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 Revista Bajo los Hielos N° 12

(Octubre de 2003)

ORACIÓN Y REALIZACIÓN ESPIRITUAL EN

VASILE LOVINESCU (*)

(Mihai Marinescu)

 

 

Vasile Lovinescu

(1905-1984)

 

La oración como acción y reacción concordante

El aspecto descendente, inmanente de Dios, se está "materializando" en la oración, transformándose en su "sustancia". La oración es así un "descenso en el mundo y su tribulación", teniendo como punto final la absorción en el principio. Sobre la tierra, Dios en este aspecto descendente se encuentra inevitablemente bajo el peso del dominio manifestado. En este sentido especial podemos decir que la oración es a la vez una posibilidad y una tendencia del infinito (obviamente providencial) de tomar formas y dimensiones finitas, para que a través de estas mismas limitaciones resulte clara su propia infinidad. Cualquier cosa en nuestro mundo está murmurando una oración ya que tiene su razón suficiente detrás de sí misma, manifestando una posibilidad divina y demostrando la grandeza de Dios. Por otro lado, la oración es también una aspiración de lo finito hacia el infinito; y este aspecto "humano" representa su tendencia ascendente, coextensiva al descenso del Principio en el mundo. Este componente es esencialmente activo para el hombre, pues por su dirección e intención hace posible el rescate de la divinidad del estado material y su proyección en la eternidad. En este caso, el hombre está haciendo un oficio de gran sacerdote, y su función supera con mucho las barreras de su condición individual. En el momento en que suelta las centellas divinas de su exilio en el mundo manifestado, el hombre se está conformando a los planes del Gran Arquitecto del Universo. Los dos aspectos, descendente y ascendente, de la oración le están revelando a Lovinescu uno de sus sentidos más profundos: el de acción y reacción concordante.

Para entender la perspectiva macrocósmica en la que Lovinescu coloca la oración tenemos que tomar como punto de partida el mismo misterio de la encarnación del Logos en el mundo. El Principio baja a éste en un descenso sacrificial para salvarlo (me estoy refiriendo aquí no solo a la encarnación de Jesucristo, sino primeramente al sacrificio perpetuo del Principio, que está destruyendo y creando el mundo a cada instante y así lo sostiene y se constituye en su más profunda razón de ser). Pero este proceso necesita ayuda. Una vez descendida en nuestro mundo, la presencia divina (Shekhina) no se puede reintegrar por sí misma, sino que necesita, según las palabras de Lovinescu, un héroe solar que le sirva de vehículo para su reintegración. Simbólicamente, el Verbo divino proferido hacia abajo tiene que encontrar un punto de rebote, que detenga su marcha descendente y le mande de nuevo a su origen, concluyendo así un círculo completo de manifestación. Según Lovinescu, cuando Dios encuentra un "eco válido" en el hombre, este último se transforma en ese héroe que lleva el sol de nuevo a su firmamento, operando así "el bien más grande que hay bajo el Cielo". Una de las armas simbólicas de este héroe es la oración, la expresión de un nombre divino, o del Gran Nombre, a través del cual el Verbo vuelve a su Creador. Todas estas consideraciones no deben pasar por especulaciones o metáforas, pues los ritos no tienen nada que ver con la arbitrariedad. Su realidad es técnica, efectiva, incluso podríamos decir "palpable", aunque evidentemente esta realidad no puede ser aprehendida de una manera común, sensorial o racional. Para percibirla, el hombre tiene que abrir en sí mismo un "ojo de la eternidad", y orientarlo hacia el cielo.

Lo que puede crear confusiones es la perspectiva, metafísica o existencial, en la que consideramos la "respuesta" de Dios a nuestras oraciones. Lovinescu indica que desde el punto de vista metafísico, "si lanzamos hacia Dios la flecha de la oración, la respuesta será la lluvia de miles de flechas de fuego o de agua". La respuesta de Dios lleva en sí la falta de medida común entre Él y la manifestación, es universal, espontánea y simultánea (pues en el Principio, la realidad entera, manifestada y no-manifestada, existe con simultaneidad), segura, real y operativa. Las razones por las que no aparece igual en la manifestación son básicamente dos: la primera es que inevitablemente dentro de la manifestación la respuesta lleva el sello de lo ilusorio, asume formas limitadas y se conforma a las condiciones restringidas de nuestro mundo (primeramente las coordenadas de tiempo y espacio). La segunda razón se refiere al hecho que esta respuesta, por causa de la universalidad de la llamada, retumba en todo nuestro ser, o sea en todos sus estados múltiples. En consecuencia, tenemos que entender que la respuesta de Dios pertenece a un orden esencialmente superior al plano humano de existencia, y para oírla el hombre tiene que levantarse con todo su ser en el plano universal. Pero aunque no oiga la voz de Dios, su existencia es segura, metafísicamente hablando. El resultado de este hecho puede pertenecer a la providencia divina, y por tanto el hombre no tiene ningún derecho a sustraerse a su responsabilidad.

Todas estas consideraciones tienen su propia validez en el caso de una llamada real, que llega a su destino, pero Vasile Lovinescu insiste sobre un problema fundamental: nuestra llamada siendo humana, y por tanto imperfecta, ¿cómo se nos permite saber si aquélla llega a las orejas de Dios? Lo que tenemos que recordar es que la respuesta de Dios es cierta, pero sin embargo nuestro grito tiene que llegar hasta la pared de reacción, para que pueda volver. Si no oye la voz del hombre, Dios no puede contestar. A la vez, desde una perspectiva simbólica y existencial, la oración tiene que penetrar detrás del dominio sutil por el que se propaga, vencer la viscosidad del medio de transmisión. Por eso, la oración tiene que ser siempre orientada hacía la Estrella Polar y apoyada por una intención ascendente invariable. Pero ¿qué pasa si la llamada se pierde en su camino hacía Dios? Lovinescu se refiere a esta posibilidad en una expresión simbólica muy fuerte: "ella cae de nuevo sobre la tierra, como el semen de Onan", y volviendo otra vez en forma de llamada "se convierte en una larva rastrera y llena el mundo entero de aflicción y desesperación".

De todas estas consideraciones podemos concluir que la oración iniciática, como también la realización espiritual, no es un acto egoísta sino al contrario pertenece a una realidad que se extiende en toda la esfera cósmica. Por sus efectos, a todos los niveles y los dominios de existencia, tanto en el macrocosmos como en el microcosmos humano, hacer una oración ritual es un proceso que implica una inmensa responsabilidad. Resulta obvia la necesidad de una intención clara, precisa, de una orientación correcta en su práctica. Además se puede entender sin ninguna dificultad la ingenuidad de las personas que ven en las encantaciones solamente palabras echadas al azar, con el fin de obtener algunos beneficios de orden material. En estos casos., es decir aquellos en que la verdadera aspiración hacia Dios no existe (y por tanto donde la oración queda mezclada con la materialidad más grosera), sería preferible que la oración se quede sin respuesta, aunque desgraciadamente no se trata aquí que de una pura ilusión...

©Mihai Marinescu y Bajo los Hielos

E-mail: mihai@webzter.ro

URL de esta página: https://www.angelfire.com/zine/BLH/12lovinescu.html

 

NOTA: Este artículo ha sido escrito especialmente para nuestra revista, por el estudioso rumano Mihai Marinescu, a quien agradecemos su presencia y amistad. Otro artículo de Marinescu ("Tradición en el mundo rumano") fue editado en Bajo los Hielos N° 5-6 (Marzo, 2001): https://www.angelfire.com/zine/BLH/guenon12.html

  

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