Para evitar esto, debemos regresar a nuestro origen, encontrarnos con nosotros mismos, explorar nuestros procesos internos, sanarnos... y así reintegrar aquello que perdimos en algún momento. Porque la mejor manera de contribuir con el mundo es estando completos, y reconocer sabiamente a qué debemos dar prioridad en cada etapa de nuestra vida, para que nuestro potencial se manifieste plenamente.
El saber qué queremos de nosotros mismos y para nosotros mismos, es nuestra visión. Al tenerla clara, inevitablemente nos llenamos de esperanza, y si hay esperanza, entonces la pasión se apodera de nosotros, de tal forma que se convierte en el combustible necesario para andar el camino que la visión exige, un camino difícil porque nos aleja de nuestra zona de comodidad y seguridad.
Lo maravilloso de esto es que, cuando hacemos contacto con nuestra visión como personas, no podemos evitar seguirla. Y una forma de aclarar nuestra visión es recorriendo los cuatro territorios que integran la vida de todo ser humano: norte, sur, este y oeste.
Está relacionado con el buen uso del poder, con luchar por alcanzar una posición, con tener presencia, con ser capaces de atraer la atención, con saber comunicarnos. Es el espíritu que nos impulsa a concretar y hacer las cosas, la energía masculina, la fuerza, la razón, la intelectualidad. El NORTE es representado por el guerrero que lucha, que define estrategias y alcanza metas, que sabe lo que quiere y que, en caso de ser derrotado, se levanta inmediatamente. La inteligencia, el talento y el poder lo rodean.
El Norte es imprescindible para la realización personal, pero no debemos estar permanentemente en este territorio. Debemos en ocasiones ir al... SUR.
En el SUR se ubica la fuente del amor y la compasión, de la cual nos nutrimos. Es el territorio femenino, representado por el curandero, el sanador que nos conforta, de donde sacamos la fuerza para navegar en los otros territorios. Su esencia es el corazón, un corazón abierto, pleno, fuerte, claro... Al estar en el SUR, nos movemos al ritmo natural de nuestro corazón, para fortalecer nuestra autoestima, nuestro sentido de valoración y reconocimiento, nuestra capacidad de dar y recibir. Identificamos nuestra necesidad de afecto, de apoyo, de consuelo, de contacto con nosotros mismos y con otros.
El SUR es rico, pero no debemos permanecer siempre ahí, porque caemos en riesgo de ser dependientes, adictos y complacientes, por ello el Norte y el Sur hacen perfecta mancuerna. Sin embargo, constituyen sólo dos polos de una figura formada también por otros dos extremos, por ello no debemos olvidarnos de ir hacia el... ESTE.
Es el niño que juega, que vive intensamente cada momento, absorto con la maravilla que le rodea. Conlleva el humor, la capacidad de reírse de uno mismo y de lo que nos pasa. La gente visionaria se sabe mover perfectamente en este territorio, porque el ESTE representa la creatividad, el juego, la claridad de rumbo, la intuición, la imaginación.
El ESTE es tan benéfico en la vida de una persona, que cuando sentimos desbalance o tenemos la sensación de que estamos perdiendo el rumbo, debemos dirigirnos a este territorio, para recuperar la esperanza, no tomarnos las cosas tan en serio y recordar nuestra visión, hacia donde vamos. Pero el ESTE no es todo. Debemos reconocer que el OESTE es fundamental también.
El OESTE es representado por el maestro, por el anciano sabio que nos permite sentir paz, dado que ya lo ha vivido todo y lo reconoce todo. En el OESTE recuperamos la sabiduría, nuestra capacidad de discernir. Las respuestas a todas nuestras preguntas están dentro de nosotros mismos, porque nacemos con todos los recursos necesarios. Si de pronto dudamos es porque olvidamos de dónde venimos, olvidamos que fuimos creados por el aliento de Dios, quien nos acompaña permanentemente y nos indica el camino.
Reconocer que estamos conformados de estas cuatro direcciones es estar en balance, en el equilibrio que tanto anhelamos. Tendemos, erróneamente, a olvidar ciertos territorios, y es así como vamos traicionando algunas partes de nosotros mismos que, aunque las ignoremos, existen. Ante esto, debemos explorar los territorios que no hemos recorrido por miedo a lo desconocido, para así no traicionarnos ni perder la desconexión con nuestra propia alma.
Y si hacemos esto, el CENTRO, nuestro CENTRO, estará en balance.