el Padre envió para ser nuestro Salvador, y si nuestra fe se manifiesta como genuina porque ha producido buenas obras, resucitaremos a la vida eterna. Pero los malos enfrentarán un terrible juicio a manos del Hijo del Hombre.

 

Debemos honrar al Hijo así como honramos al Padre y recordar que todo el que no lo honra de esta forma deshonra al Padre que lo envió para ser el Salvador del mundo. Ésta es la voluntad del Padre. Y el Hijo nos dice: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (versículo 39).


20 de febrero

 

Esforzaos a entrar por la puerta angosta. (Lucas 13:24)

 

En una ocasión cuando nuestro Señor estaba pasando por las ciudades y las aldeas comerciales y predicando, alguien le preguntó: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?” Hoy también hay muchos que se preocupan por esta pregunta y otras similares. ¿Cómo respondió Jesús a esta pregunta?

 

Dijo a esa persona y a todos los que preguntan lo mismo: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”. — Es cierto, ésta no responde directamente a la pregunta. Sin embargo, con esta respuesta quiere desalentar a los que quieran hacer esta clase de preguntas. Por ejemplo, ¿fue al cielo o al infierno tal o cual persona? Más bien quiere que nos preocupemos de nuestra propia salvación.

 

A la puerta del cielo la llama una puerta angosta, y resalta este punto diciendo: “muchos procurarán entrar, y no podrán”. — ¿Qué quiere decir con esto? ¿No abrió el Padre celestial completamente la puerta de la gracia cuando envió a su Hijo? ¿No es su voluntad que todos se salven y nadie se pierda? Seguramente, la puerta de la gracia está completamente abierta y es la voluntad de Dios que no se pierda nadie. Sin embargo, nuestra carne pecaminosa resiste entrar por esa puerta y si es que considera entrar en el cielo, quiere hacer su propia entrada caprichosa en forma ilegítima. Aun cuando Dios en su gracia nos indica la puerta correcta, hay una renuencia de parte del hombre pecador para entrar allí. Además, el diablo y el mundo apoyan a nuestra carne en su renuencia a entrar por la puerta de la gracia que Dios ha provisto. Por eso Jesús dice que esa puerta es angosta. Muchos no quieren reconocer que Cristo es esa puerta y por eso no entran en el cielo. La Biblia nos asegura de que “en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12). Tenemos que entrar en el cielo como lo indica Dios, o no entraremos.

 

Tampoco debemos ceder ni un centímetro al diablo, al mundo y a nuestra carne cuando tratan de impedir que entremos en la puerta divina de la gracia, ni posponer ni aflojarnos en nuestros esfuerzos por entrar allí. De otro modo hay la posibilidad a que Jesús llama nuestra atención en Lucas 13:25: “Después que el padre de familia se haya levantado y cerrado la puerta” — es decir en el día del juicio o cuando ha terminado nuestro tiempo personal de gracia — “y estando fuera empecéis a llamar a la puerta, diciendo: Señor, Señor, ábrenos, él respondiendo os dirá: No sé de dónde sois. Entonces comenzaréis a decir: Delante de ti hemos comido y bebido, y en nuestras plazas enseñaste”. Llamarás la atención al hecho de que asististe a la iglesia, te llamas cristiano. — “Pero os dirá: Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de mí todos vosotros, hacedores de maldad. Allí será el llanto y el crujir de dientes, cuando veáis a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros estéis excluidos. Porque vendrán del oriente y del occidente, del norte y del sur, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. Y he aquí, hay postreros que serán primeros, y primeros que serán postreros!” (Lucas 13:22-30).

 

Allí tienes la respuesta del Señor a la pregunta impertinente que no tenemos por qué hacer — si sólo pocos se salvarán. Hagamos lo que él dice: esforzarse por entrar por la puerta angosta. ¡Dios nos ayude a hacer precisamente esto!

 


21 de febrero

 

Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido. (Lucas 18:14)

 

La puerta al cielo es demasiado angosta para gente arrogante y farisaica. Sin embargo, es lo suficientemente ancha y bien abierta para los pobres pecadores que humildemente dependen de los méritos de Cristo. Jesús trató de enseñar esta lección en cierta ocasión a los que pensaban que eran piadosos y despreciaron a los demás. Empleó una parábola para hacerlo.

 

“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”.

 

¿Qué clase de hombre fue este fariseo? Es cierto, no fue como los hombres comunes. No fue ladrón, tampoco defraudó a otros de lo que legítimamente era suyo. No fue adúltero y fue muy diferente del cobrador de impuestos. Ayunó dos veces a la semana, algo que la ley de Moisés ni siquiera requería, y honestamente dio los diezmos de todo lo que tenía. Ninguna corte secular ni eclesiástica podía hallarlo culpable de ninguna trasgresión. Por todo esto agradeció a Dios, y en cierto sentido atribuyó ese honor a Dios. — Todo esto estuvo muy bien. Sin embargo, esto es casi todo lo bueno que se puede decir de la situación. No había más de lo que cualquier pagano podría haber hecho, y algunos de ellos realmente hicieron todo eso. Allí estaba, agradeciendo a Dios por todo esto, pero al mismo tiempo jactándose y dándose el mérito de ello. Al suponer que podía así estar firme en el juicio divino y pasar como un hombre justo, se estaba engañando. Estuvo totalmente ciego en cuanto al corazón y el alma de la ley de Dios, que debe haber aprendido de Moisés y los profetas. No menciona pecado de su parte y en consecuencia no hay ninguna confesión de pecado ni ruego por el perdón, ni esperaba ni confiaba en el Mesías de Israel. Estuvo tan lleno de su propia importancia y superioridad que no había lugar para nada más en su corazón. Sólo tenía una mirada despiadada y sin amor y una palabra pecaminosa de desprecio para el cobrador de impuestos al cual notó a una distancia también orando en el templo.

 

Miremos al cobrador de impuestos por un momento. “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador”. Es cierto, no había duda de que era un pecador que se aprovechaba de la gente. Al menos, así había sido en el pasado. Pero ahora hubo un cambio en él. Ahora estaba atormentado y atribulado por sus pecados. Se avergonzaba de ellos y se sentía atraído al templo. Y allí su vergüenza lo obligó a buscar un rincón escondido desde el cual todavía podía ver el altar de sacrificios. Ni se atrevía a levantar sus ojos al cielo. Con la cabeza baja, y con remordimiento y arrepentimiento amargo y sincero por sus pecados, se golpeó el pecho. Sin embargo, no se desesperó, porque el mensaje misericordioso del evangelio que había escuchado en su juventud le dio una chispa de esperanza. Ante él estaba el gran recuerdo del Mesías prometido para los creyentes del Antiguo Testamento, el altar de sacrificio. Y motivado por el Espíritu Santo pronunció esta palabra de fe y confianza: “Dios, sé propicio a mí, pecador”.

 

¿Cuál es el juicio de Cristo sobre esta escena en el templo? “Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro”, claramente indicando que sus pecados le fueron perdonados y que Dios miraba con favor a este hijo suyo arrepentido. ¿Y el fariseo? — Fue a su casa igual como había llegado, arrogante y satisfecho de sí mismo, pero con el desagrado de Dios pesando sobre él. “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado” debido a que toda la “justicia” de que se felicita es una abominación ante Dios. Sin embargo recuerda: “el que se humilla” — como de hecho todo hombre sin excepción que reconoce sus pecados y defectos tiene razón para hacerlo — “el que se humilla” y se refugia en la gracia de Dios que está disponible para todos en Cristo Jesús “será enaltecido” al cielo mismo (Lucas 18:9-14).

 

En verdad, la puerta del cielo, que es Cristo Jesús, es demasiado angosta para admitir a la gente arrogante y farisaica, pero allí está, abierta de par en par para los pecadores penitentes que dependen de la gracia de Dios en Cristo.

 


Semana de Septuagésima

 

Domingo de Septuagésima

 

Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros. (Mateo 20:16)

 

La puerta al cielo no sólo se cierra contra el fariseo que se creía justo por sus obras que conocimos en la meditación de ayer, sino también en dondequiera que entra en el corazón de cristianos, de discípulos de Jesús, el mismo veneno que depende de la propia “justicia” imaginaria y así realmente rechaza la justicia de Jesús. Para que la puerta al cielo no se quede cerrada para los suyos, Jesús da una solemne advertencia en la parábola de hoy. Aceptemos esa advertencia y arrepintámonos mientras todavía hay tiempo para hacerlo.

 

Oigamos la parábola: “Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a contratar obreros para su viña. Y habiendo convenido con los obreros en un denario al día [lo cual era el pago normal para un jornalero en el tiempo de Jesús], los envió a su viña. Saliendo cerca de la hora tercera del día, vio a otros que estaban en la plaza desocupados; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que sea justo. Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y novena, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima, halló a otros que estaban desocupados; y les dijo: ¿Por qué estáis aquí todo el día desocupados? Le dijeron: Porque nadie nos ha contratado. El les dijo: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que sea justo. Cuando llegó la noche, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. Y al venir los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. Al venir también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y al recibirlo, murmuraban contra el padre de familia, diciendo: Estos postreros han trabajado una sola hora, y los has hecho iguales a nosotros, que hemos soportado la carga y el calor del día. Él, respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros” (Mateo 20:1-16).

 

Los últimos son los que poco antes de su muerte han llegado a creer en Jesús como resultado del llamamiento misericordioso de Dios, y que sólo por poco tiempo, tal vez sólo por unos momentos, fueron siervos del Señor Jesús en esta tierra. Mientras los primeros son los que por la gracia de Dios desde el principio de la niñez creyeron en el Señor Jesús y estaban en su reino y lo servían. 

 

“Los postreros [serán] primeros” significa que se les está haciendo iguales a los primeros porque el Señor es tan misericordioso que su llamamiento procede de su gracia y misericordia pura y libre y no de ninguna otra causa. Estos últimos en ser llamados reconocen esto de inmediato y están sumamente contentos y agradecidos.

 

Los primeros serán postreros” indica que deben ocupar el lugar en que estaban los últimos antes de llegar a la fe y haber entrado en el reino de Dios. Ahora son expulsados del reino de Dios y la puerta se cierra contra ellos — porque se han alejado de la gracia y no por ningún otro motivo. En el reino de Dios la gracia reina sobre todo. Es pura gracia que se nos permite y tengamos la capacidad de servir a Dios en su reino. Aun las cruces y las incomodidades que llegan a los hijos de Dios son gracia. Sólo la gracia de Dios es la causa de nuestra salvación. — Los primeros han olvidado esta gracia. Llaman la atención a su largo servicio en el reino de Dios y se imaginan que esto les da derecho a un trato especial. Tienen envidia porque Dios en su misericordia hace que los últimos sean iguales a ellos porque piensan que estos últimos no lo hayan merecido. En consecuencia, su fe ya no está fundada en la gracia, sino buscan tener derecho al cielo en base a su propio mérito imaginario y buenas obras. Y con ese fundamento Dios con justicia les paga: ahora son los últimos, porque como leemos en la parábola de la fiesta de bodas (Mateo 22): “muchos son llamados, y pocos escogidos”.

 

Querido Dios, permite que aceptemos a tiempo la advertencia y permite que siempre pongamos nuestra fe en tu gracia en Cristo Jesús nuestro Señor.

 


Lunes

 

Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. (Mateo 19:24)

 

En una ocasión un joven de clase alta corrió a Jesús, se arrodilló ante él y le dijo: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” — Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios”. Es como si dijera: ¿Por qué me llamas bueno, te arrodillas ante mí y deseas información de mí sobre la vida eterna, puesto que, propiamente, sólo Dios merece tal honor? ¿Quién piensas que soy? — “Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” — puesto que obviamente piensas que puedes lograrlo haciendo el bien.

 

Ahora el joven rico quería saber cuáles mandamientos especiales tenía que guardar. — Tal vez recuerdas que los maestros judíos consideraban que había cientos de ellos. — Jesús no estaba de acuerdo; por lo cual llama la atención a los Diez Mandamientos diciendo: “No matarás. No adulterarás. No hurtarás. No dirás falso testimonio. Honra a tu padre y a tu madre”. — Luego el pobre joven equivocado dijo: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud. ¿Qué más me falta?”

 

Jesús lo miró y lo amó y quería curarlo de su ilusión de que podía guardar los mandamientos en la forma en que Dios quiere que se guarden, es decir, a la perfección. Quería abrir sus ojos a cuánto todavía le atraían las cosas de este mundo, las riquezas, y en consecuencia, lo lejos que todavía estaba del reino de Dios. Y puesto que este joven en su corazón inquieto todavía buscaba un mandamiento especial que le podría asegurar el camino al cielo, Jesús en su omnisciencia le dio un mandamiento especial que era especialmente apropiado para su situación: “Aún te falta una cosa. Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”.

 

Con esas palabras el Señor que ve todo puso el dedo en la llaga. La pregunta del joven seguramente no era hipócrita sino honesta, aunque se basaba en una idea equivocada. Pero cuando escuchó la respuesta de Jesús se le cayó el semblante y se fue triste porque tenía mucha riqueza. No estaba dispuesto a hacer lo que Jesús le había mandado porque su riqueza formaba una barrera para seguir a Jesús, y en su caso particular esto habría sido necesario.

 

Jesús miró alrededor y dijo a sus discípulos: “De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos ... es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Los discípulos se asombraron aún más y dijeron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” — Jesús los miró y les dijo: “Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible”. (Mateo 19; Marcos 10; Lucas 18).

 

Podemos ver claramente en este ejemplo y en las palabras de Cristo que la riqueza, o más bien estar apegado a la riqueza, es una de las cosas que hace que la puerta del cielo sea demasiado angosta para los hombres. Esto fue el caso no sólo con el joven rico, sino siempre que el corazón del hombre se apegue a las riquezas. En realidad, todo el que es así, sin considerar la cantidad de riqueza que tenga, lo ama más que al Señor Jesús. Cuán difícil, de hecho, imposible es para nuestra carne y sangre escoger el sumo bien. No obstante, Dios puede producir un cambio que es imposible para el hombre. Dios puede romper todas las cadenas pecaminosas, aun las fuertes cadenas que la riqueza usa para esclavizar a los hombres.

 


Martes

 

Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. (Lucas 16:9)

 

Puesto que aprendimos ayer que la riqueza es tan peligrosa para el alma del hombre, ¿qué deben hacer los que tengan riquezas? ¿Deben hacer lo que aconsejó el Señor al joven rico, dar todo su dinero a los pobres? No, pues como notamos ayer, el suyo era un caso especial. ¿Entonces, qué deben hacer? En primer lugar, sus corazones no deben apegarse a su riqueza. Como leemos en el Salmo 62:10: “Si se aumentan las riquezas, no pongáis el corazón en ellas”, o como se nos amonesta en 1 Corintios 7:30: “y los que compran, como si no poseyesen”. — Esto se aplica a todas las posesiones terrenales. Debes tomar muy en serio este consejo divino. — El Señor nos enseña en una parábola cómo los cristianos y discípulos de Jesús debemos usar en forma correcta nuestro dinero y posesiones.

 

“Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz.”

 

Después de relatar la parábola, Jesús volvió a sus discípulos y les habló: “Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas”. 

 

Así que el Señor quiere que usemos nuestras riquezas, que tan a menudo es una fuente de injusticia y seguramente es una tentación para el uso pecaminoso, para ganar amigos. Pero estos amigos se deben ganar en una forma cristiana y agradable a Dios, no en una forma pecaminosa como el mayordomo en la parábola. Y no debe ser necesario explicar esto en detalle a los cristianos. ¿No te parece que puedes usar tu riqueza para secar muchas lágrimas y reprimir muchos suspiros? ¿No hay cientos de oportunidades para que uses tu riqueza en el reino de Dios para que suban bendiciones y oraciones de acciones de gracias al trono de Dios si es que ellos saben quién eres o no? Y si haces esto en fe por motivo del Salvador y el amor para con el prójimo, entonces, cuando se haya acabado toda tu riqueza y posesiones, es decir, cuando tengas que abandonar este mundo, entonces tu Salvador que todo lo ve reconocerá por sus acciones que tuviste una fe viva, y su oído que siempre oye escuchará las alabanzas de aquellos a quienes ayudaste cuando tenían necesidad rogando por ti: “Sí, Señor, él nos ayudó cuando teníamos necesidad, recíbelo en las mansiones eternas”. Y el Señor hará precisamente eso.


 

Miércoles

 

Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios. (Lucas 12:21)

 

¿Cómo le irá a una persona que es así? Jesús nos muestra en la siguiente parábola: “La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12:16-20).

 

Hay gente en todas las circunstancias de la vida que se esfuerzan por poder llevar una vida cómoda, fácil, libre de preocupaciones. Y si tienen éxito en este esfuerzo, de una manera complaciente se dicen: “Ahora he logrado mi objetivo. Voy a descansar. Comeré y tomaré lo mejor que hay y ya no me preocuparé”. Así como antes se empeñaban en adquirir la riqueza, ahora piensan sólo en gozarla. Seguramente tienen una actitud terrenal y están tan felices y contentos como el ganado que se está engordando. Así no puede entrar ningún pensamiento espiritual en su alma. Los pensamientos acerca de lo que sucede después de la muerte, el arrepentimiento, la fe en Cristo, seguir en sus huellas, hacer algo por los demás, buscar entrar por la puerta angosta, — ¡locura! Eso es ser demasiado piadoso y sólo deprime al espíritu. Son gente bastante buena, tienen muchos amigos y ellos los respetan. Después de algún tiempo yacen en sus ataúdes. Es posible que algún predicador ofrezca un bonito y sentimental discurso funerario ante ese ataúd. Pero hay más interés en el albacea de su testamento que en el predicador.

 

¿Y ellos mismos? — Son muy pobres ahora. Se enriquecieron con dinero, pero no eran ricos para con Dios. Y ahora su riqueza terrenal no los puede ayudar. No pueden llevarla con ellos para exhibirla como lo hicieron en esta vida terrenal. Ante Dios no pueden exhibir la vida que llevaron en esta tierra. No son ricos, sino están en absoluta pobreza ante Dios. “Ricos para con Dios”, ¿qué significa eso? Quienes por fe en Cristo tienen el perdón de pecados tienen una justicia que es aceptable ante Dios. Y aquellos cuya fe en Cristo no fue fingida tienen suficiente evidencia en sus vidas para dar testimonio a ello. Entrarán en el descanso que Dios ha preparado para su pueblo. Pero los otros, aquellos que en esta vida sólo eran ricos para gozarse ellos mismos, terminarán en donde hay lloro y crujir de dientes. Así será con todo el que sólo acumula las cosas para él mismo y no es rico para con Dios.

 

 

 

 


Jueves

 

Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios. (Lucas 12:21)

 

Queremos continuar la meditación de ayer e indicar cuál es el destino después de la muerte de las personas que acumulan tesoros para ellos mismos, principalmente para gastarlo en ellos mismos, y no son ricos para con Dios. Jesús, en una narrativa y cuento, levanta parcialmente el velo que todavía oculta la vida venidera de nuestra vista. Contaremos esta historia y agregaremos algunos comentarios.

 

Había un hombre rico que se vistió de púrpura y lino fino, en ropa espléndida como la que usan los príncipes, y vivía con toda clase de lujos. Se dedicó a este estilo de vida y no pidió más, porque era lo único que le preocupaba en la vida.

 

En su puerta había un limosnero llamado Lázaro, cubierto de llagas, quien deseaba comer de lo que caía de la mesa del rico. Aun los perros llegaron para lamerle las llagas. — Sin duda el rico no objetó, porque en esas tierras aumentaba el estatus de un hombre si muchos pobres se reunían por su puerta a quienes se echaba lo que quedaba de una comida. Pero los siervos hacían esto, sin que el rico siquiera pensara en los pobres que allí se reunían. Sin embargo, los perros que estaban presentes lamieron las llagas de Lázaro. Parecían más misericordiosos que el rico. — Llegó el tiempo para que el limosnero muriera y los ángeles lo llevaron a la presencia de Abraham, al cielo. Por esta afirmación podemos concluir que el pobre fue un hijo espiritual de Abraham, es decir, un hijo creyente de Dios que soportó con paciencia su tribulación y que tuvo su esperanza puesta en la liberación final de su tribulación. Y esto se le concedió en el momento propicio.

 

El rico también murió y fue sepultado — sin duda con gran pompa y ceremonia.

 

Y ahora nuestro Señor levanta el telón para que veamos, revelando lo que experimentó el rico después de la muerte. Jesús usa palabras y conceptos que son similares a esta vida terrenal para que podamos comprender más fácilmente. De hecho, sin embargo, nuestra lenguaje no tiene palabras ni nuestra mente conceptos para la vida más allá del sepulcro. — En el infierno, en donde el rico estuvo atormentado, sus ojos podían ver ahora lo que durante su vida terrenal estaba velado a su vista. Allí vio a Abraham a lo lejos con Lázaro a su costado. Así le llamó: “Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama”. — Sin embargo, Abraham respondió: “Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú atormentado. Además de todo esto, una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá”. — Al rico ahora se le dio a conocer el hecho de que con su estilo de vida egoísta y materialista había menospreciado la salvación y que ahora no había ni alivio ni esperanza para él.

 

Luego respondió: “Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no vengan ellos también a este lugar de tormento”. — A esto Abraham respondió: “A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos”. — “No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán”.  — Abraham le dijo: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (Lucas 16:19-31).

 

¿Qué significa esto? ¿Pueden los condenados reprochar a Dios de no haber hecho todo lo necesario para llevarlos al conocimiento de la salvación? — No importa, pero se les da a conocer que la poderosa palabra de Dios y el evangelio que ellos menospreciaron es el único medio que puede convertir al hombre y salvarlo.

 

Aprendamos esa lección antes que sea demasiado tarde, y no permitamos que la riqueza y los placeres de este mundo nos atrapen ni nos engañen.

 


Viernes

 

¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan? (Mateo 16:8)

 

Estos últimos días hemos hablado mucho del peligro que presenta la búsqueda de riqueza y placeres para nuestra salvación. El pobre que escucha estas meditaciones tal vez suspire y esté tentado a decir: “Todo esto puede ser cierto, pero la riqueza y el placer apenas me puede preocupar, puesto que a duras penas puedo dar a mi familia siquiera las necesidades de todos los días”. — Si éste es tu caso, no negaremos que ésta es una carga pesada. Sin embargo, permítenos contarte una historia acerca de Jesús y sus discípulos que ha ayudado a muchos y que te ayudará también a ti.

 

En cierta ocasión, después de que Jesús había tratado con sus enemigos persistentes, los fariseos y los saduceos, entró en una barca junto con sus discípulos para zarpar al otro lado del mar de Galilea. Tuvieron tanta prisa que se les olvidó a los discípulos llevar suficiente pan y sólo había un pan en la barca. Entonces su Maestro, todavía pensando en su conversación con los fariseos y saduceos, dijo: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos”. Sin embargo, sus discípulos, que habían estado pensando en otras cosas, no entendieron sus palabras. Discutían el asunto entre ellos y finalmente dijeron: “Esto dice porque no trajimos pan”. Suponían que las palabras de Jesús eran una reprensión velada por haber olvidado traer suficiente pan y tal vez hasta una advertencia de que sus enemigos podrían envenenar su pan. Les preocupaba mucho que sólo había un pan para todo el grupo.

 

Consciente de su discusión, Jesús preguntó: “¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan? ¿No entendéis aún, ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogisteis? ¿Ni de los siete panes entre cuatro mil, y cuántas canastas recogisteis? ¿Cómo es que no entendéis que no fue por el pan que os dije que os guardaseis de la levadura de los fariseos y de los saduceos?” (Mateo 16; Marcos 8).

 

Querido amigo cristiano, tú que te preocupas por las necesidades diarias, ¿puedo darte un consejo? Recuerda el milagro del pan y los peces que tu Señor Jesús realizó en dos ocasiones en el desierto para multitudes y pregúntate si es incapaz o está indispuesto a cuidarte a ti. Recuerda que ha prometido a sus discípulos que él siempre estará con ellos hasta el fin del mundo. ¿No eres tú su discípulo? Recuerda, él ama a los suyos. Realmente, existe alguna razón para preocuparte? No incluyó la cuarta petición en la oración que enseñó a sus discípulos?

 


Sábado

 

¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? (Mateo 18:33)

 

Un día cuando conversaba con sus discípulos se presentó ocasión para que Pedro se acercara a su maestro preguntando: “Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?” Como puso lo que le parecía un límite muy generoso para la paciencia humana, Pedro pensaba que estaba a salvo. Seguramente quedó sorprendido, o tal vez escandalizado, por la respuesta de Jesús: “No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale” (Mateo 18:21,22; Lucas 17:4). — Para aclarar su instrucción para Pedro y los demás discípulos — y de paso para sus discípulos de todo tiempo y época — el Maestro contó la siguiente parábola.

 

“El reino de los cielos [en este respecto] es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos [diez mil talentos es una suma enorme]. A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo”. — Este siervo seguramente no sabía lo que decía, porque cancelar esta deuda era imposible. — “El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda”. — Tal vez te preguntes, y con razón, en dónde encontraría el ser humano tanta misericordia.

 

Continúa la parábola: “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios [una suma ínfima en comparación con los diez mil talentos] ; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes. Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. [Esto hubiera sido posible para un ser humano]. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda. Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado”.

 

“Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía”. — ¿Piensas que este hombre haya podido salir de la cárcel?

 

Jesús concluyó su parábola diciendo: “Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas” (Mateo 18:23-35).

 

Dios ha perdonado a cada uno de nosotros una deuda infinita de pecado y culpa por causa de Cristo Jesús, nos ha librado del castigo del infierno que de otro modo tendríamos, y misericordiosamente nos ha prometido la salvación eterna. Diaria y abundantemente por amor a Jesús nos perdona todos nuestros pecados y nos considera sus hijos queridos. ¿Será posible, entonces, que nosotros tratemos con dureza a nuestros hermanos y vecinos cristianos, cuyas ofensas son triviales en comparación a las que nosotros cometemos contra Dios? Amigo, considera la respuesta a esa pregunta antes de seguir leyendo.

 

Los cristianos e hijos de Dios verdaderos, que han nacido de nuevo por obra del Espíritu Santo, se esfuerzan por ser como su Padre celestial. Lucharán por hacerlo porque Dios, el Espíritu Santo, el Autor de su renacimiento y por quien han llegado a conocer la gracia de Dios en Cristo, mora en ellos y los impulsa a esforzarse para ser como Dios. Y aunque, debido a la debilidad de nuestra carne pecaminosa, todavía somos muy deficientes en esto, podemos hacer cierto progreso, aunque sea imperfecto. Especialmente el Espíritu Santo los impulsa a ser misericordiosos. En donde esto no sucede, tal persona no es un cristiano sino un hipócrita o ha abandonado la fe. Esa persona no recibirá misericordia, sino sólo puede esperar una condenación justa de Dios sin ninguna misericordia. Eso es lo que Jesús declara. Ven, entonces, junta las manos  y ora esta estrofa del himno de Lutero:

 

Perdona nuestras deudas ya;

Haz que ellas no nos turben más.

Así también de corazón

Por deudas damos el perdón.

Haz que con fraternal amor,

Cada uno sea un servidor. (CC 449:6)

 


Semana de sexagésima

 

Domingo de sexagésima

 

Orad sin cesar. (1 Tesalonicenses 5:17)

 

Mientras vivamos en esta tierra continuamente estamos en peligro y angustia, física y espiritual. Por eso se nos exhorta a que continuamente invoquemos a Dios con la petición de que él nos proteja y libre. Y puesto que Dios es nuestro querido y reconciliado Padre celestial por medio de Cristo, nuestra relación espiritual con él debe ser similar a la relación que los hijos queridos de esta tierra tienen con sus padres y madres terrenales. Debemos estar en constante comunicación con él, especialmente cuando tengamos problemas, como ya lo hemos dicho. Y si no parece escuchar, no debemos pensar que sea así, sino seguir invocándole y no cansarnos de hacerlo. ¿No es cierto que él ha hecho que su apóstol escribiera: Orad sin cesar? Considera cómo se portan los niños pequeños en la tierra cuando su madre no les responde de inmediato. Claman tanto más; así nosotros también. Ésta es la voluntad de nuestro Padre celestial; y como resultado de esa oración quisiera probar nuestra fe y fortalecerla. Ciertamente no nos abandonará ni dejará que nuestra fe sea avergonzada. Nos librará cuando llegue el momento propicio.

 

Nuestro Señor enseñó esto a sus primeros discípulos por medio de una parábola que nos convendrá tomar a pecho, puesto que el Espíritu Santo hizo que se escribiera en la Biblia.

 

En Lucas 18 leemos que “también les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar, diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre. Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a Dios, ni tengo respeto a hombre, sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia”.

 

Después de relatar la parábola, el Señor dijo: “Oíd lo que dijo el juez injusto. ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia” (Lucas 18:1-8).

 

Por supuesto, Jesús no está retratando a Dios como un juez injusto, sino dice lo siguiente: Si un juez injusto que ni teme a Dios ni le importan los hombres finalmente procuró que una viuda que no era nada para él finalmente obtuviera la justicia debido a sus ruegos constantes, cuánto más el Dios fiel y misericordioso escuchará los ruegos de sus queridos hijos elegidos que claman de día y de noche a él, y los librará, aun cuando parezca indiferente a sus oraciones. Pronto los librará y será en el mejor momento. Ves, de esta forma nuestro Señor Jesús, y Dios por medio de él, quisiera enseñar y animarnos a orar continuamente y con fervor, y nos promete que seguramente escuchará y ayudará. Sé como la viuda en la parábola al tratar con Dios; él lo quiere así.

 

 

Lunes

 

Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. (Juan 10:7)

 

Hay pastores de ovejas y hay pastores de almas. Los pastores de ovejas deben atender las necesidades físicas de sus animales y los pastores cristianos deben cuidar las almas que se les ha encomendado en forma espiritual. Y así como es muy importante que las ovejas tengan un pastor bueno o malo, también es mucho más importante que los cristianos tengan un buen pastor. En esta meditación tenemos la intención de ver las características de los pastores espirituales buenos y malos usando la instrucción de Jesús sobre ello.

 

Escuchemos la parábola siguiente. “El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es. A éste abre el portero, y las ovejas oyen su voz; y a sus ovejas llama por nombre, y las saca. Y cuando ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Mas al extraño no seguirán, sino huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños”.

 

Algunos de los fariseos que habían oído esta parábola no entendían lo que Jesús les decía. Por esa razón el Señor continuó: “Yo soy la puerta de las ovejas”, es decir, si un pastor quiere cuidar las ovejas de Cristo, sus creyentes, debe llegar a ellos en el nombre de Cristo, ser enviado por Cristo, predicarles a Cristo, y hacerlo así como la Biblia predica y escribe de Cristo. Sólo de esta forma los hombres entran en el redil de Cristo, la iglesia cristiana. Cristo mismo lo dice: “Todos los que antes de mí vinieron” — es decir, que yo no envié y que no predican mi palabra — “ladrones son y salteadores”, es decir, ladrones y asesinos de almas humanas. “Pero no los oyeron las ovejas”, o sea, el rebaño pequeño de los creyentes verdaderos, los elegidos, que en todo tiempo a pesar de los muchos errores que se predican, se apartan de esos errores y buscan a Jesús. El Señor repite lo que dijo antes: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo”, o sea, todo el que cree en mí como el único Salvador de la humanidad y me proclama como tal. “Y entrará, y saldrá, y hallará pastos”, es decir, como un pastor junto con sus ovejas a las que está cuidando. Y el gran y único portero, el Espíritu Santo, dará entrada al redil de Cristo. Pero el “ladrón”, el maestro y profeta falso, “no viene sino para hurtar y matar y destruir” a las ovejas que el Salvador ha redimido con alto precio. “Yo”, dice el Salvador en contraste”, “he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”, es decir, tener todo lo necesario para su salvación. Por ello es evidente, entonces, que los pastores de almas fieles predican sólo a Cristo y alimentan a sus ovejas sólo con su palabra.

 

Así, querido cristiano, has oído la descripción tanto de los pastores buenos como los malos, para que puedas estar alerta y no ser defraudado de la salvación de tu alma. Todo el que fielmente te predica a Cristo y su palabra, debes escucharlo fielmente, y debes evitar y huir de todo el que no lo hace, como de un ladrón y salteador que tiene la intención de destruir tu alma. Ésta es la enseñanza de Cristo.

 

Martes

 

Yo soy el buen pastor. (Juan 10:11)

 

Nuestro Señor lo dice. Realmente es el único buen pastor cuya venida y fidelidad fue prometida en el Antiguo Testamento. Lee, por ejemplo, Is. 40:11; Ez. 34:11-23 o 37:24. Para grabar esto en nosotros Jesús primero nos cuenta una parábola, diciendo: “el buen pastor su vida da por las ovejas”. Realmente es así. David, como un buen pastor, luchó ferozmente en una ocasión con un león, y en otra, con un oso. — El Salvador sigue con su parábola: “Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas”. — Lo único que le importa es su pago, no las ovejas.

 

Ahora el Salvador aplica la parábola a sí mismo y dice: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen”. — Nuestro Señor conoce absolutamente a todas sus ovejas. No sólo conoce a sus cristianos, sino los reconoce como suyos y les tiene mucho amor. A la vez, sus cristianos lo conocen por medio de su palabra, lo reconocen en fe como su querido buen Salvador, y lo aman porque él primero los amó. Y puesto que este conocimiento y amor entre Cristo y los suyos no tiene paralelo en este mundo, el Salvador dice por analogía: “así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre”. — Con qué firmeza se pone de nuestro lado al decir esto. ¿No debe tanto amor llevarnos a confiar implícitamente en él? Aunque nuestro amor por él es demasiado imperfecto, sin embargo es más fuerte que cualquier amor terrenal. ¿No dice: “conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce”? Y a pesar de la imperfección de nuestro amor para con él, ¿no estamos, finalmente, listos a ponerlo primero en nuestra vida?

 

¿Cómo demuestra principalmente su amor y fidelidad como nuestro buen Pastor, de modo que lo reconocemos como nuestro buen Pastor y lo amamos tanto más por su cuidado fiel? Nos dice en nuestra lección de la Escritura: “y pongo mi vida por las ovejas”. — Eso sucedió en el Calvario cuando pagó la deuda de nuestros pecados, y no sólo de los nuestros, sino los de todo el mundo. ¡Seguramente, un amor así sólo se puede llamar divino!

 

Y hay prueba aquí de que ese amor nos incluye a nosotros hoy y no sólo a sus discípulos judíos de ese tiempo. Su vista divina repasa el mundo entero y toda época cuando dice: “También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor”. — Habla de los gentiles, de los que no son judíos, de los que no descienden de Abraham. También entre ellos tiene a personas que desde la eternidad son sus elegidos, y con su corazón lleno de misericordia dice que tiene que traerlos a su redil, y luego afirma con seguridad divina que ellos oirán su voz y vendrán a él.

 

Sí, querido lector, tú y yo estamos entre ellas, somos sus ovejas y pertenecemos a su rebaño, y él es nuestro pastor. Y sí, aun ahora hay un rebaño y un pastor. Las sectas y las divisiones estarán presentes hasta el día del juicio, sin embargo es cierto que todos los que realmente creen en él como su Salvador constituirán un rebaño y que él es su único Pastor, algo que será evidente para la vista de todos cuando él aparezca en gloria para llevar a los suyos al hogar del Padre.

 


Miércoles

 

Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. (Juan 10:17)

 

Hemos estado escuchando del buen Pastor, especialmente que puso su vida por las ovejas. Y ahora le oímos decir: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar”. — Tanto el Padre y el Hijo tienen la misma actitud e intención en cuanto a nuestra salvación y redención. El Hijo puso su vida por nosotros y el Padre lo ama por eso y se agrada de lo que él ha hecho por nosotros. Así podemos decir que el cielo nos sonríe.

 

¿Pero qué quiere decir realmente cuando Cristo dice: “yo pongo mi vida, para volverla a tomar”? Un muerto de hecho  puede por el poder de Dios volver a recibir la vida y ser resucitado, ¿pero puede hacer esto con su propio poder? Sin embargo, eso es lo que Cristo aquí afirma. — Querido cristiano, la muerte del Buen Pastor, Jesucristo, es muy diferente de la de cualquier otro pastor fiel. Éste de hecho arriesgará su vida por sus animales, pero si perdiera la vida haciéndolo, está tan muerto como cualquiera. No es así con el Señor Jesús. Él, al contrario, voluntariamente entregó su vida por nosotros. ¿O supones que alguien podría haberlo matado, y hasta haberlo tocado, si él no hubiera querido? Él es el Hijo todopoderoso de Dios. Nadie le podría quitar la vida, como dice él, sino que él la entregó voluntariamente por nosotros. Cuando dijo que nadie podría tomar de él su vida, añade que también tuvo el poder de volverla a tomar, como lo hace también aquí. Y eso precisamente hizo al tercer día después de que con su sufrimiento y muerte satisfizo la justicia divina en nuestro lugar y así nos redimió. Oye la solemne repetición de esta verdad: “Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (versículo 18).

 

Cuando Jesús dijo estas palabras de majestad divina, hubo disensión entre los judíos que lo escuchaban. Muchos de ellos decían: “Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís?” Otros, sin embargo, dijeron: “Estas palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?”

 

¿Y cuál es tu reacción a estas palabras, querido lector? — Si uno que fuera sólo un hombre, aunque fuera el más poderoso de los hombres, hablara así, en verdad estaría completamente loco, o un blasfemo inspirado por el diablo. Sólo el Hijo todopoderoso, eterno de Dios puede hablar así. Tú en verdad eres bienaventurado si crees y confiesas que Jesús es “verdadero Dios, engendrado del Padre, y también verdadero hombre, nacido de la virgen María”. Tú eres bienaventurado si crees eso, porque entonces también crees que te ha redimido, con todo y ser pecador, y que el cielo es tuyo. Siempre míralo y escúchalo cuando te habla en su palabra y te convencerás cada vez más de que él es el verdadero Dios y la vida eterna, y que es tu Salvador.

 


Jueves

 

Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. (Juan 10:27,28)

 

Después de que Jesús había dicho estas palabras que hemos considerado en estos últimos días, los judíos se reunieron alrededor de él, diciendo: “¿Hasta cuándo nos turbarás el alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente”. Sin embargo, no tenían ninguna intención seria al hacer esta pregunta, sino su objetivo malvado fue hacer que lo apedrearan como un blasfemo si declaraba ser el Cristo, el Mesías. Esto es evidente por la respuesta de Jesús. “Os lo he dicho, y no creéis; las obras que yo hago en nombre de mi Padre, ellas dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas, como os he dicho. Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos”.

 

Estas palabras que dice el Buen Pastor acerca de sus ovejas son muy valiosas y consoladoras. Deben especialmente ser memorizadas, porque ofrecen mucho consuelo en la aflicción y son música celestial para los cristianos que se mueren.

 

¿Qué dice aquí el Buen Pastor? Dice que conoce a sus ovejas, y luego también que él da a sus ovejas la vida eterna. ¿Qué otra cosa mejor podría darles? Les da la vida, la que ninguna muerte puede terminar, una vida bienaventurada que no tendrá ni un momento de tristeza. Y seguramente, como él demostró varias veces mientras vivía entre los hombres en la tierra, tiene el poder sobre la muerte. No importa qué amenaza a sus ovejas, nunca perecerán y nadie puede arrebatarlas de su mano. Ningún poder en la tierra, ni la muerte ni ningún poder del infierno puede hacerlo. Y para dar aun más consuelo a sus ovejas, los consuela con el conocimiento de que su Padre se las ha dado a él, quien es el Padre celestial, mayor que todos, y que nadie puede arrebatarlas de la mano de su Padre. ¿Quién lo podría hacer? Porque él y el Padre son uno, un solo Dios, uno en su voluntad y su obra misericordiosa en beneficio de todas las ovejas.

 

Pero ¿no ves que todo depende de ser una de las ovejas de Jesús, puesto que dice esto a sus ovejas? ¿Cómo sabes que eres una de las ovejas de Jesús para que puedas consolarte con estas palabras preciosas? Él te dice: “Mis ovejas oyen mi voz y me siguen”. Así puedes saber si eres una de sus ovejas. Y ahora oímos que ser una oveja de Cristo se debe a la pura gracia de Dios quien nos da su palabra y Espíritu Santo. “Mi Padre ... me las dio”, dice Jesús. No seas obstinado; escucha la voz del Buen Pastor y síguelo y te conducirá a tu hogar en la casa del Padre.

 

Cuando los judíos escucharon estas palabras recogieron piedras para apedrearlo. Bienaventurado tú si puedes consolarte en las promesas de tu Buen Pastor.


Viernes

 

Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación. (2 Pedro 3:15)

 

Este versículo lo apreciaba mucho un misionero del este de la India. Lo escribió en todas partes donde podía verlo, y estuvo contento cada vez que lo vio. La razón fue que había experimentado y se había hecho muy consciente de que su salvación dependía de la paciencia del Señor. Realmente, ¿qué habría pasado con cada uno de nosotros si nuestro Señor no fuera muy paciente con cada uno de nosotros? ¿Cuántas veces no hemos sido perversos por un tiempo, ya sea por un tiempo breve o largo? Sin embargo, el Señor tuvo paciencia de nosotros y se esforzó por encaminarnos otra vez en la senda correcta. Y aun ahora, ¡qué lejos estamos de cumplir lo que él con todo derecho espera de nosotros! Aun así, el Señor es muy paciente para con nosotros. Si no lo fuera, todo se acabaría para nosotros. Así que, consideremos y valoremos lo que significa su paciencia para nuestra salvación, y agradezcámoslo y alabémoslo por esa paciencia.

 

Sin embargo, debemos tener mucho más cuidado de no abusar de esa paciencia. ¡Qué terrible sería hacer eso! ¡No! Tratemos y esforcémonos cada uno a permanecer en el camino recto que lleva a la vida eterna, porque a quienes abusan de la paciencia del Señor les espera un terrible juicio.

 

Todo lo que acabamos de decir el Señor lo enseña en una parábola que se encuentra en Lucas 13:6-9: “Tenía un hombre una higuera plantada en su viña, y vino a buscar fruto en ella, y no lo halló. Y dijo al viñador: He aquí, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo; córtala; ¿para qué inutiliza también la tierra? Él entonces, respondiendo, le dijo: Señor, déjala todavía este año, hasta que yo cave alrededor de ella, y la abone. Y si diere fruto, bien; y si no, la cortarás después”.

 

En esa parábola tú eres la higuera, plantada en la viña del Señor, en el reino de gracia. La salvación y el Espíritu Santo te pertenecen por medio del evangelio. ¿No es cierto que también en tu caso el Señor de la viña frecuentemente se ha desilusionado de la falta de fruto, los frutos de arrepentimiento que tenía derecho a buscar? Sin embargo, gracias a Dios, habló en tu beneficio esa palabra paciente del obrero celestial de la viña, Jesucristo: “déjala todavía este año”. Y él se esforzó contigo, y aun ahora obra en ti mientras lees estas palabras. ¿Se está formando fruto en tu caso?

 

Todavía hay un “año” de gracia. Cuándo se acabará ese “año” nadie sabe, pero seguramente no quieres que la palabra “córtala” se pronuncie en tu caso. Permite, entonces, que la salvación sea tu primera prioridad y usa bien la paciencia del Señor produciendo fruto para la vida eterna.

 


Sábado

 

Bienaventurado el que coma pan en el reino de Dios. (Lucas 14:15)

 

Éstas palabras venían de un hombre que en una ocasión se halló sentado a la mesa con Jesús y quien le había hablado de la resurrección de los justos. Jesús, para advertirle a él y a sus compañeros de mesa para que no perdieran esa felicidad, les contó la siguiente parábola.

 

Jesús dijo: “Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está preparado. Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero dijo: He comprado una hacienda, y necesito ir a verla; te ruego que me excuses. Otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos; te ruego que me excuses. Y otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”.

 

Por supuesto, reconoces que el banquete simboliza la salvación, que se caracteriza por el perdón de los pecados y la eterna bienaventuranza, que Dios ha preparado para nosotros por medio de Jesucristo. Cuando son muy jóvenes muchos son invitados a compartir esta salvación mientras escuchan el evangelio. Sin embargo, cuando se trata de apropiarse la salvación con verdadera fe, su actitud terrenal y materialista les impide hacerlo. Todo lo demás les parece más importante a ellos que su salvación eterna, que fue ganada para ellos a tan alto precio. Nuestra parábola sólo menciona tres ejemplos de esto, pero hay muchos más.

 

Pero volvamos a la parábola. “Vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces enojado el padre de familia, dijo a su siervo: Vé pronto por las plazas y las calles de la ciudad, y trae acá a los pobres, los mancos, los cojos y los ciegos”.

 

¿Te preguntas qué significa esto? El Señor no quiere que la preparación para el banquete se desaproveche. Si los que primero fueron invitados rehúsan, pues entonces invita a los que nunca se pensaba que creerían y se salvarían, la gente pobre y sin instrucción que no tiene iglesia. Ellos, conscientes de su necesidad y escuchando una invitación llena de misericordia, aceptan con gozo. ¿Qué tal tú?

 

“Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y aún hay lugar. Dijo el señor al siervo: Vé por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa”.

 

La gracia de Dios y la invitación no tiene límites. Llama a la gente sin reputación en la sociedad y a los paganos que participan en toda clase de prácticas abominables y quiere que ellos también compartan la salvación que Cristo ha hecho posible. Y muchos de ellos vienen.

 

Finalmente Jesús revela que él es ese amo y señor que describió en la parábola diciendo: “Porque os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará mi cena”. — Ellos rechazaron los dones celestiales a favor de los terrenales que tendrán que dejar atrás cuando sean llamados a la eternidad y encontrarán que la puerta del cielo se les ha cerrado.

 

Querido amigo cristiano, has sido invitado, y si no has sido invitado antes, se te hace la invitación hoy. ¿Qué harás con esa invitación? Se trata de aceptar a Jesús y su salvación mientras se está ofreciendo. ¿Vas a poner tu corazón en las cosas terrenales como si pudieras tenerlas y gozarlas para siempre y perder la invitación divina y misericordiosa del evangelio de dejar que él te dé lo necesario ahora y para la eternidad? ¡Jamás! ¡Ven, no esperes! Y si ya has venido, ¡sigue confiando en él para ir al cielo y para todo! Entonces la puerta del cielo se abrirá para ti cuando llegue la muerte y tengas que dejar esta tierra.

 


Semana de quincuagésima (Estomihi)

 

Domingo de Estomihi

 

El sembrador salió a sembrar su semilla; ... La semilla es la palabra de Dios. (Lucas 8:5,11)

 

¿Qué sucede con la semilla, la palabra de Dios, cuando se esparce en esta tierra? El Señor Jesús para nuestro beneficio nos dice en una parábola y en sus explicaciones de la parábola. Escucha la parábola: “El sembrador salió a sembrar su semilla; y mientras sembraba, una parte cayó junto al camino, y fue hollada, y las aves del cielo la comieron. Otra parte cayó sobre la piedra; y nacida, se secó, porque no tenía humedad. Otra parte cayó entre espinos, y los espinos que nacieron juntamente con ella, la ahogaron. Y otra parte cayó en buena tierra, y nació y llevó fruto a ciento por uno. Hablando estas cosas, decía a gran voz: El que tiene oídos para oír, oiga”.

 

Después, cuando estaba solo, los que estaban alrededor y los doce preguntaron acerca de esta parábola. Se la explicó, diciendo: “La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven”. — Éstos son los oyentes descuidados e indiferentes en quienes la palabra de Dios no penetra, sino queda en la superficie de su conciencia, por decirlo así. La pisotean por otras cosas que atraen su atención, y si queda algo, el diablo lo arrebata. Esas personas siguen siendo lo que eran:  personas indiferentes, sin la fe verdadera.

 

“Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero éstos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan”. — Son la gente sentimental. La semilla de la palabra germina rápidamente en ellos y da evidencia de crecimiento. Se siente feliz por ellos y tiene de ellos las mejores esperanzas. Sin embargo, la palabra no ha echado raíces profundas en ellos. Sus corazones no están preparados y no se han conmovido. Si tienen que sufrir, negarse y perseverar por amor a la palabra de Dios y la fe, se apartan.

 

“La que cayó entre espinos, éstos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto” — Éstos tienen un corazón dividido. Tienen mucha dedicación a esta vida presente, y poca para la venidera. Pero eso no sirve; su fe se ahoga y se marchita. Su cristianismo es semejante a la paja seca.

 

“Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”. — Sus corazones habían sido bien preparados por la gracia divina. La ley de Dios había cavado profundamente en sus corazones, asustándolos; el evangelio también cayó en sus corazones y ha echado profundas raíces allí. Las tribulaciones vienen a ellos y sienten los dardos de fuego de Satanás y están conscientes de la debilidad de su fe. Sin embargo, su fe no se destruye, sino que ésta crece, florece y da fruto conforme a la gracia que Dios les da.

 

Eso, querido amigo, es lo que sucede cuando se esparce la semilla de la palabra de Dios en la tierra. Cristo lo ha dicho, y hay evidencia de ello. ¿Qué tal tú? ¿Has tomado el tiempo para examinarte sobre esto? ¿No debes hacerlo? Si determinas que no eres semejante a la buena tierra, es tu culpa. Sin embargo, todavía hay esperanza. Los que son similares a la buena tierra son así sólo por la palabra de Dios y su gracia. Y esta palabra y gracia están a tu disposición y Dios quisiera usarlas para preparar tu corazón en la forma debida para que su palabra pueda echar raíces en ti y producir buen fruto. Usa con fidelidad esa palabra y ora para que la palabra germine en tu corazón y produzca mucho fruto.

 


Lunes

 

Decía además: Así es el reino de Dios, como cuando un hombre echa semilla en la tierra; y duerme y se levanta, de noche y de día, y la semilla brota y crece sin que él sepa cómo. Porque de suyo lleva fruto la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga; y cuando el fruto está maduro, en seguida se mete la hoz, porque la siega ha llegado. (Marcos 4:26-29)

 

Después de que el sembrador ha preparado el campo y sembrado el trigo, ¿qué más tiene que hacer? Es cierto, puede vigilar para que no entren la gente ni los animales en el campo y pisoteen las plantas que están brotando. Pero aparte de eso, se encomienda a Dios y “el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Santiago 5:7). Y mientras cada día sigue con otras tareas y descansa en la noche, la cosecha también crece, sin atención especial de su parte. No hay nada que pueda hacer para apresurar las cosas. El suelo produce el grano, gracias al poder que Dios le ha concedido. Finalmente, cuando llegue el tiempo de la cosecha, se puede segar.

 

Así son las cosas también en el reino de Dios. Podemos y debemos sembrar la palabra de Dios, es decir, confesar, enseñar y predicarla. Y esto debe suceder en toda nuestra vida, así como el granjero no puede contentarse con sembrar una sola vez. Pablo amonestó a los colosenses: “La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros” (Colosenses 3:16). Y el Espíritu Santo, que hizo que Pablo escribiera esa palabra continúa: “enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría” para que seamos guardados de la sabiduría de este mundo que destruye las almas. Pero no podemos hacer nada para promover el crecimiento y el fruto de la palabra que se siembra; sólo Dios lo puede hacer. Y esto lo enseña Jesús en esta parábola. En consecuencia, es un esfuerzo errado, necio y hasta dañino usar otros medios para obtener o forzar el fruto de la fe. Y si parece haber resultados de esta forma, no se pueden atribuir a la verdadera fe ni son verdaderos frutos del arrepentimiento. Habla, enseña y predica la palabra de Cristo y permite que ella demuestre su poder en el corazón de los hombres. El granjero sólo arruinaría las cosas si jalara la semilla que se está germinando.

 

Así es en el reino de Dios, y es un gran consuelo para los predicadores, profesores, padres y otros cristianos que se preocupan del bienestar espiritual de las almas encomendadas a su cuidado. Su único deber es sembrar la palabra. Argüir y tratar de obligar sólo arruina las cosas. Entonces sólo pueden hacer lo que hicieron en primer lugar, hablar la palabra y encomendar el asunto a Dios. Él se ocupará de lo demás.

 


Martes

 

Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. — También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. (Mateo 13:44-46)

 

El Señor no nos dice qué representan el tesoro escondido en el campo o la perla. Pero no es necesario mencionarte qué tesoro es de más valor que cualquier otro en la tierra. Cada cristiano sabe que es Jesucristo y su evangelio, porque gracias a Jesús gozamos de la gracia de Dios, tenemos el perdón de los pecados, la justicia y la adopción como hijos, la vida y la eterna salvación, y además, el Espíritu Santo. Todo esto no sólo se nos ofrece en el evangelio, sino se nos da para consolarnos, darnos paz en la conciencia para que no tengamos miedo y para que estemos llenos de esperanza gozosa. ¿Existe algún tesoro más precioso que éste? ¿Qué valor tienen todos los tesoros, posesiones, honores y sabiduría de este mundo en comparación con esto?

 

Sin embargo, ¿cómo debemos entender el encontrar este tesoro o perla? No es otra cosa que un entendimiento espiritual, ver con los ojos de la fe. Cuando el Espíritu Santo ha iluminado a la persona, y ésta ha reconocido a Cristo en el evangelio como el único Salvador, el único en quien hay salvación, entonces ese tesoro, esa preciosa perla, se ha hallado. Es cierto, el evangelio se está predicando en muchos lugares, ¿pero cuánta gente le presta atención, lo reconoce como lo que es? Tengo la confianza de que tú lo has encontrado y de que lo consideras un tesoro.

 

¿Pero qué tienes que “vender”, o abandonar, para poseerlo? Pablo responde a esta pregunta para nosotros en Filipenses 3:7,8: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. — Estar listo a abandonar todo, no permitir que nada tome prioridad sobre Cristo y su salvación, eso es lo que significa vender todo y comprar el campo con su tesoro escondido, la perla de gran precio. De hecho, los mártires cristianos hicieron precisamente eso, inclusive entregaron sus vidas para retener a Cristo y su salvación. Y así también tú tienes que hacer algo que tal vez sea más difícil y que requiera más esfuerzo, aunque no sea tan espectacular: día a día negarte y honrar a Cristo y su salvación poniéndolo primero en tu vida. Sí, todo el que realmente ha encontrado a Cristo hace esto, aunque sea con una fe débil y con muchos suspiros y miras atrás a los tesoros del mundo.

 

Cristo, mi alegría,

Pan del alma mía,

Siempre fiel a mí.

¡Cómo te he buscado,

Cuánto me he angustiado,

Sediento de Ti!

Siempre tuyo he de ser,

Nada anhelo en este mundo,

Sino sólo a Ti.  (CC 463:1)